Vuela libre
Capítulo número doce: Planeando en ti.
—¡En media hora estaremos arribando la costa francesa, preparen sus trajes de baños y sus cámaras! —se escuchaba desde las bocinas de la megafonía que circulaban por todas las habitaciones y el alrededor del crucero.
—¡Joder! Mi madre va a matarme, me marchó ya mismo—estando a un paso de abrir la puerta, me volteé y dejé un casto beso en los labios de Dimitri.
Corrí con mi vestido nuevo, ni siquiera había divisado los detalles, pero era de un precioso azul celeste con detalles en blancos. La falda se abría un poco a medida que caminaba pero por suerte mi camarote solo quedaba al bajar las escaleras.
Entré en mi habitación con el corazón agitado y una sonrisa enorme, al ver a mi madre, sonreí aún más, ya las maletas estaban hechas y ella se encontraba sentada en su cama viendo el océano a través de la ventana.
—¿Qué tal estuvo la noche?—preguntó en cuanto me vio parada en el umbral.
—Relajada, pero me divertí muchísimo—respondí, contestando diciendo solo una pequeña parte de la realidad.
—Cariño, no tienes que mentirme, si estás con ese Daniel, Dylan o como se llame, solo tienes que decirlo—espetó mi madre mientras se levantaba para besar mis mejillas—Confío en ti, y quiero que seas feliz.
—Eres la mejor mamá del mundo—dije y la abracé con todo el amor que tenía por dentro.
—Me lo dicen mucho...
Pasados unos minutos, caminamos hasta la salida del crucero y nos incorporamos en la fila. Ya el crucero estaba amarrado a puerto y anclado a mar. Estábamos esperando de forma impaciente, pero las personas avanzaban con lentitud.
Poco a poco estábamos más cerca de la salida hasta que por fin pudimos escapar del gentío. El puente por el que caminábamos era de madera y tenía decoraciones con soga en la barandilla .
La ciudad estaba rellena de luces y farolas, iluminaban cada rincón, reflejándose en el agua. Se escuchaba desde la lejanía a Clara Luciani, y podías oler el azúcar tostada de los croissant aunque estuviese a millas.
Simplemente olía a diferentes culturas, idiomas y costumbres, podías notarlo en la vestimenta de las personas, cada uno estaba vestido de forma elegante, con camisas , botas y boinas.
—¡Bienvenidos a Chesburgo! ¡Primeramente iremos a visitar algunos de los maravillosos sitios atractivos característicos de la ciudad francesa! Los que desean ir al acuario por favor vayan con el equipo azul, y los que prefieren ir en globo aerostático pues vayan con el equipo rojo. ¡Profitez-en!.
Las palabras del capitán me habían dejado en dudas, sinceramente yo era más de las profundidades, pero hacía ya mucho que el cielo me estaba llamando la atención. Necesitaba explorar todo lo que pudiera.
Mi madre se encaminó con el equipo azul para ver los delfines y los leones marinos y para mí sorpresa, Dimitri y yo caminamos junto con los que vestían de rojo.
—Creo que con suerte cumpliremos otro de tus sueños de la lista, estrellita—susurró Dimitri mientras caminábamos con una aglomeración de tripulantes que ahora parecían más bien turistas perdidos.
Incluyéndome.
Pronto llegó un autobús que nos condujo hasta en centro de paracaidismo, luego de varias pruebas de peso y alcohol, subirnos al avión y habernos equipados debidamente con la ayuda de todos los pilotos y paracaidistas profesionales, nos preparamos pata saltar cinco mil metros de altura sobre el nivel de la tierra. Estaba aterrorizada y a la misma vez la adrenalina no paraba de recorrerme por todo el cuerpo.
Para mi suerte uno de los profesionales se ofreció a realizar el salto conmigo en caso de que los nervios me jugaran una mala pasada.
—¿Lista?—preguntó mi acompañante y a duras penas pude gesticular un si.
—¡Disfruta tu sueño, estrellita!—exclamó Dimitri para luego saltar en caída libre con todo su impulso.
Así que di la señal y cerré los ojos, lo próximo que sentí fue el aire golpeando con fuerza mi rostro y para cuando abrí los ojos , vi Francia como si fuera una maqueta donde vivían millones de hormigas.
Sentía demasiadas emociones en un mismo intervalo de tiempo, terror, pánico, diversión, alegría, miedo, felicidad, libertad y la perfecta satisfacción de saber que había cumplido uno de mis sueños.
Jamás olvidaría a Dimitri por esto, jamás podría olvidarlo en ningún sentido.
Volar me hacia sentir la plenitud de ser un ave, poco a poco fui abriendo los brazos para disfrutar más, hasta que pude ver como Francia aumentaba su tamaño y el paracaídas había sido plegado. Ahora sólo quedaba esperar para caer en tierra firme.
Nunca había mezclado tantos sentimientos en toda mi vida.
Cuando llegué al suelo, ya Dimitri se había deshecho de su equipaje y se encontraba esperando por mi, así que yo tomé su ejemplo y me deshice del chaleco y me echaron una mano para desabrochar lo demás.
—¡Fue el mejor momento de mi vida, Dimitri! ¡Ha sido maravilloso, he visto todo del tamaño de una mosca!—exclamba con alegría mientras el me miraba como si no hubiera nadie más a quien querer mirar.
Me solía preguntar si en serio era tan hermosa como para que alguien como el se fíjese en mi, no creo ser tan fina, elegante o sofisticada para alguien que heredará un crucero tarde o temprano.
No creo ser suficiente para una persona tan importante, yo solo lo desenfocaría de su deber, como lo he hecho desde el primer día.
—He comprado algo para ti—anunció mientras caminábamos alejándonos de la colina para ir hacia un pequeño río que estaba rodeado de piedras y flores.
Sacó de su bolsillo un pequeño envoltorio de tela color azul celeste, desdoblé el pañuelo y me encontré con un pequeño llavero con la torre Eiffel y una bandera francesa.
—Así nunca me olvidarás—declaró mirando mis ojos con total claridad, éramos dos océanos reflejados en el otro. Una lucha entre el azul y el verde delicado.
—De todos modos, me será imposible olvidarte, Dimitri Petrov—confesé y sellamos el momento con un delicado beso a la orilla del río.
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