65.- Ríos de llanto

Los minutos ahora me parece que corren todavía más de prisa, no hay noticias de la gente que iba a venir a ayudar a Victoria, empiezo a ponerme nervioso y los demás no lo están tomando de mejor manera.

La despedida de Victoria pudo no ser la más emotiva pero si nos llegó al alma, Maximiliano es quien más inquieto se está mostrando y es obvio que sería así, crecimos todos juntos, él la considera una hermana mayor, se siente obligado a actuar al igual que yo y si la gente a la que le llamé no viene entonces tendremos la oportunidad de ir a hacer exactamente lo que queremos, matar a Luciano.

—¿Cómo puede ser posible que la dejáramos ir sin más? —pregunta Maximiliano por cuarta o quinta vez.

Miro a Isela quién a permanecido impasible, pareciera que nada la afecta pero en realidad está muriendo por dentro, ella prometió estar aquí y hacer lo posible para garantizar la seguridad de la familia de su prometido, es esa promesa la que la mantiene anclada a este hospital. A ella jamás le podría pedirle que me acompañe a la posible misión suicida que mi mente está maquinando.

—No podíamos hacer más, ella misma lo dijo, nunca nos dejaría acompañarla, si lo hacemos es capaz de dejarnos perdidos en medio de cualquier lugar y después irse, aquí por lo menos podemos estar al pendiente de Rogelio y Helena —le responde Isela con algo de desdén, ya está cansada de repetirle lo mismo cada dos minutos—. Victoria sabe defenderse, disparar, es jodidamente astuta, va a encontrar una manera de sobrevivir.

Eso es lo que ha hecho toda la vida, sobrevivir, se cae y vuelve a levantarse con la pura fuerza de su voluntad pero está vez es diferente, está medio muerta, le arrebataron esa voluntad al dejar a sus hermanos al borde de la muerte y le dieron un golpe todavía más fuerte al ser forzada a separarse de su hijo, Victoria nunca se habría despedido de no creer que su muerte es segura.

—Y Luciano también es todo eso y le dobla en tamaño y fuerza —contesta Maximiliano, Isela lo fulmina con la mirada lo cual parece poner más nervioso a Valentín que se levanta para poner una mano sobre el hombro de Maximiliano, en este momento es el único apoyó que puede ofrecerle—. Por favor Isela sabes bien que es así, aún estamos a tiempo de encontrarla, de ayudar.

—No, ella dijo que no y no lo haremos —sentencia Isela.

—¿Tanto miedo le tiene? —se anima a preguntar Valentín.

—Por supuesto que le tiene miedo, la perseguido por años y la odia profundamente. 

—¿Pero por qué? —pregunta Maximiliano— Yo no me trago el cuento de que es por Rosendo y su hija, yo no lo veo haciendo ríos de llanto por su familia… Luciano no puede ser capaz de sentir amor, al menos no como las demás personas. 

—Si, bueno, creo que nunca podremos preguntarle, Victoria va a acabar con él —me impresiona la actitud tan segura de Isela, me preguntó si ella sabe algo acerca del operativo que Victoria pretendía que pusiera en marcha.

La verdad es que ella parece saberlo todo, nos contó todo acerca de el romance de Rosendo y Dalia, la promesa de Vicente Caballero, todo lo que Victoria ha hecho estos años para intentar debilitarlo, aunque eso no sirvió de mucho; la historia tiene un poco de lógica, hasta cierto punto entendemos el odio hacia nuestra familia pero no más, Luciano quiere tener a Victoria y a su hijo, pero Maximiliano tiene razón, no pueden ser por amor, debe ser solo una obsesión enfermiza nacida del odio, del deseo de venganza de los Altamira.

—Valentín, ¿te podrías quedar aquí solo un rato? —Maximiliano se gira para verlo a la cara— Desde ayer he querido preguntarle a mis padres pero sabía que no me dirían nada, no sin una buena presión.

—No puedes decirles que Victoria se fue a quien sabe dónde a matarlo —replica Isela.

—Yo no me voy a quedar aquí sentado esperando que la maten —nada vamos a ganar peleando, no podemos darnos el lujo de separarnos en este momento—. Juan José ven conmigo por favor.

Asiento ansioso y veo por última vez a Isela, ella si quiere hacer más pero no tiene la fuerza suficiente para separarse de Rogelio, la entiendo al igual que entiendo a Maximiliano y a Valentín, a veces lo mejor es esperar y eso es lo que ellos van a hacer, lo que tienen que hacer porque el lugar a dónde iremos será peligroso, podemos salir masacrados si no tenemos cuidado.

—¿A dónde vamos, Maximiliano? —le pregunto mientras bajamos rápidamente las escaleras.

—Necesito encontrar una solución o por lo menos algo que se le parezca —corriendo como loco por el hospital no lo hara. Vamos directamente a la cafetería, ahí encontramos a doña Elisa y a sus padres, todos están algo agitados, supongo que Victoria también se despidió de ellos—. Papá necesito que nos digas la verdad de lo que pasó con mi padrino Vicente —dice Maximiliano sin detenerse un momento a madurar sus ideas—, si lo saben díganlo, aún estamos a tiempo de salvar a Victoria.

—¿En dónde está ella? —pregunta doña Elisa temblando, si se despidió de su madre.

—Fue a buscarlo, no pudimos detenerla.

La madre de Victoria derrama una lágrima silenciosa y aprieta los puños, sabe lo que va a pasar ahí, entiende que a su hija la puede estar esperándola un destino terrible. El señor Gabino resopla y se pone de pie seguramente con la intención de ir a buscarla pero Maximiliano lo toma por el brazo.

—Papá no la encontrarás, ninguno de nosotros, necesitamos solo una pista —que desde mi punto de vista no servirá de nada— ¿qué pasó con Dalia Sandoval?

—Dalia Sandoval, la malagueña. Esa mujer era una bruja, ni muerta deja de causar problemas —dice Silvia, la madre de Maximiliano. 

La madre de Victoria sonríe ligeramente, no estoy seguro de que sea por nerviosismo pero el tono de su voz se vuelve terriblemente sombrío, nunca imaginé escucharla hablar de alguien con tanto odió.

—Peor que eso —concede Elisa.

—Creí que usted no la conocía —intervengo porque ya me pico la curiosidad.

—Solo la vi una vez en Puebla, el día que conocí a Vicente, pero ese día bastó para saber que terminaría mal, una mujer como ella pudo conquistar el mundo, era bella, tenía carácter, inteligencia y también un montón de arrogancia, inmadurez, ambición, se vendió al mejor postor —eso no parece ser nada nuevo, pero que hablé con ese rencor en la voz solo me hace estremecer—. Enrique Estévez, él se volvió loco de amor por Dalia, la alucinaba… pintaba sus ojos. Sus ojos verdes, su malagueña, su mujer, su hija… esa maldita, niña vivió una vida relativamente feliz, Vicente la protegió a ella más de la maldad del mundo que a sus propios hijos, y ella le lloro a mares el día de su funeral…

—Elisa, ya basta —exige Gabino.

Yo me quedó pensando en quién era, había muchas personas llorando ese día, venían de todas partes, señoritas como la que debe ser no había muchas, quizá solo Victoria y Helena, no recuerdo, realmente no puedo hacerlo.

—Gabino, ¿ya que más da? —replica Elisa— Esa niña mato a mi esposo y destruyó la vida de mis hijos, la odió, la odie siempre.

—¿Quién era? —pregunta Maximiliano, ya no va a darse por vencido.

—No, ustedes solo podrían hacer que… —Gabino se detiene, no quiere hablar— hay una vida más aún intento proteger por la memoria de Vicente y de Dalia.

—¿La memoria de Vicente y Dalia? ¿Qué hay de nuestros ahijados? ¿de nuestro hijo si algo le pasa a Helena? —le contesta Silvia furiosa— Nos has exigido silencio todos estos años, yo incluso me relegue a la casa, Elisa se alejo de sus hijos pero ya fue suficiente, si no se los dices tú lo haré yo, a mi no me ata ninguna promesa a Vicente… creí que cuando descubrimos el envenenamiento todo acabaría pero no nos dejaste hablar y aquí estamos en un hospital, dos de los niños que hemos querido como a nuestros hijos se están muriendo y otra más fue a encontrarse con el mounstro del que decidimos no deshacernos. 

Volteo a ver a Maximiliano para ver si él entiende algo de lo que se está discutiendo pero niega, está igual de perdido que yo. Este secreto ha hecho que mucha gente pague con sangre. 

—Ella murió por causas naturales —dice Gabino pero Elisa niega.

—¿Y el niño? Por favor Gabino, eso de tratarme como una estúpida solo se le da bien a mi hija.

Yo creo que eso es una mentira, lo único que el padrino de Victoria quiere es seguir resguardando el secreto, dice que hay una vida más que proteger y estoy seguro de Victoria lo haría, si tan solo él habla quizá encontremos algo que podamos usar en contra de Luciano.

—A ver, a ver, a ver de qué están hablando, ¿Qué muerte? —interrumpe Maximiliano.

—¿Qué niño? —pregunto yo— Ya no tenemos tiempo para jugar, Dalia Sandoval y Vicente Caballero estaban muertos, Victoria no y esta es nuestra única oportunidad, hay que darle a Luciano un hueso para morder.

Un heredero legítimo de los Altamira debería ser suficiente para sacar a Luciano de dónde quiera que esté, de distraerlo en lo que nosotros reponemos fuerzas, por lo menos en lo que la policía encuentra alguna prueba contundente para ayudar.

—El caso es que ya no tenemos un hueso para darle —nos dice Silvia con resignación—. Con lo que sabemos solo podemos echarle más leña al fuego de la policía pero no ayudar a Victoria en este momento.

—¿Por qué mamá?

—La hija de Rosendo y Dalia murió, era Nadia —nos contesta Elisa.

—¿Nadia? ¿La mamá de Pancho? —conocemos a otras dos pero ninguna lo suficientemente cercana.

—Si, ustedes la conocieron como Nadia Álvarez pero el nombre que le habrían dado sus padres es Nadia Altamira Sandoval —dice Gabino.

Conocí a Nadia de toda la vida, siempre fue una muchacha alegre, ajena a cualquier tipo de intriga; recuerdo cuando sus padres —o mejor dicho la gente que le cuidaba—, le dieron la espalda; Vicente Caballero le consiguió trabajo en la malagueña, al morir Rogelio e Isela, decidieron traerla a la hacienda Caballero porque ahí era más útil, le ofrecieron un cuarto para ella y su hijo pero prefirió quedarse en su casa cerca de la malagueña, a nadie le parecía raro, y además no había nadie para poderla convencer y ahora que lo pienso doña Elisa nunca fue muy amable con ella, siempre prefería que alguien más la atendiera, pero no teníamos porque prestar atención a eso, yo tampoco le caigo muy bien.

En tal caso Nadia era distinta, tenía una especie de elegancia que no podíamos entender, tenía un carácter parecido al de Victoria, pero nunca pudimos imaginar que en efecto eran iguales, ambas eran las herederas un futuro brillante, hubieran hecho cosas grandiosas de haber tenido la oportunidad.

Quizá con ella las cosas habrían marchado mejor, quizá los Altamira y los Caballero no estaban del todo destinados a ser enemigos pero alguien nos arrebató la oportunidad de averiguarlo, de darle a Nadia lo que se merecía.

—Bueno está claro que no podemos aventar a Pancho en esta guerra —murmura Maximiliano intentado salir de la sorpresa. 

—No pero pueden empujar a Epitacio contra Luciano por la muerte de su nieta —nos asegura Gabino—. Nadia no murió por una pulmonía, fue envenenamiento y según lo que sospechamos solo pudo ser una persona.

—¿Cree que fue Luciano? —pregunto y los tres asienten— Maldito hijo de puta, ¿cómo es que nosotros no sabíamos nada de esto? ¿cómo fue posible que nos lo ocultaran?

Pudimos haber hecho algo hace muchísimo tiempo, quizá habríamos evitado todas las desgracias que los cayeron encima y pudimos haber protegido de una mejor manera al hijo de Nadia, Pancho ha estado en peligro todos estos años corriendo solo por el campo. 

—Ya teníamos suficientes problemas, Victoria era una niña, apenas podía con su alma para ocuparse también de Nadia, hicimos lo que pudimos, le ofrecimos trabajo, un techo, pero ella se empeñaba en vivir en esa casucha sola en medio del campo, cerca de la que por derecho era su casa —replica Elisa. Creo que era el tirón de la sangre lo que hacía que Nadia se sintiera atraída hasta ahí, ya que la malagueña y la hacienda Altamira son propiedades vecinas—. Yo debí decirle quién era y dejar que se fuera contra Luciano. 

Sola jamás lo hubiera logrado, quizá con la ayuda de Epitacio pero la única que podría haberla sacado era Victoria, su alianza habría sido demasiado poderosa, habrían hecho temblar esta tierra juntas. 

—Ya es tarde para eso Elisa —intenta consolarla Silvia.

Pero esto no podemos dejarlo pasar así como así, ya hay una asesinato más que requiere justicia.

—Puede que no, ¿tienen pruebas del envenenamiento? —pregunto y don Gabino asiente—. Entonces hay que correr a la comisaría.

La única vez que estuve en el rancho fue cuando Victoria y yo éramos novios, me trajo a conocer a sus ponis, los mantiene aquí porque casi nunca tiene tiempo para ellos, en ese momento la casa estaba algo descuidada pero ya no, la remodeló completamente, me preguntó si fue antes del nacimiento de Vicente, aquí es a dónde pretendía mandarlo para que Tomasa lo criara como suyo, ese pensamiento casi me hace arrepentirme de dejarlo aquí. 

Dejo en la sala la última maleta de Marisela, ella ha permanecido pegada a mi, ni siquiera me dio un poco de espacio cuando Marcelo llamo, quería saber con quién iba a comunicar a Camila y terminé diciéndole toda la verdad acerca de los Montreal, eso la tiene aún más atormentada, no era mi intención revelárselo pero de igual manera alguien lo habría hecho más adelante.

—Aquí estarán bien, serán solo unos días —le digo para llamar su atención.

Está mirando alrededor, le gusta, siempre ha tenido cierta debilidad por la arquitectura de épocas pasadas, sobre todo el porfiriato, aunque al trabajar ella diseña para está época. 

—Mauricio, cuéntame que pasa con tu familia, por favor —dice aún sin mirarme a la cara. 

—¿Para que Marisela? ¿A quien le tienes que comunicar nuestros movimientos? —ahora si que mira.

Está furiosa, su cara ha adquirido un tono rojizo y aprieta la mandíbula, la conozco desde que era una niña, sé cuándo quiere golpear a alguien y también sé cuándo se siente mal y ella ahora está destrozada.

—¡Eres un imbécil! —me grita, afortunadamente los niños se fueron directamente a los establos o sería muy incómodo— Quiero ayudar, ya aprendí la lección, ya sé que ustedes son los buenos… por favor Mauricio, déjame redimirme, por lo menos tú dame esa oportunidad.

—No puedo dártela porque mis problemas no tienen nada que ver contigo —por una vez en los últimos días no tiene nada que ver con el dolor que hay a su alrededor—. Y no somos necesariamente los buenos, somos aquellos que intentan hacer lo mejor y nada más, esto no es un juego, ya no somos niños. 

Es gracias a todos esos momentos que tuvimos juntos de niños que intento comprenderla, en realidad, con ella es con quién más afinidad siento en este asunto, los dos éramos de oídos sordos a cualquier cosa que nuestros padres hacían, los dos conocemos esa traición.

—¿En alguno de esos juegos imaginaste nuestra vida así?

—Por supuesto que no, ninguno de nosotros Marisela, teníamos todo para ser felices.

Todos, por decirlo de alguna manera, teníamos futuros brillantes, llenos de oportunidades que la gente solo sueña con tener pero al final no importa, el dolor no distingue clases sociales o estratos, solo se da, es una consecuencia de ser humano.

—Entonces las conocieron a ellas y todo se fue al carajo —el rencor en su voz es insoportable.

—¿De quién hablas?

—Vanessa, Paola, Elizabeth, Amber… Victoria.

Entiendo el porqué ella las ve como las destructoras de nuestros destinos pero la verdad es que es al revés, ellas eran jóvenes llenas de sueños, inteligentes, bonitas, vivaces; esa vida dentro de ellas fue precisamente lo que nos atrapó, nosotros fuimos quiénes les quitamos y ella debería darse cuenta de eso.

—No Marisela, no fueron un error en nuestras vidas, ellas… tú, todos nosotros, somos víctimas de la ambición, de la avaricia, del odio desmedido de tu padre y de Heriberto Félix —porque estábamos destinados a vivir esto, nadie nos podía salvar de las decisiones que ellos tomaron, aún sin ellas hubiéramos sufrido, quizá en menor medida pero nadie podía evitar lo que estamos viviendo el día de hoy—. Solo hagamos el recuento, a Elizabeth y Luisana las mataron, Fernando quedó destrozado después de eso, a Marcelo le dejaron en una cama de hospital por años, a Amber le arrebataron la salud y a quien era sangre de su sangre, a Paola le quitaron a su hermana, Vanessa… a ella y Alberto les quitaron la felicidad, su dignidad y su orgullo, a ti te quitaron la oportunidad de conocer un amor bueno, correspondido —se encoge un poco al escucharme y lo que menos quiero es causarle más dolor pero alguien tiene que abrirle los ojos de una vez, ya no es una niña que creía que el mundo le pertenecía, ya es una mujer, ya debe saber que las cosas no se dieron, su padre diseño su vida solo a conveniencia propia, a él nunca le importo su felicidad, no hizo nada en todos estos años que aminorara su dolor ante el desamor de su marido, Octavio sabía perfectamente que Alberto jamás la iba a amar como ella necesitaba—. Y a mí… me quitaron la fe en mi padre, por momentos llegué a odiarlo, me siento sucio Marisela, fueron sus actos, yo no tengo la culpa pero aún así me siento responsable, me doy asco al saber que no hice nada. 

Mi padre ha intentado redimirse, me juró que lo haría y solo por eso le doy una oportunidad más, pero si yo llegará a enterarme de que sigue por el mismo camino no tendría piedad, ya no soportaría ese dolor.

—Y te daría más asco saber que yo no quiero hacer nada.

Se escucha firme al decir eso y yo pienso respetar eso, los dos tuvimos diferentes experiencias paternales, sin duda alguna ella resiente más esto por la cercanía que siempre tuvo a su padre, sé que no puede verlo tras las rejas pero también debería saber que ya no puede pensar solo por ella. 

—Es tu padre, es tu decisión, yo no puedo decirte que hacer pero me gustaría saber y les gustaría saber a los demás que has cambiado, por lo menos que entiendes el daño que se les ha hecho y que quieres compensar un poco de ese daño —porque me temo que si no lo hace entonces se quedará sola al final—. Si no lo haces por los que alguna vez fueron tus amigos y por aquellas chicas que conociste entonces hazlo por tus hijos que merecen un hogar tranquilo, por Camila quien ha sufrido horrores con la perdida de su madre, por… el hijo de Marcelo quien estuvo a punto de morir de tristeza y quizá también deberías hacerlo por la hija de Vanessa, quién está en el hospital por culpa de tu padre —y sabe que no son cuentos míos, ni un intento por martirizar a Vanessa—. Marisela no eres mala, te has equivocado muchísimo pero aún puedes salvarte —por lo menos rescatar su honor y su familia—. Mañana me comunico con ustedes, ¿quieres saber algo de…?

Sabe a qué me refiero. No me queda bien claro que es lo que siente en este momento por Alberto, sé qué estaban a punto de separarse pero eso no quita el amor que seguramente sigue sintiendo por él. 

—No, a menos que Alberto muera, si es así solo quiero que tú me lo digas.

Asiento, imagino que conmigo tendrá algún tipo de confianza, quiere que le dé una oportunidad y eso es lo que voy a hacer apenas vuelva, y de alguna manera también intentaré que Victoria lo haga, no tienen porqué ser antipáticas entre ellas, no porque mi esposa sea amiga de Vanessa tiene que repudiar a Marisela.

—Eso no pasará, voy a despedirme de mi hijo —pongo una mano sobre su hombro, le daría un abrazo pero temo causarle dolor o incomodidad en su brazo herido—. Y… yo confío en ti, Marisela.

Ella me mira a los ojos y asiente. Salgo de la casa y voy a los establos, la gente ya está preparando las sillas de montar para mi hijo, y aún así se le ve algo infeliz, él quería ver a los ponis con su madre, quería que ella le enseñará todo acerca de ellos.

—Vicente, ven aquí —lo llamo y viene corriendo hacía mi, se lanza a mis brazos y lo levanto en brazos—, ya me tengo que ir hijo tu mamá me está esperando, me necesita mucho en la casa, sabes que tenemos mucho trabajo.

—Dile que venga —terco como solo su madre.

—No puede venir hoy príncipe, pero si te portas bien quizá lo haga mañana —le doy un beso en la frente y vuelvo a dejarlo en suelo—. Hazle caso a nana Tomasa. Te quiero mucho.

Asiente y Camila se acerca a nosotros, toma su mano y lo lleva lejos. Por alguna razón se siente agradecida conmigo, cree que yo la ayudé a comunicarse con el hijo de Marcelo pero no es así, ni siquiera sabía bien a bien cuál era su relación con él, pero ahora lo entiendo; comprendo perfectamente su tendencia a meterse en problemas con los Montreal, lo trae en la sangre al igual que Luisana.

Tomasa se acerca a mi, está muy preocupada y yo también, a veces creo que no resistirá la presión que ponemos sobre ella, y a la vez sé que es más fuerte que los demás, haría cualquier cosa por nuestra familia.

—Mantén a mis niños con vida, no permita que no ese hombre les desgracie la vida una vez más —me susurra.

—Tendrá que pasar por sobre mi cadáver primero, se lo juro —le tomo la mano y se la beso, sé que no soy un consuelo para ella pero haré lo que pueda—. Cuide a mi hijo, solo usted sabe cuánto lo amo, cuánto he luchado por su felicidad, no permita que sepa nada, por favor.

—No lo hará.

Asiento y camino hasta donde está Pancho mirando a sus nuevas amigas, sin él probablemente Alexandra y Camila se habrían muerto de aburrimiento en las palomas, es un gran alivio tenerlo, nunca he entendido el cariño que le tiene Victoria pero ahora sé que está justificado, es buen joven, es él único que soporta sin preguntar.

—Te las encargo, a todas ellas —Pancho intenta sonreírme pero antes que pueda hacerlo las puertas del rancho se abren y entra la persona que menos esperaba ver.

—Mauricio, hijo, ¿estás bien? —es mi madre, viene hacia mi y me abraza, yo me quedo completamente quieto, ella no debería estar aquí.

—Beatriz… —dice una voz a mi espalda.

Marisela salió de la casa y está igual de sorprendida que yo, no esperaba la aparición de nadie y mucho la de mi madre que seguramente le recuerda todo lo que ha pasado.

—Marisela creí que tú estabas… —empieza a decir mi madre pero Marisela niega, sus hijas están muy cerca y podrían escuchar— está bien, ya hablaremos de ello —mi madre se enfoca en mi que sigo sin poder asimilar su presencia—. Mauricio tienes que ir de vuelta a la hacienda ahora, Victoria fue a ver a ese hombre, tu padre está allá y dijo que iba a hacer lo posible por ayudar pero temen llegar tarde, solo tu puedes convencerla de no echar a perder su vida.

Yo sabía que no debía quitarle los ojos de encima pero confíe, creí que ella prefería quedarse con sus hermanos hasta que despertarán pero eso ya no debe importarle en lo más mínimo, está decidida a matarlo.

—Gracias mamá —digo y salgo corriendo.

Está vez si tengo que salvarla.

Gracias por seguir leyendo.

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