Capítulo 32 -La luz tras el espejismo-

Sintiendo la fuerza del viento en el rostro, viendo cómo el muro de ceniza se aproxima a gran velocidad, elevo la mano, apunto con la palma hacia la marea de polvo negro, manifiesto el aura negruzca y carmesí y genero una gran barrera en forma de cúpula de energía invisible.

Mientras la ceniza avanza bordeando y cubriendo la protección que he creado, mientras siento la carga de la fuerza creada por Los Ethakhor, intensifico el poder que alimenta mi ser, aprieto los dientes, alzo el brazo y apunto hacia el firmamento.

Viendo el esfuerzo que estoy haciendo, Él me dice:

—Cuánto has cambiado. —Mueve los dedos deformes de la mano indicándoles a Los Conderiums que avancen—. Ambos hemos cambiado. —Comienza a caminar detrás de sus secuaces—. La corrupción de Los Ancestros, la lucha contra su poder, nos ha cambiado. Nos ha impulsado a ser capaces de dejar nuestro odio a un lado. —A la vez que traspasa la barrera que he creado y se adentra en la ceniza, añade—: Los hijos de una creación consumida, los que nacieron bajo la luz de un poder ancestral, han conseguido lo impensable. Los Ancestros han logrado hacernos de nuevo aliados.

Pensando en lo que acaba de decir, en cómo ha cambiado todo tras la destrucción del Mundo Ghuraki, en cómo Los Ancestros ha conseguido que ignore el desprecio y el odio que siento por El Señor de Abismo, observo a mi doble oscuro, a mi otro yo surgido de una realidad consumida, y susurro:

—Tienes razón... He cambiado... Ambos hemos cambiado... —Dirijo la mirada hacia el punto por donde Él se ha adentrado en la ceniza—. Una fuerza superior a nosotros, una que rivaliza con el propio Silencio, nos ha obligado a dejar atrás lo que sentimos. —Apunto con la palma hacia la ceniza y lanzo un haz carmesí y negruzco que la hace retroceder lo suficiente para permitirme ver qué están haciendo Los Conderiums—. Nuestras decisiones nos conducen hacia distintos futuros ocultos, pero muchas veces hay fuerzas invisibles que logran que seamos capaces de ver hacia dónde nos dirigimos. —Observando cómo un Conderium coge del suelo y carga al hombro al ser que El Señor de Abismo creó, al hombre que tiene la cara cubierta de tatuajes rojos, viendo cómo Él manipula la ceniza para que no pueda dañarlos, bajo el brazo—. Somos esclavos del destino, pero también somos los amos de los pasos que nos llevan hacia él...

Valdhuitrg, que está lo suficiente cerca y ha escuchado lo que he dicho, suelta:

—Vagalat, mi abuelo siempre decía que antes de nacer elegimos el camino que queremos seguir. —Lo miro de reojo—. Me repetía que por más que quisiera no podría evitar encontrarme con fuerzas que buscarían alejarme de lo que había venido a hacer. —Observa cómo Él y Los Conderiums vuelven a adentrarse en la cúpula invisible—. Puede que antes de que todos naciéramos trazáramos un destino, uno que estuviera ligado a la destrucción de Los Ancestros.

Athwolyort enarca una ceja y dice:

—¿Quieres decir que antes de que mi santa madre me engendrara decidí unir mi destino al de un demonio medio loco y al de un humano con la capacidad de sacar de su alma un pollo negro volador? —Suelta una carcajada tosca—. Me gusta la idea.

Con media sonrisa marcada en el rostro, contesto:

—Estamos aquí. No sabemos si algo nos ha empujado a este momento, pero sí sabemos que deseamos estar aquí, que ansiamos acabar con Los Ancestros. —Dirijo la vista hacia El Conderium que carga con el hombre de los tatuajes en la cara, veo cómo se adentra en la cúpula y cómo lo deja en el suelo—. Erradicaremos la imperfección de la existencia. —Alterno la mirada entre Valdhuitrg y Athwolyort—. Hemos recorrido El Ghoarthorg, las ruinas de la ciudad y este mundo para llegar hasta aquí. Eso es lo único que importa.

Valdhuitrg se contempla la mano, ve cómo brilla envuelta en llamas, me observa de reojo y contesta:

—Durante mucho tiempo creí que mis días de lucha habían acabado, que tan solo me quedaba consumirme vagando por El Ghoarthorg. —Inspira despacio—. Si estoy aquí es por ti. Porque me devolviste la esperanza. —Me mira a los ojos—. Gracias, Vagalat, por darme lo que necesitaba para reemprender la lucha. —Dirige la mirada hacia Él, que se está aproximando al hombre de los tatuajes—. Gracias por darme la oportunidad de obtener la venganza de mi pueblo y la de aquellos que cayeron luchando a mi lado en las rebeliones.

Mientras el demonio apaga las llamas que le envuelven el puño y camina en silencio hacia el lugar donde se halla tumbado el hombre de los tatuajes, Athwolyort me mira a los ojos, me señala y suelta:

—Hemos recorrido un largo camino y lo único que nos falta es dar el último paso, llegar a Los Ancestros y destruirlos. —Baja el brazo, ve cómo Él arroja un halo de energía sobre el hombre de los tatuajes y añade—: Viejos enemigos, dobles maléficos, criaturas oscuras, ¿qué más da quienes se nos unan? Lo único que importa es que están aquí para luchar.

Inspiro por la nariz, observo a mi hermano de armas y respondo:

—Tienes razón, lo único que importa es que están aquí para combatir. —Athwolyort asiente—. Pongamos fin a esta guerra de una vez por todas. —Centro la vista en el hombre de los tatuajes y empiezo a andar—. Alcancemos el lugar donde se halla la esencia de Los Ancestros y destruyámoslos.

Aunque no le veo la cara, al mismo tiempo que oigo el sonido de sus pasos cuando empieza a seguirme, sé que una diminuta sonrisa se dibuja en el rostro de mi hermano de armas. La idea de hallarse tan cerca de poder vengar a Jhástegmiht le produce un sentimiento de plenitud.

Cuando alcanzo el lugar donde se halla tumbado el hombre de los tatuajes, me pongo al lado de Valdhuitrg, dirijo la mirada hacia Él y le pregunto:

—¿Está vivo?

El Señor de Abismo observa las venas negras palpitantes que sobresalen la piel del rostro del hombre y contesta:

—Aunque me cuesta sacarlo del letargo que le ha inducido el contacto con el centro de poder de Los Ancestros, su esencia permanece intacta, aún está vivo. —Eleva un poco la cabeza y puedo ver cómo queda a la vista su boca de dientes podridos—. Después de llevarte al vacío, después de ayudarte a alcanzar la morada del Ancestro renegado, le ordené a mi creación que llegara al santuario donde se concentra la esencia de Los Ancestros. Quería saber cuántos habían despertado y cuál era la cantidad de poder que habían recuperado. —Vuelve a bajar la cabeza para contemplar el rostro repleto de gruesas venas negras—. No imaginé que sería incapaz de adentrarse mucho, que la corrupción que protege la morada de Los Ancestros lo frenaría de este modo. —Ladea un poco la cabeza, extiende el brazo y hace que una neblina negra descienda despacio desde su palma hacia el hombre—. Han blindado el lugar donde se resguardan con la energía que los convirtió en dementes.

Fijo la mirada en el rostro del hombre y, al cabo de unos segundos, veo cómo los espasmos se apoderan de los músculos de la cara. Después de casi medio minuto, cuando se incorpora soltando un grito ahogado, veo cómo abre los ojos y cómo estos ya no son más que una plasta oscura que se derrite deslizándose por los lagrimales.

—¡Ellos...! ¡Él...! ¡Ella...! —repite varias veces.

El Señor de Abismo posa la mano en su cabeza y le arrebata el dolor que padece. Absorbiendo la corrupción que se ha fusionada con su alma, Él dice:

—Muestra qué es lo que has visto. —Mientras sujeta la cabeza, mueve la otra mano y proyecta parte de los pensamientos del hombre—. Interesante... —susurra, soltándolo, acercándose a la proyección.

Doy unos pasos observando cómo la nebulosa que condensa los pensamientos del hombre va dando forma a una escena en movimiento, cómo muestra una fortaleza en ruinas con los muros cubiertos por una pringue oscura, cómo revela un lugar destruido donde los rayos azules que descienden del cielo son absorbidos por la construcción, cómo nos deja ver la forma que tiene el paraje donde la esencia de Los Ancestros se he hecho fuerte de nuevo.

En silencio, contemplando el paisaje destruido que surge de los pensamientos del hombre, veo cómo una figura camina por él saliendo de las sombras, dejando atrás una parte de la construcción cubierta por unas tinieblas que se remontan a un tiempo anterior al origen de la creación, mostrándose poco a poco, queriendo que lo veamos.

—Un Ancestro... —susurro, observando a un ser semejante a un humano, con la piel azul oscura y una armadura de un metal de un tono más apagado.

Él, que se mantiene examinando al Ancestro, masculla:

—No puede ser...

Antes de que llegue a comprender lo que quiere decir, veo cómo El Ancestro dirige la mirada hacia nosotros, cómo sus ojos brillan con un intenso azul, cómo trasciende más allá del recuerdo y cómo nos dice:

—Si tanto deseáis encontraros con lo que represento, venid a mí.

El Ancestro mueve la mano, hace que la escena se convierta en una neblina azulada, que el recuerdo estalle y que la onda nos arroje al suelo. Sintiendo la fuerza que ha emergido a través de la proyección, sabiendo que me supera por mucho, aprieto los dientes, meneo la cabeza y me levanto pesando tan solo en devolver el golpe.

—Su fuerza... —mascullo, observando cómo se disipa la neblina azul—. Es demasiado poderoso... —Miro a Él y le pregunto—: ¿Has podido profundizar en el recuerdo más que nosotros?

Mi doble oscuro, que no puede ocultar la rabia que lo posee por haber sido empujado por la fuerza de la onda, da un par de pasos, señala el lugar donde estaba la proyección y suelta:

—Voy a acabar con ese ser. Nadie me humilla. —Aprieta el puño y el suelo tiembla—. No os necesito. —Me mira y espeta—: No necesito a un Vagalat inservible y a sus aliados inútiles.

Antes de que pueda contestar, Valdhuitrg me adelanta, se detiene a un metro delante de mí y, haciendo que su carne se convierta en un fuego que brilla con un intenso rojo, sentencia:

—Haz lo que quieras. Combate solo contra Los Ancestros. Me da igual. Pero la próxima vez que vuelvas a insultar a Vagalat o a otro de mis hermanos de armas, voy a demostrarte lo inútil que soy.

Al ver cómo mi doble oscuro comienza a manifestar su poder, Él, en cierto modo complacido por la actitud del demonio, se convierte en una neblina oscura, se materializa en medio de los dos y dice:

—Queramos o no, la única forma de vencer es luchando juntos. El poder de Los Ancestros es inmenso, pero no inalcanzable. Y ellos lo saben. Saben que todavía no han conseguido llegar al punto en el que su fuerza no tenga rival. Ahora, más que nunca, debemos dejar nuestras diferencias y orgullos a un lado para atacar uniendo fuerzas.

Mi doble oscuro está a punto de replicar, aunque, antes de que lo haga, doy un paso, me pongo al lado de Valdhuitrg y digo:

—Jamás pensé que diría esto, pero estoy de acuerdo con Él. Tan solo obtendremos la victoria si luchamos juntos. —Observo los ojos inyectados en rojo de mi doble oscuro y le pregunto—: ¿De verdad quieres combatir solo? ¿Quieres lanzarte sin apoyo a las garras de una fuerza que te supera por mucho? Todos hemos visto cómo te ha tumbado el poder del Ancestro. No eres rival para él ni para sus hermanos.

Mi doble oscuro, aprieta los dientes y espeta:

—No voy a consentir que te dirijas a mí de ese modo. He disfrutado estrangulando a muchos Vagalats, y tú no serás más que otro más en la lista de versiones pateticas de mí que han agonizado mientras destrozaba sus cuellos.

Él ríe y suelta:

—Si quieres ir tú solo a luchar con Los Ancestros, hazlo. Pero a Vagalat, a mi Vagalat, no lo matará nadie más que yo. Es mío. —Sonríe—. Y después de demostrarte cómo te supero no vas a querer intentar arrebatármelo. ¿Verdad?

Por un instante, mi doble oscuro está a punto de atacar, pero, cuando siente cómo el aura del dueño de Abismo proyecta su gran poder, aprieta los dientes, frunce el ceño, niega con la cabeza y contesta:

—Quedaos aquí, hablando de enfrentaros a Los Ancestros, parloteando sobre cómo vencerlos, que ya me encargaré yo de matarlos, consumir sus esencias y esperaros en su reino para recibiros con su sangre en las manos y con su fuerza unida a mí.

Mientras se da la vuelta y empieza a caminar hacia la ceniza, Athwolyort, enarcando una ceja, me dice:

—Menos mal que tus pasos no te han llevado a convertirte en un engreído. No soportaría luchar a tu lado si creyeras que la creación gira a tu alrededor.

Mirando de reojo a mi hermano de armas, contesto:

—Doy gracias cada día por no haber acabado pareciéndome a él.

Una vez que mi doble oscuro se desvanece en la ceniza, El Señor de Abismo camina hacia el hombre de los tatuajes, que sigue sentado en el suelo, le acaricia el pelo y, con un movimiento fugaz, hunde las uñas en el cráneo.

Al ver que lo observamos sin ocultar la repulsa que nos produce su acto, Él nos dice:

—No temáis por él, solo he acelerado su resurrección. Mientras el ciclo de corrupción de Los Ancestros no termine, mi creación seguirá renaciendo una y otra vez. —Saca los dedos del cráneo y deja que el cuerpo sin vida impacte contra el suelo y se convierta en polvo—. Además, era el único modo de ver más allá de la proyección de sus recuerdos. —Se lame los dedos pringados con los sesos del hombre y se queda unos segundos en silencio—. Como pensaba, han reforzado los accesos al lugar donde sus esencias están tomando forma. Han invocado a antiguos sirvientes para que los custodien mientras ellos alcanzan la plenitud de su poder. —Me mira a los ojos—. Debemos atacar ya.

Asiento, dirijo la mirada hacia la ceniza y contesto:

—Y ¿qué hacemos con él?

El Señor de Abismo ladea la cabeza, observa el lugar por donde mi doble oscuro ha desaparecido y dice:

—Nada. Dejar que vaya y que intente quebrar las defensas de la morada de Los Ancestros. —Hace una breve pausa—. Tal como pensé que haría, esa versión corrupta de ti no ha podido contener la arrogancia y ha actuado preparándonos el camino. Dejemos que luche contra miles de hordas de guerreros de Los Ancestros, que las mayores fuerzas de la defensa se centren en él, para atacar en otro punto y lograr adentrarnos en la morada de la corrupción. —Mira a mis hermanos de armas, se da la vuelta y observa a los guerreros del Ghoarthorg que mantienen cautivas a las guardias de Vhareis—. Tus soldados y los míos atacarán mientras nosotros nos abriremos paso por otro de los senderos que conducen al interior de la morada de la corrupción.

Contemplando a mis hermanos de armas, a aquellos que combatieron conmigo en la ruinas de la ciudad que resistió a Los Ancestros, fijo la mirada en Jhartghartgahst y Hathgrelmuthl, les informo mentalmente del plan y les pregunto:

«¿Qué os parece? ¿Lideraréis el asalto?».

Después de mirar a Hathgrelmuthl, con una sonrisa marcada en el rostro, Jhartghartgahst contesta:

«Atacaremos y venceremos en nombre de Jharbangoremot. Lo haremos para vengar su caída y la destrucción de su creador».

Asiento, sonrío y, antes de girarme para centrar la vista en Valdhuitrg, les aseguro:

«Pronto nos vengaremos de aquellos que proyectaron la corrupción que acabó con nuestros hermanos y con nuestros mentores».

Mientras miro al demonio a los ojos, escucho cómo Jhartghartgahst golpea las piezas de metal que le cubren los nudillos las unas con las otras y cómo repite varias veces "venganza".

Valdhuitrg, que se ha mantenido observando cómo Él caminaba hacia el borde de la cúpula y cómo conjuraba su fuerza para abrir un sendero hacia la morada de Los Ancestros, gira lentamente la cabeza, centra la mirada en mi rostro y me dice:

—Así que este es el ser al que combatías en La Guerra del Silencio. —Vuelve a mirar al señor de Abismo—. Un ser oscuro con un poder capaz de subyugar la creación.

—Mi enemigo... —contesto, observando cómo Él manifiesta esferas oscuras que generan lazos de luz negra entre ellas—. Mi verdadero enemigo... —Tras unos segundos, en los que pienso en todo por lo que he pasado desde que Jiatrhán me petrificó, ojeo de reojo a mi hermano de armas—. Sabía que tenía que vencerle, que la creación dependía de ello, que Él representaba lo peor de la existencia, pero nunca fui capaz de recordar cómo empezó todo... —Inspiro despacio y vuelvo a mirar al Señor de Abismo—. El inicio de mi guerra con Abismo permanece bloqueado en lo más profundo de mi memoria, oculto para siempre. Parece que voy a morir sin saber por qué mi destino se unió al de Él. Caeré sin conocer al antiguo Vagalat. —Guardo silencio unos instantes—. Aunque no me arrepiento, es un buen precio a pagar si con ello le brindo al Silencio la oportunidad de revertir este futuro de corrupción.

Athwolyort se aproxima, incrusta el hacha en el suelo, se cruza de brazos, enarca una ceja y dice:

—Vagalat, a veces eres alguien tremendamente fatalista. No vamos a dejar que caigas. Estamos aquí para matar a Los Ancestros, para erradicar la corrupción, limpiar la creación y devolverte a ese pasado tuyo. —Me mira a los ojos—. No podemos permitir que alguien tan feo como esa cosa deforme con túnica agujereada gane una antigua contienda perdida en el tiempo. —Suelta una corta carcajada tosca—. No, eso no pasará. Ese ser con su cara llena de pus no gobernará el pasado. No vamos a permitir que ni tú ni tu pollo negro que vuela no estéis en esa antigua guerra para impedirlo. —Recoge el arma y empieza a caminar hacia el portal que está tomando forma cerca de Él—. No te vas a librar de aplastar ese rostro de llagas andante. Ni lo sueñes.

Sin poder evitar que media sonrisa se me marque en la cara, susurro:

—Athwolyort...

Valdhuitrg me ojea de reojo, asiente y dice:

—Tiene razón, no vamos a dejar que caigas. Cuando acabe esta guerra, todos seguiremos en pie disfrutando de la victoria y la venganza.

Notando cómo el poder de mi hermano de armas crece a medida que su ser se funde más con la llama del mundo, contesto:

—Gracias, hermano.

Karthmessha y el ser de la cavidad, que se han mantenido todo este tiempo observando a una decena de metros, se aproximan. Cuando está lo suficiente cerca, miro a la diablesa y veo cómo señala el portal.

—Entonces, ¿eso nos llevará directos a la guarida de Los Ancestros? —pregunta.

Asiento.

—Justo donde tenemos que estar... —dice el ser de la cavidad.

Al ver lo serio que está y cómo observa a Él, le pregunto:

—¿Lo conoces?

Me mira y responde:

—¿Quién no conoce al Señor de Abismo? —Vuelve a dirigir la mirada hacia Él—. Nuestros caminos se cruzaron un par de veces en el pasado. Teníamos distintas formas de entender cómo debía ser la creación... —Guarda silencio unos segundos—. Sabía que este momento llegaría, que tendría que volver a encontrarme con el Señor de Abismo y unir fuerzas con él...

Mientras por la ceniza comienzan a desplazarse centenares de rayos amarillentos, surcándola en todas direcciones, Él termina de conjurar el portal, se da la vuelta, se fija durante unos instantes en el ser de la cavidad y me dice mentalmente:

«En cuanto crucemos por este atajo al reino de Los Ancestros, el resto de tus guerreros y mis Conderiums serán trasportados a las otras entradas. Una vez nos adentremos en la morada de la corrupción, podremos hacer que la fuerza que envían Los Ancestros a sus tropas se debiliten y que nuestros guerreros los venzan con facilidad y no tarden en unirse a nosotros».

Inspiro despacio por la nariz, aunque no me gusta tener que unir fuerzas a Él y luchar a su lado, en estos momentos necesito cualquier ayuda, Los Ancestros son demasiado poderosos y sin El Señor de Abismo y sus Conderiums no tendríamos posibilidades de vencer.

«Está bien —respondo—. Hagámoslo cuanto antes».

Él se materializa a mi lado y me empieza a hablar:

—Tenemos que darnos prisa, pero antes de partir hay una cosa que él debe hacer. —Mira a Valdhuitrg y le dice—. Tu especie jugó un papel decisivo en el pasado, y tú tienes que hacerlo en este tiempo. Los Ancestros no jugaron con vosotros porque sí. Lo hicieron para conseguir guerreros capaces de erradicar la última barrera que les impedía alcanzar de nuevo su poder. Lo hicieron para que alguno de vosotros fuera capaz de acabar con la ceniza. —Dirige la mirada lentamente hacia el polvo negro—. Aunque parezca extraño, la única forma de vencerles es dándoles primero la libertad. Tan solo acabando con la ceniza y con lo que anida en ella, tan solo devolviendo la fuerza a la llama que creó este mundo, tendremos la oportunidad de vencer.

Valdhuitrg observa pensativo a Él, dirige la mirada hacia el pórtico, agacha la cabeza, contempla la arena resquebrajada de la superficie de esta parte del planeta y dice:

—Así que es cierto, al final este mundo tiene que morir para que podamos acabar con Los Ancestros... —Ojea de reojo al ser de la cavidad—. Tal como dijiste...

Karthmessha se aproxima a Valdhuitrg, le pone la mano en el hombro y asegura:

—Cuando acabemos con Los Ancestros, cuando les arranquemos las entrañas y se las hagamos tragar, Vagalat tendrá una posibilidad de volver al pasado y cambiar nuestro tiempo, nuestras vidas. —El demonio mira a los ojos de la diablesa—. Será como si nunca hubiéramos perdido a nuestros seres queridos.

El ser de cavidad, que se ha mantenido casi todo el tiempo observando a Él, dirige la mirada hacia el rostro del demonio y le dice:

—Todos tendremos que pagar un alto precio por nuestra victoria. Todos tendremos que sacrificar algo... —Contempla la ceniza—. Este mundo hace mucho que está condenado, pero su sacrificio nos permitirá alcanzar la victoria.

Mientras El Señor de Abismo se trasporta al portal y aumenta la energía que lo sustenta, miro a los ojos de mi hermano de armas y le digo:

—No me gusta. No me gusta tener que aliarme con Él ni tener que destruir este mundo. Aborrezco la idea de acabar con lo poco que queda en pie de nuestra creación, pero, si eso nos permite darle al Silencio la oportunidad de renacer con todas sus fuerzas, es un sacrificio que tenemos que hacer. La fuerza Ancestral volverá a crear, y seguro que cuando lo haga sacará de las cenizas a este planeta y lo devolverá a su momento de esplendor.

Valdhuitrg inspira con fuerza, mira a Athwolyort, ve cómo asiente, aprieta el puño, lo eleva y sentencia:

—Hagámoslo. Alcancemos el reino de Los Ancestros y borrémoslos de la existencia. —Cierra los ojos y se envuelve en llamaradas—. Acabemos lo que empezó hace tanto.

Al mismo tiempo que las llamas que envuelven a Valdhuitrg crecen, retrocedo unos metros y veo cómo la tierra que lo rodea se convierten en cientos de granos que empiezan a volar a su alrededor.

Con el fuego intensificándose, el alma del demonio se une a lo poco que queda del planeta, a sus dimensiones, y los granos que se mueven con rapidez se convierten en millares de pequeñas partículas incandescentes.

Contemplando el resplandor, notando cómo Valdhuitrg aumenta su poder, cómo alcanza su máximo potencial, recuerdo el camino que nos ha conducido hasta aquí y sonrío. Cuando alcancé el futuro de corrupción no pensaba que en medio del reino de dolor y esclavitud de Los Ancestros conocería a grandes aliados; no pensé que un demonio se llegaría a convertir en un hermano.

Con la tierra resquebrajándose, fracturándose en grietas de las que emerge un humo rojizo cargado de pequeñas brasas, miro a Él, veo cómo hace un movimiento con la cabeza y cómo señala el portal.

—Tenemos que cruzar —dice el señor de Abismo.

Dirijo la mirada hacia Jhartghartgahst, hacia Hathgrelmuthl y los otros guerreros del Ghoarthorg, veo cómo un brillo comienza a recubrirlos y siento que la energía del pórtico de Él se está propagando por ellos.

—Vamos —digo, haciendo un gesto con la mano—. Crucemos y acabemos con el reinado de corrupción de Los Ancestros.

Athwolyort enarca una ceja, aprieta la empuñadura del hacha con fuerza, empieza a caminar a paso ligero hacia el portal y dice:

—Pensaba que no lo dirías nunca.

Karthmessha y el ser de cavidad lo siguen mientras yo me quedo observando cómo las brasas se funden con el cuerpo de Valdhuitrg. Una vez estas terminan de fusionarse con él, lo miro a los ojos y le pregunto:

—¿Preparado?

Se observa la mano convertida en carne ardiente y contesta expulsando un vaho de humo rojizo por la boca:

—Más que nunca. Pongamos fin a esto. Destruyamos a Los Ancestros y dejemos que El Silencio haga el resto.

—Sí... —contesto, dándome la vuelta, empezando a caminar hacia el portal—. Acabemos con Los Ancestros y dejemos que El Silencio rehaga la creación.

Sin decir nada, Valdhuitrg, convertido en un ser de carne y fuego, me sigue, se pone a mi lado y dirige la mirada hacia el portal. Poco a poco, con cada paso que damos, cuanto más cerca nos encontramos del pórtico, con más intensidad siento la fuerza que se halla esperándonos al otro lado: el poder de unos seres muy antiguos, más antiguos que el propio Silencio.

Con los ojos un poco entrecerrados, viendo cómo el resplandor del pórtico empieza a recubrir la cúpula que he creado para proteger a mis hermanos de armas de la ceniza, escucho la voz de Él:

—Crucemos y pongamos fin a esta guerra. —Cuando El Señor de Abismo se da la vuelta, cuando se pone en frente del portal, escucho su risa—. Acabemos con esta farsa.

Antes de que me dé tiempo a reaccionar, oigo cómo la barrera que he creado se resquebraja, siento la cúpula desmoronarse y escucho los gritos de algunos de los guerreros del Ghoarthorg.

Apretando los dientes, notando cómo de la ceniza comienzan a emerger millares de Ghorghets, residuos de Los Ethakhors, iguales a los que nos enfrentamos en la torre en la que conocimos a la mujer del pueblo de ceniza, viendo cómo se mueven a gran velocidad poseídos por un instinto de destrucción, avanzo hacia Él y bramo:

—¡¿Qué has hecho?!

El Señor de Abismo se voltea, me observa sonriendo y contesta:

—Nada, Vagalat, como siempre eres tú el que hace todo. —Por un segundo, su imagen se vuelve difusa. Por un instante, consigo ver a otro ser—. Hubiera sido más fácil para ti si hubieras aceptado el rol que te deparaba el destino. El papel que te impone tu propia naturaleza.

Antes de que pueda manifestar a Dhagul, antes de que pueda abalanzarme contra Él para borrar su sucia sonrisa arrancándole la cabeza, mueve la mano y hace que el portal estalle.

Mientras la onda me empuja por los aires, mientras decenas de fragmentos brillantes se me incrustan en el cuerpo y me debilitan, mientras un poder mucho mayor que el mío me invade obligándome a desfallecer, observo cómo la ceniza desciende por los resquicios del techo invisible de la cúpula y mascullo:

—Pagarás por esto...

***

Con gran esfuerzo, abro los ojos, parpadeo y trato de averiguar dónde estoy. La atmósfera cargada y húmeda y el intenso olor rancio me desorientan. Tengo la piel empapada, el cuerpo dolorido y, cuando me incorporo, el mareo y la peste me producen arcadas.

—¿Qué es este lugar? —me pregunto susurrando, sin fuerzas para alzar más la voz.

Aunque me cuesta mucho, aunque siento como si los músculos estuvieran a punto de explotar, me levanto, aprieto los dientes y camino hacia una de las paredes gelatinosas.

Cuando hundo las manos en la pringue y llego a tocar algo más sólido, algo que se asemeja a una estructura ósea, me doy la vuelta y observo las otras paredes.

Despacio, mientras veo cómo los muros palpitan lentamente, mientras noto cómo mi habilidad curativa hace que desaparezca gran parte del mareo, murmuro:

—Estoy dentro de una estructura orgánica... Estoy dentro de algo vivo...

Sin que me dé tiempo de voltearme hacia el lugar de donde proviene la voz, escucho:

—No eres tan tonto como creía. —Siento cómo una fuerza me inmoviliza y me empuja a gran velocidad—. Eres inútil, sí, pero tienes cierta inteligencia.

Sin poder evitarlo, salgo volando por los aires, impacto contra la pared gelatinosa y la atravieso destrozando la estructura ósea.

Después de chocar contra otro muro, uno formado por un material mucho más denso, uno que parece inquebrantable, caigo a un suelo cubierto por una pringue rosada y me pregunto:

«¿Quién eres... y dónde estoy...?».

Mientras lucho contra el dolor, mientras apoyo las manos y flexiono los brazos, fijo la mirada en el agujero que he hecho al traspasar la pared de hueso y veo cómo El Señor de Abismo camina saliendo de la extraña cámara.

—¿Quién soy? —dice, deteniéndose a varios metros—. Tan poderoso que te creías y no has sido capaz de ver quién se escondía tras este espejismo. —Avanza unos pasos más, se detiene y deja que la ilusión se desvanezca para mostrar su verdadera forma—. Soy una fiel sirviente de la dueña de la creación.

Observando la figura femenina que queda al descubierto, viendo su piel azulada y su armadura de un tono azul más oscuro, su melena blanca, ojos celestes y rasgos atractivos, notando cómo su aura invisible proyecta la esencia de una fuerza arcana, contemplando cómo sus finos labios dibujan una sonrisa que refleja cómo le divierte verme derrotado y cómo disfruta al haberme engañado, aprieto los dientes, me levanto, lucho contra los espasmos de las piernas, me mantengo en pie y la señalo.

—Eres una Ancestro. —No contesta, se mantiene sonriendo—. Eres una maldita sierva de la corrupción.

La Ancestro vuelve a proyectar su fuerza y a empujarme contra el muro de material indestructible. Eleva la mano, me apunta con la palma, ladea un poco la cabeza y me observa sin ocultar el placer que le produce mantenerme sometido.

—Por un tiempo, pensé que arrancarte de tu línea temporal no sería buena idea. Que eras alguien demasiado inestable, alguien que podría provocarnos problemas. —Crea varios fragmentos punzantes de metal azul y los mantiene flotando—. Mis inquietudes eran infundadas, no eres más que un espectro de lo que fuiste. Tu naturaleza no es más que una ilusión de un poder que jamás has tenido la oportunidad de volver a invocar. —Mueve la mano y las estacas de metal vuelan a gran velocidad, me atraviesan los brazos, las piernas, la barriga y el pecho y se funden con el muro de material indestructible—. Eres alguien insignificante. Tan fácil de engañar y manipular como el resto de patéticas criaturas nacidas en la creación del Silencio.

Mientras un hilillo de sangre resbala por la comisura de los labios, mientras siento cómo mi cuerpo arde, la miro desafiante y sentencio:

—Me has engañado haciéndote pasar por Él y me has conseguido derrotar, pero la victoria no te durará mucho. —Manifiesto el aura carmesí y negruzca, concentro mi poder y hago que el muro indestructible empiece a temblar—. El reino de vuestra corrupción llega a su fin.

La Ancestro me observa complacida.

—Interesante... —Camina hasta quedar delante de mí—. Actúas tal como previmos. Eres sumamente predecible. —Con un movimiento fugaz, introduce su mano en mi pecho, atravesando la carne y los huesos sin dañarlos, con su brazo convertido en un miembro intangible—. Eras justo lo que necesitábamos.

Cuando estoy a punto de proyectar mi aura hacia ella, de hacerla estallar para obligarla a retroceder, siento cómo La Ancestro toca mi alma, cómo se aferra a ella y cómo comienza a alejarla de mi cuerpo.

—No... —mascullo, notando cómo el aura se apaga y viendo cómo La Ancestro retrocede sujetando la esfera en la que se ha convertido la energía de mi ser.

Aprieto los dientes, fuerzo la conexión con la esencia de mi alma, escucho el graznido de Laht y le digo mentalmente:

«Vuela, viejo amigo».

La vibración que produce la esfera de energía fuerza a La Ancestro a soltarla. Con cierta sorpresa, sin comprender por qué no ha sido capaz de contenerla, ve cómo la bola de energía se convierte en mi cuervo sagrado y cómo este comienza a volar hacia mí.

Cuando noto cómo mis fuerzas retornan, cuando siento el calor de la energía carmesí que desprenden las plumas de mi viejo amigo al acercarse, veo cómo La Ancestro se mueve a gran velocidad y cómo coge a Laht haciendo que suelte un graznido de dolor.

Mientras retrocede unos pasos, La Ancestro aprieta con fuerza el cuello de mi cuervo sagrado y me dice:

—De nada te servirán tus trucos con nosotros, con los hijos de la corrupción. —Sonríe, me mira a los ojos, disfruta con mi angustia y, con un movimiento fugaz, le rompe el cuello a Laht—. Tu destino era darnos la llave de la creación del Silencio.

Cuando veo cómo las alas de mi viejo amigo dejan de moverse, cuando veo cómo cae la cabeza, bramo:

—¡Noooo!

Con una pérfida sonrisa surcándole el rostro, La Ancestro me observa unos segundos, se da la vuelta y comienza a caminar sujetando a Laht por el cuello.

—Zhahyustetth me dijo que te matara una vez te hubiera arrancado la esencia de Las Ascuas Oscuras y los restos de La Luz Perpetua y de nuestro antiguo hermano, pero voy a esperar a que la corrupción termine de manifestarse para acabar contigo. Quiero que veas hacia dónde has llevado a la creación que tanto querías proteger. Quiero que veas lo que han provocado tus decisiones.

Mientras las lágrimas me recorren las mejillas, mientras siento cómo la esencia de Laht desaparece y cómo mi alma se aleja de mí, mientras observo cómo La Ancestro se pierde entre la oscuridad de un largo pasillo, aprieto los dientes y mascullo:

—Te mataré. Juro que te mataré.

Poco a poco, cuando los pasos de La Ancestro dejan de escucharse, cuando estos se alejan hasta perderse, siento cómo mi fuerza se apaga con rapidez y cómo aumenta el dolor que me producen las estacas de metal.

Sin darme por vencido, luchando contra la falta de fuerzas que amenaza con hacerme perder la consciencia, forcejeo intentado liberarme y aguanto los desgarros que producen los fragmentos afilados en mi cuerpo.

Después de gritar varias veces, después de notar cómo mi fuerza casi se ha extinguido, dejo de forcejear, inspiro fuerte y me calmo. He de reposar unos segundos antes de volver a luchar contra las estacas de metal.

—Maldita bruja... —escupo.

Al poco de que se silencien mis palabras, siento un ligero temblor en la estructura de este lugar y empiezo a escuchar chillidos. Observo la gran pared de hueso que se eleva a unos metros de mí y pienso:

«Hay más cámaras... Os tienen ahí... —Escucho de nuevo gritos—. Os están masacrando...».

Vuelvo a luchar contra las estacas de metal, aguanto los desgarros en la carne y bramo:

—¡Acabaré con vosotros! ¡Os destruiré a todos! ¡Os arrancaré las entrañas! ¡¿Me escucháis?! ¡Os haré sufrir!

Los gritos de mis aliados, de los que combatieron conmigo en El Ghoarthorg, se incrustan en mí como si fueran afilados hierros al rojo. No aguanto escuchar cómo están acabando con ellos, no aguanto estar aquí, cerca de ellos y no poder ayudarlos.

Cuando los chillidos se van apagando, cuando noto que los guerreros que están en las cámaras cercanas han muerto, aprieto los dientes, contengo las lágrimas, dejo que emerja con fuerza la ira y vuelvo a luchar en vano contra las estacas.

Después de unos minutos, el cansancio es tan fuerte que me es difícil seguir consciente. Agotado, bajo la cabeza y susurro:

—Lo siento... Yo os arrastré hasta aquí...

Cuando mis tenues palabras acaban por silenciarse, los únicos sonidos que permanecen en este extraño lugar son los que producen mis débiles respiraciones. Tras varios minutos, después de sentir cómo en otra parte de esta estructura empieza a concentrarse un gran poder, con mis últimas fuerzas, me dirijo a La Fuerza Ancestral:

«No voy a rendirme... No voy a dejar que me venzan... Pero necesito tu ayuda... Sé que tu poder ha sido menguado, que casi ya ni existes, pero haz un último esfuerzo y ayúdame a liberarme... Te necesito más que nunca...».

Después de un par de minutos, me convenzo de que no va a suceder nada, de que El Silencio no va a ayudarme, niego con la cabeza y cierro los ojos.

—No puede acabar aquí... —susurro.

Apenas pasan unos segundos, cuando algunos pensamientos oscuros quieren adueñarse de mí, siento un fuerte chasquido, como si el aire crujiera, y noto un potente resplandor.

Abro los ojos, veo cómo toma forma una figura reluciente, una figura compuesta por una intensa luz blanca, observo los iris relucientes de quien se está manifestando y suelto confundido:

—Asghentter. ¿Cómo es posible?

Con una ligera sonrisa marcada en su rostro inexpresivo, El Primigenio mueve la mano, genera una decena de rayos que impactan en las estacas de metal separándolas de mi cuerpo y contesta:

—Te dije que la luz es eterna, que siempre renace.

Con los ojos vidriosos, viendo cómo brilla la esfera azul en su pecho, cómo resplandecen los restos de su antiguo mundo, pronuncio casi sin fuerzas:

—Viejo amigo...

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