Capítulo 30 -El camino de la imperfección-

Mientras el fuego me envuelve el cuerpo al entrar en contacto con la atmósfera del mundo de ceniza, cierro los ojos y hago que las llamas se fundan con mi ser. No hace falta que mi cuerpo luche contra el calor y que la carne se regenere, mi poder ha trascendido mis antiguos límites y las llamaradas ya no son capaces de dañarme.

Notando cómo la presión del viento aviva el fuego, tras descender miles de metros, abro los ojos, hago que las llamas se apaguen y que se extinga la estela de humo que se propaga detrás de mí.

Con la mirada fija en la superficie, contemplando la gran batalla que se está librando, percibo cómo El Atesdurjhar ha notado mi presencia, cómo concentra parte del poder remanente de Los Asfiuhs y cómo lo arroja contra mí.

Sin desviarme de mi trayectoria, dejando que la gravedad me empuje en la misma dirección, con los sonidos de la batalla volviéndose más cercanos y fuertes, me preparo para el impacto del haz oscuro que surca el aire a gran velocidad.

Poco antes de que el rayo me golpee, escucho un estruendo y veo cómo la energía canalizada de Los Asfiuhs desgarra el débil tejido dimensional que separa este mundo consumido del plano donde Los Ancestros vuelven a la vida.

Al sentir cómo el haz me golpea y cómo su energía me quema por dentro y por fuera, grito y hago que las fisuras de la piel, la que están provocadas por la acumulación del poder de las ascuas oscuras, absorban el rayo energético.

Una vez que mi alma toma como suya la fuerza del ataque, cuando apenas quedan unos cientos de metros para que alcance la superficie, al mismo tiempo que veo cómo el rostro esquelético del Atesdurjhar muestra una mezcla de rabia y temor, extiendo un brazo, freno el descenso, me hago dueño de la gravedad, me mantengo flotando un par de segundos, localizo a Valdhuitrg y a Athwolyort, que están luchando contra un grupo de guerreras de Vhareis, y me dejo caer en su dirección.

Con una ligera sonrisa marcada en el rostro, viendo cómo mis aliados derriban a algunas guardias, susurro:

—He vuelto, hermanos...

Antes de alcanzar la superficie, mientras me hallo a decenas de metros en el aire, justo cuando el aura negra y carmesí se manifiesta alrededor de mi cuerpo emitiendo un fuerte fulgor, Valdhuitrg y Athwolyort alzan la cabeza y sonríen.

Al mismo tiempo que ralentizo el descenso, giro el cuerpo y caigo de pie en medio del grupo de guardias, escucho lo que dice Athwolyort:

—Menos mal que ya estás aquí, ya estaba temiendo que no volvieras y que no pudiera enseñarte quién es el que está acabando con las deidades oscuras. —Sonrío cuando escucho cómo suelta una corta carcajada tosca—. No sé qué sería de ti y de este ejército sin mí.

Extiendo las manos, canalizo parte de mi poder y hago que las guerreras que están a punto de cargar contra mí vuelen decenas de metros por el aire. Mientras bajo los brazos, mientras escucho los gritos y los golpes de las armas que resuenan por todo el campo de batalla, Valdhuitrg se acerca a mí, observa mi piel repleta de fisuras negras, me mira a los ojos y dice:

—Me alegro de que estés de nuevo con nosotros, Vagalat.

Le devuelvo la mirada.

—Y yo me alegro de estar aquí, hermano.

El demonio asiente ligeramente, señala con la espada de fuego a un gran grupo de seres cubiertos con corazas oscuras que forman una defensa alrededor de algo o alguien y me explica:

—Ahí está Vhareis. Hemos cargado varias veces y hemos estado a punto de alcanzarla, pero siempre ha sido capaz de repelernos. Está manipulando la energía remanente del núcleo del planeta, absorbiéndola, dando forma a una fuerza que se alimenta de la ceniza y del fuego. —Sin apartar la mirada de los seres, guarda silencio durante un par de segundos—. Incluso mi llama empieza a ser consumida por ese poder.

Miro en la dirección que señala, observo a los guerreros acorazados que atacan y repelen a todos los que se aproximan y aseguro:

—Cargaremos juntos y detendremos lo que sea que está haciendo.

Athwolyort se aproxima sujetando el hacha empapada con la sangre de las personas poseídas por Los Asfiuhs y dice:

—Tenemos que darnos prisa. La mujer del pueblo de ceniza está usando al hermano de Vhareis para frenarla, pero no aguantará mucho.

Miro a mi hermano de armas, asiento, me observo la piel de los brazos, me fijo en las fisuras que la recorren y canalizo mi poder para que se sellen. Mientras noto cómo poco a poco mi cuerpo deja de estar agrietado, manifiesto a Dhagul, lo cargo de poder hasta que brilla con un fuerte brillo negro y carmesí y contesto:

—Pues no esperemos más.

Empiezo a caminar y, a los pocos pasos, acelero la marcha y corro en dirección a los soldados acorazados. Valdhuitrg y Athwolyort me siguen empuñando sus armas, aferrados a ellas, preparados para poner fin de una vez por todas a Vhareis, a sus tropas y a los restos de Los Asfiuhs.

Mientras marchamos hacia la los guerreros de las gruesas armaduras negras, giro la cabeza y observo a viejos aliados del Ghoarthorg combatir contra las tropas de Vhareis; veo a Jhartghartgahst y Hathgrelmuthl acabando con las sucesivas olas de guerreras que se lanzan contra su posición.

Con media sonrisa marcada en el rostro, sintiendo lo cerca que estamos de poner fin de una vez por todas a las deidades oscuras y lo que representan, sabiendo que estamos a punto de acabar con el mal que nació de alimentarse de las ascuas oscuras, incremento la energía de mi ser y hago que el aura brille con más intensidad.

Cuando apenas nos falta poco más de cincuenta metros para alcanzar la fila de soldados acorazados, una niebla oscura se mueve con rapidez, se pone delante de nosotros y da forma al Atesdurjhar y a dos Asfiuhs que ocupan el cuerpo de un par de seres muy corpulentos, con rostros agrietados y sin facciones, pieles de un gris muy brillante y cicatrices que dejan al descubierto músculos rebanados.

Mientras me detengo, mientras siento el resplandor oscuro del alma del Asfiuh cadavérico, aseguro:

—No vas a poder seguir escapando a tu destino. Esta vez te será imposible esquivar la muerte.

El Atesdurjhar, que no oculta la rabia y el odio que siente, me apunta con su espada de hueso y replica:

—No me impresionas, Vagalat. Ni con tu cuerpo y alma imbuidos en poder logras que sienta temor. No eres nada, y te lo voy a demostrar.

Ignorándolo, sin que sus palabras causen en mí más que muchas ganas de silenciarlo por siempre, avanzo lentamente aferrándome a la empuñadura de Dhagul y pronuncio retándolo:

—Demuéstrame que no me temes.

Cuando lanza su espada de hueso, muevo a Dhagul con rapidez y doy una estocada que la parte por la mitad. El ser esquelético, mientras sostiene un trozo de arma inservible, me mira y dice:

—Esto no ha hecho más que empezar. —Gira un poco la cabeza, observa a los seres acorazados y hace un gesto con la cabeza—. Nada puede evitar el fin de la existencia. —Me mira a los ojos—. Nada salvará a tu creación.

Me preparo para dar un tajo y separar la cabeza cadavérica del cuerpo de huesos, pero, antes de que pueda hacerlo, siento cómo fluye un extraño poder a través de los soldados acorazados y cómo alcanza al Asfiuh.

—Nada la salvará —repite, lanzando la palma contra mi pecho, golpeándome, obligándome a retroceder un par de metros.

Con las suelas presionando con fuerza el suelo, dejando surcos mientras soy empujado hacia atrás, miro al Atesdurjhar y suelto:

—Estáis tan desesperados que usáis el poder de la nada y el de Los Ancestros para alargar un poco más vuestra miserable existencia. Pero por más que os aferréis a vuestras patéticas vidas, ahora no sois nada, dejasteis de ser una amenaza cuando absorbí el poder de vuestro núcleo, cuando uní los restos de las ascuas oscuras a mi alma. Ahora tan solo representáis un mal recuerdo que no tardará en extinguirse y ser olvidado.

Athwolyort se pone a mi lado, enarca una ceja, observa al Atesdurjhar y sentencia:

—Vamos a acabar contigo. Y lo único que quedará de ti serán tus huesos desperdigados por el suelo, listos para cocinarlos en una sopa o para tirárselos a los chuchos.

Valdhuitrg se acerca y asegura:

—Vuestro tiempo ha terminado. No representáis más que los restos de algo extinto.

Aprieto los puños, concentro el poder que irradia mi alma, aumento el fulgor del aura negruzca y carmesí, doy unos pasos y creo una corriente de aire que me envuelve levantando un poco de polvo a mis pies.

Mientras canalizo una fuerza que se hunde en los restos de las ascuas oscuras, de la esencia del Ancestro renegado, de La Luz Perpetua y de las pequeñas partes del Silencio que han abandonado el vacío para fundirse con mi ser, corro y bramo:

—¡Tu tiempo ha acabado!

El Atesdurjhar proyecta el poder que fluye de los seres acorazados, lo concentra en sus huesos, avanza a paso ligero hacia mí y espeta:

—¡Te equivocas, esto tan solo es el inicio de nuestra nueva era!

Con el puño envuelvo por la energía de mi alma, brillando con tonos negruzcos y carmesíes, lanzo los nudillos contra el rostro cadavérico. El Atesdurjhar se ladea, bloquea con el antebrazo e incrementa el flujo de poder que recibe a través de los soldados acorazados.

—¡Nuestra esencia es inmortal! —brama y, con un movimiento rápido, hunde los dedos huesudos en mi estómago—. ¡Jamás nos desvaneceremos!

Al ver cómo me inclino un poco a causa del dolor, Valdhuitrg y Athwolyort corren para ayudarme, pero, cuando les falta poco para alcanzarme, Los Asfiuhs musculosos se convierten en niebla, se desplazan a gran velocidad y se materializan delante de ellos, cortándoles el paso y atacándoles.

Escuchando los sonidos que producen las armas de mis hermanos al desplazarse por el aire, oyendo cómo los seres oscuros consiguen frenar los ataques y hacerlos retroceder, centro la mirada en el rostro del Atesdurjhar, le cojo la mano y la extraigo lentamente de mi cuerpo mientras la sangre resbala por mi piel y gotea hacia el suelo.

—Aunque vuestra esencia puede ser inmortal, vuestras consciencias y almas no. —Una vez que he sacado los dedos mi cuerpo, aprieto la mano y troceo la muñeca del ser esquelético—. Una vez me diste un consejo, me dijiste que debía meditar cómo enfrentarme a mis enemigos, que estos podían superarme al disponer de la eternidad. —Escucho el gemido del Asfiuh—. No tuve la oportunidad de darte las gracias. Aprovecharé para hacerlo ahora.

El Atesdurjhar concentra más poder, posa la mano cadavérica sana sobre mi pecho y fuerza a una parte de las ascuas oscuras a que abandonen mi ser. Al ver cómo se siente satisfecho al haber podido quitarme una porción de la fuerza que anida en mi interior, le suelto la muñeca, le cojo la mano que mantiene sobre mi pecho, hago presión y la destrozo.

Mientras veo cómo el dolor emerge de lo más profundo de su ser, cómo se manifiesta en la energía titilante que proyectan sus cuencas vacías, le pregunto:

—¿Quieres arrebatarme el poder de las ascuas oscuras? —Lo suelto—. ¿Crees poder unirlas a tu ser? ¿Crees que eso te hará más poderoso, que así podrás vencerme? —Me concentro, inspiro despacio, dejo que gran parte de la esencia de las ascuas oscuras surja de mi alma, que se eleve cientos de metros y dé forma a una densa capa de nubes negras que giran a gran velocidad creando un remolino que no para de expandirse—. ¿Quieres apropiarte de este poder? —El Atesdurjhar contempla la capa oscura que se ha formado sobre nosotros—. ¿Quieres que sea tuyo?

El Asfiuh esquelético me ojea con menosprecio, eleva la cabeza y reclama la esencia de las ascuas que cubren el cielo.

—El núcleo de nuestro poder... —murmura.

Antes de permitir que la capa de nubes descienda, antes de bajar el brazo y lanzarla sobre él, lo miro y le digo:

—Has perdido la razón, ya no eres capaz de distinguir la realidad de las ilusiones. En el momento en que consumí el núcleo de vuestro poder perdisteis la oportunidad de vencerme e imponeros en esta guerra. Ahora no sois más que un recuerdo que no tardaré en olvidar.

Despacio, mientras la densa capa de nubes negras descienden a gran velocidad sobre El Atesdurjhar, mientras El Asfiuh refleja la felicidad que siente al creer que se va a adueñar de ese poder, empiezo caminar y, cuando el ser esquelético es golpeado, cuando la fuerza de las ascuas oscuras lo convierte en polvo, camino atravesándolo, fundiendo de nuevo a mi ser el poder de unas ascuas que han repudiado a aquellos que las drenaron durante una eternidad.

Al mismo tiempo que noto cómo los granos en los que se ha convertido El Atesdurjhar resbalan por mi piel y caen al suelo, siento cómo se debilita el flujo de energía que proyectan los seres acorazados a Los Asfiuhs corpulentos que se enfrentan a mis compañeros y escucho cómo las armas de mis aliados se incrustan en sus cuerpos.

Sin detenerme, oyendo los gemidos de dolor de las antiguas deidades oscuras, camino con la mirada fija en los seres de gruesas armaduras, observando el bloque que crean al estar juntos los unos contra los otros,

Viendo cómo los guerreros se disponen a resistir, alzo la mano y me preparo para lanzar un haz. Sin embargo, cuando estoy a punto de proyectarlo, siento cómo se aproximan unas presencias familiares y casi al instante veo un resplandor cerca de mí. Cuando el brillo se apaga, a poca distancia, quedan a la vista el ser de la cavidad y Karthmessha.

La diablesa observa a los soldados acorazados, me mira y dice:

—Me alegro de verte.

Le devuelvo la mirada y contesto:

—Yo también me alegro de verte. —Dirijo la vista hacia el ser de la cavidad—. Y también me alegro de verte a ti.

El ser me observa unos segundos y responde:

—Veo que está a punto de cumplirse. Has conseguido un gran poder y estás a punto de forzar el retorno al equilibrio.

Por un breve segundo, gracias al poder del Ancestro renegado soy capaz de vislumbrar uno de los recuerdos que permanecen sellados en lo más profundo de mi ser. Durante ese instante, me veo ataviado con una armadura oscura junto al ser de la cavidad. Por un momento, me veo en un pasado anterior a mi vida como Guardián de Abismo.

Mientras meneo ligeramente la cabeza, mientras me pregunto qué es exactamente lo que he visto, el ser de la cavidad sonríe y dice:

—Pongamos fin a lo que empezó hace tanto. —Se gira y centra la mirada en los seres acorazados—. Acabemos con el reino de Los Ancestros.

Entre las decenas de metros que nos separan de los guerreros de gruesas armaduras emergen del suelo centenares de Asfiuhs deformes, con la piel líquida, con los rasgos descomponiéndose sin cesar, con los cuerpos existiendo entre este plano, entre los residuos consumidos del núcleo de donde sacaban su fuerza y entre el plano del que surge el poder que proyecta Vhareis. Son espectros sin alma aferrados al tejido roto de la creación del Silencio para no caer a las fauces de la nada. Son los restos de los que durante muchos eones proyectaron su oscuridad por realidades sin nombre.

Emitiendo un inmenso brillo a través de su brazo de fuego, Karthmessha brama:

—¡Destruyamos a esos espectros!

Sintiendo la fuerza que proyecta la diablesa, notando cómo el ser de la cavidad concentra su poder y cómo Valdhuitrg canaliza el suyo, percibiendo cómo Athwolyort se aferra a su hacha, alzo a Dhagul y grito:

—¡Acabemos con Los Asfiuhs! ¡Borrémoslos de la existencia!

Empiezo a correr canalizando una gran porción del poder que invade mi alma, sintiendo un cosquilleo que me recorre el cuerpo y me recuerda lo que soy, escuchando en mi mente susurros que se apagan con rapidez, susurros que surgen de los recuerdos que han permanecido sellados durante mucho tiempo.

Corro notando cómo el viento me acaricia la piel, cómo mi corazón golpea el pecho y cómo entra con fuerza el aire en mis pulmones. Corro con una sensación apoderándose de mí, con la certeza de que mis pasos me han llevado a este momento por una razón, de que la única forma de salvar el pasado era pasando por un futuro infernal, de que los recuerdos borrosos del Ancestro renegado, aquellos que me muestran una existencia en paz plagada de un cálida Luz, eran necesarios para que comprendiera que la única forma de erradicar la corrupción que brotó hace tanto es juntado la esencia de las fuerzas que dieron forma a este futuro, que solo absorbiéndolas y haciéndolas explotar, desintegrándome con ellas, esparciré la semilla de un Silencio que renacerá.

Cuando estoy lo suficientemente cerca, doy un tajo rápido con Dhagul y parto por la mitad a uno de estos Asfiuhs de piel líquida. Mientras me volteo y atravieso a otro con la hoja, siento cómo se recompone el primero al que he atacado.

Envuelto en llamas, Valdhuitrg llega casi hasta mi posición y grita:

—¡Vagalat!

Observo de reojo cómo me va a agarrar un Asfiuh, me aparto un poco y el demonio mueve la mano y proyecta una llama sólida que se funde con el ser oscuro haciendo que se consuma. Al ver cómo el fuego de mi hermano de armas es capaz de erradicar por completo a estos Asfiuhs, retrocedo unos pasos y digo mirando a Valdhuitrg y Karthmessha:

—Incineradlos, quemad sus esencias.

La diablesa grita, manifiesta un látigo de fuego, lo lanza contra Los Asfiuhs haciendo que se extienda centenares de metros, golpea a una multitud de seres oscuros y los abrasa.

Valdhuitrg cierra los puños, se conecta con el núcleo moribundo del mundo de ceniza, con el fuego latente que lucha por no apagarse del todo, eleva las manos y proyecta un gran muro de llamas que se eleva casi hasta tocar el cielo.

Mientras siento cómo la esencia de Los Asfiuhs se calcina, escucho lo que dice Athwolyort:

—Una lástima darles una muerte tan rápida, os podríais haber ahorrado tantas llamas y haberme dejado que les recordara una última vez por qué no es buena idea meterse con los encadenados que se rebelaron contra Los Ancestros.

Pensando en la larga lucha que llevaron a cabo Valdhuitrg, Athwolyort, Karthmessha y tantos otros antes de que alcanzara el futuro de corrupción, muevo la mano, genero una fuerte corriente de aire y esparzo por la atmósfera las partículas líquidas ardientes en las que se ha convertido una parte de los restos de Los Asfiuhs.

—Acabemos de una vez por todas con Vhareis —pronuncio sin ocultar mi rabia.

Al notar la energía que proyectan los soldados acorazados, avanzo unos metros pisando la masa pegajosa en la que se ha trasformado una pequeña porción de Los Asfiuhs, alzo la mano y me preparo para lanzar un haz. Sin embargo, en el último momento, cuando noto cómo comienza a fluir la energía por mi brazo, una figura empieza a tomar forma a partir de la pringue.

—¿Tú otra vez? —Bajo la mano y alzo a Dhagul—. ¿Cuántas veces tengo que acabar contigo?

El Atesdurjhar, compuesto por el mismo líquido que daba forma a sus hermanos deformes, me observa unos segundos antes de decir nada.

—Puedes destruir mi cuerpo y dañar mi alma, puedes condenarme a la nada, pero sigues siendo tan solo un ser diminuto con un poder enorme. —Eleva el brazo y, mientras miles de gotas se desprenden de él, me señala y empieza a recibir parte del poder que está conjurando Vhareis—. No te habitúas a la fuerza que tienes, sigues pensando de forma limitada, y esa será tu perdición.

El Atesdurjhar mueve la mano, hace que emerjan unas enredaderas negras de la pringue, cierra el puño y consigue que lo que me aprisiona alcance lo más profundo de mi ser.

Apretando los dientes, conteniendo los gritos, lo miro proyectando un intenso brillo a través de los ojos y mascullo:

—Te aferras a la esperanza de que vencerás... —Fuerzo los músculos de mi cuerpo y hago que las enredaderas exploten—. Pero ya no eres una amenaza.

Mientras caigo al suelo, el aura negruzca y carmesí prende con fuerza.

—Tienes razón, ya no soy una amenaza; yo no, pero tú sí. —Sin entender qué quiere decir, me levanto y me preparo para atacar—. Tu mente es la mayor de las amenazas: tu mayor amenaza. —Canaliza más poder, empuja a mis aliados con una fuerte corriente de aire y erige un muro de energía negra que nos envuelve a los dos y a los soldados acorazados—. Usaré eso para acelerar el fin. Si esta creación no puede ser de nosotros, lo será la siguiente. Tu consciencia me permitirá alcanzar a Los Ancestros y usarlos para que den forma a una existencia de oscuridad eterna.

Notando cómo el poder que proyectan los soldados acorazados empieza a contaminar el mundo de ceniza, cómo se filtra por el manto, preparando el planeta para su colapso, me lanzo contra El Atesdurjhar y espeto:

—No vas a ganar.

El Asfiuh esquiva mi ataque, solidifica la palma y me golpea lanzándome contra el muro que ha creado. Mientras siento el impacto en la espalda, mientras caigo con un dolor punzante en la columna, escucho voces de un pasado que no recuerdo y me doy cuenta de que El Atesdurjhar ha comenzado a resquebrajar las barreras que separan mis recuerdos sellados de los de la vida que empecé a vivir junto a Adalt y el maestro.

—¿Crees de verdad que podrás frenarme alcanzado mi consciencia? —Lanzo un haz que impacta en el Asfiuh y lo descompone—. No eres nada. Tan solo polvo. Un polvo que se desvanecerá consumido por la fuerza del Silencio.

Una profunda risa se propaga a mi alrededor, me rodea y empieza a sonar con más fuerza. Poco a poco, mientras siento cómo el aire se torna gélido, noto una presión que me oprime el pecho.

Con los dientes apretados, con la palma presionando a la altura del corazón, con los músculos de las piernas sufriendo espasmos y la vista nublada, grito, concentro gran parte del poder que me otorgó El Ancestro renegado, gran parte de los restos de aquella Luz que dio vida a una creación perfecta, cierro los párpados y hago que explote la energía que fluye por mi alma y mi cuerpo.

Al mismo tiempo que siento cómo la onda expansiva se propaga a través de mí, a la vez que percibo cómo las carcajadas se silencian y cómo retrocede la presencia del Atesdurjhar, de los soldados acorazados y Vhareis, abro los ojos y contemplo un paraje compuestos de cristales azules.

Observando el suelo reluciente, formado por rocas vidriosas fundidas las unas con las otras, susurro:

—Mi consciencia... —Alzo la mirada, me fijo en la infinidad de estructuras cristalinas que flotan a mi alrededor y se extienden hasta perderse en la negrura de mi mente—. Mis recuerdos... —susurro, posando la mano en una de rocas de cristal azul que almacenan mis vivencias—. Mi vida... —Siento el calor que emana del interior de la piedra—. Mis vidas...

Cuando mis palabras se silencian, escucho los ecos del pasado, veo cómo la roca que estoy tocando comienza a brillar con fuerza y permito que la luz me traslade a una parte de mí que me ha esquivado por mucho tiempo.

El calor deja paso a un intenso frío; el aire es tan gélido que al desplazarse lo siento como si estuviera compuesto por centenares de cuchillas capaces de rajarme la piel. Envuelto por este ambiente glacial, pisando una gruesa capa de nieve, doy unos pasos y me acerco a un cuerpo hundido en el manto blanco, un cuerpo que empieza a teñir la nieve de rojo.

Observo los ojos del hombre que yace a merced del frío y de la tormenta de nubes rojas y relámpagos amarillos que se aproxima con rapidez, me fijo en lo blanquecinos que son, en su piel que empieza a tornarse morada y en sus gruesos ropajes desgarrados. Despacio, viendo cómo se le escapa la vida, cómo el aliento convertido en vaho es cada vez más débil, lo miro intentando saber quién es y por qué se halla en uno de mis recuerdos. Al no ser capaz de averiguarlo, inspiro por la nariz, contemplo las nubes que se aproximan y, antes de darme la vuelta, susurro:

—Lo siento... No puedo hacer nada por ti...

Apenas he dado un par de pasos para aproximarme a la grieta azul que conduce fuera de este recuerdo, escucho su frágil voz llamándome:

—Vagalat, prométeme que no lo harás...

Aunque una parte de mí quiere salir de aquí, regresar cuanto antes al mundo de ceniza y acabar con Los Asfiuhs, otra hace que me detenga y que me voltee. Cuando vuelvo a observarlo, cuando vuelvo a ver cómo su vida llega a su fin, me doy cuenta de que me he fusionado con el recuerdo y de que ya no soy un mero espectador.

Me miro las manos y veo los guantes negros que las cubren, siento el calor que me trasmiten los ropajes ceñidos y noto la capa del pelaje de bestia que me cubre la espalda.

—Si lo haces, si vuelves ahí todo acabará... —habla de nuevo—. Ni siquiera tú puedes superar por siempre a la muerte... Algún día reclamará tu alma y se la llevará para que no pueda retornar... Nada ni nadie es inmortal...

No contesto, me mantengo en silencio mientras el viento silba. Inmóvil, escuchando los truenos que se aproximan, lo observo una última vez antes de disponerme a abandonar este paraje glacial para volver al mundo de ceniza y ganar la guerra. Sin embargo, apenas giro un poco el pie para darme la vuelta, vuelvo a escuchar su voz:

—¿Cuánto tiempo vas a refugiarte fuera de tu destino...? ¿Cuánto tardarás en aceptar lo que eres...? —Ladeo la cabeza y lo miro sin contestar—. No podrás vencer... No podrás ganar tantas guerras... Acepta el orden tal y como es...

Sintiendo una gran pena por él, por cómo se aferra a la vida cuando su cuerpo es incapaz de contenerla, me volteo y comienzo a alejarme. Después de unos pasos, sin saber por qué, me detengo delante de la grieta azulada, inclino la cabeza y me quedo un segundo pensativo.

No sé cuándo pasó este recuerdo, no sé quién es el hombre ciego que se halla tirado sobre la capa de nieve, desconozco este mundo y lo que representa, pero sé que esto es lo que quiere El Atesdurjhar, hacer que vuelva a perderme entre las incertidumbres y los temores que me provocan los recuerdos de un pasado que me es ajeno.

—No lo permitiré... —mascullo, elevando la mano y tocando la grieta—. Tus trucos no me nublarán la mente...

Mientras siento el cálido tacto de la energía, escucho de nuevo la voz del moribundo:

—Es imposible que venzas a Los Ancestros... —Giro la cabeza con rapidez y lo miro extrañado—. Es muy difícil que logres erradicar la imperfección remanente de la creación perdida. No podrás hacerlo. Hay demasiados poderes que querrán impedírtelo. Hay demasiado en juego. Hazme caso y acepta tu destino y el destino de la obra imperfecta del Silencio... Ya perdimos una vez... Y por mucho que lo intentes, jamás obtendrás la victoria...

Cuando estoy a punto de preguntarle, las nubes rojas nos alcanzan y un gran rayo amarillo impacta sobre su cuerpo y me empuja hacia la grieta sacándome del recuerdo y dejándome con multitud de dudas.

Hallándome de nuevo en el paraje de cristales azulados, observo cómo se agrieta la roca que he tocado, cómo se descompone en varios fragmentos, meneo la cabeza y me pregunto:

«¿Cómo es posible? ¿Cómo podía saber de Los Ancestros...?».

Lentamente, produciendo multitud de silbidos al desplazarse, las rocas azuladas se van apartando hasta dejar un inmenso camino que conduce a la oscuridad. Antes de que pueda reaccionar, a unos centenares de metros, una luz de un profundo azul oscuro comienza a alumbrar una gigantesca estatua de un Ancestro sentado en un trono.

Mientras contemplo la escultura, mientras la intranquilidad se apodera de mí, me pregunto:

«¿Por qué se halla esto en mi conciencia...?».

Al ver cómo los cristales empiezan a explotar, al notar cómo la escultura empieza a vibrar y a quebrarse emitiendo una intensa energía, me doy cuenta de que mis recuerdos se hallan mezclados con los de las ascuas oscuras, con los de los restos de La Luz Perpetua y con los del Ancestro renegado.

Sintiendo cómo El Atesdurjhar ha buscado enterrarme en lo más profundo de mi consciencia, intentando llenarme de dudas, elevo las manos, grito y absorbo la energía que producen los recuerdos y la escultura al estallar.

Haciendo que vibre la oscuridad que me rodea, cierro los ojos, siento cómo me desplazo por mi consciencia, escucho la risa del Atesdurjhar, abro los párpados y lo veo delante de mí, regocijándose al creer que ha ganado, al pensar que el poder que le insufla Vhareis a través de los soldados acorazados es capaz de superarme.

Sin darle tiempo de decir nada, sin permitirle si quiera empezar a reflejar en su rostro el temor que nace en su interior, inspiro con fuerza, muevo las manos, destruyo el muro que ha erigido, concentro mi aura, la lanzo contra él y contra los seres blindados y lo borro de una vez por todas de la existencia al mismo tiempo que quiebro la defensa de los guerreros de las armaduras.

Sintiendo la fuerza que emana de mi interior, empiezo a caminar hacia los soldados blindados que no han sido alcanzados, los que aún se mantienen en pie y no se han convertido en polvo.

Mientras avanzo, veo a Vhareis cubierta por un potente brillo azul oscuro, observo cómo canaliza la energía del conjuro en el cuerpo del Cazador y, escuchando cómo mis hermanos de armas empiezan a cargar, notando cómo los restos del Silencio se unen por completo a mí, sentencio:

—No importa el pasado, ya no existe, solo hay lugar para el presente y el futuro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top