Capítulo 7 -Nuestro hogar está en la oscuridad-

Hace ya tiempo que dejé de escuchar el sonido que emergía del pozo, el que producía la cadena del hombre de escamas mientras la arrastraba alejándose. Ahora lo único que se oye de vez en cuando en la cavidad, aparte del sonido constante de mi respiración y la de la mi aliado, es el tenue silbido que produce el viento al surcar la gruta e impactar contra las paredes del pozo.

No sé el tiempo que llevo sentando a lado de Valdhuitrg y Zhuasraht, haciendo guardia por si aparecen nuevos encadenados, pero siento que con cada minuto que pasa el cansancio aumenta y me es más difícil mantener los ojos abiertos.

Aunque trato de seguir despierto, aunque me esfuerzo en impedir que los párpados se cierren, no puedo evitar empezar a cabecear. La parte oscura de mi alma no solo me ha hecho mucho más débil, también ha conseguido que mi cuerpo se fatigue el doble de rápido. En estos momentos, incluso me cuesta llenar los pulmones de aire.

Sin tener siquiera fuerzas para pensar en ello, poco a poco, de forma constante, el cansancio va ganando la batalla y llega un punto en el que ya no puedo resistir más. La cabeza cae, se apoya en el pecho y los ojos se cierran.

«No puedo dormirme...» me digo, recreando en mi mente la última imagen que he percibido antes de que los párpados le dieran un descanso a la vista, la de la cadena que me une a Valdhuitrg brillando tenuemente.

***

Siento una agradable brisa, abro los ojos y observo un paisaje que me resulta muy familiar. Inspiro y huelo el olor de la hierba.

—Ya he estado aquí antes... —susurro, recordando la visión que tuve después de que me encadenaran a Valdhuitrg.

Mientras avanzo por este bosque de árboles de troncos rojos y hojas amarillas, una leve sonrisa se me marca en la cara al sentirme liberado de la presión de la cadena en la muñeca. Sé que esto es una ilusión o un recuerdo, pero eso no evita que me alegre de volver a ser libre.

Camino pisando la hierba azulada, viendo que con cada paso que doy se elevan unos centímetros unas partículas cristalinas.

—Un mundo vivo —digo, inspirando con fuerza, percibiendo el aroma que tanto hecho en falta: el aroma de la vida.

Aquí, notando la caricia del viento en la piel, sintiendo que la debilidad ya no me posee, me alejo de la realidad de Los Ancestros. En este lugar los filamentos son tan solo un mal recuerdo y el reino de terror es algo tan lejano.

Ando inmerso en mis pensamientos y casi no me doy cuenta de que alcanzo un claro. Cuando soy consciente de que dejo atrás el bosque, veo correr a un niño de la especie de Valdhuitrg que tiene un tamaño similar al de un humano de unos diez años. El pequeño demonio persigue a un animal de seis patas, pelaje blanco y una cornamenta gris.

Mientras el niño salta sobre la presa y le desgarra un costado con la mano, mientras escucho los sonidos agónicos que produce el animal, me acerco lo suficiente para ver cómo el pequeño se levanta y cómo la sangre cae sobre la hierba azul resbalando por las puntas de los dedos.

Sé que no puede verme, sé que aquí no soy más que un fantasma, sé que esto no forma parte de mi memoria, pero eso no me impide percibirlo casi como si fuera real.

—Valdhuitrg —escucho que alguien pronuncia con una voz profunda detrás de mí y me giro—. Hijo, debes acabar el ritual. —Quien habla es semejante a Valdhuitrg, aunque es aún más corpulento y su cornamenta es más grande—. Debes arrancarle la vida. —Camina despacio hacia el niño—. Debes comerte su vitalidad.

Al volver a observar al pequeño demonio comprendo que es Valdhuitrg de niño y entiendo que esto forma parte de sus recuerdos. Inconscientemente, olvidando por un segundo que en este lugar no se hallan fundidos a mí, me palpo la muñeca en busca de los eslabones y me digo:

—La cadena no solo une nuestros cuerpos...

El niño mira al animal que intenta en vano levantarse y huir, contempla los espasmos de las patas y la mirada de terror e incomprensión que proyecta. Tras unos instantes, el pequeño demonio inspira, aprieta los puños y cierra los ojos.

El padre de Valdhuitrg llega a su altura, pone la mano en el hombro de su hijo y dice:

—Son inferiores. Arrancarles su vitalidad los engrandece. —Lo empuja con suavidad para que termine lo que ha empezado—. Debes dejar paso a tu nuevo yo. Debes completar el ritual de la caída del antiguo reino de la imperfección.

El niño abre los párpados, mira al horizonte, a unas montañas azuladas, y dice:

—¿Por qué debemos seguir los rituales que nos imponen para humillarnos? ¿Por qué debemos venerarlos?

Aunque el demonio adulto no esconde lo incomodo que se siente porque su hijo le cuestiona y no le obedece, se contiene y responde:

—Solo tienes tres mil quinientos años, no llegaste a vivir la conquista. Ni siquiera yo la viví. Pero el padre de mi tatarabuelo sí, y sus vivencias quedaron grabadas en la tradición. —Observa la sangre que brota de la presa herida—. Quedaron grabadas en las palabras que se trasmiten para que recordemos la caída de los viejos mundos, los reinos de los antiguos dioses y el hogar oscuro. —Se agacha un poco y contempla la mirada de temor del animal—. A nuestra especie le concedieron este mundo y tan solo le pidieron tres cosas: obediencia, sacrificar en su nombre y combatir a los rebeldes. —Acaricia el cuello de la presa y siente cómo tiembla—. Las huestes de la ceniza éramos un pueblo orgulloso que no se aliaba con nadie, pero los tiempos cambiaron y yo nací en un mundo gobernado por el silencio. Un mundo donde no puedo más que obedecer. —Se levanta—. Al igual que yo, tú has nacido en el reino de Los Ancestros y debes aprender a someterte. —Lo mira a los ojos—. No existe lugar para la rebeldía. En nuestras mentes solo hay lugar para el agradecimiento a los dioses que nacieron del silencio. —Le pone la mano en la espalda, lo empuja con brusquedad y el niño cae sobre el animal—. Ahora acaba el ritual y honra a los dioses que nos conceden la libertad.

Sorprendido, sin dejar de prestar atención a lo que sucede, pienso:

«¿El pueblo de Valdhuitrg sirvió a Los Ancestros... y los consideraban dioses...?».

Dirijo la mirada hacia el niño y veo que aprieta los puños.

—No son dioses... —masculla—. Son imperfecciones. —Deja que la ira lo gobierne, le arranca el corazón a la presa y lo muerde—. El silencio es un poder de corrupción. —Se levanta, tira al suelo el órgano mordisqueado y mira al demonio adulto—. Jamás me arrodillaré ante ellos. Lucharé como mi abuelo...

El padre le da una bofetada que obliga al niño a girar la cara.

—Tu abuelo no fue capaz de comprender que los viejos tiempos y los viejos mitos ya no existían. —Cierra la mano y se contiene para no volver a golpearlo—. Puso en riesgo el futuro de nuestro pueblo.

El niño mira a su padre desafiante y dice:

—Lo único que conseguimos obedeciéndoles es retrasar nuestra destrucción.

El demonio adulto aprieta los dientes y no oculta la rabia que siente.

—Que hayas alcanzado tu plenitud mental no te da derecho a cuestionarme. —Lo coge de la pequeña cornamenta que le sobresale de las sienes y lo obliga a agachar la cabeza—. Hasta que tu cuerpo y tus cuernos no crezcan más tendrás que seguir obedeciéndome. —Lo suelta y se separa un poco—. Olvida que nuestro hogar estaba en la oscuridad y asume que ahora está en el silencio. —Una mezcla de decepción y rabia se apoderan de su rostro—. Asúmelo o tendré que obligarte a asumirlo.

El padre se da la vuelta y se aleja dejando al pequeño al lado del animal muerto y del gran charco de sangre que se extiende por la hierba. Cuando el demonio adulto desparece entre los troncos rojos, Valdhuitrg dice:

—El legado de mi abuelo no murió con él. Lucharé y venceré a Los Ancestros. —Se limpia los labios y mira la mano ensangrentada—. Vengaré nuestra deshonra.

Sintiendo los sentimientos de mi aliado como propios, notando la intensidad de sus ansías de venganza y el respeto por la figura de su abuelo, veo cómo el recuerdo se difumina trasformándose en una niebla rojiza que poco a poco comienza a dar forma a otro lugar.

«La rebelión siempre estuvo dentro de él...» me digo, pensando en Valdhuitrg, observando cómo se manifiestan grandes construcciones de paredes rojas y rostros demoníacos incrustadas en ellas.

Cuando la ciudad termina de tomar forma, un lugar próspero cobra vida delante de mí y las calles se ponen en movimiento y los seres del pueblo de Valdhuitrg empiezan a recorrerlas.

Vuelvo a sentir la inmersión en el recuerdo, noto casi como si me fusionara con él, dejo atrás las preguntas y las dudas que me ha generado la primera visión y camino atravesando los cuerpos de los demonios y la diablesas.

«Aquí no soy más que un fantasma, un fantasma de un futuro incierto» pienso, contemplando la vida que desprende la ciudad.

Después de doblar la esquina, alcanzo una calle que desemboca en una gran avenida. Sigo andando hasta que llego a ella y me detengo para observar dos inmensas estatuas de color rojo que representan a un hombre y una mujer de la especie de Valdhuitrg. Las figuras, que tienen las manos entrelazadas y los brazos alzados, apuntan con los puños hacia el firmamento mientras las cabezas señalan el suelo.

—Si tanta rabia te da, ¿para qué vienes siempre a verlas?

Me giro y veo que quien habla es una joven diablesa ataviada con prendas pardas que se dirige a un demonio que aparenta tener la misma edad que ella. Tras fijarme bien, me doy cuenta de que el demonio es Valdhuitrg con más edad que en la anterior visión.

—Porque alimenta mi odio —dice él, con los brazos cruzados, observando las inmensas estatuas sin ocultar el desprecio que le producen—. Ver esto me recuerda cómo nos ven. —Mira a los ojos de la diablesa—. Los Ancestros han usado a nuestro pueblo como guerreros esclavos. Nos han obligado a servir con fe ciega y devoción. —La ira se manifiesta en su mirada—. Aunque lo que más odio es que nuestra gente de verdad los veneran como dioses. —Vuelve a mirar las esculturas—. Son como ellos, los sirven con la cabeza agachada.

La diablesa le acaricia la cara y lo calma.

—Valdhuitrg, ¿qué más da? ¿Qué puedes hacer? —Se nota que lo ama, que no le importa lo que piensa, que tan solo le importa él—. Te acompaño cada día, te digo lo injusto que es que estemos esclavizados, pero agradezco que gracias a este cautiverio, gracias al pacto de nuestros antepasados, tú y yo existamos. —Cuando aproxima los labios y le da un beso, el demonio consigue calmarse—. Tu abuelo estaría orgulloso de ti, de que no te quieras rendir, pero estoy segura de que no te pediría que siguieras su lucha. —Le coge la mano y la lleva a su vientre—. Estoy segura de que te pediría que pensaras en el mañana. En el futuro. En la familia que puede venir.

Valdhuitrg sonríe y por primera vez veo cómo se manifiesta la alegría en su cara. Viendo la felicidad que trasmiten los dos, no puedo evitar que se me dibuje una sonrisa en el rostro. Verlos me lleva a recordar otros tiempos donde yo también era feliz, donde amaba y era amado.

—Ghelit... —susurro sin que mi voz sea escuchada por nadie más que yo.

Valdhuitrg la coge de la mano, empieza a caminar y dice:

—Eres testaruda, Qahssharti. Vas a unir tu energía y tu alma a la de un demonio con el corazón dividido entre la venganza y el amor.

Ella lo frena, sonríe y lo besa.

—Pues tendré que obligar a tu corazón a que se incline solo por el amor.

Inspiro con fuerza, el sentirme unido a los sentimientos y recuerdos de Valdhuitrg, el estar aquí y contemplar esto, ha conseguido que una pequeña llama prenda en lo más profundo de mi ser.

Mi alma aún sigue resquebrajada, partida entre la parte que está subyugando por mi representación oscura y la porción que aún me da aliento, pero caminar entre los sentimientos de mi aliado hace que sienta la seguridad de que volveré a recuperar mi poder.

Aunque me engañaba, aunque me convencía de que vencería a mi parte oscura y reclamaría la totalidad de mi ser, no ha sido hasta este momento que ha nacido en mí la profunda certeza de que lo lograré.

—Gracias... —susurro, viendo cómo Valdhuitrg, Qahssharti y la ciudad se convierten en una niebla roja.

Poco a poco la bruma da forma al interior de una casa. Mientras observo las paredes de un metal anaranjado, paso la mano por la superficie de una mesa metálica de color negro y, aunque siento el tacto frío, noto que las sensaciones tan solo son una recreación producida por el lazo que me une a Valdhuitrg.

—La cadena funde nuestras mentes... —susurro, avanzando por la gran estancia, caminando hacia una espada de un intenso fuego rojo que tiene parte de la hoja clavada en el suelo—. La energía que desprende el arma es inmensa... —murmuro, observando las llamas.

Escucho el chirrido de una compuerta de metal al abrirse y me doy la vuelta en busca del origen del sonido. Un Valdhuitrg con el mismo aspecto que tiene en el presente entra a paso ligero en la estancia seguido de un demonio adolescente.

—Te he dicho que no —pronuncia mi aliado sin girarse, llegando a la mesa de metal negro—. No irás con él a esa expedición. —Mientras se apoya en la mesa, la ira se manifiesta en su rostro—. ¿Quién se ha creído que es?

—Padre, es mi abuelo. —Valdhuitrg aprieta los dientes—. Y es el líder de nuestro pueblo.

—Es un cobarde. —Se da la vuelta y señala al joven—. Un cobarde que gobierna a un pueblo cobarde.

El hijo de Valdhuitrg se adelante un paso y se encara con su padre.

—No es un cobarde. No teme combatir a los que se rebelan contra el silencio y se niegan a adorarlo. Y eso no es cobardía. —Mi aliado aprieta los puños—. Si madre no estuviera enferma, si aún tuviera fuerzas para no decirte lo que te complace, si no estuviera postrada en la cama, ella me daría la razón. Querría que combatiera junto a los dioses.

—¡¿Dioses?! ¿Tanto te ha lavado mi padre la mente como para que los veas como dioses? —Se da la vuelta, golpea con fuerza la mesa, la abolla y maldice—. Son los culpables de que los filamentos estén consumiendo la creación. Son los culpables de deshonraros.

El hijo pronuncia con convicción:

—Los Ancestros son nuestros dioses. Son los dioses de lo que existe y de lo que no.

Valdhuitrg no se contiene, se gira y, en un acto guiado por una profunda ira, le golpea con el reverso del puño en la cara.

—Son imperfecciones. Son solo unos parásitos que han corrompido el silencio.

El hijo se palpa el labio, mira la sangre en los dedos y brama:

—¡Blasfemia! —Retrocede unos pasos y manifiesta una espada de fuego rojo—. Son la voluntad del silencio.

Los músculos de la cara de Valdhuitrg tiemblan.

—¿Me desafías? ¿Aquí, en nuestra casa? —Mueve el brazo y la espada de fuego que está incrustada en el suelo vuela hacia él—. ¿Tan mal te he criado para que me odies tanto como para desafiarme con tu esencia de ceniza? —Blande el arma y ordena—: Haz que desaparezca la espada. ¡Ahora!

El hijo niega con la cabeza y se prepara para cargar cuando el padre de Valdhuitrg, algo más envejecido que la primera vez que lo vi, entra en la estancia junto con varios demonios y se dirige a mi aliado:

—Haz que desaparezca la tuya, hijo —la última palabra la pronuncia con desprecio mientras hace un gesto con la cabeza para que avancen los demonios que lo acompañan—. Eres una deshonra para tu pueblo y para tu familia.

Valdhuitrg aprieta con fuerza la empuñadura de la espada y se prepara para combatir, pero, en el último momento, la diablesa que vi con él en el recuerdo anterior, mucho más flaca y decrépita, más envejecida que la apariencia que tendría que tener, camina apoyada en otra diablesa, tose y suelta casi sin fuerzas:

—Valdhuitrg...

Cuando escucha la voz de su mujer, cuando vuelve a mirar la cara de odio de su hijo y la de desprecio de su padre, mi aliado suelta la empuñadura de la espada y, mientras el arma vuela para volver a clavarse en el suelo, los lagrimales se le humedecen y sueltan un poco de humo.

—Ve con él. Sirve a tus dioses —pronuncia con un dolor que me llega al alma.

El padre de Valdhuitrg da una palmada y los demonios se retiran.

—No vuelvas a traicionar a nuestro pueblo —le advierte antes de posar la mano en el hombro de su nieto y llevárselo con él—. Si lo haces, ya no podré protegerte más —añade mientras camina dándole la espalda.

La mujer de mi aliado, desde el gran corredor que hay más allá de la compuerta, antes de cerrar los ojos y perder el conocimiento, repite con una voz cansada que muestra lo débil que está su cuerpo:

—Valdhuitrg... —Cuando desfallece, la diablesa que está a su lado la sostiene.

El hijo llega a su altura, le acaricia el rostro y susurra:

—Madre... —Niega ligeramente con la cabeza y alza más la voz—: Esto es culpa de él... El silencio te enfermó para castigarlo, pero yo conseguiré que te perdonen. —Se da la vuelta, mira con odio a Valdhuitrg y sentencia—: Si madre muere, si ella cae, tú serás el siguiente.

Valdhuitrg contempla la rabia de su hijo, la sonrisa de su padre y se mantiene inmóvil superado por el dolor y la impotencia. Está tan hundido en un sufrimiento desgarrador que ni siquiera es capaz de reaccionar e ir hacia su mujer cuando los hombres abandonan la casa.

El dolor que le devora el alma es tan intenso que lo siento como si me clavara en las entrañas. Con cada visión, con cada recuerdo, estoy más unido a él.

Avanzo unos pasos y, poseído por una gran tristeza, sintiéndome impotente, aunque sé que esto es tan solo un recuerdo, pongo la mano en su espalda y le juro:

—Acabaremos con Los Ancestros. —Aun sin hallarme en mi cuerpo físico, aun estando en una representación, siento cómo las lágrimas me surcan las mejillas—. Los aplastaremos.

Con la mirada pérdida y fija en el gran corredor, Valdhuitrg dice:

—Me arrebatan todo lo que me importa. —Mira a su mujer y no puede evitar mostrar el dolor que siente por su enfermedad—. Toda la vida me han castigado quitándome a quienes he amado... —Se queda observando el rostro de su esposa unos segundos—. Lo siento, Qahssharti, pero ya no puedo seguir cumpliendo la promesa. —Las lágrimas le abrasan la piel—. He de luchar para acabar con el reino del silencio. —Baja la cabeza, cierra los ojos, aprieta los puños y susurra—: Abuelo, tenías razón. Siempre la tuviste...

Valdhuitrg y la estancia se descomponen en una niebla roja y yo me quedo experimentando su dolor. Con cada nueva visión, con cada nueva revelación de su pasado, no solo me siento más unido a él, sino que también siento sus ansias de venganza como propias.

—Los Ancestros existen por mi culpa, no estuve para evitar su nacimiento, no pude combatir en la guerra y eso les permitió existir. —Me miro la mano y contemplo cómo brilla envuelta por un fulgor carmesí—. Los destruiré y arreglaré el futuro.

Escucho fuertes pisadas y veo cómo la niebla da forma a un pequeño ejército de demonios y diablesas que lidera Valdhuitrg. Todos corren por un bosque de troncos rojos y hojas amarillas evitando los proyectiles de energía azul claro que caen del cielo.

—¡Corred! ¡Más rápido! —brama mi aliado, haciendo un gesto a una diablesa que parece que es Karthmessha—. ¡Dividiros!

Los demonios y las diablesas corren separándose, convirtiéndose en un blanco más difícil para los proyectiles. Cuando me dispongo a seguir a Valdhuitrg, la imagen del bosque se descompone y da forma a un claro por el que corre mi aliado intentando atraer los rayos de energía.

—¡Vamos! ¡Es a mí a quien queréis!

Delante de él se produce una explosión de luz azul que al apagarse deja a la vista a un ser de piel transparente, ojos de energía azul, huesos negros y cadenas rojizas que le envuelven el cuerpo.

Valdhuitrg se detiene, sonríe y dice:

—Al fin un siervo importante de Los Ancestros. —Extiende un poco el brazo y lo señala—. Jhustograt, tu muerte enviará un bonito mensaje a tus amos.

El ser se queda observando en silencio unos segundos.

—Valdhuitrg, ¿nunca has pensado que caminas los pasos que te marcan desde el silencio? ¿No crees que tu rebelión estaba predestinada desde antes de que tú existieras? —Mientras habla sus ojos producen un fuerte brillo—. Nada ocurre sin que lo deseen Los Ancestros.

La sonrisa del demonio se hace más intensa.

—No me engañarás con tus mentiras. No vas a lograr que la confusión de adueñe de mí. —Manifiesta una gran espada de fuego y se pone en guardia—. No vas a evitar que te mate. —Eleva el arma y las llamaradas se extienden hasta rozar el cielo—. Rézales a tus falsos dioses.

Varios demonios y diablesas del ejército de Valdhuitrg alcanzan el claro y crean espadas de fuego. El ser los mira y dice:

—No hagamos esperar a esta tierra que quiere ser bañada con la sangre de los tuyos. —Mueve la mano y por el claro se manifiestan soldados de armaduras grises como los que me enfrenté al poco de llegar al mundo de Los Ancestros—. Que empiece una nueva etapa de tu tortura.

Valdhuitrg corre, lanza la espada contra el brazo del ser y se produce un intenso resplandor que me ciega. Cuando consigo abrir los ojos, la imagen se ha descompuesto y siento cómo me arde el brazo. Bajo la cabeza, observo la cadena unida a la muñeca y noto cómo tira de mí.

***

Abro los párpados, inspiro con fuerza y suelto un grito ahogado. Cuando me doy cuenta de que he regresado a mi cuerpo y que me hallo de nuevo en la cavidad de mineral verde, me tranquilizo y me pongo a pensar en las escenas de las que he sido testigo.

—Valdhuitrg... —susurro, contemplando el rostro fatigado de mi compañero—. Lo siento...

Miro la cadena que nos une, veo cómo brilla tenuemente y siento el ardor que me produce en la muñeca. Pensé que Él era un enemigo casi invencible, que lo más difícil en mi vida sería combatir contra Abismo y su dueño, pero estar aquí, en esta realidad enferma gobernada por manifestaciones corruptas del silencio, me produce una extraña sensación que me cuesta asimilar.

—Os vengaré —digo, pensando en mis hermanos—. Vengaré a tu familia —prosigo, dirigiendo la mirada hacia el rostro de mi aliado—. Vengaré a todos los que han caído —continúo, sintiendo cómo un tenue calor se propaga por mi piel—. Derramaré la sangre de los siervos del silencio y extinguiré la energía de sus amos —juro, inspirando despacio, elevando un poco la mirada y perdiéndome en mis recuerdos—. Acabaré con este futuro y regresaré a mi tiempo. —Por un breve instante, la energía carmesí me recubre el cuerpo.

Cuando el aura desaparece, unos segundos después de que se silencien mis palabras, escucho cómo tose Valdhuitrg y cómo con gran esfuerzo abre los ojos. Con la mirada cansada, con el rostro reflejando el dolor que proyecta su alma, dice:

—Humano, he soñado contigo. —Se toca el borde de la herida y aprieta los dientes—. He soñado que combatías a unos seres de piel púrpura y que los vencías arrojando los fragmentos de una luna contra su mundo. —Inspira despacio—. He soñado con un mundo en silencio. —Me mira a los ojos—. He soñado con tu mundo. Con lo que eres. —Mueve la mano y observa la punta de los dedos manchadas de sangre—. He soñado con un lugar oscuro gobernado por un ser que traicionó la naturaleza de la oscuridad.

Al recordar lo que viví, una diminuta lágrima brota y me recorre la mejilla. La seco, apoyo la palma en su hombro y digo:

—Yo también he soñado. He soñado contigo y tu pasado.

Nos miramos y siento que compartimos nuestro dolor; el mío forma parte de él y el suyo forma parte de mí.

—Silencio... —susurra—. El destino tiene un extraño modo de manifestarse. ¿Quién me iba a decir que alguien que canaliza el silencio se convertiría en un aliado contra Los Ancestros?

Sonrío.

—¿Y quién me iba a decir hace un tiempo que me enlazaría con el alma de un demonio nacido en la oscuridad?

Una leve sonrisa se le dibuja en el rostro.

—Teníamos que encontrarnos, ¿no?

Le doy la mano y le ayudo a incorporarse.

—Por eso estamos aquí.

Asiente, mira a Zhuasraht y dice:

—Sigue vivo, pero está exhausto. —A través de la conexión de la cadena, noto el pinchazo que le produce la herida y lo veo apretar los dientes—. Tenemos que regresar a la casa de Babarghet. Es la única que puede curarme. —Con gran esfuerzo, se pone de pie y mueve la mano buscando los senderos del Ghoarthorg—. Espero que algún camino nos deje cerca.

Un túnel de luces se manifiesta delante de nosotros. Valdhuitrg, aun soportando el dolor de la herida, se carga un brazo de Zhuasraht al hombro y yo me cargo el otro.

Avanzamos a paso lento, caminando todo lo rápido que podemos, dejamos atrás la cavidad de mineral verde y nos adentramos en el sendero de luz.

Mientras nos movemos por el túnel que conecta diferentes partes del Ghoarthorg, antes de abandonarlo, sintiendo cómo se fortalece el lazo que nos une, intuyendo que Valdhuitrg ha visto partes de mi pasado que desconozco, pienso:

«Quizá no sea casualidad que acabara en este futuro... Quizá tenía que ver lo que sucedería si perdíamos la guerra...».

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