Capítulo 20 -Lo que esconde la ceniza-

Antes de que podamos alcanzarla, la mujer de atuendos marrones mueve las manos, se desvanece, hace que los dobles sigan avanzando, se manifiesta en el techo y empieza a correr por él en dirección hacia los restos del cadáver de Urarlais.

Me giro, dejo que mis compañeros se enfrenten con los dobles y me dirijo hacia el otro extremo de la sala, persiguiendo a la mujer.

—No vas a tocarlo —mascullo, intensifico el aura carmesí y lanzo a Dhagul—. No lo mancillarás. —Los destellos del brillo de la espada tiñen las paredes con un fuerte rojo—. No lo permitiré.

Sin detenerse, la mujer gira la cabeza, ve que Dhagul está acercándose, mueve la mano y ralentiza el vuelo del arma. Cuando la hoja está casi a punto de tocarla, posa el dedo en la punta, la frena y se prepara para arrojarla contra mí.

—No... —suelto con la mirada fija en Dhagul, forzando la energía contenida en la espada, haciendo que explote.

La mujer pierde el equilibrio y se desvanece la fuerza o conjuro que le permite caminar por el techo. Mientras desciende, crea una plataforma de energía marrón y cae sobre ella. Apenas impacta, se pone de pie, eleva los brazos, me mira y contemplo cómo su rostro muestra como si estuviera poseída por una fuerza que se mueve más allá de la difusa línea que separa la vida de la muerte.

Sintiendo cómo su poder fluye por el suelo, notando que está a punto de emerger, vuelvo a manifestar a Dhagul, lo clavo en las losas, me apoyo en la empuñadura, hago que estalle y me elevo por la fuerza de la explosión.

Cuando me alzo unos metros, veo cómo se agrieta el suelo y cómo emergen decenas de brazos alargados y esqueléticos que hacen el amago de aferrarse al aire, tratando de cazarme.

«¿Qué eres? —me pregunto mientras redirijo la trayectoria del vuelo—. No eres una magnator, no estás conectada con la fuerza de la vida y la muerte, pero tu poder es demasiado parecido... Tu poder fluye desde ambos lados».

La mujer fija la mirada en mis ojos, me apunta con la mano, crea un disco marrón que flota a unos centímetros de su palma, hace que aumente y lo dispara contra mí.

Cuando el disco está a punto de alcanzarme, al sentir que la energía que propaga es capaz de llegar a quemar parte de mi alma, me cubro con el antebrazo, cierro los párpados y noto cómo toma forma un escudo de energía carmesí que detiene el disco y lo fragmenta en multitud de pedazos que se desvanecen con rapidez.

«¿Cómo...? —me digo sorprendido, al ver que el material del escudo se trasmuta en metal negro—. Es una parte de mí... —Observo cómo se aferran a mi brazo las cintas que me permiten sujetarlo—. Es una parte de mi alma...».

Durante el instante que estoy absorto, contemplando la manifestación de mi ser, la mujer desciende del disco marrón y corre de nuevo hacia Urarlais.

—No —digo mientras me dejo caer y hago que desaparezca el escudo—. No llegarás a sus restos.

Cierro los párpados, pienso en mí, en mi vida, en mis vidas, y noto cómo ya no estoy atado por el pasado, como me he liberado de no saber quién soy.

«Solo soy Vagalat, el niño que se crió con Adalt, el que amó a Ghelit y fue adiestrado por el maestro. —Noto cómo la energía de mi ser aumenta y abro los ojos—. Soy el que acabó con Los Ghurakis y combatió junto a hermanos y hermanas de armas».

La mujer, que siente cómo crece mi poder, se frena, me mira y crea un círculo gigante de energía marrón.

—Soy quien quiero ser —susurro.

Elevo un poco la mano, apunto con ella hacia la protección de la mujer y lanzo un haz que no solo consigue que la sala se torne roja, sino que además logra que tiemblen los cimientos de la construcción.

A mí espalda, al mismo tiempo que el rayo impacta en el círculo marrón y lo destroza, a la vez que alcanza a la mujer y la arroja al suelo, escucho la voz de Valdhuitrg:

—¡Acabad con las sombras! —Siento cómo incrementa el poder de su llama.

Athwolyort grita y lanza el hacha contra una de las dobles. Mientras el arma de mi compañero vuela produciendo un silbido, la guerrera de Vhareis da varias estocadas que atraviesan a otra de las sombras.

—¡Muere! —brama la soldado.

El hermano de la líder de los pueblos libres, que se abalanza adelantando a la guerrera, derriba a una de las representaciones de la mujer de atuendos marrones y usa una débil impregnación energética para mantenerla en el suelo.

Escuchando cómo mis compañeros acaban con la última de los dobles, camino hacia la mujer, veo cómo flexiona los brazos para levantarse y cómo le tiemblan los músculos por el esfuerzo. Con la mirada fija en su rostro, manifiesto a Shaut, lo lanzo y, cuando se clava en el suelo a unos pocos centímetros de ella, le ordeno:

—No te levantes. —Mientras observo los ojos de energía marrón, mientras soy capaz de trascender un poco más allá de la mirada y ver parte de su interior, añado—: Sé que me entiendes. —Doy forma a Dhagul—. Sí te mueves, antes de que puedas volver a atacarme, acabaré contigo. —Cuando estoy lo bastante cerca, le apunto con el filo y le digo—: Quiero respuestas.

Durante unos instantes, permanece en silencio, escrutándome, intentando conectarse con la fuerza que le da su poder, tratando de incrementarlo para conseguir vencerme.

Hauet Dheytre Ghoupra.

Muevo el filo de la espada y lo apoyo en su barbilla.

—Sé que hablas nuestro idioma, el idioma común, la lengua que creó El Silencio. —Presiono el filo un poco en su cuello—. Solo te lo preguntaré una vez, ¿quién eres y por qué estás aquí?

Aunque duda, aunque piensa en quitarse el arma de encima y atacarme, al ver cómo fluye el poder por mi ser, cómo se debilita el suyo y cómo se acercan mis compañeros, al sentir la fuerza de la llama de Valdhuitrg, asiente ligeramente y bajo la espada.

Mientras se prepara para hablar, sus ojos dejan de brillar y puedo ver los iris de un azul celeste que estaban ocultos tras la energía marrón.

—Pertenezco al pueblo de la ceniza. —Me mira a mí y a mis compañeros, nos examina, analiza cada gesto que hacemos—. Y junto con mis hermanas custodiamos los santuarios. —Dirige la mirada hacia la compuerta de la sala—. Nuestra tarea es sagrada.

Apenas se silencian sus palabras, siento una presencia, me doy la vuelta y veo cómo se adentra en la estancia un ser alto. El recién aparecido tiene un aspecto casi metálico, su piel lisa de un débil azul resplandece un poco. La prensas fina que porta, casi trasparentes, se funden con la tonalidad del cuerpo. Es calvo, el único pelo que brota en su cuerpo es el que da forma a una perilla oscura que le bordea los labios. Aunque no tiene una complexión fuerte, aun siendo bastante delgado, el que los huesos se le marquen en la carne consigue que su apariencia sea perturbadora. Su mirada, proyectada a través de dos ojos grisáceos, muestra cómo le alegra que hayamos vencido a la mujer.

Cuando voy a empezar a avanzar, escucho el sonido que produce un objeto energético al surcar el aire. Antes de que me dé tiempo de saber bien qué está pasando, noto cómo se incrusta en mi hombro algo afilado, siento un calor que me abrasa el pecho y soy empujado por la inercia.

Nada más impacto en el suelo, agarro la pieza energética, la saco del hombro, me levanto, abro el puño ensangrentado y dejo que el proyectil caiga al suelo. Mientras escucho el repiqueteo que produce al chocar y rebotar varias veces con las losas, al mismo tiempo que la sangre empapa la ropa y cae por el pecho, centro la mirada en el ser y pregunto:

—¿Quién eres?

Cuando el ser me observa con el rostro inexpresivo, la mujer, que está un par de metros detrás de mí, contesta:

—Es un Ghorghet, un residuo de Los Ethakhors. —Giro un poco la cabeza y la miro de reojo—. Es un eco de su energía, una parte de ellos que no murió cuando fueron devorados por la ceniza. —Los ojos se le vuelven a cubrir con una película brillante de color marrón—. Por eso estoy aquí, para evitar que la grieta siga creciendo y que aparezcan más. —Se da la vuelta y comienza a caminar hacia los restos de Urarlais—. He venido a sellar la brecha que se ha creado antes de que sea tarde.

Al ver cómo se aproxima a lo poco que queda de mi amigo, guiado por un sentimiento que no puedo controlar, manifiesto a Dhagul y le ordeno:

—Detente, no des un paso más.

La mujer me ignora, continúa avanzado y contesta:

—Si no quieres que lo poco que queda de este mundo muera antes de tiempo, céntrate en el Ghorghet mientras me ocupo de la grieta.

Cuando nota que voy a replicar y abalanzarme sobre ella, intensifica el flujo de energía que recibe de una fuerza externa, mueve la mano y crea una barrera que me separa de ella.

Aprieto los dientes, golpeo el muro invisible y bramo:

—¡Déjalo en paz!

Aunque Valdhuitrg tampoco quiere que la mujer se acerque a los restos de Urarlais, aunque le molesta lo que pueda hacer con ellos, fija la mirada en el Ghorghet y dice:

—Están apareciendo más.

Me cuesta darme la vuelta, me cuesta dejar de mirar cómo la mujer se acerca a lo poco que queda de mi amigo, pero no puedo ignorar la amenaza que representan las manifestaciones de la energía residual de Los Ethakhors.

—La energía que manifiestan está aumentando... —mascullo, después de voltearme y centrar la vista en los seres—. Debemos atacar antes de que se hagan más fuertes.

Apenas he acabado de hablar, un proyectil puntiagudo de energía surca el aire y se dirige hacia Athwolyort. A mi compañero apenas le da tiempo de cubrirse el rostro con el hacha, consigue bloquear el ataque, pero el objeto afilado se incrusta en el metal, empuja el arma con fuerza y la arroja contra su frente.

Athwolyort, desorientado, con la sangre brotándole y tiñéndole la cara, retrocede impulsado por la inercia y se golpea de espaldas contra el muro invisible.

Poseído por la rabia, sostengo con fuerza la empuñadura de Dhagul y avanzo con rapidez hacia los seres. Valdhuitrg manifiesta la llama alrededor de su cuerpo y empieza a correr. La guerrera de Vhareis blande las espadas curvas y se une a la carga.

Mientras escucho el sonido que producen las pisadas de mis compañeros, veo cómo los seres elevan las manos y me apuntan con ellas. Las palmas se les iluminan con un potente brillo blanquecino que comienza a dar forma a una gran esfera de energía repleta de púas. Cuando lo lanzan contra mí, me freno, me cubro el rostro con el brazo y, sin darme cuenta, doy forma al escudo que está unido a mi alma.

Al mismo tiempo que escucho cómo el proyectil es frenado por el metal negro, siento cómo emerge un recuerdo oculto que se escondía en la parte más oscura de mi mente. Me veo en una época lejana, una que, aun habiendo dejado de existir, me muestra el nombre que tiene la parte de mi alma que da forma al escudo:

—Shutturt... —susurro, bajo el brazo y vuelvo a correr hacia los seres.

Valdhuitrg intensifica tanto la llama que le recubre el cuerpo que llego a sentir cómo me alcanza el calor que desprende.

—Pongamos fin a esto —dice el demonio, manifestando la espada de fuego.

—Hagámoslo —pronuncio mientras vuelvo a cubrirme con Shutturt y freno varios proyectiles.

Cuando alcanzo a los seres, antes de que uno de ellos logre clavarme una lanza de energía que acaba de manifestar, golpeo el arma con el escudo para desviarla y arrojo a Dhagul contra otro, clavándoselo en el estómago, empujándolo hacia una de las paredes lisas, incrustándola en ella.

Valdhuitrg golpea con la espada de fuego la lanza que ha manifestado otro de los seres, mueve la mano, arroja una llamarada contra un grupo de cuatro y dice:

—Los frenamos, pero su poder no deja de aumentar.

Miro cómo el que he incrustado en la pared coge a Dhagul y lo separa de su cuerpo, observo cómo se sana y contesto:

—La brecha que une la torre con el lugar donde se hallan las esencias de los seres está incrementando el flujo de energía.

Giro un poco la cabeza y veo cómo la mujer de ropajes marrones está canalizando su aura parda sobre los restos de Urarlais. Antes de que me dé tiempo de centrar de nuevo la mirada en los seres, escucho el sonido que produce una de las espadas de la guerrera de Vhareis al surcar el aire. Cuando miro hacia delante, veo el arma clavada en el brazo de un ser, uno que estaba a punto de lanzar una estocada con su lanza.

Cojo el arma del ser, tiro de ella, lo atraigo hacia mí y le golpeo el estómago con la suela. Mientras se encorva, observo a la guerrera, asiento, desincrusto la espada y se la lanzo para que la blanda.

—Gracias —digo, antes de manifestar a Dhagul y clavarlo en la garganta del ser.

Valdhuitrg, que está enfrentándose contra cinco seres, crea un remolino de fuego rojo que los engulle y los abrasa.

—Cada vez aparecen más y son más poderosos. —Intensifica las llamaradas—. Dentro de poco, no seremos capaces de contenerlos. —Agarra a uno de lo seres por la cabeza, aprieta la mano, agrieta un poco el cráneo y lo lanza contra otro que acaba de aparecer—. Por cada uno que derribamos, la brecha deja escapar a muchos más.

El número de los seres se incrementa tanto que tenemos que retroceder ante su envite. Uno tras otro se lanzan contra nosotros atacando con las lanzas. Cuando los rechazamos, otra fila se abalanza y nos obliga a ceder más terreno.

—¡Basta! —bramo y siento cómo las manos se recubren por llamas carmesíes—. ¡Volved al lugar del que estáis emergiendo!

Poso las palmas en el suelo, canalizo la energía de mi alma, noto cómo desde lo más profundo de mi interior fluye lo que antaño formó parte del Silencio, grito y veo cómo decenas de rocas rojizas emergen de las los losas y destrozan a decenas de seres.

—¡Se acabó! —sentencio, sintiendo cómo crece mi poder—. ¡Este mundo ya no es vuestro hogar!

Cierro los ojos, bramo y las rocas se descomponen en miles de fragmentos que estallan y se incrustan en los seres que no han sido alcanzados en el primer ataque. Mientras veo cómo los pequeños proyectiles atraviesan la carne, trituran los huesos y destrozan los cráneos, busco la mente de la mujer, me conecto con ella y le digo:

«Date prisa. Cierra la brecha».

Tras unos segundos, en los que los restos humeantes de las criaturas comienzan a regenerarse, escucho la contestación en mi mente:

«Ya casi está. Tan solo falta convocar a la ceniza».

Me doy la vuelta, la miro y espeto:

«¿Convocar la ceniza?».

Sin decir nada, cortando la conexión que he conseguido entablar con ella, mueve las manos por encima de los restos de Urarlais y estas se cubren por un potente brillo pardo. Ante mi asombro, desata la ceniza extrayéndola del interior del polvo que una vez formó parte del cuerpo de mi amigo.

—¿Cómo puede ser? —susurro perplejo, viendo cómo la mujer se da la vuelta y dirige la arena negra hacia los seres—. Controlas la ceniza... —suelto mientras me giro—. Y esta ha emergido de los restos de Urarlais... ¿Cómo es posible? —susurro, viendo cómo la arena negra descompone a los seres y hace visible la brecha que comunica la torre con el plano de donde emergen.

—Ceniza... —suelta Valdhuitrg, observando cómo los restos de los seres son tragados por la grieta—. Es una con la ceniza... —añade, volteándose, dirigiendo la vista hacia la mujer que baja las manos y extingue los granos de polvo negro—. ¿Cómo puedes controlar la ceniza?

Athwolyort se limpia la sangre que le brota de la frente, mira a la mujer, la señala con el dedo ensangrentado y espeta:

—La ceniza está devorando este mundo. ¿Qué tienes que ver con eso?

Ella le devuelve la mirada, observa cómo resbala la sangre por la cara y contesta:

—No sé por qué estoy conectada a la ceniza. No sé por qué mis hermanas también lo están. Ni siquiera recordamos bien cómo eran nuestras vidas antes de que el polvo negro penetrara en nuestros pulmones y nos trasformara. Tan solo tenemos pequeños recuerdos del mundo antes de que murieran Los Ethakhors y naciera la ceniza. —Dirige la vista hacia Valdhuitrg y luego hacia mí—. Lo que sí sabemos es que debemos contener la energía residual de Los Ethakhors, que de nosotras depende que no renazcan los restos corruptos de los guardianes de la llama y consuman lo poco de la existencia que aún se mantiene en pie.

—¿La existencia? —pregunto.

—Sí —contesta—. La existencia está agonizando, los cimientos de la creación ha caído y el único lugar que resiste la embestida de la corrupción es este mundo. —Me mira a los ojos—. El Silencio se muere, agoniza. Y mientras la fuerza ancestral sucumbe, mientras su obra se descompone, una corrupción engendrada en lo más profundo de la primera fuerza reclama este mundo para consumirlo y destruir el último bastión al que se aferra El Silencio.

Harta, la guerrera de Vhaeris se adelanta hasta quedar casi a la altura de la mujer, eleva una de las espadas, le apunta con ella y escupe:

—Basta de mentiras. La ceniza está consumiendo el mundo, está devorando a nuestros pueblos, se alimenta de ellos y los convierte en sombras que emergen del polvo negro para atacar a los que eran sus seres queridos. —Se aferra a la empuñadura con fuerza—. Creía que la ceniza era una fuerza sin un propósito, algo movido sin rumbo, que se propagaba como una enfermedad sin mente, pero tú me has desmostado que estaba errada. —Aprieta los dientes—. No me engañas, tú y tus hermanas sois las que guiáis la ceniza y engullís nuestros pueblos. Tú eres la culpable.

Antes de que pueda intervenir, cuando la guerrera de Vhareis está a punto de lanzar una estocada, la mujer de ropajes marrones eleva la mano, crea un círculo de energía a unos centímetros de la palma y lo lanza contra la guardia, arrojándola al suelo.

—La ceniza no devora porque necesite hacerlo, la ceniza devora para mantener alejadas a las imperfecciones. La ceniza es la última barrera que se alza en el camino de Los Ancestros —pronuncia mientras baja el brazo.

Al escuchar el nombre de quienes ha pervertido El Silencio, le pregunto:

—¿Qué sabes de Los Ancestros?

Me mira y contesta:

—Sé que la ceniza emergió del mismo lugar del que nacieron Los Ancestros. — Valdhuitrg la observa confundido, pensando en si es posible que las imperfecciones y la ceniza compartan el mismo lugar de origen, y ella le devuelve la mirada—. La llama, este mundo, Los Ancestros y la ceniza están entrelazados. Aquello que ayudó al nacimiento de las imperfecciones jugó con distintas partes de la creación.

Por un segundo, bajo la cabeza y me quedo pensando en lo que acaba de decir.

—¿Aquello que ayudó al nacimiento de Los Ancestros? —susurro y vuelvo a mirar a la mujer—. ¿Qué hizo que nacieran? ¿Qué los ayudó a tomar forma?

Durante unos instantes el silencio de apodera de la estancia.

—Algo o alguien que ha mantenido oculta su presencia durante eones.

Valdhuitrg se sumerge en sus recuerdos, revive el destino de su familia, de su pueblo, de sus aliados y susurra:

—Tanto tiempo combatiendo sin alcanzar la victoria por no comprender que todo estaba relacionado...

Aunque no ha escuchado lo que ha dicho el demonio, Athwolyort se aproxima hacia él y dice:

—Hemos intentado acabar con ellos sin saber cuáles eran sus puntos débiles, sin comprender que su poder es su debilidad. —Valdhuitrg lo mira y asiente—. Están entrelazados con tu esencia, con El Silencio, con este mundo y la ceniza. Debemos golpear lo que tenemos al alcance y debilitarlos. Atraerlos aquí, hacer que lleguen sin todo su poder y acabar de una vez con ellos.

Mientras medito sobre lo que ha dicho mi compañero, me viene a la mente cómo se han mezclado los distintos futuros, pasados y presentes, y murmuro:

—El tiempo... —Los miro y hablo más fuerte—: Los Ancestros también están enlazados al tiempo. Lo están corrompiendo junto al Silencio. Debemos conseguir que se separen de él para que este vuelva a fluir.

Valdhuitrg se queda pensativo.

—Atraerlos a este mundo, destruir la ceniza, la llama, debilitarlos y liberar el tiempo. —Centra la mirada en mis ojos—. Abrir una fisura en la barrera que impide viajar al pasado para que puedas reunirte con tus hermanos y puedas poner fin al inicio de las imperfecciones.

Athwolyort, comprendiendo que la destrucción de la llama conllevaría la muerte de Valdhuitrg, se cruza de brazos y dice:

—Debilitarlos tanto como sea posible. Obligarlos a que se muestren en sus formas primigenias.

Observo al demonio, siento que no teme el sacrificio, que lo desea, que ansia que sirva para poner freno a Los Ancestros y contesto:

—Si los debilitáramos, podríamos hacer algo más que separarlos del tiempo. Podríamos liberar una parte del Silencio, la suficiente para permitirme crear un portal y arrastrarlos por él.

Athwolyort enarca una ceja y dice:

—No entiendo...

Lo miro y contesto:

—No hace falta que murarais, no tenéis por qué caer en este combate. Si El Silencio se libera de la corrupción, si una pequeña parte lo hace, podré dar forma a dos senderos, uno al pasado y otro a un futuro tan remoto que cuando Los Ancestros lo alcancen no podrán hacer nada para evitar que acabemos con su nacimiento. Cuando quieran luchar, ya estaremos erradicándolos de la creación. —Al ver que Valdhuitrg no parece del todo convencido, insisto—: El momento del pasado en el que nacen Los Ancestros está lejos del momento en el que fui atraído hasta el mundo en el que te conocí. Cuando lo alcance, no sabré dónde estarán mis hermanos de armas. —Su rostro me muestra que comienza a plantearse la posibilidad de viajar al pasado—. Nada más que aparezca en ese momento, varios seres detectarán mi presencia y querrán acabar conmigo. La Guerra del Silencio estará en su momento álgido y matarme sería una gran victoria para las fuerzas de Abismo. —Alterno la mirada entre el demonio y Athwolyort—. Os necesito a mi lado. Tenéis que alcanzar el pasado conmigo para que podamos acabar con Los Ancestros.

Valdhuitrg observa los restos de Urarlais, piensa en lo que ha perdido, en lo que le han arrebatado Los Ancestros, se mira la mano, ve cómo se le recubre por una llama rojiza y contesta:

—Vagalat, nada me gustaría más que alcanzar el pasado contigo y combatir a tu lado contra las primeras manifestaciones de la imperfección, pero me temo que mi destino está sellado y que mi lugar está en este mundo conteniendo a Los Ancestros y sus siervos. —Cierra el puño y el fuego se extingue—. Aunque logremos separar el tiempo de las imperfecciones, este seguirá fluctuando alrededor de ellas. —Eleva la mirada y la centra en mis ojos—. La única forma de darte una oportunidad es atrayendo a Los Ancestros y abrasándolos. Quemándolos con el fuego de mi ser. Secando mi alma para que ellos ardan.

Mientras contemplo cómo se plasma la rabia en su rostro, escucho lo que dice Athwolyort:

—Lucharemos el combate que se nos ha privado durante tanto tiempo.

Aunque no quiero aceptarlo, aunque me niego a darme por vencido y deseo seguir insistiendo, no puedo más que asumir que cuando llegue el momento mis hermanos de armas se sacrificarán para que yo tenga una oportunidad de lograr alcanzar el pasado.

El hermano de Vhareis, que ha contenido a la guerrera de su pueblo después de que se levantara, se aproxima, mira a la mujer de ropajes pardos, luego a nosotros y dice:

—Entiendo que la ceniza aparte de asolar el mundo esté conteniendo a unas criaturas poderosas que han destruido grandes porciones de la realidad, pero aunque la naturaleza de la ceniza tenga un propósito más elevado que la destrucción que crea, no podemos dejar que siga devorando los restos del mundo que aún no se han convertido en polvo negro. —Se queda unos instantes pensativo—. Vhareis no tolerará que la salvación del pasado resida en la destrucción del presente.

Apenas termina de hablar, oigo un zumbido, noto cómo vibra el aire, me giro y observo cómo se manifiesta una gran esfera oscura que ocupa gran parte de la sala.

—No, no será tolerado —escucho la voz de Bhogart emerger de la esfera.

Cuando la bola de energía negra comienza a desaparecer, distingo las figuras de Vhaeris, Bhogart, Fatthyarghit y El Cazador. Presintiendo sus intenciones, aprieto los puños de forma inconsciente y clavo la mirada en los ojos Vhaeris.

La guardia de Vhaeris, la que nos ha acompañado en la incursión en el continente devorado por la ceniza, se aproxima a la líder de los pueblos libres, se golpea el pecho con el puño, posa una rodilla en el suelo y le entrega un fragmento de un cristal con restos de Urarlais impregnados.

—Tal como se predijo, los forasteros nos conducirían hasta un durmiente —le dice, inclinando la cabeza.

Vhareis coge el fragmento, lo observa y contesta:

—Estamos más cerca de revertir el cambio. De devolver la vida a este mundo. —Dirige la mirada hacia la mujer de ropajes marrones—. Pronto acabará el reino del polvo negro y comenzará el de mi linaje.

Al sentir cómo se incrementa el poder de Vhareis, al ver que ocultó gran parte de su fuerza cuando estuvimos hablando con ella en su campamento, al darme cuenta de que en lo más profundo de su mente algo oscuro le susurra, me adelanto unos pasos y le pregunto:

—¿Este era tu plan? ¿Dejar que llegáramos hasta nuestro hermano para verlo morir y obtener una parte de él? —Mientras observo su mirada fría, al mismo tiempo que contemplo cómo no ve en mí nada más que a un bárbaro ajeno a su mundo, alguien que tan solo merece una muerte dolorosa, añado—: Sabías que vendríamos, que alcanzaríamos este mundo, que llegaríamos a tu campamento. Lo sabías e interpretaste un papel para que creyéramos que podríamos ser aliados. —Al ver cómo la guardia de Vhareis desenvaina las espadas curvas y camina hacia mí, manifiesto el aura carmesí y a Dhagul—. Da igual el tiempo que pase, da igual la época o el lugar que alcance, siempre me encuentro con seres despreciables que ocultan su naturaleza. —Por un instante, veo a través de la mirada de la líder de los pueblos libres cómo se muestra algo muy antiguo y oscuro—. ¿Hace mucho que Los Ancestros comenzaron a adueñarse de tu mente?

La guardia, que casi ha llegado a mi altura, brama:

—¡Cállate! ¡Bárbaro! ¡Este mundo nunca será tu hogar!

Esquivo las estocadas que da, la miro a los ojos y, mientras canalizo la energía en mi palma y la lanzo contra su barriga, respondo:

—Mi hogar es El Silencio, y El Silencio es todo y está en todos.

La guerrera sale despedida unos metros y cae cerca de Vhareis. La líder de los pueblos libres, después de elevar la mirada y dejar de observar a su guerrera caída, me dice:

—Sí, hace mucho que hice un pacto para salvar a los supervivientes de este mundo consumido, pero no pacté con Los Ancestros. Las imperfecciones son solo peones en el gran plan de aquellos que trascienden la oscuridad. —Los ojos se le iluminan con un intenso verdor—. Hace mucho que he esperado este momento. Hace mucho que he ansiado estar aquí para poder acabar con el reinado de la ceniza. —Eleva la mano y apunta con ella hacia la mujer de ropajes marrones—. Ya solo queda desencadenar el final.

La mujer intenta crear una barrera que la proteja, pero, antes de que pueda hacerlo, Vhareis lanza un haz verduzco que la golpea y comienza a absorberle su esencia. Mientras la perteneciente al pueblo de la ceniza chilla, Valdhuitrg manifiesta las llamas alrededor de su cuerpo, se aferra al haz, chilla y trata de arrancarlo del cuerpo de la mujer.

—No —mascullo y corro hacia Vhareis.

Antes de que pueda alcanzarla, Fatthyarghit mueve la mano, crea unos hilos de energía que se enredan alrededor de mis piernas y me hacen perder el equilibrio. Cuando impacto contra el suelo, intensifico el aura carmesí y consigo que los filamentos exploten. Me levanto, observo con odio a la Ghaste y bramo:

—Vuestra líder está siendo manipulada por fuerzas antiguas.

Durante un instante, en los ojos de Fatthyarghit veo algo que me estremece, algo que me pasó inadvertido. Hace mucho que la Ghaste dejó de existir y que su cuerpo fue ocupado por una entidad que representa a las fuerzas que manipulan a Vhareis.

Mientras camina hacia mí, Bhogart me inmoviliza generando una fuerza que me absorbe la energía. Cuando está a mi lado, me susurra al oído:

—Vagalat, te lo advertí. Te dije lo que pasaría, pero no fuiste capaz de entenderlo. El tiempo no es una prisión. Y gracias a ti, ahora podremos completar nuestro destino sin que nadie pueda impedírnoslo.

Cuando retrocede, aunque no sé quién es, siento que lo conozco y me doy cuenta de que esconde su apariencia bajo el manto de la figura de Bhogart.

—¿Quién eres? —mascullo, tratando de vencer la fatiga que comienza a apoderarse de mí.

Vhareis baja la mano, el haz que proyecta se desvanece, la perteneciente al pueblo de la ceniza se derrumba y la fuerza que me absorbe la energía empieza a disiparse. Mientras me recupero, centro la vista en la líder de los pueblos libres y espeto:

—No has ganado. Acabaré contigo y con la naturaleza oscura que te posee.

Examino con la mirada a quienes se hallan a su lado y observo sorprendido cómo El Cazador parece no estar de acuerdo con lo que está pasando. El Ghuraki me mira y siento cómo alcanza mi mente:

«Hace mucho que no es la mujer que conocí, pero le debo lealtad, a ella y a su causa. Debo hacer lo que haga falta para salvar a su pueblo...».

Notando que nadie se da cuenta del intercambio de pensamientos, respondo:

«La fuerza que se ha adueñado de ella proviene de un lugar remoto y oscuro. No podrás evitar que lo poco que queda de la mujer que conociste desaparezca. Ayúdame a poner fin a esto».

Al mismo tiempo que alcanzo a rozar los sentimientos contradictorios del Ghuraki, escucho lo que me dice mentalmente:

«MI lugar está a su lado. Mientras conserve algo de la mujer que conocí, lucharé por ella y por su causa. —Agacha un poco la cabeza, se pierde en sus pensamientos y añade—: Debo hacerlo...».

Quiero pedirle que recapacite, que piense a donde nos conducirá el que Vhareis siga actuando bajo el influjo de esa fuerza, pero, aunque desearía poder convencerlo, en el fondo sé que el honor lo une a la líder de los pueblos libres de un modo que hace imposible que actúe en su contra aun sabiendo que hay entidades que la están manipulando.

Vhareis, ajena a la conversación telepática que he tenido con el Ghuraki, me mira y dice:

—Quedarás enterrado al igual que el tiempo del que procedes. —Mientras Bhogart crea un portal oscuro a su espalda, mientras quienes acompañan a la líder de los pueblos libres caminan hacia el pórtico, Vhareis eleva la mano y el techo comienza a temblar—. Tú, tus compañeros y lo que representáis os hundiréis junto con esta torre. Los cimientos del nuevo mundo se alzarán sobre vuestros cadáveres.

Antes de que la líder de los pueblos libres continúe destruyendo la construcción, la mujer de los ropajes marrones, muy debilitada, se levanta, observa cómo el hermano de Vhareis camina hacia el pórtico y susurra:

—Sangre del linaje... —Con las pocas fuerzas que le quedan, lanza un tenue haz pardo que alcanza la cabeza del hermano de Vhareis, arrancándole bramidos, obligándolo a caer al suelo—. La sangre del linaje glaurco...

Mientras la hija de la ceniza desfallece, al mismo tiempo que la líder de los pueblos libres mira a su hermano e intenta acercarse a él, manifiesto a Dhagul y lo lanzo. Cuando Vhareis desvía la espada con la mano, al darse cuenta de que los demás han cruzado el portal y que el techo está a punto de ceder, antes de adentrarse en el pórtico y dejar la torre, dice:

—Tu sacrificio será recordado como algo necesario para la supervivencia de nuestro pueblo.

Después de que Vhareis atraviese el portal, las grietas del techo se agrandan y comienzan a caer escombros. Viendo lo debilitado que está Valdhuitrg, cómo le ha extenuado el intentar liberar a la mujer de los ropajes marrones del lazo de energía que lanzó Vhareis, avanzo unos pasos, me coloco en el medio de la estancia, extiendo los brazos, cierro los ojos y busco en lo más profundo de mi ser la fuerza necesaria para no desfallecer y soportar la carga de la torre.

—El tiempo... La creación... el pasado... el futuro... Todo depende de nosotros... —Abro los párpados y siento cómo nace en mi ser una pequeña porción de Silencio—. No moriremos hoy...

Cuando las palabras terminan de silenciarse, escucho cómo la torre se viene abajo y siento la presión de miles de toneladas precipitándose sobre nosotros. 

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