Capítulo 1


    Lorna estaba quieta, mirando cómo una mariposa gigantesca revoloteaba alrededor de las flores del claro. De un momento a otro, el bicho cambió su dirección hacia ella y se posó en su hocico, haciéndola estornudar. Una ardilla valiente se acercó y miró a la bestia con curiosidad ¡Era tan tierna! Lorna quiso acercársele. Avanzó lentamente con sus cuatro patas, pero la cosa peluda se aterrorizó «Hora de ponerse sobre dos piernas» –pensó Lorna. Con solo desearlo, el aire a su alrededor se iluminó, y la loba fue dejando lugar a una muchacha totalmente desnuda cuyo cabello castaño era del mismo color que el del animal.
    Buscó el vestido que había dejado oculto en el agujero de un árbol y se lo puso. Cuando ya estaba lista para marcharse, un cosquilleo en la nuca le avisó de que no estaba sola. Se dio la vuelta y se encontró frente a un hombre viejo, con mirada de loco y sonrisa perturbadora. Vestía una túnica azul desgastada y llevaba un sombrero marrón puntiagudo lleno de agujeros «Un hechicero». Lorna sintió la vibración de la magia en el momento que el hombre le lanzó un objeto metálico: Un grillete, que voló hasta una de las muñecas de la muchacha y se cerró sobre ella. Lorna no tuvo tiempo de huir. Su ropa fue desgarrándose mientras su cuerpo cambiaba. La mujer se convirtió en una loba nuevamente.
    – ¡Oh que suerte tengo! ¡Mucha suerte! Me pagarán muy bien por ti en el mercado. –Dijo el viejo con voz rasposa, a la vez que daba pequeños saltitos de alegría–. Oh, qué feliz soy.   
    Lorna trató de abalanzarse sobre él, pero no pudo porque el grillete no la dejó; apenas sí lograba gruñirle.
    –No puedes atacarme, querida, la magia te lo impide. –Señaló la argolla de hierro que rodeaba la pata derecha frontal de la loba–. Confórmate con saber que ayudaras a un pobre viejo a sobrevivir el próximo invierno. –Hizo una reverencia–. Mi nombre es Mádrigus, por cierto. Mereces saber el nombre de quien te apresó ¡Vamos! Ya llego tarde al mercado.
    El hechicero se dirigió hacia el camino que llevaba al pueblo y ella se vio obligada a seguirlo. Llegaron al mercado cuando el Sol estaba en lo más alto del cielo. El hombre armó su propio puesto con las cosas que traía en una bolsa. Habían objetos de todo tipo, supuestamente mágicos: anillos relucientes que podían hacer a sus dueños invisibles cuando el día estuviese nublado, amuletos que protegían de la gripe; fertilizantes para la tierra, que hacían que las plantas crecieran más rápido. Lorna dudaba que alguna de esas cosas funcionara, no sentía magia en ellas, pero de seguro su presencia allí le daba a todo aquello más realismo.
    De lejos se veía que la loba era una criatura especial. Tenía el tamaño de un caballo pequeño y en los ojos podía notársele la inteligencia humana.
    – ¡Cinco coronas!
    – ¡Ocho coronas!
    – ¡Diez coronas!
    Las personas comenzaban a congregarse, atraídas por el valioso animal que estaba de oferta.
    –Es una loba gigante de las montañas del Este. Puedo apostar a que ninguno de ustedes ha visto algo así antes. Es fuerte, inteligente, y dócil como un cordero ¡No la venderé por una birria como esa! –dijo Mádrigus.
    – ¡Cuarenta!
    – ¡Sesenta!
    – ¡Cien Coronas! –Exclamó alguien entre la multitud.
    Nadie ofreció más. El gentío se dispersó para dejar pasar al nuevo dueño de la loba. Si el hechicero hubiese estado en un pueblo más grande pudiera haber conseguido más por ella, pero el viejo tenía miedo de que el hechizo en el grillete de la loba desapareciera, y el próximo pueblo estaba a varios días de distancia. Él nunca había sido muy diestro en el arte de la magia y no iba a ponerse a confiar en sus habilidades en ese momento tan peligroso.
    – ¡Vendido por cien coronas al hombre de la chaqueta roja! –Dio un golpe dramático con el puño sobre la tabla que tenía sus mercancías, como un juez que imparte sentencia.
    El hombre de la chaqueta roja era uno de los comerciantes más ricos del pueblo. Avanzó cojeando hacia el hechicero. Llevaba botas de cuero negro de calidad, y su bastón poseía, irónicamente, un lobo tallado en el mango. Parecía tener un poco más de treinta años y a pesar de su dificultad para andar, caminaba altivamente, casi regio. Traía una bolsa de monedas en la mano, lista para ser entregada.
    –Muy bien señor –El anciano extendió una mano para que le diera la bolsa de monedas.
    –Primero demuéstrame que esto no es una estafa, y que la loba no me atacará y luego se irá de vuelta con usted.
    – ¡Fácil! –Mádrigus tocó el grillete de la loba con un dedo huesudo. En la punta de su anular apareció una pequeña lucesita–. Extienda la mano derecha.
    El comerciante hizo lo que le pidieron sin dejarse sorprender por el truco de magia. Mádrigus logró que la lucesita fuera de su dedo a la mano del otro hombre, y luego el destello desapareció hundiéndose en la carne.
    – ¿Tiene algún pañuelo? –preguntó el hechicero.
    –Aquí –sacó un pañuelo negro de uno de sus bolsillos.
    –Asegúrese de que nadie podría ver a través de él y luego áteselo en los ojos a la loba.
    Lorna mostró sus dientes y gruñó un poco antes de quedar cegada por la tela.
    –Ahora, imagínese que la loba le hace algún daño a usted o a un ser querido, imagínese el odio que sentiría hacia ella. Cuando esté listo, cierre el puño. La loba no podrá ver cuando lo haga, pero lo sentirá de todos modos.
    El hombre siguió las instrucciones y cerró el puño. Enseguida Lorna se echó al suelo gimiendo de dolor.
    – ¡No me dijo que haría eso! –el comerciante se agachó con algo de trabajo, le quitó el pañuelo de los ojos a la loba y le acarició el cuello.
    –Me pidió que le diera una prueba, y se la di.
    –Tome –le tendió el saco de monedas al viejo.
    – ¿Puedo preguntar para que la quiere?
    –Será la guardiana de mi hija.
    –Ah, pequeña Silarín, no te preocupes; tendrás una buena vida –tocó la cabeza del animal y cerró los ojos–. ¡Lorna! ¡Ese es su nombre!
    –Bueno, Lorna, mi nombre es Corél. Vendrás conmigo a casa.

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