Capítulo 2 -Encadenado-

Desorientado, escuchando risas de niños que suenan en la lejanía, notando el suave tacto de una brisa cálida rozarme la piel y erizarme el vello, oliendo el dulce aroma de una fragancia que se propaga con el viento, empezando a ver las difusas figuras de quienes se hallan delante de mí, parpadeo y me levanto.

«¿Dónde estoy? —me pregunto mientras me miro la mano y contemplo que está creada con energía carmesí—. He salido de mi cuerpo...».

Cuando la visión de las gentes que caminan delante de mí termina de definirse, soy capaz de ver dónde me hallo. Estoy en medio de una gran plaza con una gigantesca fuente que como si fuera un géiser eleva un líquido cargado con una película de energía de color azul claro. Alrededor de las gotas, que se alzan a gran altura y se disipan por el aire, el sol genera pequeños y vibrantes arcos iris. En medio de ese baile de colores, el líquido se termina de descomponer y da forma a tenues nubes de vapor.

Bajo la mirada, observo la superficie de la plaza cubierta por grandes baldosas blancas, me fijo en las personas de piel anaranjada que caminan con atuendos marrones y, recordando a las gentes del poblado, me digo:

«Este lugar... —Vuelvo a centrar la vista en la fuente—. Este lugar es el mundo de los filamentos. —Me doy la vuelta y contemplo los edificios blancos que rodean la plaza y dan forma a una gran ciudad—. Pero... —Observo una construcción que se halla en medio de la urbe: una gigantesca torre oscura que se eleva por encima de ella—. ¿Cuándo fue esto? ¿Cuánto tiempo ha pasado?».

Al sentir una presencia que no vibra a la misma frecuencia que la proyección del recuerdo de este pasado remoto, me volteo y la busco con la mirada. Al ver quién es, al observar en una pequeña calle al hombre mayor que vi en el bosque, al que le falta un ojo y un brazo, un cúmulo de sensaciones y emociones se apoderan de mí.

—¿Quién eres? —susurro—. ¿Cómo puedes estar aquí? —Cuando se da la vuelta y se adentra en la calle, alzo el brazo y bramo—: ¡Espera!

Apenas he dado unos pasos, las baldosas del suelo y los edificios empiezan a fracturarse. Me detengo, observo el cielo volverse rojizo y el líquido de la fuente hervir. Sin entender qué está ocurriendo, siento un fuerte viento propagarse desde la gran torre negra y la miro viendo los haces de energía azulada que emite.

—¿Qué sucede? —Rayos amarillos caen del cielo y golpean a los habitantes de la ciudad lanzándolos al suelo—. ¿Por qué estoy viendo esto? —pregunto, apenado, contemplando cómo la destrucción destroza las vidas de miles de personas—. Siempre soy testigo de catástrofes que no puedo evitar —digo con la tristeza impregnando mis palabras—. Siempre soy testigo del dolor y el sufrimiento de los demás y lo convierto en propio —me lamento, observando cómo de las grietas del suelo emergen gases hirviendo—. Siempre... —murmuro, al ver llorar a una niña que se esfuerza en vano en mover el cuerpo de su madre—. Siempre... —Agacho la cabeza con impotencia—. Siempre... —repito, antes de contemplar cómo los filamentos se propagan por el mundo y lo envuelven.

Mientras la ciudad es devorada, mientras veo cómo la torre negra brilla rodeada con una capa de energía azul claro, mientras siento los gritos y noto la agonía, percibo cómo una lágrima me humedece la mejilla de mi cuerpo físico y escucho el sonido del lazo que me une a él, reclamándome.

—Os vengaré —juro, antes de que todo se desvanezca y mi alma sea sacada de esta proyección de un pasado cargado de dolor y angustia.

***

Me despierto, abro los ojos y no tardo en escuchar los pasos metálicos que producen los guardias al caminar por el pasillo que se halla enfrente de la celda en la que me encuentro. Aunque me duele la cabeza y me cuesta pensar, me es imposible no acordarme de los habitantes famélicos del poblado y de los seres exterminados en el recuerdo del mundo.

Mientras me incorporo y me seco la mejilla que se ha humedecido con una lágrima, siento el frío tacto de unos gruesos grilletes que se me aferran a las muñecas y veo los eslabones que los unen a la pared.

Sin poder desprenderme del dolor por el destino de la gente del poblado, reviviendo también la destrucción de la ciudad y sus habitantes, escuchando el repiqueteo de las cadenas que me aprisionan al caer contra el suelo rocoso, me levanto y me acerco a los barrotes de energía que separan la celda del pasillo.

En el momento en que veo pasar a dos guardias, les dirijo una mirada cargada de odio, poso las manos en las barreras energéticas, aguanto el dolor que me producen las quemaduras en las palmas y les aseguro:

—Os arrancaré las entrañas. A vosotros y a vuestros amos.

Se detienen un segundo, me miran de reojo y vuelven a reemprender la marcha sin decir nada. Separo las manos de los barrotes, huelo el olor a carne quemada y observo la piel hervir. Me han empujado a odiar con fuerza, me han obligado a dejarme llevar por la ira y clamar por venganza, me han recordado que mi lucha no ha hecho más que empezar.

Estoy tan poseído por las emociones que apenas me doy cuenta, pero se empiezan a oír unas fuertes pisadas en la celda que está al otro lado del pasillo, la que se encuentra delante de la mía.

—No sé si es estupidez o valor —dice un prisionero con una fuerte voz—, pero tus palabras me han hecho sonreír. —Posa las manos en los barrotes y escucho el sonido que produce la energía al contactar con su piel—. Nada me gustaría más que arrancarles las entrañas a Los Ancestros. —Salgo de mi abstracción y le miro a los ojos anaranjados—. Es una lástima, humano, que ni tú ni yo podamos hacer más que resignarnos a nuestro destino.

Durante unos instantes, me mantengo en silencio contemplándolo. Es gigante, corpulento, me dobla en tamaño. Excepto en algunas partes de la cara, las manos y las rodillas, en las que la piel es de una tonalidad más oscura, casi negra, en el resto del cuerpo es de un tono rojizo. En la parte baja del tronco, una prenda de metal renegrido se funde con la carne y le cubre la cintura y los cuadriceps. Las uñas, los labios y el pelo son negruzcos. El cabello, que le cae tapándole un poco la frente, bordea la gran cornamenta parda que le nace detrás de las sienes y se extiende rodeando la cabeza antes de acabar en afiladas puntas a un palmo del rostro.

Fijándome en cómo los incisivos inferiores sobresalen y presionan los labios, observando los grandes músculos de los brazos, las piernas y el torso, viendo la mirada que refleja ruina y muerte, me doy cuenta de que el aspecto me ha causado cierta impresión. Hacía tiempo que ningún demonio lo lograba.

—¿Quién eres? —le pregunto mirándolo a lo ojos.

Sonríe, retrocede hasta quedar tapado en la oscuridad de la celda y contesta:

—¿Acaso importa? —Escucho el sonido que producen las cadenas cuando mueve los brazos—. Ya no somos nada. No importa qué fuimos, sino lo que seremos. —Suspira—. Para algunos el futuro es incierto, pero en nuestro caso está sellado.

Al escuchar cómo se sienta en el suelo y ver que se pierde en sus pensamientos, vuelvo a centrar la atención en los barrotes de mi celda y en recuerdos dolorosos. Aprieto los dientes, extiendo el brazo, me concentro y doy forma a Dhagul.

—El futuro no está escrito hasta que se convierte en presente. —Doy un paso y me preparo para lanzar una estocada a la barrera energética—. Alguien sabio solía decirme que somos lo que hacemos. Y yo voy a hacer que la esclavitud sea libertad.

Dirijo la hoja de la espada contra los barrotes y, por un segundo, parece que estos se resquebrajarán. Sin embargo, tras unos instantes en los que forcejeo con la barrera energética, Dhagul explota y me arroja contra la pared.

Mientras me levanto dolorido, el demonio ríe y dice:

—Ese sabio tenía razón, somos lo que hacemos, pero ahora mismo no podemos hacer nada más que someternos. —Vuelve a acercarse a la parte de la celda que la luz deja al descubierto—. Créeme, he intentado de todo para liberarme y dejar este maldito reino de almas varadas en el tiempo. —Guarda silencio unos segundos—. Pero lo único que he conseguido es que en cada ocasión me arrebataran alguna de mis más preciadas posesiones. —Ladea la cabeza—. Se acabó. A partir de ahora no aspiraré a ser más que un encadenado... —Baja la mirada—. La resistencia es inútil.

Voy a hablar con él, a preguntarle qué significa ser un encadenado, pero escucho las pisadas metálicas de varios guardias acercándose y me centro en ellas. Instintivamente, aprieto los puños y, sin darme cuenta, dejo que la rabia se manifieste a través de las facciones de mi rostro.

El demonio que me ve e intuye que quiero luchar, me dice:

—Guarda fuerzas. Las vas a necesitar.

Lo miro de reojo y vuelvo a centrar la mirada en el pasillo.

—No he nacido para dejarme esclavizar. —El demonio camina hacia un lado de la celda y me observa en silencio—. Es una pena que tú sí lo hayas hecho. Quizá es que naciste para que te dominaran.

Aunque la ira y las ansias de venganza que me poseen casi me nublan el juicio, he conseguido mantener cierta calma y lograr lo que quería, he conseguido hacerlo rabiar.

—¡Maldito humano! ¡¿Quién te has creído que eres para hablarme así?! —Pequeñas llamas rojas le recubren el cuerpo—. Soy un nacido de las cenizas. —Me señala—. Y pagarás por tus palabras.

Al frente de los guardias que se aproximan por el pasillo está la mujer de la coraza.

—Pensaba que habías perdido las ganas de luchar, Valdhuitrg —le dice ella—. Los Ancestros estarán contentos de que uno de los antiguos campeones regrese al Ghoarthorg para no mostrar piedad, no dejarse vencer y seguir sirviendo como encadenado.

—Maldita bruja, no lucharé más por sobrevivir —replica, acercando la cara a los barrotes, apretando la piel contra las barreras energéticas—. Solo voy a luchar contra ese humano —añade, a la vez que la carne chisporrotea y el humo se propaga fuera de la celda.

Miro a los ojos de la mujer y le digo:

—Yo sí lucharé, pero tampoco lo haré para sobrevivir, lo haré para matar a Los Ancestros.

Mientras me observa con escepticismo, noto que la fuerza de los barrotes fluctúa, manifiesto el aura carmesí, a Dhagul y lo lanzo contra la barrera energética.

—Es inútil —asegura la mujer—. No te servirá...

Por segunda vez en poco tiempo, vuelvo a callarla con una explosión, los barrotes de mi celda y los de la del demonio estallan. Dirijo la mirada hacia Valdhuitrg, observo cómo se le sana la piel de la cara y le pregunto:

—¿Aún quieres luchar contra mí o prefieres que luchemos juntos? —Intensifico el aura notando que los grilletes y las cadenas han perdido gran parte de la energía que surcaba el metal—. ¿No quieres matar Ancestros? —Hago que los eslabones se despedacen.

—Maldito humano loco. —Sonríe—. Tu plan era hacerme perder la cabeza para que sobrecargara las barreras. —Tensa los músculos de los brazos y los eslabones que están unidos a los grilletes se convierten en polvo—. No saldremos de La Corte, pero podemos acabar con algunos siervos. —Observa con satisfacción a la mujer que se halla aturdida a unos metros de nosotros—. El único lugar por el que se puede dejar este mundo es La Sala de Los Ancestros, pero todas las veces que he logrado escapar del Ghoarthorg, he llegado ahí, he intentado alcanzar las puertas que esconden los senderos a otros mundos y Los Ancestros me han humillado y me han robado posesiones preciadas. —Una mezcla de ira e impotencia se le refleja en el rostro—. Son invencibles...

Le poso la mano en el hombre y le digo:

—Nadie es invencible.

Antes de que me pueda contestar, la mujer que aún se halla aturdida, intenta levantarse y nos amenaza:

—Me encargaré de que lleguéis desechos al Ghoarthorg.

La apunto con la mano, canalizo el poder de mi alma y le lanzo una esfera de energía que la desplaza varios metros por el suelo.

—No harás nada —sentencio.

Una gran sonrisa le surca el rostro al demonio.

—Estás loco. Muy loco. —Dirige la mirada hacia la parte del pasillo contraria a la que aparecieron los guardias—. Y eso me gusta. —Señala el final del corredor—. La Sala de Los Ancestros está por allí. No vamos a vencer, seremos derrotados, pero al menos por una última vez volveré a sentir la ilusión de la libertad. —Después de hablar, Valdhuitrg se adelanta y avanza rápido por el pasillo.

Pensando en que podré enfrentarme a Los Ancestros, a los que creo culpables de la destrucción de este mundo, los que pienso que acabaron con la vida del planeta y sembraron un reino de terror en nombre del silencio, sigo a mi nuevo aliado y me pierdo en mis pensamientos.

Mientras corremos por una gran sala construida con cristales azules, mientras esquivamos las grandes piedras pulidas de tonos claros que flotan y desprenden relámpagos, recuerdo a mis hermanos de guerra y me pregunto dónde estarán y qué estarán haciendo.

«Pronto nos reuniremos. Acabaré con el terror que se apoderado de este mundo y recorreré La Convergencia para encontraros».

Cuando estamos a punto de alcanzar una gran compuerta compuesta de cristales rojos, sin detenerse, Valdhuitrg gira la cabeza, me mira y dice:

—Tras esa entrada se halla La Sala de Los Ancestros.

Afirmo con la cabeza, intensifico el aura carmesí y aprieto con fuerza la empuñadura de Dhagul. Alzo la mano, me preparo para canalizar la energía del alma y abrirnos paso, pero la compuerta se desvanece antes de que me dé tiempo de proyectar un haz.

Nos detenemos y contemplamos la inmensa estancia de paredes cristalinas que brillan tenuemente con un tono verduzco. Valdhuitrg aprieta los dientes, avanza un par de pasos y, con la mirada fija en un gran trono de cristal azul que se alza en la parte alta de la sala, escupe con rabia:

—¡Maldito! —Camina sin dejar de mirar al ser que se halla sentado, inmóvil, en unión con el trono y la estancia—. ¿Esta vez te dignarás a ser tú el que arrebate una parte de mi ser? —Señala a un hombre corpulento de piel pálida que porta una armadura similar a la de la mujer—. ¿O volverás a mandar a un peón?

Me adelanto, pongo la mano en el pecho de mi aliado y lo freno. Va a replicar, pero lo miro a los ojos y le recuerdo que no está solo. Le cuesta, duda, aunque al final gruñe y asiente.

En silencio, avanzo y observo al hombre de piel pálida. Al tener la cabeza afeitada y no portar casco, quedan a la vista las extrañas marcas místicas de la frente, las sienes y la coronilla. La barba rubia recogida en pequeñas trenzas le cae hasta la altura del pecho. Blande una gran maza que parece estar hecha del mismo material que la gruesa armadura con inscripciones en una lengua arcana que le cubre el cuerpo.

Me detengo y desplazo la mirada de sus ojos brillantes de energía azul claro hacia el ser que se halla sentado en el trono. Este parece estar fundido con la armadura de metal y cristal verde que le da forma. Intento comprender qué es, si es una manifestación de alguna fuerza arcana, pero lo único que logro es ver el interior del armazón a través las partes claras de la coraza.

—¿Es un Ancestro? —le pregunto a Valdhuitrg, sin dejar de observar el intenso fulgor verduzco que escapa de algunas piezas de la armadura.

—Es lo más cercano que llegaremos a estar de un Ancestro. Es su siervo más elevado. Al que le dieron forma con partes de su propia esencia.

Escucho cómo se acercan las pisadas de la mujer de la coraza y las de algunos guardias.

—Os haré sufrir —promete la sierva mientras entra en la sala.

Antes de girarme y enfrentarla, vuelvo a observar al hombre y al enviado de Los Ancestros. Poseen demasiado poder, he de combatirlos luego.

—Ya te he tumbado tres veces —le digo a la mujer, me concentro y canalizo más cantidad de la energía del alma—. La próxima vez haré más que eso.

Golpeo la espalda de mi aliado para que se prepare y avanzo. Cuando estoy delante de la sierva, me pongo en guardia y me dispongo a esquivar el ataque. Sin embargo, antes de que pueda hacerlo, siento cómo se incrementa su poder de tal modo que apenas me da tiempo de virar un poco.

—No eres nada en comparación con Los Ancestros. —Me golpea el pecho, me fuerza a encorvarme y obliga a mi alma a abandonar el cuerpo.

Sin entender cómo ha sido capaz de separarme de mi espíritu, sin poder moverme, observo cómo la mujer coge la representación carmesí de mi ser y camina alejándola de mí. Cuanto más lejos está, más débil me siento y más me cuesta mantenerme en pie.

—Basta... —suelto casi sin fuerzas.

Ella ríe.

—No, no es suficiente.

Me cuesta, pero elevo la mano, me concentro y llamo a Laht. Extrañada, la mujer siente cómo vibra mi alma y cómo se comprime para dar forma al cuervo sagrado.

—Ven a mí... —susurro.

Laht grazna, vuela y se funde con mi ser.

«Gracias, fiel amigo».

Inspiro con fuerza, siento cómo recupero el poder y me lanzo contra la mujer poseído por una intensa rabia. Antes de que ella pueda hacer nada, la golpeo en el pecho, le agrieto la armadura y la lanzo por los aires.

Escucho las fuertes pisadas del hombre de la maza y también la voz de Valdhuitrg:

—Veamos si esta vez eres capaz de tumbarme.

Me giro, veo al demonio golpear la armadura del siervo de Los Ancestros y conseguir hacerlo retroceder un poco. Sin dejar de sentir una profunda ira, avanzo con la intención de ayudar a mi aliado.

—Pongamos fin a esto —digo, saltando, con el puño envuelto en energía carmesí.

El hombre me mira, me examina y me deja caer esquivando el puñetazo.

—Ghoarthorg —pronuncia una fuerza invisible con una voz atronadora.

Al mismo tiempo que la maza se recubre con una película de energía azul claro, al siervo se le iluminan más los ojos. Antes de que podamos volver a atacarlo, baja el arma con rapidez, golpea el suelo y genera una onda que nos derriba y nos arrastra por el suelo.

Aunque me cuesta, me incorporo y veo cómo se manifiesta una sombra de energía.

—¿Qué eres? —mascullo.

La criatura eleva la mano y me enmudece. Valdhuitrg intenta levantarse, pero el ser lo paraliza.

«¿Qué sucede?» me pregunto al sentir un intenso calor en la muñeca.

Giro la cabeza y observo cómo en el aire, entre Valdhuitrg y yo, va tomando forma una gruesa cadena roja que desprende llamaradas de la misma tonalidad.

«¡¿Qué nos están haciendo?!».

Cuando siento el metal hundirse en la carne, fundiendo los eslabones a mi ser, cuando observo la mueca de dolor de mi aliado al ser encadenado a mí, recupero la voz y grito.

El calor es tan desgarrador que los intensos chillidos que produzco resuenan con fuerza en la sala.

La mujer se acerca, me mira y sonríe.

—¿Veamos cuánto aguantas en el Ghoarthorg? —Me golpea en la mandíbula—. Disfrutaré viéndote caer.

El proceso que me ha unido a Valdhuitrg acaba y me deja dolorido y exhausto. He sido un necio, he pensado que podría vencer con facilidad a estos seres, que podría vengar a los masacrados, pero ahora me doy cuenta de que la victoria sobre Los Ghurakis me ha hecho bajar la guardia.

No soy tan fuerte como creía, aún me queda mucho que aprender, mucho por descubrir, todavía soy una sombra de lo que debo ser...

—Ghoarthorg —vuelve a pronunciar la fuerza invisible.

He sido derrotado, pero no ha sido en vano. Esto me servirá para no volver a confiarme y actuar midiendo mis pasos. Sé que algún día regresaré aquí, a esta sala, y vengaré a los caídos.

Con la satisfacción de saber que esto es solo el comienzo, sin prestar atención al aire que me golpea y me empuja despacio, miro a la criatura de energía, al ser del trono y prometo:

—Cuando vuelva a veros, sufriréis mucho y moriréis lentamente.

La cadena brilla y nos arrastra a Valdhuitrg y a mí hacia un pórtico que se halla a nuestra espalda. Antes de que la oscuridad nos engulla y nos alejemos de La Sala de Los Ancestros, escucho las risas de la mujer de la coraza.

Cuando la negrura nos envuelve, cierro los ojos, dejo que el vórtice tire de mí y pienso:

«La guerra no ha hecho más que empezar».

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top