››› Los Ojos de Un Conde (ʟ)
Sus ojos eran brillosos cristales de los que no era digna, ni jamás lo sería. Eran océanos repletos donde me encontraba perdida, llenos de dolor, confusión y sin sentido. Su espalda estaba encorvada en uno de los asientos como aquel puente del parque donde pasamos un buen rato hablando aquella vez que nos reencontramos. Sus codos se sostenían en sus rodillas y sus manos acunaban un rostro desintegrado por la angustia. Entre sus dedos, como entrelazando sus manos, goteaban sus gruesas lagrimas resbalándose en todo su rostro al levantarlo para observar hacia la puerta de la biblioteca.
Sus ojos, como enormes soles oscuros llenos de amargura se abrieron al verme y cerré la puerta detrás de mí con sutileza para no hacer un escandaloso ruido en el silencioso pasillo. La emociones parecían encontrarse y batallar en el interior de su alma pero eran reflejadas con las ventanas de su figura.
Sus ojos... eran el eterno resplandor de las palabras jamás dichas. Eran la traducción de aquellas cosas que jamás podrías expresar en simples palabras. Esas pequeñas sensaciones que se volvían gigantes cuando conectaban entre miradas.
No eran necesarias palabras, ni suspiros, ni sollozos. Podríamos ser mudos completamente y entendernos de todas formas. Podríamos ser sordos completamente y saber que es lo que él otro decía a la perfección. Solo rogaba no estar ciega y poder ver lo que tenía frente a mi con claridad, poder... entenderle.
Frente a mi parecia inocente de cualquier crimen, incluso de amarme porque no era digno de aquello. No era digno de amar tal atrocidad. Con ese aspecto tan respetable, pero al mismo tiempo tan secretamente vulnerable, no era capaz de imaginarlo con intenciones tan crueles. Pero sus ojos... Estaba tan dolido, tan atrofiado.
Si tan solo las hubiera quemado... Eso hubiera sido más que suficiente.
Porque quemar es incluso mucho mejor que admitir la verdad. Así que solo quería dejar que ardiera.
El señor Loughty se levantó lentamente y mientras yo me acercaba a él, él caminó con rapidez hacia mi, pero no esperaba que yo tomara uno de los cojines sobre el sofá y lo golpeara con fuerza.
Ambos nos quedamos en silencio. Porque mi mirada hacia él era más que suficiente.
―No quise hacerlo...
―Pero lo hizo. ―No habia corazón aqui dentro para romper. Lo único que le había otorgado era mi confianza, mi esperanza... y él simplemente la dejo caer. Y no al suelo, sino al vacío. No podía recomponerla, porque la había perdido.
―Fue una orden, todo aqui ha sido...
―¡¿Como pudo?!―pregunte con ira.
―Me arrepiento profundamente de hacerlo, señorita March. Profundamente―tomó mi mano pero me zafé de su agarre con lágrimas en los ojos.
―¿Cómo es que tiene el descaro de mirarme directamente al alma y traicionarme tan vilmente?
―No use sus palabras como armas blancas...
―Usted usó sus actos como balas puntiagudas... como armas que disparan cazando animales como trofeos. Mis palabras ya no significan nada, con actos tan incoherentes y poco empáticos como los suyos―replique con un notorio gesto de disgusto en mi rostro. ―Se que hay miles de cosas de las que debería disculparme, pero jamás, jamás la traición será una de ellas.
―Le suplico su perdón de rodillas, señorita March―dijo segundos después de arrodillarse frente a mi tomando mi mano y mirándome con suplica. ―Y se que deberia darle todas las explicaciones capaces de hacerla entrar en razón que no viene al caso porque solo me convertirían en un victimario de su mirada... Pero por favor, señorita March. Disculpe a esta alma en incapacidad de razonar, a este ser tan pobre de sensibilidad, tan indigno de una mujer tan valiente como usted. Perdóneme, señorita March, se lo ruego.
―¿Porque lo hizo?
―No tenia otra opcion.
―¿Porque lastimarme de tal forma?
―Fue un idiota al perseguir órdenes. Pero usted... Usted me enseñó a seguir mis propias órdenes, a ser gobernante de mis decisiones y mis actos. Y ahora lo soy, señorita March, y ahora soy capaz de prometer de verdad jamás abandonarla, y cumplir con mis palabras.
Fruncí el ceño casi de inmediato.
―No―negué confundida. Se suponía que él no debía estar rogándome perdón. Él debía de estar dolido porque amo a Laurie, no a él.
―¿No?―se apresuró a preguntar. ―Soy el alma más despiadada de esta existencia, estoy listo para asumirlo y aceptar las consecuencias. Estoy listo para no ser digno de su perdón...
―Me traiciono y yo juegue con su corazón... Se supone...―balbuceé. ―Usted me odia y yo a usted. Entrego todo lo que le había confiado y lo entiendo. No merezco a un hombre tan correcto como usted, porque jamás aprenderé a amar a alguien que me ama de verdad. No lo merezco, señor Loughty, porque jamás seré capaz de anhelar su amor tanto como anhelo el amor de aquel que jamás podría amarme. ―Lo levante tomándolo de sus hombros y lo coloque frente a mi. ―Soy una mujer ridícula que esta sociedad repudiará para el resto de la existencia. Soy la peor persona que podría tener a su lado porque prefirió ocultar y mentir antes que la verdad. Cometo errores tanto como lo que respiro. Lastimo a quienes amo tanto como camino... Y jamás podría darle el lujo de aniquilarlo con mis propias manos. Y sé que ya lo ha asumido por mis poemas. Y que ninguno de ellos iba para usted, ni siquiera uno. Y jamás podría... Porque... Jamás podría dedicarle un poema verdaderamente porque yo no... ―las palabras parecían inexistentes en mis labios. ―No puede amar a una persona como yo, señor Loughty. Jamás se atreva. Y aunque le duela y aunque aún no lo haya admitido, no me merece. Nadie lo hace... pero usted... Usted es un buen hombre que solo ha hecho actos atroces en mi contra por el dolor que sentía. Usted me amaba solo porque los poemas que yo escribía explicaban a la perfección lo que usted sentía amándome mientras amaba al esposo de mi hermana. Sólo podría sentir tal afinidad porque entendía lo que usted sentía por mi, solo que yo jamás podría haberlo sentido por usted.
>>Me odia y yo a usted. Me odia por haberlo puesto en este lugar y yo lo odio por la forma en la que me traiciono poniendo toda mi vida en juego, quitándome la oportunidad de explicar todo a mi tiempo. Me odia porque sabe que soy la culpable de que sus sentimientos hacia una doncella incapacitada crezcan cada día más pensando que ella lo entiende. Y yo lo odio porque cada día soy más prisionera de mi pasión que de mi razón. Usted me odia porque cada verso escrito jamás podría haber existido si tan solo dejara de pensar en él y pensara en usted. Y yo lo odio porque es la prueba viviente de que lastimo a cada persona que he llegado a am... Que he llegado a conocer. Nos odiamos y es la única forma en la que podamos dejarnos ir porque somos idénticos, señor Loughty. Porque lo que yo sentí por el señor Laurence jamás podrá ser replicado... Jamás. Y aunque usted me escuche, me aprecie, me valore, me respete, me haga tan feliz como una mujer en soledad podría serlo. Aunque usted sea el mejor hombre que he conocido a pesar de sus errores, yo... Yo continuaré odiandolo porque su único error conmigo destruyó aquello que yo tanto apreciaba.
Su pecho era una oleada de respiraciones que no podía detener. Un mar en tormenta.
―Estoy más cerca del dolor que del amor, señor Loughty. Y estoy dispuesta a perdonar y ser perdonada... Pero jamás podría... Yo... Jamás podría perdonarle lo que me hizo, tanto como usted no podría perdonarme lo que le hice. No importa que cantidad de bondad nos quepa. Ninguno podrá hacerlo.
Sus labios entreabiertos respirando con fuerza como si intentara capturar el aire a su alrededor como copos de nieve individuales. Sus manos temblando cerca de sus muslos. Sus ojos... ni siquiera podía verlos realmente.
Él no dijo nada.
Yo tampoco.
Y espere unos segundos más con la intención de que en verdad diga algo, pero ni siquiera pude mirarlo a los ojos para comunicárselo.
Le solté los brazos con decepción y me aleje de él.
SI tan solo hubiera dicho algo, quizás lo hubiera considerado. Pero en el fondo había algo que me negaba a hacerlo. Si tan solo hubiera quemado cada una de mis palabras, hubiera sido dolor suficiente como para poder lidiar con Amy y mi familia al contarles la verdad.
Le había abierto mucho, para luego darme cuenta que él era igual que yo. Éramos iguales, en sociedades en las que no encajábamos, con miradas discretas pero llenas de pasión, con amores que no nos correspondían, con palabras fuertes y voluntades débiles, con actos egoístas y abruptos que demostraban los sentimientos más apasionados y los razonamientos más instintivos.
―¡Lorelai!―me llamo en el pasillo y yo gire a verlo sorprendida. Su voz, mi nombre entre sus labios, hizo un eco. ―¿Podrías explicarme porque debería estar enojado con usted?―consultó con delicadeza y contuve la respiración. Me volteé con una mirada irritante.
―Creo que sabe perfectamente de que le hablo.
―La he abandonado aquella noche, pero no porque la odie.
Mi rostro cambió rotundamente.
―Los poemas, señor Loughty... Fui sumamente cruel al jugar con su corazón, pero usted no debió entregarlos.
―Juro no haberle entregado ningún poema. Juro solemnemente, por mis padres y por el sentimiento tan ciego y apasionado que le guardo, no haber entregado poemas a su nombre a nadie―pronunció con una mano en el corazón y suspire con alivio, aun cargando con los rastros de un dolor crónico.
―Pero... Eran los poemas que yo le había dado, señor. Eran los poemas que usted tenía. Y se los entrego a mi hermana, Amy y a su esposo, el señor Laurence... Theodore Laurence.
―Quizás la abandoné aquella noche, pero jamás podría traicionarla de dicha forma.
―¿Abandonarme?―cuestione.
―La noche de la muerte de la señorita Margaret. Fue una orden que no me dejaba opción sobre retirarme y dejarla allí. No pude elegir y mucho menos juntar el dinero suficiente para sacarla de ese lugar horrendo―explicó. ―Intente de todo para volver esa noche por usted, pero el señor Becher se enteró de que escapamos. Él... ―El señor Loughty bajo la mirada y yo revise detrás de él pensando que el señor Becher podría escucharnos. ―Me encerró en mi cuarto y no me permitió salir de allí hasta arrepentirme de mis actos. Dijo que había sido un tonto porque ningún conde con las capacidades intelectuales que él creía que yo tenia sería capaz de amar a alguien de tal forma y arriesgarlo todo. ―Su mirada fue elevada con lentitud. ―¿Quiere saber qué le respondí, señorita March?―pregunto con una escondida sonrisa en sus labios. Asentí. ―Le dije que sí. Le dije que era un tonto, que era el hombre más tonto del mundo... pero que al menos sabía cómo el amor se sentía. Podre ser el hombre más idiota y estupido de la existencia, pero al menos fui capaz de amar a una dama con todo mi corazón sin importar el tiempo que haya sido. Aceptó ser el hombre más tonto, porque alguna vez, cuando usted se encontraba aqui, fui el hombre más feliz y apasionado.
El señor Loughty se acercó corriendo hacía mi al final del pasillo y tomó mi mano con ambas de las suyas acariciando la parte superior de esta con delicadeza y timidez. Sus ojos chocaron con los mios y parecia emocionado de hacerlo.
―Jamás podría haber entregado sus poemas, señorita March, porque son lo más preciado de mi existencia desde que fue capturada. Jamás podría soltar esos trozos de alma que alguna vez le pertenecieron, porque son el recuerdo físico de que en el mundo existe la mejor poeta jamás vista. Y créame que haré justicia por aquel que se atrevió a invadir de tal forma su privacidad. Pero mientras en lo que a mis actos resulten, me arrepentiré toda la vida por haberla abandonado en ese lugar.
―Señor Loughty...
―Y jamás podría odiarla tanto como usted cree que lo hago. Ni siquiera sabiendo que el dueño de su corazón es aquel que de otro es prisionero. No podría quemar mis sentimientos por usted, señorita March. Porque en sus ojos no veo desprecio... ―una de sus manos soltó la mía y viajo a mi rostro sosteniendo mi mejilla con el más suave de los tactos. ―Señorita March ―susurro―, hay un mundo maravilloso que ninguno de sus poemas jamás abarcó. Un mundo extravagante que al observarlo me genera nostalgia porque me siento en casa, en mi hogar sin siquiera haberlo habitado antes. Hay un mundo que sus poemas jamás desplegaron y es el mundo que existe en sus ojos cuando hay paz en su corazón.
Una lágrima se escurrió de mi ojo y resbaló sobre mi mejilla hasta su dedo pulgar. El señor Loughty parecia sentirse bendecido por tal simpleza.
―Hay cientos de cosas que usted no puede ver sobre sí misma que le impiden ver el color del mundo a su alrededor. Jamás sería capaz de odiar a alguien tan virtuoso, tan capaz, tan brillante, tan creativa, tan mágica, tan solemne, tan única. Jamás sería capaz de odiar a la mujer que luchar por sus derechos, que se distingue del resto, que sangra en papel de una manera tan maravillosa, que le dedica su vida a aquellos que ama, que cree que no tiene nada para decir pero que debajo de su lengua se esconden perspectivas admirables. Jamás podría odiarla, señorita March.
―¿Que dira el señor Becher de esto?―interrogue en un susurro casi temblando se los nervios de ser vistos.
―El señor Becher no tiene nada que hacer aqui sin un conde―pronunció con cierta satisfacción y mis nervios se desvanecieron dándole paso a mi sorpresa.
―¿Que?
―El señor Becher volvió a Londres en cuanto perdi mi titulo―su sonrisa fue inevitable al decirlo y mi sorpresa fue aún más grande al ver sus ojos razonarlo. Lo abrace estrechando nuestros pechos y sintiendo su respiración sobre la mía de una manera necesaria, casi natural. Sus brazos rodearon mi cuerpo con cuidado y ambos respiramos con paz. Y supe cuan aliviante era por la manera en la que sus ojos brillaron al decirlo, por la manera en la que su respiracion ya no parecia sostenida por un centenar de hombres ajenos a él. Lo note porque había escuchado cada una de sus quejas al respecto.
―¿Entonces ya no es más un conde?―pregunte al separarnos casi divertida.
―Espero que eso no le moleste.
―Eso me alivia. ―Ahora fui yo quien tomo su mano emocionada. El señor Loughty respiro aún más tranquilo y sonrió al ver mi expresión.
―Ahora podre hacer todo aquello que con un tutor no tenía permitido―comentó sonriendo y pensé en las cientos de cosas que podría hacer sin su título de conde. Era obvio que no debía preocuparse por el dinero o la sociedad, era un hombre de buen linaje, un hombre de modales y una educación ejemplar. De ahora en más podría hacer lo que quisiera donde y cuando quisiera.
―¿Qué es lo primero que hará?―pregunté y él prolongó su respuesta observando mi mano pensativo. Su mirada subió a mi y sus labios se entreabrieron.
―Me encantaría ser capaz de encontrar las palabras para describirle cuán importante es para mi, señorita March. Y no pretendo ofenderla, pero creo solemnemente que hay algo mucho más poderoso y superior que las palabras... y son las miradas.
Sus ojos se volvieron cristales una vez más, pero ya no había dolor que los llene. Ya no había angustia, ni nostalgia, ni arrepentimiento, ni pena, ni aflicción, ni tormento, ni desconsuelo, ni tortura, ni duelo. Sus ojos se volvieron libres de un dolor que su alma había quemado, y colocaban en el centro de ellos un color nuevo, una emoción nueva. Las flores en el florero de su corazón demostraban un sentimiento que comprendí de inmediato.
Si alguien podía entender su mirar, era yo. Y si alguien podía entender el mio... era él.
El señor Loughty tenía razón. Jamás podría odiarlo y él jamás podría odiarme.
No importaba cuanto había amado a Laurie o cuanto continúe amándolo. Jamás sería el amor que merecería, que ambos merecemos. No importa cuantos poemas le dedique o cuánta vida derroche solo por mi recuerdo. Había algo que era innegociable en esta vida, en mi vida.
Quizás si tuviera la oportunidad de volver a vivir mi vida otra vez, lo hubiera intentando con Laurie. Pero ahora... ahora solo podría sentir la mirada del señor Loughty como ninguna otra cosa en el mundo.
Y es que existe un sentimiento para los poetas que abarca tanto el dolor, como el amor. Es un nivel de sentimentalismo que no te permite mover las manos para escribir, que te bloquea pero al mismo tiempo te advierte que lo que sientes no tiene explicación en ningún lugar del mundo. Simplemente debes sentirlo.
Es ese tipo de sentimiento que no tiene origen, pero que debes apreciarlo.
Y lo note mientras el señor Loughty se ponía de rodillas frente a mí sin soltar mi mano con una mirada sincera y esperanzadora.
Y de repente nada más importó. Porque alguien me amaba.
Él me amaba.
―Sería un honor eterno, señorita March, hacerle una pregunta. Si usted me lo permite...―respiro con una sonrisa imborrable en los labios. ―¿Se casaría conmigo, señorita Lorelai March?
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