Capítulo 18 -La ceniza y la llama extinta-

Cuando el portal se cierra y la luz que proyecta se termina de desvanecer, veo cómo ha cambiado el entorno. Aunque no he sentido más que un leve zumbido durante el tránsito, en ese segundo en el que mi cuerpo ha vibrado, hemos sido trasladados a una zona muy alejada del cráter, dejando atrás un paraje casi yermo compuesto por roca rojiza para ir a parar a un lugar con un paisaje más vivo.

Mientras el animal que monto avanza golpeando el suelo con fuerza, elevo la cabeza, me fijo en el cielo rojizo y en las nubes de tonos apagados que quedan teñidas con la luz carmesí.

Observando la belleza de un firmamento bañado en varios rojos, veo cómo una gran criatura desciende un poco por debajo de la capa de nubes y cómo queda a la vista la forma alargada de su cabeza. Durante un breve instante, contemplo cómo resaltan los ojos de un azul apagado en la piel de un añil mucho más vivo. Antes de que se eleve y vuelva a quedar oculto, rozo la mente del animal gigante y siento que forma parte de un grupo grande de seres de su especie que viven en la parte alta de la atmósfera.

Al poco de perder de vista a la criatura, mientras percibo cómo intercambian pensamientos las que conforman el grupo, embargado por la fuerza de la vida que desprende esta parte del mundo, no puedo evitar que media sonrisa se me marque en el rostro.

Cuando noto cómo Valdhuitrg azuza la montura para ponerse al lado del Ghuraki, bajo la cabeza, me alejo de la sensación de plenitud y oigo la pregunta que pronuncia mi compañero:

—¿Quién es Vhareis?

El Ghuraki se mantiene callado unos segundos, observando de reojo al demonio.

—Ella es la última de una larga estirpe. —Centra la vista al frente—. Ella es la líder de los pueblos libres. —Antes de hacer que la montura trote a más velocidad, sentencia—: Es la esperanza de este mundo de cenizas.

«¿Los pueblos libres?» pienso, mientras bajo ligeramente la mirada y contemplo el suelo cubierto por hierba amarillenta.

—Ceniza... —escucho cómo susurra Valdhuitrg.

Elevo un poco la cabeza, veo a mi compañero y luego centro la vista en algunos de los árboles gigantes que salpican el terreno separados decenas de metros los unos de los otros. Al mismo tiempo que observo las ramas cargadas de hojas rojas y cómo el viento mece las más pequeñas, hago que el animal trote a más velocidad y me pongo al lado del Ghuraki.

—¿Qué son los pueblos libres? —le pregunto.

Antes siquiera de que me mire, noto cómo siente cierta molestia porque Valdhuitrg y yo le estemos lanzando preguntas.

—Los pueblos libres son los restos de las grandes civilizaciones que antaño poblaron y engrandecieron este mundo. —Hace una breve pausa—. Son los supervivientes que han conseguido escapar a la ceniza y luchan por evitar que se siga propagando. —Al ver que voy a hablar, suelta—: Guarda tus preguntas para Vhareis.

Gira la cabeza, vuelve a centrar la vista al frente, se aferra con fuerza a las riendas, las gira un poco y dirige la montura hacia un lugar en donde una gran grieta parte el terreno por la mitad.

En silencio, pensando en este mundo, en la ceniza, en Los Ancestros, en el conjuro que nos trajo aquí, en el sacrificio de mis hermanos y en el extraño hombre de ropajes blancos que planeó el viaje, miro a Valdhuitrg y le pregunto:

—¿Qué piensas?

El demonio me devuelve la mirada y contesta:

—No creo que mienta. —Observa cómo el Ghuraki cabalga a cierta distancia de nosotros—. Aunque eso no es lo que me preocupa. —Alza un poco la cabeza y ve cómo los rayos rojizos del sol atraviesan la capa de nubes—. Temo que en este mundo no encontremos el modo de vencer a Los Ancestros. —Contempla cómo queda a la vista la cabeza de uno de los animales que viven en la parte alta de la atmósfera—. Las imperfecciones no tardarán en alcanzarnos. Nos seguirán. —Inspira, baja la cabeza, mira cómo el Ghuraki se adentra en un camino que conduce a la parte interna de la grieta—. Y si cuando nos alcancen lo únicos aliados con los que contemos para hacerles frente son gentes que han sobrevivido a esa ceniza, dudo que podamos resistir más de un combate. —Se queda pensativo unos instantes mientras nuestras monturas se adentran en el sendero—. Tus hermanos se sacrificaron, al igual que muchos de mi pueblo, al igual que un gran número de seres de muchos mundos, es hora de que hagamos que sus muertes tengan un propósito. Debemos hallar al hombre de los ropajes blancos para que nos explique cómo vencer a Los Ancestros.

A la vez que comienzo a ver lo que hay en el fondo de la grieta, a la vez que observo un poblado que se extiende a lo largo de ella, contesto:

—Lograremos vencer. Acabaremos con Los Ancestros, pondremos fin a su reinado y El Silencio quedará libre de su influencia. —Sintiendo cómo Valdhuitrg aprecia mis palabras y cómo en cierta forma le dan esperanza, aseguro—: Ganaremos la guerra.

El demonio afirma ligeramente con la cabeza y observa el gran poblado que se haya en lo más profundo de la grieta. Cuanto más descendemos por el sendero que serpentea por dentro de uno de los bordes de la brecha, más llamamos la atención de las gentes que salen de las tiendas, de las casas construidas con algunos tablones o de las pequeñas grutas que han sido convertidas en hogares improvisados.

Viendo la gran cantidad de especies y los diferentes seres que forman el conjunto de pobladores de este lugar, sintiendo el miedo ante la amenaza que los acecha, susurro:

—¿Qué es la ceniza? ¿Cómo os ha llevado a estas condiciones?

Cuando el Ghuraki alza la mano, un par de guardias de piel verde y cabellos castaños ataviadas con prendas de metal cobrizo mueven las lanzas que portan y hacen señas para que se aparten las gentes que se hallan al final del sendero.

Mientras dejamos atrás el camino por el que hemos descendido y nos adentramos en la parte más profunda de la grieta, Valdhuitrg observa a un grupo de pequeños que saltan y juegan sobre un charco pringándose con el barro y el agua marrón.

Aunque el lazo que me unía al demonio se desvaneció con la cadena, soy capaz de sentir sus emociones y percibir lo piensa. En cierto modo, ve reflejado a su pueblo en esos niños que se mantienen alejados de las catástrofes que los acecha. En ellos ve lo que podrían ser las nuevas generaciones de su especie, los futuros pobladores de una creación libre de Los Ancestros.

Sumergiéndome en las sensaciones y emociones que brotan del interior de mi amigo, centro la vista al frente, miro cómo el Ghuraki dirige las riendas de la montura para que esta gire a la derecha y contemplo cómo nos adentramos en la zona más amplia de la brecha.

Cuanto más avanzamos, los asentamientos se tornan más numerosos y también la gente que nos observa con curiosidad. Al mismo tiempo que la multitud deja libre la parte central del camino para que podamos pasar, a la vez que empezamos a divisar una gran tienda rodeada de guardias, empiezo a sentir una energía familiar y le pregunto extrañado a Valdhuitrg:

—¿Es posible que sea él?

Sin girarse, el demonio olfatea y contesta:

—Quizá... Capto un olor muy similar al de su alma. Puede que esté aquí. Aunque no estoy seguro.

El Ghuraki tira de las riendas y hace que el animal aminore la velocidad. Los que montamos Valdhuitrg y yo reaccionan frenando el ritmo. Después de avanzar los últimos metros, el Ghuraki detiene la montura, la dirige para que se voltee, nos mira y dice:

—Esperad aquí.

Cuando los animales que montamos casi llegan a su altura, en el momento en que se frenan, Valdhuitrg, observando un gran número de guardias que avanzan blandiendo espadas de metal negra, pregunta:

—¿Nos quieres aprisionar?

El Ghuraki lo mira a los ojos, niega con la cabeza y responde:

—Tan solo toman precauciones. Hay muchos que querrían acabar con Vhareis y poner fin a la unión de pueblos libres. —Alterna la mirada entre el demonio y yo—. Quedaos aquí. Voy a informar a Vhareis sobre lo que me habéis contado.

Después de desmontar y que mi montura retroceda hasta alejarse bastante de mí, observando los rostros de las guardias, contesto:

—Entiendo que no confíen en nosotros, pero no me gusta que se nos trate como enemigos.

Valdhuitrg baja de la montura, mira cómo las guardias nos empiezan a rodear desde cierta distancia, dejando un círculo de terreno vacío entre ellas y nosotros.

—No tardes —le dice al Ghuraki antes de que este empiece a caminar hacia la tienda—. No podemos perder tiempo. Los Ancestros no tardarán en aparecer y consumir este mundo.

En silencio, contemplando las guardias de piel verde, las prendas de metal que les cubren el cuerpo y sus largas melenas castañas, me acerco un poco a Valdhuitrg y le pregunto:

—¿Sigues percibiendo su presencia? —Fuerzo los sentidos y noto cómo el lugar está impregnado por una esencia alguien familiar—. Es débil, pero logro sentirla.

Olfatea y contesta:

—Sí, aunque está tan diluida por la grieta que no sé si se encuentra a aquí o es tan solo un rastro. —Me mira—. Cuando hablemos con Vhareis, le preguntaremos sobre él.

Asiento, vuelvo a dirigir la mirada hacia las guardias y veo cómo resplandece el metal negro de las espadas con el contacto con los rayos rojos del sol. La aleación parece vibrar tenuemente por la luz y el calor.

Durante unos minutos, me mantengo inmóvil imaginando las historias de las gentes de este campamento, pensando en lo que han tenido que pasar, en la ceniza, en las imperfecciones y en que da igual donde vaya, en que da igual el lugar en el tiempo y espacio en el que me encuentre, en todos los sitios siempre me topo con miseria, con dolor, con sufrimiento y con guerra.

Mientras estoy inmerso en mis pensamientos, anhelando un pasado que cada vez está más lejos, escucho cómo alguien habla a no mucha distancia:

—No me vuelvas a tocar. Si lo haces, me quitaré estos grilletes y te golpearé con ellos hasta que tu rostro no sea más que puré mugriento.

Antes de que pueda llegar a decir nada, escucho la voz de Valdhuitrg:

—Athwolyort, sí que estás aquí.

Avanzo un par de pasos, adelanto un poco al demonio y le digo a una de las guardias:

—Nuestro amigo está aquí, en este campamento. Queremos verlo, queremos ir con él.

La guerrera niega con la cabeza, me apunta con el filo de la espada y me ordena:

—Retrocede.

Cuando voy a contestarle, Valdhuitrg avanza unos pasos, se envuelve en un mar de llamas rojas, señala a la guardia y le advierte:

—No queremos luchar con vosotras, pero mi amigo está cerca, aprisionado, y si no me dejas que vaya hacia él, tendré que obligarte a que te apartes.

Manifiesto el aura carmesí, doy forma a Dhagul, me pongo al lado del demonio y digo:

—Apártate.

Durante un instante, estamos a punto de comenzar a combatir, pero, antes de que podamos empezar a hacerlo, el Ghuraki se acerca deprisa, se abre paso entre las guerreras y, mirándonos a nosotros y a las guardias, pregunta:

—¿Qué demonios está pasando? —Ante el silencio, ordena—: Bajad vuestras armas y dejad de concentrar poder. —Al ver que tanto las guerreras como nosotros mantenemos las miradas cargadas de ansias por combatir, insiste—: Dejadlo ya. —Da un paso, canaliza una fuerza que genera una vibración que consigue que la tierra tiemble un poco y brama—: ¡Ahora!

Lo miro a los ojos y veo cómo su fuerza nace de un pozo antiguo y oscuro. Tras sondear parte del origen de su poder, tras percibir cómo las profundidades de su ser se conectan con una oscuridad remota, aseguro:

—No vamos a parar hasta que liberéis a nuestro amigo.

El Ghuraki, que no sabe de quién hablamos, pregunta extrañado:

—¿Qué amigo?

Una guardia contesta:

—Hemos capturado a un ser pequeño y barbudo que estaba a punto de cazar a uno de los Gharmets de la manada.

Valdhuitrg la observa con cierta rabia y espeta:

—No es un ser pequeño y barbudo, es Athwolyort. Mi amigo. Mi hermano.

El Ghuraki se adelanta, hace un gesto para que las guardias retrocedan y le dice al demonio:

—Liberaremos a tu amigo. Han pensado que era un asaltante y lo han apresado para juzgarlo. Pero deja de manifestar tu llama y amenazar a las guardias de Vhareis. — Valdhuitrg lo mira a los ojos—. Si no te calmas, si no dejas de avivar tu llama, Vhareis cambiará de opinión y pasará el tiempo de las palabras y os volveréis enemigos de los pueblos libres.

El demonio se queda un par de segundos observándolo, aprieta los puños y hace que el fuego que emana de su cuerpo se recluya en su ser.

—Está bien —contesta—. Ahora libera a Athwolyort.

El Ghuraki se gira, dirige la mirada hacia una de las guardias, la que parece ostentar más cargo, y le ordena:

—Liberad a su amigo y traedlo aquí. —La guerrera está a punto de replicar, pero el Ghuraki brama—: ¡Ve! ¡Ahora!

Mientras el círculo de guardias que nos rodea se dispersa, mientras las guerreras retornan para custodiar las entradas a la gran tienda, observo cómo hacen traer a Athwolyort de una parte no muy lejana del campamento.

Mi compañero de armas avanza caminando entre pequeños barracones de madera, maldiciendo, señalando a quienes le escoltan, con las venas del cuello y el rostro apunto de explotar.

Cuando no hay mucha distancia entre él y nosotros, me adelanto, hago un movimiento con la mano para que las guardias que lo acompañan se detengan, me acerco a él y le pregunto:

—¿Tanta hambre tenías que tuviste que cazar a un animal de su ganado? —Sonrío ante su rostro malhumorado y ante la mirada que me lanza—. Me alegro de verte y ver que te has recuperado de la herida que te hizo la mujer de piel azul.

Athwolyort gruñe, me mira enarcando una ceja, me señala con el índice y suelta:

—No era ganado, estos locos crían bestias gigantes de ocho patas y dos cabezas, con mandíbulas que empujan los dientes para que salgan de la carne. Crían monstruos. —Cierra el puño—. Cuando me materialicé, me topé con dos de sus criaturas que me intentaron devorar. —Se gira y observa a las guardias—. Pero ellas no me dieron casi ni tiempo de defenderme. Nada más alzar el hacha para mandar a esas bestias a lo más profundo del lago oscuro, apareció una guarnición. —Aprieta los dientes—. Por más que traté de contarles lo que ocurría, ninguna quiso escucharme. —Vuelve a gruñir—. Menudo mundo al que me habéis traído.

Valdhuitrg avanza unos pasos hasta que queda a nuestra altura.

—Viejo amigo, me alegro de que estés bien —dice.

Athwolyort clava su mirada en Valdhuitrg, se cruza de brazos, enarca de nuevo la ceja y contesta:

—Y yo me alegro de ver que tu poder ha vuelto a ti. Supongo que eso nos da una oportunidad de vencer. —Los músculos del rostro se tensan y reflejan rabia—. Vamos a destruir a Los Ancestros.

—Lo haremos, los borraremos de la Historia —asegura el demonio.

Athwolyort dirige la vista hacia el Ghuraki, observa la gran tienda, a las guardias que la custodian y pregunta:

—¿Este es el mundo al que teníamos que llegar? —Me mira—. De alguna forma, cuando estaba inconsciente en las ruinas, llegaron a mí las imágenes de lo que sucedía. Quizá fue después de que empezara el conjuro, no lo sé, pero, sea como sea, acabé sabiendo el plan que urdieron tus hermanos de armas.

Centro la vista en la tienda y respondo:

—Dieron todo para darnos una oportunidad. Perdieron sus almas y sus vidas para que alcanzáramos un mundo distante. —Hago una breve pausa—. Espero que su sacrificio no fuera en vano, que sea lo que nos permita hallar un modo de vencer. —Por un instante, no puedo evitar sucumbir a la tristeza de haber perdido a mis hermanos—. Por ellos y por todos los que han caído, debemos encontrar un modo de vencer a Los Ancestros, debilitar la barrera del tiempo y alcanzar el pasado.

El Ghuraki, que ha prestado atención a nuestras palabras, nos dice:

—Es hora de le expliquéis todo esto a Vhareis.

Valdhuitrg lo mira y contesta:

—Llévanos ante ella.

El Ghuraki asiente, se da la vuelta, hace un gesto con la mano y dice:

—Seguidme.

En silencio, empezamos a caminar pisando el suelo de la grieta compuesto por tierra reseca. Sin decir nada, avanzamos observando los rostros de las guardias llenos de suspicacia, viendo a no mucha distancia los grupos de gentes que nos contemplan con curiosidad queriendo saber quiénes somos y qué hemos venido a hacer.

Después de que algunas guerreras se aparten de una de las entradas a la tienda, la atravesamos y nos sorprendemos con el tamaño que tiene el interior. Este lugar debe de estar conjurado, la inmensa estancia en la que nos adentramos es unas diez veces más grande que el tamaño que se intuye desde el exterior. Además, las paredes no son de lona, están compuestas por gruesas piezas de roca y adornadas con símbolos cobrizos que dan forma a mensajes que no soy capaz de descifrar.

—Vamos. Os está esperando —nos dice el Ghuraki, acelerando un poco el paso, haciendo que resuenen sus pisadas en la fina capa metálica que cubre el suelo.

Al mismo tiempo que avanzamos con un poco más de rapidez, observo las lámparas compuestas de decenas de gruesas velas que cuelgan del techo, me fijo en cómo la luz que proyectan juega con las sombras, bajo un poco la mirada y contemplo una gruesa mesa de metal negro que se encuentra a una veintena de metros delante de nosotros. Apenas pasa un segundo, gracias a mi visión aumentada, llego a ver con precisión los mapas que se hallan extendidos sobre ella.

Poco antes de que la alcancemos y nos detengamos, me fijo en que a no mucha distancia hay una puerta que parece no conducir a ninguna parte; está incrustada en el suelo y separada de las paredes por varios metros.

—¿Dónde está vuestra líder? —pregunta Athwolyort, enarcando una ceja—. Quiero decirle que tenéis una mala forma de tratar a los recién llegados.

Cuando dejan de resonar las palabras de mi compañero y el silencio solo es interrumpido por el leve sonido que producen las lámparas al mecerse con una brisa que se propaga por la estancia, miramos la puerta y notamos la energía que precede a la aparición de Vhareis.

El metal que da forma a esa entrada que parece no conducir a ninguna parte se desplaza y deja a la vista una mujer de piel verde y pelo rojizo con unos rasgos toscos que trasmiten una extraña belleza. Mientras camina, resaltan las piezas de la armadura color cobrizo y la espada envainada en la espalda.

Después que avance hasta alcanzar la mesa y de que sus pasos se silencien, Vhaeris posa las manos sobre uno de los mapas, nos observa y pregunta:

—¿Quiénes sois? ¿De dónde habéis salido? ¿Y qué estáis haciendo aquí?

Sin canalizarlo, sin necesidad de mostrarlo, la líder de los pueblos libres trasmite el inmenso poder que anida en su ser. Al verla, al mirarla a los ojos y ser testigo de la fuerza que desprende su alma, siento que quizá hemos venido a parar a este mundo por un propósito más alto que el de acabar con Los Ancestros. Puede que la corrupción del Silencio tenga consecuencias que aún desconocemos.

Me adelanto un poco y le contesto:

—Somos de otro tiempo. Venimos de un pasado corrompido por Los Ancestros y estamos aquí para evitar que su corrupción destruya El Silencio y acabe devorando los pocos reductos de la creación que aún no han caído bajo su dominio.

Vhaeris se mantiene unos instantes callada, mirándome a los ojos, observando lo que le muestra mi mirada.

—Venís del pasado —susurra, antes de centrar la vista en el Ghuraki—. ¿Tú les crees, Thalhut? ¿Qué te dicen tus instintos de cazador?

Cuando escucho que le llama cazador, siento un escalofrío recorrerme la espalda.

«Cazador...» me digo, mientras me giro y contemplo la rigidez de los músculos del rostro del ser de piel púrpura.

El Ghuraki camina unos pasos, se queda al lado de uno de los bordes de la mesa y empieza a hablar:

—Dicen la verdad. O al menos creen que es la verdad. —Me mira a los ojos—. No noto ninguna influencia que los manipule y les haga creer en sus palabras.

Durante unos segundos, me quedo observando los rasgos del Ghuraki, pienso en que me dijo que La Cazadora era alguien importante, en el ligero parecido que tiene con ella —un parecido que va más allá de que ambos sean Ghurakis— y le digo:

—Tú eres El Cazador, el hermano de La Cazadora. Eres el Ghuraki por el que desterraron a tu especie. Eres el hijo del Primer Ghuraki.

Asiente y contesta:

—Sí, soy el hermano de la mejor Ghuraki e hijo de la abominación a la que llaman por error el Primer Ghuraki. —Al ver que mi rostro refleja cierta sorpresa porque sepa que We'ahthurg era en verdad el primer Ghuraki, añade—: El secreto del caudillo Ghuraki estuvo bien guardado, ni siquiera mi padre lo sabía. Yo lo descubrí poco antes de ser desterrado.

Durante unos instantes permanezco callado intentando ver más allá de su mirada, tratando de adentrarme en su consciencia y alcanzar los secretos que guarda su ser. Sin embargo, por más que llego a rozar su mente, no soy capaz de quebrar las barreras que se alzan blindándola.

—Tu hermana es la única de tu pueblo a la que respeto y en la que confío —suelto, al venirme a la mente la guerra que llevamos a cabo para librar a la creación de su despreciable especie.

Valdhuitrg nota el odio que brota de lo más profundo de mi ser al recordar a los Ghurakis, avanza unos pasos, me pone la mano en el hombro y me dice:

—Vagalat, las guerras del pasado están enterradas en el tiempo. —Asiento y él sigue caminando hasta que alcanza un extremo de la mesa y queda en frente de Vhareis—. Hemos llegado hasta aquí por el sacrificio de grandes guerreros que dieron sus almas y vidas para que tuviéramos una oportunidad de lograr la victoria —le dice a la líder de lo pueblos libres—. Ellos nos contaron que les visitó un hombre ataviado con unos ropajes blancos que se hundían en la carne. Un hombre que provenía de un mundo lejano y distante en el tiempo, alguien que planeó un modo para lograr vencer a las imperfecciones. —Posa las manos sobre la mesa, la mira a los ojos y le pregunta—: ¿Qué sabes de alguien así? ¿Existe en este mundo? ¿O no existe y no estamos en el lugar en el que tendríamos que estar? —Hace una breve pausa—. Dime, ¿hemos llegado a ese mundo?

Vhaeris tarda unos segundos en contestar:

—Un hombre de ropajes blancos incrustados en la carne... —Se gira, dirige la mirada hacia un extremo de la sala en el que parece no haber nadie y pregunta—: ¿Un Ethakhor? ¿Es posible que aún quede alguno con vida?

Poco a poco, se va haciendo visible una mujer de apariencia similar a la de Vhaeris y las guardias, pero un poco más mayor y que va ataviada con una prenda gris holgada en vez de con ropajes metálicos.

—No, es imposible que quede alguno con vida —sentencia la recién aparecida.

Mientras la mujer avanza hacia nosotros, veo cómo las manos se le recubren con una fina película de energía azul y susurro:

—Una magnator...

Aunque está muy lejos, oye mi murmuro, me mira y pregunta:

—¿Una magnator? ¿Es así como se llaman en tu mundo a las Ghasrte? ¿A las que poseemos el don de influir en las fuerzas que van más allá de la vida y la muerte?

—Sí —respondo—. Así se conocen en mi mundo a aquellos que son capaces de alcanzar esas fuerzas.

La mujer asiente, Vhareis la observa y le pregunta:

—Fatthyarghit, si todos están muertos, ¿cómo es posible que uno visitara el lugar de donde vienen? ¿Puede que antes de que se extinguieran alguno atravesara los acantilados del tiempo sin perderse y llegara a un pasado remoto?

La magnator eleva las manos y los ojos se le vuelven verdes. Tras uno segundos, el verdor se apaga y la mirada proyecta un intenso blanco. Fatthyarghit canaliza una gran cantidad de poder que resplandece en sus palmas, ilumina la sala y empieza a conjurar:

Bhogart, devorador de cenizas, protector de los hijos del mundo muerto, muéstrame si algún Ethakhor atravesó el acantilado del tiempo. Muéstrame si algún viejo custodio de la llama fue capaz de ir más allá de las fronteras prohibidas. —Unos destellos de energía resplandecen con fuerza en las puntas de sus dedos—. Dime, protector, ¿alguien recorrió el sendero prohibido?

Despacio, una entidad de bruma oscura se va materializando a unos metros de Fatthyarghit. A medida que el aspecto del ser va quedando a la vista, observo lo mucho que se asemeja a un humano; a uno nervudo, alto, de pelo negro, ojos oscuros y piel con el color de la ceniza. Cuando termina de tomar forma, veo que va ataviado con unas prendas de metal cobrizo que se funden con la carne; ropajes que tan solo dejan al descubierto las manos y algunas partes del rostro.

Buscas en lo prohibido —pronuncia el ser con voz espectral—. Incluso para mí es difícil ver qué hay más allá de los acantilados. —Se gira lentamente y nos inspecciona con la mirada—. Es fácil atravesar la frontera desde el otro lado, pero no creo que nadie pueda franquearla desde el mundo de la llama.

Mientras siento el inmenso poder que proyecta, lo miro a los ojos, me adelanto un paso y aseguro:

—Ese hombre de ropajes blancos, el Ethakhor, fue capaz de retroceder en el tiempo. Si no hubiera sido por él, no estaríamos aquí.

Aunque la ser me observa sin reflejar ninguna emoción, percibo que siente cierta curiosidad por mí y por Valdhuitrg.

Aun siendo improbable, quizá un Ethakhor lograra dejar atrás el aislamiento de este mundo. —Mira a Valdhuitrg a los ojos y siento cómo alcanza lo más profundo de su ser—. A veces suceden cosas que parecen imposibles, como que una llama retorne a un mundo consumido por la ceniza.

Durantes unos instantes, el demonio y la entidad se observan, enlazando las consciencias de un modo que logra trascender la conexión que aún mantengo con Valdhuitrg.

—Entonces, este es el mundo al que teníamos que venir —dice el demonio—. Pero llegamos cuando ya no existen los que tenían que guiarnos.

Despacio, la entidad se da la vuelta, camina unos pasos trasformándose en bruma y suelta:

Los Ethakhor pertenecen al pasado, pero en lo más profundo de la ceniza aún se hallan sus construcciones. Puede que en sus templos encuentres las respuestas que buscas. Puede que los últimos custodios de la llama no se fueran sin dejar un último mensaje.

Antes de que termine de desvanecerse, Fatthyarghit le pide:

—Espera, protector...

La ceniza no se detiene —la interrumpe—, avanza mientras me mantengo manifestado en este plano. —Por un segundo, rozo la mente del ser y llego a percibir cierta inquietud—. He de regresar para frenar las ventiscas oscuras.

Cuando termina de desvanecerse y su energía se aleja, me pregunto:

«¿Qué es lo que te ha puesto nervioso...? —Pienso en la ceniza y en lo que representa—. No, no ha sido lo que avanza engullendo al mundo... —Dirijo la mirada hacia Valdhuitrg y noto la fuerza con la que arde la llama dentro de su ser—. Ha sido el poder que anida en su alma... —De forma inconsciente, me toco la muñeca en la que estaban incrustados los eslabones—. Te inquieta la llama...».

Mientras me mantengo pensando en que el protector de los pueblos libres, aquel que mantiene alejada a la ceniza, se siente inquieto por la llama que arde con fuerza en el interior de mi hermano de armas, escucho cómo Vhareis se dirige a Fatthyarghit:

—Como siempre, Bhogart se muestra esquivo. —Hace una pausa—. Aún así, tiene razón. La ceniza avanza con fuerza. Apenas me dio tiempo de evacuar Phortujh. El puesto fue engullido por una ventisca que brotó del suelo y cayó del cielo.

Fatthyarghit asiente, intenta dejar de pensar en Bhogart y contesta:

—Lo percibí mientras fortalecía la energía de las defensas de la grieta. Pronto tendremos que alejarnos más al este. El desierto negro no tardará en engullir este continente.

Vhareis baja la mirada, observa un gran mapa y se queda pensativa.

—Sí... —susurra tras unos segundos.

Sintiendo el pesar que se apodera de la líder de los pueblos libres, le digo:

—Puede que yo y mis amigos estemos aquí para que podamos ayudarnos mutuamente. —Eleva la vista despacio y la fija en mi rostro—. Quizá no hallamos venido solo para frenar a Los Ancestros, puede que también hallamos sido invocados para acabar con la ceniza.

El Ghuraki, que no está muy lejos, suelta incrédulo:

—¿Frenar la ceniza? —Se mantiene en silencio unos instantes mientras me observa—. Es de locos. Los últimos que lo intentaron fueron engullidos por una ventisca y ahora forman parte del desierto oscuro.

Lo miro y contesto:

—Pero ellos no contaban con la llama de Valdhuitrg.

Sin darse cuenta, el Ghuraki se toca una parte del antebrazo en la que se halla una quemadura negra.

—¿Cómo quieres frenar la ceniza? —me pregunta—. Nada puede frenarla.

Dirijo la mirada hacia Vhareis y le digo:

—¿Dónde se encuentras las construcciones que ha dicho Bhogart?

La líder coge un mapa enrollado, lo extiende en la mesa y me muestra una parte del mundo que ha sido tragada por la ceniza.

—Los mares que rodean un pequeño continente envuelto por agua, la gran isla de Rhrot, fueron los primeros en caer. —Señala con el dedo índice el dibujo de la isla, una gran masa terrestre representada por colores oscuros—. Las mayores obras de los Ethakhor se encuentran allí.

Observo el mapa, me viene a la mente la imagen de aguas negras repletas de ceniza, cubiertas por una atmósfera de polvo oscuro, y digo:

—Iremos a Rhrot. Alcanzaremos las construcciones de los Ethakhor y descubriremos si dejaron algún mensaje que nos pueda ser útil. —Alzo un poco la cabeza y la miro a los ojos—. Veremos por qué querían que llegáramos aquí.

Fatthyarghit se aproxima, alterna la mirada entre mis compañeros y yo y suelta:

—Seréis engullidos nada más que os acerquéis al desierto negro o a los mares de ceniza. Ni siquiera Boghart es capaz de aguantar mucho tiempo en los dominios del polvo negro.

Valdhuitrg da unos pasos, se queda a mi altura y le contesta:

—Quizá Boghart no tiene el poder necesario para hacer retroceder a la ceniza, quizá tan solo puede ralentizarla. —Extiende la mano y manifiesta una fuerte llama que brilla con un rojo intenso—. Si es cierto lo que me ha dicho, la ceniza teme a la llama y retrocede ante su presencia.

Miro a Fatthyarghit y digo:

—Nos hemos enfrentado con seres para los que los dioses no son más que alimento. Hemos resistido a las imperfecciones que consiguieron doblegar la fuerza que ha dado forma a lo que existe. Podremos hacer frente a la ceniza.

Athwolyort rompe su silencio, golpea la mesa con los puños y pronuncia remarcando cada sílaba:

—Barreremos ese polvo oscuro, lo amontonaremos y se lo haremos tragar a Los Ancestros cuando vengan.

Fatthyarghit observa a Vhareis y la líder le devuelve la mirada dándole a entender que está de acuerdo con ayudarnos a alcanzar la isla.

—No partiréis solos —dice la líder de los pueblos libres—. Mi hermano y mi mejor guerrera irán con vosotros. Si conseguís adentraros en los desiertos oscuros y ver qué esconde la ceniza, tendréis a alguien capaz de decirme lo que halléis. —Separa las manos de la mesa y se yergue—. Si encontráis un modo de hacer que la ceniza deje de devorar este mundo, lo sabré y acabaré con el polvo oscuro.

El Ghuraki se acerca a Vhareis y le dice:

—Iré con ellos.

La líder de los pueblos libres valora las palabras del Ghuraki y no dice nada durante unos instantes.

—Hace mucho que te ganaste nuestro respeto y gratitud. Ya sacrificaste mucho cuando te enfrentaste a la ceniza para darnos tiempo. No hace falta que vuelvas a hacerlo. —En el momento en que el Ghuraki está a punto de insistir, Vhareis añade—: Tus habilidades son necesarias aquí. Cuando el polvo negro se acerque a la grieta, los Imptherors intentarán atacarnos para que no podamos trasladar a nuestras gentes a otro lugar. Te necesito para que lideres a Los Colmillos de Sangre.

Aunque siento que al Ghuraki le gustaría acompañarnos, no replica, afirma con la cabeza y responde:

—Será un honor volver a liderarlos.

Vhareis asiente, nos mira y dice:

—Sed libres de tomar lo que necesitéis de nuestro campamento. Nuestro hogar es vuestro hogar. —Observa a Athwolyort, se adentra en su mente, ve el momento en que sus guardias lo apresaron y se disculpa—: Siento que mis guerreras confundieran tus actos.

Mi compañero está a punto de gruñir, pero se contiene, se cruza de brazos y contesta:

—No es la primera vez que me apresan. Tampoco es tan grave.

Vhareis dirige la mirada hacia Valdhuitrg.

—Tu llama siembra la esperanza. Esperemos que no sea una proveniente de un espejismo y que logremos vencer a las fuerzas que amenazan con destruirnos.

El demonio la mira a los ojos y contesta:

—Este mundo será el lugar que vea la muerte de Los Ancestros y la extinción de la ceniza.

Sin decir nada, mientras veo cómo Vhareis vuelve a centrar la vista en los mapas, mientras el Ghuraki se aproxima a nosotros y empezamos a caminar hacia la entrada de la tienda, me pongo a pensar en el deseo que me impulsa desde hace mucho, en la idea de liberar la creación de los caprichos de seres con deseos oscuros y me digo:

«Acabaremos con Los Ancestros, acabaremos con la ceniza, regresaré al pasado, mataré a Él y haré que El Silencio impregne de nuevo los cimentos de la creación. —Sintiendo un cosquilleo en la mano, la miro y veo cómo se recubre con una fina película de energía carmesí—. Me aseguraré de que suceda. Me encargaré de alcanzar el equilibrio».

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