Capítulo 1 -Un mundo muerto-
Poco a poco, recupero la consciencia y empiezo a padecer un fuerte dolor en el cuerpo. Aunque estoy cubierto por una capa de nieve, aunque el viento helado desplaza con fuerza los copos, aunque el blanco cubre el cráter que he creado al impactar y el frío ha solidificado el hielo en algunos puntos, aun así siento un calor intenso propagarse por los músculos cuando intento moverme.
Tumbado, contemplando el cielo cubierto por grandes nubes negras, pienso en el ser brumoso que me sacó de los pedazos del Mundo Ghuraki y me lanzó hacia el remolino dorado. Mientras fuerzo el cuerpo y obligo a las piernas a sostenerme, mientras veo cómo la energía de mi alma no solo me ha regenerado a mí sino que también ha recreado mi ropa, me pregunto quién era y por qué quería que acabara en este mundo.
—Los Ancestros... —susurro, escalando el hielo que se ha adherido a las paredes del cráter—. ¿Por qué me resultáis tan familiares? —Cuando alcanzo el borde, cuando salgo de lugar del impacto, gracias a los sentidos aumentados contemplo lo que se oculta tras la niebla y veo la magnitud de los picos blancos que se alzan hacia el firmamento—. Una cadena de montañas —digo, dirigiendo la mirada hacia abajo, hacia la gruesa nieve que cubre parte de la cumbre en la que me encuentro—. Montañas... —murmuro, acordándome de la caza que llevamos a cabo Adalt y yo en un lugar similar a este—. Hermano... —No puedo evitar emocionarme al recordarlo—. Volveremos a luchar juntos. —Empiezo a descender—. Lo prometimos.
En silencio, escuchando los intensos silbidos que produce la ventisca, notando el tacto de los copos sobre la piel, atravesando paisajes de hielo perpetuo, pongo en orden mis pensamientos y manifiesto el aura carmesí.
Después de lo que sucedió en El Mundo Ghuraki sé que no es fácil acabar conmigo, pero aunque puedo soportar el intenso frío de esta montaña, aunque sé que no es suficiente para herirme ni matarme, prefiero notar el suave y cálido tacto de la energía del alma en vez del viento punzante y helado.
Pisando la gruesa nieve, deshaciéndola a través del aura, escuchando el sonido que produce al convertirse en agua y notando el vapor que emerge de ella, elevo el brazo y manifiesto a Laht.
—Vuela, fiel amigo. Muéstrame más de este mundo.
Sin detenerme, me conecto al cuervo sagrado y veo a través de sus ojos. La cadena montañosa es gigantesca y el blanco se extiende más allá de lo que me imaginaba. Muevo ligeramente la cabeza y le ordeno a Laht que descienda, que vea qué hay más allá de la montaña. Grazna, me obedece y cae en picado.
Sintiendo la intensidad de su caída y la velocidad con que surca el aire, viendo cómo va agrandándose la parte de la montaña que no está helada, media sonrisa se me marca en la cara. Pocas cosas hay que me llenen tanto como sentir el lazo que me une a Laht.
—Muy bien, amigo —susurro.
El cuervo sagrado bate las alas, retoma el vuelo y sobrevuela una gran porción del terreno que se halla más allá de la montaña. Gracias a él, veo bosques frondosos y un gran río.
Aunque por la apariencia no parece que haya nada anormal, siento que algo se esconde tras ese paisaje. No sé qué es, pero percibo que tanto los bosques como el río están impregnados con una energía que vibra produciendo un sonido que incluso a mí me es difícil de captar.
Mientras le digo a Laht que retorne, ahora que sé que hay una fuerza en este lugar que se propaga sin ser vista, aumento la intensidad del aura y percibo a través de ella las finas capas de energía que se hallan más allá de la visión.
Justo cuando el cuervo sagrado regresa y se posa en el hombro, en el momento en que retorna a mi alma, soy capaz de percibir los finos hilos que se extienden por la atmósfera.
—¿Qué? —suelto, alzando el brazo, pasando la mano a través de los diminutos filamentos que envuelven las montañas, la nieve, los copos y las nubes—. ¿Qué sois? —me pregunto, sin ser capaz de entender la función de los hilos.
Hago que el aura retome su tamaño normal, dejo de ver la malla de energía que está unida a este mundo, acelero el paso y desciendo con rapidez. Necesito descubrir dónde estoy y qué envuelve lo que me rodea.
Aunque la montaña es grande y me hallo en la parte más alta, aprovecho los acantilados para saltar y descender más rápido. Después de haber estado tanto tiempo congelado flotando en el vacío es placentero sentir el corazón golpeando el pecho mientras el aire me roza con fuerza el rostro. Después de tanto tiempo en estado de letargo es agradable sentirse vivo.
Muevo la mano, canalizo la energía y freno el descenso. Poco antes de tocar el suelo, viro el cuerpo en el aire y caigo pisando la capa de nieve que ya es menos densa.
Sonrío, manifiesto a Jaushlet, lo miro, lo acaricio y le digo:
—Bajemos.
Cuando lo monto, el caballo relincha, se sostiene sobre las patas traseras y comienza a trotar saltando entre las rocas que sobresalen por encima del manto blanco.
—Buen chico —susurro, acariciándole las crines.
Jaushlet aumenta la marcha y el sonido de los cascos impactando con la montaña resuena con fuerza. No sé qué me espera al llegar abajo, no sé qué peligros aguardan en este mundo, pero, aunque gran parte de mi poder aún está adormecido, ya no estoy tan indefenso como cuando fui lanzado al Mundo Ghuraki. Aun sin mis hermanos de armas acompañándome, no estoy solo, junto a mí se hallan las partes de mi alma que dan forma a los animales sagrados.
Mientras pienso en los enemigos que he vencido y en lo que he vivido, mientras recuerdo a mis compañeros, Jaushlet ha descendido lo suficiente para permitirme vislumbrar el bosque. Cuando nos hemos acercado bastante, hago que frene la marcha y avanzamos sin adentrarnos, surcando el contorno, buscando el río.
No sé qué es exactamente lo que me inquieta, pero, tras la apariencia de árboles robustos que se alzan mostrando la densidad de un intenso verde, noto algo anormal en la naturaleza que puebla este lugar. Es una sensación extraña, como si detrás de la vida no hubiera nada. Como si los árboles no fueran más que reflejos de algo extinto.
Jaushlet avanza y yo analizo el bosque intentando hallar qué es lo que me inquieta. Sin embargo, por más que me esfuerzo, por más que uso mis capacidades para examinar las hojas, los troncos y el musgo, por más que busco en los pequeños claros algo que denote en los arbustos qué me produce esta sensación, lo único que logro es ver un bosque que parece perfectamente construido. Y eso, me da una pista de lo que se mantiene oculto.
—Este mundo no es natural —digo, acariciando el cuello de Jaushlet, haciéndole saber que quiero que se detenga.
Una vez he desmontado, avanzo unos pasos, fijo la mirada en los árboles, me agacho, poso la mano en el suelo y cierro los ojos. En silencio, con la mente en blanco, me conecto con la tierra y busco vibraciones producidas por animales, humanos u otros seres.
Después de darme cuenta de que lo que había pasado por alto, abro los párpados, me levanto y susurro:
—No hay vida. —Alzo la mirada y contemplo el firmamento—. No hay aves. —Bajo la cabeza y observo de nuevo el bosque—. No hay animales.
Pensando en que este mundo ha sido moldeado para no albergar vida, canalizo el aura y vuelvo a ver los filamentos que envuelven todo. Intensifico las llamas que me cubren el cuerpo y aumento los sentidos hasta que logro conectarme vagamente con los hilos.
«¿Qué sois? —Muevo la mano y sujeto uno de los diminutos filamentos—. ¿Quién os ha creado?».
Cuando estoy a punto de darme por vencido, una vibración sacude el hilo y me trasmite algo que me sorprende. A no mucha distancia, camuflada por el espesor del bosque que de alguna forma la anula, alguien produce una respiración exhausta.
—¿Cómo no he sido capaz de sentirla antes? —Suelto el hilo, muevo la mano, Jaushlet se trasforma en energía carmesí y se une a mí—. ¿Cómo consigues ocultarte?
Aunque dirijo la mirada hacia el lugar del que proviene la respiración e intento ver a través de la espesura del bosque, una fuerza invisible me impide observar qué hay más allá de los primeros árboles.
Tras unos segundos, en los que canalizo todo mi poder, me doy por vencido, apago el aura y susurro:
—Veamos quién eres.
Mientras me adentro en el bosque, mientras me muevo con rapidez entre los gigantescos troncos y avanzo cubierto por la sombra que producen las ramas y las hojas, media sonrisa se me marca en la cara; hacía mucho que no me sentía tan vivo.
Sin detenerme, creo una película de energía bajo los pies para que las pisadas no produzcan sonido y uso mis capacidades para anular las sutiles vibraciones que genera mi alma al proyectarse. Tras unos minutos, me acerco a un gran claro y alcanzo a ver sorprendido lo que parece un pequeño poblado de casas construidas con tablones viejos y podridos.
«¿Cómo es posible que Laht no lo viera...? —Aminoro el paso, alzo la cabeza y compruebo que por encima del claro los filamentos crean la ilusión de que el bosque se extiende por el lugar que ocupan las casas—. Es extraño... ¿Por qué se ocultan?».
Bajo la mirada, poso la mano en la dura corteza de un árbol y me quedo pensativo. No sé qué es este lugar ni por qué la tierra del claro parece estar muerta, pero intuyo que todo es obra de una fuerza oscura y antigua.
Mientras examino el poblado, observando la madera podrida que da forma a las casas y el suelo negro y agrietado que las separa, escucho cómo se aproxima una respiración cansada.
—¿Quién...? —me pregunta alguien.
Me doy la vuelta, contemplo al ser famélico que me ha hablado, me fijo en su piel anaranjada, en la carne convertida en pellejo, en las prendas marrones desgastadas y en los ojos grises consumidos.
—Soy... —Me callo al ver cómo cuando se mueve los hilos que envuelven el mundo brillan a su alrededor—. Estás conectado de un modo diferente a...
—La muerte eterna —me habla una niña que sale de detrás de un tronco; tiene un aspecto tan desnutrido que siento rabia e impotencia.
—¿Quiénes sois? —pregunto, volviendo a mirar al poblado al escuchar cómo se abren las puertas de las casas—. ¿Por qué estáis consumidos? —La visión de una multitud de ancianos, niños, mujeres y hombres, caminando sin fuerzas, arrastrando los pies desnudos, consigue que apriete los puños y que aumente la rabia que siento.
—Somos... —pronuncia el que me habló primero antes de tener que callarse para tomar aliento—. Somos sus mascotas... —Se apoya en un árbol—. Somos los esclavos del silencio.
—¿Mascotas...? ¿Esclavos del silencio? —Al sentir cómo fluctúan los hilos, al notar que algo se acerca, aprieto los dientes, ando hacia el claro y manifiesto a Dhagul—. ¡Muéstrate!
Tras unos instantes, aparece delante de mí un ser que va ataviado con una gruesa armadura gris y porta un mandoble envainado a la espalda. El casco, construido con una capa de metal fino, le cubre el rostro y deja a la vista los ojos de energía azul claro.
—¿Qué eres? —me pregunta mientras me analiza—. Escapas a la percepción de los amos.
Lo observo fijamente, doy un paso y, antes de atacar, antes de destrozarlo, le pregunto:
—¿Por qué se alimentan tus amos de estas gentes?
Contempla extrañado a la multitud de seres de piel anaranjada.
—Mis amos no se alimentan de ellos. —Me mira a los ojos—. Les han concedido su bendición y les permiten existir eternamente en el paraíso.
—¿Paraíso...? —Aprieto con más fuerza la empuñadura de Dhagul—. ¡¿Paraíso?!
Avanzo antes de que pueda desenvainar el arma, le clavo la espada en el pecho y lo levanto. Mientras noto el calor de la sangre azulada surcarme la piel de las manos, mientras lo miro a los ojos sin ocultar el odio que siento, mientras escucho cómo la energía de Dhagul hace que la carne chisporrotee, manifiesto el aura carmesí y lo elevo más.
—Ahora que saben de tu presencia, los amos sienten mucha curiosidad por ti. —A unos metros de nosotros, se manifiesta una multitud de seres iguales a él—. Debemos llevarte con ellos.
Lo bajo un poco, lo cojo del cuello, extraigo la hoja y, antes de lanzarlo contra los recién aparecidos, digo:
—Será un placer visitar a tus amos y devolverles el dolor que han causado.
Cuando varios de los soldados caen al suelo, escucho unas palmadas detrás de mí. Me giro rápido y observo a la mujer de tez extremadamente clara que las produce. Es diferente al resto de aparecidos, su energía vibra con más intensidad. Sin bajar la guardia, me fijo en la armadura de metal azulado y en los grabados en una lengua que desconozco. El casco, que le cubre desde la nuca hasta medio rostro, deja a la vista unos ojos con un brillo similar al del soldado de la coraza.
—Interesante... —Mueve la cabeza y hace bailar su larga trenza rubia—. ¿Por qué no somos capaces de sentirte? —Camina hacia mí, escrutándome con la mirada—. ¿Qué es lo que te hace tan diferente a los otros pretendientes?
Aunque me gustaría saber a qué se refiere con pretendientes, no puedo permitirme perder el tiempo preguntándole, la gente del poblado me necesita y los voy a liberar. Levanto a Dhagul y la señalo con el filo.
—¿Eres una de sus amos? —Apunto con la mano hacia los soldados que se están reagrupando detrás de mí.
La mujer se detiene y clava la mirada en la espada de energía.
—Soy más que eso, soy una sierva del silencio. —Me mira a los ojos—. Pero ¿qué eres tú?
Hace un gesto con el brazo y los soldados acorazados se abalanzan contra mí. Antes de darme la vuelta y combatirlos, le lanzo una mirada de odio.
—Silencio... —mascullo, dando un tajo que raja la armadura de uno de los atacantes—. ¿Cómo podéis mancillar el nombre del silencio? —Apunto con la palma hacia dos enemigos y genero un haz de energía que los tumba—. ¿Cómo podéis esclavizar en su nombre? —Mi aura aumenta y empieza a vibrar—. No os lo permitiré. —Poso una rodilla en el suelo, clavo a Dhagul en la tierra y genero una onda carmesí que arroja a los soldados contra los troncos de los árboles—. Jamás —sentencio.
Me pongo de pie, me giro y me encaro a la mujer. Ella se muestra satisfecha, parece como si hubiera lanzado a los soldados para probarme.
—Serás un buen encadenado. —Una leve sonrisa le surca el rostro—. Hacía tiempo que Los Ancestros no recibían un regalo tan prometedor. —Eleva la mano y apunta con ella hacia el firmamento—. Vendrás conmigo a La Corte y les darás tu ser.
Al ver cómo se refleja el terror en los ojos de los habitantes del poblado, doy un paso, sujeto con fuerza a Dhagul y digo:
—No voy a ir ningún sitio. Voy a acabar contigo, aquí y ahora.
No oculta su incredulidad, para ella no soy nada.
—Estoy segura de que Los Ancestros disfrutarán mucho.
Mueve el brazo y los hilos que envuelven el mundo se solidifican dentro de mí produciéndome un gran dolor.
—Puedo aguantar mucho más... —mascullo, escupiendo sangre por la boca.
—Sería una decepción si no fueras capaz de soportar más. —Mientras caigo arrodillado, mientras Dhagul se desvanece, se aproxima, me coge del pelo y me eleva la cabeza—. Con tanto potencial, con tanto poder, y te preocupas por los parásitos. —Hace un gesto para que se aproxime una mujer del poblado—. ¿Por qué te importan los inferiores? Alguien capaz de ser un encadenado no puede permitirse sentimientos de debilidad. La piedad es un lastre.
Aunque me cuesta, contesto:
—No es debilidad, es fortaleza.
Su rostro muestra que es incapaz de comprender lo que le digo.
—Pues acaba con esa "fortaleza". —Baja la mano y los hilos que me atraviesan los músculos empiezan a moverme contra mi voluntad—. Acaba con tu misericordia y tu lástima.
Me resisto, consigo frenarme unos segundos, pero al final no puedo evitar caminar hacia la mujer del piel anaranjada que me mira sin poder ocultar el miedo que la posee.
—No... —mascullo y lucho contra los filamentos—. ¡No! —bramo al ver que me es imposible detenerme.
—No te resistas, nada puede vencer la voluntad del silencio —dice, poniéndose a mi altura, haciendo que me detenga.
Inmóvil, sin ser capaz de recuperar el control de mi cuerpo, observo a la habitante famélica del poblado y digo:
—Esto no es la voluntad del silencio. Esto es la voluntad de seres despreciables. —Cierro los ojos, me conecto con el pequeño núcleo de mi alma que se halla en contacto con la fuerza primordial y consigo liberarme de cintura para arriba—. El silencio es paz. —Manifiesto a Dhagul y, con un movimiento rápido, poso la hoja en el cuello de la mujer de la armadura—. El silencio es perfección.
Sin mostrar inquietud, sin preocuparse porque la hoja le roce la piel, me contesta:
—El silencio nace de la voluntad de Los Ancestros. Ellos le dieron forma y lo hicieron impregnándole su naturaleza. —Por un instante, los ojos le brillan con un azul más intenso—. El silencio es una proyección de los amos.
Aprieto los dientes, tenso los músculos del brazo y me preparo para lanzar la hoja y decapitarla. Sin embargo, en el último momento, los hilos que envuelven el mundo se solidifican de nuevo dentro de mí y me impiden moverme.
—El silencio es angustia, ira y rabia —sigue hablando mientras hace un gesto con la cabeza para que la mujer avance un poco más—. El silencio es dominio, poder y venganza. —Cuando la habitante del poblado está delante de mí, mueve la mano y le ordena que se detenga—. El silencio es grandeza, vida y muerte. —Me mira a los ojos, me dirige y consigue que apunte con Dhagul hacia la mujer de piel anaranjada.
—No... —mascullo, luchando contra mi cuerpo.
Con la respiración agitada, viendo cómo la habitante del poblado se inclina, se aparta el pelo y deja al descubierto la nuca, sintiendo las órdenes que trasmite la sierva del silencio, los pensamientos que obligan a mis músculos a moverse, dejo que la rabia me gobierne y exploto.
—¡Nadie más va a conseguir manipularme! —El aura carmesí estalla y abrasa los filamentos que me atraviesan el cuerpo—. ¡Soy dueño de mi destino! —Con gran esfuerzo, notando cómo voy perdiendo fuerzas, sintiendo que me falta poco para desfallecer, toco la armadura de la mujer—. No soy un esclavo, soy Vagalat, y tú no eres más que un mal recuerdo que olvidaré pronto.
Cuando la energía de mi alma vibra y le impregna la coraza, muestra sorpresa. Parece incapaz de entender que haya podido volver en su contra las fuerzas que había utilizado para subyugarme.
—Eres un ser muy... —El destello que produce la explosión de energía la silencia y la arroja por los aires.
Mareado, intento mantenerme de pie, pero no tardo en caer al suelo. A la vez que escucho cómo los habitantes del poblado se preocupan por mí, al mismo tiempo que oigo cómo se acercan los soldados de las corazas, parpadeo y en los bordes del bosque veo una figura que me inquieta.
«¿Quién eres...?» pienso mientras observo a un hombre mucho mayor que yo.
Antes de que uno de los soldados me cargue al hombro, me fijo en la melena y la barba blanca del que se halla en el borde del bosque, observo cómo una cicatriz le surca la frente y le recorre media cara mostrando un recuerdo grabado en carne que le privó de un ojo, contemplo que tan solo conserva un brazo y me digo:
«¿Por qué me resultas tan familiar?».
Ajena a la presencia del hombre, la mujer de la coraza se aproxima sin ocultar la rabia que siente y ordena:
—Encadenadlo. —Me coge del pelo y me mira con ira—. Pronto disfrutaré viéndote sufrir mientras vagas por Ghoarthorg. —Golpea la espalda del soldado para que se gire—. Pero hasta que llegue ese momento me conformaré con una muestra de tu dolor. —Sin soltarme el pelo, enseñándome a los habitantes famélicos del poblado, alza un brazo y genera una lluvia de rayos que los atraviesan—. Cuando despiertes, recuerda quién es el culpable.
Aunque siento un profundo dolor al observar las cenizas anaranjadas que hasta hace poco formaban los cuerpos de los habitantes del poblado, no me da tiempo a lamentarme, la mujer de la coraza me golpea y me hace perder el conocimiento.
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