Segundo beso fallido

Segundo beso fallido

Vivir enamorado de alguien en silencio no es tan malo cuando esa persona pasa sus minutos y sus horas a tu lado. Cuando no ve a nadie más que a ti y tienes el honor de ser el único que provoque esa sonrisa de sol; y probablemente esto que digo sea terrible, pues el motivo por el cuál KyungSoo era tan apegado a mi persona consistía en su pésima relación con el resto del alumnado. No soy tan iluso como para creer que me amaba solo porque sí. Quizás otros niños hubiesen deseado estar a su lado, pero temían al acoso como quien huye de una enfermedad contagiosa. Y el único que toleró eso durante tres primaveras fui yo... hasta que, con quince años, las piernas llenas de felices moratones veraniegos, y un alma tan despeinada como nuestros cabellos, ingresamos a la escuela secundaria.

Yo le supliqué a mi mamá acudir a la misma que mi amigo, incluso aunque en sus planes estuviera hacerme cursar en una institución privada. Cuando lo conseguí no pude ser más feliz.

Allí hicimos varios amigos. Nuestro primer cómplice fue un chico de amable e inmediata sonrisa, cuyos ojos rasgados se reducían a una línea cuando realizaba este gesto (o sea, cada cinco segundos). Tolerante, listo y tan blando como un pan, querido Jongdae. El segundo era uno de nuestros superiores, de grandes ojos y boca pequeña, quien al igual que yo, venía de China. Quizás por eso nos entendíamos tanto... A pesar de su apariencia angelical, e incluso afeminada, a diario conquistaba una chica diferente. Gracioso, deportista (y a ratos agresivo), Luhan. Por último, un moreno despistado y negligente, de manos gentiles, ágil en sus movimientos y quien solía hacernos reír constantemente, Jongin.

Los cinco nos reuníamos en el receso, e incluso comenzamos a salir juntos por la tarde. Yo realmente llegué a apreciarlos con el alma, aunque aquello implicara reducir mi tiempo a solas con KyungSoo. Él parecía muy cómodo y feliz cuando estábamos todos juntos, así que mi corazón no paraba de sonreír. Todo parecía ir a la perfección. Nos tirábamos en el pasto, aprendimos a andar en bicicleta gracias a Luhan y Jongin, nos reuníamos en la casa de Jongdae a ver películas... con ellos tomamos nuestra primera cerveza, así como soju. Fuimos a la playa, al cine, al teatro (donde Luhan se durmió), al zoológico y acuario. En invierno, patinamos y acudimos a la encendida del árbol. Nada podría estropearlo, ¿verdad? Durante las noches más frías, KyungSoo y yo nos turnábamos de casa para dormir juntos. Nos anudábamos bajo las cobijas, e intercambiábamos alientos.

Por cada día que pasaba, yo le quería más y más, pero con mi amor crecía también el miedo. ¿Por qué, siendo un chico, tenía que fijarme en alguien como yo? Y creí que era el único viviendo en confusión, cuando aquel día, presencié una escena extraña en el baño del instituto. Algo que terminó de desubicarme.

No vi sus rostros. Era la hora de salida, muy pocos alumnos quedaban, y yo tenía un asunto serio que resolver con mi esfínter. Sin embargo, escuché dos pares de pies entrar corriendo. Ellos, dos chicos, susurraban cosas extrañas, como «suéltame, esto está mal, por favor...». Me hallaba oculto en el último cubículo. Supongo que no notaron mi presencia, o estaban muy distraídos creando una escena dramática de esas que me encantan como para percatarse de ella. El asunto es que, uno besó al otro en los labios. Lo supe por los sonidos, los amables suspiros que volaban y hacían eco.

¡Ay, ¿por qué tuve que haber presenciado aquello?! Todo comenzó a ser muy extraño. Creo que quien salió más agitado de ahí, con el corazón en llamas, fui yo.

Tumbado en la cama, con el amarillo atardecer colándose por la ventana, había algo en mis entrañas que rogaba salir. Vi a KyungSoo escribiendo en su libreta, apoyado sobre el escritorio de su habitación. Como no queriendo, temeroso, susurré:

—Oye...

—Dime.

—¿Puedo contarte algo?

—Claro.

—Creo que dos de nuestros compañeros están saliendo. Dos chicos.

Mi amigo se volvió en mi dirección, con esa expresión suya que articulaba cuando alguien decía algo increíblemente torpe o muy obvio. Los ojos miel, tan vivos, me escudriñaron.

—¿Y? —replicó en tono áspero.

Desarmado, desvié la mirada hacia sus manos regordetas, teñidas de suave rojo en los nudillos.

—Nada. ¿No te parece extraño?

En silencio, negó con la cabeza. Nos quedamos viendo, acalorados, incómodos. Entonces decidí hacer una pregunta quizás muy tonta, pero si no conocía la respuesta en algún momento iba a explotar.

—¿A ti te gustan los chicos, KyungSoo?

Su mano escribiendo fue la contestación. Me dio la espalda y continuó con sus asuntos, siendo Kimchi quien se dedicó a mimarme esa tarde, mientras mirábamos el techo. Antes de partir, cuando crucé el umbral, mi amigo me retuvo. Dijo:

—Oye, Yixing... tú siempre serás mi amigo, ¿verdad? No importa lo que haga... o lo que me guste... Tú vas a estar a mi lado, ¿cierto?

Por supuesto que asentí. Sin embargo, las cejas temblorosas y ese temor en sus ojos incrementaron mis sospechas. Jamás he sido tonto, y no pasé por alto aquella actitud. De alguna forma, tuve la esperanza de ser aquel que lo hiciera vacilar. Quise decírselo, gritarlo en ese instante, pero el 14 de febrero estaba cerca y creí que declarar mis sentimientos ese día sería lo mejor.

¡Ah, pobre Yixing! Estuve quebrándome la cabeza tratando de hallar un regalo que fuese lo suficientemente grato para él (además del chocolate, claro). Primero, intenté crear algo con mis manos; pero resulta que nunca he sido bueno con las manualidades. Después, anduve vagando por el centro comercial en busca de alguna prenda que le quedara bien, pero el gusto de KyungSoo solía ser aún muy inestable, y no podía saber cuál de todos los suéteres ante mis ojos sería de su agrado. No quería obligarlo a vestir algo que le incomodara. Las flores estaban muy trilladas, además de que no cabían en mi mochila y podría resultar extraño. Más dulces, boletos para cine, una tarjeta, un anillo, ¡nada me convencía!

Finalmente, compré un casete de su banda de rock favorita, y lo envolví con papel brillante. Coloqué un moño, y escribí, usando mi mejor caligrafía, una dedicatoria.

La noche del trece no pude dormir. Hacía calor, e incluso portando únicamente bóxer y camiseta seguía transpirando. Aparté la sábana, me levanté cuatro veces a beber agua, mientras ensayaba en mi mente las palabras que diría. Imaginé su reacción ante éstas. ¿A dónde debería llevarlo después de mi segurísima victoria? Hasta quebré mi alcancía para disponer de presupuesto ante cualquier exigencia por parte de mi príncipe.

También besé mi mano, ensayando el grandísimo momento. Repartí tiernos besitos por mis nudillos, e incluso me atreví a acariciar suavemente la pálida piel con mi lengua. En China había dado ya mi primer beso, pero jamás estuve tan sediento, tan anhelante por un beso como aquella noche.

En la mañana, presté mayor atención a mi aspecto, y salí con una radiante sonrisa en los labios.

Cuando pasé por KyungSoo, llevaba una cajita misteriosa entre las manos. Mis ojos brillaron, claro, y mi corazón estaba a punto de explotar.

—KyungSoo, ¿vas a regalar un chocolate? —dije con la mayor naturalidad posible, aguardando quizás una declaración anticipada o algo por el estilo.

—S-sí... —asintió con las mejillas sonrosadas—. De hecho... quería decirte algo...

—¿Qué? —repliqué, tal vez, demasiado entusiasmado.

—A la hora de la salida...

—Ya.

—¿Podrías distraer a Luhan-hyung y Jongdae? Pero no a Jongin, o sea...

Jamás vi su rostro tan rojo. Sin embargo, aquello pasó a segundo término por lo mal que sonaban esas palabras.

—El chocolate, ¿a quién se lo darás? ¿A Jongin?

El asentimiento de su cabeza, lento, tortuoso, fue como una lanza atravesando mi corazón. Quise soltarme a llorar en ese momento, quise regresar a casa y enterrarme bajo las sábanas; correr sin rumbo fijo, explotar. Quise negarlo, gritarle, abofetear a KyungSoo, robarle ahí mismo un beso violento. Deseé hacer tantas cosas... pero solo atiné a callar. Tragué el nudo en mi garganta, contuve mis lágrimas, y asentí a su petición como un verdadero caballero lo haría, revolviendo cariñosamente su cabello. Porque sobre un desesperado enamorado... era un amigo, el más fiel y servicial de todos. KyungSoo necesitaba mi ayuda, y no dudaría en brindársela.

Entonces nuestro camino esa mañana fue más azul que de costumbre. Aunque la luz del sol acariciara mi rostro, yo solo rogaba a los dioses fuerza para no soltarme a llorar, no tropezar aun cuando andar con la presión alta, los ojos empañados y mi alma rota era difícil. Más de lo que imaginaba.

El día transcurrió con fingida normalidad. Él volteaba a verme con una sonrisa tierna, profundamente agradecido por mi amable actitud. Yo se la devolvía, o en alguna ocasión fingí no verle. Observé a unos cuantos enamorados a mi alrededor, personas que recibían mil chocolates. Yo solo recibí uno. El de una pobre muchachita que, aunque no quise lastimar, terminé por hacerlo con dulzura.

En fin, que, a la hora de la salida, llevé a cabo nuestro plan. Conseguí adelantarme con Luhan y Jongdae, olvidando accidentalmente a Jongin en el baño. Mi amigo y yo cruzamos miradas cómplices antes de salir cada quién por su ruta. Honestamente, aunque creí que ese día sería fatal por no poderme declarar, jamás imaginé que el amor de KyungSoo fuera correspondido. Me había preparado psicológicamente para llorar juntos en la noche, como siempre. Para sufrir en silencio, acariciando sus hebras azabaches.

Sin embargo... no pude con mi curiosidad. No aguardé su queja, el cielo oscuro con su triste noticia; quise presenciar la escena con mis propios ojos. Masoquista, loco, por completo irracional. Así que, con el pretexto de buscar al par de locos que yo mismo me encargué de perder, retorné en silencio. A lo lejos, asomado, esperaba confirmar mis sospechas.

Pero no.

Lo que encontré fue mil veces peor... o mejor, dependiendo de la perspectiva.

Jongin tomaba del mentón a KyungSoo. Se miraban con deseo. Y ocurría lo que yo tanto deseé, ante mis ojos. Los vi besándose, siendo felices.

Y no puede soportarlo. Retorné corriendo, sin importarme hacer ruido. Les dije a mis otros amigos que no los hallé, es más, que repentinamente me sentía mal. ¡La comida del receso debió hacerme daño! Volvimos tristes a nuestras casas. Dejamos a Luhan, y continuamos Jongdae y yo.

Fue entonces que él, sin mirarme, con amabilidad, me permitió confesar lo que de verdad ocurrió. Supongo que éramos muy obvios, o quizás solo lo fuera yo. Percatarse de aquello no pareció sorpresa para él. En cambio, me permitió llorar y desahogarme todo lo necesario antes de volver a casa. Le pedí que guardara el secreto, y él así lo hizo.

Agradecí al cielo tener a un ángel como Jongdae a mi lado.

En la noche, aunque aguardé su llegada en silencio, KyungSoo jamás apareció. Así que, con toda la calma del mundo, me comí los chocolates maltratados que planeaba darle y aventé hasta el fondo de un cajón el casete.

Así terminó mi primera desilusión amorosa, y el segundo beso fallido que alguna vez planeé darle a KyungSoo.



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