Capítulo XXIII: No voy a perderte

Habían pasado un par de meses desde nuestra boda y en ese tiempo, tanto Sherlock como yo nos habíamos dedicado a resolver otros casos que seguían apareciendo.

En primera instancia, nos parecían bastante simples. No iban más que desaparición de joyas, hasta cartas de amenaza hacia alguna persona poderosa; no tardábamos más de dos días en resolverlos y cuando menos lo esperábamos, ya estábamos de vuelta en casa.

Tanto Holmes como yo habíamos pensado en tal vez tomar unas vacaciones para descansar un poco del trabajo arduo que habíamos tenido estos últimos meses, además de que también podrían ser tomadas como luna de miel, sin embargo, también estaba pendiente la pequeña salida que Sherlock y Watson habían planeado en unas tierras que poseía Mycroft a las afueras de Roma. Después de todo, ¿por qué no? Ambos se veían bastante ilusionados con esa idea y tanto Mary como yo queríamos complacerlos.

Habíamos decidido esperar una semana más para poder hacer el viaje los cuatro. En primer lugar porque Sherlock y yo aún teníamos que cerrar unos casos, que aunque eran sencillos, no podíamos dejarlos ignorados. En segundo lugar porque Watson tenía que atender a los pacientes pendientes que tenía esa semana y no podía irse sin atender sus citas. Y en tercer lugar porque Mary tenía asuntos pendientes que arreglar con sus padres y su familia. Al final de la semana, estaríamos libres para poder iniciar el viaje y quedarnos en Roma un tiempo.

***

Sherlock había hablado con Mycroft en los pasados días, enviándole una carta para que le diera permiso de utilizar la casa que se encontraba en los límites de la capital italiana y como de era de esperarse, él aceptó regresándole en respuesta: "Recuerda que todo lo mejor para ti, querido Sherly." Esto solo indicaba una cosa, que para cuando llegáramos a la dichosa propiedad, ésta ya nos estaría esperando perfectamente lista.

Sin embargo, durante el transcurso de esa semana, además de las cartas que Sherlock recibía de Mycroft a nuestra casa, también llegaban otras de un emisor que en un inicio, nos pareció desconocido, mas con el pasar de los días y con la llegada de más cartas en un sobre color rosa con bordes dorados y letra fina y delicada, supimos de quién se trataba. Maddison Blackwood. Al parecer el ineficiente equipo del inspector Lestrade la había dejado escapar y sobra decir que, desconocíamos su paradero.

Sherlock nunca abría las cartas, solo las recibía, las observaba unos segundos y después las lanzaba a la chimenea para que fueran consumidas por el fuego que yacía en esta. He de admitir que me daba mucha curiosidad el saber qué decían aquellas palabras en papel de esa insistente mujer pero si a Sherlock que era mi esposo no le interesaban, a mí tampoco.

***

El fin de semana había llegado y con él, el inicio de nuestro viaje.

Era un viernes por la mañana y mientras Holmes y yo terminábamos de empacar nuestras maletas, llamaron a la puerta.

-Yo voy. –me dijo Sherlock sonriendo, caminando hasta el marco de la puerta de nuestra habitación y corrí hasta él.

-Oh no, cielo. La última vez que tú abriste la puerta una mujer obsesionada literalmente te ató a una cama. –lo miré alzando una ceja y Sherlock soltó aire por la boca- Déjame ir a mí esta vez. –sonreí para luego guiñarle un ojo.

-Bien, ve tú. Pero quiero que quede claro de una vez por todas que lo de esa ocasión fue un accidente. –replicó con media sonrisa, saliendo detrás de mí.

Ambos bajamos las escaleras y al llegar a la puerta, otro toquido sonó.

-¡Ya voy, ya voy! –grité cuando bajé el último escalón, seguida de Sherlock. Al abrir la puerta, me encontré con la enorme sonrisa de Mary- ¡Hola, querida! –sonreí ampliamente y ella me abrazó. Detrás de mi amiga, se encontraba Watson que entró a la casa después de Mary dedicándome una amplia sonrisa y detrás de él, estaba un cartero- ¡Pero cuánta gente hay por aquí hoy! –exclamé alzando las cejas- Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? –pregunté, dirigiéndome al cartero. Detrás de mí tanto Sherlock, como Mary y Watson observaban la escena atentos.

-Buenos días, señorita. Tengo una carta para el Señor Sherlock Holmes. –dijo simple, entregándome un sobre rosado con bordes dorados. Al instante, supe de quién era.

-Oh, ¡pero qué novedad! –dije con sarcasmo, tomando el sobre y el hombre frente a mí se encogió de hombros. Cerré los ojos negando con la cabeza y una ligera mueca de sonrisa- Muchas gracias, qué tenga buen día. –le dije al cartero, él quitándose su gorra en un gesto gentil, hizo una breve reverencia y se marchó. Al cerrar la puerta, me topé con la mirada de las tres personas frente a mí fijas en el sobre.

-¿Qué es eso, Brooke? –preguntó Watson.

Yo caminé hasta Holmes y coloqué el sobre sobre su pecho, haciendo presión con mi mano y observándolo fijamente con una sonrisa forzada. –Oh, es solo otra de las muchas cartas que la admiradora no tan secreta de Holmes le manda todos los días. –exclamé y Sherlock pasó saliva sin dejar de mirarme afligido. Salí de la habitación para volver a subir las escaleras dirigiéndome a terminar de empacar mi maleta.

La mirada de Sherlock era profunda sobre mí y la sentía siguiéndome hasta que terminé de subir los escalones. Me recargué en el barandal de madera y para mi sorpresa, ya no solo Sherlock me miraba, sino también Watson y Mary. Sus ojos pedían una explicación. Rodé los ojos.

-La admiradora no tan secreta, obsesiva y acosadora de Sherlock es Maddison Blackwood. Ahora también le manda cartas, donde probablemente le proclama su amor eterno y le dice que lo volverá a atar a una cama para montar un fetiche sadomasoquista. –arqueé una ceja y me crucé de brazos mientras una sonrisa burlona aparecía en mi boca.

-Oh, vaya... –fue lo único que dijeron Mary y Watson.

-¡Eso no es cierto, ___________ Brooke! –gritó Sherlock desde abajo, apuntándome con su dedo índice- No me levantes falsos porque tú bien sabes que yo jamás he abierto esas cartas. –replicó en un tono autoritario para después ir hacia la chimenea y hacer lo mismo como con las otras cartas, la lanzó al fuego y esta comenzó a consumirse; luego volvió a su lugar de antes y me dedicó una mirada molesta.

-¿Y tú cómo sabes que no lo dicen? –reí aún observándolos desde arriba.

-¿Te das cuenta de lo absurda que es esa pregunta? ¡No me interesa saber qué dicen esas cartas! –exclamó aumentando el tono de su voz sin dejar de mirarme a los ojos. En los de él pude notar que sus pupilas estaban dilatadas. Estaba comenzando a molestarse.

Reí un poco, alzando mis hombros y corté nuestras miradas para ahora dirigir mi vista a Watson y Mary que observan la escena algo incómodos. No podía negar que era muy divertido molestar a Sherlock de esa forma, y puede que... que también estuviera un poco celosa. –¿Ustedes qué dicen? –pregunté divertida, recargando mi brazo en el barandal y mi mentón sobre mi mano.

-Decimos que llegamos en un mal momento. –masculló Watson, observando a Mary.

-¡___________ Brooke! –me llamó Sherlock con un tono aún más elevado mientras subía las escaleras a zancadas grandes. Al llegar hasta mí, acercó su rostro al mío y entrecerró sus ojos frente a mí- ¿A qué clase de juego estás jugando? ¿O es que acaso deseas molestarme? –me dijo ya con una voz más relajada que solo yo pude escuchar. Desvié mi vista un poco de su rostro y noté que Mary y Watson se habían ido a la sala. Luego, volví mis ojos a Holmes.

-Es divertido molestarte. –reí ligeramente pasando mi lengua sobre mis labios- Ya deberías conocerme para saber que siempre te jugaré bromas y tienes que admitir que caíste. –dije, tomándolo del cuello de su camisa, para acercarlo más a mí.

Sherlock mordió su labio. –Oh sí, te conozco lo suficiente y muy bien para saber que detrás de esta broma en la cual admito que sí, caí totalmente, se encuentran algo de celos. –me dijo con sorna, arqueando una ceja.

-Sí, lo admito. Esa mujer me tiene harta con sus cartitas de amor. Te juro que si la veo, me las va a pagar. –dije cerrando los ojos, soltando un profundo suspiro y Holmes soltó una pequeña carcajada.

-Por eso te amo, eres mi esposa la ruda. –exclamó con orgullo, rozando su labios con los míos.

Lo sé. –sonreí y terminé de juntar nuestros labios en un suave beso.

-Mira, ya se aman de nuevo. –exclamó Watson asomando su cabeza desde el marco de la puerta junto con Mary haciéndonos reír.

-Sherlock, tenemos que terminar de armar las maletas. No se van a hacer solas y nuestro tren sale en una hora. –comenté sobre los labios de Holmes y este asintió.

-Tienes razón, vamos, vamos. –me dijo divertido, tomándome de la mano guiándome de vuelta a nuestra habitación, seguidos de Mary y Watson.

***

Los cuatro nos encontrábamos en la estación de tren con boleto en mano, esperando a que llegara nuestro transporte directo a Roma.

Ya eran cerca de las 12:00 del medio día, era un día nublado y hacía bastante frío, además de que suaves copos de nieve caían del cielo, por lo que era común ver a la mayoría de las personas con bufandas cubriendo su rostro, con sombreros, boinas y gorros; guantes, gabardinas y abrigos adecuados para el clima. Incluso, nosotros los llevábamos. Sherlock llevaba su típica boina que siempre salía volando con alguna ventisca, bufanda, guantes y su abrigo favorito. Yo tenía puesta mi gabardina, una bufanda tejida y una par de guantes idénticos a los de Holmes; Mary y Watson llevaban puestos abrigos de lana y piel, respectivamente, bufanda y guantes. El tiempo pasaba y justo a las 12:20 llegaría nuestro tren, ya no faltaba mucho.

Una mujer que estaba sentada en las bancas delante de nosotros no dejaba de mirarnos a Sherlock y a mí, lo cual me resultó bastante llamativo. Llevaba un abrigo rosa y la cara cubierta hasta la nariz con una bufanda del mismo tono. Fruncí el ceño al verla mejor. Aunque llevaba un sombrero negro y su cabello recogido en un peinado alto, sobresalían algunos rizos pelirrojos. Solté aire por la boca y cerré los ojos, negando con la cabeza. Solo con esos detalles, el color rosa por todas partes y ese característico cabello supe quién era.

Entrelacé la mano de Sherlock con la mía ante la mirada fija de Maddison sobre nosotros. Y al sentir que Holmes afianzó mejor nuestro agarré, me di cuenta que él también había notado su presencia, a excepción de Mary y Watson que charlaban felizmente entre ellos.

-Nos siguió, ¿cierto? –me preguntó Sherlock en voz baja.

-Pero claro que lo hizo. Y estoy segura que lleva un tiempo vigilándonos. Casi desde que empezó a enviarte las cartas o quizá desde antes. –exclamé de la misma forma.

-¿Qué hacemos? –me preguntó él.

-Pues, no creo que quedarnos aquí sentados, ¿o sí? –reí por lo bajo- Te dije que si la volvía a ver, me las iba a pagar.

-Solo no vayas a hacer escándalo, mi amor. –rió Sherlock.

-No te prometo nada. En todo caso, no molestaríamos a nadie, la estación está casi vacía.

-Buen punto.

Ambos nos disculpamos con Mary y Watson, diciéndoles que teníamos que arreglar un asunto pendiente. Ellos asintieron no muy convencidos, pero sin oponerse. Sabían que no podían hacer nada cuando ambos tomábamos una decisión. Holmes me tomó de nuevo de la mano y juntos caminamos hasta donde Maddison se encontraba sentada.

-Hola, acosadora. –musitó Sherlock, llamando la atención de la mujer frente a nosotros.

-No me digas así, Sherlock. –exclamó ella, acomodando su sombrero.

-Es que es lo que eres. –me encogí de hombros, ladeando mi cabeza- ¿Cómo se le puede decir a una mujer que secuestra a un hombre, trata de interrumpir su boda y le manda tantas cartas todos los días sabiendo que no puede corresponderle? –pregunté alzando una ceja.

-Exactamente, ese es el problema, señorita Brooke. –dijo Maddison metiendo una de sus manos dentro de su abrigo- Solo que lo haré más sencillo. Él no puede corresponderme porque está contigo, pero si te mato, ya no habrá nada que nos impida estar juntos. –comenzó a reír de una forma algo inquietante y justo en ese momento, sacó su mano de su abrigo; con ella sostenía una escopeta de gran calibre, demasiado grande para que una sola de sus manos pudiera aguantar su peso, por lo que tuvo que tener la ayuda de su otra mano y en ese instante, el sonido de un disparo se escuchó resonando por toda la estación de tren.

-¡Cuidado! –grité llamando la atención de Watson y Mary, rápidamente Watson se llevó a Mary a un lugar más seguro y Sherlock y yo nos quedamos con Maddison justo al lado de las vías del tren.

El viento soplaba fuerte, provocando que nuestras ropas volaran; la brisa fría chocaba con nuestro rostro y a plena luz del día, una mujer nos amenazaba con dispararnos. Bueno, más específicamente a mí.

-¿No tienes tu arma, querida? –me preguntó Maddison con burla.

No, no siempre llevo mi magnum conmigo. Es muy pesada. –dije al mismo tiempo que llevaba mi mano detrás de mi espalda, buscando algo- Pero, eso no quiere decir que sea descuidada. –sonreí de lado, sacando detrás de mí una fina navaja con mango de metal y mi nombre grabado en él. Uno de los muchos regalos "peligrosos" (según mi madre) que mi padre me había dado y que siempre llevaba conmigo. Muy útiles para cuando la mujer que está obsesionada con tu esposo quiere asesinarte.

Maddison volvió a jalar del gatillo de la escopeta, pero la fuerza del disparo hizo que perdiera el equilibrio y el disparo saliera a los aires. Fue cuando aproveché para correr hasta ella y con un hábil movimiento que consistió en doblar su mano, arrebatarle la escopeta y lanzarla con una patada lejos de su alcance y en medio de su confusión, me coloqué detrás de ella, inmovilizándola y colocando mi navaja cerca de su cuello. Durante todo lo sucedido, Sherlock no se había movido de su lugar y estático, observaba la escena anonadado.

-¿Te puedes rendir de una vez, Maddison? Llevas la sangre de los Blackwood en ti pero, no eres mala como ellos, ni siquiera sabes cómo portar y manejar un arma. Puedes arrepentirte ahora y seguir con tu vida de una mejor manera. –hablé, aún sosteniéndola con la espalda.

-¡No, no! ¡No quiero una vida sin estar al lado de Sherlock! Él no me ama ahora, pero solo es porque tú estás aquí. Si tú dejas de existir, él será mío. –comenzó a sollozar y sentí algo de pena por ella.

Miré a Sherlock y él solo suspiró y comenzó a acercarse lentamente a ella.

-Escúchame, Maddison. Lo que te llevó a hacer esto no es amor, es todo, pero no amor por mí.

-Pero Sherlock...

-No, Maddison. Entiende. Esto no es sano, ni para ti ni para mí. Debes de entender y aceptar que yo amo a otra mujer y tú seguro puedes encontrar a alguien mejor que yo. –comentó Sherlock, con algo de pena en su voz.

-No, no. ¡No! ¡Yo te quiero a ti! Pero si no puedo tenerte, entonces ella tampoco lo hará. –dijo con firmeza y con fuerza dio un brusco giro que causó que nos acercáramos demasiado a la orilla de las vías del tren y desafortunadamente, perdiendo el equilibrio.

-¡__________, no! –gritó Sherlock cuando vio que ambas caíamos a las vías.

-¡Estoy bien! –grité incorporándome- Solo me golpeé un poco la cabeza. –me giré y vi que Maddison estaba inconsciente y su cuerpo en las vías del tren.

-Pues, no lo estarás por mucho mi amor. –dijo Sherlock mirando hacia atrás- Viene un tren, ¡tienes que salir de ahí!

El sonido del tren que venía a toda velocidad se escuchaba cada vez más cerca y la altura que tenía que escalar para salir de ahí era demasiada; sumando a eso que Maddison seguía sin reaccionar y en medio de las vías. Mientras observaba su cuerpo y pensaba en correr para traerla conmigo, vi que la mano de Sherlock se extendía hasta mí.

-Mi amor, no pueden salir las dos de ahí, ¡no hay tiempo y no voy a perderte! –me gritó desesperado.

-¡Pero, podemos sacarla! –exclamé observándolo, mientras el sonido del tren se escuchaba cada vez más cerca.

-¡____________, no se puede, toma mi mano ya! –me gritó con más fuerza, acercando más su mano. El sonido de las llantas del tren era cada vez más intenso.

-¡Ay, maldición! –grité tomando la mano de Sherlock.

Justo en ese momento, el tren pasó a toda velocidad y apenas logré salir. Sherlock me jaló hacía él para abrazarme con fuerza y cuando escuchamos algo crujir, sentí unas ganas inmensas de llorar. A pesar de todo, Maddison podía haberse convertido en una mejor persona pero ahora, eso era imposible. Cuando el tren terminó su paso por las vías, tanto Sherlock como yo nos acercamos a estas, tratando de encontrar los restos de la más joven de los Blackwood, mas, ya no había absolutamente nada. Solo quedó una enorme mancha de sangre que se extendía por la orilla de la vía hasta más lejos del túnel por donde pasaba el tren. Suspiré y volví a abrazar a Sherlock, él me recibió al instante.

-¡Brooke, Holmes! ¿Están bien? –escuchamos la voz de Watson a lo lejos que veía acercándose con Mary y algunas otras personas que se veían asustadas por los disparos de hace un momento.

-Estamos bien. –dijo Sherlock tranquilo, acariciando mí brazo y dándome un beso en la frente.

-Necesito que ya nos vayamos a Roma. –exclamé hundiendo mi rostro en el pecho de Sherlock y él me abrazó con más fuerza.

***

Buenas noches, lectores hermosos. Ya les traje el final del problema con la insistente y más joven heredera de la familia Blackwood: Maddison. ¿Qué les pareció? La verdad es que este final estuvo medio dramático pero me gustó jajajaja.

En fin, espero hayan disfrutado este capítulo. Recuerden que los amo mucho y nos estamos leyendo pronto en alguna otra historia o capítulo. Espero sus bellos comentarios y votos. ¡Abrazo! X3 :3 

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