Capítulo 12: La libertad de la reina
Fausto y Benjamín soñaron con la reina la misma noche en que esta fue cambiada por Ayla. Los brujos no se conocían entre sí, pero igualmente se vieron en ese mundo onírico e intercambiaron ideas de lo que podría estar pasando y que expliquen lo que acababan de ver. Porque en el sueño veían a la reina siendo seducida por un hada, quien la guiaba hacia lo profundo del bosque, dejándola ahí a su suerte. Sin embargo, dudaron de la veracidad de esas imágenes cuando a la mañana siguiente nada había cambiado.
Fausto esperaba el anuncio de la muerte de la reina, por lo que durante la jornada laboral en la construcción se mantuvo atento a conversaciones ajenas, solicitando a Eric que hiciera lo mismo por él. A pesar de sus esfuerzos, nadie hablaba de la realeza, por lo que terminó desechando su sueño de la noche anterior, seguro que de haber sucedido algo en el palacio, ya se habría anunciado.
Por otro lado, Benjamín comentó su sueño con sus familiares, quienes a su vez se lo hicieron saber a Felipe por precaución. El rey los escuchó con atención, asintiendo a todo detalle que le contaba el joven brujo, para finalmente dirigirse al dormitorio de su mujer, aquel que llevaba varios meses sin visitar. Sin tocar la puerta con anticipación, abrió y entró a la pieza, donde vio a la reina sentada frente a su espejo, mientras una sirvienta cepillaba su largo cabello. Al confirmar que ella seguía donde debía estar, se marchó sin dirigirle la palabra ni siquiera para desearle los buenos días, dejando pasar la sugerencia de Benjamín de llamar a un médico para que la revise por si acaso.
—No hay nada que revisar, ella está en su cuarto como siempre —sentenció Felipe, dando por finalizado el tema.
De este modo, solo Noelia notó el cambio de la reina, el cual pasó inadvertido para el resto de las personas por varios meses y ante el que no se tomaron acciones hasta varios años después. De todos, la niña fue la más alegre con la diferencia visible en su madre. Todo partió esa mañana, que se levantó como cualquier otro día, luego de una noche en la que rezó y rogó a una estrella que le cumplieran su deseo. Ya entrada la tarde, cuando había acabado sus estudios, una sirvienta la llamó, diciendo que su madre la invitaba a tomar el té en su dormitorio. Noelia, que nunca había tenido una oportunidad de ese estilo para relacionarse con la mujer, pidió ayuda a sus institutrices para que la aconsejaran en la elección del mejor vestido para la ocasión. Cuando ya estaba preparada, caminó al dormitorio de su majestad, aquel que siempre le estaba vetado porque a la reina no le agradaba la presencia de la princesa. Pero ahí estaba, la mujer que Noelia reconocía como su madre, abriéndole la puerta con una sonrisa amable mientras con una mano la invitaba a sentarse en la mesa colocada en el balcón, desde donde podrían mirar gran parte del reino de Cristalírico.
—Pasa, ponte cómoda —invitó la reina.
Noelia se maravilló con el cambio de actitud de su madre, agradeciendo que Dios escuchara sus plegarias y le concediera aquel deseo.
—Gracias por la invitación, su majestad —contestó con educación la niña, acostumbrada a llamar a sus padres por sus títulos reales.
Algo se removió en el interior de Ayla al ver la distancia que existía entre madre e hija, visible claramente en el trato que la pequeña le brindó. Vista desde más cerca, Noelia le parecía una niña encantadora, le daban ganas de abrazarla fuertemente en respuesta a la ternura que provocaba, lo que le generaba mayores deseos de hacerla feliz. La princesa, por su parte, estudió a la reina de pies a cabeza, buscando la trampa, algo que explicara la razón del actuar de su madre, pero por más que buscó no encontró nada. Se pellizcó el brazo para despertar en caso de que se tratara de un sueño, comprobando con gran satisfacción de que la situación era real. Su madre estaba frente a ella ofreciéndole té y galletas, iniciando temas de conversación con interés genuino y con una mirada de ternura que siempre deseó ver antes.
Esa noche Noelia rezó agradeciendo la transformación de su madre, llegando incluso a llorar de la emoción de haber podido compartir tiempo con ella. Se durmió temiendo que la actitud de la reina cambiara a la mañana siguiente y grande fue su alegría al ver que no fue así, que el cambio parecía ser definitivo, pues con el paso de los días y las semanas, sus reuniones entrada la tarde se empezaron a volver costumbre. Ya no hacía falta que Noelia recibiera invitación previa, simplemente caminaba rumbo al dormitorio de su progenitora en cuanto terminaban sus clases y lecturas del día y ahí compartían el té en el balcón cuando las tardes eran agradables o en el interior cuando corría viento helado. La niña estaba encantada, ahora tenía con quien compartir hasta sus más íntimos secretos, lo presionada que se sentía con sus estudios, el miedo que sentía de Felipe y sus constantes reprimendas y lo mucho que la estresaba cuando debía participar de encuentros sociales, en los que siempre terminaba avergonzada por su constante tartamudeo en público.
Ayla escuchaba a la niña atentamente, cumpliendo con el rol de madre que la reina nunca asumió, sintiendo cada vez más pena por la pequeña y su dura vida. Llegó a pensar que un niño nacido en la pobreza tenía una existencia más fácil que la de Noelia, pues al menos podía contar con apoyo de sus padres y libertad para hacer amigos. En cambio, la princesa estaba confinada en el palacio, saliendo de este solo muy de vez en cuando para que la población siguiera recordando que había una heredera al trono. Además, lo que más le dolía, era que la niña no tenía la posibilidad de disfrutar su infancia por la falta de interacción con otros niños. Por ello, Ayla se dedicó a darle a la niña todo el cariño que le era posible. Solo una semana después del primer encuentro la empezó a recibir con fuertes abrazos, después era con los dulces favoritos de la niña, los cuales solicitaba a las sirvientas, quienes, al ver el cambio en la mujer, se sintieron un poco más seguras para obedecer una orden sencilla como aquella. Pero el mejor recuerdo que le quedaría a Noelia sería el día en que le permitió decirle mamá.
Ocurrió una tarde cuando ya habían pasado varios meses desde que Ayla tomara el lugar de la reina. Estaba muy encariñada con la niña, la llegó a querer como a su propia hija, por lo que, al momento de dar la sugerencia, lo dijo con total naturalidad y sinceridad.
—No es necesario que mantengas tantas formalidades. Soy tu madre, me puedes decir mamá —sugirió Ayla, tomando a la pequeña Noelia por sorpresa, quien se atragantó con el jugo que acababa de beber.
—Pero, su majestad. ¿Qué dirá el rey si alguna vez nota ese trato? Él siempre me ha inculcado que debo llamarlos así.
—El rey no tiene por qué enterarse de lo que pasa en este dormitorio. Siéntete segura, que tus secretos han estado seguros cuando me los has contado aquí, con el cambio en nuestro trato pasará lo mismo.
Noelia terminó aceptando con lágrimas en los ojos, feliz de poder llamar a su madre como tal y no su majestad, además de tener un lugar donde podía ser ella misma, auténtica, sin ser juzgada, pues Ayla nunca la regañaba, aunque perdiera un poco sus modales. Así, el dormitorio que alguna vez la reina real consideró una prisión, poco a poco se transformó en el mejor refugio para la pequeña princesa, quien gustosa compartía con su madre tanto tiempo como le fuera posible.
En cuanto a los fantasmas que visitaban ese lugar noche tras noche, lo siguieron haciendo. Cuando la habitación estaba en su punto más oscuro, Ayla era acosada por la reina que fue asesinada en la horca. En los primeros días la recibía con la misma disposición que habría tenido la mujer a quien reemplazaba, por lo que actuaba con miedo mientras analizaba el rostro del fantasma. A medida que el tiempo pasaba, comenzó a hacerse cercana a ese ente, permitiéndole desahogar sus penas y contar las cosas que le quedaron pendientes antes de morir. Así Ayla se enteró que lo que la mujer más lamentaba era no haber podido cumplir con su promesa de proteger a su reino de Felipe, el usurpador, así como también le dolía haberse perdido el resto de la niñez de su hijo, a quien no pudo ver crecer hasta su adultez para que se convirtiera en un monarca respetado como su padre.
Así como Ayla le tomó cariño a Noelia, también se encariñó con el fantasma, a quien empezó a recibir con los brazos abiertos todas las noches. De a poco fue notando cómo la disposición de la intrusa cambiaba, ya no llegaba directo a paralizarla, sino que se podía quedar sentada para mantener una conversación tranquila para tratar sus principales preocupaciones. Con el tiempo, cambió también su apariencia. Fueron desapareciendo esas sombras que cubrían su espíritu, para ser reemplazadas por una luz que representaba su calma con su muerte. Su piel, antes cubierta de materia oscura, se iluminó permitiendo ver sus ojos claros, su cabello volvió a ser cuidado y su ropa se fue reparando sola hasta lucir un vestido como si fuera nuevo. Todo fue gracias a Ayla, quien permitía al fantasma llorar cuanto quisiera, dándole palabras de consuelo para que aceptara su destino y lograra resignarse. Cuando menos se dieron cuenta, ya se consideraban amigas una de la otra.
Con el paso de los meses, los sirvientes notaron el cambio en su reina. Ya no actuaba temerosa, ni gritaba al despertar, los trataba con gran cordialidad, invitaba a su hija a tomar el té con ella todos los días, cumpliendo a la perfección con su rol de madre, preguntaba por el porvenir del reino, en síntesis, parecía estar cuerda. Pasaron meses antes de que estos dichos llegaran a oídos de Felipe, quien se enteró cuando una de las sirvientas de su esposa se aproximó a conversar el tema con él, luego de haberlo decidido unánimemente entre todo el equipo que atendía a la señora. El rey escuchó atentamente la descripción de la muchacha que tenía frente a él, escéptico ante la suposición de que su esposa volvía a estar bien en todos sus sentidos.
—¿Están completamente seguros de lo que dicen? —Preguntó con desconfianza.
—Completamente, mi señor. La reina ya no es como era cuando fue encerrada en su cuarto, ha cambiado del cielo a la tierra.
Felipe asintió aún con sus propias sospechas, despachando a la sirvienta con un gesto de mano, para luego invocar a su equipo de brujos reales. Con el paso de los años mantuvo a la familia Bastías muy cerca suyo para recibir consejos y con la esperanza de que alguno de los hijos tuviera un hijo varón que él se pudiera quedar para hacerlo su heredero en lugar de Noelia, sin embargo, ninguno de los tres mostraba interés en las relaciones.
Lo cierto era que Benjamín, luego de su viudez, nunca más se interesó en una mujer que no fuera su hija, a quien vigilaba a lo lejos, deseando poder abrazarla y darle el cariño que nadie en el palacio le brindaba. Su hermano mayor, suponiendo lo que Felipe tenía planeado, mantuvo su romance con una de las pobladoras en secreto, con quien, si bien nunca se casó, tuvo un niño que fue criado bajo el estigma de "hijo de madre soltera", pero creyendo que esa situación era lo mejor. Todos los meses le daba dinero a su novia para mantener al pequeño, quien pensaba que el brujo era solo un tío amigo de su madre. En relación con el hijo menor de los Bastías, él nunca mostró interés por casarse. Lo que él deseaba era disfrutar la vida con gran libertad, estando con una mujer diferente siempre. Producto de estas relaciones tan fugaces, dejó en el reino a más de diez hijos que nunca conocieron a un padre.
Felipe los citó ese día después de despachar a la sirvienta para ver los temas más urgentes, dejando de lado a su esposa por varias semanas más. Solo se acordó de ella porque un día en la biblioteca del palacio vio el retrato pintado de su pequeña familia, él, la reina y su hija. Con esa imagen, antes de tomar una decisión, decidió concertar una cita con su mujer al día siguiente entrada la tarde. Noelia se molestó cuando supo que su tarde de madre e hija se vio cancelada por el repentino interés del rey, pero no se atrevió a protestar, temerosa de los regaños de su padre.
Ayla recibió a quien se supone que era su marido con gran cordialidad. Había preparado la misma mesa en la que se sentaba junto a Noelia, pero con alimentos diferentes, más acordes a una reunión de un par de esposos. Lo analizó de pies a cabeza en cuanto entró por la puerta de su habitación, con gran porte altivo, mirando por sobre el hombro a todo aquel que le dirigiera la palabra, siempre con una mirada calculadora. No le hacía falta conocerlo a fondo para saber que nunca le agradaría, no importaba lo guapo que fuera, llegando a preguntarse qué le vio la reina a aquel hombre como para tomar la determinación de casarse con él.
A pesar de lo mucho que le disgustaba el hombre, mantuvo su decoro y modales, atendiéndolo con cordialidad, respondiendo todas sus preguntas, las que iban desde cómo se ha sentido el último tiempo, hasta qué hacía con Noelia todas las tardes. Contestó todo con gran calma, asegurando que se encontraba bien, que se alegraba de tener una relación más cercana con su hija, que se sentía mucho mejor a como se sentía antes, que incluso ya no la atormentaban fantasmas, por lo que dormía y descansaba mejor.
—¿Estás diciendo que estás curada? —Preguntó Felipe directamente.
—Si así lo quieres llamar, pues sí, estoy curada —aseguró Ayla, sosteniendo la mirada fija del rey, hasta que este la alejó primero.
La reunión terminó en casi treinta minutos exactos, que más parecieron un interrogatorio que un encuentro entre dos amantes. Desde entonces Ayla supo que la relación entre ambos reyes jamás lograría sanar, no importaba cuánto lo intentara por ayudar a la mujer que suplantaba. Por ello, prefirió no desgastarse en planes por conquistar al hombre, pues serían en vano. Cuando él por fin se marchó, se permitió respirar con alivio al encontrarse nuevamente sola, lamentando no haber podido ver a la pequeña Noelia ese día y ansiando que llegara la tarde siguiente para recuperar el tiempo perdido.
Felipe, por su parte, se marchó a retomar sus asuntos pendientes, dejando nuevamente en espera su decisión para la situación de su esposa. Dos semanas después, cuando ya casi se cumpliría un año del cambio entre Ayla y la reina, Felipe le permitió salir de su habitación y caminar por el segundo piso del palacio. Tuvo que pasar un año más antes de que le permitiera a la mujer poder recorrer todo el territorio del palacio, aunque siempre debía hacerlo acompañada de sirvientes. Solo cuando Noelia cumplió quince años Ayla tuvo permiso de salir y recorrer el reino, siempre con compañía, pero ya podía ver a más gente y disfrutar del aire fresco.
Para esas alturas, Ayla ya no tenía deseos de regresar al bosque con sus amigas hadas, pues era feliz ahí ayudando a Noelia. Jamás pensó que tendría que elegir entre quedarse y regresar para salvar su vida.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top