Capítulo 10: El nacimiento de una princesa
El rey Felipe supo que su venganza surtió efecto, más nunca supo cómo, ni a través de qué método trabajó la familia de brujos. Al final, lo que le interesaba era tomar su revancha, los métodos no eran de su mayor interés. Al sentirse ya satisfecho por esa área, puso a sus nuevos consejeros a trabajar en predicciones para tomar decisiones y establecer acuerdos con reinos vecinos que le convengan y engrandezcan su gobierno.
Si bien a la reina el hecho de que ya nadie más resultaría lastimado la alivió, seguía sintiendo recelo hacia los brujos, marchándose de la sala en cuanto ellos aparecían. La primera vez que trató con ellos, fue porque se vio obligada por las exigencias de su marido, quien pretendía engendrar a un heredero lo antes posible, lo cual veía más plausible con la ayuda mágica de los Bastías. Lo ideal era que naciera un varón del matrimonio, para después buscar a su sobrino y sacarlo del mapa, así su corona sería heredada por alguien de su sangre.
—Necesito que nos den algún consejo, que hagan su magia en nosotros, porque en todos estos años de matrimonio no hemos dado fruto alguno —pidió Felipe, por primera vez con un tono educado desde que asumió la corona.
—Mi mujer puede hacer predicciones para saber cuál será la fecha más idónea para que lo intenten —ofreció el padre de los Bastías.
—Lo que sea, si tenemos que beber o comer algo, si tienen que hacer sus hechizos en nuestra habitación, hagan lo que sea necesario para que tengamos un hijo. ¡Pero ojo!, este debe ser hombre.
—Podemos hacer muchas cosas, mi señor, pero no podemos asegurar el nacimiento de un niño, ya que eso depende de muchos otros factores...
—No me interesa, hagan lo que puedan porque sea hombre y punto.
La reina miró con desconfianza a los brujos mientras empezaban su trabajo. La mujer de esa familia se dedicó a entrevistar a ambos reyes en cuanto a enfermedades, historia de vida y familiar, además del ciclo femenino de su majestad. Los cinco brujos, sin falta, negaron con la cabeza cuando la reina dijo que su madre había dado a luz a cinco mujeres y un hombre, este último el heredero del reino de Salírico.
—¿Qué tiene eso que ver? —Inquirió Felipe con molestia al no comprender la situación.
—Al tener ella una historia llena de la presencia femenina, es posible que su vientre se haya visto influenciado y dé a luz a más niñas que niños —respondió la mujer Bastías con la mirada hacia el suelo, demasiado temerosa de hacer contacto con los ojos de su rey.
—Haremos lo necesario para tener el éxito que usted nos ha solicitado —continuó el marido para salvar a su esposa de la mirada escrutadora del monarca.
Esa noche la reina no pudo dormir tranquila, despertando en repetidas ocasiones por las imágenes que su mente creaba. Imaginaba su dormitorio repleto de demonios que entraban animados por las maldiciones que los Bastías habían dejado en su habitación, se veía a sí misma dando a luz a un niño de ojos rojos, maldito por haber sido concebido con la ayuda de la brujería. Veía un futuro en el que el niño no haría más que causar desgracias, llevando el reino a la ruina. Pero lo que más la asustó, fue ver a la antigua reina entrar en su habitación con un rostro visiblemente molesto, reclamando los malos actos de Felipe.
—Por tu culpa, ha muerto una niña inocente, la hija de mi querida amiga —la culpaba con lágrimas en el rostro—. Que sepas que nunca tendrás un hijo, de tu vientre no saldrá ni un solo fruto y de tu marido ninguna semilla, el reino de los invasores morirá con ustedes.
La reina quería reclamar, aclarar que ella no tuvo la culpa de ninguna muerte, que incluso intentó detener a su esposo sin tener éxito, pero de su boca no salía ni el más leve sonido. Quiso escapar, quitarse las cobijas de encima y huir del palacio y Cristalírico en general para regresar a la seguridad del palacio de su padre, quien siempre la adoró y cuidó como nadie más en el mundo. Sin embargo, por más que lo intentara, era como si su cuerpo estuviera hecho de metales pesados, impidiéndole hasta el más pequeño movimiento. Con terror vio cómo su cuñada se le acercaba hasta sentarse sobre su pecho, dificultándole la respiración y, con ello, aún más el habla. Intentó despertar a su esposo que dormía a su lado, sintiendo aún más desesperación al ver cómo la punta de sus dedos no le respondían. Solo logró despertar cuando una sirvienta entró a la habitación y abrió las cortinas para permitir el paso de luz natural, con lo que el fantasma que la atormentaba desapareció.
Aterrada por esta vivencia, la reina solicitó la presencia permanente de sacerdotes en el palacio, quienes debían bendecir el dormitorio real y rezar al menos una hora completa justo antes de que ella y su esposo se fueran a acostar. Felipe en un principio lo aceptó con el fin de que su esposa se calmara, pero al ver que el rostro de su mujer seguía viéndose atormentado cada mañana al despertar y que los brujos no podían trabajar con tanta intervención divina, terminó ordenando a los sacerdotes que hicieran sus labores desde la iglesia como correspondía. Esto aumentó los nervios de la reina, quien noche tras noche luego de cumplir con sus labores maritales con Felipe, veía cómo llegaba el mismo fantasma a atormentarla, a advertirle que sin importar cuánto lo intentara, nunca tendría un hijo, para terminar sentándose sobre ella hasta impedirle moverse para advertir a alguien de lo acontecido.
—Son solo malos sueños —le repetía una y otra vez Felipe, ya cansado de escuchar todos los días la misma historia.
—No puede ser solo eso, yo sé que es algo más. Ella me acecha cada noche, me paraliza y hace lo que quiere. Mientras venga a esta habitación, nunca podremos tener un hijo.
—Imposible que venga, ella está muerta, yo mismo la sentencié. Los dos vimos cómo murió y aún así crees en estas cosas.
—Pero Felipe...
—¡Suficiente! Si sigues así, lo mejor será que te revise un médico. Tal vez te falta algún remedio para calmar tu mente.
Y así hizo Felipe, mandó a llamar a los mejores médicos de su reino. Todos coincidieron en que la reina estaba fuera de sus cabales, por lo que era necesario mantenerla aislada para que disminuyeran los ataques de histeria de los que estaba siendo víctima. Algunos incluso se aventuraron a declarar que se trataba de una posesión demoníaca, por lo que varios sacerdotes intentaron hacer un exorcismo, sin mayor éxito, pues a la noche la reina volvía a ser atormentada por los fantasmas de quienes murieron en manos de su esposo. Sin embargo, nada de esto afectó tanto a Felipe como el enterarse de la imposibilidad de su mujer para tener hijos, tal y como los Arias predijeron tiempo atrás.
Fue un golpe duro para el rey que se imaginaba gobernando por muchos años, criando un niño para que ocupara su lugar, con su mujer a su lado dispuesta a traer a tantos bebés como Dios les enviara, pero tal parecía que el divino no quería cumplir su deseo. En vez de ello, le dio una mujer infértil por esposa, un reino en el que cada vez era menos querido y unos brujos que nada podían hacer al respecto, no importaba cuántas amenazas les hiciera, pues la especialidad de los Bastías era la venganza.
Para evitar que los rumores de la debilidad mental de su mujer se esparcieran, ordenó que se le mantuviera en su dormitorio, atendida siempre por el mismo personal, quienes tenían prohibido contar lo que veían al interior del palacio. Dejó de compartir cama con ella, temeroso de que su enfermedad fuera contagiosa, algo que lo alivió durante las mañanas al no tener que lidiar con sollozos de terror por fantasmas inexistentes. Escribió a su suegro explicando la situación, embelleciendo un poco la realidad. Así, el rey Rafael recibió una carta en la que era notificado de una enfermedad extraña de su hija, más nunca supo detalle alguno. Al hacer ver su interés por visitar Cristalírico para ver el estado de la muchacha, Felipe rápidamente declinó la oferta, explicando que temía que su majestad se viera contagiado por tan extraño mal, por lo que Rafael se vio en la obligación de mantener las distancias, a pesar de desear con todo su ser estar al lado de su adorada hija.
Con ese tema resuelto, quedaba pendiente la generación de un heredero, encontrar a alguien que lo sucediera en el trono, pues en esa situación, si él moría, su sobrino sería el heredero indiscutible. Reacio a permitir que algo así se convirtiera en realidad, cuando menos se dio cuenta, la oportunidad apareció frente a sus ojos a través de sus Brujos reales.
Luego de haber ayudado con la venganza de Felipe, de la que se sintió sumamente satisfecho, el rey les dio un poco más de libertades a la familia. El miembro que más las disfrutaba era el hijo del medio, Benjamín, de diecisiete años. Al igual que Fausto, en ocasiones tenía sueños premonitorios y fue en uno en el que vio a la mujer de la que se enamoraría perdidamente. En cuanto tuvo opción de salir del palacio por períodos cortos de tiempo, se dedicó a buscar a aquella jovencita, hija de una mujer viuda que ya no encontraba forma de alimentar a sus cinco hijos. La mayor de su descendencia era Javiera, de quince años, la chica que Benjamín vio en sueños y, al verla en la realidad, le pareció aún más hermosa, tanto así, que no dudó ni un segundo en cortejarla hasta que se hicieron pareja. Para su suegra, él se volvió el yerno ideal pues le daba gran parte del dinero que ganaba para que se mantuvieran en las mejores condiciones posibles, sin embargo, nunca les dijo que obtenía ese ingreso como brujo por temor a ser rechazado por esta condición.
Tan rápido creció el amor en la joven pareja que en menos de un mes se casaron a escondidas en una iglesia pequeña del reino, consumando el matrimonio esa misma tarde en la habitación de una posada que Benjamín pagó. Y como Javiera no tenía problemas de fertilidad como la reina, quedó embarazada inmediatamente para el gozo de ambos futuros padres. En este contexto, al no querer estar lejos de su mujer, Benjamín solicitó al rey permiso para vivir fuera del palacio junto a su nueva familia, con el compromiso de seguir trabajando para su majestad, sin embargo, Felipe al ver esta oportunidad, se negó.
—Ella se mudará aquí, puedo mandar a construir una pequeña cabaña para que tengan algo más de privacidad si eso es lo que quieres —sentenció el rey sin dar lugar a réplicas.
Javiera, quien siempre desconoció el verdadero trabajo de su marido, se trasladó al palacio en medio de una gran pena por dejar a su madre sola con sus hermanos menores, pero tenía la esperanza de poder seguir apoyándolos con la ayuda de Benjamín. Él, por su parte, se sentía orgulloso de la familia que estaba formando, por lo que su sueldo lo dividía en dos partes iguales, la mitad para su suegra y la otra para abastecerse de ropa y juguetes para el futuro bebé, a quien esperaba poder darle una mejor infancia de la que él tuvo. Sin embargo, ninguno contaba con que el rey se interpondría en esta relación.
Antes de que a Javiera se le notara el vientre de embarazada, mandó a juntar a cuatro guardias reales, los más fieles que encontró, quienes prepararon la carroza y maletas que serían necesarias para el tiempo que vendría. En ese transporte, envió a su mujer, la reina, junto a Javiera al reino de Salírico, con la excusa de que su esposa necesitaba un tiempo junto a su familia de origen y no podía ir sola.
—Tu mujer es la más confiable para mí —replicó Felipe cuando fue cuestionado por Benjamín, devastado por verse privado de disfrutar el embarazo de Javiera.
—Pero Javiera está embarazada, llegará un momento en el que le será difícil cuidar de su majestad.
—No te preocupes, todo irá bien.
Nadie imaginaba los planes de Felipe, ni siquiera el rey Rafael conocía todos los detalles. A él le llegó una carta de su yerno, en la que describía la situación de su mujer como delicada, con delirios ocasionales que, según recomendación médica, podrían ser curados estando en el lugar donde ella creció, sobre todo ahora que se venía una nueva etapa. Para ello, enviaba a Javiera, la dama de compañía, quien estaba embarazada y dispuesta a dar el bebé a su majestad la reina, para que creciera como príncipe heredero. En este punto, Felipe remataba diciendo que era preciso que su mujer se recuperara por completo, para que, al regresar con el bebé en brazos, sea capaz de criarlo como hijo propio y futuro monarca del reino. El rey Rafael, ignorando por completo el trasfondo, recibió a su hija con los brazos abiertos, ocultándola del ojo público para que nadie sospechara que nunca estuvo embarazada. Trató a Javiera como si de una princesa se tratara, agradecido de que estuviera dispuesta a sacrificarse de ese modo por el bienestar común de Cristalírico. Para él, la muchacha era una heroína.
Pasaron los meses y Benjamín cada vez se ponía más ansioso por el estado de Javiera, rogando a Felipe en repetidas ocasiones que la enviara de vuelta para que tuviera a su bebé en Cristalírico, peticiones que siempre eran denegadas. La familia Bastías trataba de hacer predicciones positivas para calmar al muchacho, sin embargo, cada vez que consultaban al futuro, veían solo oscuridad, un mal signo para los tiempos venideros. Felipe, por su parte, ordenó a escondidas armar un nuevo dormitorio para bebé, el cual fue decorado y amueblado con las mejores pinturas, telas y maderas que dieron forma a la pieza donde residiría el próximo heredero.
La noticia del parto llegó poco antes de que se cumplieran oficialmente los nueve meses. Al rey le llegó una carta de uno de sus guardias que se quedó en Salírico para supervisar que todo marchara acorde al plan, sin embargo, para disgusto de Felipe, en lugar de un niño, nació una niña que Javiera nombró Noelia. Molesto con la noticia, el rey dio su siguiente orden e hizo regresar a su mujer quien, tal y como él lo planificó, regresó al interior de un carruaje cargando a la pequeña criatura, la que fue presentada el mismo día de su llegada como la nueva princesa.
Benjamín estaba entre la gente que miró el carruaje llegar, esperó con ansias ver a su amada Javiera bajar del vehículo, sin embargo, la muchacha no estaba en ningún lugar a la vista. Incluso cuando la reina bajó, esperaba que le entregara a la niña, pues estaba seguro de que la bebé era su hija. Quería sostenerla, abrazarla, ver si se parecía a él o a su mujer, decirle cuánto la quería, aunque ella no lo entendiera, pero sus ilusiones se vieron rotas al ver cómo la presentaban con el título de princesa acompañando su nombre. Esa misma tarde, en cuanto se acabaron las celebraciones por la llegada de una heredera, Benjamín se aproximó a Felipe para consultar dónde estaba Javiera y por qué no le entregaban a su hija, a lo que el monarca respondió cortante:
—Tu mujer murió en el parto. Como tú no puedes cuidar a la niña solo, te haremos el favor de criarla nosotros.
Benjamín nunca se había sentido más herido que ese día, en el que no solo perdió a su esposa, sino que también a su hija, quien crecería sin saber quiénes fueron sus verdaderos padres. Apretó los puños impotente, pues sabía bien que, de negarse a las órdenes de Felipe, acabarían con su vida inmediatamente. La única forma de poder estar cerca de Noelia era fingir que solo era un sirviente más, sin parentesco alguno, por lo que no tuvo más remedio que aceptar.
Nunca, por mucho que lo intentó con sus poderes, logró saber la verdad. Que Javiera vivió al parto en buenas condiciones de salud, pero que esa misma noche fue envenenada por uno de los guardias de Felipe, para que la bebé pudiera ser presentada como princesa sin que nadie se interpusiera.
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