Capítulo 10 -Las cadenas del Ghoarthorg-

Parados en lo alto de un pequeño monte de roca roja, con el viento golpeándonos, moviendo las prendas y los cabellos, observamos la planicie poblada por unos animales de cuatro patas, dos cabezas y pelaje marrón, que se alimentan de la hierba de tonos grises apagados.

Valdhuitrg olfatea, huele los olores que nos son inapreciables al resto y dice:

—Está cerca. —Mueve la cabeza, ojea el entorno y señala una montaña un poco más grande que las que se esparcen por el horizonte—. Allí.

Zhuasraht, cuyo interior cristalino resplandece con los rayos del sol rojo que descienden del cielo y surcan el mineral verde, se pone al lado del demonio y pregunta:

—¿Estás seguro? —Valdhuitrg afirma con la cabeza—. Tanto tiempo... —Dirige la mirada hacia la montaña de rocas rojas de la que sobresalen arbustos que se aferran a los pequeños salientes—. Ha ocultado con tanta intensidad su esencia que ya no soy capaz de captarla.

—Incluso a mí me ha costado —dice el demonio—. Athwolyort se ha recluido en este lugar y ha hecho todo lo posible para que nadie sepa de él.

Karthmessha, que está detrás de nosotros, pronuncia con tono apenado:

—Perdió mucho tras la incursión en el núcleo.

Aunque no conozco a Athwolyort, aunque desconozco su pérdida, imagino el sufrimiento que padeció a manos de Los Ancestros, me acerco al borde del pequeño monte y les digo a mis compañeros:

—Pues no tardemos en ir donde se encuentra para decirle que por fin ha llegado el día de la venganza. El día en el que su dolor caerá con fuerza sobre Los Ancestros.

Aun siendo diminutas, aun siendo casi inapreciables, unas pequeñas sonrisas se dibujan en los rostros de Valdhuitrg y Karthmessha.

—Me gusta el humano —comenta la diablesa.

Mientras comienzan a seguirme, a descender por las rocas, el demonio dice:

—Y a mí.

Sonrío y sigo bajando los pocos metros que elevan el pico del pequeño monte. Cuando alcanzo la planicie, doy unos pasos y algunos animales que están pastando cerca elevan las cabezas, me miran con los ojos cristalinos de color azul y se alejan.

Al verlos correr, recuerdo las cacerías con Adalt, cómo ayudábamos a las almas de las presas a volver al río eterno de las encarnaciones y cómo antes de que partieran les pedíamos permiso para comer la carne que ya no necesitaban.

Sumergido en los recuerdos que me llevan a revivir momentos de un pasado feliz, susurro:

—Hermano, sé que luchaste hasta el final, sé que lo diste todo y que partiste con honor. Cuando regrese, volveremos a estar juntos y derramaremos la sangre de nuestros enemigos.

Valdhuitrg, que consigue escucharme, posa la mano en mi hombro y asegura:

—Sea quién sea ese hermano tuyo, conociéndote, habiendo visto en tus recuerdos de lo que eres capaz y de lo que son capaces lo que luchan a tu lado, también estoy seguro de que lograréis volver a estar juntos y derramaréis mucha sangre.

Lo miro con agradecimiento y comenzamos a caminar rumbo a la montaña.

«Valdhuitrg... me encantaría que pudieras derramar sangre junto a nosotros en el pasado» pienso, notando la inmensa fortaleza que proyecta, sabiendo la debilidad que la sustenta.

Alejo los pensamientos de tristeza, empiezo a pisar la hierba de tonos grises apagados, noto lo espesa que es, lo que cuesta que se hunda, y dirijo la mirada hacia los arbustos que se aferran a los salientes de la montaña.

Este lugar, al igual que los distintos parajes que he surcado del Ghoarthorg, es una mezcla de distintos mundos, una fusión engendrada en multitud de mentes, una fusión que se alimenta de la fuerza de los eslabones que las unen.

En silencio, cada uno recluido en sus pensamientos, los cuatro escalamos la montaña, evitamos las ramas de los arbustos y no tardamos en alcanzar la gran superficie que da forma al pico. La roca que lo origina está agrietada por las fuerza de las raíces de los arbustos que aquí crecen con más fuerza y alcanzan algo más de dos metros.

Caminando entre la espesura que crea la vegetación, apartando las ramas con la mano y agachando la cabeza para que ninguna hoja me roce la cara, escucho la voz de Valdhuitrg:

—Allí. —Elevo la mirada y lo veo señalar un punto del pico—. Tiene que estar allí.

Avanzo un par de metros, alcanzo un pequeño claro y, a través de él, puedo ver las pequeñas piedras que bordean un fuego medio apagado y la cabaña que hay detrás. Muevo los ojos, busco algún signo que muestre la presencia de alguien, pero la única evidencia que veo es el titileo de las brasas al ser alcanzadas por el viento.

—¡Athwolyort! —brama Valdhuitrg mientras avanza.

Karthmessha no tarda en unírsele y grita:

—¡Athwolyort!

Aparte de mí, el único que permanece en silencio es Zhuasraht. Al ver cómo el brillo de los ojos del ser de mineral verde me trasmite cierto pesar, me acerco y le pregunto:

—¿Qué sucede?

Zhuasraht dirige la mirada cargada de tristeza hacia mis ojos y pronuncia con la voz entrecortada:

—Fui incapaz de ayudarle... Corrí y tumbé a uno de los siervos, pero no llegué a alcanzar a tiempo a su...

El sufrimiento que siente lo enmudece. El dolor emana con fuerza de su interior y yo no soy capaz de preguntarle y ahondar en su herida. Inspiro sintiendo la tristeza que surge de su alma, contengo las emociones, centro la vista en la cabaña y, dejando a Zhuasraht reviviendo un pasado doloroso, dándole espacio y tiempo, avanzo en silencio hasta alcanzar el claro donde está construida.

—Aún están calientes —dice Valdhuitrg hundiendo la mano en las brasas—. Debe de estar cerca.

Karthmessha se da la vuelta y grita:

—¡Athwolyort! ¡Athwolyort!

Cuando los gritos pierden fuerza, el único sonido que escuchamos es el que produce el viento al mecer las ramas de los arbustos.

—Athwolyort —susurra el demonio.

Zhuasraht, sin dejar atrás los recuerdos y las emociones, algo inquieto y proyectando la tristeza que le desgarra el alma, se acerca a la cabaña y se queda mirándola pensativo. Aun habiendo pasado mucho tiempo desde que fueron derrotados en el núcleo del silencio, todos trasmiten una sensación como si ese día hubiese sido ayer.

Aunque mis habilidades están muy debilitadas, aunque mis sentidos están casi apagados y la telepatía se ha desvanecido, cierro los ojos, extiendo un poco el brazo e intento alcanzar alguna mente que se halle oculta.

Me esfuerzo, me concentro, busco pensamientos escondidos y, cuando estoy a punto de darme por vencido, capto pequeñas palpitaciones que me indican que alguien nos está observando.

Abro los ojos, señalo un punto donde las ramas de los arbustos son muy espesas y digo:

—Ahí.

Valdhuitrg tira las brasas que sostiene, se levanta, da un par de pasos y empieza a hablar:

—Athwolyort, viejo amigo, hemos venido a...

Se calla cuando escucha el silbido que produce un arma volando a gran velocidad. En el momento en que el hacha de doble filo que le han lanzado se incrusta a sus pies, agacha la cabeza, la examina con la mirada y pronuncia en voz baja:

—El tiempo puede pasar, pero tu carácter no cambia.

Dirijo la mirada hacia el punto desde donde ha volado el arma y veo cómo se mueven las ramas de los arbustos. No tarda en aparecer un ser de piel marrón con el pelo de la misma tonalidad aunque algo más oscuro. No es muy alto, debe medir cerca del metro y medio. La melena y la barba le cubren parte de la espalda y el torso. Viste unas prendas negras con rayas rojas que por su parte exterior están hechas de un material rígido. Los brazos, que en su mayoría quedan al descubierto, muestran una desarrollada musculatura. En las muñecas, por encima de las gruesas manos de piel arrugada, porta unos brazaletes de metal pardo; en uno de ellos se fusiona una cadena que cae al suelo y se pierde entre la vegetación.

El ser, que refleja un inmenso dolor que se mezcla con un profundo odio, camina unos pasos, mira a Valdhuitrg y pregunta:

—¿Cómo te atreves a venir aquí?

El demonio tarda en responder, los sentimientos le ahogan las palabras.

—Athwolyort, amigo... —dice al fin.

—¿Amigo? ¡¿Amigo?! —Avanza un par de pasos con los músculos del rostro en tensión—. ¿Somos amigos? —Señala al demonio, le apunta con el dedo índice—. ¿Lo somos? ¿De verdad? —Valdhuitrg va a responder, pero el ser continúa hablando mientras las lágrimas le brotan de los ojos y le resbalan por las mejillas—: No, no lo somos. ¿Dónde estabas cuando busqué vengarme por la muerte de Jhástegmiht? ¿Dónde estabas cuando volví al mundo de Los Ancestros? —Aunque el demonio intenta apartar la mirada, aunque ladea un poco la cabeza, Athwolyort se mueve para poder seguir mirándole a los ojos—. ¿Dónde estabas "amigo"? —Hace una breve pausa—. Yo sé dónde estabas. Lamiéndote las heridas. Pensando que tu dolor era mayor que el del resto. Pensando en ti sin acordarte de lo que los demás dejamos atrás.

Valdhuitrg, con los lagrimales generando un poco de humo, inspira despacio por la nariz y dice:

—Lo siento. Siento que Jhástegmiht muriera, siento que la perdieras. —Agacha la cabeza y se sincera—: Me derrumbé. Cuando creí que nuestro plan no funcionó, que el asalto al núcleo del tiempo fue en vano y que todos murieron por mi culpa para nada, decidí alejarme, luchar solo y no perder a nadie más. —Eleva un poco la mirada—. No quería que hubieran más muertes por mi culpa.

Athwolyort, sin poder contener las emociones que hacen que las mejillas se le humedezcan cada vez más, se pasa la mano por la barba bañada en lágrimas y dice:

—Vete.

Valdhuitrg lo mira a los ojos, pero él aparta la mirada.

—Amigo... —pronuncia con mucha tristeza.

—He dicho que te vayas. —Centra la vista en el rostro del demonio y los brazaletes brillan tenuemente—. No lo volveré a repetir.

Aunque quiero intervenir, decirle a Athwolyort que tenemos una oportunidad de vengar su pérdida, que podemos encontrar una forma de derrotar a Los Ancestros, es tal el dolor y la angustia que proyecta que sé que sería inútil.

Me adelanto, observo el rostro del demonio destrozado por la pena y le digo:

—Vámonos. No va a cambiar de opinión.

Valdhuitrg quiere replicar, le gustaría poder decir que sí que tomará otra decisión, pero sabe que no va a ser así y se resigna.

—Sí, nos iremos.

Aunque Karthmessha y Zhuasraht querrían expresar la tristeza que sienten por Valdhuitrg y Athwolyort, la impotencia y el pesar les hacen permanecer en silencio.

Miro al grupo, siento su aflicción y empiezo a caminar para que ellos también lo hagan. Sé lo difícil que es tener que renunciar a un amigo, sentir su odio, pero no podemos hacer nada.

Cuando adelanto a Athwolyort, cuando empiezo a escuchar las pisadas de los demás que me siguen sin decir nada, oigo un ruido procedente de cielo, elevo la mirada y veo cómo caen varios objetos envueltos en llamas y humo.

Antes de que me pueda dar la vuelta, antes de que pueda decir algo, Athwolyort susurra una pregunta:

—¿Las tropas del silencio, aquí? —Me volteo y veo cómo mira a Valdhuitrg—. ¿Qué hacen las tropas del silencio en el Ghoarthorg?

El demonio dirige la mirada hacia el cielo y contesta:

—Perseguirnos.

—¿Perseguiros? —pronuncia Athwolyort, alzando la vista—. ¿Cómo es posible? ¿Qué habéis hecho para que Los Ancestros se hayan rebajado a enviar a sus soldados de elite?

Me pongo a su lado y contesto:

—Hemos empezado a cambiar la historia. —Me mira extrañado—. Mis hermanos de armas surcaron el tiempo, abandonaron el pasado, llegaron a esta era, atacaron a Los Ancestros e inflingieron daños en el núcleo del tiempo.

—¿Tus hermanos? ¿El pasado? —La incomprensión se adueña con fuerza de su rostro—. ¿Quién demonios eres?

Valdhuitrg manifiesta una espada de fuego y contesta:

—Es la encarnación de la esperanza que tanto tiempo estuvimos esperando.

Aunque Athwolyort no entiende muy bien cuál es el significado oculto que esconden las palabras del demonio, aunque desconoce por qué soy la encarnación de la esperanza, mueve ligeramente la cabeza, corre a por el hacha incrustada en el suelo, la blande y se prepara para el aterrizaje de los seres que caen del cielo.

—Maldita sea, Valdhuitrg. Maldito seas —pronuncia mirando el descenso de los soldados de elite de Los Ancestros—. No era suficiente con que vinieras a verme para devolverme al recuerdo de una derrota dolorosa, también tenías que traer a las tropas del silencio. —Aprieta los dientes, contempla con odio las figuras envueltas en humo y fuego y promete—: Jhástegmiht, caerán en tu nombre.

Karthmessha asegura:

—Lo harán. Les arrancaremos las entrañas para vengar tu pérdida.

Zuasrath se suma y declara:

—Morirán por haberse llevado a tu mitad, a tu alma gemela.

Me pongo en guardia y digo:

—Sí que lo harán. Pagarán caro tu dolor.

Valdhuitrg, inmerso en el éxtasis que le produce manifestar una gran dosis de poder, pronuncia con un tono que denota cierta redención:

—Morirán por Jhástegmiht. Morirán por ella y por todos los que cayeron.

El primer soldado del silencio, controlando en el último momento la intensidad de la caída, impacta contra la roca que da forma al pico sin que la superficie se resquebraje ni que la montaña se agriete. Los demás, otros cuatro, no tardan en descender. Todos van cubiertos por armaduras doradas que no dejan a la vista ninguna parte de sus cuerpos. Incluso las cabezas se mantienen selladas y en los cascos no hay orificios para los ojos.

El que parece el líder, el que es un poco más alto que los otros, camina un par de pasos, se detiene y, mientras el metal de la armadura se descompone en pequeñas piezas que vibran como si formasen parte de una ola que se extiende de los pies a la cabeza, empieza a hablar con una voz que suena metálica:

—Los Ancestros reclaman vuestra presencia. —Me señala y luego mueve la mano despacio para apuntar a Valdhuitrg con el dedo—. Debéis venir con nosotros. —Baja el brazo, hace un gesto y los otros soldados avanzan rodeándonos—. El silencio os espera.

Sin poder controlar la rabia que me produce que hable del silencio, odiando el modo en que Los Ancestros han utilizado su poder y la forma en que han esclavizado a este futuro, me adelanto, aprieto los puños y suelto:

—El silencio no nos espera. —Aunque estoy débil, aunque tengo que controlarme y no gastar con rapidez mi energía, siento un impulso tan fuerte que me es imposible no manifestar una fina capa carmesí alrededor de mi cuerpo—. El silencio no nos espera porque ya está aquí. —Noto la sorpresa de mis aliados, excepto Valdhuitrg, todos se extrañan por mis palabras—. Yo soy silencio.

El soldado me observa con un desconcierto que se manifiesta en ligeros movimientos de cabeza.

—¿Cómo osas blasfemar? —pregunta al mismo tiempo que la armadura comienza a brillar—. ¿Cómo eres capaz de...?

La frase queda a medio pronunciar, Athwolyort lanza el hacha que se incrusta en la armadura y lo tira al suelo.

—Me estaba cansando su charla —dice, adelantándose a recoger el arma y acabar con el soldado.

Cuando pasa cerca de mí, hace un gesto de aprobación. Me giro y veo cómo mis aliados se abalanzan sobre los otros soldados. Valdhuitrg traspasa a uno con la espada de fuego, lo eleva y grita. Karthmessha lanza la mano, araña la armadura, se aproxima y muerde la pieza del cuello destrozándola. Zuasrath, con el interior del cuerpo brillándole con diminutos relámpagos y el brazo envuelto por la cadena partida, golpea el pecho del último soldado hasta que abolla el metal.

Viendo que nuestros enemigos se hallan en el suelo, mientras nos reagrupamos, comento:

—Creía que las tropas del silencio eran más poderosas.

Me miran sin decirme nada. Todos menos Valdhuitrg se extrañan de que no sepa cuál es la naturaleza de estos seres. Después de unos segundos, Athwolyort me pregunta:

—¿De verdad no sabes lo poderosos que son? —Niego ligeramente con la cabeza—. ¿De dónde has salido? —Al ver que mi desconocimiento de la naturaleza de los seres no es fingido, me explica—: Los soldados del silencio, al menos la elite, están conectados a la parte más baja de la energía de Los Ancestros. Aunque no poseen un poder superior al de Los Altos Sirvientes, tienen capacidades similares. Existen en la misma energía, se comunican entre ellos y canalizan la fuerza dependiendo de la amenaza. —Señala a los soldados con el hacha—. Estos han aparecido en la frecuencia más baja, pero, al ser derrotados, renacerán e igualarán a quienes los han vencido. Si vuelven a caer, se volverán a alzar con más poder. —Mira cómo las armaduras de los soldados se convierten en pequeñas piezas que son movidas como si fuesen olas—. No hay forma de vencer. Lo único que se puede hacer es destrozarlos mucho después de una resurrección para que la siguiente onda de energía que los alimenta tarde más en volver a darles vida.

Me quedo en silencio contemplando cómo se levantan los soldados. Cuando pienso que el reino de terror de Los Ancestros no puede dejar de sorprenderme aparecen estos siervos y me muestran lo equivocado que estaba.

—A por ellos, ¡ahora! —brama Valdhuitrg.

Me sincronizo con los movimientos del demonio, avanzamos sin que nos estorbe la cadena. Él se adelanta un poco, alza la espada y la lanza contra un soldado que la frena con el brazo. Mientras forcejean, subo por la espalda de Valdhuitrg, me apoyo en sus hombros y salto por encima del siervo que, sin dejar de presionar la espada con el brazo, me mira extrañado.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta cuando caigo detrás de él.

Le rodeo el cuello con la cadena que me une al demonio y sentencio:

—Derrotarte.

Apoyo la suela en la espalda, tiro con fuerza y lo obligo a doblarse hacia atrás.

—Acabar contigo escoria de Los Ancestros —suelta Valdhuitrg, incrementando su poder, haciendo que la espada brille más y que su piel palpite con la energía que la surca.

Con un movimiento fugaz, corta la armadura y mete el puño en el interior. Mientras una gran sonrisa se le dibuja en el rostro, saca la mano y extrae un puñado de arena dorada. Casi al instante, por la obertura, empieza a caer mucha más arena.

Suelto la cadena, la desenrosco y pregunto:

—¿Eso es lo que tienen dentro?

—Sí, es polvo del núcleo del tiempo.

Al mismo tiempo que el sirviente lucha en vano por levantarse y hablar, a la vez que empieza a apagarse, observo cómo los demás combaten contra los otros soldados.

—La primera vez habéis luchado ocultando toda vuestra fuerza —digo.

El demonio afirma con la cabeza.

—Es la única forma de vencer. Engañándolos. Cuando caigan, debemos movernos rápido y abandonar este mundo. —Me mira de reojo—. Aún no estamos preparados para acabar con ellos.

Valdhuitrg corre hacia los soldados y yo lo sigo. El demonio intensifica la llama de la espada y grita:

—¡Athwolyort, abajo!

El ser de piel marrón gira un poco la cabeza, ve las llamaradas del arma, se agacha y rueda bordeando al sirviente al que se está enfrentando. Valdhuitrg, con los dientes apretados, con el rostro reflejando ira, apunta con el filo hacia el soldado y proyecta un haz envuelto en llamas que lo empuja un metro hacia atrás.

—¡Pagad, escoria ancestral! —grita Athwolyort mientras lanza el hacha una y otra vez contra el casco del sirviente.

Me detengo, miro hacia los soldados a los que se están enfrentando Zuasrath y Karthmessha, cómo reciben los golpes, y los veo caer derrotados. Apenas termino de escuchar el sonido de las armaduras impactando contra el suelo, oigo la voz de Valdhuitrg:

—¡Vamos! —Hace un gesto con la mano y comienza a manifestar un sendero—. ¡Debemos abandonar este mundo!

Cuando el túnel de luz termina de tomar forma, cuando estamos a punto de adentrarnos en él, Athwolyort dice:

—Marchaos, los entretendré todo lo que pueda.

Valdhuitrg se gira y replica:

—Debes venir.

El ser de piel marrón lo mira con una mezcla de odio, ira, aprecio y respeto.

—No, no voy a ir. Este lugar se ha convertido en mi hogar y es lo único que me queda.

Karthmessha avanza un paso y le dice:

—No puedes quedarte, te matarán.

Athwolyort la observa sin hablar, respondiendo con la mirada, mostrando que está cansado de combatir, de seguir en esta existencia cargando con una pérdida que le devora el alma.

—Viejo amigo —dice Zuasrath—. No puedes quedarte aquí. No lo permitiré.

Athwolyort es incapaz de evitar que se le dibuje una sonrisa triste en el rostro y contesta:

—Por nuestra antigua amistad, te pido que te vayas. A Jhástegmiht no le gustaría verte caer en un combate perdido.

Las palabras se incrustan en lo más hondo del ser de mineral verde y consiguen que aumente su tristeza y dolor. Proyectando el sufrimiento que siente, se enrolla con más fuerza la cadena partida en el brazo, avanza hasta quedar al lado de Athwolyort y dice:

—Marchaos. Os daremos todo el tiempo que podamos.

Con la impotencia apoderándose de mí, con el deseo de luchar y la certeza de que el combate lo más seguro es que nos conduzca a la derrota, miro a Valdhuitrg y digo:

—No podemos dejarlos aquí. Hay que vencer a estos soldados. Destruirlos.

El demonio asiente, sabe que es una tarea casi imposible, pero no duda en quedarse y combatir.

—Así sea. —Aprieta con fuerza la empuñadura de la espada de fuego y avanza hasta quedar cerca de Zuasrath y Athwolyort—. Lucharemos. —Mira al ser de piel marrón—. No te volveré a dejar solo.

Athwolyort hace un gesto con la cabeza y se prepara para combatir. Karthmessha y yo nos colocamos cerrando el círculo; estamos todos casi espalda con espalda, esperando a que los soldados se levanten.

Varios rayos dorados caen del cielo e impactan en las armaduras. El metal se descompone en diminutas piezas que vibran y que crean ondas durante unos segundos. Cuando las corazas vuelven a solidificarse, el brillo que emiten es tan potente que tengo que entrecerrar los ojos y desviar la mirada.

—Debéis venir con nosotros —pronuncia el líder, antes de moverse a gran velocidad, golpear en el estómago a Valdhuitrg y obligarlo a caer hacia delante.

Uno de los soldados se desplaza tan rápido hacia mí que apenas me da tiempo de parpadear. Cuando lo tengo delante, me pone la mano en el pecho y manifiesta filamentos dorados que me oprimen los músculos. Karthmessha quiere intervenir, intenta ayudarme, pero el soldado le golpea la cara y la lanza unos metros por el aire.

Mientras siento cómo aumenta la presión, escucho los golpes del hacha de Athwolyort en el sirviente que ha sacudido a Valdhuitrg. Suenan fuertes, le da con todas sus fuerzas, pero el líder ha trascendido hasta alcanzar un poder que no puede igualar.

Giro un poco la cabeza y veo cómo el soldado coge a Athwolyort del cuello y lo levanta. Padeciendo por la visión de mi aliado ahogándose, sintiendo una ira que se adueña de mí, grito:

—¡Déjalo!

El líder me mira durante unos segundos, quieto, apretando con más fuerza. No es hasta el último momento, hasta que el cuello de Athwolyort está a punto de ceder y quebrarse, que lo suelta y dice:

—Los Ancestros quieren a Valdhuitrg con vida. Desean castigarlo con un destino peor que el Ghoarthorg o la muerte. Aunque sus órdenes respecto a ti son diferentes. No tenemos por qué conservar tu cuerpo, podemos llevarnos solo tu alma. —Pone la mano en mi cabeza—. Será una forma de hacerte pagar por tu blasfemia.

En un segundo, siento como si me desgarran la carne, apretaran los músculos e hirvieran mi sangre. Grito, intento luchar, pero no puedo más que retrasar el lento proceso que separa mi alma de mi cuerpo.

—Basta —mascullo.

Aunque Valdhuitrg coge al líder, trata de inmovilizarlo y arrastrarlo hacia atrás, el siervo de Los Ancestros le golpea con el codo y hace un gesto para que el soldado que ha tumbado a Zuasrath se acerque a retener al demonio.

La visión se me empieza a tornar borrosa, los sonidos cada vez son más lejanos y el dolor comienza a desaparecer. No falta mucho para que se evapore la vida de mi cuerpo.

—Vagalat, resiste —dice Valdhuitrg antes de que un golpe lo silencie.

Trato de aguantar, lo intento con todas mis fuerzas, pero no es hasta que el proceso se interrumpe que puedo sentir cierta liberación. Tras unos instantes, recupero la visión y el resto de los sentidos, noto cómo los filamentos que me oprimen pierden fuerza, me giro en busca del líder y veo que un brazo formado de bruma oscura lo ha atravesado.

Sin dar crédito a lo que estoy viendo, observando la naturaleza de quien me ha salvado, suelto:

—¿Tú? ¿Cómo es posible?

La parte oscura de mi ser, que ha conseguido manifestarse en este mundo y vencer al soldado de Los Ancestros, me mira a los ojos y pronuncia despacio, remarcando las palabras:

—No voy a permitir que te quiten la vida. No voy a permitir que maten a nuestro cuerpo. Es mío. Y pronto lo poseeré.

El ser testigo de la facilidad con la que ha vencido al soldado hace que sienta una gran impotencia.

—No dejaré que eso suceda nunca. —Aprieto los puños.

La bruma que le da forma se difumina y se escucha su voz alejándose:

—No puedes hacer nada por evitarlo, Vagalat. Eres mío, tú, este futuro y el pasado.

Valdhuitrg aprovecha que el líder de los soldados está herido para golpearlo, tirarlo al suelo y gritar:

—¡Reagrupemos!

Me acerco a él y retrocedemos junto con Athwolyort sin perder de vista a nuestros enemigos.

—¿Qué era eso? —me pregunta el demonio.

—La representación de mi oscuridad, que ha tomado forma y reclama mi ser.

Valdhuitrg se centra en el peligro inminente, olvida la aparición de mi yo oscuro y hace un gesto para que busquemos un punto desde donde defendernos.

—¿Por qué os habéis quedado, malditos locos? —pregunta Athwolyort.

El demonio lo mira de reojo y dice:

—Por ti, porque te fallé, porque fallé a Jhástegmiht y porque no quiero volver a fallarte ni perderte.

Los soldados se nos acercan despacio.

—Preparaos —digo, poniéndome en guardia.

Athwolyort aprieta los dientes, niega con la cabeza y pregunta:

—Valdhuitrg, ¿de verdad crees que puedes encontrar una forma de vencer a Los Ancestros?

El demonio asiente.

—Esta vez, cuando caigamos en la lucha contra ellos, los llevaremos con nosotros.

Athwolyort cierra los párpados, sopesa sus deseos y la fuerza de los sentimientos que lo turban. Abre los ojos, coge la cadena que se fusiona con el hueso de su muñeca y dice:

—Maldito loco, está bien. —Mira de reojo al demonio—. Combatamos unas últimas batallas, por Jhástegmiht.

Valdhuitrg sonríe.

—Por Jhástegmiht.

Athwolyort azota la cadena y brama:

—¡Despierta, grandullón!

Los eslabones brillan, se conectan a quien está unido a Athwolyort y se escucha un gran bostezo que resuena con mucha fuerza. Los soldados se detienen, se dan la vuelta y observan con asombro cómo de los arbustos emerge una figura gigantesca formada por roca volcánica de color azul.

Valdhuitrg suelta sorprendido:

—¿Un Xhah'trass? Creí que estaban extinguidos.

Athwolyort contesta:

—Yo también lo creía hasta que después de la muerte de Jhástegmiht Los Ancestros me encadenaron a Ghuthwhejertt.

Mientras los escucho hablar, pienso en que desconocía lo que era un Xhah'trass. En mi vida junto a Adalt no vi a ninguno y tampoco leí nada de ellos en los libros del maestro en la ciudadela de Los Guardianes de Abismo.

—Sueño —pronuncia el ser de roca volcánica despacio, como si le pesaran las palabras, como si la piedra tuviera una gran carga que lo obligara a un descanso perpetuo—. Habéis interrumpido mi sueño. —Mira a los soldados que corren hacia él—. No debisteis hacerlo. —Echa la cabeza hacia atrás, aspira y, con un movimiento lento, vomita una gran cantidad de lava que cae encima de los sirvientes derritiéndoles las armaduras.

—Es nuestra oportunidad —dice el demonio.

Valdhuitrg comienza a crear el sendero de luces y yo y Athwolyort corremos a ayudar a Zuasrath y a Karthmessha a ponerse de pie. Cuando termina de manifestarse el camino que se conecta a otro lugar del Ghoarthorg, Athwolyort dice:

—Vamos Ghuthwhejertt, este ya no es buen lugar para descansar.

El Xhah'trass bosteza y empieza a caminar haciendo temblar la montaña con cada pisada. Avanzamos rápido, nos adentramos en el sendero de luces y lo recorremos alejándonos de los soldados del silencio que empiezan a renacer con mucho más poder.

Cuando salimos del túnel, aunque por un segundo nuestros pensamientos están en los sirvientes y en lo cerca que hemos estado de ser derrotados, la visión de cadenas gigantescas descendiendo en diagonal del cielo, incrustándose en la tierra, naciendo más allá de las nubes grises y el firmamento blanquecino, hace que apartemos a las tropas del silencio de nuestras mentes.

—¿Qué es este lugar? —pregunta Valdhuitrg sin poder ocultar la impresión que le producen los eslabones gigantes.

El Xhah'trass se tumba, cierra los ojos y se empequeñece hasta convertirse en una pequeña piedra negra de forma ovalada. Athwolyort la recoge, la guarda en un anclaje de uno de los brazaletes, camina hasta quedar al lado del demonio y dice:

—El corazón del Ghoarthorg. —Valdhuitrg lo mira extrañado—. Leyendas que empezaron a propagarse poco después de que cayéramos en el núcleo del tiempo.

Me pongo a su lado y le pregunto:

—¿Qué leyendas?

Mantiene la mirada fija en las cadenas que a unos cientos de metros se hunden en la tierra.

—Las de que en algún momento el Ghoarthorg empezaría a encadenarse a sí mismo. Las de que cuando llegara ese momento, eslabones gigantes se hundirían en los mundos y los devorarían. —Hace una breve pausa—. A ellos y a quienes los crearon a través de sus pensamientos. —Me mira a los ojos—. Leyendas que decían que cuando sucediera llegaría la destrucción de los encadenados.

Me quedo pensativo, observando la obra de Los Ancestros, viendo el poder que emana de las cadenas, contemplando la naturaleza del reino de terror y el destino que tenían preparado para la creación que consiguieron esclavizar.

«Cuando parecía que todo ya estaba en nuestra contra, Los Ancestros nos demuestran que aún nos lo pueden poner más difícil... —Me miro la mano, observo un tenue brillo carmesí que se extingue con rapidez—. No hay mucho tiempo, he de recuperar mi poder. He de enfrentarme contra mi yo oscuro y reclamarlo».

Elevo la mirada, contemplo los eslabones que se pierden en el cielo y susurro:

—La guerra no ha hecho más que empezar.

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