Memories
— ¡Yone! —Un leve sobresalto de su parte, y la exclamación susurrada salió casi sin pensarlo de sus labios.
No podría decirse que estaba exactamente sorprendida al ver al espadachín acomodarse sobre sus colas, como si estas fueran el colchón más cómodo. Tenía la guardia baja cuando él se arrojó sobre ella, reposando entre su pelaje con una sonrisa serena.
Se incorporó levemente y, limpiando un par de pétalos de cerezos que habían caído sobre ella, la miró con ojos de plata líquida brillante.
—Ahri —Fue su respuesta, voz trémula, mientras volvía a acomodarse sobre sus colas como si su intención no fuera más que dormir.
Ella suspiró, mandando a danzar alguno de sus mechones rosáceos al aire, y estiró una mano casi sin pensar para entrometerla en su cabello albino. La caricia pareció ser una invitación, y pronto Yone se reacomodó en el sitio, hasta envolver los brazos en su cintura y reposar la barbilla en su pecho.
— ¿Dónde has estado? —Cuestionó suavemente. De entre todos los espíritus, jamás se había apegado a uno como lo había hecho con Yone, aunque este desapareciera por ciertos periodos de tiempo antes de regresar a ella, a su cuidado, a sus brazos.
—Me perdí en el bosque de cerezos —Y para ella no era novedad, ese bosque era traicionero, cambiante para que sus visitantes no pudieran encontrar el camino jamás. Lo que realmente le sorprendía, es que él conseguía el camino una y otra vez, a pesar de perderse sin cesar—. Llegué hasta un campo baldío, con muchas espadas clavadas como lápidas en la piedra.
Sus palabras se volvieron como un susurro lejano, perdido en las memorias mientras Ahri continuaba acariciando sus mechones blanquecinos, las colas moviéndose de vez en cuando para buscarle más comodidad, de ser posible. Pero su atención estaba en él por completo, y pronto pudo recordar esos terrenos de los que hablaba, las espadas en la tierra como recordatorio doloroso de algo perdido.
—… Ese espíritu me recordó a mí.
— ¿Por qué? —Se acercó para posar un beso sobre su frente, antes de que la mirada de plata líquida volviera a su rostro. Los labios, rojos como las cerezas, se tardaron un segundo sobre su piel y luego se alejaron hasta que Ahri reposó de nuevo contra el tronco del árbol.
—En el fulgor de la batalla, solo puedes mantener contigo tus espadas y tu honor, y puedes perder ambos con demasiada rapidez —Un suspiro melancólico, y Yone le devolvió el beso, posando uno suave sobre la piel de su pecho— Eso no es vida, esto lo es.
Su corazón palpitó con cierta fuerza, y ella no estuvo completamente segura de a qué se debía. No podía sentir, al menos no como los humanos, ni como los espíritus recién llegados. Aunque sabía identificar las emociones, y ahora mismo en Yone solo podía ver una infinita paz que lo llevó a acomodarse de nuevo en su pecho y cerrar los ojos para dormir.
Ahri no podía recordar su vida como humana, o si siquiera fue humana alguna vez. Pero tampoco podía dejar de luchar con la sensación de vago reconocimiento en el rostro de Yone, en espera de que sea eso mismo lo que le ayudara a recordar por completo el cómo era antes de ser la guía espiritual.
Y, pasara lo que pasara, siempre pensaría que todo valdría la pena si vivirlo otra vez la llevaría de vuelta a este preciso y pacífico momento.
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