Prólogo

A medida de que atraviesas la etapa de la adolescencia, realmente te convences de que puedes ser invencible, o puedes ser todo lo contrario a eso, o puedes ser ambas y ninguna al mismo tiempo, pero no existe un punto neutro. He estado sintiéndome lejos de ser invencible últimamente, agota mucho tener que ir a una estúpida escuela de ricos con un estúpido uniforme y unos estúpidos compañeros de clase.

Usualmente cuando llego a casa voy directo a mi habitación, no tengo a la típica mejor amiga para hacer todo juntas ni tampoco el típico novio perfecto, digo, no es porque sea desafortunada, se trata de que no me esfuerzo lo suficiente como para crear relaciones afectivas después de tanto daño... Y como si eso no fuera todo lo peor en mi vida, resulta ser que el dinero tiene un poder disgustante en mí, no me molesta tenerlo, pero me molesta que mis horribles vecinos se crean mejores que otros solo por los números en sus cuentas de banco.

–¿Podrías solo calmarte? ¿Es necesario que te escondas siempre que entramos a Limbos? No es una residencia para nada fea –grita mi madre con un tono de cansancio y golpea el volante del auto frustrada–. Te he dado todo, te apoyo en todo, no entiendo qué te ocurre. ¿Quieres el mejor móvil y el mejor auto de una chica de 16 años? Te los doy, te doy la ropa más cara que se puede hallar y a diferencia de los demás chicos ricos que te rodean, te doy apoyo y amor, querida solo quiero entenderte.

Harta de sus insistencias y reclamos solo asiento con una falsa sonrisa momentánea y vuelvo a agacharme en el auto para que nadie me vea. Yo era nueva cuando llegué a Limbos, los más ricos de Manhattan habitan esta clase de urbanismos privados y realmente no quería ni quiero tener que ser uno de ellos, por eso hago lo que hago. Mi casa queda al final de la última calle y eso es bastante bueno para mí, de esa forma solo tenemos vecinos al frente y a la derecha, nos ahorramos otra familia ridícula que podría ocupar la izquierda donde hay una bella pared con un sistema de seguridad como el de los museos donde se encuentran las pinturas o las joyas más caras del mundo.

Múltiples veces aprovecho de la noche para salir de casa un rato, diría que a bailar a una fiesta pero no es así. Suelo salir a caminar por la oscuridad de la noche, y me encanta poder caminar por estas calles sin que tengan que verme las personas claramente.

Me recosté en el césped de la entrada de una mansión abandonada que yacía a oscuras profundamente. Las emociones se acumularon al sólo darme un momento para pensar en el fiasco que es mi vida, mis ojos se bañaban en lágrimas de un momento a otro, yo solo quería sentirme invencible, pero una vez más estaba escondida y totalmente vulnerable.

Y allí me quedé unas cuántas horas, pensando, llorando mares y levantando la mirada para apreciar las estrellas titilando en el oscuro cielo nocturno. Al menos hasta ese momento no tenía idea de que ese chico estaba allí, observándome a lo lejos y llenando espacios vacíos de esta insaciable soledad.

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