Era 21 de septiembre, primavera, el primer día que me senté en la poltrona que sería mi única acompañante durante los siguientes años de soledad. Las flores de los framboyanes brotaban asomándose entre las ramas y adornando la plaza, dejando ensombrecidos los bancos. El silencio gobernaba la plazuela, el viento runruneaba interrumpiendo la paz en la que se mecían los pajarillos en las ramas. De pronto una niña de unos ocho años con un vestidito color celeste interrumpe gritando y riendo.

- ¡A que no me pillas Alexis!

Desde una esquina de la plaza aparece un chico regordete, corriendo con ahogo.

- ¡Espera Teressa! Vas demasiado rápido... - dice entre jadeos.

- Jo, vas muy lento, así no se puede jugar - la niña se queja y se enfurruña inflando sus rosados mofletes.

- Lo siento Teressa, te prometo que intentaré correr más rápido la próxima vez, pero por favor, no te enfades - el niño, preocupado, se acerca a la niña cojeando e intentando mantener la compostura y la abraza. La niña esboza una tierna sonrisa mostrando los abundantes huecos entre diente y diente.

 - No importa Alexis, podemos jugar a otra cosa, ¿te parece?

- ¡Claro! - responde el niño con entusiasmo.

Ambos desaparecen de la plaza, sonriendo y tomados de la mano. Durante el resto de los días volvieron a jugar a la plaza saltando, riendo... 

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Framboyán: tipo de árbol que es habitual encontrar en zonas como, por ejemplo, Perú. (arriba tenéis la foto de cómo es)