Capítulo 25 -Laberinto de ilusiones-
Poco a poco, sintiendo el áspero roce en la piel de un viento cargado con ceniza y brasas apagadas, vamos tomando forma en un paraje que proyecta ruina y caos; un lugar impregnado con los recuerdos de un pasado lejano.
Mientras la materialización se va completando, me volteo y observo el entorno derruido que nos rodea. Extrañado, sin saber dónde estamos ni por qué estamos aquí, me giro, miro a Yhasnet y le pregunto:
—¿Qué es este lugar?
Por unos instantes, el ser fornido inspira con fuerza llenando los pulmones con el aire cargado de diminutas partículas grises. Inmerso en un cúmulo de sensaciones evocadas por la nostalgia, cierra los párpados, canaliza parte de su poder y esclarece la atmósfera del lugar haciendo que desaparezcan la ceniza y las brasas apagadas.
Sumergido en el lazo que lo une a este lugar, abre los ojos, observa las construcciones derruidas, se fija en las grietas que recorren los pocos muros que se mantienen en pie y en cómo de ellas emerge un líquido amarillento y viscoso.
Golpeado por un cúmulo de emociones, baja un poco la cabeza y contempla el suelo cubierto por un moho anaranjado sobre el que revolotean unos diminutos insectos negruzcos. Tras unos segundos, eleva la mirada, la fija en el cielo repleto de nubes de humo y me dice:
—Esto es lo poco que queda en pie del mundo al que llamábamos hogar. —Me mira a los ojos—. Desde aquí, manteníamos el orden de los creadores. Desde aquí, emprendíamos las guerras y celebrábamos las victorias.
Durante unos instantes, observo la ciudad derruida, veo las construcciones que servían de base para el ejército que comandaba Yhasnet y susurro:
—Uno de los mundos creados por los hermanos de Dheaste... —Dirijo la mirada hacia mi compañero fornido—. Un fragmento de lo que fue...
Valdhuitrg se conecta a los restos consumidos del antiguo hogar de Yhasnet y contesta:
—Estamos dentro de un recuerdo descompuesto. —El fornido asiente—. Este lugar no acaba de desaparecer porque existe en tu mente y en la del Ghuraki.
Asimilando que este paraje no es del todo real, que solo es una sombra de un mundo que hace mucho dejó de existir, pregunto:
—¿Usarás este lugar para hablar con El Cazador?
Yhasnet da unos pasos, empieza a buscar algo en medio de la desolación y responde:
—Sí, hablaremos con él aquí, en lo poco que queda en pie de nuestro pasado.
Athwolyort enarca una ceja, se cruza de brazos y suelta:
—Me gustaba más el plan de adentrarse en el campamento de Vhareis y luchar hasta alcanzar al Ghuraki.
Valdhuitrg lo mira y le dice:
—Ya tendremos tiempo de luchar. Ya tendrás tu momento de venganza.
Athwolyort ladea un poco la cabeza, lo observa de reojo y responde:
—Eso espero. No quiero pasar mucho tiempo sin descargar mi frustración en algo real a lo que golpear y no en ahuyentar a fantasmas que revolotean por mi mente.
Aunque no puedo evitar que se hunda dentro de mí el dolor de mi amigo, me centro en la razón de que estemos aquí, me aproximo a Yhasnet y le pregunto:
—¿Qué buscas?
—Los surcos de la mente de Thalhut. —Hace una breve pausa—. Busco los restos de los filamentos que almacenan partes de su ser. Los que dan testimonio de las veces que caminó por nuestro hogar.
Con cierta sorpresa, sabiendo que se refiere a los cordones de luz que señalan los lugares por donde pasamos, aquellos en los que dejamos nuestro rastro, le digo:
—Así que también eres capaz de leer los hilos.
Sin girarse, mirando fijamente hacia un punto donde parte de un muro se ha derrumbado sobre una antigua fuente de piedra, contesta:
—Puedo leerlos, pero también soy capaz de unirme a ellos y alcanzar el lugar donde confluyen. —Se calla un segundo, golpeado por un cúmulo de recuerdos—. Me costó dominar la fusión. Me perdí varias veces entre los restos de los pasados de otros, pero al final logré trascender los senderos y alcancé el origen de nuestras marcas: el alma de fuego azulado del que emanamos.
Valdhuitrg lo contempla en silencio, meditando sobre lo que ha dicho. Tras unos segundos, en los que parece haberse perdido en su mente, susurra:
—El fuego azulado... —Baja un poco las manos y observa cómo la piel se le recubre con una tenue película de llamas rojizas—. Mi abuelo me contó historias sobre el fuego azul, sobre la llama más potente. —Eleva la mirada y la dirige hacia los ojos de Yhasnet—. Siempre creí que era un mito...
El ser fornido niega ligeramente con la cabeza, empieza a caminar hacia la fuente derruida y dice:
—El fuego azul existe, o al menos existió. Puede que sus llamas se hayan extinguido y que los rastros que dejamos ahora solo sean producto de las sombras que proyectamos sobre sus cenizas. —Ladea un poco la cabeza y observa de reojo al demonio—. Pero durante eones proyectó su luz haciendo posible que los filamentos pudieran tomar forma.
Antes de empezar a caminar, Valdhuitrg se queda unos segundos pensando en su abuelo y en las leyendas que le contó.
—Te hubiera gustado saber que era real... —susurra mientras comienza a andar.
Notando como si el fuerte lazo que me unía a Valdhuitrg a través de la cadena se restableciera, como si los eslabones volvieran a fundir nuestras almas y cuerpos, siento el inmenso dolor de sus pérdidas adentrándose en lo más profundo de mi ser.
Al mismo tiempo que experimento ira, culpa y tristeza, Athwolyort se pone a mi lado y me dice:
—Pocas cosas hay que le importen tanto al grandote como su abuelo. —Antes de seguir andando, me mira sin poder ocultar cierta amargura—. Me hubiera gustado conocerlo. Habría sido un honor combatir a su lado y decirle lo bien que crió a su nieto.
—Habría sido un honor combatir a su lado contra los siervos de Los Ancestros... —susurro, contemplando a mis aliados dirigirse hacia la fuente—. Habría estado bien... —Inspiro despacio por la nariz y empiezo a andar—. Quizá en otra vida o en otro universo podamos alzar nuestras armas junto a él.
Tras casi un minuto andando, empiezo a aminorar el paso a medida que me acerco a la fuente. Cuando la alcanzo, veo cómo Yhasnet la observa buscando lo que oculta la piedra. Después de varios segundos en los que no para de examinarla, se agacha, se fija en una diminuta grieta de la que emerge un hilillo de líquido amarillo y dice:
—Los restos se han secado... El paso del tiempo, la destrucción de nuestro hogar y mi descanso han borrado gran parte de las marcas... Aunque aún queda una brizna que alimenta sus sombras... —Extiende la mano y esta se vuelve transparente—. Todavía hay una diminuta esencia de Thalhut y de todos los que pasamos por nuestro antiguo mundo. —Los dedos atraviesan la piedra—. Aún puedo traerte aquí, amigo mío.
Yhasnet coge algo que se esconde en el interior de la fuente, algo brillante, y lo extrae despacio. Cuando saca el puño, se pone de pie y lo abre mostrando una pequeña esfera púrpura.
Comprendiendo que eso es lo único que queda de los rastros que antaño surcaron este lugar, pregunto:
—¿Será suficiente para traerlo aquí?
Antes de que le dé tiempo de contestar, la esfera cambia de color, se vuelve azul, titila, vibra y proyecta por la atmósfera una gran cantidad de energía en forma de pequeños rayos azulados. Sin darnos tiempo de comprender qué está sucediendo, en las afueras de esta pequeña ciudad en ruinas se levanta un viento huracanado que arrastra una inmensa polvareda que no tarda en alcanzarnos.
Cubriéndome los ojos con el antebrazo, bramo:
—¡¿Qué ocurre?!
Yhasnet, al que apenas consigo apreciar los rasgos del rostro entre el polvo, responde:
—Esta esfera no solo contiene los rastros de los que recorrimos nuestro antiguo mundo. También guarda la marca de alguien vinculado al Silencio. —El brillo de la diminuta esfera aumenta—. También encierra una parte que te reclama.
Al mismo tiempo que intento entender por qué se encuentra en la esfera el rastro de alguien unido al Silencio, la potencia del viento crece tanto que, aun forzando los músculos y presionado con todas mis fuerzas el suelo, no puedo evitar que la corriente me arrastre.
Mientras noto cómo el torbellino me separa de mis compañeros, mientras siento cómo ellos están bien, cómo el viento huracanado no les ha afectado y permanecen cerca de la fuente, canalizo la esencia de mi alma, recubro el cuerpo con el aura carmesí, tenso los músculos y produzco un estallido de energía que, por un leve instante, consigue frenar la potencia del viento.
Sin embargo, cuando las llamas carmesíes que me recubren el cuerpo se extinguen, soy golpeado de nuevo por la fuerza del tornado que me eleva alejándome del lugar y adentrándome en un paraje extraño, arrastrándome a un mundo cargado de ilusiones.
***
Desorientado, sin saber el tiempo que ha transcurrido desde que el viento dejó de soplar y me dejó flotando en un inmenso vacío iluminado débilmente por una tenue luz proyectada por pequeñas brasas flotantes, meneo la cabeza, me centro, manifiesto el aura carmesí y la hago crecer hasta que me envuelve a mí y a una gran porción de este lugar.
Sintiendo cómo la fuerza de mi alma se desprende de mí y fluye por el vacío, notando cómo mi poder llega a su cenit, fuerzo los sentido aumentados y alcanzo a ver flotar en la lejanía una roca del tamaño de una pequeña montaña, elevándose y descendiendo despacio en un ciclo sin fin.
Con la vista fijada en esa pequeña isla en medio de un inmenso vacío, concentro parte de mi poder, lanzo un haz y me impulso en dirección hacia la roca. Mientras me desplazo a gran velocidad, por un breve instante, escucho las voces que en algún momento quedaron atrapadas aquí. Sin darles importancia, sin llegar a entenderlas, continúo avanzado hasta que estoy lo suficientemente cerca y me freno con un estallido de energía.
Más despacio, avanzando muy poco a poco, alcanzo el borde de la roca, me aferro a él y trepo hasta quedar de pie sobre la superficie de esta extraña isla flotante. En silencio, observo cómo este lugar es bañado por una cálida luz rojiza que no parece provenir de ningún sitio; la luz es similar a la del sol que baña el mundo de ceniza o a la que proyectaba la luna que orbitaba El Mundo Ghuraki.
Aunque antes de llegar a ella pensaba que la roca sería un paraje yermo, aunque en la distancia la vista me mostraba una inmensa piedra sin rastro de vida, al poco de hallarme sobre su superficie se desvela la verdadera naturaleza de este extraño lugar.
Del suelo, que está cubierto por una fina capa de hierba rojiza, emana una vibración que se extiende por las suelas y me recorre las piernas. Sintiendo cómo sacude mi ser, me miro las manos y ve cómo, por un instante, se tornan trasparentes.
Sorprendido, me quedo varios segundos observando las palmas, atento por si estas vuelven a volverse translúcidas. Cuando la vibración disminuye, bajo los brazos, recorro el entorno con la mirada y susurro:
—¿Qué es este lugar? ¿Cuál es su naturaleza?
Inquieto, doy unos pasos, avanzo pisando la hierba y, delante de mí, a una veintena de metros, comienza a materializarse un gran árbol de finas ramas sin hojas que se extienden en todas direcciones.
Intentando comprender qué significa esta aparición, me fijo en cómo van materializándose una multitud de cuervos de plumajes rojizos. Contemplando cómo las aves se mantienen posadas sobre las ramas, sin moverse, estáticas, dando la impresión de ser estatuas vivientes, suelto:
—¿Qué sois? ¿Qué representáis?
Los cuervos centran sus ojos blanquecinos en mí y graznan. Despacio, elevo la cabeza y veo cómo aletean. Al cabo de unos segundos, observo cómo la luz rojiza que no parece provenir de ningún lugar tiñe el cielo de rojo. Los cuervos, al ver el resplandor, se elevan unidos, creando con su vuelo una energía que desprende varios relámpagos carmesíes.
—¿Qué me queréis decir? —susurro.
Las aves, soltando graznidos que resuenan con fuerza por el vacío, revolotean en círculos. Mientras los cuervos continúan su vuelo, el árbol comienza a crecer y sus ramas se extienden hacia el firmamento.
Sin entender nada, sin comprender qué hago aquí ni cuál es el mensaje que se esconde detrás de lo que estoy viendo, noto cómo una pequeña mano tira de mi pantalón. Al instante, bajo la mirada y observo a una sonriente niña de piel azul ataviada con prendas grises.
—Vagalat, recuerda cuáles son tus raíces —me dice, señalando el árbol—. Alcanza uno de tus mayores secretos, halla lo que esconde y álzate. —Me suelta el pantalón y retrocede un paso—. Los templos son imperecederos.
Sorprendido, me doy cuenta de que es la manifestación de la mujer azul, de cuando era una niña.
—¿Los templos...? —suelto, fijándome en su sonrisa—. ¿El templo del Silencio?
Asiente, se da la vuelta con un giro rápido y comienza a caminar casi como si estuviera danzando. Mientras contemplo cómo sus pies desnudos se funden con la hierba, mientras siento que de alguna forma esta roca es un residuo del templo, mientras veo cómo la niña, los cuervos y el árbol comienzan a descomponerse, siento de nuevo el viento huracanado golpearme el cuerpo.
Siendo incapaz de resistir la corriente de aire, dejo que esta me arrastre, cierro los párpados, no lucho y ordeno mis pensamientos. Los restos de la consciencia de la mujer de piel azul me han traído aquí por una razón. Al sentirme cerca, ella me ha llamado, ha usado gran parte de su energía y ha recreado un escena que, aunque de momento no logro comprender del todo, sé que en un futuro llegará a tener mucha importancia.
***
Cubierto por una arena grisácea compuesta por polvo de ceniza, abro despacio los ojos y escucho cómo me llaman mis compañeros. Mientras lucho contra el cansancio y fuerzo los músculos para levantarme, mientras el polvo resbala por mi piel a medida que me voy a poniendo de pie y se va amontonando hasta llegarme a los tobillos, mientras comienzo a ver que no estamos muy lejos de las ruinas que representan el hogar de Yhasnet y El Cazador, sintiendo cómo las piernas me tiemblan, susurro:
—El templo... El templo nunca ha dejado de existir...
Valdhuitrg, que es el que más rápido avanza, consigue llegar hasta mí, me coge de los brazos, me mira a los ojos y me pregunta:
—¿Estás bien?
Asiento y contesto:
—Sí... He vuelto a ver a la mujer de piel azul... A una versión de ella cuando no era más que una niña... —Hago una pausa mientras ordeno mis pensamientos—. Me ha dicho que los templos son imperecederos.
El demonio baja los brazos, retrocede un par de pasos y suelta:
—Los templos que albergan El Silencio... —Ladea la cabeza—. Quizá sean la causa de que la fuerza ancestral todavía no haya muerto.
Ante de que pueda contestar, Athwolyort nos alcanza, me mira con el ceño fruncido, me señala y espeta:
—Que no se te vuelva a ocurrir dejarte llevar por una tenue brisa. Si mueres, has de morir con la espada en la mano luchando contra Los Ancestros, no sacudido por un vientecito.
No puedo evitar que media sonrisa se me marque en la cara.
—No te preocupes, no me dejaré vencer por el viento, no al menos hasta que hayamos acabado con las imperfecciones.
Athwolyort enarca una ceja, se cruza de brazos y dice:
—Eso espero, que cumplas tu palabra. Si no tendré que ir a buscarte más allá de los pozos de vaho negro para golpearte en la cara antes de traerte de vuelta a la vida y volverte a golpear.
Yhasnet, que llega justo cuando Athwolyort termina de hablar, me mira y dice:
—Alguien estuvo aquí y mezcló parte de su esencia con los rastros de quienes caminaron por mi antiguo mundo. Por lo que he podido ver a través de la energía residual, fue una mujer por la que antaño fluía por sus venas El Silencio, una de las grandes custodias. —Baja la mirada para posarla sobre la esfera de luz que sostiene—. Espero que los últimos reductos de su alma hayan servido para lo que se proponía.
Pensado en ella, viendo cómo el azul que tiñe la esfera desaparece para dejar paso de nuevo al púrpura, inspiro despacio por la nariz y contesto:
—Espero que sí...
Yhasnet, que roza mi mente y alcanza a ver parte de lo que me ha sucedido, centra la vista en las ruinas y dice:
—No esperemos más. —Cierra el puño de golpe, aplasta la esfera, la absorbe en su interior y eleva la mano haciendo que se desprendan de ella una decena de rayos—. ¡Viejo amigo, por nuestro lazo, por nuestra sangre, yo te invoco! —Con un movimiento rápido hunde el puño en la tierra, proyecta la energía de los rastros y brama—: ¡Thalhut, ven a mí!
Durante unos instantes, el cielo se vuelve anaranjado, las nubes de humo dejan escapar una llovizna amarillenta y el suelo tiembla con fuerza. Yhasnet, con el rostro cubierto por algunas gotas que crean finos surcos amarillos en la piel, se pone de pie, se da la vuelta y pronuncia:
—Bienvenido.
A unos metros de nosotros, poco a poco, una niebla púrpura va dando forma a El Cazador. El Ghuraki, confundido, observa a su viejo amigo y le pregunta:
—Yhasnet, ¿qué haces aquí? —Se da la vuelta y contempla las ruinas—. ¿Dónde estamos...? Esto es muy parecido a...
—Nuestro antiguo hogar —completa la frase el ser corpulento—. Es un refugio que anida en lo más profundo de nuestras almas. Es lo poco que se mantiene en pie de nuestro pasado.
Con cierta emoción, cautivado ante la visión de lo que en otro tiempo fue su hogar, El Cazador dice:
—Hace tanto...
—Demasiado —responde Yhasnet, poniéndose a su lado.
El Ghuraki lo observa y pregunta:
—Pero ¿qué hacemos aquí? ¿Por qué has dejado tu descanso?
Con tristeza, el ser fornido sigue contemplando las ruinas y responde:
—Este es un lugar seguro, un lugar donde ellos no podrán penetrar con facilidad. —El Cazador está a punto de seguir preguntándole, pero Yhasnet lo mira a los ojos y añade—: Aquí estaremos seguros de Los Asfiuhs durante un tiempo.
—¿Los Asfiuhs? —suelta el Ghuraki confundido—. ¿Qué quieres decir? ¿Los Asfiuhs han despertado? —El ser corpulento asiente—. Los deidades oscuras... —Baja la mirada—. No puede ser, han acabado escapando de su prisión...
Camino hacia ellos y digo:
—Hace tiempo que lo hicieron. —El Cazador me mira a los ojos—. Hace tiempo que corrompieron a Vhareis y a sus guerreras.
Incrédulo, sin poder aceptar que la mujer a la que juró lealtad esté poseída por Los Asfiuhs, niega:
—Es imposible. Ella proviene de un gran linaje. En sus venas corre la sangre de aquellos que se formaron con el mundo de ceniza. Su alma es incorruptible.
Yhasnet guarda silencio durante unos segundos antes de dirigirse a su amigo:
—En otro tiempo puede que eso fuera verdad, pero, después de que el fuego se extinguiera en el mundo de ceniza, el poder del linaje de Vhareis comenzó a perder fuerza.
Aunque empieza a creer que sea posible que Vhareis esté corrompida, El Cazador se sigue negando a aceptarlo.
—No puede ser... —Mira a su amigo—. Ella tiene todo lo que nosotros no tenemos. Ella... —Se calla al pensar en las extrañas conducta de Vhareis y de sus guardias—. Ella tiene... —Cierra los ojos, deja de rechazar la evidencia y susurra—: Ella tenía... Hasta hace poco tenía todo aquello de lo que nosotros siempre hemos carecido...
Yhasnet pone la mano sobre el hombro de su amigo.
—Incluso las almas puras pueden caer en las fauces de la corrupción. —El Cazador lo mira a los ojos—. Aunque haya dejado de ser la mujer que conociste, a la que juraste lealtad, en algún lugar descansa quien fue, y en los que la conocieron recae la tarea de perpetuar su obra. —Hace una pausa—. Vuelve a combatir a mi lado. Llevemos la guerra al hogar de Los Asfiuhs, destruyámoslos y honremos la memoria de la mujer a la que aún le debes lealtad, la mujer que te guió y te ayudó a superar la caída en el exilio. La mujer que hace tiempo que abandonó el cuerpo que ahora posee una deidad oscura.
El Ghuraki se queda alternando sus pensamientos entre lo que siente por Vhareis, por Yhasnet y la repulsión que le producen Los Asfiuhs. Tras unos instantes, en los que deja que emerjan de su interior un cúmulo de sentimientos enfrentados, observa a su viejo amigo y le dice:
—Tienes razón, no podemos dejar que las deidades oscuras terminen de renacer. No, eso no pasará. —Guarda silencio unos segundos—. Pero le debo mucho a Vhareis, demasiado. Y, aunque es probable que dentro de su cuerpo ya no quede nada de ella, que su alma haya sido consumida, le debo respeto. Lucharé a tu lado, viejo amigo, pero antes tengo que darle una última oportunidad a la mujer que me sacó del abismo.
Yhasnet medita las palabras del Ghuraki, nos mira, vuelve a mirarlo a él y le dice:
—Te escucho.
El Cazador dirige la mirada hacia las ruinas, las contempla en silencio unos segundos y empieza a hablar:
—Crearemos una barrera alrededor de nuestro viejo hogar, haremos que se convierta en una fortaleza, y traeremos a Vhareis aquí. —Ladea un poco la cabeza y observa a Yhasnet—. Se merece que le diga en persona que abandono su lucha.
Cuando Athwolyort se adelanta y está a punto de intervenir, de decir que es una locura, lo freno poniéndole la mano en el hombro, lo miro a los ojos y le digo:
—Sé que es de locos, pero debemos respetar que quiera romper su pacto.
Athwolyort refunfuña, aprieta la empuñadura del hacha con fuerza y replica:
—No va a acabar bien. —Me señala—. Y lo sabes.
Valdhuitrg se acerca hasta nosotros y responde:
—Tienes razón, no acabará bien, pero no podemos obligar al Ghuraki a que luche a nuestro lado si no quiere hacerlo. Y si la única forma de que se una a nosotros es dejándole que hable con Vhareis, tenemos que respetarlo.
Athwolyort inspira con fuerza, nos mira y contesta:
—Me preparé. Voy a inspeccionar bien las ruinas para ver cuáles son los mejores puntos para resistir un ataque. —Empieza a caminar—. Si aparecen miles de guardias y algunos dioses oscuros, será bueno tener un punto desde donde podamos hacerlos sangrar.
Cuando Athwolyort se aleja gruñendo y bordeando a El Cazador y Yhasnet, dirijo la mirada hacia el Ghuraki y le pregunto:
—¿Cómo vas a hacerlo? ¿Cómo vas a blindar este lugar contra el poder de Los Asfiuhs?
El Cazador se mira los brazos, observa algunas de sus venas y contesta:
—Usaremos mi sangre. No nos dará mucho tiempo, pero un ritual con la sangre de uno de los primeros Ghurakis será capaz de detener lo suficiente el poder de Los Asfiuhs.
Yhasnet centra la vista en mí y me dice:
—Si impregnamos bien lo fragmentos de lo que fue nuestro antiguo mundo, uniéndolos a la sangre de Thalhut, podremos traer a Vhareis y sellar las ruinas para que no las alcancen Los Asfiuhs. Arañarán las barreras, intentarán traspasarlas, pero podremos mantenerlas en pie el tiempo suficiente para que Thalhut decline el pacto y rompa su antigua lealtad.
Valdhuitrg empieza a andar y dice:
—Pues hagámoslo. Cuanto antes acabemos con esto, antes podremos alcanzar la fuente del poder de Los Asfiuhs. —Al pasar por al lado del Ghuraki, añade mirándolo a los ojos—: Sé lo mucho que te importa esa mujer, y no dudo que en otro tiempo fue alguien por quien valía la pena morir, pero recuerda que su consciencia ahora está mancilla. Recuerda que ya no queda nada de ella.
Aunque le duele, el Ghuraki asiente y contesta:
—No hay cosa que tenga más presente.
Yhasnet y El Cazador también comienzan a dirigirse hacia las ruinas, ambos cargando con el peso de un pasado marcado por la sangre y de un futuro incierto que probablemente también requiera de sacrificios.
Adentrándome en mis pensamientos, con imágenes de un tiempo que ya no existe, acordándome de mis antiguos hermanos de armas, dejo que una sonrisa triste se apodere de mi cara y susurro:
—Esto acabará y volveremos a luchar juntos...
Casi cuando he alcanzado las ruinas, escucho una risita, me doy la vuelta y veo en la lejanía a la niña de la piel azul. Mientras sonríe, mueve la mano despidiéndose de mí. Le devuelvo la sonrisa, la saludo y murmuro:
—Gracias. Gracias por hacer todo lo posible para darme el mensaje. Acabaré con Los Ancestros y tu vida en el templo volverá a existir.
Tomo aire, contengo las emociones, veo cómo su figura se difumina hasta desaparecer, me doy la vuelta y camino hacia mis compañeros. Al mismo tiempo que observo cómo el Ghuraki se hace un corte en la mano, cómo la aprieta y deja que la sangre resbale por la palma empando el suelo, pregunto:
—¿Qué podemos hacer mientras blindáis el lugar y traéis a Vhareis?
Yhasnet eleva la mirada, contempla el cielo repleto de nubes de humo, examina de nuevo las ruinas, me mira y responde:
—Daré forma a un pórtico que conduzca de vuelta al mundo de ceniza. Mientras Thalhut habla con Vhareis y yo mantengo las barreras cargadas, custodiadlo.
Asiento y, antes de dirigirme hacia Valdhuitrg, contesto:
—Eso haremos.
Cuando alcanzo al demonio, este ojea una última vez a Yhasnet, comprueba que el ritual de sangre comienza a cobrar fuerza, se da la vuelta y me dice:
—Vagalat, si no pueden contener a Los Asfiuhs, nuestra única opción será hacer que explote esta recreación derruida de su antiguo mundo. —Lo miro a los ojos—. Es la única forma de ganar el tiempo suficiente para saltar al mundo de ceniza.
Aunque no me gusta la idea, aunque no quiero imaginarme perdiendo a Yhasnet o a El Cazador, asiento y aseguro:
—Si vemos que Los Asfiuhs rompen las barreras y comienzan a alcanzar este lugar, lo colapsaremos hasta que explote. —Observo cómo Athwolyort está inspeccionando con la mirada algunas calles cercanas—. Pero no nos iremos de aquí sin ellos. El Ghuraki es esencial para alcanzar el núcleo del poder de Los Asfiuhs.
Athwolyort se voltea, nos ve acercarnos y, como si supiera lo que le he comentado a Valdhuitrg, espera hasta que estamos lo suficientemente cerca y me dice:
—Es una locura. Si nos atacan desde todas direcciones, no podremos resistir mucho tiempo. —Señala con el hacha a Yhasnet y a El Cazador—. Y tampoco podremos llegar a ellos. Los perderemos, y con ellos perderemos nuestra única posibilidad de vencer en esta guerra.
Valdhuitrg ladea la cabeza, se mantiene callado unos segundos y contesta:
—Es cierto, es una locura invocar a Vhareis. Pero, aunque no me guste, debemos respetar que antes de unirse a nuestra lucha el Ghuraki quiera romper el lazo de lealtad que lo mantiene fiel a ella.
Athwolyort refunfuña, hunde el filo del hacha en el suelo, da una palmada y responde:
—Pues, viejo amigo, preparémonos para lo peor. —Dirige la mirada hacia El Ghuraki—. Porque de esto no va a salir nada bueno.
Yhasnet nos mira, canaliza parte de su poder y da forma al pórtico que enlaza este paraje de recuerdos con el mundo de ceniza. Apenas ha terminado de formar el portal, un estallido de luz procedente del cielo precede a un sonido atronador. Al poco, otro fogonazo da forma a un relámpago que cae cerca de donde están Yhasnet y El Cazador.
Lentamente, mientras de la tierra ennegrecida que ha recibido el impacto emerge humo, mientras se expande el olor a arena quemada, veo cómo Vhareis va tomando forma. Cuando su rostro queda definido, me doy cuenta de que la líder de los pueblos libres no está sorprendida, al contrario, parece como si esperara este momento.
—¿Por qué has hecho un movimiento tan tonto? —pregunta, mirando a Yhasnet.
El ser fornido no contesta de inmediato, se mantiene inmóvil observándola.
—Es bueno que te lo preguntes. Eso demuestra lo limitado de vuestra presencia más allá de vuestro núcleo de poder.
Vhareis sonríe, dirige la mirada hacia el Cazador, mueve la mano y los ojos del Ghuraki se tornan oscuros.
—Sabías que tu amigo estaba perdido, pero aún así lo invocas, lo traes a este lugar y haces como si no supieras que su alma está corrompida. —Una gran mueca de satisfacción se adueña de su rostro—. Supongo que nuestros hijos no pudieron crear a nadie que tuviera suficiente inteligencia para destacar. Solo supieron dar forma a Ghurakis estúpidos y seres ineptos como tú. —Eleva el brazo y genera unas gruesas cadenas oscuras que inmovilizan a Yhasnet—. Pondré fin a la inútil obra de nuestros descendientes.
Todo pasa tan rápido que no me da tiempo de reaccionar, Vhareis hace un gesto con la cabeza y El Cazador, con los ojos reflejando hasta dónde alcanza la corrupción de su alma, manifiesta una lanza oscura y la incrusta en el pecho de Yhasnet.
—¡No! —bramo y empiezo a correr hacia ellos—. ¡No! —repito, dando forma a Dhagul—. ¡Maldito Ghuraki!
Con el odio poseyéndome, observo la sonrisa de Vhareis, veo cómo eleva las manos y rompe las barreras alrededor de las ruinas y siento cómo Los Asfiuhs empiezan a descender en este mundo.
—¡Maldita bruja! —escupo, sin dejar de correr.
Yhasnet me mira y, con la sangre brotándole por la comisura de los labios, dice:
—Vete... Esta era la única forma de conseguirlo... —El Cazador hunde más el arma—. El único modo...
El ser fornido libera un brazo de las cadenas, agarra al Ghuraki del cuello y empieza a recitar un conjuro en una lengua extraña. Sin entender qué es lo que está haciendo, veo cómo Yhasnet mueve la mano y cómo crea una corriente de aire que me empuja junto a Valdhuitrg y Athwolyort.
—No... —mascullo.
Decenas de guardias de Vhareis se manifiestan cerca de ellos. Aunque el ser fornido recibe varias estocadas en la espalda, termina de recitar el conjuro y la sangre del Cazador que empapó la arena comienza a brillar.
—¿Qué sucede? —suelta Vhareis, apretando los dientes.
Antes de que El Cazador saque el arma del pecho de Yhasnet y se la clave en el rostro acabando con la vida del que fue su viejo amigo, el ser fornido me mira y me dice mentalmente:
«Cuando llegamos aquí, supe que Thalhut había sido corrompido. Los Asfiuhs sabían que querríamos reclutarlo y lo usaron para que nos confiáramos. Si no lo han matado es porque su sangre, aun pudiendo destruirlos, es demasiado valiosa. La usarán, como lo están usando a él...».
Veo cómo el filo de la lanza penetra por el moflete y cómo emerge por el costado del cráneo; impotente, contemplo cómo la vida de Yhasnet se evapora y grito con todas mis fuerzas.
Con la ira poseyéndome, con el odio aferrado a mi mente, elevo las manos, canalizo la energía de mi ser y hago que centenares de rayos carmesíes impacten sobre Vhareis, el Ghuraki y las guardias.
La explosión de poder sorprende en un primer momento a la líder de los pueblos libres, pero cuando comprueba que los rayos apenas han conseguido debilitar las auras oscuras que recubren sus cuerpos, me señala y dice:
—¡Matadlo!
Aunque Valdhuitrg me llama gritando, aunque Athwolyort también lo hace, los ignoro, me aferro a Dhagul y mascullo:
—Venid, aquí estoy.
Mientras centenares de guardias se aproximan, siento una leve brisa acariciarme la cara y escucho la voz que trasporta: las últimas palabras que trasmite la consciencia de Yhasnet antes de desvanecerse por completo.
—No es momento de luchar, el portal que he creado lo he alimentado con la sangre de Thalhut. No es un pórtico que conduce al mundo de ceniza, es un pórtico que lleva al centro del poder de Los Asfiuhs. —A la vez que siento como si Yhasnet me tocara el hombro, escucho lo último que dice—: Siento no luchar a vuestro lado, pero tenía que ser así. Era la única forma de engañarlos... La única forma de usar la sangre de mi viejo amigo...
Con los ojos humedecidos por lágrimas de rabia, sintiendo el dolor por la pérdida continua de aliados, aprieto los dientes, niego con la cabeza, me doy la vuelta y empiezo a correr.
—¡Al portal! —bramo, señalando a mis compañeros que tenemos que alcanzar el pórtico—. ¡Id al portal!
Valdhuitrg, que está cubierto por un mar de llamas rojizas y sostiene la espada de fuego,
observa el portal, siente la energía que emana y contesta:
—El corazón del poder de Los Asfiuhs...
Athwolyort enarca una ceja, mira al demonio, luego dirige la mirada hacia el pórtico y, corriendo hacia él, dice:
—No perdamos más tiempo. Quiero decapitar a las traidoras y al traidor tanto como vosotros, pero tenemos que ganar algo más que la batalla.
Mientras veo cómo Athwolyort se pierde entre el tenue brillo blanquecino del portal, mientras observo cómo Valdhuitrg está a punto de llegar a él, escucho centenares de silbidos surcar el aire, giro un poco la cabeza y veo una lluvia de flechas de energía oscura.
—¡Entra! —bramo, deteniéndome, dando forma al gran escudo carmesí—. ¡Ahora te sigo!
Aunque le cuesta hacerlo, aunque quiere quedarse hasta que yo alcance el portal, el demonio acaba atravesándolo. Sintiendo los impactos de las flechas en el escudo, fuerzo los músculos para que no me empujen al suelo y mascullo:
—No vais a ganar...
En el momento en que la lluvia de saetas cesa, miro a Vhareis que camina entre las guardias y sentencio:
—Esto no ha acabado. Nos volveremos a ver. Y, cuando eso pase, te arrancaré las entrañas.
Vhareis eleva el brazo, concentra una gran cantidad de energía y responde:
—No prometas lo que no puedes cumplir.
Mientras escucho el zumbido que produce la energía que flota alrededor del brazo de Vhareis, mientras escucho el estruendo que generan las gigantescas manifestaciones de Los Asfiuhs alcanzando este mundo, corro los últimos metros que me separan del portal y salto hacia él.
Antes de ser absorbido por el pórtico, lo último que siento es cómo me golpea en la espalda el haz de energía que lanza Vhareis, cómo me quema la piel y cómo me desvía de mis compañeros.
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