Capítulo 8: Los brujos de Salírico
Don Arias nunca fue tan precavido para caminar por las calles hasta el día que siguió a la ejecución de la antigua reina. Y es que Felipe, una vez consumado el acto, dio un discurso que dejó a todos con grandes temores dado su tono amenazador y serio.
—Como ustedes ven, así terminarán los traidores a mi reino y no habrá consideraciones. Bien saben que ella era mi cuñada y su ejecución se llevó a cabo porque la justicia es para todos, sin importar su posición social —argumentó para excusar su actuar, sin dar aún las razones de fondo que lo llevaron a tomar aquella determinación—. De ahora en adelante nadie hablará mal de mi gestión, porque para eso están mis enemigos. Endureceré la vigilancia con mis guardias y, sobre todo, se llevará a cabo una búsqueda exhaustiva en la que todos deben cooperar, si no, ya saben las consecuencias. Necesito encontrar a quienes llamaban los Brujos reales lo antes posible. Todo aquel que sepa algún dato, debe presentarse en el palacio a la brevedad e informar. A cambio, tendrá la satisfacción de ayudar a engrandecer este reino, por lo que será considerado para las decisiones futuras. Asique, Brujos, si me escuchan, si están aquí ahora, sepan que pronto los encontraré.
Una vez que terminó su discurso, tomó firmemente de la mano a su mujer y se marcharon con la custodia de sus guardias para evitar las represalias del pueblo. Felipe mantenía su postura altiva y orgullosa, mientras su mujer, avergonzada de la situación, no se atrevió a mirar a nadie a los ojos, atónita aún por la ejecución de una mujer que, se creía, tenía inmunidad ante la ley por su estatus. Y fue bueno que no levantara sus ojos, porque sus súbditos tomaron la mirada de su rey como una segunda amenaza, cargada de cientos de advertencias que los obligaron a guardar sus lágrimas para después.
El cuerpo de la antigua reina estuvo expuesto al público en la plaza por una semana completa, en la que nadie se atrevió a siquiera tocarla o mirarla directamente, temerosos de ser maldecidos por el espíritu en pena de la mujer. Muchos deseaban con fuerza poder rendirle honores, dejarle las flores y rezar para que se encontrara con su marido en el más allá, pero debido a la perpetua vigilancia de los guardias, todos se abstuvieron de presentar sus respetos, lamentando que ella tuviera un deceso tan poco digno.
En cuanto el cadáver fue retirado sin que nadie supiera dónde sería enterrado, los guardias endurecieron sus medidas y comportamiento en consonancia con las palabras de su rey. Buscaron por todos los rincones del reino a los Brujos reales y en cuanto les llegaban comentarios de sospechas de su paradero, se dirigían inmediatamente al lugar. Decenas de personas fueron apresadas injustamente debido a acusaciones de brujería infundadas, quienes permanecían por días en las celdas más oscuras del calabozo a la espera de una confesión. Sin embargo, transcurrieron los meses y nadie confesaba por voluntad propia, por lo que Felipe optó por recurrir a métodos más duros con violencia de por medio, ignorando que los verdaderos brujos permanecían en la periferia de la ciudad, siempre atentos a todas las noticias y a sus propias predicciones para actuar con antelación.
Pese a lo que sucedía al interior del palacio, en las profundidades de los calabozos, los ciudadanos, si bien reportaban sus sospechas, no tomaban en serio aquel tema. Para la gran mayoría, era mucho más urgente encontrar marido para las hijas, dinero para mantener la familia o los materiales para reconstruir las casas destruidas por el incendio. Sin embargo, aquello cambió con la nueva medida del monarca, que dio a conocer a todos sus súbditos con hechos.
Fue como revivir la ejecución de la antigua reina. La única diferencia era que ya no se trataba de una sola persona, sino que de diez, y no morirían en la horca, si no que quemados en la hoguera. Igual que la vez anterior, no dio explicaciones previas, simplemente dio la orden de encender las llamas ante las miradas atónitas de los pobladores y familias destrozadas al reconocer a sus familiares entre los ejecutados. Fue algo más lento y escandaloso que la vez anterior. La plaza se llenó de gritos de dolor y terror ante lo que se presenciaba, otros pocos rezaban guiados por los sacerdotes presentes que rogaban por el perdón de los pecados de los que estaban por fallecer. Cuando los ejecutados fueron declarados muertos, Felipe llamó la atención de sus súbditos y simplemente dijo:
—Esto es lo que les pasará a los brujos por ejercer su magia para llevar el reino de mi hermano a la gloria mientras los demás sufrían. Por no presentarse voluntariamente a ayudar y apoyar el desarrollo de sus conciudadanos a través de consejos para mí como su rey.
Con ello el monarca de semblante serio y frío tomó firmemente la mano de su mujer y juntos se marcharon de regreso al palacio, lejos de las quejas y llantos de desconocidos. El siguiente en tomar la palabra fue uno de los guardias de palacio de más alto rango, quien transmitió a la población las nuevas medidas emanadas por el rey. Desde ese momento cualquier persona que ayudara a ocultar a un brujo o hereje, sería castigado con la pena de muerte, pues bien eran conocidos los deseos Felipe por tener a sus propios consejeros que hagan uso de la magia, a pesar de la negativa de la iglesia. Por ello, cualquier acción para ocultar a alguien poseedor de esos poderes sería considerada como alta traición a su majestad.
—Sabemos que los Brujos que sirvieron a Aarón siguen con vida y no descansaremos hasta encontrarlos. Estas ejecuciones son su advertencia, súbditos de Cristalírico.
Con esas declaraciones se abrió una nueva era en el reino. Si la desconfianza ya había sido sembrada antes, ahora se cosechaban sus frutos, pues todos se miraban con sospechas. Las mujeres que aún no encontraban marido, imposibilitadas de trabajar por su cuenta por las leyes actuales, visitaban hogares de amigos con la excusa de hacer vida social, cuando la realidad era ver si dentro de la casa había signos de estar ocultando a algunos de los miembros de la familia Arias. Por su parte, los verdaderos brujos ya no sabían qué hacer, la situación se volvía lentamente insostenible producto de la gran culpa que sentían al ver a tanta gente morir por culpa de ellos. El jefe de la familia era quien más sufría con las circunstancias, pues su educación de siempre ayudar a la gente con sus poderes acudía a su mente como un permanente recordatorio de que estaba yendo en contra de sus principios. Sin embargo, por más que quisiera seguirlos, debía abogar en primer lugar por su hija, nuera, nieto y el príncipe, quienes lo necesitaban aún por ser el único hombre de la casa con posibilidad de trabajar.
Tanta fue la desesperación de Felipe por encontrar a los Brujos reales, que extendió su búsqueda a los reinos vecinos, llegando pronto la noticia a su suegro Rafael, el rey de Salírico, quien, en un acto de apoyo a su yerno, dio un discurso desde su balcón para alertar a la población de estar atentos a cualquier brujo o hereje. Resaltó que podrían haber huido a sus tierras en busca de asilo para huir de Felipe, que muy probablemente estaban causando daño a la población común, por lo que era preciso encontrarlos cuanto antes para que en Cristalírico les dieran su castigo merecido. Rafael era un hombre ya mayor con pensamientos altamente a favor de la iglesia, por lo que cualquier acto de brujería él lo castigaba con la muerte. Pensando que su yerno quería hacer lo mismo, puso a sus mejores guardias a recorrer su reino en caso de que los Arias efectivamente se estuvieran ocultando entre sus súbditos, ignorando por completo que Felipe los ansiaba para su propio beneficio.
Con todo el revuelo producido, la noticia naturalmente llegó a unos brujos que habitaban en la ciudad de Salírico, una estirpe de apellido Bastías que se mimetizaba con los demás pobladores a través de sus trabajos en la minería para los hombres y la costura para las mujeres. Durante el día fingían ser un ciudadano común, pero por las noches sacaban a relucir sus dones relacionados con la magia, con la que entraban en contacto con otros seres para dedicarse a sus verdaderos oficios: tomar venganza. Pocos eran los que sabían este secreto, el cual era más conocido entre las personas con el suficiente dinero como para pagar las altas tarifas de la familia. Por lo general pedían los servicios de los Bastías cuando sentían que su honor fue afectado gravemente por alguien más y, al no querer tomar justicia con sus propias manos para no ensuciarlas de sangre, ni tener la paciencia necesaria para esperar a que los jueces dieran su veredicto, acudían a estos brujos para que hicieran sus maldiciones. Las víctimas nunca sabían que la razón de sus desgracias era a causa de la magia negra, simplemente aceptaban el mal porvenir como un castigo divino del que nadie tenía posibilidad de mediar para apaciguar sus efectos. Por ello, eran conocidos como los mejores restauradores de honor, pues nunca habían sido descubiertos.
La suerte de los Bastías cambió radicalmente cuando se dio el anuncio, ya que, si bien las familias que habían solicitado su servicio temían represalias, tenían más miedo del castigo que su rey les daría, pues él era, junto a los sacerdotes, los mediadores del cielo y la tierra. Por ese motivo, no dudaron en acudir a los guardias reales ocultando sus identidades para delatar a la familia conformada por la pareja y tres hijos, todos varones. En menos de una semana fueron apresados y desterrados de Salírico en un acto público a las afueras del palacio, donde el rey Rafael afirmó que, de no ser por los requerimientos de su yerno, les habría dado la sentencia de muerte inmediata. Fueron sacados del reino en medio de abucheos del público, quienes aprovecharon la situación para descargar sus frustraciones lanzando piedras y alimentos podridos a quienes consideraban lo peor de la sociedad.
Los Bastías llegaron a Cristalírico escoltados por los guardias de Salírico, quienes se retiraron en cuanto dejaron a los brujos en manos de los guardias reales de Felipe. Los Arias vieron la llegada de esta familia con total conmoción, sintiéndose culpables de que, por buscarlos a ellos, hayan salido desconocidos afectados por los mandatos de un rey que quería superar a su hermano. Felipe los recibió ese mismo día y los estudió de pies a cabeza mientras los cinco desconocidos se mantenían de rodillas frente a él, con su mirada en el suelo. Claramente no se trataba de los brujos que él buscaba, pues la familia que ayudó a Aarón había perdido a su hijo mayor en la guerra y a la madre en el calabozo del palacio producto del castigo de golpes que él mismo le propinó. Pensó en sentenciarlos a muerte como su suegro esperaba, acción que su esposa animaba, pues desde pequeña temía los efectos de la magia negra. Sin embargo, Felipe decidió darse un tiempo para interrogar a los afectados y conocer sus poderes, quedando inmensamente sorprendido cuando supo que la especialidad de ellos era la venganza.
—Si bien sabemos hacer varias cosas, las venganzas siempre ha sido nuestro mejor negocio, si se me permite hablar así, mi señor —explicó el padre de la familia, usando el tono más solemne y respetuoso que le fue posible, a pesar de que lo único que quería era usar sus poderes para afectar a quienes los traicionaron. De hecho, como sus labores eran riesgosas, mantenían una hoja con la lista de nombres de todos quienes han solicitado sus servicios y contra quién lo han hecho, por lo que le sería fácil vengarse de sus delatores.
—¿Cómo hacen sus venganzas? —Preguntó Felipe genuinamente interesado.
—Cariño, lo mejor es dar la sentencia inmediata ¿para qué quieres saber más? —Inquirió su mujer con voz temblorosa por el nervio que sentía. Incluso saltó en su lugar de miedo cuando uno de los hijos alzó la vista y cruzó la mirada con ella.
—Aarón tuvo a sus brujos y le fue bien. ¿Por qué yo no puedo tener los míos?
—Va en contra de las sagradas escrituras. Mi mismo padre los envió para que seas tú quien los ejecute...
—Tu padre no tiene por qué enterarse de lo que pasa aquí.
Una sola mirada amenazadora bastó para que la reina se sintiera advertida. Guardó silencio por el resto de la conversación con los brujos, temiendo que su marido tomara represalias con ella a pesar de ser su propia esposa. Entonces recordó lo que sucedió con la antigua reina ¿quién le aseguraba que no tomaría alguna acción así con ella sí sentenció a su propia cuñada? En momentos como aquellos sentía que ya no conocía a su marido. Se casó con un hombre que aseguraba que no le importaba no llegar a ser rey nunca, que se mostraba cariñoso incluso en público y paciente con respecto a la llegada de los hijos. Ahora estaba con un desconocido, víctima de la codicia que lo estaba llevando a no gobernar con la mayor sabiduría, pues seguía dejando de lado a sus súbditos por su bien personal. Aunque ella no fue educada para gobernar, no le hacían falta grandes lecciones para saber que Felipe lo estaba haciendo mal y no se atrevía a hacérselo saber.
—Continúen —pidió el rey cuando su esposa ya había detenido sus preocupaciones.
—Son variados los métodos, mi señor —continuó el mismo hombre—. A veces solo son maldiciones sencillas para que a alguien se le queme la comida o se le rompa su mejor ropa. Otras son más graves, como la quiebra de un negocio, la traición de amigos o lo que la persona que pide la venganza solicite. También hacemos males de ojo para causar las enfermedades más extrañas o con las curas más costosas que pueda imaginar. Todo es relativo a la razón por la que se pide nuestro servicio y al interés del solicitante.
—¿Qué más saben hacer?
—Bueno, aunque no es nuestra especialidad, también sabemos hacer predicciones del futuro más cercano para ayudar a alguien a prosperar. La mejor en esta área es mi mujer, quien hace lecturas bastante confiables. A veces falla, pero son ocasiones insignificantes en número en comparación a los éxitos que ha tenido.
—Interesante.
Felipe se sentó en su trono con una sonrisa de satisfacción. Con un gesto ordenó a sus guardias que le quitaran las amarras a la familia, con el fin de que se pudieran poner de pie con mayor libertad. Les pidió que alzaran su cabeza para memorizar sus rostros, para luego hacerles una oferta que ellos nunca imaginaron recibir.
Si Aarón tuvo a sus Brujos reales, Felipe tendría a los suyos.
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