Capítulo 16 -El centro de las ruinas-
En silencio, recluidos en nuestras mentes, Valdhuitrg y yo hemos descendido varios niveles. En el trayecto que nos ha conducido hasta aquí, mientras no paraba de pensar en la infinidad de pasados y futuros y en cómo Los Ancestros han logrado que la creación se divida, notaba que mi compañero se mantenía callado porque estaba sufriendo el tormento de recuerdos dolorosos.
Aun sin querer adentrarme en sus pensamientos, aunque intenté adormecer mis habilidades para evitarlo, al mismo tiempo que descendíamos por un inmenso desfiladero que partía los niveles inferiores de las ruinas en dos, a la vez que nos aferrábamos a los pequeños salientes puntiagudos y notábamos cómo emergía de algún punto de las profundidades un gas que enrarecía la atmósfera, me fue imposible no sentir cómo bullían sus sentimientos y emociones.
Ahora, después de haber dejado atrás el desfiladero y haber avanzado por un nivel de las ruinas que parece preceder al que nos conducirá a la biblioteca, una vez hemos alcanzado una parte de la ciudad donde las casas y las fortificaciones están construidas en las mismas rocas, cuando nos encontramos delante de una gruesa compuerta de metal oscuro que se halla entreabierta, es cuando mi compañero rompe su silencio.
—Parece que las trasformación de las ruinas ha empezado a revertirse. —Valdhuitrg se agacha, toca los granos de tierra humedecidos que dan forma a una capa de arcilla, eleva la mano y olfatea parte del fango que cubre el camino hacia la compuerta—. Sí... —Se pone de pie—. Han empezado a desaparecer en la ciudad los efectos de la mente de la mujer. —Centra la mirada en la compuerta—. Este sitio vuelve a parecerse al lugar que recorrí en la primera incursión. —Se calla unos segundos mientras contempla el metal oscuro—. Al lugar en el que tuve que sacrificar una parte de mí para que no murieran todos mis compañeros.
Sin querer, de forma inconsciente, sin controlar mis habilidades, lo miro e intento adentrarme en sus recuerdos. Sin embargo, aunque percibo parte de lo que siente, noto que sus pensamientos están blindados.
Es como si bloqueara su mente, como si lo hiciera sin darse cuenta, como si fuera capaz de anular el lazo que funde nuestras almas a través de la cadena, como si su poder se estuviera incrementando y él no se estuviera dando cuenta.
—Valdhuitrg, ¿qué sucedió aquí? ¿Qué sucedió más allá de la compuerta? —le pregunto, apreciando en su rostro que el pasado vuelve de nuevo para torturarlo.
El demonio agacha un poco la cabeza y se queda callado unos instantes.
—Vagalat... —Me mira de reojo—. Hay cosas que es mejor dejarlas enterradas en los cementerios que arrastramos con nosotros. En los rincones de nuestras almas en los que enterramos aquello que no queremos rememorar. —Inspira, aleja la pena que lo ha afligido, se gira y se pone delante de mí—. Dime, ¿qué sucedió cuando moriste? —Observa cómo, a través de mi piel, aun sin manifestarse, el aura carmesí desprende una energía apenas perceptible—. ¿Cómo has conseguido recuperar tu poder?
Durante unos instantes, me quedo pensativo recordando lo que me sucedió después de que la mujer de piel azul me atravesara el corazón con el puñal de energía.
—He recuperado mi poder porque mi pasado ha dejado de existir. —Aprieto el puño hasta que se envuelve con una tenue capa de energía carmesí—. El no recordar lo que he vivido, el no saber qué hice durante una existencia que permanece oculta, me ha mantenido cautivo hasta antes de mi encuentro con la mujer. —Abro la mano despacio y el fulgor desaparece—. En cambio, ahora, aunque sigo sin recordar mi pasado, aunque sigo desconociendo quién fui, he conseguido alcanzar parte de la fuerza que estaba adormecida en lo más profundo de mi alma. —Lo miro a los ojos—. Lo he logrado porque mi pasado se ha vuelto tan borroso, consumido y con tan poca fuerza, que da la sensación de que está a punto de desaparecer. Y también porque me he prometido que nada cambiará la persona en la que me he convertido. Seré yo, y nadie más yo, quien elija los senderos que caminaré para dar forma a mi futuro.
Valdhuitrg asiente y dice:
—Nada ha de cambiar lo que somos. Da igual las sombras que se escondan en nuestro pasado y las fuerzas que quieran obligarnos a ser lo que no somos. —Aunque sus palabras trasmiten cierta tristeza, en su mirada se aprecia ira—. Los Ancestros me prometieron grandes recompensas, querían que les sirviera, que me convirtiera en uno de sus Altos Sirvientes, pero me negué y combatí hasta que desgasté la llama de mi ser. —Despacio, como si le pesara el alma y el cuerpo, se gira y observa la compuerta—. Nadie conseguirá obligarnos a ser aquello que jamás seremos. —Empieza a caminar—. Nadie —repite, apretando los puños de forma inconsciente.
Pensando en la de veces que me han querido manipular, lo sigo y me digo:
«Cuando esto acabe, cuando pongamos fin al reino de terror de Los Ancestros, cuando los destruyamos, nadie hará que renuncie a lo que soy. Combatiré en La Guerra del Silencio sin dejar que nadie nuble mi mente. —Casi como si pudiera escuchar mis pensamientos, Valdhuitrg ladea un poco la cabeza—. No dejaré que otros elijan mi camino. Alcanzaré mi máximo potencial siendo yo mismo».
Valdhuitrg vuelve a centrar la vista en la compuerta entreabierta y sigue avanzando en silencio. Cuando la alcanza, antes de atravesarla, cierra los ojos, inspira y susurra:
—Cerremos el ciclo... Pongamos fin al camino que empecé hace mucho...
Sin decir nada, lo sigo, dejo atrás la compuerta y observo la inmensa sala en la que nos estamos adentrando. Mientras camino, contemplo las hileras de grandes columnas que avanzan de forma paralela hasta alcanzar una zona de la estancia que se divide en dos plantas: una que está a ras de suelo y otra que se alza unos metros.
«Una ciudad de dolor enterrada bajo capas de rocas» me digo, observando las grandes escaleras circulares llenas de polvo y telarañas que conectan los dos pisos.
Pensando en lo que tuvieron que sufrir los hombres y mujeres que combatieron en una guerra que les era imposible ganar, pensando en sus pérdidas y en las de mi compañero, sintiendo el sufrimiento que se halla impregnado en este lugar, dirijo la mirada hacia la pared de la parte derecha de la sala que se halla bastante más allá de las columnas y veo una compuerta medio destruida que muestra lo que parece un acceso al nivel inferior.
Me giro, observo a Valdhuitrg y le pregunto:
—¿Es por ahí? —Señalo la compuerta destruida—. ¿O hay otro modo de descender?
Mi compañero mira hacia donde le indico, vuelve alzar la vista hacia la segunda planta de la sala y, tras unos instantes en los que se pierde en recuerdos dolorosos, contesta:
—Sí, es el acceso principal a la biblioteca.
Elevo un poco la cabeza, fuerzo un poco la visión y logro vislumbrar los contornos de un ser petrificado entre la penumbra que cubre el segundo piso. Cuando entrecierro los ojos, cuando estoy a punto de aumentar aún más la vista para ver claramente la forma de la figura, Valdhuitrg se da la vuelta, comienza a caminar y me dice:
—Vamos, Vagalat. Dejemos atrás este recordatorio de un pasado de derrota.
Al sentir cómo la energía de la cadena tira de mí, aun teniendo el impulso de quedarme observando la segunda planta, aun con una parte de mi ser queriendo saber a quién representa esa figura fundida con la oscuridad, de forma casi inconsciente me giro y empiezo a caminar.
Compartiendo los sentimientos de mi aliado, fundido con ellos a través de lazo que nos une, miro la compuerta y pronuncio con una mezcla de tristeza y fe en la victoria:
—Acabemos con los que han inflingido tanto dolor a tantos.
Aunque no me detengo y no le presto mucha atención, aunque suena distante, aunque apenas es apreciable, por un instante me parece escuchar una risa burlona que me recuerda que las cargas que arrastramos se pueden convertir en un arma que logren blandir nuestros enemigos.
Mientras siento el dolor que supuran las rocas que forman este lugar, mientras noto el sufrimiento que emana de las profundidades de las ruinas, me digo:
«Evitaré que este futuro tome forma... —Observo cómo avanza mi compañero—. Impediré que tu pueblo sufra... Que tú sufras...».
Cuando llegamos casi a la altura de la compuerta destrozada y podemos atisbar las gruesas escaleras que descienden envueltas por una intensa negrura, alzo la mano, creo varias esferas de luz y me pongo al lado de Valdhuitrg.
—Veamos qué hay más allá. —Bajo el brazo y dirijo las esferas hacia la oscuridad.
Valdhuitrg olfatea, contempla cómo se iluminan los escalones grisáceos y las paredes rocosas negras, se acerca más al orificio de la compuerta destruida y dice:
—Alguien ha devorado la luz de los niveles inferiores. —Aprieta los puños de forma inconsciente—. Camufla el olor de su alma, me cuesta alcanzarlo, pero no puede ocultar que está unido a Los Ancestros. —Me mira a los ojos—. Tiene que ser uno de Los Altos Sirvientes.
Afirmo con la cabeza, dirijo la mirada hacia los escalones y, mientras empezamos a descenderlos, aseguro:
—Sea quien sea, este lugar se convertirá en su tumba.
Acompañados por las esferas de luz que flotan a nuestro alrededor, emprendemos un descenso que dura varios minutos y que nos conduce a la biblioteca, a la zona más profunda de las ruinas, a la que está bastante separada del resto de la ciudad.
Cuando alcanzamos una gran compuerta manchada de sangre, cuando escuchamos el sonido de las respiraciones agónicas que provienen del otro lado, empujamos las piezas de metal que sellan el acceso y observamos los cuerpos mutilados de varios encadenados que se hallan apiñados cerca de la entrada.
—No... —mascullo mientras me dirijo hacia uno que, aun teniendo una herida de gravedad en el pecho, no ha sido descuartizado y todavía conserva la vida—. ¿Qué ha pasado? —le pregunto, arrodillándome a su lado, contemplando cómo emana sangre ennegrecida de la profunda brecha que le perfora un pulmón.
Aunque apenas puede respirar, aunque la vida abandona su cuerpo con rapidez, se resiste a morir, me mira y pronuncia consumiendo sus últimas energías:
—Nos atacaron obligándonos a dividirnos...—La tos y la sangre que expulsa por la boca le obligan a callarse durante unos segundos—. Varios grupos consiguieron atrincherarse en pequeñas salas... —logra decirme antes de que le sea imposible continuar hablando, antes de que empiece a ahogarse con los coágulos que se le acumulan en la garganta.
Mientras observo con impotencia cómo se muere, mientras pienso en que al otro lado no encontrará más que un vacío que lo consumirá, me quedo a su lado trasmitiéndole mentalmente que no está solo, que aún hay esperanza, que no está todo perdido.
Después de que expire, después de que la rigidez se apodere de su rostro, después de que sus pulmones encharcados con sangre hayan dejado de luchar, le cierro los párpados, me levanto, contemplo los cadáveres descuartizados y digo:
—No sé quién o qué os ha hecho esto, pero sean quien sea lo pagará muy caro. —Contengo la rabia y el odio que amenazan con apoderarse de mí y nublarme la mente, inspiro despacio y sentencio—: Acabaré con los siervos, con sus amos y cambiaré este futuro. —Miro al encadenado que acaba de fallecer—. Ni tu muerte ni la de los demás serán en vano.
Apenas he acabado de hablar, en el momento en que mis palabras se silencian, escucho un sonido atronador. Me giro, hago que las esferas crezcan, que se alcen e iluminen la sala.
Despacio, mientras la luz de las bolas de energía empieza a cubrir la estancia, elevo un poco la cabeza y observo grandes estantes que, elevándose decenas de metros hasta hundirse en el techo, se extienden hasta donde alcanza la vista.
Cuando la oscuridad ha retrocedido del todo, puedo apreciar los miles de libros que se hallan distribuidos por las estanterías; los libros en los que se encuentra el conocimiento que consiguieron preservar los habitantes de la última ciudad que resistió a Los Ancestros.
—Hemos llegado —susurro un pensamiento en voz alta.
El sonido atronador se hace oír de nuevo y consigue que me vuelva a centrar en el peligro que se halla en algún lugar de la biblioteca. Miro el pasillo central que se extiende hasta el final de la sala separando los estantes y busco el origen del ruido.
Valdhuitrg avanza unos pasos, olfatea y asegura:
—El siervo está cerca. —Gira la cabeza y dirige la mirada hacia un extremo de la estancia—. Sigue camuflando su olor, pero hay algo en la biblioteca que le impide ocultarlo del todo. —Centra la vista al frente—. Si está aquí por nosotros, no le hagamos esperar más.
Dejando atrás los pequeños corredores que de forma simétrica se extienden entre los estantes hasta alcanzar las paredes, observando de reojo la infinidad de libros que se hallan en cada uno, empiezo a caminar por el pasillo que separa las estanterías.
Aunque avanzamos preparados por si alguna criatura emerge de algún rincón de la biblioteca y nos ataca, dejamos atrás los estantes sin que se manifieste ninguna amenaza y alcanzamos una parte de la biblioteca en la que tan solo hay algunas mesas polvorientas de madera resquebrajada.
—Está igual que cuando estuve aquí por primera vez —dice Valdhuitrg.
Lo miro de reojo y luego contemplo las inscripciones doradas de las paredes.
—Es como si el tiempo se hubiera detenido —digo, notando la sensación de inalterabilidad que desprende esta parte de la estancia.
Vuelvo a centrarme en los mensajes de las paredes grabados en una lengua que desconozco, examino el dibujo descolorido de un árbol con miles de finas ramas que serpentean los escritos esculpidos en la roca y noto una presencia que se mantiene oculta.
Elevo la mano, la dirijo hacia el punto desde donde emana la energía, me concentro, manifiesto el aura carmesí y lanzo un haz rojizo.
—Muéstrate —ordeno.
Después de unos segundos, cuando veo quién estaba siendo ocultado de nuestra vista, cuando observo el estado en el que se encuentra, bajo el brazo, corro hacia él y bramo:
—¡Urarlais!
Valdhuitrg me sigue y alcanzamos la pared en la que han clavado a nuestro compañero. Urarlais apenas se mantiene consciente, tiene la cabeza caída y la barbilla le toca el pecho. A la altura del estómago le han incrustado una especie de lanza creada con un tipo de roca que emite tenues brillos azulados.
Antes de intentar liberarlo extrayéndole el arma, contemplo cómo caen los pies y cómo cuelgan a poco más de medio metro. Con rabia e impotencia, también observo la sangre azulada que ha brotado de su cuerpo tiñendo el tronco del árbol dibujado en la pared.
—Aguanta, Urarlais —le digo, cogiendo la extraña lanza, preparándome para tirar de ella.
Reacciona ante mi voz, mueve un poco la cabeza, me mira a los ojos y pronuncia casi sin fuerza:
—Han alcanzado la esencia del Silencio...
—No te preocupes por eso ahora —le digo mientras me mantengo sujetando el arma de roca.
Valdhuitrg se da la vuelta, olfatea y le empieza a hablar al que ha diezmado a los encadenados y ha herido a Urarlais:
—Tus amos han aumentado su dominio hasta lograr lo que se proponían. —Lo observo de reojo y veo a quién se dirige—. Eso explica por qué ha aumentado tanto tu poder.
Jhustograt, el siervo del que hablaron Jhartghartgahst y Hathgrelmuthl, el que está compuesto de cadenas, el que vi en la visión del pasado de Valdhuitrg, se halla al principio del pasillo central que separa los estantes.
—Siempre has sido muy observador, Valdhuitrg. Tú antes que nadie de tu especie supiste para qué os querían los amos. —Mientras avanza unos pasos, se escucha el sonido metálico que producen los eslabones que le rodean el cuerpo—. Lástima que casi nadie te creyera hasta que fue tarde para los tuyos. —Se detiene—. Nunca supiste cuál era tu propósito en la obra de los amos. Nunca entendiste que lo que le hicieron a tu abuelo, el darle esperanza y quitársela para que acabara siendo ejecutado delante de ti, no fue más que un incentivo para guiarte hacia la rebelión.
Lo miro con odio, quiero ir hacia él y hacerlo callar, golpearlo hasta que su cuerpo se agriete y se rompa, pero Urarlais me necesita, debo liberarlo y esa necesidad consigue que me calme.
Observo la mirada cansada de mi aliado, veo cómo se refleja en los ojos el daño que le produce la lanza y le digo:
—Aguanta. —Tiro con fuerza, arranco el arma de sus entrañas y lo sujeto cuando cae hacia delante—. Va a pagar por lo que te ha hecho —le aseguro mientras le ayudo a sentarse.
Antes de que me dé la vuelta, Urarlais me mira, me coge del brazo y pronuncia con un tono que denota la fragilidad de su cuerpo:
—Están materializando la imperfección del Silencio. Por eso me pudo vencer. —Dirige la mirada hacia Jhustograt—. La lanza anuló la capacidad de curarme y debilitó la energía de mi ser. —Ve el arma de roca tirada en el suelo—. La lanza es imperfección.
Mientras siento cómo poco a poco el poder de Urarlais retorna a él y le permite empezar a curarse, le prometo:
—Evitaremos que sigan corrompiendo El Silencio. —Asiente casi sin fuerza—. Se lo impediremos.
Me giro y observo a Valdhuitrg con los puños apretados, contemplando a Jhustograt, viendo en el siervo a una muestra viva del sufrimiento que le han inflingido Los Ancestros.
Mientras siento cómo el odio fluye por su ser y cómo las ansias de venganza crecen en su interior, me pongo a su lado, miro al sirviente y digo:
—Venir aquí ha sido un error que pagarás muy caro. — Jhustograt me observa con menosprecio—. Has ganado una batalla, has vencido a varios encadenados y has herido a Urarlais, pero muchos de los nuestros han conseguido escapar de ti. —Lo señalo—. Cuando te venzamos, cuando destruyamos tu cuerpo y tu alma, nos reagruparemos y atacaremos el mundo de Los Ancestros.
—¿El mundo de Los Ancestros? —me pregunta mientras alterna la mirada entre Valdhuitrg y yo—. Todavía no has entendido la naturaleza de los amos. No hay un mundo en el que estén, Los Ancestros son los mundos que existen.
Miro de reojo al demonio, veo cómo aprieta los dientes, cómo proyecta el odio a través de su rostro y, volviendo a centrar la vista en el siervo, replico:
—Los Ancestros son un error. Una anomalía que pronto dejará de existir.
Tras unos segundos, el sirviente contesta:
—No hace mucho te habría arrancando la lengua por tal blasfemia, pero la energía que has desatado al conectarte con pasados remotos ha dado forma a un destino en el que me he de privar de castigarte. —Sin dejar de observarnos, guarda silencio durante unos segundos—. Habéis llegado a la zona más profunda de las ruinas, a uno de los lugares más hundidos en el Ghoarthorg, por una razón. Vuestra energía, la de todos los que os acompañan y la que está impregnada en esta ciudad, va a conseguir que el Silencio y el tiempo dejen de existir. —Eleva la mano y varias cadenas emergen del suelo y nos envuelven los brazos y los pies—. Habéis servido bien a los amos y ahora obtendréis vuestra recompensa.
Valdhuitrg y yo concentramos nuestra fuerza y destruimos los eslabones que nos aprisionan.
—No vamos a caer con tanta facilidad —pronuncia el demonio—. No te va a ser tan fácil volver a derrotarme.
Me pongo en guardia, veo cómo mi aliado manifiesta la espada de fuego, doy forma a Dhagul y sentencio:
—Esta vez Valdhuitrg podrá arrancarte las entrañas o lo que sea que tienes dentro de ese cuerpo envuelto en cadenas.
Jhustograt no se muestra sorprendido porque hayamos roto los eslabones, al contrario, parece como si esperara que lo hiciéramos.
—Llegad a mí y demostradme que podéis vencerme.
Cuando empezamos a correr, varios rayos dorados destruyen parte del techo de la biblioteca y nos obligan a frenarnos. Mientras observamos cómo delante de nosotros cae una cortina de polvo y piedras, los relámpagos impactan en el suelo, la energía que trasportan se concentra y los soldados de elite acaban tomando forma.
Apenas han acabado de manifestarse las tropas de Los Ancestros, Jhustograt les ordena:
—Subyugarlos. Prepararlos para la ascensión.
Antes de que obedezcan y empiecen a andar, la superficie del metal dorado que da forma a los soldados de elite se descompone en pequeñas piezas que vibran y se separan unos centímetros las unas de las otras.
—Vamos, venid —mascullo manifestando a Dhagul.
Cuando apenas estamos separados por tan solo unos metros, aprieto los dientes, me aferro con fuerza la empuñadura de la espada, canalizo la energía de mi alma y doy forma al aura carmesí.
—Esta vez no nos venceréis. —Me pongo en guardia y me preparo para atacar.
Valdhuitrg materializa la espada de fuego, la alza, da un paso, intensifica las llamas que empiezan a recubrirle el cuerpo y sentencia dirigiéndose a Jhustograt:
—No vas a escapar. Tus soldados de elite no te van a salvar. No van a poder evitar que te arranque los brazos y las piernas.
Mientras los sonidos metálicos de los pasos de los soldados resuenan cada vez con más fuerza, me preparo para atacar, miro a Valdhuitrg y asiento con la cabeza.
—Destruyámoslos —pronuncia mi compañero sin ocultar el odio y la rabia que se han adueñado de su ser.
Cuando vuelvo a centrar la mirada en los siervos de metal dorado, cuando estoy a punto de empezar a correr, un destello marrón se propaga delante de mí y me obliga a girar la cabeza.
«¿Qué sucede?» me pregunto mientras me cubro los ojos con el antebrazo.
Una vez el fulgor empieza a perder fuerza, bajo el brazo, miro hacia delante y trato de atisbar qué se oculta tras el resplandor marrón. Durante unos instantes, aunque el brillo ya no me ciega, la luz es lo suficiente fuerte como para que no sea capaz de ver con claridad qué es lo que la produce.
Valdhuitrg olfatea y busca la presencia que hay tras ese fulgor. Una vez la encuentra, una vez logra conectarse con ella, multitud de sensaciones y emociones que habían permanecido enterradas en lo más profundo de su ser emergen con fuerza.
—No puede ser... —suelta confundido—. No pasó como creí que había pasado... —Lo observo, rozo su mente y siento cómo se desbloquean multitud de recuerdos vinculados a la primera incursión en las ruinas—. Tú nos ayudaste... Tú nos sacaste de aquí...
—¿Quién? —le pregunto—. ¿Quién os sacó de la ruinas?
Me mira a los ojos y veo a través de su mirada el gran desconcierto que se ha apoderado de él.
—Alguien que sabía que esto iba a ocurrir. Alguien que sabía que volvería a las ruinas contigo.
Mientras siento cómo un gran poder va tomando forma en el centro del fulgor marrón, susurro intrigado:
—Alguien que sabía que vendrías a las ruinas conmigo...
Valdhuitrg observa cómo el brillo se desvanece dejando a la vista una estatua de un hombre corpulento ataviado con una gruesa armadura.
—Alguien que combatió a Los Ancestros cuando estos se manifestaron —dice, viendo cómo tanto los soldados de elite como Jhustograt centran su atención en la escultura—. Alguien que dirigió la resistencia de la ciudad. Alguien que lideró la guerra.
Aunque la estatua está de espaldas y me es difícil apreciar a quién representa, al mismo tiempo que la roca se agrieta y la superficie se descascarilla, a la vez que la piedra deja paso a la carne y al metal de la armadura, mientras siento una energía familiar, una profunda emoción se apodera de mí.
—Adalt, ¿eres tú? —pregunto sin poder reprimir los sentimientos.
Antes de lanzar el hacha envuelta con la energía de la tierra contra los soldados de elite, mi hermano ladea un poco la cabeza y me mira con una ligera sonrisa marcada en la cara.
—Te prometí que no te abandonaría nunca. Que no dejaría de buscarte —dice mientras eleva la mano y convoca las almas de los que cayeron en la ciudad—. Te dije que lucharía contigo hasta el final. Que siempre estaría a tu lado. —Cierra el puño y este se envuelve con un potente brillo—. Y nada ni nadie podrá evitar que en esta o en otra realidad cumpla mi promesa.
Al mismo tiempo que los guerreros de otro tiempo, los que cayeron en las ruinas hace mucho, las mujeres y hombres que resistieron frente a Los Ancestros y sus sirvientes, emergen del suelo envueltos en piedra, a la vez que sus cuerpos de roca vuelven a ser de carne y hueso, los ojos se me humedecen y una lágrima me surca la mejilla.
Sé que no estoy ante el mismo Adalt que dejé atrás, que cuando regrese al pasado su camino dejará de existir y se creará un nuevo sendero en un futuro que escribiremos juntos, pero eso no evita que me emocione al sentir que he recuperado a mi hermano.
Cuando los guerreros terminan de manifestarse, cuando todos empuñan sus armas, Adalt baja la mano y brama:
—¡Atacad!
Aunque Jhustograt no tarda en estar rodeado y los guerreros de Adalt no cejan en su empeño de herirlo y derrotarlo, le es fácil esquivar los ataques y tumbar a sus rivales. En cambio, a los soldados de elite apenas les da tiempo de recuperarse, cada vez que se levantan canalizando más poder de Los Ancestros, los hombres y mujeres unidos a las ruinas logran herirlos y tumbarlos.
Mientras Valdhuitrg se halla todavía inmerso en los recuerdos de lo que sucedió aquí la primera vez que llegó a la biblioteca, mientras piensa en su encuentro con Adalt y en lo que le dijo, me acerco a mi hermano, observo cómo la edad ha moldeado sus rasgos, cómo se le ve unos veinte años más mayor que en nuestro último encuentro y le digo:
—Desde que nos separamos en nuestro mundo, desde ese día, no he dejado de pensar en el momento en que nos reencontraríamos y lucharíamos juntos. —Lo abrazo y la emoción hace que no pueda reprimir las lágrimas—. Te he echado tanto de menos.
Adalt posa la mano en mi espalda y asegura:
—Volveremos a luchar juntos. Combatiremos y venceremos. Lo haremos cuando retornes y pongas fin a las imperfecciones.
Me separo de él y veo cómo le es imposible ocultar la emoción y cómo esta se plasma en una diminuta lágrima que le brota del ojo.
—Ahora que nos hemos reencontrado lucharemos juntos y ganaremos a Los Ancestros. —Ante su silencio, insisto—: Adalt, combatiremos y venceremos a las imperfecciones.
Valdhuitrg, que ha dejado atrás los recuerdos de la primera incursión, se acerca y me dice:
—Vagalat, no puede dejar las ruinas. —Lo observo sin entenderlo—. Hace mucho que murió. Cayó combatiendo a Los Ancestros y se unió junto con sus soldados a la energía de la ciudad para custodiar el conocimiento de la biblioteca.
Miro a Adalt y me niego a pensar que mi hermano está muerto y que me hallo ante la manifestación de su espíritu. Sin querer creerlo, digo:
—Estás aquí. —Pongo las manos en sus hombros—. Eres real.
—Vagalat... —pronuncia con pena—. Soy el recuerdo del hombre que fui. —Dirige la mirada hacia Jhustograt y ve cómo repele ataque tras ataque—. Después de que desaparecieras y emergieran las imperfecciones, cuando estábamos en medio de una guerra a gran escala con las criaturas de Abismo, tuvimos que dejar de combatir contra las tropas de Él y unirnos con sus ejércitos para resistir a Los Ancestros. —Observa cómo los soldados de elite apenas consiguen ponerse en pie—. Esta ciudad la fundamos quienes sobrevivimos a la primera batalla contra las imperfecciones. La fundamos los supervivientes de lo que antes eran dos bandos: Abismo y nosotros. —Al recordar lo que tuvo que sufrir en vida, el pesar se apodera de él—. Casi todos fallecimos, casi todos dimos la vida por conseguirte tiempo. —Me mira a los ojos—. En los últimos estadios de la resistencia, Siderghat consiguió adentrarse en el mundo donde Los Ancestros erigieron su fortaleza y alcanzó el núcleo del tiempo. Por eso supimos que retornarías, que no estabas muerto. —Contempla de nuevo cómo los soldados de elite se levantan y caen mientras reciben los golpes de las armas de los guerreros—. Los futuros se tornaban difusos, casi todos acababan uniéndose a este tiempo en el que te hallas, pero, aunque parecía imposible evitar la derrota y cambiar el destino de la realidad, la creencia de que retornarías nos dio las fuerzas para llevar a cabo un plan arriesgado.
Jhustograt, que no es capaz de evitar que le ataquen constantemente desde todas partes, estira los brazos, concentra una gran cantidad de energía verdosa y tumba a los guerreros que se hallan a su lado.
Desafiante, observa a Adalt y le dice:
—Así que conseguiste camuflarte de este modo. Esa es la razón por la que no encontramos tu cuerpo.
Mi hermano avanza unos pasos, coge la empuñadura de su hacha que se halla incrustada en el cuerpo de un soldado de elite, la extrae, camina hacia el siervo y responde:
—Tus amos no han parado de engañarte. Te dijeron que eran dioses y que sus poderes eran infinitos, pero no fueron capaces de descubrir que las almas de los que caímos en esta ciudad nos fundimos con las ruinas.
—Blasfemia —suelta Jhustograt—. Los amos son conocedores de los distintos futuros y pasados. Si no compartieron el conocimiento del destino de los que caísteis en estas ruinas es tan solo porque no creyeron que necesitáramos saberlo.
A través del lazo que me une a él, siento cómo Valdhuitrg no puede contenerse más. El demonio avanza unos pasos, grita y lanza la espada de fuego.
—Tus amos son escoria —dice al mismo tiempo que el arma golpea a Jhustograt y hace que se tambalee.
Sintiendo cómo aumenta el poder de mi aliado, me pongo a su lado, apunto con Dhagul a Jhustograt y afirmo:
—Tus amos no son los dioses que te hicieron creer. —Elevo la mano y una estalagmita gigante de energía carmesí emerge detrás del sirviente y lo empuja hacia delante—. Son seres incompletos. Manifestaciones corruptas que ansían ser algo que nunca serán.
—Blasfemia —dice Jhustograt mientras hace que el brillo interior de su cuerpo se propague por las cadenas que están aferradas a él—. No merecéis vivir durante más tiempo en la obra de los amos. Ha llegado el momento de que vuestra energía sirva para prender las profundidades del Ghoarthorg.
El sirviente crea unos eslabones gigantes alrededor de los estantes de la biblioteca y los sobrecarga, pero, cuando están a punto de explotar, alguien le golpea la espalda y le hace perder el equilibrio.
Aunque Jhustograt no llega a caerse, el tener que apoyarse en una estantería para mantenerse de pie mengua su concentración y las cadenas gigantes pierden tanta fuerza que acaban desvaneciéndose.
Antes de que Jhustograt se dé la vuelta para ver quién le ha golpeado, observo al hombre mayor, al que representa una versión de mí mismo moldeada por un futuro distinto, bajando la pierna que ha usado para clavar la suela en la espalda del siervo.
Mirándome a los ojos, el que podría haber sido yo asiente y dice:
—Hemos de cambiar el tiempo.
Jhustograt se deja llevar por la ira y ataca a mi versión de otro futuro. Sin embargo, aún faltándole un brazo, el hombre mayor no tan solo bloquea con facilidad los golpes, sino que además logra contraatacar y golpear al sirviente.
Adalt acelera el paso y sentencia:
—Hoy empieza el principio del fin de tus amos.
Antes de correr junto a Valdhuitrg hacia Jhustograt, escucho fuertes estruendos, veo cómo se rompen algunas pequeñas compuertas en los laterales de la biblioteca y cómo por ellas salen los encadenados que consiguieron refugiarse en salas colindantes.
Sin poder contener la euforia que siente al ver a las tropas de Los Ancestros siendo frenadas, el demonio sonríe y me dice:
—No tardarán en llegar más siervos. Debemos acabar cuanto antes con Jhustograt y con los soldados de elite. —Me observa de reojo—. Debemos matarlos y aprovechar el tiempo que tengamos antes de que lleguen refuerzos para que tu hermano de armas nos diga cómo podemos acabar con Los Ancestros.
Afirmo ligeramente con la cabeza, lanzo a Dhagul contra Jhustograt y contesto:
—Hemos de poner fin a esto.
Mientras la espada vuelve a mí y sujeto la empuñadura, percibo que las heridas de Urarlais terminan de sanarse y noto cómo renace su poder. Al mismo tiempo que Valdhuitrg y yo nos unimos al hombre mayor y Adalt y golpeamos a Jhustograt lanzándolo al suelo, siento cómo vibra el aire alrededor mi aliado nacido en el silencio y escucho los pasos que da en dirección a los soldados de elite.
—Por más que lo tumbamos, por más que lo golpeamos, solo conseguimos retrasarlo —dice mi versión de un futuro distante—. Algo que emana de esta sala ralentiza la forma en la que canaliza la energía, pero no siento que eso lo esté debilitando.
Justo cuando acaba de hablar, Jhustograt acumula una gran cantidad de energía verdosa a su alrededor, la hace explotar, nos lanza unos metros por los aires y trata de conectarse con la fuente de su poder: con la esencia misma de Los Ancestros.
Apenas termino de rodar, cuando consigo levantarme sintiendo un leve mareo, escucho cómo Jhustograt empieza a hablar dirigiéndose a Adalt:
—Guardián de la ciudad, la impregnación que has usado contra mí y contra mis soldados no nos mantendrá desconectados de Los Ancestros por mucho tiempo. —Mueve la mano, genera un golpe de viento y vuelve a alejar al hombre mayor que ha intentado atacarle—. Tanto eones preparando este momento y no fuiste capaz de prever que tus esfuerzos serian inútiles.
Conservando la calma, mostrando que no le perturban las palabras, aferrado a la empuñadura del hacha, Adalt se planta delante de él y le contesta:
—El que no ha entendido lo que está pasando eres tú. —Cuando se empieza a oír el silbido de algo que surca el aire a gran velocidad, añade—: Nuestro plan funcionó. Te tenemos a ti y a tus soldados justo donde queríamos.
Observo cómo un pequeño fragmento de un mineral anaranjado se incrusta en el cuello del siervo, veo cómo eso lo debilita y me giro hacia la dirección desde donde ha sido lanzado.
Cuando contemplo quien ha arrojado el mineral, una profunda emoción se vuelve a apoderar de mí. Con el rostro reflejando la alegría que siento, con pequeñas lágrimas surcándome las mejillas, miro cómo Bacrurus, tal como lo vi en la sala de Los Ancestros, camina hacia el sirviente.
—Bacrurus —pronuncio emocionado, viendo quienes avanzan detrás de él, fijándome en el rostro sonriente de Doscientas Vidas—. Geberdeth —añado dejando que se plasme en mi tono la alegría que me produce reencontrarme con mis hermanos de armas.
Mientras se acerca, el magnator me dice:
—No creerías que te ibas a librar con tanta facilidad de mí.
Doscientas Vidas se pone a su lado, lanza las hachas de Ghoemew y, al mismo tiempo que se incrustan en Jhustograt y lo obligan a caer de rodillas, pronuncia con cierta euforia:
—Vagalat, allí donde vas hay grandes batallas. —Eleva la mano, las hachas se separan del cuerpo del sirviente y se elevan un metro—. No podía dejarte que combatieras sin mí contra estas criaturas imperfectas. Ambos sabemos que en un combate como este siempre es bueno tener un viejo loco al lado. —Baja el brazo, las hachas se recubren con un potente brillo verdoso y caen hundiéndose en la espalda de Jhustograt —. Es fantástico volver a luchar junto a ti. —Sonríe—. Me alegro de verte, viejo amigo.
Aunque todavía está algo distante, Jiatrhán, que avanza unos metros por detrás de Bacrurus y Geberdeth, observa al siervo, me mira y dice:
—Estallidos de dolor surcan los páramos agrietados por aquellos que los secaron derramando sus lágrimas. Aquellos que ya no pueden llorar porque perdieron los ojos caminando entre brumas ensuciadas con recuerdos carbonizados. —Se calla, mueve la lengua amarilla fuera de la boca y algunas gotas caen y chisporrotean al impactar con el suelo—. Demonios, niños, ancianos y criaturas espectrales danzan sobre los cráneos de los que sirvieron al sufrimiento nacido de una fuente negra, embrutecida y corrupta. —Una sonrisa enfermiza se dibuja en su rostro—. Vagalat, Vagalat, aunque por tu culpa perdí un brazo, aunque me prometí que te arrancaría el corazón, lo asaría y me lo comería cuando volviera a encontrarme contigo, no puedo más que alegrarme de ver a mi viejo juguete roto.
Aunque en otro momento no habría tenido reparos en hundirle a Dhagul en el estómago, el verlo aquí, convertido en un aliado en la guerra contra Los Ancestros, consigue que sienta cierta satisfacción y que medía sonrisa se me marque en la cara.
—Yo también me alegro de verte, Jiatrhán.
Observo al Conderium que acompaña al ser peludo, me fijo en la armadura de un rojo apagado, en la piel negra y sus ojos blancos, en la inexpresión de su rostro y en su complexión fuerte. Aunque no lo conozco, aunque no lo recuerdo, la energía que desprende mientras camina me resulta familiar.
Adalt se adelanta unos pasos y, cuando el soldado de Abismo está a punto de alcanzarnos, le pregunta:
—¿Conseguiste adentrarte en el núcleo, Wharmarghot?
El Conderium contesta con una voz grave que no muestra énfasis ni emoción:
—Sí, mientras Bacrurus entretenía al Sirviente y Geberdeth y Jiatrhán utilizaban la energía que emanaba de la grieta, conseguí fusionarme con el núcleo y alcancé el lugar donde han concentrado la esencia del Silencio, la de los dioses, la de Los Ancianos Caminantes, la de Los Altos Demonios y la de mi señor. —Se aproxima a Jhustograt que trata de liberarse de la parálisis que le producen las hachas—. Aunque habían sido destruidas, en el centro del núcleo encontré los ecos de las consciencias de todos ellos. —Coge al Alto Sirviente del cuello y lo levanta—. Allí, en lo más profundo, escuché de nuevo la voz de Él. —Suelta a Jhustograt, deja que se desplome y se aleja caminando hacia un extremo de la biblioteca—. Los Ancestros no tardarán en canalizar más poder a sus soldados. Hay que completar el ritual.
Adalt asiente, observa al Alto Sirviente, alterna la mirada entre Valdhuitrg y yo y nos explica:
—Solo tenemos una posibilidad de vencer a Los Ancestros. El único punto en el que son totalmente vulnerables es en el pasado, justo cuando sus manifestaciones imperfectas empezaron a tomar forma.
Valdhuitrg lo mira a los ojos y pregunta:
—¿Y a qué esperamos? Hay que matarlos cuando aún son vulnerables. Hay que destrozarlos en ese momento, cuando empiecen a tomar forma. —El odio que siente hacia Los Ancestros se manifiesta en su rostro.
Adalt se gira, siente una tenue vibración que se propaga por el aire, vuelve a mirarnos, asiente y contesta:
—Los Ancestros sellaron el tiempo cuando superaron en poder a los dioses. Erigieron un muro para que nadie pudiera volver al pasado. —Centro su mirada en mis ojos—. Por eso durante un tiempo pensamos que era imposible que estuvieras vivo. Creíamos que habías quedado atrapado tras la barrera que alzaron para separar las diferentes épocas. —En sus palabras manifiesta cierto pesar—. Pensábamos que todo estaba perdido, que lo único que podíamos hacer era morir combatiendo. Lo creímos hasta que un hombre ataviado con unos ropajes blancos que se fundían con su piel se manifestó en la ciudad y nos explicó que la barrera que habían erigido Los Ancestros no era tan sólida como parecía, que el tiempo no estaba realmente fraccionado y que tú lograrías atravesarla y alcanzar este futuro.
—¿Quién era ese hombre? —pregunto.
—Un mensajero de un mundo distante, de uno tan alejado en el tiempo que es el único que siempre perdura más allá de lo que suceda en los distintos pasados. De alguien que decía representar el orden de la creación, el que estaba agonizando a causa de Los Ancestros.
—¿De un futuro? —suelta pensativo Valdhuitrg.
—Ese mundo se halla en lo más distante del tiempo, en el punto más alejado del futuro, pero a la vez no está fusionado con la energía temporal. Es el lugar más lejano al que se pude viajar. —Adalt se queda unos segundos pensando en ese mundo y en el hombre que vino desde él—. No compartió mucha más información con nosotros, pero probó que lo que decía era cierto, nos dio los medios para resistir a Los Ancestros y nos mostró un plan para poder vencerlos.
Bacrurus se acerca y dice:
—Según nos contó, su mundo ha existido siempre. Incluso cuando el tiempo ha sido perturbado o las creaciones han sido destruidas, su mundo ha seguido ocupando su lugar como último planeta en la obra del Silencio.
Miro a Valdhuitrg a los ojos, el demonio me muestra que tiene las mismas dudas que yo y pregunto a Adalt y Bacrurus:
—¿Y qué planificó?
—La forma en la que podías regresar al pasado —contesta Adalt—. Nos facilitó los medios para que Bacrurus, Geberdeth, Jiatrhán y Wharmarghot pudieran viajar hacia el futuro, hacia esta época. —Al ver cómo Jhustograt alza la mano e intenta levantarse, mi hermano deja de hablar un segundo, concentra la energía de la tierra y crea una roca que lo aprisiona—. Nos dio los medios y nos dijo qué podíamos hacer para debilitar a Los Ancestros. Gracias a él, hemos dañado el núcleo del tiempo, hemos extraído parte de su energía y hemos conseguido que el poder de las imperfecciones mengue. —Hace una breve pausa—. Aunque sigue siendo imposible retroceder en el tiempo, sí que se puede viajar hacia el futuro.
Tras unos segundos en los que se ha quedado en silencio, meditando sobre las revelaciones, Valdhuitrg dice:
—Ese hombre quería que viajáramos a su mundo... Pero ¿con qué propósito?
Bacrurus se cruza de brazos y contesta:
—Para atraer a Los Ancestros, combatirlos y derruir la barrera que impide alcanzar el pasado. Para darle a Vagalat la oportunidad de retroceder en el tiempo y evitar que las imperfecciones logren manifestarse.
Valdhuitrg me mira y veo en su mirada que, aunque siente cierta esperanza, son tantas las dudas y las incertidumbres que le acosan que eso le lleva a preguntarse si el hombre tenía intenciones ocultas.
—No me gusta seguir los pasos impuesto por alguien desconocido... —dice el demonio antes de alzar un poco la cabeza y olfatear—. No me gusta, pero no tenemos otro modo de intentar vencer a las imperfecciones. Se están acercando más siervos, más soldados y las manifestaciones más elevadas de Los Ancestros. Se nos acaba el tiempo. Llegarán pronto y no podremos resistir más que las primeras embestidas. —Dirige la mirada hacia Adalt y le pregunta—: ¿Qué hemos de hacer? ¿Cómo alcanzamos ese mundo?
Mi hermano camina hasta quedar en el centro del pasillo que separa los estantes y contesta:
—La única forma de alcanzar ese mundo distante es con tu llama. —Eleva la mano, los estantes tiemblan, producen un gran estruendo y empiezan a ser tragados por el suelo—. Los Ancestros lograron crear un puente para alcanzar ese mundo, enviaron a sus siervos más poderosos y trajeron a una especie de demonios para esclavizarlos. —Se gira y mira a Valdhuitrg a los ojos—. Tu especie proviene de aquel lugar. Los Ancestros moldearon las mentes aquellos que consiguieron traer y les impusieron recuerdos irreales sobre una existencia en los planos colindantes a La Convergencia. Les inventaron un pasado para conseguir mantenerlos lejos de la verdad. Lo hicieron porque querían aprovechar vuestro potencial, porque querían dejaros crecer hasta que uno de vosotros mostrara la fuerza necesaria para poder abrir de nuevo un puente a ese mundo.
Los ojos de Valdhuitrg muestran el mar de emociones que lo sacude por dentro.
—Mi especie... —susurra.
Bacrurus lo mira y asegura:
—Tu especie está unida a ese mundo y tú eres el que tiene el potencial para alcanzarlo. Tu llama tiene la fuerza de enlazarte con la tierra de tus antepasados.
Valdhuitrg baja un poco la cabeza, susurra palabras ininteligibles, se da la vuelta, observa a Urarlais, a los otros encadenados, a los guerreros de Adalt, a los soldados de elite tirados en el suelo, me mira, dirige la mirada hacia Bacrurus y le dice:
—Mi llama está demasiado debilitada. —Eleva la mano y contempla cómo un fuego rojo la recubre—. Tuve que avivarla usando los restos de mi alma, pero eso me está matando. Me consumo, me muero. Y lo hago convirtiendo en cenizas a mi ser.
Bacrurus extiende los brazos, conjura una estructura azulada y difusa que se extiende de una parte de la biblioteca a la otra y le explica:
—Los Ancestros empezaron a apagar tu llama porque no consiguieron doblegar tu voluntad. Lo hicieron para que tu poder no te llevara a alcanzar la verdad. Pero por más que te debilitaron, por más que te encadenaron con sufrimiento, no fueron capaces de anularte. Tu poder, tu fuerza, es algo a lo que todavía no pueden hacer frente. Para ellos, tu llama sigue siendo un misterio.
Geberdeth, que se ha mantenido en silencio observando las incertidumbres que se han ido reflejando en el rostro del demonio, se acerca a él y dice:
—No pueden robarte lo que no se puede poseer.
Valdhuitrg lo mira a los ojos, asiente agradecido por sus palabras, agacha un poco la cabeza, se observa la mano que se envuelve en llamas y se sumerge en sus pensamientos. No hace falta que use mis habilidades ni que llegue a él gracias al lazo que nos une, tan solo con estar a su lado siento cómo las revelaciones del origen de su especie han conseguido que se tambalee su mundo interior.
Mientras el demonio se muestra ausente, Jiatrhán mueve la lengua en el aire, esparce saliva por el aire y empieza a hablar:
—Envueltos en acertijos condenados, en llamas consumidas y en almas apagadas, los dioses cayeron, mis hermanos murieron y los demonios desaparecieron. —Guarda silencio un segundo y dirige la mirada hacia los soldados de elite—. La guerra contra las manifestaciones que nacieron de un silencio corrupto, del ocaso de un universo regido por fuerzas en pugna, nos obligó a combatir sin esperanza, contemplando un mañana que no auguraba más que una certeza, la de que nuestras calaveras acabarían roídas y agrietadas. —Golpea las puntas de las garras del brazo que conserva y las del de metal que ocupa el lugar del que le amputó Adalt—. Aunque por más que lo intentaron, los seres corruptos nacidos de las imperfecciones no pudieron acabar con nuestro mayor deseo. No pudieron arrebatarnos las ansias por retornar a nuestra creación imperfecta. —Se acerca a Jhustograt, mueve la lengua y gotas de saliva caen encima del Alto Sirviente consumiendo una parte del metal de los eslabones—. Los que sobrevivimos a la primera embestida, los que nos unimos en esta ciudad, los que luchamos defendiendo sus ruinas, todos hemos llegado hasta aquí sabiendo que no viviremos más de lo que hemos vivido, que nuestra muerte es el inicio de camino que conducirá a una existencia sin imperfecciones.
Bacrurus se queda unos segundos pensativo y añade:
—Los Ancestros crearon el Ghoarthorg para acumular dolor y hacerlo crecer con la construcción de los mundos nacidos del sufrimiento más profundo de los encadenados. —Observa a Valdhuitrg que deja atrás sus pensamientos y empieza a prestar atención a lo que dice el magnator—. Nuestro plan se basaba en actuar justo cuando quisieran usar el Ghoarthorg para corromper aún más El Silencio. Los Ancestros buscan tener la suficiente fuerza para reescribir la Historia y anularla, pero al menospreciarnos no han sido capaces de ver que la energía del Ghoarthorg acabará siendo usada para llevaros a ese mundo lejano. —Sin poder ocultar cierto pesar, me mira y sigue hablando—: Nuestra muerte, junto con la extinción de las almas de los guerreros impregnadas en la ruinas, os conducirá a un futuro distante desde el que podréis dar el último golpe a las imperfecciones.
Al escuchar lo que dice, al saber que nuestra esperanza se basa en la muerte de mis hermanos que aún están vivos y en la destrucción de las almas de quienes se hallan más allá de la vida, aun sabiendo que nuestra única oportunidad de victoria se encuentra en poder alcanzar ese mundo, aun teniendo la certeza de que los recuperaré cuando regrese al pasado y evite la manifestación de Los Ancestros, no puedo evitar que la sensación de perderlos se apodere de mí y consiga generarme un profundo dolor.
—No —digo mirando a Bacrurus—. Debe de haber una forma para que nos acompañéis. —Centro la mirada en los ojos entristecidos de Geberdeth—. Tiene que haberla. —Observo el rostro de Adalt y veo que no puede evitar que se manifieste cierta pena—. Tenemos que luchar juntos.
Antes de que terminen de silenciarse mis palabras, la gruta empieza a temblar. Notando las vibraciones en la plantas de los pies, alzo la cabeza y siento cómo se aproximan más siervos de las imperfecciones atravesando la corteza del mundo.
—Ya llegan... —susurra Adalt.
La energía de Los Ancestros se canaliza con fuerza, penetra las rocas e impregna a Jhustograt y a los soldados de elite que se levantan imbuidos de poder.
—Pagaréis por las blasfemias —pronuncia El Alto Sirviente antes de golpear a Bacrurus y lanzarlo unos metros por el aire—. Vuestras mentiras os consumirán.
Geberdeth agarra con fuerza las empuñaduras de las hachas, dirige las hojas contra Jhustograt y brama:
—¡El único que se va a consumir eres tú!
El Alto Sirviente detiene las armas, agarra las hojas, aprieta los dedos y consigue se agrieten un poco.
—Basas la fuerza de tu ataque en las hachas de un dios muerto. —Carga las armas con parte de su energía—. Un dios inferior. Uno que solo sirvió para alimentar a los amos. —Genera una explosión y arroja a Geberdeth por los aires—. Disfruta del abrazo de la muerte. —Mueve la mano, frena el impulso de Doscientas Vidas, lo paraliza un segundo, lo deja flotando y luego acelera la velocidad del vuelo—. Quizá en ella, antes de que tu alma se desvanezca, encuentres las cenizas del dios que te regaló esas hachas inservibles.
Mientras veo cómo Doscientas Vidas impacta contra la pared, mientras escucho el sonido que producen sus huesos al fracturarse, mientras oigo su gemido ahogado, mientras observo cómo la sangre salpica el muro y el suelo, mientras su cuerpo sin vida resbala por la pared deslizándose, grito, manifiesto el aura carmesí, siento el poder mi alma abrazándome y me lanzo contra El Alto Sirviente.
—¡Maldito! —bramo y hundo el puño en su rostro—. ¡Vas a sufrir! —Cojo una de las gruesas cadenas que le rodena el cuerpo y tiro de ella hasta quebrarla—. ¡Te arrancaré la vida!
Incremento las llamas del aura, le sujeto la cabeza, la aprieto y canalizo parte de mi energía hacia su interior, hacia su alma.
—Muere —mascullo.
Aunque no puedo verlos sé que, al mismo tiempo que me adentro en los rincones más profundos del sirviente y empiezo a demolerlos, al mismo tiempo que hago que arda su esencia, mis ojos se han tornado en una mezcla de un fuerte rojo y profundo negro.
De alguna forma, en este momento en el que estoy destrozando al que ha matado a mi amigo, me desdoblo y soy capaz de observarme. Tan solo es un segundo, un mero instante, pero es suficiente para que pueda verme canalizando un poder que jamás había canalizado, para que pueda contemplarme casi trasmutado por la fuerza que me da la energía que nace de la ausencia de pasado y de Silencio.
El cuerpo de Jhustograt se agrieta y las cadenas que están unidas a él se llena de fisuras. Al mismo tiempo que los chillidos se propagan por la sala, algunos eslabones explotan.
—Paga con tu vida —mascullo.
Valdhuitrg se pone a mi lado, observa con regocijo el sufrimiento del Alto Sirviente, manifiesta la espada de fuego y sentencia:
—Paga con tu alma. —La hoja de fuego atraviesa un costado del siervo y surge por el otro—. Arde —pronuncia con ira mientras canaliza parte del fuego de su ser al interior de Jhustograt.
Aunque estamos destrozando su alma, aunque le estamos inflingiendo un dolor que le está demoliendo la consciencia, no nos sentimos satisfechos, queremos más; queremos que padezca como nadie ha padecido antes.
—Vagalat —me llama Adalt—. Vagalat. —Me pone la mano en el hombro y consigue que le preste atención—. Tenemos que crear el puente al mundo. Debemos empezar a darle forma. —Mira con desprecio cómo El Alto Sirviente se retuerce de dolor—. La venganza debe esperar.
Consigo apagar un poco la rabia que me posee, me separo de Jhustograt, me giro y veo cómo tiembla el techo. Valdhuitrg saca la espada del cuerpo del Alto Sirviente, le golpea con la empuñadura en el rostro, lo tira al suelo y se voltea poniéndose a mi lado.
Apenas pasan unos segundos, vemos cómo la roca que da forma al techo de la biblioteca se fractura y cómo varios seres envueltos en un halo azulado descienden a gran velocidad impactando contra el suelo.
Gracias a mis sentidos aumentados escucho el susurro de Urarlais:
—Hermanos... —Dirijo la mirada hacia mi aliado que se halla conteniendo con su energía a uno de los soldados de elite—. La corrupción se ha apoderado de vosotros...
Uno de los que siervos que han aparecido, uno de cabellos dorados, ojos azulados y piel clara, uno que porta una armadura de un azul más oscuro que la del resto de los seres de su especie que he visto esclavizados por el silencio, observa a Urarlais y pronuncia con desprecio:
—No somos tus hermanos ni tampoco estamos corrompidos. Nosotros hemos asumido cómo es el verdadero orden. Hemos comprendido qué es realmente el equilibrio y quién lo proporciona. Tú, en cambio, sigues anclado a una fuerza débil. —Alza la mano y lanza un haz de energía azulada que impacta contra Urarlais lanzándolo al suelo—. Eres el reflejo del error en el que vivíamos, pero por suerte pronto tu esencia se fundirá con la llama que prenderá el Ghoarthorg y consumirá los reductos de la vieja existencia.
Cuando está a punto de arrojar otro rayo, manifiesto a Dhagul, lo lanzo y hago que desvíe la trayectoria del haz. Mientras Urarlais se levanta consumido por un profundo dolor que ni siquiera él es capaz de ocultar, me adelanto, observo al sirviente, dirijo la mirada hacia los otros siervos que han caído con él y les digo:
—Vais a morir. Vosotros y lo que representáis.
Apenas me da tiempo de empezar a girarme cuando escucho el sonido que produce el brazo de Jhustograt y noto cómo impacta en mi espalda. Apretando los dientes, aguantando el dolor, veo cómo Bacrurus, que se ha recuperado del anterior golpe y ha llegado a su altura, se lanza sobre él. Sin embargo, el siervo es más rápido, le da un fuerte puñetazo en el pecho y lo arroja contra una de las paredes que en parte acaba derruyéndose sobre él.
—Os extinguiréis vosotros y el pasado que defendéis y representáis —oigo las palabras del Alto Sirviente mientras encajo otro golpe y caigo al suelo.
Cuando me levanto y miro a Jhustograt, cuando observo perplejo cómo ha sido capaz de recuperarse del daño que le hemos inflingido Valdhuitrg y yo, cuando veo cómo hasta las cadenas que le surcan el cuerpo se han reconstruido, dirijo la mirada hacia su rostro con el odio reflejado en mis ojos y le digo:
—Da igual las veces que te cures. Seguiré golpeándote hasta que no puedas volver a renacer. Saborearé tu muerte una y otra vez.
El hombre mayor, que se ha mantenido controlando a uno de los soldados de elite, retrocede unos pasos sin perder de vista a los sirvientes que ocupan gran parte de la estancia y dice:
—Nos superan en poder. Somos más, pero no podremos aguantar mucho tiempo. —Me mira de reojo—. Su fuerza proviene del Silencio y aumenta a cada instante. —Dirige la mirada hacia Adalt—. ¿Cómo podemos empezar el ritual? ¿Cómo abrimos un camino a ese mundo?
Antes de contestar, por un segundo, siento cómo mi hermano observa el rostro envejecido del hombre mayor reflexionando sobre la multitud de caminos que conducen a tiempos diferentes.
—Tenemos que iniciarlo cuando el Ghoarthorg comience a descomponerse. —Mira a Valdhuitrg y señala un punto de la sala—. ¿Ves esa esfera difusa que flota cerca de una pared? —El demonio asiente—. Cuando se solidifique conecta tu llama a su esencia.
Apenas termina de hablar, escucho el ruido que produce la compuerta principal de la biblioteca y observo a Jhartghartgahst sosteniendo a Athwolyort inconsciente y a Hathgrelmuthl a su lado. Cuando se adentran en la sala, alcanzo a ver a quienes caminan detrás de ellos: Karthmessha y Zhuasraht han alcanzado las profundidades.
Contemplando a la diablesa y a sus viejos amigos, Valdhuitrg dice:
—Hagamos que esa piedra se solidifique. Acabemos con esto y llevemos la guerra a otro tiempo y otro mundo.
Lo miro y asiento.
—Hagámoslo.
Bacrurus concentra su poder, deshace los escombros que han caído sobre él, camina hacia nosotros, se limpia el polvo que le cubre el cuerpo y la ropa, deja atrás la pared derruida, extiende los brazos, manifiesta una energía negruzca alrededor de las manos y brama:
—¡Cargad!
Los encadenados, los guerreros de Adalt, el resto de mis compañeros y yo nos lanzamos contra las tropas de las imperfecciones.
—Estrangulemos sus deseos de seguir viviendo mientras les arrancamos las entrañas —suelta Valdhuitrg avanzando.
Aunque los siervos de Los Ancestros golpean y tumban a los primeros guerreros que los alcanzan, no consiguen más que aturdir a una pequeña fracción de la fuerza que representamos.
Corro hacia el sirviente de pelo dorado, dejo atrás a los compañeros que han sido tumbados y que empiezan a levantarse, salto, cargo el puño con la energía carmesí de mi alma y lo lanzo contra el rostro de mi enemigo.
—Paga tu traición —suelto.
Aunque le da tiempo de virar la cara y esquivar en parte el golpe, los nudillos le rozan la mejilla, le desgarran la piel blanquecina y se humedecen con su sangre de un tono azul oscuro.
—Has traicionado tu naturaleza —le espeto mientras caigo, mientras me pongo en guardia y bloqueo el golpe que lanza con la rodilla—. Has sellado tu destino al unirte a las imperfecciones.
Al mismo tiempo que la carne desollada de la cara se sana, me mira con menosprecio, me da puñetazo en el pecho y dice:
—Eres el menos indicado para hablar de traicionar a su naturaleza. —El golpe me corta la respiración—. ¿Nunca te has preguntado por qué siempre acabas haciendo daño a los que amas?
Vuelve a lanzar el puño, pero esta vez lo hace con tanta fuerza que salgo disparado tras golpearme la mandíbula. Mientras intento frenarme sin éxito y redirigir el vuelo, siento cómo la cadena que me une a Valdhuitrg tira de mí y noto cómo cambia la inercia del vuelo. El demonio, que casi ha llegado a la altura del sirviente del cabello dorado, ha agarrado los eslabones y ha invertido la trayectoria.
Cuando caigo, cuando corro hacia el siervo, escucho el sonido de las armas y el de los golpes, veo de reojo cómo las tropas del silencio están siendo contenidas, huelo el olor que produce la sangre de los que sirven a las imperfecciones y siento la euforia que emana de las mentes de quienes no estamos dispuestos a permitir que Los Ancestros sigan imponiendo su reino de terror.
—Estáis acabados —mascullo, acercándome a mi enemigo.
El sirviente, que ha encajado un golpe de Valdhuitrg, crea unos guanteletes puntiagudos de energía alrededor de sus manos, los lanza contra el demonio y contra mí y contesta:
—La esperanza es un veneno que nubla la mente de los débiles.
Aunque la mano casi me alcanza y los filos de las armas me rozan la piel dejando unos finos surcos ensangrentados, consigo esquivar la mayor parte del ataque.
—Caerás —mascullo.
Antes de que el siervo pueda volver a atacarnos, tiene que frenar la espada de fuego de Valdhuitrg.
—El final de las imperfecciones está cerca —afirma el demonio—. Y tú y los tuyos sufriréis por todo el daño que habéis causado.
Urarlais se aproxima con rapidez, se envuelve en un intenso brillo y golpea el costado del que hasta hace no mucho consideró un hermano.
—Traicionasteis al Silencio. Traicionasteis vuestra naturaleza —pronuncia Urarlais mientras lanza otro golpe que impacta en la mandíbula del Alto Sirviente.
El siervo grita, concentra gran parte de su poder en los guanteletes y lo hace estallar para que la explosión nos aleje.
—¡Basta! —brama, elevando una mano, mirando a Jhustograt que está combatiendo contra Adalt—. Hagámoslo.
El Alto Sirviente compuesto de cadenas esquiva un golpe de mi hermano, retrocede unos pasos y dice:
—Ha llegado la hora de que paguéis por las Blasfemia. —Eleva los brazos—. ¡Ha llegado el momento de que nuestros amos entren en nosotros!
Los sirvientes dejan de luchar, alzan los brazos y la roca que compone el techo de la biblioteca se agrieta. Las fisuras se agrandan y por ellas descienden multitud de pequeñas piedras y una gran cantidad de polvo.
Apenas pasan un par de segundos, una energía de una magnitud que empequeñece la de muchos dioses traspasa la construcción e incrementa el poder de los siervos hasta convertirlos prácticamente en seres invencibles.
A la vez que los cuerpos de nuestros enemigos vibran poseídos por una fuerza asombrosa, Adalt suelta el hacha, golpea el suelo, hunde los puños en los cimientos de la biblioteca y brama:
—¡Bacrurus!
Sin entender qué está pasando, Jhustograt mira con incomprensión a mi hermano.
—De nada sirve lo que trames... —susurra mientras se mantiene con los brazos elevados absorbiendo más poder.
Adalt no contesta, no dice nada, tan solo sonríe ligeramente. Al cabo de unos instantes, cuando parece que Los Ancestros están a punto de enviar a más Altos Sirvientes a las ruinas, unos inmensos rayos amarillos emergen del suelo envolviendo a los soldados de las imperfecciones.
Dirijo la mirada hacia Bacrurus, que está forzando el cuerpo y el alma para mantener activo el conjuro que se ha iniciado. Observo a Adalt y veo cómo lo consume el esfuerzo de tener que canalizar y utilizar el poder de Los Ancestros.
Al mismo tiempo que la esfera difusa que ha de permitirnos alcanzar el mundo distante se solidifica, Adalt nos mira y le dice a Valdhuitrg:
—Usa tu llama para crear un sendero. —Aprieta los dientes y hunde más los puños en las losas del suelo—. No hay tiempo que perder.
El demonio asiente y me dice:
—Vamos.
Empezamos a correr en dirección a la esfera que crece a medida que concentra parte de la esencia de Los Ancestros, lo hacemos pasando cerca de la energía resplandeciente que aprisiona a los siervos, notando el calor que desprende y escuchando los sonidos que producen los pequeños relámpagos que desprende.
Alcanzamos la esfera percibiendo cómo comienza a agotarse la fuerza de Bacrurus, de Adalt y la de todos los que se unieron a las ruinas después de que sus cuerpos murieran. Mientras observamos lo que nos ha de llevar a ese mundo distante, mientras vemos cómo en su superficie rugosa empiezan a tomar forma grabados en una lengua desconocida, escuchamos los sonidos que producen los siervos cuando consiguen liberarse.
Me giro y contemplo con impotencia cómo aumenta el poder de Los Altos Sirvientes y cómo disminuye el de Adalt, el de Bacrurus y el de los demás guerreros. Apenas tienen fuerzas para permanecer de pie sin evitar tambalearse.
Cuando Jhustograt está a punto de alcanzar a Adalt, Jiatrhán, que casi ni se aguanta de pie, se pone delante de mi hermano y le dice al sirviente:
—Senderos oscuros fueron caminados por aquellos que perdieron la cordura mientras adoraban a falsos dioses anclados en el pasado. —Ríe—. Tus amos imperfectos no son más que los desechos del Silencio.
El sirviente concentra su poder en el puño, lo lanza y brama:
—¡Calla!
Antes de que los nudillos alcancen el rostro de Jiatrhán, Wharmarghot, moviéndose a una velocidad que apenas me permite verlo antes de que se detenga delante del ser peludo, frena el puño con la palma y proclama:
—Nosotros moriremos aquí, pero nuestra muerte tendrá peso en lo que suceda. —Aprieta la mano y Jhustograt contiene un gemido—. Mi señor renacerá y se encargará de que tus amos sufran.
Jiatrhán lanza la garra del brazo metálico y arranca una cadena del cuerpo del Alto Sirviente.
—Y mi familia se ocupará de recordaros el precio por intentar acabar con nosotros.
Con algunas fuerzas recuperadas, Adalt blande el hacha de doble filo, apunta con el filo hacia los siervos, camina unos pasos y sentencia:
—Habéis perdido esta batalla. Nuestra extinción es una victoria.
Bacrurus dirige la mirada hacia Valdhuitrg, le hace un gesto con la cabeza, le anima a conectarse con la esfera, observa a los siervos y dice:
—Caeremos llevándonos con nosotros.
Con la tristeza apoderándose de mí, con la impotencia corroyéndome por dentro, con las ganas de combatir al lado de mis hermanos unidas a la necesidad de acompañar a Valdhuitrg en el viaje a ese mundo distante, miro al demonio a los ojos y le digo:
—Nos están dando el tiempo que necesitamos. No esperemos más y hagamos que valga la pena la extinción de sus almas.
Valdhuitrg envuelve su cuerpo en llamas rojas, dirige la mirada hacia la esfera y contesta:
—No sé qué encontraremos al otro lado, no sé quién nos estará esperando, pero, vayamos donde vayamos, no cesaremos hasta dar con la forma de vencer. —Mira a Karthmessha, a Zhuasraht, a Athwolyort—. Los Ancestros serán destruidos. —Posa la palma en la esfera y esta empieza a brillar recubierta por intensas llamas rojas—. Los borraremos de la existencia.
La bola de energía empieza a vibrar y a emitir un zumbido que se propaga con rapidez por la biblioteca. Al cabo de unos pocos segundos, casi todos los siervos, excepto los más poderosos, caen de rodillas al suelo influidos por la esencia del camino que se está abriendo.
—¿Qué estáis haciendo? —pregunta Jhustograt con incredulidad.
Adalt suelta el hacha, extiende los brazos, alza la cabeza y contesta:
—Usaros. Unirnos al Ghoarthorg y reutilizar la energía de las imperfecciones para consumir su creación corrupta y abrir una puerta a un futuro lejano. —La carne de mi hermano y la sus guerreros se empieza a convertir en piedra—. Hemos esperado mucho y estamos listos para poner fin a la guerra. Estamos listos para ganarla.
Mientras observo cómo mi hermano termina de petrificarse, susurro con los ojos vidriosos:
—Adalt...
Valdhuitrg, que me ha escuchado, me dice:
—Venceremos a Los Ancestros y podrás retroceder en el tiempo y evitar que esto suceda. —A través del lazo que nos une siento lo mucho que padece por mi dolor—. Vagalat, ellos lo han dado todo y nos han brindado la oportunidad de obtener la victoria. Su sacrificio será honrado.
La esfera comienza a emitir destellos rojizos y estos impactan en la estructura de la biblioteca agrietándola aún más. Bacrurus me mira una última vez antes de lanzarse contra los siervos que se mantienen de pie y amenazan con intentar atacarnos y me dice mentalmente:
«Hermano, en los años que pasé viajando por extrañas dimensiones y tiempos distantes, solo tenía una cosa en mente, darte la oportunidad de que cambiaras el destino de la creación y me permitieras luchar a tu lado en el pasado. Cuando lo consigas, cuando cambies la Historia, estaré ahí para luchar junto a ti contra Él, contra Los Ancestros o contra cualquier ser que amenace el equilibrio».
Antes de que pueda contestarle, antes de que pueda si quiera moverme, escucho cómo me dice que nos veremos pronto, noto cómo tiembla la esfera y la sala y me cubro los ojos ante el intenso brillo que produce.
El puente que se está creando con ese mundo no solo consume el Ghoarthorg, a los sirvientes y parte de la energía de las imperfecciones, al mismo tiempo aturde a los que estamos a punto de cruzarlo y consigue que no pensemos con claridad.
El viaje que estamos a punto de emprender es demasiado largo y el proceso de recorrer la enorme distancia en el tiempo y en el espacio nos agota tanto que antes de empezar a viajar perdemos la consciencia.
Aun así, antes de que mis pensamientos queden silenciados, escucho las últimas palabras de mis aliados, siento sus últimas emociones y deseos, percibo la liberación que experimentan y les prometo:
«Acabaré con Los Ancestros y restauraré la creación... Os lo juro».
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