Alocados
Capítulo número seis: No mezclemos las cosas.
—Creo que me he pasado en cursilerías. ¿No crees?—titubeó Dimitri con cierto tono de inseguridad al hablar.
—¿Pero qué dices? Odio los hombres fríos—musité y el sonrió con algo de alivio.
—Hablando de hombres, quisiera saber más acerca de ti y tu pasado.
No estaba segura del todo a lo que se refería, pero asumo que se trataba de aquellos hombres que albergaron mi corazón. Aunque no hizo más que dejar estrías y heridas abiertas sin coser.
—Pues, por ejemplo. ¿Con cuántos chicos has salido?—interrogó de momento tomando asiento en una silla de playa para luego apoyar su barbilla en sus manos.
—Pues, con solo uno...
Mi respuesta lo dejó algo atónito, no parecía creerla, miraba mi rostro indagando por otra respuesta algo más argumentada, pero no encontraba las palabras adecuadas.
—Nuestra relación duró un año y un poco—comencé explicando , pata seguir su ejemplo y tomar asiento a su lado—Pero digamos que ninguno de los dos tenía las metas claras y decidimos que deberíamos separarnos para descubrirlas.
—Pero eso no es todo—dijo casi como ai supiera lo que había sucedido.
—Nope, yo si que tenía las cosas claras, pero no iba a quedarme en un lugar donde no soy bienvenida—balbuceé con un poco de nostalgia, mirar atrás en los recuerdos suele doler.
—¿Fuiste feliz, Anna?—cuestionó y no pude contener una lágrima que estaba amenazando con escapar de mis ojos.
—Aprendí lo que es amar, pero no lo extraño a él, extraño lo feliz que fui, los momentos, y nuestro gato—admití y el sonrió con empatía en la mirada.
—Yo puedo regalarte un gato cuando salgamos de aquí, Anna—acarició mi mejilla, como si yo fuese de cristal, con miedo a rom€!perme.
Yo ya he hecho Kintsugi por dentro, dudo que algo vuelva a destrozarme del todo.
—Háblame de ti, Tri—pedí con una sonrisa plasmada en el rostro.
—Yo. ¡Joder! ¡Tengo que irme, Anna! ¡Mañana hablaremos!
De la forma más repentina y extraña, se retiró con rudeza mientras observaba su reloj. Eran las once con cincuenta y ocho. Estaba asombrada y temía por Dimitri, sé que tiene una rara tendencia de ser misterioso y no decir lo que hace, cosa que me estaba volviendo demasiado loca.
—Una damisela sola en la cubierta, eso no puede ser bueno—giré mi torso pata divisar en la figura de uno de los empleados.
Lo había deducido por su uniforme y por el pañuelo que llevaba anudado en el cuello.
—Solo intento tomar el aire—decidí responder, no estaba de humor pata entablar otra conversación.
—Bueno, en medio del Atlántico vas a encontrar mucho oxígeno y agua—casi reí, pero preferí sonreír de mala manera.
No quería ofrecerle una expresión de pocos amigos al chico que intentaba animarme un poco. Al menos parecía alguien decente.
—Soy Anna—saludé y extendí mi mano.
El chico moreno tomó mi mano para besar mis nudillos, el contacto de mi piel con sus labios fue como fusionar un hielo con chocolate caliente, pues sus labios eran cálidos.
—Yo soy Bruno—se presentó con una "reverencia" y se quitó su pequeña boina a modo de saludo y respeto—¿Qué tal la estancia?
—La estancia es magnífica—respondí e intenté relajar un poco mis hombros, que de alguna forma se habían adormecidos.
—¿Qué le parece el señorito Petrov?—preguntó el empleado con una máxima expresión de felicidad en el rostro.
—¿Por qué todos parecen conocer a Dimitri?—interrogué y el moreno abrió los ojos como platos como ai hubiese dicho algo malo.
—Creo que eso se lo debe explicar el—fue la única respuesta que recibí a mi interrogante de parte del empleado.
A estas alturas estaba un poco enfadada y solo quería saber que se tr0aía Dimitri entre manos, también el porqué parece ser tan famoso e investigar porqué desapareció de la nada.
—Si no es mucho pedir, por favor ni le diga que me ha visto—casi suplicó aquel moreno con las manos juntas como si estuviera rezando.
—Lo siento, no te recuerdo...
—Muchísimas gracias, Anna—agradeció el chico y se marchó por el mismo camino del que había aparecido.
Caminé hasta la parte superior del crucero, encontré que dentro del salón de baile estaban dando una fiesta. Habían jóvenes de mi edad y otros que pretendían ser mayores para beber del vaso de los adultos.
Se escuchaba la música fuertemente, sonaban melodías pegadizas sin mucha lírica, pero podía controlar tu cuerpo. Me encaminé dentro del salón climatizado y dejé que el ritmo se apoderara de mis caderas y movimientos.
No habían pasado ni veinte minutos y ya estaba ebria y luego todo se volvió una película borrosa y de baja calidad.
—¡Bebe! ¡Bebe! ¡Bebe! ¡Bebe! ¡Bebe!—todos vitoreaban al unísono mientras yo bebía desde el extremo de la manguera como si no hubiese un mañana.
Mi boca no se podía desprender o terminaría escupiendo la mayoría del alcohol que acumulaba en el interior de las mejillas.
—20...21...22...23...24...¡25!—y por fin solté la manguera de mi boca para limpiar mía comisuras—¡Ooooooh!
No podía evitar reír como ai fuese una niña pequeña en un parque acuático cayendo por un tobogán. Legalmente estaba bien que bebiera alcohol, pero a mi madre no le gustaría mucho la idea.
—¡Juguemos verdad o reto!—exclamó una chica de cabello rizado y rojizo.
—¡Siii!
—Empecemos por ti—dijo un chico con fuego en los ojos, comencé a reír a carcajadas sin razón—¿Verdad o reto?
—Reto—respondí y reí.
—Debes quitarte el vestido o serás lanzada a la piscina.
No estaba dispuesta a llenar mi cuerpo de agua congelada a altas horas de la madrugada.
—No, no puedo...
Mis piernas y mis ojos ya no tenían control, solo quería caer en una cama y dormir al menos una semana.
—Creo que ya ha sido suficiente—dijo una voz ronca y masculina, similar a la de Dimitri.
Giré mi cabeza y era Dimitri exactamente.
Esperen.
¡ERA DIMITRI!
El se arrimó a mi cuerpo, me cargó en peso y me llevó en sus hombros como si fuese un saco de verduras.
—¡Bájame!
—Mejor haz silencio, estrellita...
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