Capítulo 4 -La esperanza casi extinta-

Al notar las gotas cayendo con fuerza, humedeciéndome el rostro y empapándome la ropa, abro los párpados y veo a Valdhuitrg sentado sobre el fango, con las manos hundidas en el charco que se empieza a formar a su alrededor, teñido con los tonos apagados de la luna.

—Por fin despiertas —pronuncia sin ocultar su enojo.

Aunque el cuerpo me duele mucho y me cuesta, aprieto los dientes y me incorporo. Al hacerlo, siento un fuerte mareo y noto un malestar que me presiona el cráneo y me quema las cervicales. Me toco la frente y, mientras la lluvia impacta y resbala por la mano, inspiro despacio y pregunto:

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

Valdhuitrg gruñe, me clava la mirada y guarda silencio unos segundos.

—Mucho más del que podíamos permitirnos. —Se levanta y coge la cadena—. Tenemos que irnos. —Mira hacia el interior de la selva—. No entiendo por qué no han dado aún con nosotros, pero no quiero seguir tentando la suerte.

Al recordar a Los Gaskruhsth, toco la prenda desgarrada y me acaricio el pecho.

—Se ha curado... —susurro.

Valdhuitrg se gira y me pregunta:

—¿Qué dices?

Lo miro y me descubro el torso.

—La herida no está y no hay rastro del veneno.

El demonio se aproxima, se agacha, acerca la cara a mi pecho y olfatea.

—Es cierto... La marca ha desaparecido. —Se separa—. ¿Cómo es posible?

Siento un leve pinchazo en las sienes, las presiono y me viene a la mente la imagen del hombre mayor dándome parte de su energía.

—Él me curó. —Me levanto—. Él hizo que desapareciera el veneno.

Valdhuitrg frunce el ceño y me observa como si hubiera perdido la cabeza.

—¿Quién te ayudó? —suelta incrédulo.

Me esfuerzo por recordar las facciones del hombre, pero lo único que logro es atisbar sus rasgos difusos.

—Es alguien del futuro. De un futuro que no llegó a existir.

Durante unos segundos el demonio no reacciona, su rostro no expresa emociones ni sentimientos, se mantiene inerte. Cuando comienza a salir de la abstracción, como si fuese un tic nervioso, se golpea la pierna con los dedos de la mano.

—¿Del futuro? —Niega con la cabeza—. No, eso no puede ser... —Se da la vuelta—. Es imposible... —susurra.

Sin entender qué le pasa, me pongo a su lado, le observo la cara y veo la confusión que refleja.

—¿Qué sucede? —le pregunto.

Sumido en un estado de incertidumbre, se queda en silencio casi medio minuto.

—No pudo funcionar... —repite varias veces—. El tiempo es inalterable. Los Ancestros lo sellaron. —Vuelve a golpearse la pierna y avanza un poco—. Era nuestra última esperanza y fracasamos.

No entiendo de qué habla, no sé qué es lo que pasó, pero siento que de algún modo está conectado con lo que está ocurriendo en el presente, conmigo y este futuro.

—Valdhuitrg, ¿qué hiciste?

Se gira y puedo ver en su rostro un atisbo de una esperanza que hace mucho que está extinta.

—Accedimos al núcleo del tiempo. La mayoría cayó, pero unos pocos pudimos alcanzarlo y logramos tocarlo. —Se mira las palmas—. Yo lo toqué e intenté alterarlo. Pero no funcionó y todo fue a peor. —Hace una breve pausa—. Después de eso, Los Ancestros devoraron los recuerdos de infinidad de mundos y mandaron a millones de condenados al Ghoarthorg. —Baja despacio los brazos—. Hasta aquel momento, aunque muchos ya habíamos sido esclavizados, convertidos en encadenados y conocíamos el inmenso poder de los que viven en el silencio, teníamos la esperanza de borrarlos de La Historia y así poder salvarnos a nosotros y a los mundos que aún no habían sido fusionados a los hilos del silencio. —No puede evitar que una mezcla de pena y odio le posea el rostro—. Hasta aquel momento, la idea de luchar aún era tentadora...

Me quedo callado pensando en lo que acaba de contar.

«El núcleo del silencio... Los Ancestros... Los condenados al Ghoarthorg...».

Doy un par de pasos, me miro la muñeca y contemplo los eslabones que se hunden en el hueso. Me fijo en el leve tono rojizo que tienen y elevo un poco la mirada para dirigirla hacia la vegetación. Inspirando el olor que produce la humedad de la selva, me giro y observo los ojos de Valdhuitrg.

—¿En qué pensaste cuando tocaste el núcleo? —Al demonio le extraña la pregunta. Me acerco un poco e insisto—: ¿Qué tenías en mente cuando acariciaste la energía del tiempo? ¿Cuáles fueron tus pensamientos? ¿Qué pediste cambiar?

Valdhuitrg duda.

—Pensé en el fin de Los Ancestros. En una creación libre del silencio. —Baja un poco la mirada y busca en sus recuerdos—. Pensé en que todo habría sido diferente si los que combatieron en La Guerra del Silencio hubieran evitado dar vida a las imperfecciones del silencio. —Ladea la cabeza—. Pensé en que la salvación podría venir del futuro. —Me mira a los ojos—. De un futuro en el que Los Ancestros no hubieran sido capaces de obtener tanto poder.

Pensando en sus palabras, doy un par de pasos.

—De un futuro diferente... —Me viene a la mente la imagen del hombre mayor—. De su futuro —murmuro.

—El pasado estaba perdido —afirma—. La única esperanza era buscar en un futuro distinto al nuestro.

—Otro futuro... —susurro.

Durantes un par de minutos, el único sonido que escuchamos es el de las gotas impactando contra nosotros y la selva. Tras ese tiempo, ambos estamos tan inmersos en nuestros pensamientos que apenas nos damos cuenta de las pisadas que chapotean sobre la superficie fangosa y la respiración entrecortada y exhausta que produce quien se acerca.

—Valdhuitrg —se escucha una voz débil a nuestra espalda.

Nos damos la vuelta y contemplamos a una figura femenina de piel roja y melena negra con el cuerpo repleto de prendas oscuras desgarradas. Antes de que me dé tiempo de reaccionar, el demonio corre hacia la recién aparecida y dice:

—Karthmessha, ¿qué te han hecho? —La coge antes de que desfallezca y observa con dolor el brazo amputado—. ¿Quién te ha hecho esto?

Me aproximo, veo los pequeños cuernos de color pardo que le surgen a la diablesa de las sienes y contemplo cómo la lluvia se tiñe de rojo al surcar lo que queda de la extremidad.

—Hay que cauterizar la herida —digo.

Sin soltarla, Valdhuitrg asiente.

—Hazlo. —Está tan conmocionado que la sostiene sin ni siquiera ser capaz de pensar en usar sus llamas para quemar la herida—. Hazlo —repite, casi implorando.

Me acerco más, pongo la mano en el poco brazo que aún conserva y cierro los ojos.

«No me falles ahora... —le pido a mi ser—. Te necesito...».

Me concentro, busco la energía de mi alma, pero cuando la encuentro siento la oscuridad rodeándola, privándola de luz y llenándola de frío.

«Vamos...».

Al empezar a notar que algo o alguien la aleja de mí, oigo el graznido de Laht y siento un intenso calor en la mano. Abro los ojos y veo que una fina película de energía carmesí me recubre parte de brazo. Es débil, no durará, pero quizá sirva para cauterizar la herida.

Canalizo ese pedazo de mi poder, lo proyecto para que queme la carne y al instante siento el olor de muñón siendo abrasado. La diablesa se despierta, suelta un profundo grito y pierde la consciencia. Separo la mano, miro la herida, veo cómo surge un líquido viscoso que se mezcla con la lluvia, huelo cómo se empieza a disipar el olor a quemado y me tranquilizo.

—Gracias —dice Valdhuitrg mientras la lleva hacia un gran árbol y la sienta con cuidado apoyándola en el tronco—. Es una de los pocos supervivientes de mi mundo. Es casi como una hermana. —Fija la vista en lo que le queda de brazo y pronuncia con rabia y dolor—: Encontraré al que ha hecho esto.

Me acerco, observo las magulladuras del rostro de Karthmessha y pongo la mano en el hombro de Valdhuitrg.

—Lo encontraremos. —Me mira y asiente agradecido—. Pagará. —Dirijo la mirada hacia el brazo que la diablesa aún conserva y me doy cuenta de algo que se nos ha pasado inadvertido, dentro del puño un objeto produce un tenue brillo rojizo—. ¿Qué es eso? —lo señalo.

El demonio le abre la mano con cuidado, coge una pequeña representación energética y casi al instante esta se deshace trasformándose en diminutas partículas que nos rodean y vuelan detrás de nosotros.

Mientras nos damos la vuelta, empezamos a escuchar un zumbido. Al terminar de girarnos, vemos cómo poco a poco se va formando una doble pirámide flotante: un octaedro que levita.

Cuando el objeto energético termina de manifestarse, en un radio de unos diez metros la lluvia deja de caer, la atmósfera se ilumina con tonos rojizos y el único sonido que escuchamos es el zumbido que produce la doble pirámide.

Intrigado y sorprendido, adaptando la visión a las tonalidades que desprende el octaedro, lo examino con la mirada y pregunto:

—¿Qué es? —Me acerco y la cadena que me une a Valdhuitrg brilla—. ¿Cuál es su naturaleza?

El demonio también se aproxima.

—Su energía... —Olfatea—. Su energía es parecida a la de los filamentos que esclavizan la creación, pero hay algo casi inapreciable que la hace distinta.

Hipnotizado por el tenue brillo rojo que producen las caras del objeto al rotar, camino los paso que me separan, pongo la mano sobre la doble pirámide y me vienen a la mente imágenes de un pasado que no es mío, retazos de lo que sucedió en los últimos momentos de la guerra. Veo a seres que no conozco invocándome, invocando el poder del silencio.

—Las imperfecciones del silencio... —susurro, contemplando la fuerza primordial siendo canalizada por criaturas ajenas a su naturaleza—. Algo sucedió al final de la guerra. —Vuelvo a dirigir la mirada hacia la cadena y contemplo cómo palpita con la misma intensidad que el octaedro—. Algo inesperado sorprendió a los dos bandos. —Giro un poco la cabeza y observo a Valdhuitrg mirarme con expectación—. La Historia fue rescrita y el silencio fue usado para dar forma al lugar en el que estamos.

Aunque el demonio duda, termina por acercase para poner la mano sobre una de las caras de la doble pirámide.

—¿Cómo...? —susurra—. ¿Cómo es posible? —Cierra los ojos y se pierda en la visión que le muestra el octaedro—. Las batallas... Los caídos... La Segunda Rebelión... —Una lágrima reprimida le brota y le calcina la piel—. La derrota... y la muerte... —Abre los párpados—. Nuestra condena se selló mucho antes de que empezaran los combates. Nuestra lucha no podía conducir más que a la destrucción de nuestras almas. —Separa la mano—. Cayeron demasiados, perdimos a muchos y los que sobrevivimos acabamos descubriendo el horror del Ghoarthorg. —Agacha un poco la cabeza—. Iniciamos una guerra que no podíamos ganar. Ellos ya controlaban el destino.

Mientras observo la tristeza de mi aliado, el octaedro empieza a girar despacio, descomponiéndose. Cuando desaparece, se lleva los tonos rojizos que cubrían la atmósfera y la lluvia vuelve a caer sobre nosotros.

—Valdhuitrg, aún hay esperanza. El hombre que viene del futuro, el objeto que nos ha mostrado visiones, no sé si están conectados, pero sí sé que son la muestra de que no estamos solos. —Me mira—. Podemos vencer a Los Ancestros. Debemos esforzarnos por encontrar la forma de derrotarlos y acabar con este reino de terror.

Aunque al demonio lo posee la incredulidad, aunque le cuesta creerme, empieza a sentir que mis palabras trasmiten una esperanza en la que se puede confiar.

—¿Esforzarnos por encontrar la forma de derrotarlos...? —Se queda pensativo y mira a Karthmessha—. Quizá... —Al segundo niega con la cabeza—. No, es demasiado arriesgado. Las ruinas son más peligrosas ahora que cuando fuimos.

—¿De qué ruinas hablas?

Valdhuitrg mantiene la mirada fija en la diablesa y suspira.

—Las ruinas de una ciudad que permaneció un tiempo resistiendo a Los Ancestros. No se sabe cuánto aguantó, algunos dicen que días y otros que siglos, pero al final acabó siendo devorada por los filamentos y Los Ancestros la hundieron en las profundidades del Ghoarthorg. —Eleva un poco la cabeza y puedo ver cómo la luz de la luna ilumina las gotas que le impactan en el rostro—. Algunos descendimos a las ruinas para buscar un modo de acabar con el reino del silencio. Muchos cayeron, pero unos pocos encontramos en la parte más oscura y destruida de la ciudad mensajes grabados en las rocas. —Cierra los ojos—. Éramos demasiados ilusos, pensamos que muchos de aquellos grabados estaban escritos para que nosotros los leyéramos. —El dolor vuelve a inundar su rostro—. Allí, oculta de un modo que nos llevó días revelar, desvelamos la forma en la que podíamos acabar con Los Ancestros. —Abre los párpados y se mantiene mirando el cielo—. Era una locura, un plan de dementes, pero decidí llevarlo a cabo. —Baja la cabeza y sin darse cuenta cierra los puños—. Cuando dejé la ciudad, durante siglos, recluté a los encadenados más poderosos y juntos llevamos a cabo el plan de alterar el tiempo.

Me mantengo en silencio contemplando cómo reprime el sufrimiento que le desgarra el alma.

—Lo siento...

Hace una mueca de desagrado y asiente.

—Seguro que sí.

Bajo un poco la mirada y contemplo cómo cuelgan los eslabones que nos unen.

—Tenemos que acabar con el reino de Los Ancestros. —Me fijo en cómo se hunde la cadena en su muñeca—. Aunque creas que no funcionó, conseguiste alterar el tiempo.

Cansado, Valdhuitrg vuelve a suspirar.

—¿Qué conseguí? Quienes me importan están descompuestos y forman parte de los hilos que se extienden por la creación. —Hace una pausa y observa a Karthmessha—. O están condenados a vagar por este maldito lugar. —Me mira a los ojos—. Eso es lo que conseguí. Eso y que Los Ancestros me arrebataran lo más preciado de mi ser.

Me acerco un poco y le insisto:

—Funcionó. El hombre que me borró la marca de Los Gaskruhsth es alguien de un futuro diferente. —Por un instante, vuelvo a ver reflejado en su rostro la esperanza que lleva tanto tiempo extinta—. Tú lo invocaste.

Ladea la cabeza despacio y fija la mirada en la frondosidad de la selva.

—¿Sí? ¿Y dónde está?

Alzo un poco la palma y la energía del hombre mayor se canaliza dando forma a una pequeña esfera.

—No lo sé, pero sí sé que está aquí, en este futuro gobernado por Los Ancestros.

Valdhuitrg se acerca y olfatea la bola energética.

—Ese olor... —Cierra los ojos—. Ese olor... —Busca en su memoria y añade con sorpresa—: Ese olor lo sentí antes de que la energía del núcleo del tiempo nos expulsara. —Aproxima el dedo índice a la esfera y la acaricia—. Entonces fue real.

Lo miro a los ojos y asiento.

—Lo fue.

Retrocede un par de pasos.

—Puede que quizá quede esperanza. Ese viajero del futuro puede liberarnos.

Pienso en el hombre mayor, en cómo no ha sido detectado por Los Ancestros y afirmo con la cabeza.

—Él nos ayudará y podremos acabar con los que han esclavizado La Convergencia y los otros planos.

Se gira, mira a Karthmessha y se mantiene pensativo casi un minuto.

—Nos moveremos cuando se recupere. —Camina hacia ella y le sigo—. Es hora de empezar a luchar otra vez.

Media sonrisa se me marca en la cara.

—No es hora de luchar, es hora de vencer.

Valdhuitrg suelta una risa entrecortada.

—Así sea.

Cuando llegamos al lado de Karthmessha, le digo:

—Debemos ir a las ruinas. Puede que allí encontremos respuestas.

Asiente.

—Iremos, pero no en nuestro estado. Ahora no duraríamos mucho. Tú has perdido tu poder y yo soy una sombra de lo que fui. No podemos ir solos. —Hace una breve pausa—. Debemos reclutar a algunos encadenados. A los que estén tan locos como para querer adentrarse en los restos de la ciudad prohibida.

Sonrío.

—Me gusta cómo suena eso.

Valdhuitrg también sonríe.

—Cuando fui allí tuve que dejar una parte importante de mí para poder salir y llevarme a los compañeros que sobrevivieron. Pagué un precio muy alto y me juré que nunca volvería, pero, ya que voy a incumplir mi palabra y voy a volver, reclamaré lo que es mío y mataré a unos cuantos de esos guardianes de niebla oscura.

Sin perder la sonrisa del rostro, sintiendo una mezcla de euforia y ansias de venganza, aseguro:

—Recuperarás lo que es tuyo y mataremos a esos guardianes. Los Ancestros empezaron la guerra, pero pagarán cara la derrota. Los destruiremos lentamente, haciéndoles sufrir.

La satisfacción se refleja en el rostro de Valdhuitrg.

—Humano, he llegado a odiar el olor de tu alma y he estado a punto de matarte varias veces, pero me empiezas a caer bien. Esperemos que nuestro plan de dementes y el viajero del futuro consigan darnos la victoria. No hay nada que ansíe más que aplastar los cráneos de los siervos del silencio y destruir a Los Ancestros.

La lluvia empieza a perder fuerza y la noche comienza a esclarecerse.

—Así será. —Miro a Karthmessha—. Reposemos mientras se recupera y reclutemos a encadenados.

Valdhuitrg hace un gesto con la cabeza y se sienta al lado de la diablesa. Yo me alejo un poco y descanso sobre otro tronco.

«Los Ancestros pagarán por lo que han hecho» pienso, antes de observar un extraño pájaro de cuatro alas y plumas verdes.

«Al menos aquí hay vida...» me digo, alejando mis pensamientos de los que han impuesto el terror en nombre del silencio.

No creo que pueda dormir, me invaden tantas emociones que me sería difícil aunque lo intentara, pero cierro los ojos y trato de calmar la mente.

«Silencio» repito varias veces.

Escuchando los sonidos de los animales que habitan esta jungla, oliendo el olor a hojas mojadas y tierra húmeda, sintiendo cómo el dolor de los eslabones que se funden con mi muñeca ya es casi inapreciable, notando cómo una tenue brisa surca las copas de los árboles y mueve pequeñas ramas, sonrío y percibo la paz que trasmite la energía que dio forma a lo que existe.

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