Forasteros por el mundo.

Capítulo número diez: En busca de un huracán.

Dimitri olía a nostalgia, a recuerdos que no quería devolver a mi memoria, a momentos donde alcé la voz cuando debí callar y callé cuando debí haber hablado. Me recordaba a esa parte inocente e ingenua que había perdido. Me recordaba al pasado, a las tormentas, a las absurdas decisiones que en algún momento parecieron las más sensata.

No era precisamente él lo que me traía tantas memorias, era mi versión actual, con mariposas en el estómago, sonrisas robadas y nervios sin sentido. Sé lo que duele amar, lo que arde querer y enamorarse.

Y de alguna forma, mi cabeza pensaba en mi padre, en nuestras disputas, los errores que quizás ambos cometimos. La habitación se llenó de melancolía. Al menos para mi.

—¿Está todo bien?—preguntó para luego ejecutar un gesto con los brazos y después los violinistas se marcharon y cerraron la puerta.

—Si, es solo que, recordé mi pasado y me sentí un poco mal—confesé y el ablandó su mirada.

—¿Quieres hablar conmigo sobre ello?—insistió y yo asentí.

No me vendría nada mal deshagar mi dolor, sentía que me ahogaba, me asfixiaba y quemaba tanta angustia.

—Mi padre falleció, era el mejor piloto de carreras, manejaba las motos como si fuesen su vida, hasta que un día una le arrebató la suya y...—no pude sostener más el llanto y algunas lágrimas salieron desordenadas caminando por mis mejillas hasta sentir el salado sabor en mis labios.

—No pasa nada si quieres llorar, te presto mis hombros—consoló Dimitri para luego tomar mi cabeza en sus manos y besar la corona de mi cabeza. Pude sentir su respiración a través de mis cabellos.

Me transmitía paz entre tanta guerra. Era un cable a tierra, al menos había mejorado mi estado emocional.

—¿Hace cuánto lo perdiste?—preguntó saltándome suavemente teniendo miedo de que me fragmentara en pedazos.

—Hace no más de tres años—respondí y el frunció el ceño con aflicción.

—Lo siento mucho, estrellita.

Tomé su mejilla sin control sobre mi, quería dedicarle cada una de las estrellas que brillaban en el anonimato.

—No me dejes, Tri—decidí decir sonando como una súplica, se había convertido en mi adicción.

—No sabemos las jugadas del destino, pequeña—respondió con nostalgia desbordando de sus ojos.

—Pero somos nosotros los que jugamos con las piezas.

—¿Qué es esto?—cuestionó Dimitri sacando un pequeño papel doblado del bolsillo de mi vestimenta.

—¡Dios, por favor no veas eso! —imploré y el comenzó a reír a carcajadas para después desenvolver el papel.

Yo intenté alcanzarlo pero el me superaba en tamaño y jamás llegaría a sus manos así que debía morir de la vergüenza.

—Número uno: saltar en paracaídas —empezó a leer la lista que había escrito a los doce años y que por alguna razón había llevado conmigo siempre a todos lados—Número dos: aprender a nadar. ¿Así que no sabes nadar?

—Por favor no te burles...

—Número tres: no enamorarme. Listo dice, eso si que es gracioso,estrellita.

—Eso lo escribí a los doce, por favor devuélvemelo—pedí pero el continuaba ignorando mis plegarias.

—Número cuatro: dar mi primer beso. ¿Por qué no está marcado como listo? ¿Aún no has besado a un chico?—interrogó y me acorraló contra la pared de un solo movimiento.

—No...aún no.

—Puedo ayudarte con eso...

Sentí la presión de sus gélidos dedos sobre mis cálidos labios, podía escuchar la explosión y el humo escapar por entre mi boca. Su mano se posó en mi cintura, encendiendo a su paso cada centímetro de mi piel. Acercó su boca a mis labios y sonrió antes de que ambos se rozaran. Estaba torturandome.

Suspiraba contra mi cuello, erizando cada vello y susurraba mi nombre contra mi oído. Yo solo quería que la tortura nunca terminara, y si soy una pecadora, espero que el infierno no sea un lugar tan malo.


—¿Ibas a permitir que te besara?—preguntó alejándose de mi con algo de brusquedad.

—Quizás...—dije, intentando que no fuera evidente mi decepción y mis ganas de besarle.

—Estás loca por mi, pequeña—expresó, con regodeo en su voz.

—Tu si que estás demente.—bromeé volteando los ojos en blanco.

—Si vuelves a hacer eso no podré controlarme, estrellita—avisó con una sonrisa lánguida dibujada en su rostro que hacía juego con su ceja alzada.

—Pues vete acostumbrando—reté y sonreí con el mismo regodeo que el lo había hecho.—Lamento irme así, pero necesito marcharme.

No quería arruinar el momento pero sentía que era la situación perfecta para darme la espalda y marcharme, tal vez quería demostrarle que yo era quien llevaba las riendas, o quería aparentar ser una mujer segurida de sí misma.

En ninguno de los dos casos sería verdad.

Caminaba con una sonrisa que abarcaba todo mi rostro, jamás me había sentido tan conforme con mis movimientos y decisiones. Aunque fue un golpe bajo el que no me besara.

¿Acaso no le gustaba? ¿O tal vez estaba jugando conmigo?

O solo quería atención.

Pero no caería en su juego, juré que no me enamoraría, pero soy la mejor en el juego de la seducción. Si su propósito es hacerme caer como una polilla a la luz, el será una mosca atrapada en mi red.

Que comience la competencia.

—Martina, cariño, gracias a Dios que te veo—dije en cuanto vi a mi amiga ebria a mitad de las escaleras—Necesito embriagarme.

—Yo también me alegro de verte y...vamos—me tomó de la mano y ambas subimos hasta la discoteca.

Habían shots de tequila y limones partidos a la mitad sobre la mesa. No recuerdo cuantos de esos bebí. Todos vitorearon cuando me vieron en el umbral , iluminaba por las luces neón. Me sentía como una diva.

—¿Sabías que Dimitri era hijo del capitán?—pregunté a mi amiga y ella asintió.

—Lo siento, se suponía que no podía decirte nada, órdenes de Dimitri—respondió con algo de tristeza pero yo comencé a reír a carcajadas.

—¡Pues que empiece la fiesta!.

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