Capítulo XXX: Hawaii


—Hawaii —replico, con emoción.

Tengo frente a mí el paisaje que solo podía ser capaz de observar en televisión, libros o revistas. Abrazo a Random por la sorpresa.

—Espera, nos podemos caer. —Trata de separarme con cuidado de mi agarre.

Da una mirada baja hacia mi vientre.

Sé cuál es su preocupación.

—Lo siento. —Llevo mis manos a mi rostro y las dejo caer para que al instante sean tomadas por Random que me mira sonriente.

Me gusta verlo sonreír.

Amo verlo sonreír.

¿Acabo de decir amo?

Estoy perdida en este hombre.

—Vamos que debemos ir a tomar una avioneta para llegar a la isla donde pertenezco.

¿Una avioneta?

Trago saliva.

—Tengo miedo —recalco, mientras bajos las escaleras.

Él se encuentra ocupado observando hacia su frente. Pisado el último escalón, Random alza su brazo y agita como si quisiera llamar la atención de alguien. Entonces, miro de quién se trata. Un señor de piel canela, corpulento y de ojos ligeramente rasgados vestido totalmente de un tono café que predomina en su camiseta, pantalón de tela y sus zapatos de suela, saluda en nuestra dirección.

—¡Koa! —grita, Random.

El señor sonríe.

Random me lleva con él hasta llegar al señor que claramente conoce.

—Aloha —dice, el señor, mientras me extiende su mano en saludo.

Correspondo.

Y luego, se la extiende a Random.

—Aloha —replica Random, correspondiendo el saludo.

—Tienes años que no visitas la isla —le comenta el señor.

Random se pasa una mano por su cabellera, parece que le incomoda esas palabras. Lo observo detenidamente para tratar de descifrar si eso es solo idea mía. Él se da cuenta de mi obvia observación y niega con su cabeza en desaprobación. Sabe que lo estoy analizando. Entonces, justo ahí, estoy empezando a creer que me conoce más de lo que creo.

—London, deja eso —advierte, en un tono bajo con el fin de no ser imprudente con la persona que tiene al frente.

—No, yo...

—Entonces, ya te casaste —interrumpe el señor, con algo que me hace voltear a mirarlo enseguida.

¿Casaste?

—No —aclara Random, y quisiera no experimentar nada de los sentimientos que se acumulan en respuesta. Lo cual es estúpido, porque el estar embarazada no significa que me una a él como esposa, porque no sé si estoy preparada—, pero pronto lo estaré.

¿Pronto lo estaré?

Miro a Random enseguida que me asiente, mientras hace más fuerte el agarre de su mano con la mía.

Trago saliva.

—Entonces, supongo que esta joven es la afortunada —dice el señor, pero yo aún no despego mi mirada de Random que ante esas palabras asiente.

Empiezo a pensar en las cosas que no hemos vivido como pareja para que él llegue a una conclusión así. Nos falta demasiado. Un hijo no ata un amor, y Random lo sabe.

—Vamos a utilizar tu avioneta para llegar a Kauai —informa Random.

Volteo hacia el señor.

—Bien, entonces apresurémonos para que sea un despegue sin complicaciones. —El señor nos da la espalda y alza su mano en un gesto de que lo sigan.

Detengo a Random cuando da un paso. Él me mira inquietante por mi reacción, pero debo aclarar su idea del matrimonio o si es que eso ha sido solo para no quedar mal delante del señor.

—Random, ¿lo del matrimonio es real? —cuestiono, sin miedo, sin aprensiones, sin nada más que una demanda de una respuesta a algo que los dos sabemos es un paso serio en nuestras vidas.

Al menos, para mí.

Deshace el agarre de nuestras manos entrelazadas. Me siento desprotegida, siento que al hacer eso un miedo crece. Miedo que se va cuando de manera inmediata me acuna con sus manos mi rostro y me mira con ternura. No es el hombre posesivo, oscuro y apasionado, el que está aquí mirándome así es un hombre tierno, dulce y amoroso.

—Dime que no quieres —demanda—. Dime que no sentiste ese vacío inmenso y violento cuando sentí que perdí.

Sí, Random, lo sentí.

Quiero decírselo, pero me quedo callada y no sé por qué.

—Dímelo —exige, con voz melancólica.

Mi corazón, mi mente y mi cuerpo reaccionan. Entonces, grito:

—Sí, ¡Maldición! ¡Sí!

Y su respuesta a eso, es el beso que planta en mis labios. Un beso cargado de anhelos, necesidad y miedos. Respondo igual. Así me siento con él. Anhelo estar a su lado, necesito que lo nuestro sea tan real como se pueda y tengo miedo de que uno de los dos falle en el intento.

Termino por abrazarlo, agarrándolo tan fuerte como puedo. Quiero no pensar en equivocaciones, errores o fallos. Solo quiero vivir lo que Dios ahora nos está dando.

—Me estás ahorcando —se queja, mientras toce.

Me desprendo de él enseguida.

—Tranquila, es broma. —Sonríe, guiñándome un ojo—. Con tus bracitos frágiles no creo que ahorques ni a un pescado.

—¡Idiota! —Le doy un puñete en el brazo.

—¡Auch! —Se acaricia la parte afectada—. Eso sí duele.

—Bueno, al menos sabes que frágil no soy. —Cruzo mis brazos a la altura de mi pecho.

Random me toma por la cintura y me apega a su cuerpo. Vacilante besa mi oreja, mientras susurra:

—Sé muy bien que tu cuerpo no es para nada frágil y tu voluntad tampoco.

Me eriza la piel.

Su calor me hace querer demandar más de él en ese momento, pero recuerdo que estamos en plena autopista y el aviador nos está esperando. Lo empujo hacia atrás y le hago una señal con la mirada hacia el señor para que recuerde lo que debemos hacer ya.

—Bien jugado —dice, alzando una ceja con una sonrisa arrogante en sus carnosos labios.

Me toma de la mano y me lleva hacia donde se supone está la avioneta. Pasamos por unas que están estacionadas sin señal de despegue hasta que llegamos a una que está al final que tiene dos asientos detrás del conductor. El señor se apresura en encenderla.

—Vamos que será divertido —alienta Random, pero no siento lo divertido. Subirme a un aparato que si da vuelta en el aire creo que mi cuerpo caerá como trapo al vacío, no es divertido.

Dudo un poco en continuar, pero Random me jala con él. Me hace subir a mi primera en el primer asiento asegurándome los cinturones de seguridad, mientras se sienta atrás de mí. Mis manos tiemblan. Mi corazón tiembla, y si es posible mi alma actúa de la misma manera.

—No tengas miedo, todo irá bien —comenta, Random, cogiendo mi mano para apretarla.

Asiento.

Las hélices se encienden. Es cuestión de segundos para que la avioneta empieza a dar marcha. Va por línea de despegue hasta que nos acercamos al final y alza el vuelo. Refuerzo más fuerte el agarre de la mano mía con Random. El paisaje es espectacular. Verde, verde, azul, azul... Las plantaciones, el mar, las montañosas y las pocas construcciones que puedo lograr divisar, todo es maravilloso. 

Pasamos como por dos islas, no estoy segura, porque el miedo a ver al vacío me devora.

—¡Estamos llegando! —grita el señor.

—¡Bien! —grita Random, con entusiasmo.

Es extraño escucharlo de esa manera.

En realidad, es extraño el hombre que está siendo desde que arribamos a Hawaii.

¿Éste es el verdadero Random?

Está donde nació, por supuesto que, debe estar emocionado por estar en casa.

La avioneta aterriza a una autopista donde hay algunos cadetes con su alterno trotando en formación. Miro a mi alrededor y capto que ésta es como una base. Cuando estamos estacionados. El señor baja primero, luego Random y por último me ayudan a bajar a mí.

—¿Estamos en una base militar? —pregunto, algo confusa.

—No —responde Random, enseguida.

—Ésta solo es una conexión de despegue, pero si hay una base en esta isla —interviene el señor—. En la costa occidental de Kauai aloja la Base Naval de la Marina de los Estados Unidos, Barking Sands.

Mucha información, resumiendo que no sé bien donde queda la costa occidental, porque ni siquiera sé en qué sentido estoy parada. Sin embargo, es interesante. Un silbido masculino en grupo llama mi atención hacia atrás y volteo para ver el porqué de eso. Me muero de vergüenza. Los hombres me guiñan el ojo y extienden su mano en saludo, es el mismo grupo que acabo de ver trotar.

Voltea, London.

¡Voltea ya!

No es necesario que lo haga, porque Random lo hace por mí. Siento su mano posarse en mi espalda baja y descenderla. ¡Oh, no! Capto que aún llevo la chompa de Random puesta y que debajo de ella no tengo nada. Entonces, recuerdo mi subida y bajada poco delicada del avión, mi subida improvisada de la avioneta y ahora contando la bajada. 

¡Dios! 

¡He estado mostrando mi culo a todos!

Miro a Random y niego con la cabeza.

Se apega más a mí y me besa la frente.

—Tranquila, ¿crees que dejaría que se viera algo que yo solo lo puedo ver? —Su voz ronca es un bajo susurro que aun así puedo oírlo.

No sé si tranquilizarme por eso o encender mis alertas que todavía está conmigo el Random que conozco.

—Bien, me despido. —Se acerca el señor a nosotros y extiende su mano en despedida—. Random, ya sabes qué hacer a partir de aquí.

Random asiente y se despide. Lo hago igualmente. El señor se embarca de nuevo en su avioneta y lo vemos despegar.

—Y ahora qué. —Miro de lado a Random.

—Pues, de aquí pagamos transporte en carro de uno de los militares y en minutos estaremos con mi hermana y sobrina.

¿Emma y Amy están aquí?

*Volví, esto aquí. 

*Estoy actualizando 6:34 a.m. ¡UN DOMINGO! ¿ACASO ESO NO SIGNIFICA QUE LAS AMO?

*Ahora sí seguiré escribiendo London y tendrá el final que se merece, aunque me odien :v ¡Tengo sueño! Lucy, gracias a tu post.

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