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La oscuridad se extiende sin fin, el frío me congela el alma, el vacío me rodea. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que El Mundo Ghuraki explotó, no sé cuánto tiempo llevo vagando por los restos del planeta al que ayudé a liberar. Solo sé que la guerra contra Abismo continúa, que mis hermanos están golpeando y que el avance de las fuerzas de Él se está ralentizando. 

Aunque tengo el cuerpo congelado, aunque apenas puedo mover los párpados y los dedos de la mano, de vez en cuando mi poder aumenta y soy capaz de tener visiones. En esos momentos, en los que dejo atrás la soledad de flotar sin rumbo por el vacío y contemplo a mis hermanos de armas, siento plenitud. Quizá tarde, pero sé que llegará el momento de volver a combatir a su lado.

«Adalt... Mukrah... Geberdeth... Cazadora... Dharta...». 

Aun sin poder evitar dejarme llevar por la inercia, aun siendo solo un esclavo de la oscuridad que rodea los mundos de La Convergencia, eso no me impide mantener la esperanza. We'ahthurg no me venció y Jiatrhán pagó caro el haberme arrebatado de mi mundo. Mis enemigos no han conseguido más que empujarme a hacerme más fuerte. Puede que me lleve tiempo, pero sé que alcanzaré mi destino, que me convertiré en lo que siempre he sido: El Hijo del Silencio.

Da igual si serví a Abismo, si fui consumido por la oscuridad de Él, si inundé mi alma con su energía. Lo único que importa es lo que hacemos en el presente; y en mi presente solo hay lugar para la lucha contra las especies oscuras.

«Maestro... Ghelit... Harterg Vhargat...».

Desconozco gran parte de mi pasado, no sé qué pasó después de que mi hermano matara a mi madre y yo cayera hacia las entrañas de Abismo. No sé qué me sucedió en la infancia anterior a la que viví junto a Adalt, no sé mucho de mi naturaleza, no sé por qué el silencio acudió a mí, pero estoy convencido de que tras haber derramado mi sangre y la de los Ghurakis, tras haberme enfrentado contra Los Conderiums, tras haber sorprendido a Él y haber ayudado a que Ghoemew reviviera, he conseguido vencer la primera batalla de la guerra contra Abismo.

Eso, más el recuerdo de cómo conseguí superar los efectos de la petrificación y de cómo aguante encerrado en mí mismo sin llegar a perder el juicio, consigue que no me impaciente, que soporte el cautiverio helado en el que me encuentro y que confíe en el futuro.

Con gran esfuerzo, cierro los ojos y dejo que la calma que anida en el fondo de mi ser, la paz que rodea el pequeño núcleo de mi alma que se conecta con el silencio, vibre y me haga saber que, aun sin estar cerca de nadie, aun hallándome rodeado tan solo por fragmentos del Mundo Ghuraki, no estoy solo. El silencio, por más que se aleje en algunos momentos, por más que a veces parezca dejarme, siempre está a mi lado.

Mientras me fundo con esa parte de mi ser, siento una vibración lejana que no tarda en alcanzarme. Cuando está cerca de mí y consigue que me tiemblen un poco los músculos congelados, abro lentamente los párpados y muevo despacio los ojos. Después de unos instantes que me parecen eternos, consigo discernir una figura oscura que se camufla en la negrura que me rodea.

Aunque soy capaz de mover los labios, no logro que las cuerdas vocales produzcan ningún sonido. Me quiero dirigir hacia lo que sea que se mueve a mi alrededor, pero por más que me esfuerzo lo único que consigo es sentir un leve dolor en la garganta.

Dándome por vencido, aun sin percibir la mente de quien se halla cerca de mí, intento contactar usando la telepatía:

«¿Quién eres? —Al notar que me escucha, insisto—: ¿Qué quieres?».

La figura difusa que se mezcla con la oscuridad se mueve a más velocidad. Después de varios segundos, en los que ha intensificado la vibración y ha conseguido que la sienta con fuerza, me contesta:

«Soy alguien encargado de que alcances el lugar donde debes estar».

Al sentir cómo su aura se propaga y muestra la esencia negra que la compone, me concentro e intento canalizar mi poder.

«Vagalat, no te pongas nervioso, no he venido a hacerte daño. He venido a ayudarte. —Hace una pausa—. He venido a darte un pequeño empujón para que alcances tu destino».

Sin poder hacer nada por evitarlo, siento cómo el ser mueve mi cuerpo y lo aleja de los fragmentos del Mundo Ghuraki. Aunque quiero romper la prisión helada que me impide reaccionar, aunque quiero gritarle, manifestar a Dhagul y acabar con él, lo único que puedo hacer es sentir cómo el frío se intensifica y cómo comienza a adormecerme la mente.

Mientras lucho contra el cansancio y el sueño, mientras siento que empiezo a moverme a más velocidad, una fina capa de energía carmesí me recubre los ojos. Después de tanto tiempo, después de no haber podido manifestarla, al final es mi aura la que aparece sin que yo la controle.

El hielo que me recubre el cuerpo y me paraliza los músculos comienza a derretirse. La fricción produce un calor que me reaviva y logra que por fin pueda mover el brazo. Elevo la mano, manifiesto a Laht y sonrío al escuchar el graznido que produce.

—Fiel amigo... —logro susurrar—. Vuela.

El cuervo sagrado bate las alas y gracias a él soy capaz de ver qué es lo que me está atrayendo. Los ojos de Laht me muestran un gran remolino negro de bordes dorados que gira a gran velocidad y engulle lo que lo rodea.

Me concentro, canalizo parte de mi poder y genero un estallido de energía que me detiene. Mientras Laht se posa en el hombro y retorna a mí, me yergo y observo cómo salen desprendidos relámpagos del centro del vórtice.

—¿Qué eres? —murmuro.

Antes de que me dé tiempo a examinarlo a través de la energía de mi alma, siento una vibración detrás de mí y noto cómo me golpea una nube negra. Muevo la mano, trazo un surco de energía carmesí, freno la inercia, me doy la vuelta y contemplo a la criatura que me ha empujado.

—Deberías darme las gracias —me dice—. Si no hubiera sido por mí aún estarías flotando entre los pedazos de ese mundo. —El ser de sombras se mueve dejando un resto de su esencia brumosa por donde pasa—. Esto es beneficioso para los dos.

Manifiesto a Dhagul y aprieto con fuerza la empuñadura.

—¿Y en qué te beneficia a ti el haberme sacado de mi letargo?

Se mueve con rapidez y tengo que esforzarme para seguirlo con la mirada.

—Me beneficia porque así ajustaremos cuentas con Los Ancestros.

Al escuchar sus palabras, un cúmulo de imágenes me golpea la mente.

—¿Los Ancestros...? —suelto confundido.

La criatura se acerca un poco y puedo ver los rasgos difusos de la cara.

—¿Aún no los recuerdas? —Ladea ligeramente la cabeza—. Entiendo... Lo que te hicieron borró los recuerdos de tus otras existencias.

—¿Mis otras existencias? —pregunto sin poder evitar sorprenderme—. ¿Qué quieres decir?

—Lo que intuyes, que has vivido más vidas de las que creías haber vivido.

Aunque sé que dice la verdad, aunque sé que he vivido más vidas que las del bebé que cayó a Abismo y el niño que creció junto a Adalt, no puedo evitar que el ímpetu de mi viejo yo se imponga, que una parte de mí quiera negarlo, y lanzo a Dhagul contra el ser.

—Vagalat, aún debes aprender cuál es tu papel dentro del orden cósmico —dice, esquivando la espada—. Tu viaje solo acaba de empezar. —Mueve un brazo, envuelve a Dhagul dentro de una bruma y consigue que el arma se descomponga en energía y regrese a mí—. Es hora de que continúes.

Intento volver a dar forma a Dhagul, pero la espada no quiere obedecerme. Aunque he tardado en darme cuenta, ahora veo que el alma de ese ser vibra a la misma frecuencia que la mía. No sé qué o quién es, pero su esencia se asemeja a la de mi espíritu.

—¿Quién eres? —pregunto, intentando discernir con claridad los rasgos difusos de su rostro.

—Soy un fantasma de un futuro incierto. —Por un segundo, consigo ver las facciones envejecidas—. De uno que ya no existirá.

Mientras el vórtice comienza a atraerme de nuevo, el ser empieza a descomponerse.

—Espera... —Alzo el brazo en un amago de alcanzarlo—. ¿Por qué me resultas tan familiar?

Cuando las palabras se silencian, siento que su alma se extingue y que no queda rastro de su existencia. Aunque parezca extraño, es como si nunca hubiera estado aquí... Como si nunca hubiera existido.

Preguntándome quién era y qué quería, a la vez que me desplazo con más rapidez, los rayos del inmenso remolino me golpean y me desgarran la piel. La fuerza de atracción es tan grande que apenas puedo mover las manos.

Al atravesar el vórtice, lo que me rodea comienza a esclarecerse y la oscuridad poco a poco va quedando atrás. No tardo mucho en sentir un intenso calor y en notar cómo me arde la piel. Apenas puedo girar el cuello y mirar hacia donde me dirijo, pero, cuando lo logro y consigo ver más allá de la intensa capa de fuego que me rodea el cuerpo, soy capaz de otear un gigantesco mundo.

«¿Qué es este lugar?» me pregunto mientras atravieso un cúmulo de densas nubes.

El ruido es ensordecedor y el calor se vuelve aún más intenso. Por encima de las llamas no tarda en aparece un humo negro. Mi cuerpo, convertido en un proyectil, está desgarrando la atmósfera. Y yo, con los músculos casi derretidos, con la carne pegada a los huesos, empiezo a perder el conocimiento.

Antes de impactar contra la superficie, antes de quedarme inconsciente, a la vez que después de mucho tiempo vuelvo a escuchar los susurros del silencio, pienso:

«No sé dónde estoy, pero, sea donde sea, desde aquí continuaré la guerra contra Abismo. Hermanos, esperadme, pronto estaré con vosotros».

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