2.Envidia

Ver al vampiro en esos menesteres me producía risa. ¡El conjuro había salido perfecto!

Les diría a todos que mi idea había funcionado. Los Tudelo, mi familia, no lo habían visto con buenos ojos cuando lo había dejado caer en la reunión semanal del clan. Alegaban que ese tipo de conjuro era demasiado antiguo y peligroso para una joven de dieciocho años como yo. 

No estaba de acuerdo. Los espíritus de nuestros antepasados me habían convertido en la heredera, eso debería ser suficiente para poder aceptar mi palabra.

―¿Qué me has hecho, bruja? ―preguntó Derek, sorprendido.

―Te he hechizado con los Siete Pecados. Poco a poco te destruirán. Has empezado con la pereza. Luego vendrán los demás.

Vino hacia mí y me cogió de los hombros con una nota desesperada en el rostro.

―No habría nada más que deseara en el mundo que no beber sangre. Sería un sueño poder subsistir sin alimentarme de los humanos, pero no así.

―¿Ahora te damos envidia o qué? ―Arqueé una ceja; no me esperaba que me dijera eso.

―¡Pues claro que sí, Saura! No lo entiendes. Yo jamás he matado a nadie ni siquiera cuando... ―Apartó las manos de mis hombros y se revolvió el pelo―. Da igual, quítamelo, ¡no merezco morir! ―me pidió.

Por un instante, me hizo dudar.

―Estás mintiendo ―sentencié―. Tú y los tuyos sois unos asesinos.

No podía dejarme engañar por sus ojos azules, por muy bonitos que fueran; tampoco por sus rizos rubios y rebeldes, que caían con gracia sobre su sien; tampoco por aquel cuerpo de infarto que me sacaba dos cabezas y estaba como para hacerle un favor.

―¡No miento!

―¡Sedujiste a Rania para que te hiciera indestructible y eso le costó la muerte! Por no decir que hace no mucho te emborrachaste de sangre hasta perder el sentido. Aquella mujer por la cual te encontré llegó al hospital casi seca.

Hizo una mueca.

―Reconozco que no fue mi mejor noche, pero te aseguro que hay vampiros más interesantes que yo para que les des la lata. Soy un buen ciudadano, siempre hago que olviden que les he mordido y sigan sus vidas tan felices. Arreglaré el destrozo con aquella humana, pero ¡deshaz lo que me hayas hecho!

―¡No! Acabaré contigo como lo haré con todos los de tu especie.

Derek se apoyó en la pared, luchando por respirar, aunque en su caso eso no era necesario. Estaba como ido.

―No puede estar ocurriéndome esto... ―murmuró.

―Has vivido muchos más años de los permitidos, ya te toca abandonarnos. ―Lo reconozco, quería sonar como una hija de puta, y creo que lo conseguí, aunque el vampiro no me hacía ni caso.

Se marchó dando zancadas por donde había venido.

Me sentí un poco invisible, ni siquiera se había despedido de mí con aquella presuntuosidad suya a la que estaba acostumbrada.

No supe por qué, pero aquello me decepcionó un poco. ¿Ya estaba? ¿Así se acababa todo? Ni siquiera había luchado. Al menos, no como otras veces, cuando le mandaba descargas de magia que su cuerpo repelía como un paraguas a la lluvia. En cierto modo, nuestros encuentros habían sido bastante pacíficos, la única que parecía buscar guerra era yo.

Pero es que ese era mi cometido: acabar con los vampiros.

Llevábamos siglos peleándonos contra ellos, luchando para eliminarlos de la faz de la tierra, de nuestra ciudad.

Era cierto que había muchos por ahí pululando, e incluso tal vez más temibles y siniestros que Derek Sullivan, pero me había dado por él.

***

―Hermanita, ¿ya estás aquí? ―Esa era Melinda, mi hermana mayor.

Se encontraba tumbada de cualquier manera en el sofá de nuestra casa comunal, mordiendo una manzana.

―Sí ―solté mi bolsita de hierbas sobre la mesa acristalada del salón―, y ya veo que tú sigues en la misma posición que cuando me fui. 

Me crucé de brazos, mirándola con intención.

Ella puso los ojos en blanco.

―Algunas no somos las herederas ni tenemos que ir a cazar vampiros.

―Todo el mundo caza vampiros, sea quien sea ―repliqué.

―Bueno, unos se lo toman más en serio que otros. ―Se levantó del sofá con desgana―. Y algunas tenemos ganas de pasarlo bien antes que estar pringadas de sangre vampírica.

El caso era que yo tampoco es que tuviera muy a menudo sangre vampírica en mi ropa. Nunca había matado a un vampiro con mis propias manos. No me gustaba considerarme una asesina, simplemente los hechizaba, o ayudaba con mi magia a capturarlos. Entre otras cosas, por eso Derek se había convertido en un desafío para mí. Nada había conseguido que se doblegara, y por eso había tenido que recurrir al hechizo de los siete pecados, puesto que, aunque hubiera sido posible clavarle una estaca en el corazón, yo no habría podido hacerlo con mis propias manos.

―Mamá ha hecho ya la cena, te estaba esperando porque ahora soy recadera ―volvió a girar los ojos sobre las órbitas―, ¿vienes o qué?

Lo cierto era que no me apetecía mucho comer, la conversación con el vampiro me había dejado mal sabor de boca, pero igualmente la seguí hasta la cocina, donde no solo se encontraba mi madre, también otros miembros del clan se hallaban allí.

―¿Cómo te ha ido? ―preguntó mi madre con cierto reproche―, pensaba que nos ibas a esperar.

―Tenía una pista de su paradero y fui corriendo ―mentí.

La pura verdad era que si las hubiera avisado de dónde se encontraba Derek, lo habrían matado, y aunque a mí eso me debería de dar igual, lo cierto era que no quería verlo muerto; como mucho fuera de combate o encerrado en alguna de nuestras celdas. Pero ya sabía yo que eso jamás sucedería, y tampoco podía seguir por ahí tan tranquilo. De ahí la idea del hechizo.

―No habrás usado el conjuro que nos sugeriste, ¿verdad?

―Claro que no ―negué cruzando los dedos por debajo de la mesa.

―Bien ―me dijo mi madre poniéndome la sopa delante. Cogí la cuchara, lista para saborearla, pero... no tenía gana ninguna de tomarme aquel líquido amarillento. Ella continuó hablando―: Ese conjuro tiene efectos secundarios para quien lo realiza.

Se me cayó la cuchara de las manos.

―¿Cómo dices? ―pregunté con nudo en la garganta―. ¿Qué efectos?

―Los mismos que experimenta la persona hechizada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top