Capítulo 19 -La esencia del mensaje-

Avanzamos inmersos en una gigantesca tormenta de arena negra, envueltos por millones de granos oscuros que se elevan centenares de metros, arañando la atmósfera, desgarrándola, chocando los unos con los otros, produciendo chispas que descienden en forma de pequeños rayos casi invisibles, destellos que no tardan en transformarse en partículas opacas que golpean el suelo y hacen que emerja más arena.

Aunque caminamos protegidos por la llama de Valdhuitrg, por el fuego que emite un potente brillo que tiñe de rojo las proximidades de la tormenta y pulveriza los granos oscuros, nos es difícil ver más allá de las llamaradas.

No sé el tiempo que llevamos avanzando por este temporal de ceniza, no sé cuánta distancia hemos recorrido, lo único que sé es que la energía distante que palpita débilmente, la que estamos siguiendo desde que pisamos este continente devorado por el polvo negro, parece cambiar la forma en la que vibra, casi como si quisiera decirnos algo.

Mientras observo los granos impactar contra las llamas y desvanecer produciendo pequeños estallidos de luz, Valdhuitrg eleva el brazo y aumenta la intensidad del fuego hasta cubrir una gran porción de terreno.

Cuando el entorno que nos rodea va quedando a la vista, vislumbro un paisaje macabro cargado de restos de animales gigantes y fragmentos de grandes troncos.

—La ceniza ha devorado el mundo... —susurro un pensamiento.

Las manadas que quedaron atrapadas cuando descendió la lluvia de polvo negro no están descompuestas, la carne se halla algo corroída, pero de alguna forma la ceniza evita que se extienda la putrefacción.

Si no fuera porque la muerte se refleja en las miradas vacías y en los cuerpos agarrotados y cargados de dolor, daría la impresión de que las presas que fueron cazadas desprevenidas por la ceniza se hallan en un profundo letargo.

Dirigiendo la vista hacia delante, observando de reojo los restos de los grandes árboles que alguna vez se alzaron hundiendo sus raíces en esta tierra muerta, pienso en la fuerza de la ceniza, en cómo se funde con el mundo y cómo lo devora, y me digo:

«Debemos encontrar las construcciones de Los Ethakhors. No podemos perder más tiempo».

Valdhuitrg, casi como si hubiera sido capaz de oír mis pensamientos, señala una zona donde la tormenta pierde fuerza y me dice:

—La energía proviene de ahí.

Asiento, sigo andando en silencio y giro un poco la cabeza para contemplar al resto del grupo. Athwolyort camina con el ceño fruncido y los puños apretados, se nota lo mucho que le incomoda estar rodeado por una fuerza destructora a la que no puede hacer frente. Detrás de él, están la mejor guerrera de Vhareis y el hermano de la líder de los pueblos libres. Aunque la soldado refleja cierta intranquilidad ante la amenaza que representa la ceniza, el hermano de Vhareis camina sin mostrar la más mínima preocupación, casi como si le divirtiera verse rodeado por una inmensa tormenta de arena negra.

Observándolos, fijándome en los ropajes y botas de metal cobrizo que porta la guerrera, en la piel verde, la melena castaña y los rasgos suaves que contrastan con la dureza de su carácter, en las espadas curvas que lleva envainadas, viendo al hermano de Vhareis apenas ataviado con un par de prendas, una resquebrajada que le cubre parte del pecho y el torso y otra que cae de la cintura y le alcanza la parte alta de los cuadriceps, ojeando cómo anda con los pies desnudos, no puedo evitar pensar en que el destino siempre me junta con extraños aliados.

Mientras vuelvo a centrar la vista al frente, escucho el sonido de un trueno y siento cómo retumba la atmósfera. Cuando parece que la tormenta está a punto de recrudecerse, un rayo de luz se abre paso en medio de la inmensa negrura que nos rodea. Alzo la mirada y poco a poco veo cómo va quedando a la vista el cielo rojizo.

Después de avanzar una veintena de metros, dejamos atrás la tormenta de arena, llegamos a un gran claro y comprobamos que ni el suelo ni la atmósfera están corrompidos.

A lo lejos, en medio de este espacio libre de ceniza, se halla una torre gris de paredes lisas que se eleva casi hasta alcanzar el firmamento; la construcción apenas muestra los signos de siglos de abandono.

Me separo de Valdhuitrg que ha empezado a disminuir su llama, me agacho, toco el suelo y me conecto con la tierra que pisamos. Al mismo tiempo que alzo un poco la cabeza y centro la mirada en la torre, mientras observo de reojo cómo la hierba de un color rojizo brota y recubre el terreno, aseguro:

—La tierra que rodea la torre nunca ha estado en contacto con la ceniza. —Me levanto—. El polvo negro no ha sido capaz de alcanzarla y acabar con la vida.

Antes de decir nada, Valdhuitrg guarda silencio unos segundos, contemplando la torre.

—Averigüemos por qué la ceniza no ha podido engullir esta parte del mundo.

Cierro los ojos, elevo el brazo, manifiesto a Laht y digo:

—Hagámoslo. —El cuervo sagrado grazna, mueve las alas y empieza a volar—. Vamos, viejo amigo. Muéstrame la torre.

Ni Valdhuitrg ni el hermano de Vhareis ni la guerrera se sorprenden ante la aparición de Laht. En cambio, Athwolyort se acerca, alterna la mirada entre el cuervo sagrado y yo, enarca una ceja y me pregunta:

—¿Cómo demonios eres capaz de conjurar un pollo negro que vuela?

Sonrío.

—Veo que en tu mundo no existen los cuervos —contesto, antes de empezar a caminar hacia la torre.

—¿Cuervos? —suelta extrañado, observando cómo Laht surca el cielo—. No, en mi mundo no hay ninguna ave negra. Hay ratas negras, pero no aves. —Gruñe y comienza a andar—. ¿Cuervos? Qué animales más extraños... —Antes de superar la capa de nubes que oculta la parte más alta de la torre, Laht produce un estallido rojizo—. Animales realmente extraños...

Mientras media sonrisa se me marca en el rostro, me acerco a Valdhuitrg y le digo:

—La energía que percibíamos, la que parecía provenir de aquí, se ha desvanecido. —Me quedo unos segundos observando la construcción—. Y la torre no emite ninguna. —Miro de reojo a mi compañero—. Algo en su interior se mantiene oculto, algo que ha sido capaz de frenar la ceniza.

El demonio olfatea, mantiene la mirada fija en los muros lisos, analizando la estructura de la construcción y contesta:

—No capto ningún rastro. —Gira un poco la cabeza y contempla cómo a cierta distancia la tormenta es contenida—. Pero sí que debe de haber algo dentro que haya hecho que la ceniza no sea capaz de alcanzar la torre. —Vuelve a mirar al frente—. Algo o alguien ha mantenido este lugar a salvo.

En silencio, observando cómo el viento mece la hierba que ha crecido cuando nos hemos adentrado en el claro, sintiendo el tacto de la brisa y cómo los rayos del sol rojo calientan mi piel, camino junto a mi hermano de armas pensando en qué es lo que mantendrá alejado al polvo negro.

Mientras caminamos acercándonos a la torre, mantengo la mirada fija en los gruesos muros alisados que dan forma a la construcción. Al mismo tiempo que observo una reliquia de un tiempo remoto que hace mucho que llegó a su fin, pienso en los misteriosos Ethakhors y en si de verdad conocían un modo de vencer a Los Ancestros.

«Un mundo arrasado por la ceniza.... Un mundo consumido por una fuerza nacida de una llama extinta... —Alzo la vista y vislumbro el brillo que produce Laht al descender por la capa de nubes—. ¿Por qué querían que llegáramos aquí? ¿Es la ceniza la clave para vencer a Los Ancestros? —Miro a Valdhuitrg y siento cómo prende con fuerza el fuego dentro de su ser—. Puede que tu llama sea la respuesta... Puede que sea lo que me permita alcanzar el pasado... —Por unos instantes, el demonio y yo cruzamos las miradas—. Puede que tu fuego sea lo que consuma a Los Ancestros... Puede que siempre hallas sido la clave para lograr la victoria...».

Mientras aún me mantengo pensando en el papel de mi hermano de armas en la guerra contra las imperfecciones, escucho cómo se adelanta Athwolyort, cómo alcanza uno de los muros de la torre y cómo dice:

—Esta maldita cosa no tiene entrada.

Cierro los ojos, me conecto con Laht y siento cómo el cuervo sagrado vuelva bordeando la construcción. A la vez que me hallo unido a él, veo a través de sus ojos y me cercioro de que no hay ninguna entrada. Los muros, que se elevan hasta sobrepasar la capa de nubes, no tienen siquiera ventanas u orificios que muestren el interior.

Al mismo tiempo que abro los párpados y le ordeno a Laht que vuelve hasta la parte más alta de la torre, aseguro:

—No hay ninguna entrada ni ningún orificio en las paredes. —Alzo la vista y veo cómo el cuervo sagrado se pierde en la capa de nubes—. Laht me dirá qué hay en la parte más alta de la torre.

Mientras Valdhuitrg asiente y se queda observando los muros lisos, tratando de averiguar qué hay tras ellos, me agacho, poso la mano sobre la hierba, siento cómo está algo humedecida y me conecto con el entorno.

Después de un instante, percibo que gran parte de la construcción se hunde en las entrañas de la tierra. Aunque lo que más me llama la atención es que, por un segundo, siento un palpitación energética que sin conocerla me resulta familiar.

—No entiendo... —susurro, intentando en vano saber a quién pertenece ese pequeño crepitar energético.

Me levanto y me doy cuenta de que mis compañeros no han sentido ese impulso que se ha propagado a través de la tierra. Cuando estoy a punto de hablar y decirles lo que he percibido, parte de la pared se ilumina con un potente brillo blanco que nos obliga a cubrimos la cara.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Valdhuitrg, bajando el antebrazo.

Me fijo en el trozo del muro que se ha iluminado, veo el hacha de Athwolyort en el suelo, busco a mi compañero con la mirada y, al no encontrarlo, me acerco con rapidez a la pared.

Al tocar el material alisado que da forma a la torre, siento que de alguna forma ha sido capaz de atravesarlo.

«¿Cómo lo has hecho? ¿Has creado una entrada?».

Envuelto por fuertes llamaradas, Valdhuitrg golpea la pared y brama:

—¡Ábrete!

La guerrera de Vhareis desenfunda sus espadas curvas, se acerca y empieza a dar tajos a los muros lisos. Mientras los observo, mientras veo cómo la histeria se adueña de ellos, mientras contemplo cómo también posee al hermano de Vhareis que corre hacia la construcción insultándola, me pregunto:

«¿Qué os pasa? —Me miro las manos y veo cómo resplandece una fina capa de energía carmesí—. ¿Por qué a mí no me afecta? ¿Por qué no pierdo el control?».

Escucho una siniestra risa lejana, dirijo la mirada hacia la tormenta de arena negra y veo a una figura difusa de ojos rojos. Apenas percibo los contornos, pero, durante un segundo, soy capaz de apreciar cómo eleva el dedo índice y lo posa en los labios.

«¿Qué eres?» me digo, tratando de distinguirlo mejor antes de que desaparezca.

Siento una brisa helada y escucho unos susurros que son movidos por el viento:

Muerte... La muerte del Silencio...

Al oír las palabras, un escalofrío me recorre la columna. La naturaleza de la aparición y los susurros me intranquilizan.

«¿La muerte del Silencio?» repito, al mismo tiempo que un potente brillo emerge de la construcción y deja el interior de la torre a la vista.

Athwolyort, que de alguna forma ha sido capaz de crear una entrada, mira a mis compañeros, se acerca y, enarcando una ceja, les dice:

—¿Os habéis vuelto locos? —Recoge el hacha del suelo, se da la vuelta y vuelve a adentrarse en la construcción—. No me había pasado nada. Escuché una voz que me dijo que posara la mano en una parte del muro y eso abrió la entrada. —Se detiene en medio de una pequeña sala de paredes lisas y resplandecientes que sirve de nexo con el resto de la construcción y añade girando la cabeza—: ¿Qué os ha pasado?

Valdhuitrg, que ha retomado el control, mira sus puños envueltos en llamas, centra la vista en Athwolyort y contesta:

—Algo me ha imbuido con un sentimiento de rabia. Algo ha sido capaz de anularme y llenarme de una furia insaciable.

—Sí... —dice la guerrera mientras envaina las espadas—. Yo también he sufrido un ansía que me nublaba la mente.

El hermano de Vhareis no dice nada, se queda pensativo, con la mirada ausente. Es como si lo que ha pasado no le afectara, como si no le preocupara el haber sido poseído por un impulso incontrolable.

Aunque esa rabia enfermiza no se ha adueñado de mí, estoy como ellos, preguntándome qué ha pasado, qué era esa figura y si los susurros de verdad me trasmitían que el Silencio está muriendo.

Cuando Valdhuitrg empieza a andar, aun hallándome sacudido por las dudas, intento centrarme, me adentro en la torre y examino unas escaleras que ascienden y otras que descienden.

Me cuesta, tengo demasiado presente lo que acabo de vivir, pero al final logro anteponer el deseo de encontrar un modo de vencer a Los Ancestros a la incertidumbre que se sigue aferrando a mí.

Al alcanzar las dos escaleras, me detengo, siento cómo Laht vuela hacia mí por la entrada, muevo el brazo y dejo que se pose sobre él. Una vez la energía del cuervo sagrado se fusiona con mi alma, digo:

—Laht se ha alzado lo más que ha podido, pero no ha encontrado nada en la parte más alta de la torre. Esta se eleva por encima de la atmósfera y se adentra en el vacío. —Los ojos se me recubren con una película de energía carmesí—. Podríamos dividirnos y buscar en las dos direcciones. —Gracias a los sentidos aumentados, me fijo en los tenues restos de unas pisadas en los escalones que se hunden en las entrañas de la torre—. Aunque tengo la sensación de que es en la parte baja de la construcción donde encontraremos las respuestas que buscamos.

Giro un poco la cabeza, observo a mis compañeros, me fijo en el rostro de Valdhuitrg, veo cómo asiente y empiezo a descender los escalones. Cuando he bajado un pequeño tramo de las escaleras que comienzan a serpentear, cuando estoy a punto de alzar la mano para crear varias esferas de luz, las paredes lisas de un azul apagado comienzan a emitir un brillo que ilumina el camino que conduce a la parte más profunda de la construcción.

Mientras escucho los pasos de mis compañeros, mientras percibo los pensamientos que les surcan las mentes, veo cómo el pasillo de escaleras se hace mucho más ancho.

En silencio, contemplando cómo el sendero de escalones ha dejado de serpentear y desciende recto hacia una antesala cubierta de cristales azules que se hallan incrustados en una gran compuerta, escucho cómo se aproximan los pasos de Valdhuitrg y veo cómo el demonio se pone a mi lado.

Tras unos instantes, en los que ambos permanecemos examinando el acceso sellado, pensando en que detrás él quizá encontremos un modo de vencer a Los Ancestros y las respuestas a lo que nos ha pasado, el demonio me dice:

—Este lugar ha sido moldeado por algo o alguien. —Ladea un poco la cabeza, olfatea y observa el tenue brillo que emerge de las paredes lisas—. La construcción tiene dos impregnaciones, una muy antigua que debe de ser de Los Ethakhors y otra de muchos menos milenios. —Vuelve a mirar la entrada obstruida—. Dos rastros de energía que se han alineado.

Me concentro, siento las tenues vibraciones que emiten los cristales adheridos a la entrada, percibo cómo se propaga la energía por ellos, noto cómo se adentra en la compuerta y contesto:

—Sí, hay una marca residual que parece provenir de Los Ethakhors y otra no tan antigua que pertenece a otro ser.

Athwolyort se acerca, nos mira, nos señala con el dedo y dice:

—Da igual quién o qué se apoderó de la torre. Lo que importa es si podemos encontrar algo que nos sirva para hacer frente a Los Ancestros.

Antes de que pueda contestar, siento un fuerte pinchazo en las sienes que me obliga a apretarlas con las manos. Junto al intenso dolor, percibo un cansancio que no es mío, uno que no me pertenece pero que se proyecta con fuerza dentro de mi ser. Durante unos instantes, siento una fatiga provocada por milenios de extenuación.

—¿Qué pasa? —me pregunta Athwolyort.

Aprieto los dientes, me encorvo y lucho para soportar el fuerte pinchazo. Valdhuitrg se aproxima y dice:

—Vagalat, ¿qué ocurre?

Después de unos instantes, cuando noto cómo disminuye el dolor, contesto:

—He sentido... —Tengo que callar para coger aire—. He sentido una presencia muy antigua. —Miro a mis compañeros—. Un ser agotado.

—¿Un ser agotado? —repite Athwolyort mientras la guerrera y el hermano de Vhareis se ponen a nuestro lado.

Apenas se silencian las palabras de mi compañero, los cristales que cubren la compuerta comienzan a agrietarse y a caer en pedazos al suelo. Durante varios segundos, el crujido de las grietas quebrando el cristal se adueña de la estancia.

Una vez los cristales no son más que polvo transparente y el ruido se ha desvanecido, nos acercamos a la compuerta, inspeccionamos la entrada y vemos que en el material liso que le da forma hay bastantes símbolos grabados.

Me giro, dirijo la mirada hacia la guerrera y le pregunto:

—¿Sabes qué significa?

La mujer se adelanta un paso y observa las formas talladas.

—Son parecidos a los símbolos usados por los antiguos Ghasrte, los primeros que empezaron a servir al linaje glaurco.

—¿A los antepasados de Vhareis? —pregunta Valdhuitrg.

—Sí —contesta el hermano de la líder de los pueblos libres—. Se parecen a los símbolos que usaban antiguamente los Ghasrte que ayudaron a mis antepasados. —Durante unos segundos, permanece callado, con la mirada fija en la compuerta—. La mayoría son indescifrables, pero ese me recuerda a uno que usa Fatthyarghit —señala una silueta de trazos zigzagueantes con una esfera en el centro.

Athwolyort contempla el símbolo y pregunta:

—¿Qué significa?

La guardia observa de reojo a Athwolyort y contesta:

—Es muy parecido a uno que significa ausencia de vida y muerte.

—¿Ausencia de vida y muerte? —repito, dejando de mirar el símbolo, contemplando los restos de los cristales que sellaban la entrada, viendo cómo reflejan el brillo que producen las paredes—. Ausencia de vida y muerte —vuelvo a decir mientras me agacho y toco el polvo cristalino—. Quizá el lenguaje ha sido modificado por quien creó los cristales. —Me levanto—. Quizá la ceniza no ha alcanzado este lugar por Los Ethakhors, sino por quien ocupó la torre después de que se extinguieran. —Dirijo la mirada de nuevo hacia el extraño símbolo—. Puede que alguien tallara esto para nosotros, y que por eso los cristales empezaran a agrietarse al percibir nuestra presencia.

Valdhuitrg asiente y contesta:

—Sí, podría ser que alguien nos enviara un mensaje desde pasado.

Al ver cómo el demonio y yo nos quedamos meditando sobre esa posibilidad, cansado de esperar, Athwolyort comienza a andar y dice:

—Dejémonos de palabrería y golpeemos la compuerta hasta que se abra.

Cuando mi compañero está a punto de apoyarse en el material que da forma a la entrada, cuando apenas faltan unos centímetros para que sus yemas lo alcancen, en el momento en que se prepara para lanzar el hacha con la otra mano, la compuerta comienza a abrirse despacio.

Con cierta frustración, Athwolyort gruñe y baja el arma. Sin poder evitar que por un instante media sonrisa se me marque en la cara, avanzo pisando el polvo cristalino, haciéndolo crujir con cada paso, y me adentro en una sala en la que la oscuridad no permite apreciar más que las partes del suelo, las paredes y el techo cercanas a la compuerta.

Al percibir un débil sonido, uno que proviene del otro extremo de la estancia, creo varias esferas de luz que se elevan y proyectan un gran brillo. Mientras alzo un poco la cabeza, al mismo tiempo que la oscuridad comienza a retroceder, contemplo los grandes cristales azules que se han adueñado de la estancia incrustándose en los muros, en el suelo y en el techo.

A la vez que el fulgor de las esferas se sigue propagando, dejando a la vista la parte más lejana de la sala, me fijo en cómo la superficie de los cristales comienza a emitir un tenue brillo. Despacio, dirijo la mirada hacia la pared que se halla al fondo y veo a alguien que está fusionado con una construcción cristalina que emerge del muro.

—¿Quién eres...? —susurro, observando cómo la barbilla cae sobre el pecho y cómo tanto el rostro como el cuerpo quedan cubiertos por sombras y ropajes de un azul apagado—. ¿Por qué siento que te conozco? —me pregunto murmurando.

Valdhuitrg olfatea y dice:

—Es extraño... Es como si su esencia me fuera familiar, pero cuando la huelo no se asemeja a ninguna que conozca. —Hace una pausa—. ¿Quién o qué eres?

Athwolyort observa los cristales y suelta:

—Sea quien sea, debe ser el que ha moldeado el interior de la torre. —Centra la vista en el ser y nos dice—: Acerquémonos para ver quién es.

Después de que Athwolyort avance unos pasos, las paredes, los cristales y el ser comienzan a brillar con un fulgor azul que nos obliga a girar un poco las cabezas.

—¿Eres...? —susurro, cubriéndome los ojos con el antebrazo—. ¿Eres tú? —pregunto mientras siento por un instante la esencia de un viejo amigo en lo más profundo de la energía que recorre la sala.

Cuando el brillo cesa, bajo el antebrazo, dirijo la mirada hacia el fondo de la estancia y me quedo perplejo al ver cómo el que está fusionado con los cristales levanta la cabeza dejando sus rasgos a la vista.

—Urarlais, eres tú —hablo sin poder contener la emoción, impregnando mis palabras con el dolor que me produce verlo con la piel agrietada y el rostro consumido.

Mientras nos acercamos a él, escuchamos la debilidad que desprende su voz:

—Al fin habéis llegado... —Se nota lo mucho que le cuesta hablar y cómo su esencia se diluye cada vez que mueve los labios—. Os llevo esperando mucho...

Cuando estoy lo bastante cerca, al observar cómo los cristales se le hunden en la carne, al ver cómo los ojos han perdido el fuerte brillo que emitían la última vez que estuve junto a él, le digo:

—¿Qué te pasó? ¿Cuánto llevas aquí?

Despacio, con la vida escapándosele con cada palabra, comienza a hablar:

—Cuando finalizó el conjuro en las ruinas, antes de que la explosión nos desplazara a este mundo, uno de mis antiguos hermanos usó la corrupción del Silencio para infectar mi alma. —Baja un poco la cabeza y contempla los cristales que emergen de su carne—. Me contaminó para que acabara siendo un siervo más de las imperfecciones. —Su mirada trasmite mucha tristeza—. Pero pude resistirme.

Valdhuitrg se acerca a Urarlais y le pregunta:

—¿Qué pasó entonces? ¿Cómo acabaste en este lugar?

Urarlais eleva la vista y la centra en el rostro del demonio.

—No podía permitir que la trasformación se completara. —Mueve la cabeza y me mira—. No podía permitir convertirme en un arma de Los Ancestros. —Observa a Athwolyort—. No podía aparecer en la misma época que vosotros. —Vuelve a contemplar los cristales y guarda silencio unos instantes—. Por eso usé la fuerza del Silencio que aún se hallaba dentro de mi ser para modificar el conjuro, para que el pórtico me llevara a otro lugar. —Ojea la estancia con la mirada perdida—. Lástima que ya no había más sitio que alcanzar, que el único lugar que aún existe es este mundo. —Despacio, intenta dejar atrás los recuerdos dolorosos—. Al menos llegué en una época muy distante a la vuestra.

Siendo testigo de cómo el luchar contra la corrupción lo ha llevado al borde la muerte, sintiendo un gran dolor por su destino, le digo:

—No vamos a dejar que mueras por culpa de Los Ancestros.

Urarlais me mira a los ojos.

—Ya es tarde... Lo fue en el momento en que me contagiaron...

Valdhuitrg, sin poder ocultar la rabia que siente, aprieta los dientes y masculla:

—Les haremos pagar por tu sufrimiento. Los destrozaremos.

Urarlais dirige la mirada al centro de la sala y dice:

—No os preocupéis por mí. Mi vida está unida al Silencio. Aunque deje de existir, si la fuerza ancestral se ve libre de la corrupción, volveré a renacer dentro de ella y permaneceré durmiendo en su interior. —Escucho un ruido, me giro y observo cómo se abre el suelo y cómo emerge un gran objeto hexagonal—. Tenéis que acabar lo que empezamos en el Ghoarthorg. Tenéis que liberar al Silencio.

Cuando el objeto termina de emerger, me fijo en las paredes lisas de un intenso azul, en los símbolos tallados que las cubren, siento una leve conexión con El Silencio y aseguro:

—Venceremos. —Me doy la vuelta y lo miro a los ojos—. Lo haremos y renacerás.

Afirma ligeramente con la cabeza.

—El destino de lo que existe está en vuestras manos. —Dirige la mirada hacia la figura hexagonal—. He aguantado más de lo que creía, pensaba que no os llegaría a ver, por eso guardé lo poco que descubrí en una esencia incorrupta.

Urarlais cierra los ojos y siento cómo la poca energía que aún permanece sustentando su alma sale de su cuerpo, se proyecta en el objeto y hace que comience a girar. Con pena, viendo cómo su cabeza cae y cómo su barbilla se frena en el pecho, susurro:

—Pronto volverás a estar entre nosotros. Libraremos al Silencio de la corrupción y renacerás. Te lo prometo.

Valdhuitrg lo observa y pronuncia con rabia:

—Lo vengaremos. Los Ancestros pagarán por lo que han hecho.

Durante unos segundos, guardamos respeto por un compañero caído. Tras ese tiempo, escuchamos un zumbido y oímos cómo Athwolyort dice:

—Mirad.

Me giro y contemplo cómo se separan las paredes del objeto, dejando a la vista el interior repleto de pequeñas piezas rectangulares brillantes que flotan y proyectan pequeños rayos de luz azulada.

—Es una proyección de la energía del Silencio, una proyección pura, libre de corrupción —susurro mientras me aproximo hasta casi alcanzarlo.

En el momento en que mis compañeros llegan a mi altura, se escucha otro zumbido, el brillo de las piezas disminuye y se propaga una inmensa paz que alcanza lo más profundo de nuestras almas.

—¿Energía del Silencio? ¿En estado puro? —pregunta Valdhuitrg sin dejar de mirar el interior del objeto.

Athwolyort, que contempla con cierto asombro cómo las piezas desprenden pequeños rayos, suelta:

—Es parecida a la esencia de Los Ancestros. —Extiende la mano y siente cómo vibra el aire que rodea el objeto—. Pero proyecta algo que no existe en el interior de las imperfecciones.

Sintiendo cómo me llama esta pequeña porción de la fuerza ancestral, cómo susurra mi nombre y me pide que avance, doy unos pasos, manifiesto el aura carmesí y pronuncio imbuido por la energía que se adentra en mi ser:

—El Silencio es perfección. —Los rayos que se desprenden de las piezas se alinean y se unen a la energía de mi alma—. Este es el estado de Silencio, paz y armonía. —Cierro los ojos y me dejo invadir por una intensa sensación de bienestar—. No sé cómo Los Ancestros lograron corromper una naturaleza perfecta. —Percibiendo lo que me trasmite este pequeña parte de la fuerza ancestral, abro los párpados, me doy la vuelta, miro a mis compañeros y añado—: Urarlais logró guardar un mensaje en este pequeño reducto del Silencio.

Sintiendo cómo las llamas del aura carmesí se alzan alrededor de mi cuerpo y arden con fuerza, elevo un brazo, muevo la mano y doy forma a lo que Urarlais dejó para nosotros.

Poco a poco, el entorno que nos rodea va cambiando de forma, los cristales incrustados en la construcción se van tiñendo con tonos oscuros, las paredes comienzan a desaparecer y el vacío se adueña del lugar.

Cuando el negro termina de apoderarse de la estancia, una tenue luz emerge en la negrura y comienza a titilar. Despacio, como si coloreara la escena que quiere mostrarnos, el resplandor va dando forma a una gran sala de paredes y suelo similares a las del interior de la torre.

En el momento en el que la inmensa habitación acaba de tomar forma, unas siluetas blancas empiezan a aparecer en la estancia. Apenas pasa un segundo, en la parte más alejada de la sala se manifiesta un gran objeto ovalado de metal rojo en el que arde un fuego azulado.

Al ver que las figuras blancas dejan de resplandecer, observo cómo se trasforman en hombres y mujeres ataviados con ropajes blancos que se hunden en sus carnes y susurro:

—Los Ethakhors...

Con un último estallido, la energía del silencio que contenía el interior del objeto pone en marcha la escena y se diluye dejando de existir. El tiempo empieza a moverse, la llama del fondo de la estancia también y no tardamos en escuchar lo que dice una de Los Ethakhors:

—Es demasiado arriesgado, podemos poner en peligro la existencia. —Intento verle el rostro, pero la capucha se lo cubre; la única parte del cuerpo que queda a la vista son las manos que muestran una piel arrugada, como si hubiera sido quemada—. Aunque los hilos que dan forma a la creación aún se mantienen unidos, nuestros actos podrían acabar fracturando aún más los cimientos del Silencio.

Durante unos segundos, Los Ethakhors permanecen callados, sopesando las palabras de su hermana.

—Sé que es arriesgado, Mastare —contesta uno, fijando su mirada en la llama azul—. Podríamos acelerar el colapso de este mundo, e incluso del Silencio. Pero, ¿tenemos derecho a permanecer escondidos mientras nuestro tiempo se extingue y nuestra llama perece?

Los Ethakhors agachan un poco la cabeza y se quedan inmóviles; es como si trascendieran este plano y pudieran conectarse con el tiempo para ver más allá de las barreras del presente, pasado y futuro.

Tras unos instantes, Mastare, la Ethakhor que habló primero, rompe el estado de trance y pregunta:

—¿Qué propones, Juagthet? —Mira al que está contemplando la llama—. Nuestro destino y el de este mundo está sellado.

—Quizá... —El Ethakhor se da la vuelta y centra la mirada en ella—. Puede que estemos condenados a convertirnos en ceniza, eso no cambiará, pero podemos ayudar a reescribir la Historia. Podemos viajar al pasado remoto para darle una oportunidad a los que quieran aceptarla.

Mastare permanece en silencio.

—Atravesar los acantilados nos consumiría. —Observa la llama—. Y sin nosotros, los restos del fuego se apagarían con rapidez.

Una Ethakhor, que se halla casi en uno de los extremos de la sala, avanza unos pasos y dice:

—Si nos quedamos aquí, lo único que lograremos será retrasar la extinción del fuego. Podemos alargar su agonía varios milenios, podemos avivar la brasa una vez se apague, pero no somos los portadores de la llama.

Durante unos segundos, se mantienen inmóviles con las cabezas un poco agachadas.

—El dilema es complejo... —contesta otro de Los Ethakhors—. Hagamos lo que hagamos, estamos condenados. La imperfección se ha propagado por los cimientos de la creación y nada ni nadie puede frenarla.

Juagthet mira al que ha acaba de hablar y responde:

—Puede que halla algunos que sí que puedan evitarlo. —Despacio, todos centran la mirada en él—. Por sí solo, nadie puede frenar la corrupción, pero un grupo de seres actuando en distintos lugares, creando ondas que se extiendan por el tiempo, quizá sí que puedan lograr poner freno a la imperfección.

Mastare vuelve a observar la llama y dice:

—Habría que hacer algo más que atravesar los acantilados, habría que intervenir en muchas épocas remotas, dejando pequeñas semillas para que brotaran sin que pareciera que intervenimos. —Durante unos instantes, Los Ethakhors parecen volver a trascender—. De hacerlo, debemos llevarlo a cabo sin que lo que provoquemos nos devoré antes de que el tiempo empiece a cambiar. Hay que mantener vivos distintos pasados, presentes y futuros. Hemos de abrir Los Senderos al Infinito.

Como si fueran un eco, sin entender por qué parece tener tanto significado para mí, dentro de mi mente se repiten las últimas palabras:

«Los Senderos al Infinito...».

El crepitar del fuego se intensifica y una brisa empuja una neblina oscura que se propaga con rapidez por la estancia. En el momento en que la sala está cubierta por ese vaho, negro y podrido, este se trasforma en un polvo que desciende y se posa sobre el suelo cubriendo parte de las piernas de Los Ethakhors.

Cuando estoy a punto de girarme para ver el lugar por dónde ha penetrado la neblina, siento como si algo helado me atravesara el alma y veo cómo pasa por mi lado una figura casi transparente con algunos destellos azules en los contornos.

«¿Qué eres?» me pregunto, al mismo tiempo que aumenta la sensación de gelidez.

Imperturbables, Los Ethakhors observan al ser que se acerca a ellos.

—¿Cómo osas profanar la morada de la llama? —le dice Maraste.

Durante unos segundos, la figura permanece en silencio.

—Mentiría si dijera que siento ser yo la portadora de los designios de los amos.

Poco a poco, la recién aparecida deja de estar camuflada bajo un manto transparente y su figura atlética queda casi por completo al descubierto. Las prendas que porta apenas le cubren pequeñas partes del cuerpo. La piel, de un intenso verde con zonas surcadas con líneas negras, es muy lisa, como si estuviera estirada. La melena, que le cae hasta media espalda, parece estar compuesta de filamentos metálicos enroscados. Aunque lo que más me llama la atención es cómo de algunos músculos emergen unas cadenas oscuras que se aferran al cuerpo, rodeándolo y engrandeciéndolo.

Juagthet avanza unos pasos, la mira y dice:

—Vienes como esclava de una fuerza que ha corroído tu alma. Como un recipiente vacío, carente de espíritu. —Los demás Ethakhors observan en silencio cómo su hermano se encara con la recién aparecida—. Los susurros en sueños me advirtieron de que osarías enfrentarte a nosotros. De que las imperfecciones te enviarían.

Antes de contestar, la mujer de la que emergen cadenas gira un poco la cabeza y puedo ver parte de su rostro. Como si le hubieran arrancado la carne de la cara, el hueso rojo del cráneo queda al descubierto dándole un aspecto cadavérico.

—Tú y tus susurros sois pasado. —Deja caer las manos y manifiesta unos látigos compuestos por pequeñas cabezas monstruosas que no paran de abrir y cerrar las bocas—. Las voces han sido acalladas y mis amos, como hicieron varias veces antes, de nuevo retornarán a este mundo.

Extrañado, me digo:

«Dijeron que Los Ancestros solo consiguieron alcanzar este mundo una vez...».

La mujer lanza los látigos contra un Ethakhor y estos se enrollan en el cuerpo arrancándole la carne.

—Vuestro poder mengua mientras el de mis amos crece.

Maraste observa cómo su hermano es devorado por las cabezas de las armas, mira la llama del final de la estancia, dirige la mirada hacia Juagthet y asiente.

—Viaja —le dice—. Altera el tiempo. —Cuando la mujer recoge los látigos y los lanza contra Maraste, esta se da la vuelta, eleva la mano y los detiene en el aire—. Tu poder aumenta y el nuestro decrece, tus amos son poderosos, pero aún no son lo suficientemente fuertes para vencernos. —Mira de reojo a Juagthet y vuelve a asentir—. Todavía contamos con armas que las imperfecciones desconocen. Ni siquiera tus amos podrán atravesar con facilidad la ceniza.

Mientras observo cómo Juagthet toca la pieza metálica donde arde la llama, mientras veo cómo el fuego comienza a apagarse y su energía se traspasa al Ethakhor, me doy cuenta de lo que está a punto de pasar y me digo:

«Creasteis la ceniza para viajar al pasado y para frenar a Los Ancestros».

Una vez que las llamas dejan de danzar y el fuego se reduce a tan solo unas pocas brasas agonizantes, Juagthet se da la vuelta, contempla a sus hermanos y hermanas y dice:

—Que la llama arda.

La mujer de rostro cadavérico grita de rabia.

—¡No, no vais a impedir que mis amos pisen de nuevo este mundo!

Al mismo tiempo que Juagthet comienza a desvanecerse, Maraste dice:

—No, no podemos impedirlo, pero podemos retrasarlo. —Baja las manos y los látigos que se habían mantenido flotando caen al suelo—. La ceniza les impedirá llegar aquí.

Cuando las brasas se apagan, de la pieza de metal emerge un humo negro que no tarda en convertirse en un polvo tan denso como el que atravesamos en la tormenta de arena.

Al darse cuenta de que la ceniza se va a extender por la sala y va a consumir a Los Ethakhors y a ella, la mujer de rostro cadavérico suelta las armas y corre. Sin embargo, apenas ha conseguido alejarse unos pasos, el polvo oscuro la envuelve y la consume.

Cuando lo que nos rodea se vuelve a tornar negro, cuando la proyección comienza a desvanecerse, me digo:

«La ceniza nació para frenar a Los Ancestros...».

Una vez se vuelve a hacer visible la estancia de los cristales, observo el cadáver de Urarlais, veo cómo se agrieta, cómo se convierte en polvo azul y digo:

—¿Cómo lo supiste? ¿Cómo averiguaste el origen de la ceniza?

Valdhuitrg, que todavía está meditando sobre lo que acabamos de ver, susurra:

—Así comenzó todo...

La más afectada, la guerrera de Vhareis, niega con la cabeza y dice:

—No, no puede ser. La ceniza fue obra de ellos... —Mira al hermano de Vhareis—. Debemos volver, debemos informar.

El hermano permanece unos segundos en silencio y asiente.

—Mi hermana debe saberlo. Esto cambia el destino de los pueblos libres. Se debe fortalece la coalición antes de que sucumba.

Antes de que me dé tiempo de hablar, escucho lo que dice Athwolyort:

—Tenemos compañía. —Me giro, lo observo blandiendo el hacha y también veo a quien se está adentrando en la sala—. Dime que eres una sierva de Los Ancestros. Dame ese placer —pronuncia aferrándose al arma.

Contemplo cómo se acerca una mujer con apariencia humana, ropajes pardos y los brazos y palmas envueltas por vendas del mismo color; la prenda holgada que le cubre el tronco acaba en una capucha que cae sobre la cabeza oscureciendo el rostro, haciendo que destaquen aún más los brillantes ojos marrones.

—¿Quién eres? —pregunta Valdhuitrg adelantándose unos pasos.

La mujer se mueve proyectando una fuerza externa a ella, alza un poco las manos, crea unos círculos marrones delante de las palmas, nos mira y dice:

Yhaert Deguard Ghirotrtreh.

Al sentir cómo bulle el poder en su interior, al sentir cómo no para de crecer, me preparo para atacar, manifiesto a Dhagul y les advierto a mis compañeros:

—Tened cuidado, es más poderosa de lo que parece.

Cuando mis hermanos de armas se preparan para atacar, la mujer mueve las manos y crea varias figuras brillantes de tonos pardos iguales a ella que se posicionan a su lado.

«¿Quién eres?» me pregunto antes de que se abalance contra nosotros rodeada por sus dobles.

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