Capítulo XIX: El viaje a París (parte 6) final

Estábamos de vuelta en la casa de Mycroft en la habitación de Mary y Watson. Este último se encontraba reposando en la enorme cama al centro de la habitación. Después de una gran discusión con su médico en el hospital y de que Sherlock y yo tuviéramos que firmar una carta donde el hospital y su personal no se hacían responsable sobre el estado de salud del impaciente Watson, pudimos volver.

Mientras cargábamos y preparábamos nuestras revolver, tanto Sherlock como yo nos dimos cuenta de que Watson estaba tratando de levantarse de la cama, mas Mary corrió rápidamente a ver qué necesitaba.

-¿Qué se supone que crees que estás haciendo? –le pregunté a Watson mientras guardaba mi arma en su funda que colgaba de mi cinturón.

Sherlock no decía nada, aunque no dejaba de ver el Watson con una mueca.

-¿Qué más podría estar haciendo? –contestó Watson en pregunta mientras se apoyaba en la mano de Mary que lo ayudaba a incorporarse- Gracias, amor. –dijo dirigiéndose a ella cuando al fin quedó sentado al borde. Ella se sentó a su lado- Lo que estoy haciendo es prepararme al igual que ustedes para ir a detener el plan del hijo de Blackwood. –exclamó con molestia en su voz mientras te tocaba el hombro derecho, de donde se sostenían unas vendas que rodeaban su pecho y su abdomen.

Rodé los ojos ante su terquedad y observé a Mary. –¿Cómo lo soportas? –le pregunté y solo se encogió de hombros- Escucha bien, tú no vas a moverte de aquí para absolutamente nada, no en el estado en el que te encuentras. –bufé- Suficiente tuvimos ya con tener que firmar esa carta en el hospital. –coloqué mis manos en mi cintura, sosteniendo mis dedos de las presillas de mi pantalón- Será mejor que te quedes aquí, hombre. Por tu bien. –sonreí.

Watson me miró entrecerrando los ojos. Luego dirigió su vista a Sherlock. -¡Holmes, dile algo a Brooke! ¡No me quiere dejar ir! –exclamó fuertemente con un tono demandante en su voz y un puchero en su rostro. Sin embargo lo único que logró, fue que Holmes resoplara.

La verdad, no sabía cómo reaccionar ante la actitud infantil de Watson. Buscando ayuda en su amigo como si yo fuera la mala de la historia. No tenía claro si reír a carcajadas, darle un golpe en la cabeza o noquearlo para que se quedara dormido. Mas, elegí la primer opción y comencé a reír hasta que el estómago me dolió. Sherlock me miraba divertido al igual que Mary, aunque el semblante de Watson era serio.

Me acerqué a mi prometido para recargarme en él, porque si me seguía riendo terminaría en el piso. Me limpié un poco las lágrimas por las carcajadas y me acomodé mejor al recargarme en su hombro, cruzando los pies aunque no dije nada. Sherlock me miró unos instantes, me guiñó un ojo y volvió su atención a Watson.

-¿No le vas a decir nada solo porque se va a casar contigo? –le preguntó Watson poniendo los ojos en blanco y se cruzó de brazos.

-Exactamente, Watson. –asintió Sherlock con media sonrisa- No le voy a decir nada, pero no por lo que tú crees. Si no, porque tiene total y absoluta razón.

Watson soltó un quejido. –¿De verdad, Holmes?

-De verdad. –dijo Sherlock asintiendo- Pero, si tú quieres acompañarnos, no te detendré. –comentó con sencillez, haciendo que tanto Watson como Mary lo miraran extrañados.

-Unilateral, queridos. –sonreí- Mi amado prometido siempre es unilateral. Nunca va a estar en contra o a favor de nadie y siempre mantendrá una posición neutral guiándose por su propia decisión. –dije dándole un beso en la mejilla a Sherlock- Me sorprende que no conozcas esa parte se Holmes, Watson. –reí ligeramente- Pero bueno, ahora lo importante es que a pesar de que yo te diga que lo mejor es que no nos acompañes o que Sherlock te diga que no se opondrá si vas, tú decides a final de cuentas. –exclamé levantando los hombros y arqueando una ceja para luego caminar hacia la ventana de la habitación y ver el paisaje de media tarde.

La puesta de sol no tardaba en hacer presencia.

-¿Por qué siempre tienen que hacer todo tan confuso? -preguntó Watson a Sherlock mientras se ponía una camisa blanca de manga larga.

-Es nuestro estilo. –contestó Sherlock soltando una pequeña carcajada- Nos preocupamos por ti, pero no podemos decidir por ti. –le sonrió para luego darle unas palmadas en el hombro y retirarse para llegar hasta mí.

Watson rodó los ojos mientras una gran sonrisa parecía en sus labios y volvió a su tarea de terminar de vestirse con ayuda de Mary. Escuché los pasos de Sherlock acercarse hasta mí, y los pocos segundos, sus brazos me envolvieron en un cálido y reconfortante abrazo.

-¿Estás bien? –me preguntó dejando un suave beso en mi cabeza.

-Claro. –sonreí de lado- Me preocupa un poco Watson pero, sé que estará bien.

-Sé que no solo es eso lo que te preocupa, ___________. Te conozco, puedes decirme...

Suspiré. –Pues, me preocupa con qué nos podamos encontrar cuando estemos en medio de todo este problema. Este caso ya se ha vuelto demasiado grande y han muerto muchas personas. Yo... yo no quiero perder a nadie más. –me abracé a mí misma y observé que el sol ya estaba comenzando a ocultarse.

-Lo sé, créeme que lo sé, mi amor. –contestó Sherlock girándome levemente para quedar frente a él. Me tomó de la cintura y me acercó un poco a su cuerpo, haciendo que nuestros rostros quedaran separados por escasa distancia- Pero te prometo que esto termina hoy. Esta noche cerraremos este caso. ¿Confías en mí? –me preguntó levantando mi mentón con su mano, haciendo que lo observara fijamente.

-Confiaré en ti siempre. –susurré sobre sus labios y lo besé.

Mi beso fue correspondido al instante. Comencé a sentir una gran confianza corriendo por todo mí ser. Sherlock me hacía sentir segura, sentía que con él nada sería imposible. La puesta de sol estaba ya por llegar a su fin; los últimos rayos dorados bañaron nuestros cuerpos a través de la ventana y antes de desaparecer en el horizonte y al culminar nuestro beso, las estrellas ya brillaban en el firmamento.

***

Nos escabullíamos por las nocturnas y empedradas calles parisinas. El viento gélido soplaba con más fuerza esa noche y hacía que las copas de los árboles se movieran de un lado a otro, desprendiendo sus hojas que volaban por todos lados. También movía la bufanda que Sherlock llevaba, mi gabardina y el saco de Watson.

Estábamos ya cerca del Parlamento. Mary se había quedado en casa con Mycroft. A pasos rápidos, aunque cautelosos, habíamos llegado hasta la entrada trasera del edificio, por la cuales se podía llegar a los túneles subterráneos donde había tuberías de agua y de gas. Nos pareció la mejor opción, ya que así podríamos crear una emboscada y si el plan del hijo de Blackwood era soltar gas tóxico, obviamente sería por las tuberías.

Al bajar unas cuantas escaleras, llegamos a la zona central de la parte subterránea y pudimos divisar los túneles y tuberías que conectaban con todo el edificio. Al centro, observamos una extraña máquina que tenía aires futuristas. Justo arriba de esta y sosteniéndose con delgados alambres de cobre, habían dos cilindros de cristal, sellados al vacío y que contenían el gas tóxico que Watson y el oficial Jones habían descubierto en la zona industrial. Nos acercamos rápidamente al extraño artefacto para resolver cómo evitar que se accionara.

-¿Qué hacemos? –preguntó Watson moviendo las manos sobre los tubos, sin tocarlos.

-Es un arma biológica. –habló Sherlock sorprendido.

-Necesitamos algo para cortar el alambre de cobre sin que haga un choque porque si no, va a explotar antes de tiempo. Algo que no sea de metal. –dije, mirando a Holmes.

Buscábamos algo que nos ayudara con nuestro cometido, sin embargo, la compañía no tardó en hacerse presente. Dos hombres armados con una revolver cada uno, nos miraban con cara de pocos amigos. Sherlock y Watson se lanzaron a pelear en contra de ellos mientras yo seguía buscando una manera de arrancar los cilindros de la máquina.

***

-Hoy es el comienzo de una nueva era. –exclamó orgulloso Henry Blackwood II observando a los miembros de las cuatro órdenes desde un balcón alto- Este día, al tomar el poder de esta congregación, nos adentramos en un mundo de nuevas oportunidades que ni mi padre ni mi abuelo les dieron la oportunidad de alcanzar. –dijo orgulloso mientras tomaba un cáliz de oro de uno de los hombres que le servían- ¡Sean bienvenidos! –habló con entusiasmo y frente a él y a la misma altura pero en otro balcón, observó a la reina y le sonrió- Y bienvenidas. –dijo, alzando al cáliz para luego darle un gran sorbo. Por la comisura de sus labios corría una delicada gota del vino dentro del cáliz- Todos los que beban de este cáliz serán parte de mi nuevo régimen.

Uno de los cómplices de Henry tomó el cáliz y bebió para luego dedicarle una sonrisa maliciosa. Solo ellos dos sabían que en ese vino había un brebaje que los ayudaba a soportar la toxina del gas que en cualquier momento saldría por las rendijas del piso que conectaban a las tuberías. Luego de beber del cáliz, fue pasándolo a algunos cuantos. Solo pocos sobrevivirían esa noche, los de menor poder.

Henry sonrió complacido, al parecer su plan iba de maravilla.

***

Tanto Sherlock como Watson habían logrado noquear a los hombres que estaban encargados de vigilar la extraña máquina que yacía el centro del lugar. En medio de golpes y disparos de revolver, ambos habían salido victoriosos, aunque el problema con la máquina seguía, no había podido quitar los cilindros de los cables. Cualquier posibilidad que pensaba, terminaría con una explosión si no los cortaba con cualquier cosa que no fuera de metal. El tiempo se estaba acabando. Los hombres que custodiaban la máquina nos dijeron que se accionaría a las 8:30 p.m en punto y solo faltaban un par de minutos para eso.

Comenzaba a desesperarme y solo se me ocurrió una idea. Delante de las miradas confundidas de Sherlock y Watson, me acerqué a uno de los hombres inconscientes y con mi navaja que llevaba en mi gabardina, corté un pedazo de tela de considerable tamaño de su camisa. Rápidamente volví al frente de la máquina, enrollé mis manos en el pedazo de tela y sin más, jale los cables de cobre hasta que conseguí que se rompieran. Al fin, la máquina que ya había empezado a soltar el gas, se había detenido.

Los dos hombres me miraban sorprendidos.

-¿Por qué no hiciste eso desde un inicio con alguna prenda de nosotros o con tu gabardina, Brooke? –preguntó Watson con la respiración agitada.

-¿Qué? ¿Mi gabardina? ¡Ni loca! Es de colección, Watson, pasé mucho para conseguirla, ¿cómo se te ocurre? –rodé los ojos y Sherlock rió bajito.

-Mujeres. –murmuró Watson y comenzó a revisar el lugar para ver si no había más hombres que nos pudieran detener.

Sherlock se acercó a mí. –Hey... ¿no te paso nada, verdad? –me preguntó con preocupación mientras me miraba de arriba abajo, como si buscara una herida.

-No. –sonreí y logré ver que él tenía un golpe en la mejilla- Yo estoy muy bien, tú en cambio, tienes un golpe en el rostro. Cuando volvamos a casa, atenderé eso. –Holmes me dedicó una sonrisa y me tomó de la mano para salir del lugar junto con Watson.

***

La mirada confundida de Henry se alternaba entre su reloj de bolsillo y el interior del Parlamento. Habían llegado las 8:30 p.m y no había sucedido nada con el gas. Miró a su cómplice que estaba igual o más confundido que él y con molestia, salió del Parlamento, dejando a su seguidor a merced de las personas molestas en el interior del lugar.

***

Nos movíamos afuera del Parlamento, tratando de buscar la mejor forma de irnos de la escena sin ser notados. La noche nos estaba ayudando y lo agradecíamos bastante. Escabulléndonos entre los edificios contiguos y los autos estacionados, habíamos logrado avanzar cerca de una cuadra, no queríamos ir tan rápido tampoco. Sin embargo, nuestra tranquilidad duró poco a ver una figura delgada y cubierta con una capa negra pararse frente a nosotros al mismo tiempo que nos apuntaba con un arma.

-¿A dónde creen que van con mi gas, detectives, Doctor? –nos preguntó Henry que yacía parado justo debajo de una lámpara, haciendo una mueca con sus labios.

-¡A llevarlo muy lejos de ti, eso es seguro! –le gritó Watson. Henry negó con su cabeza.

-Son unos ladrones, aunque también detectives muy astutos. Lograron descifrar cada uno de mis misterios. –sonrió con sorna al mismo tiempo que cargaba su arma- Deberán pagar por su insolencia de robarme lo que es mío. Haré lo que mi padre debió hacer con ustedes hace mucho tiempo, ¡matarlos! –iba a accionar su arma, cuando el sonido de un disparo de otra había aparecido.

-Solo eres un niño, un niño malcriado que no sabe contar. –exclamó Sherlock ajustándose su sombrero- Somos tres contra uno. –dijo y vi que el estruendo del disparo que se había escuchado había sido de su revolver. Sherlock le había disparado a Henry. Y le disparó en la pierna.

Rápidamente y ante su agonizante dolor, Henry soltó su arma y se tiró al piso sosteniendo su pierna lastimada. Unos momentos después, varios oficiales llegaron a la escena, incluidos el oficial Jones y Smith junto con su inspector, ya que les habíamos dado el lugar donde nos debían esperar cerca del Parlamento para una emboscada contra Henry.

Los oficiales Jones y Smith esposaron a Henry y se lo llevaron con él en un carruaje. Sus miradas de desprecio no se hicieron esperar. Antes de que lo adentraran al carruaje, me acerqué a él.

-Tú padre nos pidió detenerte. Ya veo por qué. Eres mucho peor que él. –le dije con desprecio y él solo se limitó a observarme sin decir nada, con una mueca de dolor por la herida en su pierna. Me di la vuelta para volver con Sherlock y Watson. Segundos después, el carruaje con los oficiales y Henry, había partido en dirección a la comisaría.

-Podemos volver a casa. –le dije a Sherlock abrazándolo por el cuello y él me recibió contento.

-Podemos volver. –me dijo juntando su frente con la mía mientras Watson observaba la escena suspirando y con una amplia sonrisa.

***

Buenas noches, lectores hermosos. Acá tenemos el final del viaje a París (no de la historia) JAJAJAJA. Espero hayan disfrutado de leerlo, tanto como yo de escribirlo. Espero sus comentarios y votos y recuerden que los amo 3,000. Gracias por todo el amor que le dan a mis historias. ¡Abrazo! X3 

MIREN ESTA BELLEZA DE HOMBRE. x3 

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