Último VERANO

La anciana del banco ya no está. Un día, al despertarme y sentarme en la butaca como siempre, no vi a la lívida mujer sentada. Me quedé observando el banco sombrío hasta que vi cómo el hijo atravesaba la plaza, ya sin tanta prisa, caminando entristecido. Cuando llegó al banco se dejó caer sobre las estropeadas maderas y apoyó sus codos en las piernas, cubriéndose la cara con sus manos, sollozando. Unos minutos después abandonó la plaza maletín en mano.

No volví a ver a la anciana, supuse que no se sentaría nunca más en el banco. Hoy, su hijo, con unos cuantos años más a su espalda viene cada día a la plaza y se sienta en el mismo banco como si esperase volver a ver a su querida madre en él.

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