Capítulo 20: La rebelión en Cristalírico.

Felipe, en su última reunión con sus guardias, desestimó sus advertencias respecto a los malos comentarios que se escuchaban en la calle. Era como si de pronto la gente ya no tuviera miedo a decir lo que pensaba, pues seguían esparciendo rumores incluso cuando un guardia real estaba cerca. El rey, por su parte, pensaba que solo eran habladurías de las que en algún momento la gente se cansaría y, si no era así, los obligaría a callarse de formas violentas como acostumbraba.

Ahora sus preocupaciones eran otras. Su mente estaba llena de pensamientos dirigidos a sus caballeros voluntarios, aquellos que envió con la misión de investigar el paradero de su mujer y que aún no regresaban. Llevaba meses esperándolos con ansiedad, pasaba todos los días aguardando a que alguien le diera algo de información, preguntaba en repetidas ocasiones a los porteros si habían visto llegar a los caballeros y, ante la constante negativa, aumentaba su frustración por la falta de control en esa situación. Pasó por la rabia y la ira de haber confiado en dos personas tan poco eficientes, hasta lamentar el no haberles dado algo más que solo un carretón para su viaje. Se repitió varias veces que de haberles dado una armadura, espadas o escudos, tal vez habrían regresado.

Con el paso del tiempo, poco a poco perdió la esperanza de recibir alguna respuesta, por lo que volvió a colocar avisos para buscar otros voluntarios que terminaran esa misión, en vista de que los anteriores habían fallado, pero nadie acudió a su llamado, sin importar cuánto subió la recompensa. Sin saber qué hacer y con las manos atadas al no poder hacerlo él mismo, porque de morir el trono sería de Eric debido a la ausencia de Noelia, obligó a dos delincuentes a que fueran a terminar el trabajo. Felipe estaba confiado en que ambos hombres, agradecidos de ver postergada su sentencia a muerte, cumplirían con su orden. Sin embargo, estos al verse libres, escaparon a un reino vecino donde continuaron con sus robos y actos delictivos.

En este contexto de gran decepción, llegaron los tres viajeros en compañía del rey Rafael de Salírico y cientos de guerreros. Entraron en grupo a Cristalírico, donde los porteros, que reconocieron a Eric como el hijo del rey Aarón, abrieron las puertas de par en par para que ingresaran todos a la ciudad. Ahí caminaron de noche por las calles, pero a pesar de lo tarde, salieron personas curiosas a ver la caravana, saltando felices cuando reconocían a Eric y, más aún, a Noelia, pues ellos representaban la esperanza de un nuevo gobierno. Junto a todos ellos, estaban los fantasmas de los Arias y los antiguos reyes, quienes rescataban los recuerdos de entre las profundidades de las memorias de las personas, facilitando el reconocimiento y animando a las multitudes a tener esperanzas de un futuro mejor con aquella pareja en el trono.

A Felipe lo primero que le llegó fue un murmullo al que le restó importancia, creyendo que se trataba de conversaciones de sus empleados. Estaba tan concentrado pensando en qué hacer para llegar al hábitat de las hadas, que no se dio cuenta que el murmullo poco a poco se fue haciendo más fuerte, hasta escucharse perfectamente qué era lo que decían. Fue uno de sus guardias quien acudió a Felipe para darle aviso de que venía una muchedumbre iracunda, compuesta por sus súbditos, guerreros de Salírico, su suegro, los caballeros voluntarios y su propia hija. Los colores escaparon de la cara del rey, cuya tez se volvió tan blanca como la leche, atónito ante esa noticia inesperada. No tardó tanto en transformar la impresión en rabia y poco después en ira al verse traicionado por sus propios familiares, por la chica que crió como su hija, por los caballeros a quienes iba a premiar por su hazaña y por sus mismos súbditos.

—Rápido, tú y todos tus compañeros, ubíquense en la puerta e impidan la entrada de esos malhechores al palacio —ordenó Felipe.

—Lo intentaremos, mi señor.

El guardia bajó corriendo en búsqueda de sus compañeros, pero no contaba con que varios de los suyos se habían cambiado de bando ante la promesa de un nuevo soberano más justo. De este modo, menos de la mitad del total de guardias estaba disponible e hicieron lo que pudieron para bloquear la entrada al territorio del palacio, la cual rápidamente fue abierta por la fuerza. Los primeros en entrar fueron los guerreros, quienes, al superarlos en número, rápidamente redujeron a todo aquel que se mostrara a favor del rey Felipe, manteniendo su lealtad incluso a costa de sus propias vidas. Guardias y sirvientes fueron tomados como prisioneros, mientras los intrusos poco a poco avanzaban hacia el palacio, escenario que fue observado por el monarca oculto en una de las habitaciones más altas, esperando tener el tiempo suficiente para escapar a algún reino amigo que le pueda prestar sus fuerzas. A pesar de ver la pronta derrota, mantenía la esperanza de salir victorioso de algún modo.

Para Noelia fue satisfactorio poder irrumpir en el palacio de ese modo, pues sentía que estaba rompiendo todas las cadenas que la ataban a seguir las normas impuestas por un hombre que se hizo pasar por su padre. Ahí acababa con la jaula en la que fue encerrada y obligada a respetar normas en las que nunca creyó. Las cosas ya no volverían a ser así, de eso estaba segura, pues se mantendría firme en sus convicciones. Y con la misma firmeza, detuvo a los guerreros que quisieron hacer prisioneros a los Bastías, a quienes detuvo con un fuerte grito de advertencia.

—Ellos no. Están de nuestro lado.

—Están con el rey Felipe —comentó uno de los hombres que los estaba inmovilizando.

—Estamos con la princesa Noelia —manifestó Benjamín.

Tuvo que intervenir el rey Rafael, quien con su autoridad ordenó que liberaran a esa familia, orden a la que los guerreros no se pudieron negar. Así los Bastías se unieron al ejército para ayudar con lo que pudieran, orgullosos de que uno de ellos hubiese sido parte de la organización de toda esa revolución. La señora Bastías miraba con ojos admiradores a su nieta montando sola un caballo,segura de que la joven desde ese momento en adelante sería la dueña de su vida. En cuanto a Noelia, ahora que ya conocía el secreto de su existencia, lo único que quería era acercarse a su verdadera familia y recuperar el tiempo perdido. Pero por más que quisiera, no pudo darse el lujo en ese momento para abrazarlos a cada uno, para contarles que ya sabía toda la verdad. Tuvo que reprimirse y estar atenta para la acción, postergando momentáneamente sus deseos.

Hubo que forzar la entrada a la edificación, rompiendo la madera que durante décadas conformó la gran puerta del palacio, la cual estaba tallada representando al primer rey de Cristalírico. Pero en ese momento poco importaba de quién era el rostro labrado, destruirlo era un pequeño mal por un bien mucho mayor. Así, las fuerzas de los tres viajeros se abrieron paso al interior del palacio, distribuyéndose todos por el lugar para cubrir todos los escondites posibles. Incluso mantuvieron a algunos afuera, pendientes de cualquier persona que saliera del edificio, para evitar cualquier intento de escape.

Eric caminó por el que fue su hogar cuando pequeño, con dificultad para reconocerlo debido a cómo los hombres invadieron todos los rincones, asemejándose más a un campo de batalla que el hogar de la realeza. Parecía mentira que estaba ahí, luchando por hacer justicia, peleando por recuperar lo que le fue robado a sus padres y, lo más importante, esforzándose por darle a la población un mejor futuro. Miraba a todos, como si estuviera ajeno a la situación, sintiéndose un espectador a pesar de ser el protagonista. Así, casi con paso automático, subió las escaleras, sujetando fuertemente su espada, dejando atrás a Fausto y a Noelia, quienes permanecieron en la planta baja. En su camino Eric empezó a escuchar voces. Era la de su padre, quien le decía hacia dónde ir, y así fue cómo llegó al dormitorio más alto del palacio, lugar en el que estaba oculto Felipe a la espera de una ventana de tiempo para escapar. Cuando vio llegar al joven, lo reconoció como uno de los caballeros voluntarios. Solo cuando se presentó como su sobrino recordó al niño de cabello rubio que lo seguía por todas partes con admiración, el niño que quería ser tan fuerte como su padre. Su único familiar sanguíneo vivo y a pesar de ello, sintió una rabia creciente por la situación en la que estaba envuelto.

—Debí haber forzado a tu madre aún más para que dijera dónde estabas —comentó con tono duro. Aún recordaba la voluntad de hierro de su cuñada, la misma que la llevó a la muerte por no querer revelar sus secretos.

—Como sea, mi madre no lo hizo y gracias a ella me pude mantener vivo todos estos años.

—Deberías estar agradecido porque te perdoné la vida. Gracias a mi piedad, tú viviste. Por lo mismo, no entiendo qué haces aquí, más aún, con una espada, frente a alguien desarmado.

Eric no sabía si reír o sentir más rabia por el descaro de su tío al afirmar que si estaba vivo, era gracias a él, porque le perdonó la vida. Claramente, ni siquiera al verse acorralado, se mostraba arrepentimiento, como si nunca hubiera sentido nada al mancharse las manos con la sangre de su propia familia. Incrédulo, el joven no sabía qué decir, si acabar inmediatamente con la vida de su tío o si dejarlo vivir el resto de su vida encerrado en un calabozo, para que alcance a recibir un castigo por cada uno de sus pecados. No alcanzó a decidirse, pues en ese momento llegó Rafael, quien al ver a quien fuera su yerno, sintió una ira incontrolable, que lo llevó a alzar su espada para acabar con él. Solo se frenó porque Eric le sujetó el brazo, impidiéndole cumplir con su cometido.

—¿Por qué me detienes? —Preguntó enojado, mientras Felipe mantenía sus brazos alzados cubriendo su cabeza, pues no contaba con armas para defenderse.

—Porque si lo matamos, nos convertiremos en lo mismo que él, un asesino de nuestra propia sangre.

—Se merece la muerte.

—Se merece un castigo más largo que solo la muerte.

El rey Rafael, aún no muy convencido, accedió a guardar su espada. A cambio, ordenó a sus hombres que rápidamente inmovilizaran a Felipe, para evitar cualquier intento de ataque o huída. Entonces, Eric recuperó el habla y tomó la palabra, justo antes de que se llevaran a su tío.

—¿Por qué le declaraste la guerra a mi padre?

Entre todas sus preguntas, aquella era la que más le carcomía la cabeza, la que necesitaba urgentemente una respuesta. Porque no podía comprender cómo alguien le podía declarar la guerra a su hermano, traicionándolo hasta quedarse con todo lo que alguna vez formó con sus propias manos. Si obtenía una respuesta a esa interrogante, se conformaría y no lo interrogaría más. Nunca pensó que Felipe a cambio reiría, como burlándose del chico, llevando a Eric a preguntarse dónde quedó el tío a quien tanto apreció. Porque al verlo con esa actitud, la única explicación posible era que durante todos esos años su tío Felipe fue un personaje, un espejismo, una actuación para ganarse la confianza del rey Aarón.

—Porque era injusto que él tomara el trono solo porque dio la casualidad de que yo nací después que él —respondió simplemente, ya rendido. No había mucho más que pudiera hacer más que esperar que alguna persona fiel a él lo salvara de aquella situación.

—¿Solo por eso?

—Si para ti una corona es poca cosa, entonces sí, solo por eso. Porque estaba cansado de ser el reemplazo de Aaron, el segundo hijo que se tiene solo para asegurar que alguien llegará a la edad adulta y conducirá al país. El hijo que siempre será solo un príncipe y cuyo único destino es casarse bien para mantener buenas relaciones con otros reinos y, cuando lo cumple, ser un adorno para la monarquía. Por eso, porque quería ser importante por una vez en la vida. Aunque mis padres ya no estuvieran para ver mi verdadero valor.

—Para mí, sin ser rey, eras importante, porque eras mi tío querido.

La pena en las palabras y el rostro de Eric no lograron despertar en Felipe ese lado humano, cuando mostraba un cariño genuino por su sobrino. Era como si tanta codicia hubiese destruido por completo su lado más humano, hasta dejarlo sin la capacidad de sentir cariño, humildad y piedad. En cambio, su rostro siguió mostrando la misma hostilidad que tenía cuando Eric llegó y así fue cómo los guerreros se lo llevaron hacia los calabozos, al más oscuro de todos donde años atrás estuvo encarcelado don Arias y, posteriormente, donde murió Olga Arias, su mujer.

Con el encierro de Felipe, la rebelión estaba ganada. Sin embargo, Eric no sentía la victoria que esperaba sentir, pues si bien ganó una corona, perdió al único familiar directo que le quedaba. Fue Fausto quien, al ver a su amigo contrariado, se acercó a consolarlo, para darle a entender que él siempre estaría a su lado como el hermano que nunca tuvo. Y detrás del joven, estaba Noelia, que sonreía con satisfacción al ver al joven príncipe a punto de convertirse en rey.

La gente a las afueras seguía gritando por el rey Felipe, enfurecidos con él y decididos a tomar la justicia por sus propias manos. No se calmaron hasta que Eric salió hacia el balcón donde veinticinco años atrás sus padres lo presentaron como príncipe. En esa ocasión, se dirigió a la población con un discurso solemne improvisado, presentándose como el hijo del rey Aarón, futuro rey de Cristalírico. Y la población, feliz de volver a la sucesión a la corona que debió ser desde un principio, aplaudió encantada de ver al joven ya convertido en hombre.

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