Capítulo 26 -El retorno del creador caído-
Angustiado, con el cuerpo cubierto por una sustancia viscosa que me oprime la piel, con los ojos sellados por ese material pegajoso, concentro parte de mi poder para liberar los párpados y, poco a poco, consigo separarlos y percibir tenues sombras.
Tras unos instantes, empiezo a ser consciente de lo que ha sucedido. Envuelto por esta pringue, inmovilizado, recuerdo lo que ha pasado y siento una profunda angustia por el destino de mis amigos. No sé dónde están, no sé en qué parte del núcleo del poder de Los Asfiuhs se hallan y, aunque debería preocuparme por mi estado, no puedo evitar pensar en ellos.
«Valdhuitrg... Athwolyort...».
Poco a poco, aun costándome mucho, intento alejar las emociones que me turban y trato de concentrarme en por qué me hallo inmovilizado en este extraño lugar. Mientras empiezo a ver con claridad las telarañas grisáceas y viscosas que se mantienen adheridas a mi cuerpo, mientras comienzo a percibir el intenso olor agrio que desprenden y escucho el zumbido que producen cuando intenso moverme, por un breve instante, siento una presencia que no tarda en desaparecer.
Con la mirada fija en una mesa de madera negra llena de telarañas, viendo vasos y cubiertos de metal cobrizo atrapados en las redes, me pregunto:
«¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?».
Después de unos segundos que se tornan eternos, canalizo una porción de mi poder y consigo que se derritan las telarañas que cubren mi rostro. Al mismo tiempo que siento cómo descienden por la piel de la cara convertidas en un líquido espeso, inspiro lentamente, alejo el recuerdo de la muerte de Yhasnet, muevo los ojos despacio de un lado a otro y fuerzo la visión para que me muestre más de este extraño lugar.
Con calma, canalizo gran parte del poder que anida en mi interior y lo proyecto a mis ojos hasta que quedan recubiertos con una tenue película carmesí. Cuando la fuerza de mi alma intensifica mis sentidos, soy capaz de ver qué se halla más allá de la oscuridad que envuelve casi todo lo que hay a mi alrededor. El único lugar de esta inmensa sala con algo de luz es el pilar al que estoy pegado por esta espesa y viscosa telaraña grisácea.
Aunque me gustaría destrozar mi prisión, aunque me gustaría hacerlo para empezar cuanto antes a buscar a mis amigos, no puedo más que aceptar que mis fuerzas retornarán a mí a la velocidad que marque mi ser.
—Aguantad... —susurro con la mirada fija en la oscuridad que envuelve gran parte de la estancia.
Tras un par de minutos, que me sirven para ordenar mis pensamientos, siento que dispongo de las suficientes fuerzas para materializar el aura carmesí y pulverizar las telarañas que me aprisionan, pero, justo en el momento en que intento darle forma, un escozor se propaga por mi espalda y me recuerda con mucho dolor lo que sucedió poco después de la muerte de Yhasnet.
Mientras me veo obligado a soltar un gemido, revivo el momento en que me alcanzó el haz que disparó Vhareis.
—Maldita... —mascullo con el odio propagándose por mi ser.
Pensando en la líder de los pueblos libres, en lo que se ha convertido y en cómo ha corrompido a El Cazador, con la imagen del Ghuraki incrustando la lanza en el cráneo de Yhasnet, los ojos se me humedecen a causa de la rabia.
Poseído por la ira, imbuido en parte por lo que desprende esta sala, no pongo freno a las emociones y dejo que se manifiesten en forma de un grito que se propaga con fuerza por la estancia:
—¡Maldita!
Poco a poco, los ecos de mi chillido, que ha revotado de un extremo a otro de la sala, comienzan a silenciarse y van dejando paso al sonido de unas pisadas que resuenan sobre la superficie agrietada del suelo.
Concentro la fuerza de mi ser, recubro los ojos con una película de energía carmesí y aumento la visión hasta que soy capaz de ver con claridad la figura que camina hacia mí.
—Es imposible... —suelto sin creerme lo que veo—. ¿Qué haces tú aquí? Deberías haber muerto con la extinción del pasado.
Una sonrisa se apodera de quien ya está a tan solo unos metros.
—La sorpresa es mutua —responde, deteniéndose delante de mí—. ¿Quién iba a decir que nos encontraríamos aquí, en este lugar cargado de oscuridad y dolor? ¿Quién iba a decir que nos conoceríamos en la entrañas de Los Asfiuhs?
Sin entender por qué dice eso, lo miro a los ojos y espeto:
—Dheasthe, hace tiempo que aprendí a no fiarme de tus trucos. Tú y yo ya nos conocemos bien.
Mientras el tenue brillo que ilumina el pilar en el que me hallo aprisionado se incrementa y muestra con más claridad el rostro del creador de Ghurakis loco, me contesta:
—Después de lo que has vivido, ¿no eres capaz de abrir la mente y ver que la creación esconde mucho más que lo que parece a primera vista?
Sin dejar de observarlo con desprecio y rabia, respondo:
—Otra vez intentas jugar con las palabras para confundir.
El cuerpo de Dheasthe se recubre de un tenue brillo marrón.
—Aún te queda mucho por aprender. —Mueve la mano y las telarañas se trasforman en una neblina gris que se desvanece con rapidez—. Aún tienes que alcanzar a ver más de lo que te muestran tus ojos.
En el momento en que me siento totalmente liberado, cuando percibo el palpitar que producen mis músculos, aprieto los dientes, manifiesto a Dhagul y doy un paso.
—No conseguirás engañarme con tus trucos.
Dheasthe se aproxima más, se queda a un metro de mí y contesta:
—No es mi intención hacerlo, no estoy aquí para eso. —Contempla la espada de energía carmesí—. Pero si crees que esa es mi intención, que he venido a engañarte para lograr algún fin malévolo, lanza tu arma contra mi cuello. —Se sujeta la prenda que le cubre el torso, la agarra, la baja y deja al descubierto la garganta—. Vamos, acaba conmigo si es lo quieres.
Aferrándome a la empuñadura de Dhagul, sintiendo los latidos del corazón retumbar en la mano, inspiro con celeridad, observo el cuello de Dheasthe y, por un segundo, siento la necesidad de decapitarlo. Sin embargo, desde lo más profundo de mi ser emerge algo que me hace dudar, algo que consigue que suelte la espada para que vuelva a unirse a mi alma.
Con mucha ansiedad, con mucha rabia y odio, me doy la vuelta, camino hacia el pilar en el que me hallaba inmovilizado, grito y lo golpeo con los nudillos haciendo que se agriete la piedra.
Dheasthe anda hacia mí, se queda contemplando el pilar repleto de fisuras y me dice:
—No somos tan diferentes como crees. —Me volteo, manteniendo los puños apretados, mirándolo sin contener la rabia—. Luchas por los demás, buscas mantener un equilibrio y acabar con las fuerzas que amenazan la existencia.
—¿Y tú? —escupo—. ¿Tú que buscas aparte de servir a Los Asfiuhs y acabar con las vidas de infinidad de inocentes?
Despacio, ladea la cabeza, observa la oscuridad que envuelve gran parte de la estancia y vuelve a mirarme a los ojos.
—Yo no buscaba servir a Los Asfiuhs. Busqué su esencia porque percibí que estaban a punto de despertar. Me adentré en este lugar de sombras gélidas para encontrar un modo de mantener las ascuas tenebrosas que les dan forma en un estado de perpetuo letargo.
Sin creerle, aprieto los dientes de forma inconsciente y lo señalo.
—Luché contra ti y vi la oscuridad de tu alma. No vas a conseguir engañarme.
Dheasthe mantiene la mirada fija en mis ojos.
—Luchaste contra lo poco que queda de mí en mi cuerpo físico. Luchaste con fragmentos de mi alma alimentados por la oscuridad de Los Asfiuhs.
Durante unos segundos, lo observo tratando de alcanzar su mente, intentando saber qué busca con todo esto, qué quiere conseguir contándome una mentira sobre que su alma se ha fragmentado y que eso lo arrancó de su cuerpo.
—No te creo —contesto.
Dheasthe guarda silencio durante unos instantes.
—No te lo pido. —Dirige la mirada hacia la oscuridad que cubre gran parte de la estancia y continúa hablando—: Aunque fui separado de mi cuerpo y se me arrebató el control de parte de mi alma, aún mantengo cierto contacto con los restos de mi consciencia que sirvieron para erigir al monstruo con el que te encontraste. —Da unos pasos, apunta con la mano hacia delante y concentra energía marrón a su alrededor—. Por eso sé qué pasó en El Mundo Ghuraki. —Lanza un haz que golpea la pared de la estancia y la ilumina—. Sé que la abominación en la que convirtieron las partes de mi ser intentó despertar a Los Asfiuhs y sacarlos de la prisión en la que se hallaban. —Mientras en la pared va tomando forma una macabra puerta creada con multitud de calaveras de adultos, niños y bebés, Dheasthe se gira y me vuelve a mirar a los ojos—. Durante mucho tiempo he observado impotente cómo todo lo que hice para intentar alejar este mal de la creación se volvió contra mí y destruyó a los que me importaban. —Con una mirada necesitada de redención, me pide—: Déjame ayudarte a poner fin al reino de terror. Déjame que redima mis pecados.
Con un ligero parpadeo, rompe el escudo que bloqueaba su mente y me invita a que me adentre en ella para comprobar que dice la verdad. Aunque durante unos segundos dudo, al final manifiesto el aura carmesí y uso todo mi poder para ver qué esconde en su consciencia.
Tras casi un minuto de sondear su mente, atenúo el aura, disminuyo el poder que estoy canalizando y digo:
—Tus hermanos dijeron que no te acercaras a la oscuridad de Los Asfiuhs, que rehuyeras su llamada, que no escucharas los susurros que te lanzaban desde este lugar. —Observo cómo asiente con cierta tristeza—. Pero tú sabías que si no hacías algo, Los Asfiuhs despertarían y arrasarían la creación. Por eso viniste aquí, aun sabiendo que no volverías, viniste para impedir que resurgieran.
—No tenía opción —responde.
—Y por miedo a ser incapaz de vencer, marcaste la sangre de los primeros Ghurakis para que sirviera como un conducto.
Dheasthe inspira despacio, se adentra en recuerdos lejanos y contesta:
—Era la única forma de asegurarme que habría algo que podría ser utilizado contra Los Asfiuhs. De que si fallaba no estaría todo perdido. Por eso liberé El Alma Negra y dejé pruebas que incriminaban a Thalhut. Necesitaba que lo exiliaran lejos, a los confines de lo creado, al mundo que existe más allá del tiempo. Era la única forma de mantenerlo a salvo de Los Asfiuhs lo suficiente para que alguien pudiera usar su sangre.
Bajo un poco la mirada, medito sobre lo que ha dicho, sabiendo que el destierro de los Ghuraki fue causado por sus acciones, que combatí contra ellos porque él robó el alma oscura, y digo:
—Tus actos condenaron a muchos. —Elevo la vista y la centro en su rostro—. Los Ghurakis subyugaron un mundo durante siglos. Se vertió mucha sangre durante ese tiempo y más aún durante la liberación. Mataste a millones.
Sin poder ocultar cierta tristeza en sus ojos, ladea un poco la cabeza y contesta:
—Sé cuáles son mis pecados... Sé lo que he hecho... —Guarda silencio durante varios segundos—. He escuchado miles de veces los llantos que emitían los niños antes de morir y he sufrido con su tormento. He sentido los alaridos de los hombres y las mujeres, de los ancianos y ancianas... —Despacio, vuelve a centrar la vista en mi rostro—. Las ascuas oscuras que dan forma a este paraje de gélida oscuridad me recuerdan constantemente mis pecados. Se encargan de hacerme sufrir por haberme atrevido a profanar el núcleo del poder de Los Asfiuhs. —Hace una breve pausa—. Tienes razón, soy culpable, pero, si pudiera volver al instante en el que marqué la sangre de los primeros Ghurakis y me adentré en este siniestro paraje, volvería a hacer lo mismo. He matado a millones, pero he salvado a muchísimos más. Si no hubiera sido por mí, Los Asfiuhs habrían despertado en el pasado remoto y muchas almas no habrían tenido oportunidad de existir. Habrían sido devoradas antes de tomar forma.
En silencio, pensando en lo que ha dicho, planteándome si habría hecho lo mismo de estar en su lugar, dirijo la mirada hacia la compuerta, observo las calaveras y digo:
—Todos arrastramos cargas. Todos cometemos errores. —Los cráneos incrustados en la compuerta me recuerdan los míos, mis derrotas y las muertes que produjeron Los Ancestros al tomar forma en La Guerra del Silencio—. Ya no se puede cambiar lo que hiciste. Y de nada sirve que te odie por ello, no me ayudará a vencer a mis enemigos. Ahora solo importa destruir a Los Asfiuhs.
Asiente y comienza a caminar hacia la compuerta.
—Por eso he acudido a esta estancia hundida en las profundidades del núcleo del poder de las deidades oscuras, para ayudarte. Cuando tú y tus compañeros aparecisteis en este plano de existencia, pude ver qué ocurría en el mundo de ceniza. Pude ver a ese mujer llamada Vhareis lanzarte parte de su carga oscura para desviarte, para hundirte en las profundidades e impedirte reunirte con tus compañeros. —Se detiene al lado de la compuerta, la toca y esta comienza abrirse emitiendo un fuerte chirrido—. Gracias a la sangre Ghuraki estáis ocultos a los ojos de los guardianes de este lugar de corrupción, pero el conjuro que os protege no tardará en desaparecer. —Contempla la niebla gris que va quedando a la vista a medida que se abre la puerta—. Thalhut, Vhareis y Los Asfiuhs superiores que los poseen están quebrando la magia que ha nacido de la sangre Ghuraki.
Me acerco hasta quedar a tan solo un metro de la bruma grisácea, lo observo de reojo y digo:
—¿Quién me hubiera dicho hace un tiempo que acabaría fiándome de la palabra del creador de Ghurakis loco?
Dheasthe me mira y responde:
—Así me apodaron, pero lo hicieron cuando en mi cuerpo ya no quedaba casi nada de mí. Mis hermanos olvidaron rápido todo lo que hice antes de ser engullido por la oscuridad de Los Asfiuhs.
Centro la mirada en la niebla gris.
—No conocí a tus hermanos, pero al ser los creadores de los Ghurakis me imagino cómo eran. Tú y los tuyos solo trajisteis problemas. Muchos problemas.
Dheasthe da un par de pasos, introduce la mano en la niebla para asegurarse de que el sendero es seguro y contesta:
—Eran otros tiempos, veníamos de un largo ciclo de ausencia de luz, de una creación oscura, falta de calor, helada. Tuvimos que hacer lo que eran necesario para que la llama azul volviera a arder e iluminara con fuerza los mundos consumidos por las tinieblas.
Observando cómo saca el brazo de la bruma, suelto:
—¿La llama azul? ¿El fuego azul?
Me mira a los ojos.
—El corazón de la existencia.
Guardo silencio varios segundos, pienso en ese extraño fuego que parece haber mantenido la existencia en equilibrio durante mucho tiempo y me pregunto qué relación tendrá con El Silencio.
—El fuego azul... —susurro—. No sé bien qué es, pero en poco tiempo ya he escuchado hablar de él varias veces. Sea lo que sea lo que hicisteis, si de verdad lo ayudasteis a arder y eso hizo que acabara el reino de oscuridad, significa que no toda vuestra obra fue mala.
Dheasthe se adentra en sus recuerdos durante unos instantes, rememora una época ya muy lejana y dice:
—Pudimos hacerlo mejor, cometimos errores, pero le dimos una oportunidad a la creación naciente. —Me vuelve a mirar a los ojos—. Esperemos que puedas hacer lo mismo, que logres salvar la existencia del final al que parece predestinada.
Inspiro despacio y contesto:
—Pondré fin al reino de terror. Acabaré con todos los que amenazan la creación.
Dheasthe asiente, observa la niebla grisácea y me explica:
—Esta bruma te conducirá al lugar del núcleo donde han aparecido tus compañeros. Están combatiendo contra Hazzergets, seres sin mente, criaturas nacidas de los resplandores negros de las ascuas. Yo no podré llegar de inmediato, mi estancia aquí ha hecho que me sea imposible moverme por el núcleo usando los portales, debo encontrar otro camino. Pero mientras os alcanzo, abriros paso entre el ejército de Hazzergets y seguir la energía palpitante de las ascuas. Acercaros lo más que podáis. Cuando llegue, os mostraré cómo debilitar su calor helado y cómo llevaros una pequeña ascua al mundo de ceniza.
Aunque todavía no me fío del todo de Dheasthe, al canalizar parte de mi poder y alcanzar a atisbar lo que se oculta más allá de la niebla, al sentir que mis compañeros están luchando contra decenas o centenas de criaturas, asiento, lo miro una última vez y le digo:
—Espero que cumplas tu palabra.
Me abalanzo contra la bruma, siento cómo esta me arrastra y noto cómo me alejo del creador de Ghurakis loco. Los segundos que estoy siendo llevado de un lado a otro, los instantes en los que me desplazo por el núcleo del poder de Los Asfiuhs, multitud de emociones que no me pertenecen fluyen por mi ser.
Antes de materializarme a una veinte de metros sobre el ejército de Hazzergets, me vienen a la mente preguntas sobre el fuego azul, sobre el ciclo de oscuridad y sobre el papel de Dheasthe y sus hermanos.
Cuando escucho la voz de Athwolyort, cuando oigo cómo me llama, dejo atrás las dudas y preguntas, observo a las criaturas que alzan las cabezas y me dejo caer convertido en un proyectil de energía carmesí.
Al impactar contra el suelo rocoso, me hundo en él y propago una estallido de luz rojiza que quema a los Hazzergets que están a mi alrededor y los empuja contra los que están más alejadas.
Manifiesto a Dhagul, doy varios tajos, amputo las cabezas y las extremidades de algunos de estos seres y corro hacia mis compañeros que se hallan cerca de una pared de rocas. Mientras estoy llegando, lanzo la espada, la dirijo con la mirada y hago que seccione los pequeños cuellos de las criaturas.
Una vez alcanzo a mis compañeros, manifiesto parte del poder de mi alma, creo un fuego carmesí que nos recubre y veo cómo los Hazzergets retroceden. Cuando estoy seguro de que hemos ganado tiempo, me giro y les digo a mis amigos:
—Me alegro de que estéis bien.
Athwolyort, que tiene varios arañazos en los brazos, contesta:
—Yo estoy mejor que nunca, pero el grandote está perdiendo fuerza.
—¿Perdiendo fuerza? —suelto, observando a Valdhuitrg—. ¿Qué te pasa? —le pregunto al demonio al no notar nada que me muestre que no se encuentra bien.
—El fuego —suspira, escapándosele por la boca un poco de humo—. Este lugar está impregnado por las ascuas oscuras que dan poder a Los Asfiuhs, y esas ascuas están drenando las llamas de mi ser. —Inspira con fuerza y se apoya en la pared de rocas—. Aquí no puedo conectarme con las brasas del mundo de ceniza. Aquí tan solo dispongo de una fracción del fuego que arde dentro de mi ser.
Viendo cómo Valdhuitrg deja de ocultar el dolor que se hunde en su alma, viendo cómo su rostro refleja su sufrimiento, me acerco y le digo:
—No te preocupes, alcanzaremos el centro de poder de Los Asfiuhs, cogeremos un fragmento de las ascuas oscuras y regresaremos al mundo de ceniza.
Me giro, observo a las criaturas que se mantienen inmóviles a varios metros de las llamas carmesíes, me fijo en su cráneos alargados, en sus pequeños cuerpos, en los pares de brazos que se extienden desde las espaldas hasta algo más allá de los troncos, en las patas partidas en varias partes que acaban en punta y en sus bocas carentes de dientes o colmillos pero cargadas de una neblina de un azul apagado que absorbe la luz que los rodea.
Los Hazzergets, carentes de consciencia, comienzan a comportarse de forma errática, como si los empezara a impulsar una fuerza ajena a ellos, como si algo penetrara en sus seres.
Entre los movimientos rápidos de los brazos y de las cabezas, entre los espasmos que se apoderan de los cuerpos, las criaturas comienzan a avanzar hacia las llamas carmesíes sin miedo a ser consumidas.
Después de que varios de estos monstruos se conviertan en polvo a causa del fuego rojizo, los Hazzergets se detienen un segundo, elevan las cabezas y emiten un sonido desgarrador que me obliga a taparme los oídos.
—¡¿Qué demonios están haciendo?! —apenas llego a escuchar el bramido de Athwolyort—. ¡Vamos a cortarles las gargantas para que no puedan seguir chillando!
Giro un poco la cabeza, observo cómo mi compañero también se tapa los oídos, aprieto los dientes y vuelvo a centrar la mirada en las criaturas. Sin dejar de emitir el ruido ensordecedor, de las bocas les comienza a emanar una tenue luz azulada que fluye como si estuviera envuelta en humo hasta elevarse una veintena de metros.
Alzo la vista, la fijo en el objeto que empieza a crearse y, sintiendo cómo se acerca una presencia, grito:
—¡El Atesdurjhar!
Aunque los Hazzergets continúan emitiendo el sonido desgarrador, separo las manos de las orejas, bramo y, mientras los tímpanos revientan y surgen hilillos de sangre por las orejas, canalizo el poder de mi alma e incremento las llamas hasta que devoran a las criaturas.
Exhausto y aturdido, caigo al suelo con apenas tiempo de cubrirme el rostro. Tirado sobre la fría roca de este paraje que representa el poder de Los Asfiuhs, ensordecido, sin poder escuchar las voces de mis amigos, sintiendo un profundo pitido que parece penetrarme el cráneo, noto cómo las pocas energías que me quedan se gastan en mantenerme consciente y en obligar a mis pulmones a seguir respirando.
Al mismo tiempo que Athwolyort me coge del brazo y me ayuda a incorporarme, veo cómo los Hazzergets, convertidos en polvo, vuelven a tomar forma.
—No puede ser... —susurro.
Athwolyort me habla, pero tan solo soy capaz de ver cómo se mueven los labios. Sin fuerzas, agotado, siendo consciente de que no ha servido de nada malgastar mi poder, observo impotente cómo mi compañero se lanza contra las bestias para que no puedan alcanzarme.
Athwolyort es un gran guerrero, uno de los mejores que he conocido, es mucho más fuerte de lo que parece y combate de un modo envidiable, pero, por más que es capaz de frenar una o dos oleadas de estos seres, no será capaz de aguantar mucho.
—Tengo que ayudarte... —mascullo, tratando en vano de ponerme en pie, sintiendo como si tuviera miles de agujas clavadas en los músculos.
Valdhuitrg, con el rostro fatigado, con los ojos mostrando que su poder mengua con rapidez, se pone a mi lado, me mira, dice algo que no puedo escuchar, manifiesta un intenso fuego alrededor de su cuerpo y avanza a combatir junto a Athwolyort.
Mientras los veo luchar, mientras veo cómo poco a poco van perdiendo terreno, noto una presencia desagradablemente familiar y escucho dentro de mi mente:
«Ha llegado el momento, Vagalat. Quería que vivieras más, que fueras testigo de la creación que consumirá todo rastro de luz, del nuevo hogar de una oscuridad eterna, pero mis hermanos quieren que no retrase más tu castigo».
Con el eco de las palabras resonando entre mis pensamientos, alzo un poco la mirada y veo cómo la luz azulada que flota a una veintena de metros empieza a dar forma a El Atesdurjhar.
Sin dejar de observar cómo el rostro cadavérico va materializándose, contesto:
«Para ser seres tan elevados, pecáis de soberbia. Dices que tus hermanos quieren que no retrases mi castigo, pero tendrían que mandarte que los castigaras a ellos por haber dejado que llegáramos aquí. Si tan poderosos sois, ¿cómo es que lo hemos logrado?».
Lentamente, El Atesdurjhar desciende y se posa sobre el suelo rocoso.
«Hay veces que hasta el destino es esquivo con los dioses. Hay veces que la ascuas oscuras guardan secretos que no comparten».
El Atesdurjhar hace un movimiento con la mano y los Hazzergets que combaten contra mis amigos retroceden. Aun sin poder escuchar lo que dice, veo cómo Athwolyort grita y se encara con El Asfiuh.
Después aguantar un par de segundos los chillidos, el ser cadavérico vuelve a mover la mano y mis amigos salen disparados contra la pared rocosa.
—No... —mascullo, aprieto los dientes y, aunque un dolor inmenso se apodera de mis músculos, consigo levantarme—. Pagarás por esto...
El Atesdurjhar camina hacia mí, observándome, adentrándose en lo más profundo de mi ser, escrutando los secretos que guarda mi alma. Cuando casi está a punto de alcanzarme, se detiene, chasquea los dedos huesudos y un intenso dolor se apodera de mis oídos.
Mientras grito forzando tanto las cuerdas vocales que parecen estar a punto de estallar, poco a poco noto cómo se sanan los tímpanos y comienzo a oír mi alarido.
—No podía esperar hasta que tus poderes curativos te devolvieran la facultad de escuchar —me dice El Asfiuh—. Tus habilidades han menguado y no quiero tardar mucho en poner fin a esto. —Dirige la mirada hacia Athwolyort, eleva el brazo y lo atrae hacia él a gran velocidad—. Y, mientras lo hago, quiero que escuches los alaridos de tus amigos. Debes captar todo su dolor. —El Atesdurjhar coge del cuello a mi compañero y comienza a apretarlo con fuerza—. Quiero que sientas cómo has perdido todo, el pasado, el presente y el futuro. Que padezcas por no poder recuperar a tus antiguos hermanos de armas y que sufras por no tener las fuerzas para impedir perder a los que te acompañan ahora.
—¡Déjalo! —bramo amenazante, observando cómo las venas de Athwolyort se hinchan y cómo empieza a perder el conocimiento.
—Está bien. —Lo deja caer y, cuando está en el suelo, le da una patada en el estómago—. ¿Así mejor?
Intento dar un paso, pero, al sentir que las piernas no me obedecen, bajo la vista y veo cómo parte de las extremidades han quedado cubiertas por roca.
—¿Qué has hecho? —Dirijo la mirada hacia sus ojos de energía—. Usar trucos, como siempre. No eres capaz de luchar sin amañar el combate. Tú y los tuyos no solo sois despreciables, además sois unos cobardes que tienen miedo a perder si no manipulan los combates. Los verdaderos dioses luchan con honor, los falsos, como vosotros, con cobardía.
Athwolyort, que no ha llegado a quedarse inconsciente, escupe sangre, lo mira desde el suelo y le dice:
—Por eso nunca podréis ganar, escoria, porque por más que planifiquéis la victoria siempre habrá cosas con las que os será imposible contar.
El Atesdurjhar lo observa sin mostrar ninguna emoción, vuelve a mover la mano y lo lanza de nuevo contra la pared.
—¿Fue un truco usar a tu amigo de piedra para acabar con la luna roja? —me pregunta—. ¿Fue un movimiento desesperado, o quizá fue lo que tenía que pasar? ¿Nunca te has planteado que no venciste aquel día, que no era la hora de dejar atrás la prisión y que tan solo buscábamos desequilibrar la existencia? ¿Nunca has pensado que hiciste justo lo que queríamos que hicieras?
Por un segundo, me mantengo en silencio contemplando su rostro cadavérico y sus ojos de energía. Sin dejar que sus palabras me perturben, contesto:
—Da igual si lo que pasó aquel día formaba parte de vuestro plan. Eso ya no importa. Lo único que importa es que las cosas no os están saliendo cómo planificasteis.
El Atesdurjhar observa a mis compañeros y contesta:
—Debo concederte que no te rindes. —Crea una lanza oscura que flota cerca de él—. Llegado el momento, muchos seres mucho más fuertes que tú suplicaron y pidieron clemencia. —Mueve la mano y el arma vuela a gran velocidad hasta atravesar el pecho de Valdhuitrg e incrustarse en la roca.
—¡No! —bramo, viendo cómo mi compañero sostiene el arma tratando de sacarla de su cuerpo—. ¡Te mataré, maldito Asfiuh! —grito, contemplando cómo brota la sangre del demonio.
—Se acabó, Vagalat —dice El Atesdurjhar—. Tu lucha ha llegado a su fin.
Con los ojos rebosando lágrimas de rabia y odio, lo miro y escupo:
—La lucha no acabará hasta que tú y los tuyos seáis consumidos.
El Atesdurjhar manifiesta otra lanza de energía oscura y la arroja contra mí. Sintiendo cómo me atraviesa las entrañas, notando el cálido tacto de la sangre al descender por la piel, sigo mirándole a los ojos y espeto:
—No vencerás.
Crea otra lanza que me perfora el pecho y logra hacerme tambalear. Aprieto los dientes, lo observo desafiante y, aunque empiezo a marearme, me mantengo firme y aseguro:
—No eres nada. Ni tú ni tus hermanos sois nada.
Arroja dos lanzas que se me incrustan en las piernas y me arrancan algunos gemidos. Tras unos segundos, en los que lucho por aguantar la intensidad del dolor, lo miro y aprieto los dientes.
—¿Eso es todo lo que sabes hacer?
El Atesdurjhar se aproxima, me coge del mentón, da forma a una espada de hueso y dice:
—Era solo una pequeña muestra.
Con un movimiento fugaz, hunde el filo por debajo de la clavícula y eleva la hoja hasta sacarla del cuerpo rajando carne y hueso. Me suelta, retrocede unos pasos, hace que las piedras que me cubren parte de las piernas desaparezca y sentencia:
—Se acabó.
Caigo al suelo, siento cómo mi cuerpo pierde mucha sangre, toso, lo miro y suelto:
—Nunca se acaba. Siempre me levanto y sigo luchando.
Antes de ordenar a las bestias sin mente que acaben conmigo, El Atesdurjhar responde:
—Esta vez no habrá más lucha, Vagalat.
Mientras siento cómo la cabeza empieza a pesarme, mientras escucho a los Hazzergets acercarse, noto la presencia del creador de Ghurakis loco y escucho lo que me susurra al oído:
—Hacía falta que te marcara... Era necesario...
El suelo empieza a temblar y la roca que lo forma se fractura. Por las fisuras que se van creando, emerge una neblina oscura que me alcanza y comienza a condensarse dentro de mí.
El Atesdurjhar me observa sorprendido y suelta:
—Es imposible. Las ascuas oscuras solo responden ante nosotros.
Notando cómo mis heridas sanan y mi poder aumenta, me levanto, miro al ser cadavérico y le digo:
—Has sido engañado. Tú y los tuyos. —Veo cómo el creador de Ghurakis loco toma forma cerca de mí—. No has sido capaz de ver que Dheasthe estaba actuando sin que te dieras cuenta.
—¿Dheasthe? ¿De qué hablas? —suelta confundido.
—Cuando Dheasthe alcanzó el núcleo de vuestro poder, no acabó perdido. Gran parte de su ser ha permanecido vagando en este paraje oscuro.
El Atesdurjhar, que no para de sorprenderse por cómo voy absorbiendo la niebla que emerge de las ascuas oscuras, contesta:
—Dheasthe nunca estuvo aquí.
Pensando en que está mintiendo, señalo al creador de Ghurakis loco y afirmo:
—Sí, estuvo y está. Ha permanecido aquí durante eones.
El Atesdurjhar mira a donde señalo y replica:
—Ahí no hay nadie. Dheasthe tan solo contempló una fisura a nuestro reino. Él nunca pisó las profundidades de nuestro poder.
Muevo la mano y lo lanzo por los aires.
—Cállate ya y deja de mentir.
Me giro, camino rápido hacia mis compañeros y, envuelto por un intenso halo oscuro, uso la fuerza que me inunda para liberarlos y sanarlos. Aunque no soy capaz de hacer que el fuego interior de Valdhuitrg arda de nuevo con fuerza, si logro que la herida desaparezca y que se recupere un poco.
Athwolyort me observa con la ceja enarcada, recoge el hacha del suelo y me pregunta:
—¿Qué demonios está pasando?
Giro un poco la cabeza, señalo a Dheasthe y contesto:
—Él nos está ayudando.
Athwolyort, confundido, mira hacia donde señalo y me dice:
—¿Quién, Vagalat? Ahí no hay nadie.
Alterno la mirada entre mi compañero y el creador de Ghurakis loco y le pregunto a Dheasthe:
—¿Por qué te ocultas?
Dheasthe observa el rostro cargado de ira de El Atesdurjhar, me mira y me dice:
—Ya te lo dije antes, debes aprender a ver más allá de lo que te muestran tus ojos. El tiempo no es más que una ilusión, una entre tantas. Hay muchos caminos, infinidad de senderos que dan forma a la realidad, todos existen y a la vez no. Hay pocos que pueden recorrerlos, trascenderlos y alcanzar los lugares y personas que podrían haber existido.
—No entiendo... —suelto sin llegar a comprenderlo.
—Solo tienes que entender que nada es del todo irreal. Que las ilusiones tienen una base sólida. —Mira a El Atesdurjhar que comienza a caminar hacia mí—. Aprovéchate de eso y vence. Elévate por encima de los ciclos.
Quiero preguntarle más, saber si forma parte de una alucinación o si verdaderamente estoy enfrente de una extraña versión de Dheasthe, pero, antes de que pueda hacerlo, el creador de Ghurakis loco empieza a caminar hacia un cúmulo de niebla grisácea y desaparece de este lugar y puede que de esta realidad.
Sintiendo cómo el poder de El Atesdurjhar se intensifica, notando cómo hace que también crezca el de los Hazzergets, percibo cómo Valdhuitrg posa su mano en mi hombro y escucho lo que me dice:
—No sé qué o a quién has visto, pero, sea lo que sea, nos ha dado una oportunidad. No comprendo por qué eres capaz de canalizar el poder de las ascuas oscuras, pero usemos eso para acabar con estos malditos seres.
Athwolyort se pone a nuestro lado y dice:
—Vagalat, amigo mío, no puedes estar más loco que yo. Quizá has tenido una alucinación, pero qué más da. Lo que importa es que ese delirio nos ha devuelto al combate. —Me mira con la ceja enarcada—. Acabemos con esto y vayamos a por Los Ancestros.
Notando cómo cada vez estoy más conectado con las ascuas oscuras, asiento, aprieto los puños, manifiesto una intensa aura carmesí con tonos negruzcos, miro a El Atesdurjhar y a su ejército y sentencio:
—Veamos si eres capaz de obedecer las órdenes de tus hermanos y no retrasar más mi castigo.
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