El príncipe de la torre.
Había una vez en un lugar muy lejano, un reino. Un reino próspero y extenso, con verdes pastizales, altas montañas y un sin número de animales.
El reino era uno de los más ricos de aquella tierra, los años habían sido buenos para aquel lejano lugar: con Reyes justos y benevolentes, grandes temporadas de siembra, cosecha y buena ganadería. Contaba con algunos de los mejores artesanos del mundo, con los mejores científicos y filósofos.
Tanta era la brillantes de este reino que a menudo llegaban desventurados a pedir permiso para vivir allí, el monarca complacido porque hayan elegido su reino, los dejaba vivir y les ofrecía trabajo.
Este reino también tenía un príncipe, que como todo en el territorio, era hermoso y bueno, con unos resplandecientes ojos azules y un pelo negro como la noche, inteligente como ningún otro y curioso por naturaleza, era amado por su pueblo.
El príncipe creció feliz, buena infancia, buenos amigos, buena instrucción y un buen padre que cumplía todos los caprichos de su amado hijo (pues su esposa había muerto a dar a luz al niño); el Rey solía sentarse junto al fuego para contarle cualquier historia que Stephen quisiera antes de dormir.
Su favorita era "El príncipe de la torre".
-Había una vez, un reino-decía su padre, empezando el cuento como cualquier cuento empieza- en la costa, no muy lejos de acá. Gobernado por un monarca tirano y violento.
"El Rey era el más injusto que podrías imaginarte y gustaba de saquear otros reinos, matar a los granjeros y quedarse con sus hijas y esposas para hacerlas sus sirvientas. No le interesaba la suerte de su gente siempre y cuando pagaran los impuestos, y si no era capaz de sacarte la tierra. Lo único que tenía era a su hijo, el príncipe, más hermoso que cualquier cosa que puedas imaginar: de ojos como la miel y pelo castaño, piel bronceada y dicen que verlo era como mirar el mismo sol. El Rey amaba a su hijo tanto como amaba el oro que se escondía por debajo de su castillo.
Un día, el Rey cometió una injusticia, moneda corriente tratandose de él, dos hombres habían ido a verlo pidiendole consejo por un árbol que estaba en el límite de sus jardines, el árbol era un manzano, con las manzanas más grandes y jugosas del reino, el problema era que unas ramas habían crecido lo suficiente como para llegar a la casa del vecino. Uno de los hombres sostenía que las manzanas eran suyas pues suyo era el árbol y el otro decía que las que caían de su lado le pertenecían.
El Rey, malo como era, decidió que un árbol que hacía que dos personas se peleasen no valía la pena y mandó a quemarlo.
Esa fue la gota que rebalsó el vaso, pues el árbol lo había plantado Demeter, la diosa de la agricultura.
Los dioses, ya enojado con él, se le aparecieron y le dijeron que iba tener una prueba para demostrar que su reino tenía que seguir existiendo, el Rey falló la prueba y los dioses se llevaron a su hijo. Por años enteros el Rey y su gente buscaron al príncipe a lo largo y ancho del mundo. Tanto fue su pesar que el Rey murió de tristeza es su alcoba y con él murió su reino.
El lugar entero desapareció y solamente quedó la historia, algunos dicen que el Príncipe todavía espera en una torre en medio del mar a que alguien lo rescate."
—¿Esa historia es real?—solía preguntar el príncipe.
—No sé—contestaba su padre con una sonrisa—.Tal vez, aunque pasaron cientos de años.
—¿El Príncipe de la Torre seguirá esperando?—cuestionaba el pequeño Strange con aire soñador.
—Seguro que sí.
—Yo lo voy a rescatar, papá—prometía Stephen solemnemente, y bostezaba.
—Claro que sí, hijo—el Rey besaba al chico y se iba del lugar.
A medida que pasaron los años Stephen dejó de pedirle a su papá que le contara cuentos, poco a poco fue olvidándose de la historia del príncipe y de su promesa de rescatarlo. Mientras crecía Stephen comprendía que las historias eran solo eso, historias.
Un día el Reino del Fuego atacó, el Rey había sido derrocado y en el trono estaba su vil hermano. La codicia de él superaba todo límite, tanto que no se encontraba a gusto con su parte del continente si no que quería más y más. Empezó a tomar reinos vecinos, todos y cada unos cayeron a manos del horrible Thanos, cuando sus tropas llegaban nadie podía escapar. Se empezó a correr la voz de que cuando venía el viento dejaba de soplar, los animales se callaban y se sentía una calma sobrenatural. La calma que anunciaba la tormenta.
Su ejército negro eran temido por los sabios y adorado por los tontos. Sus métodos eran de los más crueles y sádicos, todo cuanto se oponía en su camino era asesinado. Atacaba por sorpresa. Tal vez una noche ibas a dormir y despertabas con tu castillo ardiendo en llamas.
El Rey del próspero feudo sabía que en cualquier momento le iba a tocar a él y no había nada que pudiera hacer contra el Señor del Fuego, no tenía chances. Cuando Ifta (su vecino) cayó, El Soberano puso su plan en marcha:
—Hijo mío—llamó—, es necesario que te vayas. Bien sabés que Thanos no tardará mucho en llegar y no puedo concebir que te dañe de algún modo. Tenés que irte. Irás a la casa de Ancestral, ella te espera, te recibirá como a su hijo. Pero tenés que irte ahora.
El príncipe se quedó de piedra, su cerebro se negaba a procesar lo que su padre había dicho, simplemente no podía ser. Huir se le antojaba cobarde.
—¿Qué?—atinó a preguntar.
—Lo que escuchaste. Tus cosas ya están listas y un caballo te está esperando en la puerta.
Su papá se acercó a abrazarlo, lo abrazó como si nunca más fuera a verlo y seguramente era verdad. Stephen no está seguro de cuanto tiempo pasó pero cuando se separaron se fue.
Cabalgó durante horas hasta que al fin llegó a una pintoresca casa en el medio del bosque. Una señora pelada le abrió la puerta y le dio la bienvenida.
Unos días después se enteró de que su reino era ahora parte del imperio de Thanos. Movido por el dolor quiso irse, buscar algunas personas e intentar recuperar su hogar, pero Ancestral lo frenó en el acto y lo obligó a quedarse en esa casa en medio del bosque.
Los meses pasaron y el príncipe se acostumbró a vivir ahí aunque la impotencia de no poder ayudar a su pueblo seguía latente en su corazón.
Un día cualquiera de verano compartiendo historias con Ancestral, ella le volvió a contar la historia del Príncipe de la Torre, Stephen se sorprendió bastante cuando descubrió que todavía se la sabía de memoria, la versión de Ancestral contaba que al rescatar al príncipe su reino emergería del mar y los mejores guerreros del mundo volverían a la vida. Esto lo emocionó de sobremanera y como no tenía nada que perder decidió enfrascarse en su búsqueda, pues era mejor perseguir un sueño que no hacer nada mientras su gente sufría.
—¿Crees que exista de verdad?
—Claro, ¿qué hay más real que un cuento?
—¿Y dónde decís que está?
—En la costa, en alguna parte de la costa.
Y así partió con el único objetivo de encontrar al príncipe perdido entre las olas.
Cabalgó durante semanas para encontrar la costa y durante meses la recorrió tratando de buscar cualquier cosa que le diera un indicio de que ahí existía un reino.
Agotado tanto física como emocionalmente llegó una tarde de verano (a un año de su despedida) a una gran playa, sin nadie a la vista, era su última esperanza ya que los lugareños decían que ahí nunca hubo nada, solamente un vasto territorio de arena.
Cansado como estaba, se tiró en la arena con la intención de dormir un rato, medio dormido medio despierto vio a un chico que no podría tener muchos más años que él, de pelo castaño y vestido con una túnica, caminando entre la espuma.
-Hola.-le dijo Stephen.
-¡Hola! ¿Estás bien?-preguntó el castaño acercándose.
-Sí, ¿vos?
-Yo, sí- y el castaño sonrió.
Los días pasaron y Stephen descubrió que el chico se llamaba Tony. Que reía mucho y hablaba un poco más, que contaba chistes y le gustaba poner apodos. Que era muy inteligente y sabía mucho de todo. Que era optimista y aunque le gustaba hablar también podía escuchar. Que era muy inquieto. Que sus labios eran muy rojos y sus ojos muy miles, su pelo brillaba mucho y su piel era tostada. Poco a poco Stephen fue descubriendo que Tony era como el sol, y el dueño del aire. Y tal vez, solo tal vez, Tony le gustaba un poquito.
-¿Y por qué estabas acá?-preguntó un día Tony.
-Busco un reino
-Acá no hay un reino- le contestó Tony con burla.-.Solo arena, y yo.
-Ya lo sé.-Stephen agarró a Tony de la mano.
-¿Qué hacés?- Tony sonrió más y se acercó
-Nada- dijo el príncipe
y lo besó.
-Acá no hay un reino, está allá- Tony señaló a una gigantesca torre de piedra que estaba en el mar.-.Liberame.
Tony desapareció.
Y Stephen nadó hasta la torre.
(Soportó vientos despiadados, infernales desiertos, escaló hasta el último maldito cuarto de la maldita torre más alta, ¿y qué encontró? ¡un lobo de sexo dudoso que le dice que su príncipe ya estÁ CASADO!)
Y lo vio.
Dormido en esa cama.
Y como en todos los grandes cuentos.
Rompió el hechizo.
Con un beso.
-¿Así termina?- pregunta un nene de cinco años a su papá.
-Por supuesto que no, tonto, tienen que ir a luchar contra el rey.-dice otro nene un poco más grande que el primero.
-¿El reino vuelve, papá?
-Sí, hijo, el reino vuelve a existir como decía la leyenda. Y los príncipes lideran el ejercito contra el malvado Thanos.
-Y ganan y después ¡viven felices para siempre!-exclama un contento castaño.
-Sí, Peter, lo derrotan y traen a los reinos paz y prosperidad.
-¿Y los otros reinos qué?
-Se los ofrecen, Harley, pero los reyes no los aceptan. Los príncipes se casan, reinan y tienen dos hermosos hijos.
-¿Así como Harley y yo, papá?
-Sí, como ustedes.
Stephen le da las buenas noches a sus hijos y va a su pieza.
-¿Qué historia le contaste?- pregunta Tony, que ahora tiene un par de bastantes años más.
-La nuestra.- contesta con sencillez mientras se encoje de hombres.
-Es su favorita últimamente, ¿no?- Tony se ríe, y aunque hayan pasado años su sonrisa sigue siendo hermosa.
-Sí. La mía también.
El Rey Strange besa a su esposo y se recuesta en la cama, preparándose para dormir.
Un llanto rompe la calma de la situación.
Tony abre un ojo y con una medio sonrisa, le dice a su esposo:
-Te toca.
Strange no lo puede creer.
-Pe..pero yo acosté a los chicos.
Tony solo lo mira por un rato y se da media vuelta tapándose un poco más con la frazada.
Strange se levanta y le hace upa al bebé que está llorando en la cuna.
-Shh, shhh, Johnny, ya está, papá está acá-le susurra mientras lo mece.
Esta va a ser una larga noche, piensa y suspira.
FIN
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