Capítulo 18: El regreso y la decisión de los viajeros


Noelia fue la primera en despertarse al día siguiente, víctima de la ansiedad que le impidió conservar el sueño a pesar del cansancio que tenía. Incapaz de retomar su dormir, se levantó sigilosamente para no despertar a quienes compartían cabaña con ella y salió hacia el claro. A simple vista no se veían las casas, pues estas estaban construidas con materiales naturales que las mimetizaban entre el paisaje de forma tan perfecta, que tal parecía que ese lugar nunca había sido intervenido. Se arropó con el abrigo que le regalaron las hadas y caminó para recorrer el lugar. Llegó a la orilla del río, donde encontró a Catalina, quien estaba sentada abrazando sus piernas mientras veía el agua correr.

—Tampoco podía dormir —afirmó Noelia, asustando a la mujer quien saltó en su lugar—Perdón, no era mi intención causarle tal sobresalto.

—Tranquila, no pasa nada. Ven, siéntate conmigo. Imagino que las dudas no te dejaron conciliar el sueño —la invitó Catalina, lista para contarle a la joven toda la verdad, para sacarse ese peso de encima y poder ser feliz, ya sin culpas ni arrepentimientos.

—No, no me dejaron... son tantas las cosas que quiero preguntar, que al final no sé por dónde partir.

Catalina asintió en silencio, pues ella tampoco sabía dónde establecer el inicio de su relato, si contarle a la joven solo lo justo y necesario o si debía relatar toda la historia para que comprendiera el contexto que la llevó a ser así. Por esas dudas, estuvieron en silencio incómodo un par de minutos, hasta que finalmente Noelia se atrevió a romper el hielo preguntando cómo era que Ayla llegó a reemplazarla. El día anterior ya había reunido información de su vida en base a los relatos de las otras hadas, solo le faltaba ese paso.

—La verdad, yo tampoco sé cómo es que ella llegó a cambiar lugar justamente conmigo. Solo apareció de la nada una noche y me ofreció tomar mi lugar, mientras yo tomaba el suyo aquí. Me prometió que ella arreglaría mis problemas en el palacio por mí y luego volveríamos cada una a su lugar, momento en el que yo no podría negarme. Sin embargo, nunca regresó a buscarme, así que poco a poco hice mi vida aquí.

—¿Qué problemas tenía en el palacio?

—Hay muchas cosas que desconoces de Felipe...

Con esa respuesta, Noelia ya tenía claro que nunca sabría qué gatilló que ambas mujeres se conocieran, pero nunca esperó que quedaría con más dudas respecto a su madre. Tenía muchas ganas de interrogarla, pero no se atrevía a formular las preguntas por la falta de confianza. Por ello, agradeció inmensamente cuando Catalina tomó la palabra voluntariamente y le contó a la joven toda su historia, desde cómo vivía como princesa en Salírico hasta la actualidad. Entre medio, inevitablemente tuvo que contarle a la joven su verdadero origen, el cual no pertenecía a la realeza como pensaba, algo que sorprendió tremendamente a Noelia. Si bien ella siempre había deseado que sus padres fueran otros, e incluso lo pensó por el poco parecido que tenía con los reyes, jamás imaginó que sus verdaderos progenitores estaban más cerca de lo que podía imaginar. Una rabia creciente se apoderó de ella al darse cuenta de que todos esos años vivió una mentira, que solo fue una especie de objeto que Felipe quería usar para evitar entregar el trono a su sobrino. Que por esa codicia su madre fue asesinada y que su padre tuvo que verla crecer desde lejos, imposibilitado de acercarse con una actitud diferente a la de un sirviente común. Fue entonces cuando comprendió por qué la señora Bastías siempre se mostraba cercana, le leía cuentos y trataba de conformarla con su familia. Esa era su forma de ejercer su rol de abuela y de evitarle mayores problemas.

Sin darse cuenta, comenzó a llorar en su lugar y, por primera vez, Catalina la abrazó fuertemente para consolar a la joven. No lo hizo como un gesto materno, sino que como uno de camaradería, pues ambas fueron víctimas de las malas decisiones de Felipe. Ahí ambas se dieron el consuelo que necesitaban, permitiendo a Noelia conocer un nuevo lado de la reina, hasta entrever a la mujer detrás del título, a Catalina, alguien atormentada que tenía sus buenas razones para ser como fue con ella.

—¿Y qué es del sobrino a quien le robó el trono? —Preguntó Noelia cuando ya estaba más tranquila, aunque ya tenía sospechas de quién se trataba.

—Eric, él es el hijo del antiguo rey, el hermano de Felipe.

Noelia asintió comprensiva, sabiendo qué era lo que debía hacer. No le importaba que su padre, si podía seguir llamándolo así, tomara represalias en su contra. Ya no estaba dispuesta a ser parte de su juego. No se dejaría llevar por el miedo, no después de haber visto todo de lo que era capaz. Había viajado hasta lo más profundo del bosque, había peleado contra lobos, aprendió técnicas de defensa, adquirió más precisión en sus sueños y con la ayuda de la justicia divina, Eric y Fausto, estaba segura de que estaría bien.

Para cuando terminaron su conversación, ya había amanecido y ambos caballeros voluntarios estaban en pie, en búsqueda de Catalina para aclarar sus propias dudas. A diferencia de cómo lo hizo con Noelia, a ellos les dio una versión abreviada, con la información justa y necesaria para que comprendieran por qué no quería volver. Y con el apoyo de la princesa, lograron convencer a ambos jóvenes de desistir de sus planes originales, para permitirle continuar con su vida en el claro del bosque de las hadas, donde era feliz y había encontrado el amor en un hombre que, a pesar de ser una criatura mágica, era más humano que Felipe.

Eric fue al que más le costó asimilar que sus planes tendrían que cambiar, pues estaba decidido a vengarse de alguna forma. Fue el ver a su tía tan feliz en su nueva vida lo que lo llevó a resignarse, pues tal vez aquella noticia sería un gran golpe y castigo para Felipe, quien siempre esperaba tener todo bajo control. ¿Cómo reaccionaría al saber que su mujer lo cambió por otro? ¿Qué cara pondría al saber que el otro era una criatura mágica? De a poco Eric fue comprendiendo que tal vez la felicidad no estaba necesariamente relacionada con el poder, sino que había otras formas de obtenerla. Esta idea fue alimentada por unas hadas con la capacidad de ver la unión entre dos personas que terminarán siendo pareja y le aseguraron a Eric que el amor lo tenía mucho más cerca de lo que parecía.

—Mi amigo, que sabe de brujería, me ha dicho lo mismo.

—Entonces ¿qué esperas para disfrutar de ese hermoso destino? Lo tienes al alcance de tu mano, mientras otros deben pasar varios años antes de hallarlo.

Aquellos comentarios ayudaron al joven a empezar a ver a Noelia con ojos diferentes, sobre todo al enterarse de que ella era una víctima más de su tío. Si él estaba furioso con Felipe por todo lo que le fue privado, no quería ni imaginar cómo estaría ella al saber que vivió en una mentira y fue una pieza más en el juego de un hombre egoísta y codicioso. Estos fueron unos de los motivos que ayudaron a que ambos jóvenes se sintieran más cercanos, pues los dos compartían un enemigo común y una historia de vida similar marcada por la privación del cariño de los seres queridos.

Cuando los tres viajeros estuvieron listos, con sus pertenencias cargadas en el caballo, una de las hadas se ofreció a guiarlos por el bosque, con el fin de que evitaran todo peligro y llegaran a la salida sanos y salvos. Después de todo, estaban relacionados con Ayla, quien fue un hada muy querida, y con Catalina, la humana que supo ganarse la confianza de aquellas criaturas. Así, emprendieron el viaje de regreso, recuperaron el carretón que tuvieron que dejar olvidado, encontrándolo exactamente en el mismo lugar donde lo dejaron, y llegaron a la salida del bosque en la mitad del tiempo que les tomó llegar al claro de las hadas. Ahí se despidieron de su guía, quien les deseó el mejor de los éxitos en sus futuros y quedaron a solas para conversar los pasos a seguir.

—Tenemos que ver cómo le diremos a Felipe todo esto —comenzó Noelia, negándose a seguir llamando padre a aquel hombre.

—Saber la verdad será un golpe duro para él —continuó Fausto.

—Pero se lo merece —aseguró Eric.

—Pero si le decimos y nos pregunta por qué no trajimos a la reina de regreso, nos condenará a muerte —comentó Noelia, pensando en alguna opción.

—Necesitaremos ayuda si queremos evitarlo.

Con la sugerencia de Eric, los tres se sentaron a la sombra de un árbol a pensar, mientras el caballo pastaba por las cercanías. Sopesaron todos los riesgos que conllevaban sus decisiones, hasta llegar a una opción más segura. Fue Noelia quien tomó nuevamente la palabra, segura de que obtendrían el apoyo que necesitaban del rey Rafael de Salírico.

—Él adoraba a su hija, a Catalina —comentó, recordando llamar a la mujer por su nombre y ya no por su parentesco con Felipe—. Si le decimos la verdad de cómo la trató su marido, de seguro tendrá tantas ganas como nosotros de tomar venganza. Al fin y al cabo, sería lo que él se merece, ni más ni menos. Además, el rey Rafael tiene derecho a saber qué pasó con su hija. Ustedes no lo vieron, pero quedó muy dolido cuando descubrió el cambio.

Fausto y Eric asintieron a la idea de Noelia, cada vez más convencidos por sus argumentos. Era el mejor plan que se le pudo haber ocurrido, pues de ese modo obtendrían el apoyo que necesitaban, una inocente víctima de Felipe sabría la verdad detrás de las fechorías de su yerno y conocería en detalle qué sucedió con su adorada hija.

Fue así como con gran convicción montaron en la carreta y se dirigieron rumbo a Salírico en lugar de Cristalírico. Tan ansiosos estaban por llegar, que se detenían en su viaje solo para lo justo y necesario, por lo que llegaron con prontitud a los territorios del rey Rafael. Cruzaron el portal de la gran muralla que los rodeaba y caminaron directamente al palacio, donde hablaron con los guardias de la portería para pedir hablar con su majestad con extrema urgencia. Sin embargo, contrario a lo que se esperaban, los guardias no los tomaron en serio, negándose a permitirles la entrada. Noelia, en un intento por conseguir ver al rey, argumentó a los guardias que estaban cometiendo un error, pues estaban yendo en contra de la petición de la princesa de Cristalírico, nieta del rey Rafael. Como respuesta, los hombres de armadura se rieron a carcajadas, señalando su ropa masculina y piel bronceada por el sol que había tomado durante el viaje.

—Princesa se cree la nena... Vaya mejor a servirle a su jefe, que la debe estar buscando, aquí nadie la recibirá.

Estaba claro que ninguno de los guardias le creería su título nobiliario, por lo que miró a sus dos acompañantes con frustración, preguntando con la mirada qué podían hacer. Pero ellos se veían a sí mismos de manos atadas, sin más opciones de las que tenía la muchacha. Al momento de planificar el viaje, nunca pensaron que la visita al palacio les sería negada por sus apariencias. Ni siquiera contaban con armaduras con el escudo de Cristalírico, pues Felipe no les dio equipo alguno para la hazaña que debían cumplir a pesar de lo riesgosa que era.

Lo que no sabían los tres viajeros, era que los acompañaban los fantasmas de los Arias, quienes, al verlos en ese apuro, recorrieron la ciudad de Salírico hasta llegar al mercado, donde le susurraron en el oído a una mujer que regresara cuanto antes. La susodicha era una de las sirvientas del palacio, quien se había levantado con un mal presentimiento esa mañana. Por esa razón, cuando escuchó voces se giró tan rápido como pudo, sin ver a nadie que pudiera haberle hablado. Asustada, tomó sus compras, las que no alcanzó a terminar, y regresó tan rápido como pudo, casi corriendo por las calles hasta que divisó la entrada del palacio y, en esta, un carretón con tres viajeros. Y de los tres, reconoció a la joven que iba sentada, pues era difícil olvidar a la princesa Noelia que poco tiempo antes había cumplido quince años y celebrado su fiesta en el palacio del abuelo, aunque la fiesta terminó en tragedia. Fue ella quien le hizo ver a los guardias su error, quienes al ver que había alguien que avalaba la historia de la joven, se inclinaron pidiendo perdón, a la vez que abrían el portal.

La noticia no tardó en llegar a Rafael, quien inmediatamente mandó a preparar habitaciones para sus visitantes, dejando la mejor para su nieta. Les dio tiempo para que se instalaran y ya a la hora de la cena mandó a hacer un gran banquete para darles la bienvenida, aunque nunca imaginó lo que aquellos tres jóvenes tenían por contar.

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