››› Calmar el Mar (ʟɪᴠ)

Benjamín y yo nos despedimos de Dorian en la puerta de la residencia. No le dije que haría con mi familia, o si volvería a hablar con ellos alguna vez, o si les contaría mi matrimonio con el señor Loughty, pero de todas formas él quería asegurarse todo buscando un nuevo lugar para quedarse en Concord aunque yo veía a duras penas cuanto extrañaba su hogar. 

Me había largado de casa por el dolor que esta me generaba. Pero él... Dorian me había acompañado a volver dejando a su familia atrás durante varios meses. Llevaba siempre en sus bolsillos la única foto que se trajo de sus hijos y su mujer que ya tenía los bordes lastimados de tanto acariciarla entre lágrimas a solas. No podía pedirle que se quede mientras yo vivía con el señor Loughty en su residencia.

―Quédese con nosotros, señor Plummer―comentó Benjamín en cuanto Dorian anunció que se iría de la casa de mis padres.

―Oh, no, no―negó él. ―De ninguna forma. Soy una pareja recién comprometida, necesitan su tiempo.

―Hay muchísimo espacio para alguien más―agregó el señor Loughty pero Dorian continuó negando con su cabeza.

―No podría permitirlo...

―Dorian―lo interrumpi. ―Vuelve a Londres.

Mi comentario causó sorpresa en él y su mirada se volvió más rígida, como si se enfrentara a un comentario de mal gusto que no le causaba gracia porque temía que no fuera cierto.

―Yo estaré bien. Puedes volver a casa―suspiré.

―No creo...―balbuceo.

―Dorian―me acerque más a él tomándolo por los hombros―, gracias por ser la única persona en la que puedo confiar. Creo que nunca tuve la oportunidad de decírtelo, pero te debo la vida más que a nadie en este mundo.

―No lo digas como si te estuvieras despidiendo.

―No lo hago. Simplemente quiero que sepas que es hora de que tu vuelvas con tu familia, porque lo necesitas. Quiero que sepas que ya no debes preocuparte por mi―sonreí con nostalgia y melancolía. ―Estaría pidiendo demasiado si te ruego que te quedes... No quiero que lo hagas solo por mi.

―Lorelai, permíteme ofenderte al decir que no esperaba que te cases. No se si podré quedarme a la boda si la hace antes de que el mes termine. Pensaba volver para esa fecha porque es el límite que le di a los trabajadores de la editorial aqui, en Concord, para que se acomoden. En dos semanas viajaré a Nueva York. Volveré al final del mes a Londres...

―¿Porque no me lo dijiste?―pregunté con un rostro notoriamente sorprendido.

―Porque creo que es hora de irme. Creo que es hora de que enfrentes el resto de tu vida por tu cuenta―con una de sus manos tapó la mía sobre su hombro en señal de protección, porque ese había sido Dorian toda mi vida. Una mano sobre la mía que me protegía de absolutamente todo y me guiaba por el camino correcto. 

Él iba a irse a Londres y yo iba quedarme aqui hasta que el señor Loughty solucionara sus problemas con la nación. De todas formas, si volvíamos a Londres en algún momento, Dorian seguirá con su vida trabajando en la editorial más ocupado que nunca porque acababa de anunciar a la primer poeta en su editorial... Y yo sería una poeta finalmente casada con un hombre burgués.

En ese instante, en sus ojos pude ver el reflejo de lo que habíamos vivido todos estos meses, del viaje en barco, de las largas conversaciones, de las caminatas, de las aventuras, de las discusiones. Todos estos meses viviendo codo a codo bajo un mismo techo y ahora debíamos asumir que teníamos vidas separadas.

Dorian era el único amigo que tuve en mi vida. El único que siempre supo la verdad, el único al que nunca, jamás le mentí. Dorian me vio en los puntos más bajos de mi vida, juntando dinero actuando obras propias en el teatro local cuando Beth había enfermado. Me vio llegando a Londres con una maleta incompleta. Me dejó quedarme en su casa, me dejó publicar en su editorial, me dejó ser parte de su familia, me dejó triunfar en el más allá. Me dio todo lo que alguien podría desear. Me dio compañía, compasión, cariño, apoyo, diversion, consejos.

Dorian me lo había dado todo. Y yo sería nada sin él.

De tan solo pensarlo, mis ojos se llenaron de lágrimas. ¿Qué sería yo sin Dorian? ¿Qué sería de mí si él no me hubiera visto en el teatro local? ¿Qué sería de mí si no lo hubiera reconocido en Londres? ¿Qué sería de mí si no me hubiera dado un espacio en su hogar y en su editorial?

¿Qué sería de mi sin mi unico mejor amigo?

No pude evitarlo. Simplemente no pude.

Me lance sobre su pecho de un salto chocandonos y enredando mis brazos sobre sus hombros y alrededor de su cuello. Al principio pareció sorprendido, pero no tardó demasiado en responder apoyando su mentón en mi hombro y apretándome con fuerza hacia él.

Lo abrace como nunca había podido abrazar a todo aquello que había perdido, por si acaso. Lo abrace como nunca había abrazado a Beth o a Laurie o a ninguna de mis hermanas. Lo abrace como iba a abrazar todo lo que hizo por mí por el resto de mi vida. Lo abrace con todo mi ser. Lo abrace por todo lo que significaba para mi.

Lo abrace por todos los momentos que habíamos vivido juntos y toda aquella etapa que él representaba en mi vida. Superación.

Sentía que sujetaba todo lo que alguna vez había sido y ahora debía dejar ir. Esa niña asustada, esa solitaria joven en Londres contando los billetes de una herencia que no merecía. Esa doncella escribiendo poemas. Esa mujer entrando a una universidad de hombres. Esa Lorelai viajando a enfrentar todo aquello que había evitado toda su vida.

No sería absolutamente nada sin Dorian a mi lado, sin la fuerza que me ha dado, sin los golpes que fueron necesarios que enfrente gracias a él. Jamás hubiera vuelto, jamás le hubiera dicho a Laurie la verdad, jamás hubiera ido a la tumba de Beth, jamás le hubiera atrevido a publicar mis propios poemas. 

Lo abrace porque sabía que tarde o temprano debía dejarlo ir. No perderlo. Lo abrace porque sabía que podía ser la última vez que sintamos tanta emoción por las personas en las que nos convertimos. Lo abrace porque... era mucho más fácil que explicarle todo lo que significaba para mi.

―Lorelai―me llamó y limpie mis lagrimas de mis mejillas separandome de él―, siempre veremos el mismo cielo, las mismas estrellas, la misma luna. Volveremos a encontrarnos―sonrió con nostalgia. Sus palabras parecían intentar consolarlo a él mismo.

―Volveremos a encontrarnos... pero ya no de esta forma―solloce. ―Volveremos a encontrarnos, pero el tiempo habrá pasado y las cosas serán diferentes.

Dorian sonrió casi tan divertido como melancólico.

―El tiempo jamás pasa cuando quieres a alguien―comentó. ―El tiempo nunca pasa cuando en verdad aprecias a alguien―su voz se torno más firme. Dorian hizo una pausa pensando un momento y yo no dije ni hice nada de la confusión o tal vez la emoción. Él tomó mis manos y las apretó fuerte entre las suyas. ―No debes perdonar si no quieres, Lorelai―dijo ahora más serio. ―Pero el tiempo jamás pasará cuando quieres a alguien. Nunca es muy tarde o muy temprano. El tiempo es justo y probablemente lo único que tenemos y al mismo tiempo no podemos tener. Pero el perdón... El perdón es opcional. Continuar es una naturaleza del tiempo.

Me hubiera gustado responder algo, o más bien preguntarle todo, pero en ese momento sentí que las cosas sucedieron muy rápido. Dorian se despidió por última vez y tomó su carruaje, debía de llevar sus maletas allí. 

Benjamín posó su mano en mi espalda sacándome de mis pensamientos y un tanto perdida me volteé a verlo. No fue necesario que le diga nada, nunca lo era y sabría que nunca lo sería. Él asintió lentamente y me estrechó entre sus brazos como abriéndome las puertas de su hogar, invitándome a un imperio de paz y contención que ahora mismo necesitaba más que nunca.

Durante estos días fui capaz de comprender que Benjamín y yo no necesitábamos ningún tipo de comunicación verbal para comunicarnos. No necesitábamos soltar saliva o ser prejuiciosos con las entonaciones y los volúmenes. Sólo debíamos mirarnos, sentirnos, comprendernos desde lo profundo de nuestros corazones, para ser capaz de entender lo que el otro estaba atravesando. Y no había nada más tranquilizante que eso, porque nuestra comunicación de esa manera nunca nos había fallado.

El señor Loughty apoyó su mentón sobre mi cabeza mientras acariciaba mi espalda con una mano y con la otra peinaba mi cabello. Últimamente era una actividad a la que recurría por sorpresa y que de alguna forma tanto le fascinaba.

―¿Quieres ir por una taza de té y una larga partida de ajedrez?―preguntó al separarnos aun sosteniendo mis brazos entre sus manos con una mirada paciente y cálida. Suspire sintiendo la humedad en mis mejillas y asentí.

Ambos entramos en la gran casa, él aun con su mano en mi cintura como muestra de apoyo y acompañamiento y con una seña mientras nos dirigíamos hacia la biblioteca, le pidió amablemente a uno de los sirvientes dos tazas de té con pequeños aperitivos. Nunca pude entender cómo alguien se puede ver autoritario sin causar temor, como alguien puede ordenar sin dejar de ser completamente amable y no perder ni un poco de compostura. El señor Loughty hacia todo eso y más, y nunca perdía su sonrisa. Comprendía que no podía mandar sin amabilidad, que no podía establecer sin una sonrisa y que no podía decretar sin agradecer el acto en el momento.

Iba a casarme con el hombre perfecto deseando que fuera el hombre imperfecto porque sabía que al final terminaría volviéndome loca. Subimos las escaleras con mi mirada posada sobre su perfil admirando todo aquello que parecia ser supremo antes unos ojos tan mundanos como los míos capaces de conformarse con la mitad de lo que él es. No podía permitirme estropearlo, no podía, no con él. 

¿Pero y si lo hacía? ¿Y si al final era yo quien lo estropeaba todo?

―¿Lorelai, te encuentras bien?―giró a verme con el ceño fruncido y una notable preocupación. ―Lorelai...

―No puedo lastimarlo, no a usted...

―Entonces no lo hagas―susurro moviendo ambas manos a mis mejillas para sostener mi rostro.

―Pero es inevitable―solloce. ―Es...

La manera en la que tome aire delató la forma tan inusual en la que temblaba.

―¡Traigan un vaso de agua!―exclamó con preocupación y firmeza al mismo tiempo mientras nos sentábamos en los escalones de las grandes escaleras de la residencia que llevaban al resto de las habitaciones por un pasillo en medio del gran salón de entrada. ―Lorelai...

―Una enfermedad para las personas que amo, Benjamin. Las lastimo sin darme cuenta porque esa es mi función en esta vida. Las lastimo porque es para lo único que vine al mundo. Mi misión es lastimar tanto a quienes amo que los fuerzo a aprender que significa el dolor por parte de alguien que amas, y no tengo idea de porque o como detenerlo―explique temblando.

―No, no, no. No eres eso, Lorelai. Eres increible, eres la mujer más talentosa que conocí en mi vida. Eres fuerte, creativa, valiente, sentimental, nostálgica, firme, disciplinada, resiliente. No eres el dolor de quienes amas―intento convencerme pero era imposible. Jamás podría darle todo de mi porque eso ya se lo había dado a alguien que se encontraba a miles de kilómetros de distancia, y nunca se enteró de ello. No podía darle todo de mi porque ya lo había desperdiciado con alguien que nunca fue digno de recibirlo, pero aun así continuaba enviándole todo mi amor. 

No estaba siendo justa con el señor Loughty si una parte de mí continuaba deseando que fuera Teddy. No estaba siendo justa incluso sabiendo que una parte de mi siempre deseara que fuera Teddy. Y terminaría lastimándolo porque no se como amar sin lastimar, porque ese es mi motivo de vida en este mundo. 

―Lorelai, todo estará bien―me abrazo con consuelo colocando mi cabeza en su pecho y protegiéndome con sus brazos. ―Respira conmigo―pidió y con mi oído en su pecho copie su manera de respirar. 

Para cuando el vaso de agua llegó ambos nos separamos y yo comenzaba a sentir la calma de aquello que debía asumir. 

Amaba al señor Loughty más de lo que podía admitir, pero era exactamente ese el motivo por el cual no me atrevía a entrar en su vida tan plenamente. Él no merecía a alguien como yo, él merecía a alguien que esté a su altura, que pueda amarlo y obedecerlo, que pueda morir por él como cualquier otra mujer con buena educación. Él merecía una mujer que no haya sido encerrada en prisión y que se le haya declarado en el peor de los estados.

El señor Loughty merecía algo más de lo que yo era.

―¿Que sucede, Lorelai?―preguntó con calmada preocupación en cuanto termine de beber.

―Tengo muchisimo miedo, Benjamín―confesé. ―Tengo miedo de arruinarlo todo, tengo miedo de arruinarnos. De arruinarte.

―Oh, Lorelai―suspiro con fuerza y pude notarlo en su pecho. Fue como un suspiro pesado de alivio y temor al mismo tiempo. Tan preocupado como confiado. ―Yo tambien lo tengo―admitió y me quedé en silencio. ―Siempre hice lo que mi tutor quería, lo que mis padres querían, lo que la nación a la que representaba quería. Y ahora... ―tomo aire desconcertado y bajo su mirada a sus manos. ―Estoy tan perdido en todo lo que perdí, que no me doy cuenta de lo mucho que gane―sonrió con nostalgia y deje el vaso de vidrio junto a mi en uno de los escalones. ―Gane una libertad que nunca antes había tenido. Gane la posibilidad de casarme con la mujer más auténtica que pude haber conocido, una que no asiente solo por ser conde o que no le intimida la vida salvaje de la realidad. Una mujer poeta que ha escrito los mejores versos jamás leídos. Y puedo amarla sin limitaciones―su sonrisa se llenó de orgullo y emoción al decirlo, pero pronto se estancó en un eco de emociones que comenzaban a desvanecerse. ―Pero estoy aterrado. La libertad aterra... cuando el conejo en cautiverio al fin es liberado. Hay cosas en el mundo para las que no estoy preparado, cosas en el mundo para las que nadie está preparado, pero al menos tengo la libertad de cómo enfrentarlas. Al menos tengo a quien más amo a mi lado.

Tomo mi mano ahora observándome a los ojos con un sentimiento que nunca antes había sentido.

―Estamos aterrados, Lorelai, porque hay cosas de la vida que nadie nos enseñó. Nadie jamás nos enseño a amar realmente y aqui estamos. Pero soy muy afortunado en poder decir que a pesar de todo tengo la libertad de elegir a quien amar y con quien enfrentarme al amor que nunca nadie me explico. Tengo la libertad y la fortuna de que la persona con la que elegí casarme comprende tanto mis miedos como mis alegrías. Pero más que nada tengo la confianza de que todo irá bien para nosotros. 

Me quedé en silencio como un ave dormida, inerte como una roca en el camino, atemorizada como si conejo en libertad.

―Se cuan aterrador puede ser todo esto, pero si no quieres hacerlo, Lorelai, no te sientas obligada―comprendió y solo pude pensar en lo poco que lo merecía. ―Si te sirve de consuelo, no eres la única pecadora en este mundo. Todos cometemos errores imperdonables que no tienen remedio, pero siempre nos queda una oportunidad de demostrar que aquello que hicimos fue realmente un error y no un acto voluntario.

Su mano sobre la mía era una sensación que no quería que tuviera final, pero que al mismo tiempo me traía demasiados recuerdos.

¿Cuántos errores había cometido a lo largo de toda mi vida? ¿Cuántos de ellos eran imperdonables? ¿Cuántos de ellos habían afectado a otros? ¿Cuántos de ellos demostraron lo que había realmente en mi interior? ¿Cuántos de ellos fueron involuntarios? ¿Cuántos de ellos fueron a propósito? Y lo peor de todo... ¿Cuantos de mis errores imperdonables fueron dirigidos hacia quienes más amaba?

Pero mi vida ya había tenido el momento de alejamiento, de aceptación y ahora tocaba el momento del perdón. Perdonar y ser perdonada. Perdonar y pedir perdón.

Pedir perdón no solo a quienes amo y lastime, no solo a mi familia, a Dorian, al señor Loughty. Pedir perdón y perdonar a la única persona que estuvo aqui.

Perdonarme y pedirme perdón.

A partir de ahora solo quedaba perdonarme y pedirme perdón.

Pedirme perdón por todas las veces en las que no pude manejar lo que hacía y lo que decía. Pedirme perdón por todas aquellas veces en las que al final terminé saboteándome a mi misma. Pedirme perdón por los momentos en los que solo yo me cuestionaba y me hacía dudar. Pedirme perdón por todo lo que ignore de mi, lo que pase por alto, lo que no me permití aceptar. Pedirme perdón por todo el dolor que me podía haber evitado, pero que de todas formas me obligue a sentir. Pedirme perdón por la manera en la que suelo tratarme.

Pedirme perdón por todas las personas que aleje y que en realidad debí mantener cerca. 

Y al final, perdonarme por todo aquello y aceptar que tambien cometi errores conmigo misma.

―¿Como lo hace?―le pregunté y en su rostro pude percibir su confusión.

―¿Hacer que?

―¿Cómo hace para causarme calma con su presencia y hacerme sentir como nunca nadie lo hizo? ¿Cómo hace para enfrentarse a las olas del mar más aterrador y calmarlas sin alterarlas? ¿Cómo lo hace, señor Loughty?―pregunté y él más aliviado suspiro. Parecía más tranquilo al descubrir que ahora mis dudas eran desde mi más calmado ser que no comprendía como todo en él podía apaciguar todo en mi.

―No puedes calmar el mar si te metes en él. No puedes calmar el mar si no lo dejas en paz un tiempo―recitó como si de una magnífica poesía melódica se tratara.

"No puedes calmar el mar si no lo dejas en paz un tiempo".

En esa frase se resumía todo lo que debía hacer a partir de ahora.

Me había abalanzado hacia el mar para escapar del dolor. Me había abalanzado hacia el mar pensando que tendría algo para mi que había perdido al cruzarlo. Me había abalanzado hacia el mar para enfrentar y aceptar todo aquello que había perdido. Me había abalanzado hacia el mar a llorar, a pegarle por hacerme creer que solucionaría todo, a gritarle, a maldecirlo. Me había abalanzado hacia el mar para enfrentar aquello que había pasado toda mi vida evitando. 

Me había abalanzado hacia el mar toda mi vida agitando sus olas con brutalidad y violencia mientras más me adentraba en él como si pudiera hacer algo sin darme cuenta que solo lo motivaba a avivarse más. Me había lanzado al mar sin darme cuenta que solo lo empeoraba.

Estaba tan seca por dentro que solo podía adentrarme en él olvidándome de lo esencial.

El mar necesitaba un tiempo de mi. Todo aquello que ahora se alejaba simulaban ser las olas en la orilla. Debían alejarse. Jo, Amy, Meg, Laurie, Marmee, padre... eran olas que había exaltado corriendo hacia ellas.

Quizás era hora de alejarme de la playa y darle su espacio al mar para que logre calmarse.

Quizás era hora de dar una vuelta por la ciudad y perdonarme sabiendo que enfrente todo lo que pude enfrentar, que esto es todo lo que pude hacer. Quizás era hora de pensar en el perdón al mar y aceptar que si bien no era obligatorio, debía encontrar la forma de continuar.

Quizás era la hora de casarme y escribir lo que significa ser Lorelai March fuera de su castillo de Mujercitas, fuera de Lory. Porque el mar siempre se encontrará en la playa, pero la vida está más allá del horizonte.

Porque en el fondo una March siempre llevara consigo a sus mujercitas, vaya donde vaya. Pase lo que pase.




FIN





***


Soy un mar de lágrimas. Este es el último capítulo de Lorelai March, pero no lo último que sabrán de esta historia. Capitulos atras les prometí una sorpresa para el final y aunque este sea el final de la historia, en realidad me refería al epílogo. Tardará un rato, porque las sorpresas tardan, pero les prometo que valdrá la pena la espera.

Quiero agradecerles desde ahora, aunque haré un apartado de agradecimientos, porque sin cada uno de ustedes no hubiera terminado esta historia. Me demostraron cuán valiosa era la historia de Lorelai March más allá de ser un fanfic. Me demostraron que podía cumplir mis sueños y sentirme la mejor escritora al menos un ratito. Y me enseñaron que vale la pena abrirse al mundo porque siempre habrá al menos una persona escuchandote del otro lado. Que vale la pena porque al menos a una persona esta historia ha abrazado y ha acompañado con sus palabras. Es extraño pensar que algo que escribí es tan importante para ustedes, pero si ustedes no hubieran comentado con tanto entusiasmo quizás nunca lo habría entendido.

Probablemente no sea el mejor fanfic del mundo o siquiera de Mujercitas, pero espero que les haya alegrado el rato al leerlo, espero que se hayan emocionado y que hayan apreciado cada una de las enseñanzas y el aporte que quería hacerle a este mundo. Espero, y ya veo, que signifique esta historia tanto para ustedes como para mi y recordarla a lo largo del camino que nos queda.

Sin más que decirles porque si no no tendré que más decir en los agradecimientos, espero que se encuentren bien donde quiera que estén y sepan que los abrazo desde donde estoy. Siempre han sido una alegría para mi en este tiempo y espero leerlos en mis siguientes historias, y aunque no sea así, espero leerlos en el epílogo... o ¿Los epílogos?

Con mucho mucho amor: Phoebe

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