60.- Muerto en vida

Y los sueños, sueños son.

Recuerdo a alguien recitando esa línea en alguna parte, realmente no sé de qué sea pero me parece apropiada al momento que estoy viviendo.

Los sueños no duran, los buenos momentos tampoco, si fuera así no los valoraríamos, no los guardaríamos en nuestro corazón con tanto anhelo, no lucharíamos para tenerlos de nuevo.

Todos los días luchamos, todos los días seguimos levantándonos y este no será la excepción, de hecho, ni siquiera dormí.

Al llegar Mauricio y yo teníamos varios mensajes de la cuidad de México, tal y como Alberto lo dijo la última vez que le vi, era cuestión de tiempo para que su suegro mostrará su verdadera cara, lo único que no pensé es que las consecuencias serían tan terribles. 

—Mauricio, ¿estás bien?

Veo que se limpia las lágrimas antes de que salgan, está muy mal, para él Alberto y Fernando son como su familia, le duele mucho saber que ellos están así, que pueden morir y que él no puede hacer nada para salvarlos, y yo tampoco puedo hacer nada. Todos estos años todos nosotros hemos trabajado para tener un patrimonio que nos ayude en estos casos pero el dinero no nos sirve de nada, porque ni teniendo la mejor atención médica nos dan esperanzas, estamos atados de manos.

—No, ¿cómo se lo voy a decir? Alina no lo soportará.

No lo creo, Alina es fuerte, aunque no lo parezca y aunque la hayan protegido toda la vida de esta situaciones se va a sobreponer.

—No tenemos elección, ella no la tiene, si Alberto no sobrevive… —Mauricio se encoje, es lo que manos quiere escuchar— lo siento, sé qué te duele pero Alina es su hermana, Priscila su madre, merecen estar a su lado en este momento —suspiro y cuando voy a ir a abrazarlo tocan la puerta, debe ser ella—. Adelante.

Cuando la puerta se abre Mauricio se pone de pie, Alina entra con una gran sonrisa, está radiante está mañana lo cual solo me manda una punzada de dolor en el corazón, no deberíamos quitarle la alegría que siente. Desde la muerte de su padre ella no había sonreído de esta manera, esto será un golpe más duro todavía. 

—Que mala cara, me mandaron a llamar pero parece que es un muy mal momento, mejor vuelvo en un rato… —Mauricio carraspea para interrumpirla.

—No, se trata de Alberto, él está… —se le corta la voz.

Alina pierde rápidamente la sonrisa y se tensa, camina hacia nosotros preocupada, ya sabe que algo va muy mal.

—¿Está qué, Mauricio? Contéstame —exige pero mi marido no es capaz de hablar.

—Ayer hubo un operativo —me adelanto a decir para llamar su atención—, fue para capturar a Octavio, el proceso Fernando y Alberto resultaron heridos… Tú hermano podría no despertar.

Alina se queda muy quieta mirándome, quizá buscando en mirada algo que me delate pero estoy diciendo la verdad, nunca jugaría con algo como eso.

—Tengo que irme —susurra dando unos pasitos hacía la puerta—, yo no puedo permanecer un segundo más aquí.

Antes de que llegue me pongo en medio, no la dejaré salir hasta que esté segura de que puede con esto, no puede ponerse histérica, eso no le ayuda a nadie.

—Alina mírame, tienes que calmarte —le tomo por los hombros para que se quede quieta—. Alberto va a sobrevivir, ve con él y no te preocupes por nada más, yo me haré cargo de las niñas el tiempo necesario, te juro que nadie las va a a tocar.

—Lo sé, yo lo sé —inhala y exhala para internar calmarse, cuando su respiración se calma la suelto solo para poder abrazarla, así sabe que no está sola—. Voy por mi madre y salimos rápido pero las niñas no pueden saberlo, por favor Victoria, no se los digas.

Asiento y la suelto, eso es algo que ya se había hablado, Fernando me había dicho que pasará lo que pasará yo no debía hablarles de nada, mantendré esa promesa hasta el momento que me indiquen lo contrario. 

—Por supuesto, ve y mucha suerte, llámame apenas pongas en un pie en el hospital —me hago a un lado y abro, Alina sale rápido, pero no puede ir sola—. Acompáñala a la finca esta muy nerviosa —le digo a Mauricio.

Yo aquí no lo necesito, además yo sé que quiere acompañarla lo más que se pueda. Él solo asiente y pasa rápido junto a mi, los sigo hasta la entrada y sin más que una última mirada Alina y Mauricio se van.

Suspiro, aunque lo que quiero es gritar, el aire fresco me llena los pulmones y cuando estoy por darme la vuelta para regresar a casa, veo a alguien venir por el camino principal, es Sergio, viene con calma pero algo me parece terriblemente mal, por eso bajo corriendo para ir a alcanzarlo, apenas me ve se detiene y yo también lo hago cuando veo lo que trae en las manos.

—¿De dónde saco eso? —señaló con el dedo tembloroso el ramo de dalias negras que sostiene,

—Anoche dejaron esto en la puerta de la casa, solo tienen una nota con su nombre. 

Me acerco para quitárselas, veo la nota, conozco la letra, conozco la firma, son de Luciano.

—Trae a mis hermanos, ahora. 


Si creí que decirle a Alina que Alberto estaba en el hospital era difícil, lo fue más decirle a Priscila, estaba alterada, me echo por un momento la culpa, de no ser por Alina quizá me hubiera arañado la cara, aunque eso no me importa, lo que quiero es que salgan de aquí rápidamente, por suerte no hay necesidad de que empaquen.

La madre de Alberto sube a la camioneta sin decirme nada, yo trato de ignorarla mientras le doy órdenes a los escoltas, las mismas que ya había comunicado Paola, ella es la que lleva el poder de los Escalante en este momento, si no estuviera de nuestro lado no sé qué haríamos, conmigo aquí sin poder moverme y con Marcelo escondido ya nos hubieran hecho pedazos.

—¿Puedes despedirme de él? —pregunta Alina a mí espalda.

Me doy la vuelta, al principio no entendía pero después de pensarlo un poco comprendo, sé lo que quiere, pero no creo ser la mejor persona para ayudarla. 

—¿Por qué no la haces tu misma? —es cierto que no tenemos tiempo pero Juan José no tardaría nada en venir, no si ella lo llama.

—Tengo miedo, estoy aterrada Mauricio, si lo hago… no lo sé, no puedo lidiar con mis sentimientos en este momento.

En efecto, está muy asustada, lo escucho en su voz, incluso en la manera en la que se abraza así misma, parece tan desprotegida en este momento que solo quiero irme con ella pero no puedo, porque eso significa dejar aquí sola a mi esposa que también me necesita.

—¿Le amas?

—¿Uno se puede enamorar en menos de una semana? —asiento, yo me enamore en cuestión de segundos— Si bueno, quizá, pero tú sabes que en toda mi vida no le permití a nadie meterse en mi alma, desde que era una niña yo me alejé del amor porque no quería ser igual a la gente que me rodeaba… y ahora tampoco puedo, no sin antes poner mi vida en orden —eso tiene sentido y también le dará oportunidad a Juan José de pensarse las cosas—. Tengo una obligación con mi hermano, necesitamos mantener a flote lo que somos para que esto realmente valga la pena.

—La valdrá… —quizá no debería pero creo que ella necesita algo bueno a lo que aferrarse para seguir adelante— Alina, él es un buen hombre, no dudo que sienta algo por ti.

Todos pudimos verlo anoche, en esta semana, desde la primera vez que la miro, quiero creer que Juan José no la va a lastimar.

—El tiempo me lo dirá —intenta sonreír pero no tiene fuerzas para eso—. Mauricio, cuídense, no soy tonta, sé qué algo pasa, sé también que no me lo dirás pero si me necesitas te ayudaré.

Aunque ella pudiera hacer algo no se lo pediría, Victoria tampoco, sabemos que está guerra es solo nuestra. 

—Gracias por la oferta, Alina —me acerco para darle un rápido abrazo y después solo la ayudo a subir a la camioneta, cierro la puerta y voy a hablar con él copiloto—. Sácalas por la autopista, no te detengas a menos que sea absolutamente necesario y recuerda bien que solo puedes dejarla una vez que esté dentro del hospital, ahí te vas a reportar con la licenciada Paola Rocha.

—Entiendo, señor Valencia.

Veo como desaparecen, no siento ningún alivio, al contrario, siento un tipo de aprehensión en el pecho que es cada vez más insoportable. Mi teléfono suena sacándome un susto, y todavía me asusto más cuando veo el nombre del contacto, él pocas veces me llama a mi. 

—Carlos, ¿en dónde has estado? Esperábamos noticias ayer.

No me responde de inmediato, se escucha como si estuviera agitado, eso me hace sentir aún más preocupado.

—Señor Valencia van por ellos, Luciano salió… —se detiene, está muy alterado— Va por la señora Victoria.


Volví al despacho solo para gritar más, doy órdenes a todos, saco todavía más armas, estoy temblando pero no puedo detenerme a pensar, si lo hago sólo voy a volverme loca.

Veo a mis hermanos ambos estaban tensos al llegar aquí, algo pasó y Helena ha estado llorando, veo sus ojos hinchados y el gesto de dolor y coraje, también parece incómoda y se niega a verme a la cara. 

—No pueden separarse de los niños, no pueden salir de la casa por ningún motivo, ni siquiera pueden acercarse a las ventanas, ¿me entienden? —tanto los escoltas como mis trabajadores asienten, sé qué los estoy poniendo nerviosos pero puedo dejar que anden por ahí a ciegas, es justo que sepan que todos estamos en peligro— Disparen a matar, sobre todo si saben que es gente de la hacienda Altamira.

—Si patrona —responden prácticamente al unísono y todos salen dejándome a solas con mis hermanos.

—Esto parece excesivo, Victoria —me dice Helena.

Ya sé que parece que me he vuelto loca pero las flores me sacaron de mis casillas, las dalias negras solo me recuerdan a la muerte, ya no soporto verlas en todos lados, es como si él estuviera aquí también, lo siento cerca aunque nadie me haya llamado para confirmarlo.

—No voy a dejarlo a la suerte… ¿y tú qué tienes? ¿por qué has estado llorando? —Helena se remueve incómoda en su asiento, voltea a ver a Rogelio, la evita, esto no me gusta, pero no dejan externarlo, tocan la puerta y no sé porque pero no quiero negarme a ver a alguien— Adelante.

—Doña Victoria, el señor Sandoval está… —Milagros se ve interrumpida cuando Epitacio pasa por delante de ella hasta meterse en mi despacho.

Me hubiera negado, no me apetece verlo, ya no quiero saber más del odio que han llegado a tenerme, merecido o no ya no quiero escuchar nada. 

—Retírate, Milagros —ella me hace caso, sabe que estoy enojada y no quiere ser parte de esto— ¿Qué quiere? Ahora no tengo tiempo para sus reclamos ni para sus insultos o cualquier tipo de veneno que quiera tirar contra mi.

—Luciano está afuera, ¿lo sabes?

Mis nervios vuelven a dispararse, escucho un pitido en mis oídos pero aún así aprieto la mandíbula, no voy a temblar de miedo delante de él.  

—Si, ya lo sé —respondo fríamente.

Rogelio y Helena si se dejan ver afectados, por supuesto saben que yo ignoraba todo esto pero se quedan callados, no pueden dar un paso distinto al que yo de.

—Vendrá por ti.

—Si, eso también lo sé, lo que me intriga es porque usted lo sabe.

¿Por qué de todas las personas que pudieron venir a advertirme vino precisamente él? ¿Y por qué lo hace? No gana nada, quizá hacerme daño pero sabe que no lo voy a demostrar.

—Por esas flores —me las señala pero niego a verlas, no me va a volver loca—, ¿qué problema tienes con él?

—Mato a mi padre.

—Ahora tú vas a matarlo a él.

Bueno si ya lo sabe no tiene ningún caso negarme.

—Si, eso haré.

—Victoria, cuidado —me advierte Helena acercándose a mi.

A Epitacio parece sorprenderle que mis hermanos vengan a rodearme, sé qué yo soy quién tiene que protegerlos pero a veces yo también los necesito, si no me sostienen puedo morir antes de llegar al final.

—No te preocupes muchacha, no vengo a lastimarlos, quiero ayudarlos —dice eso como si le estuviéramos sacando la verdad con cuchillos—. Escúchame por favor, no le hagas nada o caerás en su trampa, acaso aún no has podido entender lo que pasa.

—No, ya no entiendo nada, ahora todo lo que veo es sangre, odio, ahora la niña que conoció definitivamente está muerta, ya nadie puede salvarla de su destino —me lo han demostrado muchas veces pero esta vez ya no puedo negarlo o tratar de evitarlo—. Usted me dio la espalda cuando lo necesitaba, deje de quejarse porque esto también es su culpa… me dejó enfrentarme sola y ciega a esto. 

No está bien que lo culpe pero yo creí que tendría aunque sea un poquito de apoyo de su parte, yo no le pedía nada más que estuviera cerca, que alguna vez me diera una palabra de aliento, una mano amiga, solo quería sentir que aún tenía a un padre.

—Si no me he acercado a ti es para evitar que te haga más daño, entiéndelo niña —y el tono tan dolorido en el que me lo dice me hace retroceder, así como lo hacía con mi padre—. Has permitido que ten ganen, su plan siempre fue corromperte, hacerte su arma en contra de tu familia, en contra de tu padre. 

—¿Sabe lo que paso con mi padre —la manera en la que dijo padre sonó extrañamente fría, hasta me atrevería a decir que con rencor pero es imposible en Helena— y los Altamira?

Epitacio lo piensa un momento, quizá está por arrepentirse pero no puede, no lo vamos a dejar salir de aquí hasta que nos cuente todo, debe verlo en fondo de mis ojos porque aclara la garganta para hablar.

—Se trato de una mujer, mi hija Dalila —Helena murmura una maldición por lo bajo, Rogelio se pasa la mano por el rostro, siente lo mismo que yo, desesperación pero al parecer estamos equivocados—. Nunca fue nada de tu padre, él la quería como a una amiga solamente, decía que le recordaba a su hermana.

—Entonces, ¿qué pasó? —pregunta mi hermana, está es la historia que lleva persiguiendo la mitad de su vida.

—Conoces la historia, se casó con un español, Enrique Estévez, fue ahí que empezó todo esto —suspira con pesar, le duele y casi siento lastima por él—. Dalia no lo amaba pero se caso con él porque tenia mucho dinero, dejo plantado a Rosendo; tú lo recordarás como un hombre malo, sin escrúpulos y sin honor pero no siempre fue así, amo profundamente a mi hija pero a ella le ganó la ambición, deseaba más y más pero aún así nunca pudo deshacerse de sus sentimientos por Rosendo, se veían en secreto, tuvieron una hija.

Entonces por eso tanto odió, perdió todo y lo perdió con la ayuda de mi padre, ahora mismo no estoy segura de lo que siento, no sé por quién compadecerme, lo que si sé es que mi odio si tiene fundamento, los problemas de Rosendo eran con mi padre, bien pudo dejarnos a nosotros en paz, y Luciano, él tampoco tenía derecho a herirnos, siempre he dudado del amor que supuestamente sentía por su hermano, yo sé que no le quería como yo quiero a mis hermanos, él tiene un resentimiento diferente, nunca hubiera hecho esto por su hermano y tampoco por la niña, a quien me gustaría conocer, saber si puede ayudarme. 

—¿En dónde está esa niña? —Epitacio no esperaba esa pregunta de mi.

Es que en realidad a mi no debería importarme, pero lo hace y yo sé que Epitacio quizá intérprete mal mis intenciones pero no pretendo hacerle daño, no si mi papá dio su vida por ella, no le voy a faltar a él.

—No lo sé, tu padre se la llevó y nunca dijo a nadie a dónde —y me lo confirma la cara de mi hermano—. Sabía que tanto Rosendo como Enrique les servía como un arma, mi hija sabía que sería una mala madre, por eso simplemente la dejo ir y después se dejó morir.

—¿Y por qué Rosendo mató a mi padre hasta después de tanto tiempo? —inquiere Rogelio.

—Nunca lo entendí, me llegaron las dos noticia juntas, la muerte de Enrique Estévez y la de tu padre —lo que solo significa que los dos tuvieron al mismo asesino—. Quizá Enrique se lo dijo a Rosendo antes de morir… yo no podía decirte nada, Victoria, no sin que salieras corriendo a matarlo, exponiendo a toda tu familia y posiblemente a mi nieta… además tú padre no quería involucrarlos, tenía planeado llevarme el secreto a la tumba hasta que vine para ver a Sergio y vi esas flores… puedo asegurar que no sabes lo que significan… —lamentablemente el experto en flora y fauna es Rogelio— y realmente no quiero ni puedo imaginar lo que hay entre Luciano y tú, quiero creer que es solo el odio que se ha generado por lo que pasó la semana pasada… pero si no es así… el que te haya mandado esas flores solo puede significar que le importas… que tiene la misma obsesión que tenía Rosendo por mi hija. Tú eres su Dalia. Su florecita —me estremezco al escuchar eso, es imposible que él sepa lo que me hizo, lo que me dijo el otro día—. Vicente les robó una hija, ellos juraron que harían lo mismo.

Solo que aquí hay un problema, no soy Dalia, no quiero lo mismo que ella, no me voy a rendir como lo hizo, no voy a entregar tampoco a mi hijo.

Por inercia volteo a ver las dalias en mi escritorio, como Epitacio lo dijo, no sé lo que significan, no sé si quiera averiguarlo, pero si salgo viva, esas mismas flores dejaré sobre su tumba, porque para mí esos pétalos rojos solo son una promesa de sangre.

Que se cumple antes de lo que tenía esperado. El teléfono fijo suena, yo me atrevo a contestarlo, Rogelio es quien lo hace y toda mi vida recordaré la expresión en su rostro, es como un muerto en vida, la perdida de su luz y su dolor me estrujan el corazón.

Ha empezado la revancha de Luciano y pretende que su primera víctima sea Rosa Isela. 

Gracias por seguir leyendo.

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