Capítulo 29 -La Luz Perpetua-

Empujado por la marea que genera la energía de las ascuas oscuras, convertido en una infinidad de partículas que surcan un tiempo y un espacio que hace mucho que dejó de existir, sintiendo las fluctuaciones que sacuden los cimientos de lo que todavía existe, percibiendo las grietas que resquebrajan los últimos pilares del Silencio, notando cómo la fuerza de la imperfección aumenta, cómo Los Ancestros renacen y extienden sus dominios más allá de la prisión que los retuvo durante interminables eones, uso el control sobre mi poder para acelerar el viaje y llegar cuanto antes a la morada del Ancestro que renegó de sus hermanos.

Sin que la velocidad cese, comienzo a materializarme en un inmenso vacío y atisbo a lo lejos una gran montaña que se erige sobre una densa capa de niebla gris. Cuando me acerco, antes de que me dé tiempo de frenarme, una fuerza ajena a mí me detiene y me conduce hacia la enorme isla flotante.

En un primer momento, siento el impulso de liberarme y luchar contra el poder invisible que tira de mí, pero, al sondear la esencia de esa fuerza y asegurarme de que no es hostil, dejo que me siga llevando hacia la ladera de la montaña.

Una vez la fuerza se retira, una vez me deja sobre la isla, penetra en mí la calma del entorno. Este paraje, construido cerca de lo que antaño fueron un cúmulo de mundos inmersos en una profunda paz, trasmite con intensidad las emociones y sentimientos del que ha permitido que la montaña siga existiendo, de quien la ha mantenido como un monumento al recuerdo de un era pasada, de un tiempo fracturado por fuerzas antiguas.

Sintiendo cómo algunos recuerdos que no me pertenecen se abren paso hasta mi mente, notando cómo la isla proyecta en mí visiones de un lugar extinto, susurro:

—El Ancestro... —Dirijo la mirada hacia la hierba amarilla que permanece inmutable sobre parte de la ladera—. Diste forma a esta montaña para almacenar los recuerdos de la creación en la que naciste, para guardar lo que viviste y perdiste, para no olvidar lo que pasó...

Casi como si fuera una respuesta, la montaña tiembla ligeramente y sobre su superficie se crea una escalera que serpentea la ladera en dirección hacia la cumbre. Observando los gruesos escalones amarillos, viendo cómo se funden con la roca y la hierba, empiezo a ascenderlos percibiendo parte del dolor que proyecta la parte más profunda de la montaña, sintiendo el tormento que El Ancestro esculpió en roca para poder sobrellevar su carga.

A cada paso que doy, a cada escalón que subo, noto cómo aumenta el poder de aquel que renegó de sus hermanos. Siendo consciente de que si quisiera podría haberme destruido o enviado a algún paraje de que no podría retornar, susurro:

—Quieres compartir tu dolor...

En silencio, percibiendo cómo se intensifica la fuerza del renegado, cómo va creciendo a medida que me acerco a la cumbre, pienso en que da igual quiénes seamos y el poder que tengamos. Todos —dioses, demonios o humanos— padecemos y sufrimos, nadie se libra del dolor y la culpa. El verdadero poder está en soportarlo, en aprender de ello y no cometer los mismos errores una y otra vez. Eso, y no la capacidad de destruir o crear universos, es lo que hace a alguien realmente poderoso.

Sintiendo la inmensa culpa que proyecta la montaña, susurro:

—Eones de culpa y dolor...

Poco a poco, a medida que me acerco a la cumbre, veo cómo la ladera se trasforma, cómo la hierba deja paso a algunos árboles con grandes ramas que se alzan decenas de metros cubiertas por hojas amarillas. Mientras asciendo el último tramo cubierto por un bosque que se va tornando más frondoso, escucho el chisporroteo que producen las nubes amarillentas que se alzan por encima de la cumbre.

Cuando los intensos chasquidos se vuelven más intensos, cuando subo los peldaños finales de la escalera y alcanzo la cumbre, noto cómo el aire vibra y siento cómo tiembla el espacio que rodea la parte alta de la montaña. La fuerza del Ancestro que renegó de sus hermanos es tan intensa que no solo condensa fragmentos de un universo olvidado, sino que además los deforma fundiéndolos de un modo que hace imposible que se extingan del todo, alargando eternamente el instante en el que fueron arrancados de una existencia moribunda.

Aquí, en la cima, rodeado por árboles que desprenden instantes perdidos, con el cielo cubierto por las nubes que chisporrotean, siento que casi soy capaz de alcanzar el lugar de donde provienen Los Ancestros. Aquí, imbuido por lo que dejó de existir, noto la verdadera naturaleza del Silencio y de los que le dieron forma.

Observando cómo cobran vida un cúmulo de imágenes de antiguos mundos bañados en una intensa luz, susurro:

—Una era anterior al Silencio...

Poco a poco, las proyecciones se separan y dejan paso a un pasillo que conduce hacia un risco. Allí, de espaldas a mí, contemplando el vacío, se halla El Ancestro que renegó de los suyos. Allí, proyectando una fuerza que empequeñece la de cualquier ser al que me he enfrentado, una fuerza cargada de nostalgia y culpa, se encuentra el único que me puede ayudar a vencer a la imperfección.

Antes de que me dé tiempo de reaccionar, El Ancestro, sin girarse, hace un gesto con la mano y me invita a que me ponga a su lado. Camino despacio, observando las piezas de metal azul oscuro que le cubren la espalda y las piernas, viendo cómo el pelo anaranjado cae sobre los hombros, sintiendo cómo su poder no solo proyecta una energía parecida a la del resto de Ancestros, notando cómo además emite destellos similares a los que trasmite la paz que emerge de lo más profundo del Silencio.

Una vez lo alcanzo, me pongo a su lado y me dispongo a hablar, pero me interrumpe, hace un gesto con la mano y señala un punto del vacío. Centro la mirada en el lugar que me quiere mostrar y veo algo que por un segundo emite un tenue brillo de un intenso blanco. Aunque aumento los sentidos y busco el objeto cuando se apaga, no logro volver a verlo, la oscuridad lo ha engullido.

Despacio, El Ancestro baja el brazo y permanece en silencio contemplando la vastedad del vacío. Cuando estoy a punto de volver a mirarlo y hablarle, multitud de objetos emiten potentes brillos iluminando la inmensa oscuridad como si fueran pequeños soles que titilan dando forma a una constelación condenada a extinguirse.

Viendo cómo los puntos luminosos pierden su luz y son tragados por la negrura del vacío, escucho la voz del Ancestro:

—Fragmentos de la luz que se resisten a morir... Pequeños pedazos de una era ya perdida...

Mientras los últimos destellos se desvanecen, lo miro y le digo:

—Son recuerdos... Partes de tus recuerdos...

El Ancestro no contesta, se mantiene al borde del risco observando la oscura vastedad que envuelve la montaña flotante, hundido en vivencias que hace mucho que quedaron atrás, proyectando con fuerza una carga que lo ha mantenido aferrado a este lugar durante un tiempo imposible de medir.

Tras casi un minuto, tras comprobar que nada vuelve a brillar en medio de la oscuridad, me dirijo de nuevo a él:

—No sé bien qué pasó, no sé qué hicieron tus hermanos, lo único que sé es que tu dolor es tan intenso que es capaz de alcanzarme y hacer que lo sienta como propio. —El Ancestro no dice nada, se mantiene inmóvil contemplando el vacío—. Ellos, el resto de Ancestros, están despertando. —Ante la falta de respuesta, le toco el brazo e insisto—: Te necesitamos para vencer. La creación y El Silencio te necesitan.

El Ancestro gira la cabeza, ojea mi mano, la que está apoyada en su brazo, me mira a los ojos y sin moverse emite una onda de energía que me empuja decanas de metros por el aire. Cuando caigo, después de rodar varias veces, me apoyo en el suelo, cojo fuerzas y me levanto con una mueca de dolor reflejándose en mi rostro.

Antes de que pueda si quiera decir nada, El Ancestro camina hacia mí hasta detenerse a poco menos de un par de metros. Con las facciones rígidas, sin reflejar sentimiento alguno, me observa adentrándose en lo más profundo de mi ser, examinando mis recuerdos, viendo incluso aquellos que a mí me es imposible alcanzar.

—Nunca pensé que podría renacer... —susurra, sin apartar la mirada, sin dejar de sondear mi mente—. Creí que con lo que pasó se había acabado con lo que sustentaba a La Luz Perpetua. —Baja un poco la vista y contempla la piel agrietada de mis brazos y ve cómo de las fisuras emerge parte de la energía de las ascuas—. Por eso dí forma al fuego helado, a las llamas oscuras, porque era lo único que podía hacer, lo único que podía crear... —Eleva un poco la mano, la mueve y la observa—. Mi poder era inútil para intentar un renacimiento de La Luz Perpetua...

Al ver cómo comienza a sumergirse de nuevo en sus pensamientos, en su dolor y en su culpa, lo miro fijamente a los ojos y le pregunto:

—¿Qué es La Luz Perpetua?

Como si el nombre lo arrastrara a salir de su mente, a dejar atrás la secuencia sin fin de vivir una y otra vez aquello que genera su tormento, parpadea y me contesta:

—La Luz Perpetua era... —Guarda silencio mientras vuelve a dirigir la mirada hacia el vacío—. Era la perfección. La base del equilibrio de una existencia eterna e incorruptible.

Miro el vacío y le pregunto:

—¿Los mundos que he percibido en los recuerdos formaban parte de La Luz Perpetua?

El Ancestro camina hacia el risco y contesta:

—No, esos mundos fueron creados cuando La Luz Perpetua ya estaba amenazada. —Mueve la mano y genera una gran proyección que oculta el vacío y muestra una imagen de cómo era su existencia—. Mundos fraguados para generar ejércitos. Para dar forma a siervos con los que librar un combate inútil.

Ando hasta quedar a su lado y observo cómo la proyección muestra una gran guerra entre infinidad de criaturas. Veo cómo muchos mundos son consumidos y cómo otros son creados en un ciclo de muerte y exterminio.

—¿Esto fue obra de tus hermanos? —pregunto al ver cómo la imagen muestra a varios seres, cubiertos por armaduras de metales de un azul oscuro, combatir los unos contra los otros—. ¿Ellos crearon esos mundos? ¿Fueron ellos los que rompieron el equilibrio de La Luz Perpetua?

El Ancestro permanece en silencio contemplando la repetición de una secuencia que ha visto infinidad de veces, observando cómo seres con un poder superior al de millones de dioses se golpean entre ellos destruyendo mundos con la fuerza de sus puños.

Al cabo de un par de minutos, cuando la proyección comienza a apagarse mostrando esa antigua realidad siendo devorada por un fuego que la carboniza, El Ancestro contesta:

—El equilibrio de La Luz Perpetua se quebró por mi culpa. En mi ignorancia, creí que no era suficiente con vivir en una creación perfecta irradiada por una luz que proyectaba paz. Creí que necesitaba conocer qué era la ausencia de luz. —Se calla unos segundos mientras centra su atención en un tiempo pasado—. Eso me llevó a buscar sin éxito el origen, tratando de descubrir si La Luz Perpetua siempre existió o si algo o alguien la había creado. —Durante un instante, vuelve a sumergirse en recuerdos—. No encontré nada que indicara un creador o una creadora, pero, después de eones de búsqueda, hallé algo desconocido, algo que parecía no pertenecer a La Luz Perpetua, una roca de paredes lisas con inscripciones que me era imposible comprender. —Al mismo tiempo que a cientos de metros delante de nosotros brotan unos brillos que titilan con fuerza, El Ancestro revive el momento que tanto lo ha atormentado—. Ignoré los susurros que emergían del interior, resté importancia a la fuerza que vibraba en la roca y fui a por mis hermanos y hermanas para enseñarles lo que había descubierto. Creí que no pasaría nada, que esos susurros tan solo los turbarían un poco como hicieron conmigo, pero me equivoqué. Los susurros despertaron en ellos algo que había permanecido latente desde nuestra creación, despertaron en ellos una fuerza que rivalizaba con La Luz Perpetua, despertaron un poder corrupto.

Durante unos instantes, ladeo la cabeza y observo el vacío infinito.

—La roca corrompió a tus hermanos y hermanas... —digo, mientras vuelvo a mirarlo—. ¿Descubriste qué era? ¿Hallaste el origen de su naturaleza?

El Ancestro mueve lentamente los ojos hasta fijarlos en un objeto que brilla fugazmente en la inmensa negrura del vacío y responde:

—No pude. Cuando mis hermanos llegaron, esa roca explotó y un humo putrefacto nos envolvió. Antes de que pudiera reaccionar, la corrupción que había permanecido latente en lo más profundo de nuestras almas despertó y comenzó a devorarnos.

Percibiendo cómo fluye su dolor, cómo me alcanza hasta hacer que lo sienta como propio, le pregunto:

—¿Por qué no corriste la misma suerte que tus hermanos y hermanas? ¿Cómo pudiste evitar que esa corrupción se apoderara de ti?

El Ancestro se adentra en recuerdos tristes durante unos segundos.

—Durante un tiempo, no pude evitar que la oscuridad de mi alma gobernara mi ser, pero, cuando La Luz Perpetua comenzó a estar en peligro, su poder llegó a mí y me permitió rescatar parte de su esencia. —Extiende el brazo y abre la mano—. Me dio la fuerza necesaria para almacenar una fracción del infinito.

Poco a poco, al mismo tiempo que una esfera de energía toma forma sobre su palma, su cuerpo se recubre con un tenue brillo azulado y el vacío que nos rodea empieza a retroceder. Una luz, generada con una energía que vibra a la misma frecuencia que El Silencio, envuelve la montaña y muestra con su intenso fulgor que ataño perteneció a La Luz Perpetua.

Con los ojos entrecerrados, cubriéndome parte de la cara con el antebrazo, siento la paz que emana de la fuerza que ha estado custodiando El Ancestro durante eones y susurro:

—Es... Es El Silencio... —Mientras los ojos se me recubren con una película de energía carmesí que me permite adaptarme al intenso brillo, dirijo la mirada hacia el Ancestro y le digo—: Esta fuerza, esta porción de La Luz Perpetua, es El Silencio.

Al Ancestro le extraña que la nombre así.

—¿El Silencio...? —pregunta al mismo tiempo que nota cómo algo vibra en mi interior—. El Silencio... —susurra, adentrándose en mi ser, palpando la esencia del núcleo de mi alma que está imbuida con la energía de la fuerza ancestral—. El Silencio... —repite, volviendo a centrar la vista en el intenso brillo.

—Así lo conocemos en mi mundo. Así lo conocen en mi creación. —Observo el fulgor—. La Luz Perpetua no desapareció, no se extinguió, renació dando forma al Silencio. La pureza de tu creación nunca desapareció, permaneció en letargo eones hasta que se impuso a las fuerzas que dieron vida a la primera creación oscura. Tus hermanos y hermanas no pudieron destruirla.

El Ancestro hace que el intenso fulgor se extinga y dice:

—No fueron ellos los que destruyeron La Luz Perpetua y la creación que sustentaba, fui yo. Una vez que La Luz Perpetua me liberó de mis demonios, al ver cómo la desgarraban mis hermanos, usé mi poder para destruirla. —Me mira a los ojos—. Dejé que el fuego la abrasara hasta convertirla en cenizas. Guardé una pequeña porción junto con mis recuerdos y, antes de alejarme de los restos humeantes, usé mi poder para insuflar vida en las ascuas, para que al menos la imperfección que había quedado libre tras la destrucción de la roca tuviera cierto orden y pudiera existir como un legado vacío de La Luz Perpetua. Lo hice para que no desapareciera todo lo que alguna vez había permanecido en la existencia perfecta.

Sintiendo cómo fluye el dolor, cómo se proyecta a través de su alma, le digo:

—Tomaste una decisión para frenar a tus hermanos y hermanas, lo hiciste pagando un alto precio, pero no se perdió todo, La Luz Perpetua no murió, renació y dio forma a varias creaciones. —Me observa de reojo—. Antes de ser arrastrado a un futuro gobernado por la corrupción de tus hermanos y hermanos, combatía en una guerra que estaba destinada a acabar con los reflejos corruptos que perduraron desde los primeros tiempos, desde que tu creación llegó a su fin. Combatía para vencer a Abismo, a las especies oscuras y hacer que el equilibrio se extendiera dando forma a una existencia de paz y perfección, a una creación sin luz ni oscuridad, a Un Mundo en Silencio.

El Ancestro deja de mirarme y fija la vista en el vacío.

—Combatías contra tus fantasmas y contra fuerzas más poderosas que tú. Lo hacías guiado por la creencia de que era lo correcto, de que daba igual no saber quién eras ni lo que habías hecho. —Se calla unos segundos—. He visto lo que esconde tu mente, el dolor, la derrota y la culpa. He visto tus demonios, he visto lo que eres, he visto tu origen y tu muerte. No una muerte de la que puedas escapar, no una muerte de la que no tardes en retornar, he visto el momento en que dejarás de existir. Quieres que te ayude a vencer a mis hermanos y hermanas, quieres salvar lo poco que queda de tu creación, pero ¿qué harías si supieras que mi ayuda significa el comienzo del fin de tu existencia y la trasformación de lo poco que queda de tu creación? ¿Qué harías si supieras que si logras vencer la creación por la que luchas no será la misma, que estará gobernada por las fuerzas que tanto odias? —Despacio, mueve la cabeza y me mira a los ojos—. ¿Qué harías si supieras que tu victoria no es más que alargar una derrota? ¿Lucharías igual? ¿Te sacrificarías y sacrificarías a aquellos que creen en ti, los que quieren luchar a tu lado contra mis hermanos y hermanas y los que esperan a tu retorno en un pasado lejano? ¿Seguirías luchando para dar forma a una creación oscura, casi tan mala como la destrucción de la que existe?

Agacho un poco la cabeza, me quedo pensando en lo que ha dicho, en que para alcanzar la victoria hace falta un sacrificio, en que la derrota de Los Ancestros no conducirá al retorno de la existencia de la que provengo, en que su final tan solo llevará a una nueva realidad oscura, una en la que no estaré, una en la que no podré luchar para reconstruir los mundos que dejé atrás, los mundos donde empezaron a caer mis hermanos, los mundos que hace mucho formaron La Convergencia.

Despacio, sabiendo que debemos derrotar a Los Ancestros, que debemos vencer a la imperfección y restaurar cierto equilibrio dentro de la energía agonizante del Silencio, con la certeza de que aunque fallezca mis hermanos de armas, Valdhuitrg, Athwolyort y todos los que han combatido con nosotros en El Ghoarthorg, no dejaran que esa nueva creación oscura se consolide, convencido de que lucharán para traer de vuelta aquello que fue, elevo la vista, la centro en El Ancestro y digo:

—Si he de caer, caeré. Si tengo que morir para derrotar a tus hermanos y hermanas, si tengo que dejar de existir para erradicar la imperfección que han propagado por El Silencio, lo haré.

El Ancestro, que durante un instante me ha observado, dirige la mirada hacia el vacío y susurra:

—El sacrificio... —Miles de objetos brillantes emiten un potente fulgor en medio de la negrura—. El sacrificio que te liberará...

Mientras las luces se van extinguiendo, suelto:

—¿Me liberará?

El Ancestro se mantiene en silencio durante varios segundos.

—Es lo que buscas, lo que siempre has buscado, aun cuando no te acuerdes de ello. Tu existencia te conducía hacia un punto, hacia un momento en el que todo cobraría sentido. Al menos eso era lo que creías. —Se da la vuelta y camina hacia un lugar de la cumbre del que empieza a emerger una piedra azulada compuesta de fragmentos de distintos tamaños—. Tu mente está fracturada porque tú quisiste que así fuera. Tus recuerdos dispersos debían ser los muros que detendrían las amenazas que temías que podrían acabar consumiendo la existencia. Te dedicaste a fortalecer la fractura de tu consciencia con la intención de que eso te llevara a descubrir de nuevo la razón por la que luchas. —Se detiene cerca de la roca—. Es una lástima que no previeses que los enemigos a los que te enfrentarías serían seres de una creación perdida con poderes que empequeñecerían los de la fuerza que dio forma a tu creación. Tras tanto tiempo de confinamiento, la corrupción de mis hermanos y hermanas ha cambiado. Su energía ha trascendido La Luz Perpetua y la oscuridad que tomó forma cuando esta desapareció. Ahora están muy por encima incluso de la fuerza renacida en forma de Silencio. Incluso aunque ese Silencio tuviera aún todo su poder, no sería una amenaza ante mis hermanos y hermanas. Ni siquiera yo podría frenarlos.

Me acerco a él, me pongo a su lado, miro la roca, me fijo en las grietas relucientes que unen unos fragmentos con otros y pregunto:

—¿Y cómo puedo derrotarlos? ¿Cómo he de sacrificarme para poner fin a sus vidas y a la imperfección que brota de sus almas?

El Ancestro, que permanece con la mirada fija en la roca, contesta:

—Acabando con la vida de tus enemigos, matando a Los Asfiuhs que han permanecido en el mundo de ceniza mientras absorbías el núcleo de su poder, uniendo sus esencias a la tuya, restaurando la llama junto al demonio, viajando a los restos de lo que ha sido la prisión de mis hermanos durante eones, luchando al lado de tu reflejo corrupto, junto a tu peor enemigo, y alcanzado la nada. —Acaricia la superficie de la roca—. Tan solo si absorbes el suficiente poder como para destruir tu alma, como para lanzarla a las fauces de la no existencia, tendrás la capacidad de borrar del tiempo a mis hermanos y hermanas. —Lentamente, separa la mano de la superficie rocosa y se queda pensativo unos instantes—. Pero solo podrás hacerlo si te cedo mis recuerdos y mi poder. Solo así podrás retornar al mundo de ceniza.

Al escuchar sus últimas palabras comprendo que cuando hablaba de sacrificio lo hacía por los dos.

—No tienes que dejar de existir para que pueda alcanzar el mundo de ceniza. Debe de haber otros senderos para llegar a él.

Sin girar la cabeza, El Ancestro contesta:

—Los hay, multitud de ellos, senderos de laberintos eternos y caminos de mundos oscuros. Si los cimientos de tu creación y de la fuerza que te dio forma no estuvieran tan dañados, si no empezaran a resonar ya los ecos de las fracturas en sus últimos fragmentos, podrías buscar una ruta que te condujera allí. —Se da la vuelta para contemplar una última vez el vacío—. Ya no puedo hacer más. Creé este lugar para salvaguardar lo poco que quedaba de La Luz Perpetua. Hice este santuario para que no pudiese ser alcanzado por nada ni nadie, pero la resurrección de mis hermanos ha resquebrajado sus barreras. Ahora, a no ser que le ponga freno, es solo cuestión de tiempo que algunos de ellos lleguen aquí. —Guarda silencio unos instantes—. Solo mi sacrificio, y la dispersión de los recuerdos que salvaguardé, hará que lo poco que queda de La Luz Perpetua no sea mancillado.

Sintiendo cómo vuelve a proyectarse su dolor y su culpa, sabiendo que está convencido de que el único modo de mantener su legado es sacrificándose, le aseguro:

—Acabaré con la imperfección. La arrancaré de los cuerpos de tus hermanos y hermanas.

Sin moverse, El Ancestro contesta:

—Lo intentarás. Lucharás contra ellos con todas tus fuerzas aunque eso signifique tu fin y el fin de la fuerza que has buscado proteger. Lo harás con la esperanza de que su derrota no signifique el ascenso de una edad oscura. Lo harás aferrándote al deseo de que tus compañeros de armas sean capaces de evitar el nacimiento de una existencia que hundirá sus raíces en la propia corrupción, siendo una suerte de legado, una prolongación de lo que han representado mis hermanos y hermanos y la fuerza que emanó hace tanto tiempo de aquella roca. Una creación de reflejos deformados.

Sintiendo que cree inevitable el nacimiento de esa edad oscura, notando cómo no tiene dudas de que mi victoria conducirá a ella, le digo:

—Puede que mi sacrificio dé paso a esa existencia, a una prolongación de Los Ancestros sin que ellos existan, a una infinidad de mundos gobernados por especies oscuras, pero estoy seguro de que mis hermanos de armas seguirán luchando y lograrán traer de nuevo La Convergencia y los otros planos. —Lo miro fijamente—. Incluso aunque ellos caigan, habrá otros que se levantarán contra los restos de la corrupción. Y si ellos también fallan, estoy convencido de que con el tiempo El Silencio volverá a renacer. La fuerza ancestral puede ser debilitada y llevada casi hasta su destrucción, pero tengo la certeza de que no puede ser borrada de la existencia. Aunque esa edad oscura dure eones, tarde o temprano, la paz y perfección del Silencio volverán a aparecer.

El Ancestro, que durante un par de segundos me observa de reojo, contesta:

—Puede que tengas razón, puede que la esencia de La Luz Perpetua vuelva a renacer. Puede que nada pueda acabar con ella, pero eso no evitará que tus actos conduzcan al nacimiento de un conjunto de mundos donde el sufrimiento y la agonía se extenderán sin fin. Tu lucha te ha empujado hacia elegir el menor de dos males, la destrucción de todo y el nacimiento de la nada o la creación de una edad oscura.

Pensando en sus palabras, en cómo mi camino me ha conducido hasta este momento y en cómo parece llevarme hacia el fin de mi existencia y el nacimiento de una realidad sumida en las tinieblas, niego con la cabeza y aseguro:

—Sé que de un modo u otro el pasado volverá a tomar forma. Quizá lo haga sin mí, pero mis hermanos de armas resurgirán, combatirán en La Guerra del Silencio, vencerán y quedará atrás tanto el futuro corrupto como esa posible existencia surgida de los restos de la corrupción. —Por un instante, se expande por mi cuerpo un cosquilleo nacido de la energía que anida en lo más profundo de mi alma—. Esto no acabará en el mundo de ceniza, esa lucha tan solo será el comienzo. El Silencio renacerá y, gracias a él, podrá retornar el tiempo que dejé atrás.

El Ancestro, que fija su mirada en la roca azulada, contesta:

—Espero que tengas razón. Espero que tu muerte le dé una oportunidad a la energía que formó parte de La Luz Perpetua antes de convertirse en lo que llamas El Silencio. Significaría que no fracasé del todo. —Posa la mano sobre la roca y tanto esta como la montaña empiezan a temblar—. Significaría que el equilibrio tendrá una oportunidad de resurgir y triunfar, de acabar por siempre con la corrupción y dar forma a una creación de paz como la que quedó destruida por mi culpa.

Sintiendo cómo aumenta el dolor del Ancestro, notando cómo vibra su cuerpo y cómo este empieza a fusionarse con la roca y la montaña, antes de que todo empiece a brillar, le digo:

—Gracias.

En medio de un potente fulgor, ayudado por los sentidos aumentados y por la capa de energía que me protege los ojos, veo cómo El Ancestro me mira, cómo se refleja en su rostro un atisbo de esperanza y escucho:

—No me las des. Solo usa mi poder para acabar con lo que empezó hace tanto. Destruye a mis hermanos y hermanas y pon fin a los únicos seres que pueden dar forma a la nada.

Sintiendo cómo la montaña y la piedra se fracturan, viendo cómo el cuerpo del Ancestro se quiebra y se convierte en polvo, notando cómo su fuerza y sus recuerdos se adentran en las profundidades de mi alma, percibiendo cómo aumenta mi poder y cómo mis músculos y huesos apenas pueden soportarlo, suelto un grito agónico y siento cómo el espacio y el tiempo se fragmentan y me desgarran el alma.

Durante unos instantes que parecen eternos, soy capaz de ser uno con todo, soy capaz de trascender los límites de mi consciencia y alzarme por encima de los de las deidades. Por un tiempo que parece extenderse durante siglos, siento la verdadera grandeza del Silencio. Con mi ser cargado con el poder de las ascuas oscuras, con el de los restos de La Luz Perpetua y el del Ancestro que renegó de sus hermanos y hermanas, alcanzo a comprender mejor que nunca la importancia de la batalla que estamos librando, vislumbro que esta lucha es una prolongación de una que comenzó mucho antes que EL Ancestro hallara esa roca, que la corrupción tiene un propósito y que por eso debe dejar de existir.

Chillando, sintiendo cómo mi piel se desgarra, cómo se abrasan mis venas, cómo mis ojos y pulmones están a punto de explotar, noto cómo el inmenso poder que se adueña de mí se canaliza para conducirme a lo poco que queda en pie, para llevarme al mundo de ceniza.

Mientras percibo cómo soy empujado por los restos de una creación que agonizó hace mucho, traspasando vacíos y restos de mundos, dejando atrás soles apagados y otros a punto de estallar, siento cómo en la distancia empieza a tomar forma el mundo de ceniza y percibo la batalla que se está librando en su superficie.

Valdhuitrg, Athwolyort, Karthmessha, el ser que salvamos de la cavidad, la mujer que pertenece al pueblo de ceniza y mis hermanos de armas de Ghoarthorg combaten contra las tropas de Vhareis.

Con la amenaza de la resurrección de Los Ancestros muy cercana, acelero la velocidad de mi viaje y fuerzo mi energía para que me lleve cuanto antes al mundo de ceniza. Mi alma cargada con la esencia de diferentes poderes vibra con mucha intensidad y empieza a reclamar los restos de lo poco que queda del Silencio. Notando cómo el mundo de ceniza está cada vez más cerca, escucho cómo se aproximan los susurros de la fuerza ancestral para ayudarme a completar mi destino, cómo se preparan para guiarme en mi sacrificio. 

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