››› Me Recuerda a Teddy (xɪɪ)

Me aferre a mi cuerpo en el momento en el que Dorian dejó el cuarto y cerré los ojos tan fuerte que fue como si me los hubiera arrancado yo misma.

"Beth" la llame. "No dejes que todo termine así. Por favor, Beth. No lo permitas. No permitas que me lo quiten todo. No a mi, Beth. Por favor" rogué. "Hazlo por nosotras donde quiera que estes y yo tambien lo haré desde donde estoy. Pero no me dejes, Beth. Por favor".

Sollocé en silencio a la luz del día en mi recamara tras haber sido sentenciada por histeria. Me aferre a mi cuerpo y a lo único que me quedaba y me pregunté cientos de cosas a la vez. Le pregunté cientos de cosas a la vez.

Siempre tuve la sospecha de que era porque no había llegado a cierta edad, pero Beth era la única de nosotras que tenía una ambición sana y que no lastimaría a nadie por ella. Luego de irse, me sentí terrible por el resto de mi vida. Me fui yo tambien y ahí entendí que la ambición de las mujercitas de mi padre siempre iba a lastimar a alguien en el camino. Pero la ambición de Beth siempre curaba a alguien en el camino. Y entonces te das cuenta de que tienes más preguntas que hacerle de las que te imaginas. Conversaciones que te hubiera gustado que toquen o temas que te hubieran maravillado escucharla hablar. Una de esas preguntas es como se hacía para tener una ambición sana, para sanar a alguien en el camino en vez de herirlo. De cualquier manera, de mi parte ya era muy tarde para hacer esa pregunta.

La puerta de mi recamara se abrió rápidamente y un agitado señor Loughty entró cerrándola de inmediato y agachándose hasta la altura de mi cama donde nuestros rostros quedaron enfrentados solo para no ser visto por la ventana de la puerta.

Sus ojos miraron a los míos directamente un poco asustado. Hambrientos de respuestas se infiltraron en una búsqueda infinita que le corroborarán que la persona con la que había hablado estos días y con la que se había encariñado no estaba tan histérica como los doctores del barco decían. Como todos en aquel barco murmuraban. Sus ojos solo me decían que sentía que estaba perdiendo a alguien. Me observaba como un amante observa el cuerpo de su gran amor luego de morir. Me observaba como si durmiera, como si no estuviera ahí.

―Sigo siendo la misma―murmuré y él soltó un pesado suspiro de alivio cambiando su expresión tensa a una más relajada.

―Que bueno que lo diga, señorita March. Me prohibieron venir a verla pero no iba a darme por vencido hasta asegurarme su bienestar―sonrió y tuve el impulso de abrazarlo, pero no lo hice.

―¿Usted cree que estoy loca, señor Loughty?―pregunté aún en mi cama. 

―Demasiado―sonrió divertido sin quitarme los ojos de encima―. Pero si no lo estuviera, no estaríamos hablando de la mejor poeta del mundo.

Reviviendo ese suceso en mi cabeza creo que debió sentirse como las mariposas románticas en el estómago. Había sido un comentario muy astuto y halagador de su parte. Un comentario que ni el señor Gibson me hizo alguna vez siquiera para que aceptara ser su esposa. Un comentario que... siempre espere de Teddy. No es que nunca lo haya dicho, pero nunca de esa forma. Nunca lo dijo con esa sinceridad en los ojos y esa tentación entre los labios. nunca lo dijo arrodillado frente a mi cama con nuestros rostros tan cerca que me intimidaba la perfección con la que podía ver sus facciones. Nunca lo dijo de una forma en la que ambos sintiéramos algo más en nuestro pecho.

Y por un momento lo vi. Por un instante tomó el lugar del señor Loughty frente a mi y acaricio mi mejilla. Sentí el frío de su anillo y mi labio tembló. Sus comisuras se elevaron y me regalaron la sonrisa más esperanzada que había conocido. 

No tengo idea de si la histeria provoca alucinaciones, pero en ese momento no me molestaban. No me molestaba que una imagen como esta recompense todo lo que no hizo en realidad. Y me hubiera encantado que hablara, que me diera la chance de creer en esa imagen irreal que generaba latidos reales estaba ahí conmigo. Me hubiera encantado salir de la cama antes de que se desvanezca y abrazarlo con todas mis fuerzas. Preguntarle porque no había venido antes.

Pero desapareció. Se desvaneció y aunque el señor Loughty no lo merecía, lo mire con cierta decepción de un momento a otro que rogué que no haya comprendido o notado.

―Quiero saltar del barco, señor Loughty―susurre frente a él―. Quiero salir de aqui.

―Las cosas no se solucionan saltando del barco, señorita March―. Él analizo todo mi rostro como si buscara algún lugar que no fuera indebido para colocar su mano. Pero no lo hizo y sé porque.

No quería imaginarme lo que la tripulación del barco murmuraba sobre mí en el comedor y los pasillos. No quería saber lo que decían entre miradas cómplices, lo que se llevaba la brisa de sus bocas o lo que acompañaba mi nombre en sus oraciones. Y el señor Loughty debía saberlo muy bien. ¿Cual iba ser la razón de arriesgar tocar el rostro de una mujerzuela histérica que al llegar a la orilla terminaría con sentencia de vida por levantarse contra un hombre? ¿Cual era la razón de acariciar mi rostro, para empezar?

―Voy a proponerle algo que no se cuan arriesgado podría ser―sonrió al pronunciar la palabra arriesgado como si imaginara cientos de escenarios para definirlo―. No continúe contando sus cuentos o poesías en este barco, pero escriba todo lo que pueda. Escriba en las sábanas, las paredes y el suelo. Escriba en mis manos, mi puerta y mis oídos. Escriba hasta que sus manos se entumezcan y tenga que aprender a hacerlo con los pies y la boca. Escriba hasta que el viaje termine y envíeme sus mejores obras a esta dirección―con la mano cerrada se acercó, sin dejar de mirar mi rostro, a la mía y un papel rasgado se interpuso entre nuestras palmas―. No la abandonaré, señorita March. No podría abandonar a una flor en invierno que tiene muchas ganas de aguantar hasta la primavera. No abandonaré a la mejor poeta que haya visto.

―Seguramente habrá mejores―susurre.

―Pero no hay mejores Lorelai March.

Mi nombre saliendo de sus labios me recordó a Teddy otra vez. La forma tan delicada con la que lo pronunciaban, como si le tuvieran miedo o respeto, como si se enfrentaran a un poder irreconocible pero adorado, como si un canto de sirena los hubiera hipnotizado para decirlo. 

No me gustaba como sonaba en sus labios, pero no podía negar que se sentía incluso mejor que en los de Laurie. Y eso dolía como si al abrir la boca incrustara una daga en mi pecho, entre mis costillas y directo al corazón, como si lo hubiera perforado justo en el centro y la dejara ahí. Ahora lo más doloroso sería cuando la quitará.

Un ruido en el pasillo nos interrumpio y me solto la mano con urgencia.

―Vendré a verla en cuanto pueda―se despidió con la misma esperanza de verme cuando bajemos del barco, pero con un sentimiento que nunca en mi vida me permití sentir. Un sentimiento que solo le había pertenecido a Teddy todo este tiempo y que me negaba a ceder.

Al irse, Dorian cruzó la puerta minutos después con un vaso para mi entre manos y sin decir nada sobre el intruso en el cuarto.

―Ahora que tenemos más tiempo ¿No hablaremos del compromiso con el señor Gibson?―su postura sobre la silla me transmitió que, cambiando de tema, ya no se encontraba nervioso.

―Katherina me comento que ahora todos creen que ambos estamos planeando algo. No se como se habrá tomado el hecho de que viaje a Norteamérica mientras se supone que "planeamos algo".

―Entiendes lo que significa casarse con un Gibson ¿Verdad?

―Dejar de ser Lorelai March y pertenecerle solemnemente. Entregarle la correa de mi collar y la propiedad de mi vida. Solicitarle el permiso por cada poema u obra a estrenar y tener sus ojos en mis escritos. Limitarme en acciones, vocabulario, educación, posición, economía, autonomía y autoridad―recite como un poema―. En cuanto ponga una rodilla en el suelo frente a mi y un anillo en mi dedo, este estará sujeto a sus decisiones, no a las mías. Me convertirá en una esclava de sus miradas y deseos. Me llamaré Lorelai Gibson si no es que se le antoje cambiar Lorelai por La mascota a la que llamaré mujer, o La esclava que tiene un cuarto más de derechos por llevar mi anillo...

―Estas siendo grosera.

―Estoy siendo realista y cruda.

―Exagerada, tambien.

―Soy poeta, Dorian. No soy una esposa.

―¿Seguirás hablando como tu hermana Jo?―detuvo la discusión con una simple pregunta de forma magnífica. La jugada que necesitaba para el Jaque en el tablero. Juego ridículo.

―Gibson nunca me comentó nada sobre nuestro matrimonio. Nunca hablo de desposarme, ni siquiera hablamos en meses. Es arrogante lo que esta haciendo.

―Lo hará si quiere, Lorelai. No solo es un hombre con el apellido Gibson, sino que tiene su propia fortuna. Puede hacer lo que quiera y mucho más con una mujer norteamericana en Europa―la sinceridad viene en frascos fríos y sencillos, en mi caso en poemas, pero para Dorian, la sinceridad venía en una deconstrucción de clases, un monólogo firme y claro, un par de palabras y al punto―. Miralo como una oportunidad.

―¿Que oportunidad, Dorian? En cuanto se entere de mis planes, en cuanto se entere siquiera de que soy una poeta, se apropiará de todo lo que me queda y me obligara a tomar clases con una institutriz sobre cómo tomar té y sentarme recta. Soy una March, lo quiera o no. Un Gibson solo representaría una jaula.

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