Capítulo 14 -Cenizas de un pasado que no ha existido-
Después de abandonar el nivel de la ciudad en el que se hallaba el lago, hemos descendido hasta alcanzar una parte de las ruinas en las que los edificios han dejado paso a inmensas grutas casi vacías, a senderos escavados en las rocas en los que apenas hemos encontrado pequeñas fortificaciones que muestran cómo de tenaz fue la resistencia.
En estos grandes caminos, donde la vista no alcanza las partes superiores de las cavidades, nos hemos topado con deformidades y con unas criaturas de pelajes marrones que se movían por las paredes. Aunque no han sido una amenaza, aunque no nos ha costado acabar con ellas o espantarlas, su presencia me ha trasmitido la certeza de que tan solo son un anticipo de los verdaderos peligros que anidan en las profundidades de la ciudad derruida.
A cada paso que doy, cuánto más avanzo y desciendo, más fuerte es la sensación de que algo nos observa. Cada vez que paso por una fortificación en ruinas, cada vez que veo los restos de quienes resistieron, ya sea en forma de huesos o en cuerpos momificados envueltos por armaduras oxidadas, siento que la amenaza que se esconde en las profundidades ha reclamado este cementerio de un tiempo pasado como algo de su propiedad.
Cuando escucho un grupo de pisadas que se originan en zonas de las grutas que aún no son visibles, miro a Valdhuitrg y aseguro:
—Nos vigilan. Están observándonos para saber con qué fuerza y en qué momento atacar.
Mientras olfatea, el demonio se mantiene callado unos segundos.
—Sí... —contesta—. Aunque se ocultan bien, dejan un débil rastro. —A través de su mirada veo cierta sorpresa—. No sé qué son, son algo nuevo, algo que no existía cuando nos adentramos en las ruinas por primera vez. —Se queda pensativo—. Creía que en las zonas más profundas solo habitaban Llághertes, pero las ruinas han cambiado mucho desde la anterior incursión.
Athwolyort se pone a nuestro lado, se queda observando cómo las paredes de la cavidad emiten un tenue brillo entre verdoso y azulado, y nos dice:
—No solo han cambiado las ruinas. Fijaos en el musgo adherido a la roca, es diferente al de las zonas más cercanas a la superficie, también ha sufrido una trasformación. —Se agacha, posa la mano en el suelo, acaricia la piedra y añade—: Algo o alguien ha moldeado los niveles inferiores de la ciudad. —Se levanta y nos mira—. No me gusta la idea, pero a lo mejor deberíamos dividirnos en grupos pequeños. —El demonio lo observa meditando su propuesta—. Sea lo que sea lo que nos vigila, forma parte de una fuerza numerosa y seguro que a la que pueda nos cortará el paso y atacará por la retaguardia. Deberíamos hacer que lo que nos sigue se separe, que se disperse detrás de muchos grupos y descender hasta los niveles inferiores. —Eleva un poco la vista y contempla la grandeza de la cavidad—. Estas grutas tienen muchos accesos a las zonas más profundas, allí podremos reagruparnos.
Antes de contestar, Valdhuitrg gira la cabeza y sigue con la mirada el contorno de las paredes rocosas.
—Es una buena opción... pero este lugar ha cambiado mucho. No sabemos si se habrán reducido los accesos a los niveles más profundos de la ciudad. Quizá separándonos enviemos a muchos a caminos cerrados. —Mira a Athwolyort—. Quizá caminemos directos hacia la muerte.
Jhartghartgahst, que está detrás de nosotros y ha escuchado la conversación, dice:
—Las ruinas encierran fuerzas ocultas que han permanecido durante mucho tiempo en un profundo letargo. No sabemos qué son quienes nos están observando, pero sí que van a buscar atacarnos desde una posición de fuerza. —Camina unos pasos y se queda mirando una parte lejana de la cavidad en la que nacen varias grutas—. Si yo fuera él o ellos, si estuviera vigilando a una fuerza tan numerosa para encontrar el mejor lugar para atacar, sin duda lo haría cuando esta tuviera que concentrarse en una fila que se adentrara en senderos estrechos. —Se gira, dirige la mirada hacia el ser de piel verde y cabello negro con el que se halla encadenado y le pregunta—: ¿Tú qué crees, Hathgrelmuthl?
—Pienso lo mismo. —Señala la zona de la cavidad donde nacen las grutas—. Llevaría a la fuerza enemiga hasta ese lugar y esperaría a que tuviera que adentrarse en una zona más estrecha para atacar por lo dos flancos. —Observa a Valdhuitrg—. Supongo que es lo que están esperando.
Envuelto en un potente brillo, Urarlais se acerca a nosotros desde una de las paredes de la cavidad, baja un poco la cabeza y dice:
—No creía que esto fuera posible...
Le miro a los ojos y le pregunto:
—¿El qué? ¿Qué quieres decir?
Eleva la mirada, la centra en mí y contesta:
—La presencia que noté antes de ser arrastrados a las profundidades del lago, la que llevo sintiendo desde que camino por los niveles inferiores de las ruinas, la que percibí cuando la criatura acuática fue vencida, logra evadir la energía del Silencio y consigue mantenérseme oculta. —El brillo que le recubre el cuerpo desparece—. Esa presencia es muy antigua y es la responsable de la trasformación de las zonas inferiores de la ciudad. —Hace una breve pausa—. Por eso no puedo saber qué es exactamente lo que nos acecha. Porque, sea lo que sea, es de su creación y se oculta de igual modo. —Mira hacia la zona de la cavidad donde nacen las grutas—. No sé qué es la presencia ni cómo ha acabado aquí, pero cuanto más nos acerquemos a ella, cuanto menor sea la distancia que no separe de su guarida, mayor será la posibilidad de que su energía nos moldee como ha moldeado las profundidades de la ruinas.
Athwolyort frunce el ceño y pregunta:
—¿Quieres decir que lo que sea que ha trasformado las ruinas inferiores es capaz de trasformarnos a nosotros?
Urarlais asiente antes de contestar.
—Algo o alguien capaz de evadir la energía del Silencio ha de tener un poder que seguro que nos supera. —Mueve la cabeza y nos observa en silencio unos instantes—. Ante una fuerza así, ante algo tan antiguo y poderoso, no somos más que granos de polvo.
Bajo un poco la mirada, me quedo pensando en lo que ha dicho y le pregunto:
—¿No eres capaz de canalizar una gran porción de la fuerza ancestral? —Lo miro a los ojos—. ¿No puedes concentrar la suficiente para que no suframos los efectos de esa presencia? —Cuando veo que no contesta, que se mantiene contemplándome sin decir nada, insisto—: Cubiertos por una neblina originada por El Silencio seriamos inmutables.
—En otro tiempo habría sido posible —contesta Urarlais—. Si El Silencio no estuviese siendo corrompido, la capacidad de manifestarlo sería mayor y podría incluso anular la trasformación de las zonas más profundas de la ciudad. —Durante unos instantes, extiende la mano, crea una esfera azul y la mira—. Por desgracia, la creación de las imperfecciones y la corrupción que ha originado hacen que me sea imposible canalizar El Silencio con todo su potencial. —Cierra la mano y la bola de energía se funde con el puño—. Ahora mismo, la fuerza del silencio no hace más que mermar.
—Entiendo... —susurro y comprendo por qué la fuerza ancestral no ha sido capaz de responderme cuando me he dirigido a ella y por qué no ha podido ayudarme—. Entonces, tan solo podemos hacer una cosa. —Valdhuitrg y el resto de mis compañeros me observan—. Mientras unos van hacia la biblioteca y buscan formas de acabar con Los Ancestros, otros iremos en busca de esa presencia que ha trasformando las ruinas. —Giro un poco la cabeza y contemplo la zona donde se originan las grutas—. Sé que es probable que sucumbamos o que esa fuerza nos moldee, pero la única forma de asegurar que algunos alcancen las zonas más profundas sin verse tan amenazados es que tanto la presencia como las criaturas que han nacido de ella se centren en un solo grupo.
Athwolyort enarca una ceja, asiente con la cabeza y, con una casi sonrisa dibujada en su rostro, me dice:
—No esperaba menos de ti. Es un plan tan demencial que puede funcionar. —Con un movimiento brusco, hunde la hoja del hacha en el suelo de piedra, suelta la empuñadura y empieza a frotarse las manos despacio—. Me gusta. Me gusta mucho.
—Está bien —dice Valdhuitrg—. Iremos en busca de la presencia y les daremos todo el tiempo que podamos a los otros grupos.
Antes de que el demonio pueda decir nada más, Jhartghartgahst se golpea la palma con el puño y suelta:
—Iremos con vosotros. No se me da bien lo de buscar entre mensajes antiguos, me gusta más encontrar algo a lo que se le pueda lanzar los puños.
Hathgrelmuthl sonríe y dice:
—Contad con nosotros. Llegaremos a esa presencia y la contendremos.
Urarlais, que vuelve a emitir un profundo brillo azul, da un par de pasos, fija la mirada en las grutas y empieza a hablar:
—Me gustaría ir con vosotros y descubrir quién se oculta tras esa fuerza invisible que se me mantiene oculta, pero seré de más utilidad buscando alguna forma de derrotar a Los Ancestros entre los libros y grabados. —Antes de comenzar a caminar y dirigirse hacia uno de los senderos que hunde en las rocas, nos mira y añade—: No sucumbáis.
Afirmo con la cabeza, me giro y hago un gesto a un grupo de encadenados cercano para que lo acompañen.
—Ir con él. Nos dividiremos en pequeños grupos y descenderemos hacia las profundidades por distintos senderos.
Uno de los encadenados, uno que tiene una malla de metal fusionada con el cuerpo, asiente y, mientras avanza junto a los demás hacia Urarlais, me promete:
—Llegaremos a las entrañas de este infierno de roca.
—Decidido entonces —suelta Athwolyort antes de caminar hacia el grueso de los encadenados para explicarles que nos dividiremos en pequeños grupos y que avanzaremos en oleadas.
Cuando mi aliado de piel marrón está hablando con los seres que se nos han unido, miro a Valdhuitrg y le digo:
—Debemos ir por el camino que más se acerque a esa presencia. ¿Eres capaz de olfatear su esencia?
El demonio asiente y se adelanta.
—No creo que me cueste percibir los matices que logran ocultar su origen. —Olfatea y se queda un segundo observando una de las paredes—. Ahí. —Señala un punto no muy alejado y camina hacia él.
Jhartghartgahst, Hathgrelmuthl y yo lo seguimos en silencio. Tras un par de minutos, cuando alcanzamos el lugar, mientras veo a Valdhuitrg palpando la roca que forma la inmensa pared, le pregunto:
—¿Qué buscas?
El demonio no contesta y sigue acariciando la piedra hasta que se detiene en una zona y contesta:
—Esto. —Golpea la roca, hunde el puño y la quiebra—. Buscaba esto. —Retira el brazo y el agujero que ha creado deja a la vista un sendero muy estrecho—. La naturaleza de este lugar está cambiando continuamente. Este camino no existía hasta que empecé a olfatear. —Posa la palma en la roca y genera una llamarada que la funde abriendo un orificio lo suficientemente grande como para que pasemos—. Por aquí iremos directos a la fuente que está cambiando el entorno.
Jhartghartgahst se aproxima al agujero, se apoya en uno de los bordes y lo observa.
—Si vamos a bajar por aquí, debemos darnos prisa. —Toca la pared de la pequeña gruta y, sin darse la vuelta, añade—: Está caliente, contiene mucha energía y la roca podría desmoronarse en cualquier momento.
Con la mirada fija en el sendero serpenteante, aseguro:
—Tienes razón, no podemos esperar, cuanto antes nos adentremos más rápido llamaremos la atención de la presencia y antes atraeremos a sus creaciones.
Mientras la mayoría de encadenados caminan hacia la parte de la cavidad en la que nacen las grutas, Athwolyort llega a nuestra altura, nos mira y dice:
—Les he explicado el plan, se dividirán en pequeños grupos y descenderán por distintos senderos. —Observa el camino que hay tras el orificio, frunce el entrecejo y suelta—: Maldita sea, eso parece una trampa para atrapar ratas. —Enarca una ceja, señala con el índice a Valdhuitrg y replica—: A tu lado uno siempre tiene que descubrir inimaginables formas de acabar destripado o aplastado. —Inspira con fuerza—. Desde luego, viejo amigo, otra cosa no, pero luchar junto a ti significa vivir sintiendo el helado vaho de la hacedora de sepulturas de fuego en la nuca. —Se adentra en el sendero y empieza a recorrerlo—. Valdhuitrg, Valdhuitrg, supongo que por eso te tenía tanto aprecio Jhástegmiht. —Aunque no la veo, sé que una tenue sonrisa se le dibuja en la cara—. Supongo que sí, que era por eso.
Al mismo tiempo que observo la tristeza que refleja el rostro del demonio, avanzo y comienzo a descender por el sendero.
—Valdhuitrg, vamos, debemos darnos prisa. Los otros grupos cuentan con nosotros —digo, para que deje atrás los recuerdos dolorosos de un pasado lleno de angustia y pérdida.
Al poco de haber empezado a adentrarme en este estrecho camino que se hunde en la roca, oigo los pasos de Valdhuitrg, de Jhartghartgahst y de Hathgrelmuthl junto con el sonido metálico que producen los eslabones que nos incrustaron Los Ancestros en las muñecas.
Gracias a la tenue luz entre azulada y verdosa que se propaga por el sendero, no me es difícil observar a Athwolyort que se halla unos metros delante de mí.
—Trampa para ratas... —suelta mi aliado de piel marrón.
Mientras media sonrisa se me marca en la cara, escucho cómo Hathgrelmuthl le pregunta a Jhartghartgahst:
—¿Recuerdas el paso de Jharbangoremot? ¿Recuerdas el comienzo de nuestra última batalla?
—Cómo olvidarlo —contesta el ser de cabello y barba anaranjada—. Aquellos malditos Jholunts nos emboscaron saliendo de debajo de las piedras. —Bufa—. Nos aprisionaron entre rocas, en un espacio como este.
—¿Jharbangoremot? —pregunta Valdhuitrg—. Ese nombre me suena.
—Es un nombre antiguo, que casi se pierde en el tiempo —contesta Hathgrelmuthl—. Aunque las leyendas dicen que fue el último dios en caer ante las imperfecciones, no era un dios, fue alguien creado por una antigua deidad.
Sin saber por qué, intuyo a qué dios se refiere y pregunto:
—¿Qué deidad?
—Ghoemew —responde Jhartghartgahst—. Antes de ser devorado por el poder de Los Ancestros, El Creador de La Convergencia canalizó gran parte de su poder y materializó a un ser que combatió durante milenios en los mundos condenados.
—Ghoemew... —susurro, asumiendo que mi intuición era cierta.
—¿Cómo sabéis que Jharbangoremot no era un dios? ¿Cómo sabéis que fue creado por un dios?
Aun con mis capacidades mermadas, durante el tiempo que reina el silencio, no me cuesta percibir la pena y el dolor que se proyecta desde el interior de mis nuevos aliados.
—Lo sabemos porque lo conocimos —afirma Hathgrelmuthl—. Lo sabemos porque luchamos a su lado y fuimos testigos de su caída.
Jhartghartgahst suelta con pesar:
—El paso de Jharbangoremot fue el lugar donde enterramos sus restos. Fue el lugar que juramos proteger hasta que Los Ancestros nos nublaron la mente, nos vencieron y nos esclavizaron. —Giro la cabeza y veo cómo cierra los puños—. Al igual que Ghoemew dio forma a Jharbangoremot, él hizo lo propio para crear a guerreros que le ayudaran a vencer a Los Ancestros. —Inclina un poco la cabeza—. Él nos creó después de combatir solo durante milenios.
Hathgrelmuthl le pone la mano en el hombro y dice:
—Luchamos a su lado durante siglos, quizá algo más de mil años, hasta que fue ejecutado... —Inspira con fuerza—. Nuestros hermanos fallecieron en el último combate junto a Jharbangoremot, pero nosotros sobrevivimos y los enterramos. —Se calla y en el silencio se refleja la tristeza que siente—. Puede que Los Ancestros pensaran que acabaron con todos los guerreros de Jharbangoremot y por eso no regresaran hasta pasado mucho tiempo. Aunque también puede que supieran que sobrevivimos y estuvieran esperando para darnos el golpe final. Quizá esperaron para satisfacer su macabra necesidad de infligir más sufrimiento, quizá lo hicieron para disfrutar alimentando y extinguiendo nuestra esperanza.
—Lo siento... —dice Valdhuitrg—. Los Ancestros han destrozado la vida de muchos. De demasiados. —Aprieta los dientes—. Deben pagar.
—Ghoemew... —murmuro y luego le pregunto a Hathgrelmuthl—: ¿Jharbangoremot os creo con la esencia de Ghoemew?
—Sí, nos dio forma a través de su alma que estaba formado por los restos de Ghoemew.
Al mismo tiempo que guardo silencio y me quedo pensando en que una pequeña parte del dios que me ayudó a vencer a Los Ghurakis aún se mantiene con vida dentro de mis aliados, Valdhuitrg pregunta:
—¿Y cómo acabasteis en el lago? ¿Cómo llegasteis a las ruinas?
—Fue extraño —responde Jhartghartgahst—. El día que fuimos derrotados, un siervo de Los Ancestros que estaba formado por cadenas desenterró los restos de Jharbangoremot y se los llevó mientras unas criaturas de metal dorado nos paralizaban. Cuando el siervo dejó el lugar, perdimos la consciencia y tan solo la recuperamos al despertarnos después de que vencierais a ese ser que nos mantuvo cautivos en nuestras mentes.
—Vivimos en un infierno de recuerdos fragmentados y dolorosos durante un tiempo que me es difícil medir —añade Hathgrelmuthl.
Cuando giro la cabeza, al ver la cara de Valdhuitrg le pregunto:
—¿Qué sucede?
El demonio me mira y observo a través de sus ojos el odio y dolor que yace en lo más profundo de su alma.
—El siervo de las cadenas, el que mancilló los restos de Jharbangoremot, es Jhustograt, fue el encargado de la segunda oleada de devastación de mi mundo. —Mientras guarda silencio durantes unos segundos, recuerdo las visiones que tuve de aquel combate cuando me adentré en su mente—. Me enfrenté contra él; yo, Karthmessha y muchos más. Y nos humilló. —Cierra los puños y estos se envuelven con fuego—. Es el siervo más elevado de Los Ancestros, el más poderoso, y tan solo interviene si sus amos desean algo con urgencia. —Las llamas se vuelven más intensas—. Devastó mi mundo porque mi especie debía alimentar el Ghoarthorg y servir como material para avivar el fuego que lo sustenta. —Hace una breve pausa—. El que fuera a por los restos de Jharbangoremot tuvo que ser con un propósito oscuro. Desconozco para qué los querían Los Ancestros ni por qué tardaron tanto tiempo en ir a por vosotros —les dice a Jhartghartgahst y Hathgrelmuthl—, pero estoy seguro de que esperaron por alguna razón.
Mientras guardamos silencio y pensamos en los planes ocultos de Los Ancestros, Athwolyort alza la voz:
—Hay algo ahí delante. —Mueve la mano y nos anima a que aceleremos el paso—. No sé lo que es, pero brilla mucho.
Avanzamos más rápido y no tardamos en adentrarnos en una cavidad mucho más grande que el sendero. En el centro de la gruta, brillando con tonos rosados que nos obligan a cubrirnos los ojos, se halla una estructura de energía que no cesa en cambiar de forma.
—¿Qué es eso? —pregunto.
Poco a poco, el fulgor va disminuyendo hasta que desaparece. Una vez la cavidad tan solo es alumbrada por el tenue brillo azulado y verdoso que proviene de las paredes y del techo, camino hasta el objeto que ha pasado de estar compuesto por energía a tornarse sólido y lo examino con la mirada.
—Tiene grabados en una lengua extraña —dice Athwolyort mientras camina alrededor—. No es como la que hallamos en las ruinas en nuestra primera incursión.
Valdhuitrg olfatea y empieza a hablar:
—No lo es porque no pertenece a las ruinas. —Observa detenidamente las láminas metálicas que se incrustan las unas con las otras y dan forma a la estructura que se halla en medio de la gruta—. Esto no pertenece siquiera a este tiempo.
Miro a de reojo al demonio y luego centro la mirada en las partes lisas de este extraño objeto que parece estar ligado a la presencia que ha trasformando las ruinas. Me acerco más, hago el amago de tocarlo y siento el tacto electrizante de pequeños rayos azulados que emergen de las láminas.
Aunque el contacto dura poco, aunque retiro la mano con rapidez, durante el segundo que estoy conectado al núcleo de esta extraña estructura, un cúmulo de imágenes me surca la mente y me muestra la naturaleza de la energía que ha moldeado las ruinas de la ciudad.
—El templo del silencio —susurro, asimilando lo que acabo de vislumbrar.
—¿Qué quieres decir, Vagalat? —me pregunta Valdhuitrg.
Sin apartar la mirada de las múltiples láminas que dan forma al objeto, contesto:
—Proviene del templo del silencio, un lugar antiguo donde la fuerza primordial era venerada. —Lo miro a los ojos—. No hace mucho, en una de mis visiones, en uno de los viajes que a veces emprende mi alma, llegué a ese lugar. —Me callo un segundo recordando mi estancia en el templo—. Llegué en una época donde el templo ya no era más que una construcción ruinosa que luchaba por no convertirse en un montón de escombros cubiertos por polvo.
—¿El templo del silencio? —suelta Athwolyort, enarcando una ceja—. Valdhuitrg, ¿recuerdas aquel extraño grabado que encontramos repetido varias veces en la primera incursión?
El demonio lo observa y contesta:
—Sí, hablaba sobre como unos que eran conocidos como los primeros nacidos erigieron un templo en el cual cualquier ser podía intentar unirse al silencio. —Contempla el objeto y se queda pensativo—. ¿Quieres decir que se referían al templo del que habla Vagalat?
Athwolyort se pasa la mano por la barba, la aprieta un segundo y responde:
—Quizá no es el mismo lugar, pero podría ser que sí.
—Podría ser... —susurra el demonio.
Jhartghartgahst, que ha permanecido con la mirada fija en el objeto, da un par de pasos, lo señala y dice:
—Si es la fuente de la presencia, si esto la ayuda a moldear las ruinas, deberíamos destruirlo.
Hathgrelmuthl se pone a su altura y le dice:
—Sé que tras tanto tiempo encerrado en ese huevo membranoso tienes ganas de utilizar tus músculos, pero esto es algo tan antiguo y esconde tanto poder que golpearlo podría provocar una reacción que afectaría a las ruinas. Mejor déjame a mí. —Se adelanta un paso y extiende los brazos—. Hafth Deherjat Grumon, Serergau Dhert Druyet.
Mientras veo cómo la piel de su cuerpo se oscurece tiñéndose con un verde apagado, pienso:
«¿El idioma de Ghoemew...? —Contemplo cómo los ojos se le tornan negros—. Al menos es parecido... Puede que en ellos viva algo más que la energía residual del Creador de La Convergencia».
Hathgrelmuthl extiende el brazo, apunta con la palma hacia el objeto y pronuncia:
—Jhartgut Dhyert Ghuemr Ghrame.
Tras unos segundos en los que observamos con expectación, las láminas que dan forma a la estructura nacida de la energía se separan y los grabados que las recubren desaparecen; el metal no tarda en desintegrase dejando a la vista lo que se hallaba en el centro el objeto: una esfera azulada que desprende un fuerte brillo.
Valdhuitrg olfatea y asegura:
—Eso está conectado con la presencia que ha moldeado las ruinas. —Vuelve a olfatear y mira hacia los lados—. Y la presencia está muy cerca.
—Debemos... —Me callo cuando escucho los susurros que se propagan por la gruta—. ¿Los escucháis? —les pregunto a mis compañeros.
Athwolyort niega con la cabeza y Valdhuitrg me dice:
—¿Qué es lo que tendríamos que escuchar?
—Los susurros... —Centro la mirada en el objeto y guardo silencio.
El demonio está a punto de acercarse para ver si estoy bien, pero levanto la mano sin apartar la vista de la esfera y la muevo para tranquilizarlo.
—Es una voz conocida —digo, mirando a mis aliados—. Nuestros caminos se cruzaron antes. —Vuelvo a dirigir la vista hacia la esfera—. Creo que la presencia es quién está susurrando mi nombre.
—¿Susurrando tu nombre? —pregunta extrañado Jhartghartgahst.
Apenas pasa un segundo, justo en el momento en el que está a punto de hablar Valdhuitrg, se escucha un tenue susurro que emerge de la esfera:
—Vagalat...
El demonio me mira y dice:
—¿Quién es?
—Es una mujer de piel azul que vi cuando mi alma llegó al templo. Una que me ayudó luego a encontrar el camino para aceptarme.
—Entiendo... —murmura Valdhuitrg mientras se pone a mi lado—. Debemos llegar a ella. Quizás de esa forma las criaturas que nos merodeaban se centren en nosotros y los grupos no encuentren amenazas en su descenso a las profundidades de las ruinas.
De forma inconsciente, al escuchar las palabras de Valdhuitrg, elevo la mano y apunto con ella hacia la esfera. Acerco un poco la palma a la bola de energía y, cuando siento el cálido tacto de los relámpagos azules, les digo a mis compañeros:
—Está aquí. Ella está aquí.
Poco a poco, la esfera desprende unas ondas que hacen temblar suavemente el aire y las rocas. Despacio, el entorno va cambiando hasta que la pequeña gruta deja paso a una gran estancia de paredes oscuras en las que hay seres encerrados en piedras de color amarillo. Lentamente, giro la cabeza y dirijo la mirada hacia el final de la sala.
—¿Qué te ha pasado? —pregunto mientras empiezo a caminar.
Valdhuitrg y los demás me siguen en silencio, observando a la mujer de piel azul que se mantiene inmóvil. Aunque su cuerpo está igual que la última vez que la vi, de una parte del rostro le nace un fragmento de piedra amarilla que se extiende más allá de la piel encerrándole un ojo.
Eleva la vista despacio, la centra en mí y dice:
—Vagalat... Cuánto tiempo... —Da un par de pasos de forma errática—. No nos habíamos visto desde que decidiste... —De repente, deja de hablar, gira la cabeza y contempla una grieta amarillenta en la pared rocosa de la que surge un tenue zumbido—. Sí... —suelta sin apartar la mirada—. Él es el causante de nuestro estado...
Notando que la mujer no es la misma que la que me ayudó después de mi encuentro con El Conderium, percibiendo que pertenece a un tiempo diferente, a un pasado que no es el de esta creación consumida por Los Ancestros, intuyendo que es hija de una época que aún no ha existido, una que solo existirá si las imperfecciones alcanzan el pasado más remoto, avanzo sin perderla de vista y le digo a mis compañeros:
—Proviene de un pasado consumido. De un pasado en el que el silencio ha sido corrompido.
De forma inconsciente, Valdhuitrg aprieta los puños y suelta con odio:
—Es la muestra de la obra final de Los Ancestros. Es la muestra de lo que sucederá si logran alcanzar el pasado.
Mientras camina, Athwolyort se aferra al hacha y pregunta:
—¿Y qué hacemos?
Me quedo un par de segundos en silencio y contesto:
—No lo sé.
De golpe, la mujer grita, se coge la cabeza y brama:
—¡Salid de mi mente! —Se agacha y chilla—. ¡Dejadme en paz!
Me detengo, hago un gesto con la mano a mis compañeros y también dejan de caminar.
«¿Qué podemos hacer? Su alma está corrompida y es capaz de moldear lo que nos rodea y también de trasformarnos a nosotros... —Durante un instante, observo cómo maldice y se mueve tratando de alejar de su mente lo que la atormenta—. No sé cómo puedo ayudarte...».
La mujer deja de chillar, se yergue, me mira con el rostro reflejando la intensa locura que se ha apodera de de ella y pregunta:
—¿No sabes cómo ayudarme? ¿De verdad no lo sabes? —La piedra que le emerge de la cara y le encierra el ojo empieza a brillar con un tenue tono amarillento—. ¿Por qué abandonaste el templo? ¿Tan importante era la misión que tú mismo te encomendaste? —Aprieta los puños y brama—: ¡Dejaste que el orden cayera! ¡Dejaste que el templo fuese mancillado! —Apunta con las palmas a mis aliados—. ¡Te maldigo! ¡A ti y a los que te acompañan!
Antes de que podamos reaccionar, dos rayos de color amarillo salen disparados de las manos de la mujer y golpean a Jhartghartgahst y a Hathgrelmuthl.
—¡No! —bramo, viendo cómo rocas amarillas emergen del suelo y los aprisionan—. ¡¿Por qué?! —vocifero, girándome, centrando la visión en la mujer.
Athwolyort da unos pasos y suelta gritando:
—¡Maldita! —Lanza el hacha y esta vuela a gran velocidad hacia ella—. ¡Muere!
En el último instante, soltando una carcajada, la mujer eleva la mano, detiene el arma en el aire, observa un segundo el filo, baja el brazo y dice:
—Muere tú.
El hacha se desplaza tan rápido que apenas me da tiempo de verla volar antes de escuchar el chillido de mi aliado y el ruido que produce su cráneo al impactar contra el suelo rocoso.
Me giro, miro a Athwolyort y lo veo tumbado con la hoja incrustada en el hombro.
—Maldita... —susurra antes de empezar a delirar.
—No, no, no —mascullo repetidas veces.
Valdhuitrg, que durante un instante se ha quedado paralizado observando a Athwolyort con la mirada perdida, manifiesta la espada de fuego, grita y corre hacia la mujer.
—Demonio necio —dice ella, antes de volver a lanzar un rayo que atrapa a mi aliado en una roca amarilla.
Miro a los ojos de Valdhuitrg y, aunque tiene el cuerpo inmovilizado, veo cómo los mueve, cómo me indica con ellos que ataque, que acabe con la mujer de piel azul.
Aprieto los puños y los dientes, giro la cabeza, la miro y corro hacia ella.
—No quería hacerte daño, quería ayudarte, pero has perdido la razón. —La mujer sonríe y no dice nada—. No me has dejado opción.
Antes de que la alcance, la cadena que me une a Valdhuitrg se calienta tanto que empieza a quemarme el hueso. Chillo, pero me obligo a seguir avanzando, a alcanzarla y poner fin a su locura. Sin embargo, apenas doy unos pasos, siento cómo algo atrapa mis pies. Bajo la mirada y veo cómo una roca amarilla similar a la que ha capturado a mis compañeros emerge del suelo y me cubre las piernas.
—Ellos morirán lentamente, sufriendo el tormento en vida de la corrupción para alcanzar la agonía que aguarda en la muerte, la que se esconde por obra de Los Ancestros.
Aunque intento moverme, mis piernas no me responden.
—Acabaré con tu locura —sentencio.
—No, Vagalat, acabaré yo con tu vida por haber abandonado el templo, por habernos dejado. —Manifiesta un cuchillo de energía azul y camina hacia mí—. Ellos sufrirán en vida, pero a ti te envío con rapidez a los reinos corruptos que antaño conservaban las almas.
Voy a mover las manos, a golpearla, a quitarle el arma y atacarle con ella. Sin embargo, antes de que pueda hacerlo, la roca crece y me inmoviliza los brazos.
—Regresaré —le digo desafiante—. Volveré de la muerte y acabaré contigo.
Sonríe de forma enfermiza y suelta una carcajada.
—Esta vez no. Esta vez tu inmortalidad no te servirá de nada.
Con un movimiento rápido, lanza el filo luminoso contra mi pecho y me atraviesa el corazón. Antes si quiera de que me dé tiempo de pensarlo, siento como si mi alma se secara y noto cómo una intensa negrura me atrapa y me reclama...
He muerto muchas veces, pero esta es la primera en la que el vacío se adueña de mí por completo. Esta vez ni siquiera soy capaz de escuchar el graznido de Laht. Esta vez siento que lo que soy empieza a desvanecerse de verdad.
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