64.- No sigas llorando

Si alguna vez creí que esto sería fácil estaba muy equivocada, ya ni siquiera recuerdo cómo es que antes me veía capaz de algo así. Suspiro y hago que mi hijo me suelte la mano, es como arrancarme el brazo pero es necesario, se le hace tarde y a mi también.

—No puedo ir contigo mi amor, lo siento —trato de consolarlo o de consolarme a mi, en el mejor de los casos.

—¡No quiero ir sin ti! —replica atrayendo la mirada de todos.

Si yo hubiera hecho eso probablemente mi padre me habría gritado el doble y me habría castigado de alguna manera, sin golpes y sin ningún tipo de tacto también; Rogelio y yo nos habíamos jurado que jamás le gritaríamos a nuestros hijos, que ellos recibirían un trato más amable pero he fallado, si le he gritado a mi hijo, también lo he castigado un par de veces, es parte de la educación de un niño, ahora lo entiendo y para sorpresa de los demás está vez no habrá nada de eso, ni gritos, ni castigos porque esto puede que sea una despedida definitiva.

Yo sé lo que es perder a un padre y todavía me duele mucho el saber que probablemente se fue de esta vida enojado conmigo, no voy a hacerle eso a mi hijo y tampoco a mi, no me iría tranquila. Me hincó como casi siempre para verlo a la cara, tomo una de sus manitas y la llevo a mi mejilla, solo así se concentrara en mis ojos.

—A veces no se puede tener lo que uno quiere, a veces las cosas buenas tardan en llegar y… solo tienes que esperar un poquitito y todo habrá terminado —veo en su rostro que no me entiende, y quizá sea lo mejor, ahora no tiene porque entender—. Escúchame bien Vicente, recuerda siempre que yo te amo, no permitas que nadie te diga que no es así, nadie tiene derecho a herirte —muevo su mano con la mía hasta que queda en corazón, siento sus fuertes latidos y recuerdo la primera vez que lo escuché, siento de nuevo ese amor abrumador que me estaba quemando, las lágrimas que me negué a llorar por la rabia que sentía— y pase lo que pase guárdame aquí, solo aquí. 

Quiero creer que no fui una madre tan mala, todo el tiempo que tenía se lo di, trate todos los días de echar a un lado mi odió para solo darle amor y sé que falle en muchas cosas pero no con él, a mi hijo le di todo lo que hubiera querido para mí.

Lo abrazo lo más fuerte que puedo, como si alguien quisiera arrancármelo de los brazos y así es, solo que su padre no lo hará a la fuerza.

—Es hora Victoria, tenemos que irnos —me dice Mauricio, volteo a verlo y no lo soporto más.

Quiero llorar, quiero con todas mis fuerzas hacerlo y suplicarle que me dé más tiempo pero sé que eso es imposible, yo misma me asegure de hacerlo así, porque si queda está vez Luciano si me matará para quitármelo y prefiero perderlo antes que darle a un dulce niño para que lo deforme.

Al final como si me estuvieran clavando un hierro ardiente en la piel, lo levanto en brazos y se lo entrego a Mauricio, ni siquiera me atrevo a verlo por última vez, en lugar de eso voy con mi nana, también tengo que despedirme de ella.

—Cuídalo bien nana, por favor no dejes que nadie le haga daño —le susurro al oído cuando la abrazo, tampoco dura lo suficiente.

—Si mi niña, se prudente por favor y tú recuerda que no eres como él, eres mucho mejor, eres buena. 

—Gracias por tener tanta fe en mi nana —al parecer es la única que no la perdió nunca—, en cualquier momento voy por él.

Esa es la promesa más grande que he hecho, la única también que no tengo la certeza de cumplir. Antes de salir mi nana me da un beso en la mejilla y también su bendición, quisiera también la de mi madre pero ella de ninguna manera me la dará, también me asegure de eso.

—¿Estás despidiéndote definitivamente? —dice una vocecita a mi espalda.

Había logrado evitar a Marisela lo más posible, está dispuesta a seguir molestando a todo aquel que se cruce en su camino pero yo no soy como Vanessa, educada e impasible, a mi no me puede amedrentar y mucho menos ahora que todo lo que la sostenía se ha derrumbado.

—Puede ser —le respondo dándome la vuelta para verla, tiene a su bebé en brazos, se ve ligeramente incómoda, le duele el brazo en dónde recibió el disparo y sigue con el brazo vendado, no alcanzo a imaginar que les dijo a sus hijas para justificarlo pero tampoco me importa, sus mentiras no me conciernen pero si sus hijos—. Tengo que hacerte una advertencia y esperó ser muy clara, te van a vigilar muy de cerca, los escoltas tienen órdenes de dejarte ir si es lo que deseas pero lo harás sola, los niños no van a ningún lado y si por alguna razón haces algo que ponga en peligro la vida de mi hijo y de tus hijos te juro que no habrá lugar en el mundo en dónde puedas esconderte de mi, te voy a encontrar y pagarás muy caras las consecuencias.

Eso parece sorprenderla un poco, aunque ya debería estar acostumbrada a las amenazas, quizá la sorpresa viene de que yo no soy nada de sus hijas, no tenemos ningún lazo aparente pero se equivoca, en este semana he llegado a quererlas, me ayudaron de alguna manera a no sumirme en el terror y eso se los voy a agradecer toda la vida, además está el trato que hice con sus padres, es por Mauricio también.

—Ya estoy pagando las consecuencias, no eres la única que está en el infierno.

Me permito sonreír un poco.

—No, yo soy el infierno.

Cada uno vive las penitencias a su manera, a ella le ha tocado esto, no soy quien para decir quién sufre más pero si sé que esto aún puede empeorar, quizá la tormenta para ella ya esté pasando pero para mí no, si tengo que alargarla un poco más lo haré.

—Marisela por favor sube a la camioneta —dice Mauricio, quizá se moleste por esa breve plática pero tenía que hacerlo. Marisela asiente y con solo una mirada más de desprecio sube a la camioneta. Mi esposo se acerca a mi toma mi cara entre sus manos, pega su frente a la mía, cierro los ojos—. Vuelvo en la noche, por favor quédate tranquila que ya encontraremos la manera de sacarlo de dónde quiera que esté escondido.

—Está bien —susurro sin abrir los ojos—. Te amo, Mauricio.

—No te despidas, deja de hacerlo.

—Dímelo una vez más por favor, no quiero olvidarlo —no voy a pelear con él, ya no.

—Te amo, Victoria —murmura y desaparece la distancia entre nuestros labios.

Lo beso con pasión, con anhelo, con temor pero sobre todo con amor, en ese beso le doy todo lo que me queda y le ruego al cielo que me deje vivir para volver a besarlo, para aunque sea mirarlo una última vez.

No abro los ojos cuando él se aleja, ni siquiera lo hago al oir que la puerta se cierra, no es hasta que escucho la camioneta a lo lejos que lo hago y contra mi voluntad corro, nunca los alcanzaría, caigo en la entrada de la casa con las manos abiertas, me quedo ahí un momento y entonces las lágrimas salen, un torrente interminable de dolor me hace gemir y gritar.

—¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! —de nuevo esas preguntas sin respuesta me asaltan cruelmente— ¡Maldita sea! ¡¿Por qué a mí?! ¡¿Por qué yo?!

Lloro un poco más hasta que alguien llega desde el otro lado, corre hacia mi y cuando espero que sea Juan José otras manos me levantan, la furia vuelve crece hasta lo imposible cuando veo su rostro, solo alcanzó a darle un puñetazo, después él sabe lo que quiero y lo evita, trata de no hacerme daño mientras me inmoviliza, si no fuera por su entrenamiento entonces también lo habría tirado al suelo y lo habría ahorcado hasta matarlo.

—¡Victoria cálmate! —me sostiene por los brazos solo con la fuerza suficiente para que no intente nada— No te pueden ver así.

—Suéltame, eres un hijo de… —lo hace y da uno pasos hacia tras, si no fuera porque conozco su cara de arrepentimiento seguiría queriendo matarlo— ¡¿Por qué no me avisaste?! Mis hermanos casi mueren por tu culpa, te dije que no perdieras de vista a ese maníaco, me fallaste Carlos ¡yo confíe en ti!

Eso por no hablar de lo estúpida y decepcionada que me siento, siempre deje que él me guiará por el camino, creí que hacía lo correcto al solo tenerlo a él en esa casa pero me equivoqué.

—Y no debes de dejar de confiar, lo que hizo Luciano no fue con Joel o los demás, lo hizo por su cuenta, intente avisarte pero no respondiste, hablé con Mauricio pero ya era tarde —dice con la voz cortada, también ha estado llorando y lo más seguro es que tampoco a dormido—. Lo único que yo podía hacer por ti en ese momento era tomar a todos tus testigos y llevarlos a un lugar seguro, ahora están en las peñas, esperando tus instrucciones, harán cualquier para librarse de él, no vine ayer porque no podía presentarme sin una solución para ti.

Eso me relaja solo un poquito, que Joel y los demás se hayan mantenido fieles es lo único que tengo como garantía de la verdad, pensé que ya los había perdido y sin embargo ahora no parece servir de mucho, no cuando las cosas no se arreglaran en un tribunal.

—¿Y que solución me propones? ¿Sabes en dónde está? —porque la policía no lo encuentra.

Mercado dice que reviso todos los túneles y cada propiedad que le pertenecía, nadie lo ha visto, dicen que probablemente ni siquiera llegó al pueblo pero eso no es cierto, fue él, no soy una loca que lanza acusaciones solo porque si.

—Claro que lo sé, iré contigo hasta ahí y vamos a acabar con él.

Puede que me esté traicionando, puede que si trabajé para Luciano, puede que crea que saldré de ese enfrentamiento mansa o muerta pero no será así. Si esto es una trampa de Luciano entonces caeré y lo va a lamentar.


—No sigas llorando —le exijo a Valentín.

Así lleva todo desde que Helena llegó aquí, todos estamos nerviosos, cada que sale o entra un médico a la habitación le preguntamos por su estado pero siempre dan una categórica respuesta: “estable” “sin cambios”.

Eso está a punto de matarnos, de no ser porque hemos visto que doña Elisa está relativamente tranquila ya nos hubiéramos consumido de la desesperación y las cosas no mejoran con Rogelio, quién por la noche al parecer entrara de nuevo al quirófano, dijeron algo acerca de los clavos que le pusieron en el brazo y hasta ahí escuché, no puedo saber más, no quiero.

—Le dije cosas horribles, estaba tan molestó con ella que no medí mis palabras y ahora está aquí, muriéndose… —dice Valentín en medio de hipidos.

No puedo culparlo por eso, yo escuché todo lo que le dijo y después intente defenderla, él estaba reacio a todo hasta que escucho del accidente, lo olvido todo y corrió hasta aquí, la vio salir pálida de la sala de cirugía y entonces empezó a comerse el cerebro por la culpa pero él no es culpable de nada.

—Ella no se va a morir, Valentín —le dice Maximiliano, quién por su propia salud mental intenta mantener la compostura, aunque le costó bastante trabajo después de escuchar lo que pasó con Victoria—. Ya basta de esto, Helena va a abrir los ojos y nosotros estaremos a su lado como siempre y en las condiciones que quiera. 

—Tú eres el único que la haría realmente feliz —me dice Valentín ignorando olímpicamente a Maximiliano.

Sé que en este momento los dos harían cualquier cosa por ella, incluso envolverme como regalo y dejarme al lado de su cama pero las cosas no funcionan así, y más les vale a los dos entenderlo.

—No Valentín, Helena es una niña, a veces no sabe lo que siente, me ve a mi como si fuera algo maravilloso pero no lo soy, no es real… —digo mirando a Maximiliano, él comprende lo que digo, él la consoló cuando parecía imposible— en cambio lo que tiene con ustedes si lo es, luchen por eso y olvídense de lo que escucharon.

—¿De que hablas? —pregunta una voz terriblemente rota y cansada.

—Victoria no es momento para esto —evito su mirada.

—No, dime de qué hablas —me exige pero no levantó la mirada y por si prefiere ir hasta los otros—. Valentín, Maximiliano, contéstenme.

Isela quién había estado inteligentemente quieta y callada en una esquina viene a darle la respuesta que espera. Isela también está Intentando tomar las cosas con calma, es la única que aparentemente también sabía todo.

—Helena desde que era una niña estuvo enamorada de Juan José o por lo menos lo que ella creía que era amor —Victoria desvía la mirada hacia mi, está vez aunque no quiero la veo a los ojos, o si no creerá lo peor de mi—. Hasta el día de ayer nadie más que Rogelio lo sabía, tu padre se lo dijo, él quería a Juan José para Helena —Isela le toma el brazo a Victoria para que no se acerque a mi—. Tú hermano no te lo dijo precisamente para evitar esto, no quería que tuvieran resentimientos entre ustedes.

Eso rompe algo más dentro de Victoria, se suelta de Isela pero se queda en medio del pasillo, también se le empieza a ver culpable.

—¿Cuánto daño le he hecho? ¿Cuánto daño?

Sé que no espera respuesta pero se la daré porque no es justo que cargue con eso, ya no puede soportar las penas del mundo en su espalda.

—No Victoria, ya no te atormentes así, ya habrá tiempo para que hablen bien de esto.

—No lo hay… yo… so… solo vine a despedirme. Ya se en donde está Luciano.

Eso es malo, tenía entendido que iba a ir a buscarlo, que esperaba encontrarlo, pero si sabe en dónde está entonces no tenemos mucho tiempo, yo temía que esto pasara por eso llame a la persona que iba a ayudarle apenas amaneció, no iba a dejar su vida tan a la suerte.

—Díselo a la policía —le pide Maximiliano, ella niega—. Entonces te quedarás aquí, no voy a permitir que vayas a buscarlo.

Todos nos quedamos un momento fríos, Victoria y yo siempre lo hemos visto como un niño, ahora ya nos demostró que no lo es, tiene el suficiente valor para darle una orden a Victoria pero no la suficiente fuerza para detenerla.

—Maximiliano, ¿sabes lo que me hizo? —pregunta Victoria tranquilamente.

—Escuche que él te… —es tan atroz y tan imposible para él imaginarlo, por eso no puede decirlo— por favor dime qué no es cierto —suplica.

—Pues lo es, todo es cierto.

—Entonces déjanos ir a nosotros a matarlo —Maximiliano se acerca a ella para tomarle las manos, es un gesto de hermanos, lo mismo ha visto a Rogelio hacer—. No soporto la idea de que les haya hecho tanto daño, de que te lo haya hecho a ti.

—Pues tendrán que soportarlo, todos lo harán —nos mira a todos detenidamente—. Son mi familia y por lo tanto no puedo permitir que les pase algo, Rogelio no me lo perdonaría, Helena no me lo perdonaría, yo no me lo perdonaría, por eso estoy sola en esto.  

—Si algo le pasa a usted ellos no nos lo perdonaran —dice Valentín poniéndose de pie, que bueno que a esto si este atento, aunque no sirva de nada.

—Ellos me conocen, saben que me negaría a su ayuda y sin embargo se las suplico, cuídenlos, que si me voy no tendrán a nadie más —se suelta de Maximiliano y camina rumbo a la habitación de su hermana—. Los quiero, aunque a veces pareciera que no.

Nos duele a todos escucharlo, porque sin duda su tono es de despedida, dolorosa y cruel, yo camino y tomo su mano antes de que pueda entrar.

—Ya vienen en camino —le informo esperando un milagro.

—Gracias —murmura y abre un poco la puerta—. Adiós, Juan José.

El milagro no llega.


Me di media hora para despedirme, ya llevo quince minutos, los primeros diez los gaste intentando no llegar nunca y los otros cinco los consumí mirando a mi hermana en la cama de un hospital.

A pesar de estar anestesiada y quieta me parece que nunca he tenido más miedo de estar cerca de ella, lo que dijeron allá fuera me pegó duro y sin duda llegó en el peor momento, yo no quería mirar atrás, pero lo hice y me doy cuenta de que soy una completa estúpida y egoísta que nunca supo ver la cara de adoración de su hermana, nunca quise ver más allá de lo evidente. 

Tragándome el nudo en mi garganta decido acercarme por fin, sus heridas según me dijeron eran en el abdomen pero también tiene varios raspones en la cara y en las manos, se ve tan frágil que ni siquiera me atrevo a tocarla por miedo, realmente tengo mucho miedo.

—Mi niña preciosa, mi amada paloma negra, todos estos años has logrado guárdame un secreto, uno que pudo consumirte, uno que debió hacerte odiarme hasta lo más profundo —la amo de una manera feroz y constante pero ese amor ahora parece que para ella solo fue dañino, nunca supe hacerle ningún bien—. Si lo hubiera sabido jamás te habría hecho pasar por esto, jamás lo hubiera mirado de saberlo, si me lo hubieras dicho… papá no tenía razón, nunca hubiera logrado hacer tu sueño realidad… —porque yo habría gobernado mis sentimientos pero no Juan José, él nunca me hubiera dejado por mi hermana, ni aunque se lo suplicara de rodillas y no sé cómo mi padre no sabía eso, no tengo idea de cómo es que creyó que lo lograría— papá probablemente ni siquiera hubiera aceptado lo que hoy tienes… era un hombre difícil pero te amo tanto, te amo más a que mi eso es seguro y por eso debes quedarte con lo bueno —¿y a quien engaño? Hablo de mi—. Olvida mis defectos y quédate con mi amor, por favor vive, y no sigas llorando… mis ojos se mueren sin mirar tus ojos, y mi cariño con la aurora te vuelve a esperar.

Le doy un beso en la frente e inevitablemente una lágrima cae sobre su rostro, pero ella no se mueve, lo único que me confirma que sigue viva son las máquinas, el registro del latido de su corazón.

Salgo de la habitación de mi hermana y mirando solo el suelo, sé qué los demás están ahí pero ya no voy a verlos, quién mucho se despide pocas ganas tiene de irse, ellos saben eso.

Llegó a la habitación de mi hermano, como esperaba está custodiado por dos agentes de policía que me ven como si fuera un bicho, no me dejan pasar. 

—Señora Caballero no puede… —empieza uno de ellos pero yo saco el documento que me dieron para evitar esto. 

—Puedo, porque hablé con él comandante Mercado en la mañana —le pasó el documento para que lo cheque, aunque yo voy a entrar, no importa lo que hagan para intentar detenerme—. Podrían llamarlo y pasar por una vergüenza o simplemente dejarme pasar y no hacer un escándalo.

—Está bien señora, solo cinco minutos.

—Gracias —me abren la puerta y paso rápidamente, antes que la cierren murmuro algo más—. Imbéciles.

—¿Escuchaste…? —dice uno de ellos pero ya no alcanzo a escuchar lo demás.

Me quedo completamente paralizada al ver a mi hermano, a diferencia de Helena él tiene múltiples golpes por todo el rostro, casi ni puedo reconocerlo y además tiene el brazo inmovilizado, me acerco a él y caigo de rodillas a su lado, me da mucho coraje verlo así.

—¡Dios mío! ¿Pero que te han hecho? ¿Cómo sobrevivirás así? —ojala que alguien pueda asegurarse de que no lo dejen ir a la cárcel en este estado o no podrá defenderse de lo que sea que hagan ahí con ellos—  ¡Maldita sea no se qué voy a hacer! No estoy segura de poder salir con vida, Rogelio solo a ti te puedo confesar que tengo mucho miedo, ya dejé a mi hijo, me desgarro las entrañas, cuando nació lo único que quería hacer era mandarlo a ese maldito rancho y ahora… no voy a volver a verlo, no voy a volver a oír su dulce voz gritándome, buscándome por toda la casa, pidiéndome que le cantará en las noches, pidiéndome que lo abrazara… No puedo soportar la idea de no volver a verlo nunca más pero muero de terror ante la idea de verlo en manos de Luciano.

Él no sabría cómo tratarlo, lo educaría de la misma manera en la que nos educaron a nosotros, con crueldad, sin compasión y mi hijo resistiría por supuesto, pero esa no es la vida que ningún niño merece, no es la vida que quiero para él, ni aunque yo estuviera a su lado en ese cautiverio podría salvarlo, Luciano tomaría su alma pura y la tiraría una y otra vez en la oscuridad hasta que nada bueno salga.

«—Cuándo Epitacio llego a decirnos la verdad creí que tenía una esperanza, creí que tal vez encontraría una manera pero no, no la hay —y lo peor es que siempre lo supe, esto nunca se ha tratado de mi padre, se trata de mi y de lo que él quiere que le de, aunque ni siquiera sepa que es— ¿Sabes? Cuando iba a terapias la doctora decía todo el tiempo: no es tu culpa, nada de lo que pasó es tu culpa. En ese momento yo sabía que tenía razón, ¿por qué sería mi culpa? ¿qué le había hecho yo? Nada, no había hecho nada, pero después invertí todas mis energías y mi tiempo intentando hacerle daño y no pude, siempre fue inútil… lo único que he ganado es hacerte daño, a todos pero ya tiene que terminar, está vez voy directo a su cuello, a su corazón, sin vaciladas, sin intentos de destruir su moral antes —porque ese hombre aparentemente no tiene nada que perder y yo si, y su muerte es la única cosa que me va a liberar, así me condene después—. Te lo juro, por nuestro amor, te lo juro… y Rogelio, tú también eres mi fuerza.

Está vez me levanto del suelo con lo que necesito para ir a meterme a la boca del lobo, para sellar mi destino de una vez por todas.

Salgo de la habitación y ya no hay nadie en el pasillo, por lo menos no hasta que llegó al final, mi madre me ve por un segundo da un paso hacia mi pero me alejo. La cachetada que me dio ni siquiera me ardió, lo que realmente me lastimo fueron mis recuerdos, por un momento me vi en el suelo del despacho, sangrando y con lágrimas en los ojos, regresé al día en el que perdí a mi padre, para mí él me dejó ese día pero ella no lo sabe, no sabe que también la perdí el día que decidió dejarme.

Yo tengo muchos resentimientos pero ninguno de ellos jamás ha sido lo suficientemente fuerte como para que yo dejé de amar a mis padres, así como nunca deje de amar a mi hermano, así como nunca deje de amar a Mauricio.

—¿Qué haces aquí? —pregunta sin intentar acercarse de nuevo.

—No voy a pelear contigo, se me hace tarde —paso a su lado, ella aprovecha para tomarme el brazo bruscamente.

—¿A dónde vas?

—A intentar solucionar esto —la jalo por el brazo, por un momento piensa que quizá le voy a hacer daño pero eso no es cierto, jamás le levantaría una mano a ella, la mano se me seca antes, si la jalo es para atraerla a mi y darle un abrazo—. Te quiero mamá, siempre te he querido y admirado, siempre he querido poder escucharte y entenderte, siempre quise poder dejar lo que era para ser la niña que soñabas.

Esa es la verdad que ella si conoce, porque la parte de ella que vive en mi es probablemente la que me sigue impulsando hacia delante.

—¿Te estás despidiendo? —murmura intentando verme a los ojos pero me ocultó.

No puedo darle la oportunidad de convencerme de no ir a enfrentarme con él, yo sé que puedo quedarme aquí y esperar pero no es lo que él quiere, Luciano vendrá tarde o temprano y me llevará haga lo que haga para intentar detenerlo, puede volar el maldito hospital y no sólo mi familia saldrá herida si no más gente inocente y yo no tengo material de heroína, si voy a entregarme voluntariamente es porque no soporto más sangre en mis manos.

—Me estoy disculpando. 

La suelto y salgo corriendo. 

Gracias por seguir leyendo.

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