Capítulo 5 -Futuros distantes-

Caminamos por un paraje extraño, un lugar que confunde y que hace creer que andamos por un vacío en el que lo único que existe es una bruma infinita. La naturaleza que impregna esta parte del Ghoarthorg se alza invisible y trasmite con fuerza su esencia. Aquí, es necesario centrarse en lo que uno es para no perderse en lo que podría llegar a convertirse.

El que mis piernas se pierdan dentro de una densa bruma oscura y no consiga ver por dónde camino, aun sintiendo que piso un suelo sólido, junto con la ligera tensión que me produce el estar rodeado por una niebla blanca que surge de la negra y cubre nuestro alrededor, consigue que emerja de mi interior una inquietud que me empuja a estar alerta.

Al sentir que la debilidad me invade, me viene a la mente el desasosiego que me produce el que mi poder me esté abandonando. Mientras ando intranquilo sintiendo la presión que ejerce el entorno que nos rodea, aunque quiero alejarlo de mis pensamientos, me es imposible no acordarme del culpable de que la energía de mi ser me esté rehúyendo cuando más la necesito.

«Aún alejado de mí por una eternidad, aún así tu sombra consigue alcanzarme...».

Ese fragmento de mi ser, esa parte oscura creada con la energía del alma de Él, se está apoderando de la fuerza de mi alma y es solo cuestión de tiempo que la ponga en mi contra. En cuanto tenga el control, me atacará e intentará adueñarse de mi cuerpo.

De forma instintiva, poseído por un profundo impulso, pronuncio un pensamiento susurrándolo tan flojo que Valdhuitrg no llega a escucharlo:

—No lo lograrás...

Antes de que Karthmessha se despertara, delirara y volviera a perder la consciencia, estuve intentando en vano manifestar a Dhagul. Incluso llegué a llamar a Laht con el único resultado de escuchar cómo se alejaba su graznido.

Sentir esta lejanía con mi ser, notar cómo mi esencia se distancia de mí, ha conseguido que por primera vez en mucho tiempo me sienta indefenso. ¿Qué soy sin mis habilidades? ¿Tengo alguna posibilidad de sobrevivir en un mundo gobernado por fuerzas tan poderosas? ¿Seré capaz de vencer en los combates que se avecinan? No lo sé, y el no saberlo hace que me hiervan las entrañas...

En estos momentos, en los que me veo tan vulnerable, es cuando más aumenta la admiración que siento por personas como Doscientas Vidas. Ahora es cuando comprendo la magnitud de sus gestas. Los humanos que no tienen más que sus manos y sus armas para defenderse contra fuerzas antiguas y poderosas son los que logran que mantenga cierta esperanza en mi victoria. Ellos y ellas son mis héroes.

En esta creación gobernada por entidades que proclaman controlar o provenir del silencio, en este lugar tan lleno de dolor y desaliento, es cuando mi humanidad se impone y consigue mantenerme centrado. No podré evitar que las dudas y los miedos me golpeen, pero hasta que no se derrame la última gota de mi sangre seguiré avanzando sin detenerme para lograr la victoria.

Sintiendo las vibraciones que producen los eslabones que se hunden en la muñeca, dejo atrás mis pensamientos, vuelvo a centrarme en la razón de que estemos aquí, acelero un poco el paso y me pongo al lado de Valdhuitrg.

Cuando el demonio escucha el tintineo que produce la cadena mientras avanzo, pronuncia sin dejar de mirar al frente:

—No falta mucho. —En sus brazos, con cierta ternura, sostiene a Karthmessha que se mantiene inconsciente—. Me cuesta guiarme por este laberinto de niebla, pero, aunque se ha ocultado más que la última vez que vine, aún puedo oler el sutil olor que desprende su alma.

Notando como si alguien o algo nos siguiera, como si nos observara desde más allá del muro de niebla, digo:

—Espero que no tardemos en llegar. —Giro un poco la cabeza y contemplo la bruma que se alza a nuestro costado—. A este lugar no le gusta que estemos aquí.

El demonio asiente y guarda silencio unos instantes.

—Tienes razón. A esta parte del Ghoarthorg no le gusta ser despertada.

Centro la mirada al frente y seguimos caminando en silencio atentos por si aparece alguna amenaza. En este sitio, incluso Valdhuitrg, que conoce los caminos seguros que transitan el Ghoarthorg, empieza a padecer un nerviosismo que lo obliga prestar más atención a los bailes rítmicos que produce la niebla a nuestro alrededor.

Aunque aquí el tiempo es difuso y cuesta saber si los minutos llegan a convertirse en horas, después de un lapso que no se hace muy largo, la niebla pierde espesor y tras ella se puede vislumbrar una casa de madera sobre la que reposa el viejo tronco de un gran árbol que se extiende hacia el firmamento.

Valdhuitrg se detiene, observa las gigantescas raíces que sobresalen cerca del terreno que bordea la casa y dice:

—Esperemos que la anciana esté de humor. —Mira la bruma que cubre el suelo, da un par de pasos con cuidado y deja de caminar cuando una leve vibración se extiende por el aire—. Lo que me temía... —susurra y alza un poco la vista—. ¿Aún me guardas rencor por dejar atrás las ruinas?

Durante unos instantes, parece como si la tenue niebla que se encuentra entre nosotros y la casa se detuviera, como si una fuerza invisible la forzara a no moverse ordenándole que ignorara su naturaleza.

Observo a Valdhuitrg apretar los dientes, nervioso, padeciendo más por Karthmessha que por él mismo y, sin saber muy bien por qué, empiezo a caminar. Tan solo después de dar unos pasos me doy cuenta de que estoy siguiendo un impulso que nace en lo más profundo de mi ser.

Cuando el demonio ve que lo adelanto, me dice:

—Para. Si sigues...

Sin detenerme, giro un poco la cabeza, le muestro la fina película de energía carmesí que me cubre los ojos y lo tranquilizo:

—No te preocupes. No vamos a morir aquí. —Continúo andando hasta que los eslabones me tiran del brazo y me obligan a dejar de caminar. Centro la mirada en la puerta de la casa y digo—: No sé qué tienes contra él, no sé qué pasó entre vosotros, pero estamos aquí porque Valdhuitrg piensa que eres la única en todo el Ghoarthorg que puede ayudarnos. —Tras unos segundos, el aire vibra a mi alrededor y veo cómo la niebla da forma a pequeñas y afiladas púas—. Entiendo... Quieres matarme. Quieres acabar conmigo, con Valdhuitrg y con Karthmessha. —Las púas tiemblan—. Pues si vas a hacerlo, hazlo ya. —Extiendo las manos hacia los lados—. Pero ten en cuenta que si acabas con nosotros estarás destruyendo la única oportunidad que tendrás de vivir en un mundo donde Los Ancestros sean tan solo un mal recuerdo.

Aunque por un instante temo haberme equivocado, cuando las púas se desvanecen, inspiro despacio por la nariz y agradezco que el núcleo de mi alma haya podido darme la seguridad que necesitaba.

«Gracias...» me dirijo a mi ser mientras bajo los brazos.

La puerta se abre despacio produciendo un fuerte chirrido. Valdhuitrg se adelanta, se pone a mi lado y espeta:

—Estás loco. Eres un maldito loco.

Lo miro de reojo.

—¿Querías quedarte pisando esa trampa eternamente?

Dirige la mirada hacia la casa y gruñe.

—No, no quería. —Empieza a andar—. Ella me habría tenido ahí parado hasta haberse cansado de jugar conmigo y me habría liberado.

Lo sigo.

—Me da la impresión de que antes no estabas tan seguro.

—Humano —masculla y niega con la cabeza—. Lo que menos le gusta es que la desafíen. Al hacerlo sí que nos has puesto en peligro.

Podría contestarle, explicarle que el silencio que emana del núcleo de mi ser me ha trasmitido la seguridad de que la anciana no me mataría, pero prefiero callarme y continuar avanzando sin decir nada.

Cuando estamos a punto de alcanzar la entrada, una mano arrugada se apoya en el marco de la puerta y poco a poco se va mostrando la dueña de la casa. La piel gris claro con fisuras negras me hace dudar de si está formada por algún tipo de roca o mineral. Apenas alcanzo a verle el rostro, la mayoría de la cara se mantiene oculta bajo la sombra que produce la prenda que le cubre gran parte de la cabeza. No es muy alta, mide más o menos la mitad de lo que mido yo, y al ir arrastrando la especie de túnica que porta crea el efecto de que es aún más baja. La tela de un verde claro con bordes negros está tan desgastada que da la impresión de ser tan antigua como ella o incluso más. Cuando queda por completo a la vista, me fijo en que en la muñeca izquierda tiene eslabones que se hunden en el hueso.

—Valdhuitrg, cuánto tiempo. —Eleva un poco la cabeza y la capucha deja a la vista los ojos de iris oscuros—. No nos veíamos desde el fracaso de tu rebelión. —Antes de que el demonio pueda contestar, la anciana me mira y sigue hablando—: Y tú, que osas provocarme, ¿quién eres?

—Soy Vagalat. —Me adelanto un paso—. Y estoy aquí porque busco lo mismo que tú.

Enarca una ceja.

—¿Cómo sabes lo que busco?

La miro fijamente a los ojos.

—Porque a nadie le gusta ser un esclavo y vivir aprisionado por fuerzas que lo superan.

Una leve sonrisa le surca el rostro y hace que la piel se le agriete más.

—Interesante, eres un humano demasiado interesante. —Dirige la mirada hacia Valdhuitrg—. Por fin te han encandelado a alguien al que merece la pena conocer. —Se da la vuelta y se adentra en la casa—. Vamos, entrad antes de que mi humor cambie y os haga vomitar vuestros pulmones.

Caminamos los pasos que nos separan de la puerta y la cruzamos. Una vez estamos dentro, me sorprendo ante la magnitud de la gigantesca habitación. Por fuera daba la impresión de que este lugar era mucho más pequeño.

—Una magnator... —susurro.

Dirijo la mirada hacia la anciana y me fijo cómo camina arrastrando la cadena. Sigo los eslabones que se alejan de su muñeca y veo que desaparecen dentro de una pequeña caja metálica que se halla en el centro de la estancia. Es extraño, es como si pudiera hacer que la cadena fuese más o menos extensa dependiendo de qué lugar de la habitación quiera alcanzar.

Valdhuitrg, que no le da importancia a cómo la mujer moldea los eslabones, camina hasta el centro de la sala y se detiene.

—Tu casa no ha cambiado mucho —dice.

Sintiendo el calor que genera la cadena que se funde con mis huesos y que me une al demonio, notando cómo la energía que surca el metal me enlaza con mi aliado, hago lo mismo, alcanzo el centro de la estancia y me paro cerca de él.

La anciana anda hasta alcanzar una especie de altar en el que hay abiertos varios libros con páginas polvorientas, pasa los dedos por uno que se haya apoyado, casi de pie, y deja la marca de varios surcos.

—¿Los reconoces? —pregunta sin girarse.

—Sí —contesta Valdhuitrg.

La anciana se da la vuelta y lo mira.

—Cuando decidiste combatir a Los Ancestros, intentando cambiar el tiempo, cuando empezaste a reclutar a encadenados para tu rebelión, yo conseguí traer estos libros de las ruinas. —Se quita la capucha dejando al descubierto una melena pétrea de color grisáceo—. Tú sacrificaste parte de tu ser para salir de allí, yo me dejé mi otra mitad. —Valdhuitrg observa la caja metálica donde acaba la cadena de la anciana—. Todos perdimos mucho.

—Lo siento, Babarghet. —El demonio la mira con pesar—. Siento que tu gemela no lo consiguiera.

Ella camina hasta nuestra altura y dice:

—Su cuerpo lo consiguió, pero su alma desapareció en aquellas ruinas. —Una neblina brillante de color verde surge de la anciana y hace que su hermana emerja de la caja y se quede flotando en el aire—. Algo la devoró por dentro y ocupó su lugar.

De no ser por la piel desgarrada de la que supura un líquido negruzco, lo ojos fracturados y completamente negros y los dedos de las manos y los pies atrofiados, la gemela sería igual a Babarghet.

—Los Ancestros... —mascullo sin poder evitar apretar los puños mientras veo cómo la hermana de la anciana se revuelve intentando escapar de la prisión que la mantiene flotando en el aire.

Babarghet asiente con una tristeza que no se refleja en su rostro, pero que traspasa su ser. Mueve ligeramente la mano y vuelve a encerrar a su gemela.

—Todo siempre tiene que ver con Los Ancestros. —Me mira a los ojos y puedo ver en su mirada el dolor que trata de ocultar en lo más profundo de su alma—. Los Ancestros son los dueños del sufrimiento que se extiende por el Ghoarthorg y del de los pocos supervivientes famélicos de los mundos superiores.

Sin darme cuenta, sin controlarlo, alrededor de mis puños se extiende una fina película de energía carmesí que no tarda en extinguirse.

—Pagarán —sentencio sin apartar la mirada del rostro de la anciana.

A Babarghet se le marca una tenue sonrisa en el rostro.

—Valdhuitrg, me gusta este humano.

El demonio me mira un instante y vuelve a dirigir la vista hacia ella.

—A mí también. Es débil, tiene la mente algo enferma, pero no le falta valor... o locura. 

La anciana suelta una pequeña risa y dice:

—En estos tiempos estamos necesitados de valientes y de locos.

Una ligera y casi inapreciable sonrisa se dibuja en el rostro de Valdhuitrg.

—¿Y cuándo no se han necesitado? —Al poco de que se silencie la pregunta, Karthmessha suelta un quejido y el demonio baja la mirada—. Babarghet, ¿dónde puedo dejar que repose?

—Sígueme. —Hace un gesto con la mano, empieza a caminar y, cuando escucha el sonido que producen mis suelas al pisar los tablones, añade—: Humano, aquí dentro el tamaño de la cadena que te une a Valdhuitrg puede ser todo lo extenso que se quiera. No hace falta que estéis el uno cerca del otro. Aquí casi os podéis olvidar de que estáis encadenados.

Me detengo, observo cómo los eslabones comienzan a agrandarse, cómo se extienden y cómo cuando llegan a un cierto tamaño se duplican de forma constante.

«Debes ser muy poderosa para doblegar de este modo las cadenas de Los Ancestros».

Elevo la mirada y contemplo los armarios polvorientos repletos de frascos, objetos extraños y pergaminos. Con solo un vistazo se aprecia que la anciana lleva una vida de estudio del flujo de la energía de la vida y la muerte.

—Magnatores... —susurro, acordándome de mi maestro y de Bacrurus.

Antes de que la pena se adueñe de mí, empiezo a caminar y me dirijo al altar donde están los libros que la anciana sacó de las ruinas de la ciudad. Cuando llego, observo las páginas repletas de polvo e intento entender qué dicen las palabras que no paran de moverse; la tinta baila y hace que sea difícil tratar de comprenderlas.

Tras un par de minutos, en los que no he cesado en mi empeño por encontrar dentro de ese escrito que tiembla alguna palabra que me resulte familiar, estoy a punto de darme por vencido y alejarme del altar, pero, cuando empiezo a girarme, un tenue brillo carmesí resalta la página de uno de los libros y hace que me detenga.

—¿Qué...? —suelto sorprendido.

El brillo aumenta tanto que tengo que entornar los ojos y a punto estoy de cubrírmelos con el antebrazo. Cuando me habitúo al fulgor, acerco la mano despacio al libro y poso las puntas de los dedos en la página. Casi al momento, siento un cosquilleo subir por el brazo y alcanzarme el hombro.

Antes siquiera de que pueda hacerme una idea de lo que está pasando, empiezo a escuchar a un grupo entonar frases en una legua que me cuesta entender. Me giro y en vez de la habitación de la casa veo que estoy en medio de inmensa sala con gigantescas estatuas incrustadas en las paredes.

—Es el lugar de la visión en la que el hombre mayor me dio su energía... —murmuro. Observo a las criaturas de piel verde, brazos alargados y finos, piernas enclenques y rostros estirados, que están repitiendo frases en lo que parece una invocación. En medio del círculo que forman se alzan unas llamas verdosas que crean un fuego que baila esparciendo una ceniza verduzca que cae creando una fina capa sobre el suelo.

Cuando las llamaradas se vuelven más intensas, cuando parece que la invocación está llegando a su fin, alguien echa la puerta de la sala abajo y entra corriendo.

—Es el hombre mayor... —susurro, intentando en vano distinguir sus facciones.

Las criaturas le atacan, pero, aunque le falta un brazo, él consigue bloquear los ataques y contraataca tumbando a más de uno de los seres.

—Su técnica es impresionante —digo, contemplando cómo hace cada movimiento como si lo hubiera pensado detenidamente—. No son rivales para él.

El hombre mayor gira sobre sí mismo, se apoya en una pierna y lanza la otra de forma lateral contra el estómago de una de las criaturas empujándola hacia el fuego. Cuando las llamas empiezan a devorarla y arrancarle gritos, él se da la vuelta y busca al último de los seres que se mantiene en pie escondido tras una figura de mármol.

—Estás condenado, no tendrá piedad —pronuncia el ser expulsando saliva verde con cada palabra.

El hombre mayor lo coge del cuello y lo eleva.

—No la tuvo cuando venció, no la tuvo cuando mató a mis hermanos, no la tuvo cuando conservó un mundo para que sufriera viendo padecer a los inocentes. —Aprieta más—. No la tuvo cuando cada aniversario de la victoria lo celebraba dejando enfrente de mi casa las cabezas de niños empaladas. —Lágrimas de rabia le surcan el rostro—. Yo tampoco la tendré. Su reino caerá y sufrirá la ira de los que han muerto en su reinado.

En el último momento, cuando el ser está a punto de perder la vida, el hombre lo suelta y le da una patada frontal que lo lanza contra la pared.

—Sería una muerte demasiado rápida. Mereces más dolor.

Produciendo un extraño crepitar, las llamas del fuego dejan de ser verdes y se tiñen con un azul claro. El hombre mayor se da la vuelta y contempla extrañado el cambio de color.

—Esta energía... —susurra—. Esta energía no pertenece a este mundo. —Observa cómo las llamas se solidifican hasta detenerse y dan formar a un gran cristal azulado—. No pertenecen a esta creación.

Me acerco un poco y contemplo cómo mira su reflejo en la superficie cristalina. Por su expresión, parece que teme que sea un truco, una trampa preparada para él.

—El tiempo... —se oye surgir la voz del cristal—. El tiempo... El tiempo debe ser cambiado... —Junto con las palabras emergen gritos y golpes, como si provinieran de una gran batalla—. El pasado está perdido, necesitamos un futuro en el que ellos no hayan logrado su poder.

El hombre mayor se mantiene en silencio durante unos segundos.

—¿Ellos...? —suelta un pensamiento en voz alta.

La superficie cristalina va perdiendo la propiedad de reflejar y muestra quién es el que está proyectando pensamientos. Al otro lado de la conexión entre futuros se halla Valdhuitrg con los ojos cerrados y la mano sobre la otra cara del cristal.

—El tiempo ha de ser cambiado para que Los Ancestros jamás lleguen a esclavizar la creación. —La sierva del silencio, la que me golpeó y me sacó el alma del cuerpo, se acerca por detrás de él y le sacude en la rodilla obligándole a apoyarla en el suelo—. Necesitamos otro futuro. El reino del silencio debe acabar. Tenemos...

La mujer de la coraza lo coge, lo aparta y su imagen se desvanece dejando al hombre mayor preguntándose qué es lo que ha pasado. Tras casi un minuto en el que se mantiene contemplando el cristal azulado, susurra:

—El tiempo... —Se escuchan las pisadas de un grupo que se acerca rápido a la sala—. Quizá se pueda conseguir la victoria en otro tiempo. Quizá se pueda evitar que su reino se extienda... —Se mira la mano y aprieta despacio el puño—. Quizá pueda evitar que desaparezca lo que he perdido.

Varios seres de piel negra, ojos rojos y corazas oscuras, entran en la sala soltando gritos. El hombre los observa y, antes de tocar el cristal, dice:

—Dadle recuerdos de mi parte. Decidle que en el próximo aniversario seré yo el que le regale algo.

Al posar la mano en la superficie cristalina, el cristal explota, los fragmentos atraviesan a los seres oscuros y una intensa niebla azul cubre la sala. Cuando apenas puedo ver nada, vuelvo a sentir un cosquilleo en el brazo, meneo la cabeza, cierro los ojos y al abrirlos veo que tengo los dedos sobre la página del libro.

Intentando entender qué ha pasado, retrocedo unos pasos y murmuro:

—¿Cómo he podido ver el recuerdo de un futuro que ha sido borrado? —Vuelvo a mirar el libro—. Solo hay una fuerza capaz de mostrarme lo que no ha existido. —Me acerco de nuevo al altar y examinó otra vez las páginas—. Estos libros fueron dictados a través del silencio.

Babarghet y Valdhuitrg entran en la sala a tiempo de escuchar lo último que digo.

—Sí... —afirma la anciana—. Los libros contienen revelaciones manifestadas por el silencio a los últimos que estaban libres del influjo de Los Ancestros y eran capaces de escucharlo. Los Escribas dejaron mensajes grabados en rocas, escritos en pergaminos y en las páginas de los libros que ocultaron en las estancias más profundas de la última ciudad libre. —Al ver el tenue destello que produce la página, se aproxima y la observa detenidamente—. Esto es inesperado. —Hace un ligero movimiento con la cabeza y una niebla verdosa emerge de su cuerpo y nos rodea—. Trazos de recuerdos... —dice, fijando la vista en las tenues líneas azules que brillan en medio de la niebla—. ¿Cómo se han podido manifestar? —pregunta al mismo tiempo que absorbe la bruma.

Me giro y miro a Valdhuitrg.

—Te he visto en el pasado. He visto cómo pedías a través del núcleo del tiempo el fin del reinado de Los Ancestros. —El demonio se extraña—. He visto cómo tu mensaje le llegaba al hombre mayor y cómo eso hizo que él también intentara cambiar su futuro.

Mi aliado mira los libros y dice:

—¿Cómo has podido acceder a los recuerdos que almacenan las palabras del silencio?

La anciana me observa esperando mi respuesta.

—Mi mundo está lejos de aquí. —Bajo un poco la cabeza y me acuerdo de mis hermanos de armas—. Mi tiempo está enterrado en vuestro pasado. Luché en lo que llamáis La Guerra del Silencio, pero no pude más que combatir en las primeras batallas. —Elevo la mirada y la fijo en los ojos de Valdhuitrg—. Ni siquiera fui derrotado por Abismo, hice que estallara El Mundo Ghuraki y quedé atrapado entre sus fragmentos flotando en el vacío. —No puedo evitar que el dolor se refleje en mi rostro—. No tuve la oportunidad de combatir...

La anciana se mesa la barbilla y se queda pensativa.

—¿Has dicho Mundo Ghuraki? —pregunta más para ella misma que para que yo le responda—. No hace mucho pude leer algo sobre ese mundo en un párrafo que se me mostró. —Avanza hasta el altar y empieza a buscar en las páginas de un libro—. Aquí. —Golpea suavemente con el dedo el centro de la hoja—. Aquí habla de la destrucción del Mundo Ghuraki.

Me giro y, al ver que no comprendo lo que pone, le pregunto:

—¿Qué dice?

Valdhuitrg se acerca y la anciana lee:

La luna roja que orbitaba El Mundo Ghuraki estalló y lo arrasó, pero, antes de que el fuego emergiera y fracturara la corteza, muchos pudieron sobrevivir dejando atrás el mundo condenado para adentrarse en el Erghukran. —Hace una pausa y se separa del altar—. Este es el único fragmento legible que he encontrado en esta parte del libro. Se reveló hace unos días. —Se queda en silencio unos segundos—. Estos libros son muy caprichosos, aun conociendo el lenguaje en el que fueron escritos, cuesta poder leer los secretos que esconden. Parecen poseer inteligencia y solo muestran algunos fragmentos. Llevo buscando entre sus páginas mucho tiempo, pero he conseguido poca cosa. —Vuelvo a mirar la hoja y veo la tinta bailar creando un movimiento que afecta a la mayoría de palabras—. Siempre he creído que con la muerte de Los Escribas se perdió cualquier oportunidad de aprovechar el conocimiento que encierran, pero puede que me equivocara. —Me mira—. ¿Cómo has dicho que te llamabas?

—Vagalat —contesto sin dar importancia a la pregunta.

—Vagalat, Vagalat... —repite mientras camina hacia la puerta de una habitación—. Cómo no caí... —Antes de dejar la estancia, dice—: Quizá sí haya esperanza.

Después de que Babarghet salga de la sala, Valdhuitrg me pregunta:

—¿De verdad viste mi pasado? —Asiento y se calla unos instantes—. Y ¿es cierto que provienes de los tiempos de La Guerra del Silencio?

Sin poder evitarlo impregno el dolor en las palabras que pronuncio:

—No suelo mentir y mucho menos sobre la destrucción de mi antigua vida y la muerte de mis hermanos de armas.

Incómodo, Valdhuitrg agacha un poco la cabeza.

—Lo siento. No era mi intención ofenderte. Es solo que esto me sobrepasa. —Me mira a los ojos—. No te imaginas la de veces que he intentado vencer a Los Ancestros, he escapado del Ghoarthorg y he llegado a La Sala para ser siempre derrotado y privado de una parte de mi ser. —Se queda pensativo recordando las derrotas —. Me había rendido. Había decidido que ya no valía la pena intentarlo más, que lo mejor era dejar de luchar. —Baja la mirada—. Y justo cuando me derrumbo y empiezo a desear la muerte, apareces tú y me devuelves las ganas de combatir. —Observa el altar y guarda silencio—. Todavía no sé si esto tan solo forma parte de un espejismo. Aunque lo peor es que me da miedo que no lo sea. —Ladea un poco la cabeza y sigue sincerándose—: He perdido mi fuerza, me la han arrebatado, y me da miedo que si esto es real no sea capaz de tener la fortaleza necesaria para alcanzar la gran batalla. —Se mira la palma y ve cómo pequeñas llamas rojas bailan sobre ella—. Los Ancestros han ido apagando mi fuego y ahora este ya no es más que un brasa que se ahoga. —Cierra la mano y un hilillo de humo se escapa entre los dedos—. Espero y deseo que por una vez todo sea diferente... —Se da la vuelta y camina hacia la habitación donde han dejado a Karthmessha—. Aunque lo que importa ahora es que aquí estamos seguros.

—Valdhuitrg... —digo y elevo la mano en un amago de intentar tocarlo.

Se detiene y por una vez se dirige a mí por mi nombre:

—Vagalat, se avecinan días turbulentos. Debemos prepararnos. Babarghet podrá usar su magia de piedra para ayudarnos a encontrar a los encadenados que buscamos. —Inspira con fuerza y siento su pesar—. Pero, tras haber combatido durante milenios, necesito un poco de paz y un pequeño descanso. —Reemprende la marcha—. Reposemos una noche y dejemos la búsqueda para mañana.

Bajo la mano despacio y susurro mientras lo veo adentrarse en la habitación:

—Por supuesto, Valdhuitrg. Mereces un poco de paz.

Me quedo mirando la inmensa sala y, tras unos instantes en los que la he recorrido varias veces con la mirada, me doy la vuelta y vuelvo a acercarme al altar. Cuando llego, apoyo las manos en él y observo cómo bailan las palabras.

Después de unos minutos, en los que no dejo de pensar en el tiempo que he dejado atrás y en mis hermanos, un párrafo cesa su danza y puedo leerlo.

Un ser carmesí, hecho de fuego y silencio, caminó entre los fragmentos de la antigua creación, vivió y murió para ser digno del poder que lo reclamaba, pero tras estallar El Mundo Ghuraki se perdió en las profundidades oscuras, desapareció por siempre y su final marcó el inicio de la era de la imperfección.

En silencio, imaginándome lo mucho que sufrieron los que me importan, agacho la cabeza, pienso en que no estuve allí, en que les fallé y, mientras las lágrimas me recorren las mejillas, les pido perdón:

—Lo siento... —Tantos sentimientos bullen en mi interior que no puedo evitar sollozar—. Perdonadme... Perdonadme por no estar a vuestro lado... —Aunque no paran de humedecerse, intento secarme los mofletes—. Siento haberos fallado...

Con el dolor punzándome el alma, con la pena desgarrándome por dentro, cierro los ojos y me quedo en silencio torturándome por no haber estado cuando me necesitaban.

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