Capítulo 33 -La última esperanza-

Apenas consigo mantenerme en pie, me cuesta respirar, intento aguantar, pero las piernas me fallan y me derrumbo.

—Viejo amigo... —susurro mientras caigo.

Antes de que mi cuerpo impacte contra el suelo, Asghentter me alcanza, me sostiene, me ayuda a levantarme y me afirma cogiendo mi brazo, pasándolo por su cuello y apoyándolo en sus hombros.

Con la vista cansada, lo observo sin creerme del todo que esté aquí. Tras tanto tiempo, tras tantos espejismos y falsas ilusiones, me es difícil superar la desconfianza. Aunque, por más que la duda cobra fuerzas, la luz que proyecta mi viejo amigo hace que finalmente sí sienta que es real.

Ignorando el dolor que me produce hablar, ignorando las punzadas que surcan las cuerdas vocales cuando las empiezo a mover, miro a Asghentter y le pregunto:

—¿Qué pasó después de tu muerte en El Mundo Ghuraki? ¿Dónde fue tu alma cuando te sacrificaste para frenar a We'ahthurg?

El Primigenio centra la mirada en mis los ojos y contesta:

—Estuve mucho tiempo vagando, perdido entre las energías que confluyen en las distintas creaciones, surcándolas sin recordar quién era ni cuál era mi misión. Vagué por las profundidades del Silencio, de La Nada y otras fuerzas. —Se queda pensativo unos segundos—. Lo hice hasta que fui reclamado por un poder antiguo. Una fuerza anterior al Silencio. Vagué sin recordar quién era hasta que La Luz Perpetua me llamó.

—La Luz Perpetua... —susurro, recordando al Ancestro renegado y a las visiones que me mostró de la antigua creación.

Al notar que sé de la fuerza ancestral de la que me habla, Asghentter prosigue:

—Ese antiguo poder me llevó a su época, a la creación que alimentó durante una eternidad.

Pensando en su viaje a una era remota, digo:

—Te llevó a la creación donde nacieron Los Ancestros...

El Primigenio se sumerge en recuerdos y responde:

—Me llevó a esa creación, pero a una época en la que Los Ancestros aún no habían sido creados. A un tiempo donde tan solo existía La Luz Perpetua y Los Therliomhusgt.

Mientras noto cómo Asghentter insufla en mi ser un poco de su luz, mientras siento cómo su poder me fortalece, mientras el cansancio abandona mi cuerpo poco a poco, pregunto:

—¿Los Therliomhusgt? ¿Qué fueron, la primera creación de La Luz Perpetua?

Cuando percibe que parte de mi fuerza ha retornado a mí y que ya soy capaz de mantenerme en pie, Asghentter se separa de mí y contesta:

—Los Therliomhusgt fueron lo más parecido a dioses primigenios. Eran fuerzas con consciencias compartidas que se expandían continuamente por el reino infinito de La Luz Perpetua. —Recordando su estancia en esa antigua creación, guarda silencio unos segundos—. Sus mentes eran complejas, la forma de comunicarse, de adentrarse en mis pensamientos, no fue inmediata. Les costaba entender los límites de mi consciencia y les fue difícil llegar a mí sin hacer que sus pensamientos me desgarraran. No estaban acostumbrados a tratar con alguien que no fuera infinito.

Me quedo observando a mi hermano, viendo cómo se refleja en sus ojos cierta nostalgia por el tiempo vivido en la antigua creación.

—Los Therliomhusgt... La Luz Perpetua... —Miro a Asghentter a los ojos—. Te reclamaron por una razón. Tuvieron que hacerlo porque percibieron lo que sucedería.

De forma inconsciente, El Primigenio se acaricia la parte del pecho donde se aprecia la esfera azul que guarda a las últimas almas de su mundo.

—Lo hicieron para restaurar a los pequeños. —Baja un poco la cabeza y contempla el brillo azulado que emerge de su piel—. Lo hicieron para que no perdiera la razón al tratar de recomponerme. Como ya me pasó antes. —Despacio, eleva la mirada y la centra en mis ojos—. Gracias a Los Therliomhusgt descubrí más de mi autentica naturaleza. Gracias a ellos, supe que fui moldeado con un pequeño fragmento que sobrevivió a la destrucción de su creación. Gracias a ellos, supe que fui creado a partir de un pedazo de La Luz Perpetua.

Antes de mirarme las manos, sentir el poder que me ha trasmitido y notar una pureza similar a la del Silencio, me quedo unos segundos callado, asimilando que la naturaleza del Primigenio proviene de un pedazo de La Luz Perpetua.

—Hermano, naciste a raíz de un fragmento de La Luz Perpetua porque así debía ser. Luchaste en guerras contra Abismo, contuviste El Pozo sin Fondo y diste tu vida para que las gentes del Mundo Ghuraki pudieran vivir. Hiciste todo eso para alcanzar tu antiguo hogar, para alcanzar la verdad. Y ahora has vuelto para que restaurar El Silencio.

Asghentter asiente, da unos pasos y contempla la pared de huesos y el suelo cubierto por la pringue rosada.

—Los Therliomhusgt me sumergieron en las profundas mareas que se mueven más allá de las fronteras de las realidades y fui empujado por ellas hasta que escuché tu dolor. Hasta que escuché el graznido de Laht y noté cómo se apagaba su existencia. —Me observa de reojo—. Entonces, volví a despertar y me proyecté hasta este lugar de corrupción atravesando la barrera que divide el tiempo.

Sin poder controlarlo, cierro los puños al venirme a la mente la imagen de La Ancestro partiéndole el cuello a mi cuervo sagrado.

—Laht... —mascullo, volviendo a centrar mis pensamientos en el presente, dejando a un lado el viaje de mi hermano y su estancia en el reino de equilibrio de La Luz Perpetua—. Tenemos que poner fin a Los Ancestros...

Al escuchar varias pisadas, Asghentter manifiesta un arco de una potente luz clara, apunta con una flecha de energía hacia el pasillo y sentencia:

—Por más intensa que sea, la oscuridad siempre se esconde cuando se manifiesta la luz.

Varios siervos y siervas de Los Ancestros, de aspecto parecido a los que vi por primera vez cuando alcancé su planeta, rubios y de tez clara, surgen de las sombras que cubren el corredor y corren hacia nosotros blandiendo sus armas.

El Primigenio espera hasta el último momento, hasta que los que van delante están a poco más de tres metros de nosotros, y lanza la flecha de energía que vuela a gran velocidad, impacta en la sierva que va primera, la paraliza y a través de ella expande la luz por el aire en forma de rayos que golpean al resto, abrasándolos.

Cuando los cuerpos sin vida de los siervos caen al suelo, Asghentter eleva la mano, concentra su luz y hace que los cadáveres se conviertan en un polvo blanco que vuela hacia él fundiéndose con su brazo.

—Las creaciones de Los Ancestros son formas impuras de La Luz Perpetua. La corrupción que gobierna las mentes de Los Ancestros y oscurece sus almas les hizo perder la cabeza, pero no ha podido extinguir de su ser aquello que son. La marca de La Primera Luz sigue dentro de ellos, y sus poderes provienen de ella. —Empieza a caminar—. He de darles la paz, de brindarles la oportunidad de volver a su fuente, al origen.

Mientras ando y me pongo a su lado, le pregunto:

—¿Quieres descomponer a Los Ancestros y a sus siervos para arrancar la luz que aún permanece en ellos?

Sin detenerse, contesta:

—No sé si tendré el poder de hacerlo con todos. Los Ancestros superan mi fuerza, pero he de dar paz a los que pueda. Es lo mínimo que puedo hacer por Los Therliomhusgt y por La Luz Perpetua. Es mi forma de agradecerles que me salvaran, que me ayudaran a comprender mi poder, que me revelaran mi naturaleza y me enseñaran a ser capaz de trascender los límites de mi cuerpo. Es mi forma de agradecerles que me llevaran a esa antigua creación de paz y equilibrio. —Me mira de reojo—. Y también es mi forma de ayudar al Silencio a renacer con fuerza para que en algún momento pueda dar vida a una creación tan perfecta como la que visité.

Viendo cómo palpita la luz azul de la esfera que tiene incrustada en el pecho, notando cómo le ha llenado de plenitud su estancia en ese paraíso perdido, aseguro:

—Lo haremos, hermano. Haremos que los restos de La Luz Perpetua encarcelados en las creaciones corruptas sean liberados, y también haremos que El Silencio renazca con fuerza. —Centro la vista en el corredor y veo cómo la oscuridad retrocede ante la luz que proyecta El Primigenio—. Pondremos fin a esto. Rescataré a Valdhuitrg, recuperaré la esencia de mi alma y derrotaremos a Los Ancestros.

El Primigenio dirige la mirada hacia un punto del corredor que se divide en dos pasillos, incrementa el fulgor que rodea su cuerpo y dice:

—Este lugar ha sido creado para dar vida a una existencia en la que solo haya lugar para la corrupción. La fuerza que mueve a Los Ancestros busca erradicar los restos de La Luz Perpetua y aniquilar el poder que la remplazó: El Silencio. —Me mira a los ojos y vuelve a observar la bifurcación—. Están a punto de terminar de resquebrajar la fina capa de energía que se erige como la última barrera de contención de la esencia corrupta. —Cuando estamos cerca de los dos pasillos, se detiene, contempla uno y lo señala—. Por ahí se halla el lugar donde han recluido al demonio. —Gira la cabeza y mira al otro pasillo—. Y por ahí se va directo a las cámaras centrales, las que conducen al centro de poder de Los Ancestros, donde están llevando a cabo la concentración de energía para destruir la última barrera.

Anticipándome a sus palabras, sabiendo qué me quiere decir, contesto:

—No debemos separarnos. Estoy débil, no sé si podría vencer a un grupo de siervos y mucho menos enfrentarme a un Ancestro. —Me mira—. Acompáñame, liberaremos a Valdhuitrg y acabemos juntos con esa concentración de energía que amenaza con liberar la corrupción. —Viendo cómo vuelve a observar al pasillo que conduce a las cámaras centrales, insisto—: Luchemos una vez más uniendo nuestras fuerzas.

El Primigenio se mantiene en silencio contemplando el corredor, pero, después de que una sacudida haga que la estructura de la construcción tiemble, empieza a andar y asegura:

—No podemos esperar, están a punto de resquebrajar la última barrera y debo frenarlos el tiempo que pueda. Busca al demonio, reúnete con él, junta a los aliados que puedas y dirígete a las cámaras centrales. Os esperaré mientras contengo a Los Ancestros.

Observando cómo mi hermano de armas empieza a perderse entre las sombras del pasillo, le digo:

—Asghentter, no tardaremos en llegar.

Cuando el fulgor de mi compañero termina de desvanecerse, cuando la oscuridad me envuelve y cubre el pasillo, cierro los ojos, dejo que la fuerza que ha insuflado El Primigenio en mí se manifieste y, poco a poco, noto cómo toma forma una debilitada aura carmesí.

Mientras inspiro por la nariz, empiezo a caminar a paso ligero y susurro:

—Gracias, viejo amigo. Gracias por salvarme.

Después de avanzar cientos de metros, el pasillo se agranda y da paso a una inmensa sala de la que cuelgan decenas de cadenas cubiertas por una sustancia espumosa de color rojo.

Observando el leve movimiento de los eslabones, viendo cómo las cadenas oscilan de un lado a otro, me adentro en la estancia, bajo la mirada y me fijo en los ataúdes de piedra que contienen los restos de grandes seres.

Contemplando los esqueletos de los gigantes, observando los cráneos alargados, las finas costillas y las gruesas extremidades, viendo los afilados huesos de los dedos, paso la mano por el borde de uno de los ataúdes y susurro:

—¿Qué sois? —Recorro la habitación con la mirada, fijándome en la inmensa cantidad de sarcófagos—. ¿Qué erais?

Despacio, separo la mano de la piedra, camino entre las tumbas y me dirijo hacia el otro extremo de la sala, hacia una compuerta de hueso negro. Cuando he avanzado un buen tramo, cuando apenas me quedan unos metros para llegar a la entrada, siento un fuerte calor, veo una intensa luz que se propaga a mi espalda y me giro con rapidez notando quien la proyecta.

—¿Karthmessha? —suelto con media sonrisa marcada en el rostro, antes de terminar de girarme y ver la cara de la diablesa.

Mientras observo los ojos brillantes de Karthmessha, los ojos imbuidos por una energía azul oscuro, mientras veo las facciones rígidas y noto cómo cambia la vibración de su esencia, pasando de la de la intensa llama que originó el mundo de ceniza a una cargada de corrupción, suelto:

—Los Ancestros...

Sin moverse, sin dejar de mirarme, Karthmessha termina la frase:

—Los Ancestros me han revelado el origen y el destino. Los Ancestros me han llevado a la verdad. —Eleva el brazo de llamas y la sustancia espumosa que envuelve las cadenas empieza a arder—. Los Ancestros son los mensajeros, los que traen la palabra original, la primera que fue pronunciada, la que marcó el nacimiento del aliento de aquello que se originó para reinar.

Sin poder evitar que el odio hacia Los Ancestros se manifieste en mi rostro, sin poder evitar sentir rabia por lo que le han hecho a Karthmessha, aprieto los dientes, niego con la cabeza y le digo:

—Vi tu pasado, vi lo que te hicieron, vi lo que perdiste. Tienes que luchar y liberarte.

La diablesa me contempla sin ocultar que mis palabras le producen una leve molestia.

—No eres digno y jamás comprenderás la grandeza de Los Ancestros y el significado del mensaje del que son portadores. —Antes de que pueda replicar, gira la cabeza, mira uno de los ataúdes y prosigue—: Preguntaste quiénes eran los que yacían aquí. Ellos y ellas son los primeros que nacieron de la obra de Los Ancestros. Ellos y ellas fueron sus primeros guerreros, los que combatieron al principio contra las fuerzas que La Luz Perpetua manifestó para proteger su obra. Ellos y ellas son nuestros antepasados. Gracias a su creación, Los Ancestros aprendieron a moldear mejor el fuego que yacía entre los límites de La Luz Perpetua y la corrupción.

Sin saber por qué, cuando menciona ese fuego, me viene a la mente la imagen del fuego azul, el gran poder que de algún modo intervino en la antigüedad.

—La llama azul... —susurro.

Karthmessha dirige su mirada hacia mí, me observa proyectando un inmenso brillo a través de sus ojos y dice:

—La fricción entre las dos fuerzas dio origen a ese fuego. En el lugar donde La Luz Perpetua y la corrupción chocaron, emergió el fuego azul. Un fuego poderoso, con un gran potencial, pero que durante los primeros eones de su existencia no fue más que una fuerza fácilmente moldeable.

Mientras Karthmessha manifiesta un látigo de llamas rojizas, mientras empieza a andar, extiendo el brazo y le digo:

—No tenemos que combatir. Lucha contra la manipulación de Los Ancestros.

La diablesa lanza el látigo, me atrapa el brazo con el filamento ardiente y contesta:

—No combatiremos, no hará falta, te dejaré inconsciente hasta que la maestra te reclame.

Sintiendo cómo la carne me arde, viendo cómo el látigo se abre paso por ella hasta alcanzar el hueso, escuchando el chisporroteo de la piel y los músculos, con el olor a quemado saturando mi olfato, mascullo:

—No dejes que Los Ancestros ganen... No les des el placer de verte convertida en una sierva sin mente... No obedezcas a la Ancestro...

Karthmessha tira con fuerza del látigo, hace que pierda el equilibrio y me lanza al suelo. Con los dientes apretados, me arrodillo, sujeto el filamento ardiente que se ha adherido a mis huesos y, al mismo tiempo que veo cómo el humo surge de las quemaduras, trato de separar el látigo del brazo.

—Es inútil —asegura la diablesa, acercándose, manteniendo la presión—. Tu destino hace mucho que está sellado.

Me alcanza, sujeta con firmeza el mango de látigo, me obliga a extender el brazo, se ladea un poco, coge impulso, se apoya en una pierna y la lanza la otra de forma lateral contra mi cara.

Mientras siento el impacto de la suela, mientras noto cómo mi cuerpo cae hasta donde permite el látigo, mientras quedo con el brazo estirado, las rodillas clavadas al suelo y la espalda echada hacia atrás, pienso en la diablesa, en lo que vi en la proyección de su pasado y susurro:

—Lo siento...

Karthmessha vuelve a tirar del látigo y me obliga a caer hacia delante. Cuando el pecho impacta contra el suelo, cuando la cara choca contra el antebrazo, cierro los ojos y murmuro:

—Perdóname...

Haciendo uso de la fuerza que ha insuflado El Primigenio en mí, notando la esencia de ese poder que emerge de una luz antigua, manifiesto a Dhagul, doy un tajo, corto el látigo y, antes de que la diablesa me golpee con el pie, hundo la espada en el suelo y proyecto a través de ella una fina película energética que frena el golpe.

Karthmessha, con la suela presionando la débil barrera que he creado, me mira a los ojos y dice:

—Tu poder es inexistente, tu fuerza te ha abandonado. El brillo de tu espada muestra cuánto te has debilitado. —Suelta el látigo partido, deja que se convierta en energía, lo absorbe y vuelve a lanzar una patada contra la barrera, quebrándola—. Deja de combatir contra lo inevitable.

Cuando lanza la pierna contra mi cabeza, echo el cuerpo hacia atrás, apoyo una mano en el suelo y el pie pasa por delante de mí casi me rozándome la barbilla. Antes de que vuelva a atacar, cojo impulso y me pongo de pie asumiendo que la única forma de acabar con esto es combatiendo.

Karthmessha manifiesta una espada corta de fuego, la lanza contra mí y la esquivo retrocediendo un poco. Cuando vuelve a atacar con el arma, espero al último momento, hasta que la hoja casi me alcanza, echo el cuerpo hacia un lado, me muevo hacia el costado de la diablesa y le sujeto el hombro y la muñeca.

Sin darle tiempo a reaccionar, aprovechando la inercia de su golpe, dejo que siga echándose un poco hacia delante y, manteniéndole el brazo firme, le doy un rodillazo en el codo.

—No puedes evitar tu destino —brama, al mismo tiempo que trata de golpearme en la cara con su brazo de fuego.

Pegándome a su cuerpo, cubriendo la cabeza, dejando que el puño pase rozándome el brazo, no le suelto la muñeca y, cuando vuelve a coger impulso para golpearme con la extremidad de fuego, aprovecho para sujetar con fuerza de nuevo su hombro, para inmovilizarle el brazo, lanzo otra vez la rodilla contra su codo y se le rompo.

Mientras grita, mientras la espada de fuego cae al suelo, aprovecha que he tenido que soltarla para dirigir su mano de fuego contra mí y hundir los dedos en mi pecho. Sintiendo cómo su llama me abrasa la piel y la carne, cómo se adentra en busca de mi corazón quemando las costillas a su paso, bramo y le cojo el brazo de llamas.

—No tenemos que seguir combatiendo —mascullo.

La diablesa, con la mirada perdida, sigue hundiendo los dedos hasta dejarlos cerca del corazón.

—La maestra no quiere que te mate, y no voy a hacerlo, al menos de forma permanente. —Antes de que pueda obligarla a sacar la mano de mi pecho, se aferra a mi corazón y lo presiona con fuerza—. No te queda nada por lo que resistir. Tu mundo y tus seres queridos murieron hace mucho.

Soltando un fuerte grito, sintiendo cómo mi corazón empieza a arder, aprieto el puño y, en un último intento por liberarme, lo lanzo contra su rostro. Sin embargo, aparte de obligarla a girar la cara, mi golpe no hace más que enfurecerla.

Notando cómo mi ser se apaga, cómo mi fuerza me vuelve a abandonar, la visión se me empieza a poner borrosa. Entre fuertes espasmos, percibo como si la diablesa y la sala repleta de ataúdes de grandes seres estuvieran muy lejos. Sin mi alma, sin la fuerza que me otorga el núcleo de Silencio de lo más profundo de mi ser, no puedo hacer más que sentir cómo mi consciencia se apaga.

***

Sintiendo como si hubiera pasado una eternidad, como si hubiera sido arrojado a un paraje donde el tiempo transcurre muy lentamente, abro los párpados, observo los grandes ataúdes de la sala, las cadenas ardientes, me levanto y busco a la diablesa con la mirada.

—¿Dónde estás...? —mascullo.

Tras varios segundos, en los que no paro de mirar en todas direcciones, tratando en vano de ver dónde está Karthmessha, dejo de luchar contra el dolor punzante que se propaga por mis músculos y me apoyo en uno de los ataúdes.

Inspirando despacio, intentando concentrarme en las respiraciones para alejar mi mente del dolor de mi cuerpo, bajo la mirada y susurro:

—La corrupción la ha corrompido totalmente...

Despacio, al mismo tiempo que oigo unas pisadas que se aproximan, levanto la cabeza y observo la figura que emerge de las sombras que cubren parte de la sala. Antes de que pueda decir algo, la manifestación de La Nada, el ser que la representa, empieza a hablar:

—Privado de tu poder, de tu alma y de tus aliados. Engañado por las ilusiones de Los Ancestros. Un final que seguro no esperabas.

Aunque me duele volver a tensionar los músculos, me separo del ataúd, aguanto la presión en las piernas, centro la mirada en los ojos rojos del ser y le digo:

—No es mi final. Aún me queda mucho por lo que luchar.

Ladea la cabeza, fija la vista en un punto de la sala y contesta:

—Puede que tengas razón. Puede que sea como dices.

Poco a poco, empiezo a oír los pasos de Karthmessha, las palabras que repite, las alabanzas que hace a Los Ancestros, y me giro para ver el lugar que el ser de La Nada está contemplando; ahí, unos veinte metros delante de nosotros, se encuentra la diablesa, caminando alrededor de un cuerpo tirado en el suelo: caminando alrededor de mí.

—¿Cómo es posible? —De forma inconsciente, me observo las manos y, aunque las veo sólidas, noto que son una representación de mi ser—. Todavía no he recuperado la consciencia...

La personificación de La Nada me mira a los ojos y dice:

—Tu cuerpo ha sido llevado más allá de su límite, sin la energía de tu alma insuflándole su poder, se ha convertido en una cárcel de carne y huesos. La luz que ha sido proyectada en ti por tu aliado te ha permitido recuperar un poco de tu fuerza, pero no ha sido suficiente para devolverte tu capacidad regenerativa. —Contempla mi cuerpo tendido en el suelo—. Aunque la diablesa no te hubiera derrotado, aunque no hubiera llevado a tu organismo al límite, no podrías haber aguantado mucho. Te mueres. Y no es por las heridas ni los golpes, lo haces porque tu esencia te ha sido arrancada y porque lo poco que queda de ti fuera de ella ha empezado a desvanecerse. —Observa a Karthmessha, ve cómo camina, repitiendo las mismas frases—. La Ancestro que te arrancó tu alma ha mandado a una de sus muchas siervas a que te mantenga con vida lo suficiente para poder vanagloriarse delante de ti de la muerte del Silencio. Lo ha hecho para obligarte a que desgastes la energía que te ha trasmitido tu aliado.

Viendo a la diablesa caminar alrededor de mi cuerpo, pensando en cómo La Ancestro sabía lo que me proponía y en que El Primigenio me dio parte de su luz, susurro:

—Asghentter... —Vuelvo a mirar mi cuerpo tirado en el suelo, meneo la cabeza y empiezo a caminar hacia él—. Saben que está aquí. Saben que mi hermano está aquí... Tengo que recuperar la consciencia. Tengo que ayudarle.

Cuando avanzo unos metros, mucho antes de acercarme a la diablesa y a mi cuerpo, choco contra un muro invisible que me impide seguir adelante. Al tratar de bordearlo, andando de un lado a otro, pasando la palma por él en busca de un orificio sin encontrar ninguno, me detengo y empiezo a golpearlo.

Tras un tiempo que me es difícil medir, cuando asumo que me será imposible destruir la barrera, niego con la cabeza, me doy la vuelta, centro la mirada en el ser de La Nada, doy un par de pasos y señalo el muro invisible:

—No sé qué ha creado esta barrera, no sé si has sido tú o ha sido levantada por obra de Los Ancestros. No lo sé, pero da igual. —Bajo el brazo y camino un poco más hacia él—. No tengo el poder de destruirla y no poseo la fuerza suficiente para recuperar la consciencia. Estoy atrapado aquí, cerca de mi cuerpo moribundo, y no puedo evitarlo. —Me acerco más y lo señalo—. Pero sí que hay algo que puedo hacer. Averiguar qué buscas, por qué estás aquí y qué quieres de mí. —Al presentir que va a empezar a hablar evadiendo decirme la verdad, aprieto los dientes e insisto—: No has aparecido por nada. Así que te lo vuelvo a preguntar, ¿qué quieres de mí un ser con el poder de La Nada? ¿Qué puedo darle a alguien como tú? —Bajo el brazo y me acerco un poco más—. En nuestro último encuentro, me diste a entender que tu papel en la destrucción de la realidad tan solo era esperar a que todo despareciera. Casi parecías una fuerza benévola que se resigna a su papel de entidad destructora. Así que dime, ¿qué buscas? ¿Qué quieres de mí?

El ser de La Nada se mantiene observándome inexpresivo, pensando en si dejarme atrapado en este limbo o en contarme algo sobre sus deseos. Al final, tras casi un minuto en el que se mantiene inmóvil, empieza a hablar:

—¿Qué busco? —repite un par de veces mientras mueve la cabeza despacio y mira mi cuerpo tirado en el suelo—. Busco el fin de los ciclos. Busco que se acabe el reflejo del todo y de La Nada. Busco que acabe aquello que empezó hace tanto. —Empieza a andar, traspasa la barrera invisible, mueve la mano para que esta se desvanezca y prosigue—: La ausencia no puede existir sin que haya un vacío que antes ha sido llenado. Al igual que la existencia se propaga reflejándose en aquello que pervive en La Nada. —Cuando está bastante cerca de la diablesa y de mi cuerpo, se detiene, ladea un poco la cabeza y me observa de reojo—. En un principio, La Luz Perpetua era la representación de lo único que existía, no había lugar para nada más, no había lugar para mí. Pero el hambre insaciable de poder, las ganas de expandirse por una creación eterna, devorarla y devorar a sus hijos, hizo que emergiera lo opuesto al todo que representaba La Luz Perpetua. —Lentamente, centra la mirada en mi cuerpo tendido en el suelo—. Soy antiguo, mucho más antiguo que El Silencio, he dominado eras, he estado al final de los ciclos para reclamar las cenizas de las existencias. Mi naturaleza me ha empujado infinidad de veces a engullir los últimos granos de polvo de universos moribundos. Y, aunque poseo un poder que casi no tiene rival, a cada eón que pasa me pregunto cuál es el sentido de los ciclos de destrucción y creación. —Eleva la mano, ralentiza el tiempo y hace que la diablesa se quede inmóvil—. ¿De qué sirve que todo se extinga, que dé lugar a mi reinado, para que al cabo de más o menos tiempo las reminiscencias de La Luz Perpetua prendan de nuevo su fuego ancestral y me despojen de mi reino? ¿De qué sirve mantener la esperanza en que en algún momento mi reinado será imperecedero? ¿De qué sirve si cuando siento que por fin podré descansar fundido con mi ausencia, con la ausencia de todo, soy despertado y apartado de lo que se me ha entregado por una nueva fuerza incluso más poderosa que La Luz Perpetua? —Se da la vuelva y me mira a los ojos—. No inicié los ciclos. No inicié las eras de luz y oscuridad. Tan solo soy el guardián que custodia los periodos en las que no existe un reinado de ninguna. Solo soy un esclavo con el poder de millones de dioses.

Sin apartar la mirada de su rostro, observando sus rasgos inexpresivos, notando la inmensidad de su poder, le digo:

—Buscas acabar con los ciclos para que las creaciones no resurjan.

El ser de La Nada guarda silencio unos segundos.

—Me da igual si resurgen o no. Me da igual si se extinguen o no. Lo único que busco es equilibrio. Tanto si es para mantener una Nada eterna como si es para que retorne una creación similar a la de La Luz Perpetua. —Hace que el tiempo deje de estar ralentizado—. Mi único deseo es acabar con los ciclos, destruirlos para que no vuelvan a existir, para que no vuelvan a despertarme una y otra vez.

Escuchando las alabanzas que pronuncia la diablesa, viendo cómo camina alrededor de mi cuerpo tendido en el suelo, pregunto:

—¿Renunciarías a tu reino eterno? —Lo miro a los ojos—. ¿Renunciarías a existir?

El ser de La Nada observa la estancia repleta de ataúdes y responde:

—¿Renunciarías a la pérdida si no supieras que esta existe? ¿Renunciarías a volver al letargo eterno, al lugar donde te hallabas antes de ser reclamado por una creación moribunda? ¿Renunciarías a la paz que hay más allá de lo que existe? ¿Lo harías si tu naturaleza estuviese unida a una ausencia infinita? —Cierra el puño y este se recubre con un aura carmesí y negruzca—. El poder no tiene significado cuando no sirve para otorgarte lo que deseas. Ni siquiera un poder sin límites. —Me vuelve a mirar a los ojos—. Soy la personificación de La Nada, soy probablemente el ser más poderoso que existe en este momento, y aún así soy incapaz de lograr lo que busco. No puedo acabar con los ciclos.

Me quedo un par de segundos pensativo y respondo:

—Eso es lo que quieres de mí. Quieres que haga lo que tú no puedes. Quieres que acabe con los ciclos.

El ser de La Nada se da la vuelta y observa mi cuerpo tendido en el suelo.

—Así es. Concédeme lo que busco y estaré en deuda contigo.

Doy unos pasos, me pongo a su lado y digo:

—No me puedo fiar de ti. Mis fuerzas me han abandonado y no tengo el poder para saber si dices la verdad, si estás buscando manipularme para prolongar tu reino de La Nada durante un tiempo infinito.

El ser de La Nada se mantiene impasible, sin apartar la mirada de mi cuerpo inconsciente.

—Haz lo que creas. No estoy aquí para obligarte a nada. Yo seguiré existiendo para ver cómo nacen y mueren más creaciones. Seguiré existiendo hasta encontrar a otro que tenga el potencial para ayudarme a acabar con los ciclos. —Se da la vuelta y comienza a andar—. Sufriré los despertares, añoraré el letargo, pero tarde o temprano daré con alguien que sí quiera ayudarme. Soy una entidad eterna y todavía dispongo de un poco de paciencia. En cambio, tú estás llegando a tu fin. Estás cerca de tu muerte y no dispones del poder necesario para evitar que Los Ancestros conviertan en polvo lo poco que queda del Silencio.

Mientras escucho cómo sus pisadas se van alejando, mientras noto cómo mi cuerpo todavía está muy débil para despertar, me doy la vuelta y le digo:

—Espera. —El ser de La Nada se detiene, pero no se da la vuelta—. No me puedo fiar de ti. No me puedo fiar de casi nadie. La corrupción ha calado hondo en Karthmessha y puede que en más aliados. —Cierro los párpados, inspiro con fuerza y me pienso bien lo que estoy a punto de decir—. Lleguemos a un trato. —Abro los ojos—. Yo te ayudo a acabar con los ciclos y tú me ayudas a restaurar el poder del Silencio. Una vez que la esencia de La Fuerza Ancestral se reconstruya, una vez que vuelva a ser lo bastante poderosa para hacer que tu creación retroceda, terminaré de darte lo que buscas.

El ser de La Nada se da la vuelta, me mira a los ojos y me dice:

—No estás en condiciones de exigir. Acabarás primero con los ciclos y luego restableceré el poder del Silencio.

—No. —Doy unos pasos—. Mi trato es ese. Primero el poder del Silencio, luego el final de ciclos. Los debilitaré, para que veas que empiezan a ser destruidos, pero no acabaré con ellos hasta que El Silencio sea restablecido. —Centro la mirada en sus ojos—. Dices que aún te queda paciencia, y que podrás encontrar a otro que pueda ayudarte. Hazlo si quieres, espera una infinidad de eones hasta encontrarlo, despierta una y otra vez y repite constantemente tu papel. —Hago una pausa—. ¿Cuánto tiempo te ha llevado encontrarme a mí? Mucho. Y algo me dice que soy el primero que has encontrado que puede ayudarte a acabar con los ciclos. —Me doy la vuelta y ojeo mi cuerpo tendido en el suelo—. Estoy dispuesto a morir. Estoy dispuesto a luchar con las pocas fuerzas que tengo y perder la batalla sin rendirme. —Me giro y lo miro—. Dime, ¿tú estás dispuesto a esperar tanto o más de lo que has esperado? ¿Quieres arriesgarte a no encontrar nunca más a alguien que pueda ayudarte?

En silencio, el ser de La Nada piensa en lo que le he dicho. Sin decir nada, observa mi cuerpo tirado en el suelo y se plantea qué hacer.

—Estás dispuesto a arriesgar la creación, a tus amigos y El Silencio por la intuición de que aceptaré el trato. —Se da la vuelta y empieza a caminar—. No me equivoqué contigo. No solo tienes el potencial, sino que eres tal y como necesito. —Antes de adentrarse en las zonas sombrías de la sala y desaparecer, añade—: Te daré un arma que te otorgará suficiente poder para que puedas levantarte, luchar y recuperar el tuyo. Te daré una ínfima parte de la esencia de La Nada.

En el momento en que sus palabras terminan de silenciarse, siento el brazo arder y veo cómo empieza a dibujarse en él una gruesa línea negra que lo serpentea hacia la mano y hacia el hombro. Cuando termina de plasmarse en la piel, siento cómo si el trazo alcanzara el hueso y veo cómo llega hasta la palma y el pecho.

—¿Qué es esto? —pregunto, mirando la marca.

Antes de que pueda buscar una respuesta, siento cómo la sala tiembla, cómo se oscurece y cómo mi cuerpo me reclama.

***

Soltando un grito ahogado, me incorporo y noto el ardor que se propaga por el brazo. Con los dientes apretados, soportando el calor de la marca, observo cómo el dibujo se ha extendido al igual que lo hizo en mi proyección.

—¿Un arma? —mascullo—. ¿Qué clase de arma?

Mientras me levanto, mientras escucho las amenazas de Karthmessha, noto cómo brilla la marca, cómo se concentra su poder en la palma y veo cómo empieza a tomar forma la empuñadura de un espadón de energía oscura.

—El poder de la ausencia... —susurro, sintiendo el vacío que proyecta la hoja al manifestarse.

Cuando la diablesa está punto de alcanzarme, cuando materializa el látigo de fuego y se prepara para atacar, me pongo en guardia, bajo el espadón, lo hundo en el suelo y bramo:

—¡Basta! ¡No quiero quitarte la vida!

La energía que genera la gran arma se proyecta con fuerza hacia la diablesa, la empuja por los aires y hace que se golpee con la pared. Cuando intenta levantarse, vuelvo a blandir el espadón, doy un tajo en el aire y sentencio:

—He dicho que no quiero seguir peleando contigo.

Apenas le da tiempo de avanzar un par de pasos, la onda que proyecta la gran arma la vuelve a empujar contra la pared, adentrándose en su ser, haciendo que pierda el conocimiento.

Observando cómo cae al suelo, sintiendo el poder del espadón, hago que vuelva a retornar a la marca, me aseguro de que la diablesa está bien, miro cómo se abre la entrada de hueso, empiezo a caminar hacia ella y digo:

—Valdhuitrg, voy a liberarte, encontraremos a Athwolyort, a los demás y acabaremos con esto.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top