I
A pesar de haber salido puntual, ocho millas le jugaron mal. Thor llegó a la estación, pasado el mediodía, donde ya había arribado el último tren. No había alma alguna vagando, su preocupación se cernía sobre lo que en la soledad pudiera pasar a una niña que esperaba sin ningún adulto a su lado. Temió incluso ya no encontrarla.
— Disculpe, ¿vio una niña como de 11 años bajar del tren? —preguntó al portero, un anciano encorvado y de gafas.
— No lo creo. Solo hay un niño esperando.
— Gracias, pero busco a una niña —insistió.
El viejo negó.
— Se habrá usted equivocado, quizá la niña arribe en el tren de mañana. ¿Cree que soy despistado? Si la hubiera visto lo sabría —le recriminó, volviendo a su labor de manera perezosa.
Podía ser torpe, no distraído. Estaba a día y hora —un poco tarde, tal vez— de recibir a la niña que habían de adoptar él y su hermana. Estaba claro que el viejo senil le iba a seguir viendo cara de tonto, por lo que regresó sobre sus pasos, encontrando en el portal de la estación a un niño que había pasado de largo cuando se concentraba en encontrar a alguien más. Estaba sentado en una banca, con la mirada perdida en la nada. Delgado, pálido y de inusual cabellera larga hasta los hombros, oscura como el carbón. Había una pequeña maleta con él, no de segunda mano, sino de hasta una quinta.
¿Podía ser?
Con un paso en su dirección, el niño percató su presencia y se incorporó.
— ¿Es usted Thor Odison?
Sorprendió al aludido por la formalidad de su trato.
El rubio titubeó.
— Sí, soy yo.
Le pareció que el menor sonrió.
— Pensé que nunca llegaría. ¿Usted siempre se demora a donde quiera que vaya?
— No. No usualmente —contestó Thor, muy confundido.
Herederos de una granja en la colina de Asgard, los hermanos Odison nunca llegaron a contraer matrimonio. No era ninguna desgracia, un estilo de vida, más bien. Sin embargo, un hecho nunca iba a cambiar: algún día la edad tendría sus estragos y no podrían mantener los bienes por sí solos, debían asegurar que alguien estuviera con ellos y se considerara de la familia. Para ello llegaron a la solución de adoptar una niña —niña por las necesidades de Hela dentro de la casa—. Lo irónico fue que en cambio, les mandaron un niño. Debió haber un error en la petición. Bien Hela le había dicho que las cosas se hacían mejor en persona que en recados. Debía aclarar la situación, de otro modo le haría mal interpretar su llegada al muchacho. Pero cómo decirle que su adopción era una equivocación. No, se le partía el corazón. Si Hela estuviera ahí, sabría qué decir y con la claridad exacta sin llevarse ningún peso encima.
— No sentí miedo —corroboró el azabache como si le fuera transmitida cierta inquietud del mayor—. Si nadie venía por mi igual habría hallado la forma de sobrevivir. Estaba viendo el cerezo, ese al final del camino. Ideaba que llegada la noche lo treparía y dormiría en sus ramas. Después de todo, es preferible a pasar un día más en el orfanato o regresar a la casa en la que había servido.
Thor perdió ante el brillo especial de esos ojos esmeralda. Debido a su forma de expresar no le costó corroborar el gran potencial que poseía. Olvidó que hablaba con un niño. Inteligente e imaginativo, debía ser suficiente para que Hela lo aceptara en la casa. Ya le hallarían otros labores en que ocuparse, como la granja, o bien, si así lo quería, enseñarse en la cocina. Su espíritu le impedía romper esperanzas: eso era todo lo que trasmitía el niño.
— Siento llegar tarde —se serenó gracias a la dicha de su elección—. Ven, el caballo está más adelante. Dame tu maleta.
— La llevo yo —lo siguió—. Hay una manera específica de cargarla ya que está rota, sino le agarras el truco se pueden caer mis pertenencias. Tampoco es como si tuviera muchas.
El mayor sonrió tontamente, quizá imaginando cómo sería consentirlo, comprarle cosas en buen estado, y ropa también, esos pantalones se le alzaban por los tobillos. Debía conseguirle nuevos y de su talla en cuanto hiciera un viaje a la ciudad. Por ahora se dirigían al pueblo, a la casa en la colina de tejas verdes.
Una vez abordaron el carro, el niño recordó no haberse presentado como debía.
— Mi nombre es Loki Laufeyson.
Si aquel niño se presentaba así mismo como un Odison ahora que fuera parte de la familia, Thor se sentiría el hombre más dichoso.
Las ocho millas no pasaron tan tediosas con una amena compañía. Conversó un poco con Loki, fue interesante.
— Siempre me han dicho que los niños deben verse pero no oírse. Si deseas que no hable lo haré —parecía muy dispuesto a ganarse el favor.
— No, tranquilo. No me molesta en absoluto —animó Thor, llevando las riendas del caballo.
— Nos vamos a llevar muy bien.
Thor se estremeció, fehaciente de que los errores dejan de ser errores cuando conllevan un bien. ¿Se habría conmovido igual si hubiera recibido a una niña, una sin la personalidad de este? Apostaba a que no. Ya quería que su hermana Hela lo conociera y se encariñara tanto como él había hecho en el trayecto.
Minutos más tarde pasaron junto a un lago, de superficie brillante debido al sol que se reflejaba en ella. Era bonito, algo que no alababa Thor ni que se detenía a ver debido a su concurrencia en el camino. Omitía que un niño podría encantarse con ese paisaje.
— Antes no había visto un lago de aguas refulgentes —comentó Loki.
— ¿Refulgentes?
Desconocía su significado.
— Que resplandece, que brilla.
— Conoces muchas palabras, eh, inusuales.
— Me gusta leer. Te ayuda a conocer, aunque cuando yo empecé a leer lo hice con la intención de escapar a otras historias que fueran más felices que mi vida.
Si bien Thor se mostró conmocionado, no pudo hacer otra cosa más que proseguir el siguiente rato en silencio, eso hasta que quiso comentarle una historia de su infancia que vino a su mente.
No hubo necesidad de anunciar la llegada, la casa de tejas verdes resaltaba al lado de la granja.
El carro paró y ambos pasajeros apearon. Esperando la llegada, una mujer todo contrario a lo que Thor era, salió de la casa muy enérgica. A decir verdad, costaría creer que Loki es adoptado cuando bien podría pasar desapercibido como hijo de la mencionada mujer, cuyo nombre era Hela: cabello negro, pulcramente recogido. Llevaba un vestido verde seco, y un mandil recogido en su cintura. Algo se ensombreció en ella cuando vio al niño.
— Thor Odison, ¿quién es este niño? —pareció exclamar en vez de preguntar—. ¿Dónde está la niña?
— No había —debió considerar que su hermana Hela pocas veces apelaba su lado empático. Desconsolado, no hallaba la forma de detener esa discusión sin desilusionar al niño a quién ya le había hecho creer que estarían juntos—. Solo estaba él.
— ¡Pero debía haber una muchacha!
— Pues no estaba. Además, tenía que traérmelo a casa, no podía dejarlo solo —excusó, tratando de que eso fuera suficiente para ablandar el corazón de su hermana.
La mirada entristecida de Loki hacía un trasiego de él a ella y viceversa, entendiendo su posición. Se sintió traicionado, solo. Si Thor le hubiera dicho desde un principio que su llegada no era esperada no hubiera permitido sentir tal alivio. El tormento seguía y seguía, y si tenía que regresar mañana a primera hora del día, sabría que a su destino le esperaba la desdicha. No quería volver al orfanato, no quería que lo mandaran de regreso a esa residencia, no quería escuchar más berrinches de bebés, no quería que lo golpearan y menospreciaran otra vez. ¿Era mucho pedir una familia?
— No me quieren —su voz sin tintes de rabia apagó la discusión de los dos adultos, sorprendidos por la cruda verdad hecha palabras, no tan verdad considerando que Thor estaba dispuesto a abogar por su adopción—. Debí haber sabido que en realidad nadie me quiere.
Loki no era un niño que deseara levantar lastimas, no obstante, le fue inevitable echarse a llorar, no importándole quienes le acompañaban. Su pecho se sentía tan oprimido, que había desatado un llanto que no se detendría; estaba roto y las esperanzas no sirvieron para salvarlo.
— No hay necesidad de llorar de esa manera —convino Hela, incómoda ante el trato que debía darle.
— La hay —aseguró Loki, trémulo bajo las lágrimas—. Usted también lloraría si fuera huérfana y se encontrase con que no la quieren.
Una vez más, Thor recordó por qué Loki no era como los demás niños.
— Vamos, no vamos a echarte esta noche —Hela tomó el mando de la situación, quitándole algo de severidad a su presencia.
Si bien no quería al niño, si le removía verlo desmoronándose, y no solo a él, adivinaba Thor se derrumbaría apenas dejara en claro que debían regresarlo, sus ojos celestes de cachorro se lo advertían.
La decisión se quedaría en un tal vez. Todos estaban cansados, había que entrar y descansar, de otro modo no pensarían con calma todo ese revoltoso asunto.
Hela preparó la cena, y a la espera Thor no pudo sacar ninguna palabra del encantador Loki que ahora se encontraba apagado y maniobrando como si fuese una máquina. Se rehusó a probar bocado, cosa que restó puntos a la consideración de querer conservarlo de Hela. Ese niño estaba tan delgado que comprendía que no le dieran bien de comer, pero, ¿rechazar comida? ¡Claro que se indignó! Si bien quería volver y morirse de hambre lo complacería.
Hela lo guio a la habitación donde pasaría la noche, la alcoba que iba a ser de la afortunada. Esperaban una niña pero por lo menos las paredes no eran rosas, eran de un verde crema, verde que era igual al de sus ojos. Costaba creer que esa vida no estaba destinada para él. No era una casa de ensueño, sino todo lo que complacería a un niño que había vivido sin hogar toda su vida. Una cama, escritorio, mesita de noche y una ventana con la que, desde el parecer de Loki, se podía tener la mejor vista del exterior. Todo eso constató aun inmerso en su tristeza. Le gustaba sufrir valorando eso que no podía ser suyo.
— Supongo que no te importará dormir en camisón, esperábamos a una niña —dijo Hela, dejando la vela sobre el buró.
— Es mejor que los harapos que tenía —se sentó en el colchón. Observó el camisón extendido a su lado, con una mirada tan quebrada que bajo la tenue luz Hela se sorprendió sintiendo conmiseración.
— Volveré en unos minutos por la vela.
Más tarde, confirmando haberlo dejado dormido, Hela Odison acudió con su hermano, también deprimido por su renuencia a aceptar al niño.
— Ayudará en la granja —insistió.
Ambos, alumbrados frente al calor de la chimenea, punto fijo en donde la mirada de Hela huía para no tener que enfrentar a su hermano.
— Fandral ya te ayuda en la granja, ¿para qué quieres a dos niños? Yo soy la que necesito a alguien en la cocina, que me ayude a bordar o a confeccionar. Estos dolores de cabeza no hacen más que empeorar y el doctor me ha advertido que se trata de la vista.
— Entonces instrúyelo. Con tal de no echarlo estará dispuesto a aprender esas tareas.
— No seas tonto, Thor ¿Cómo voy a poner a un niño a bordar servilletas?
La idea para Thor no era tan descabellada. ¿Tenía algo de malo eso? Loki era tan capaz, que si Hela le dejara demostrar se sorprendería.
— Dale una oportunidad.
Cuando creyó que recibiría una negativa, efectivamente la obtuvo. Loki se iría mañana por la mañana.
Sabiendo que Thor iba a ser un problema, Hela se tomó la tarea de llevarse al apesadumbrado huérfano. Iba para con el señor apodado el Gran Maestro, mismo al que sin mucho trato le había encomendado los procesos de adopción. Él era un asiduo a la buena voluntad, había convertido su casa en un hogar para los desamparados, por eso recurría bastante al orfanato para buscar otras bocas que alimentar, acción que no entendía Hela.
Si alguien debía resolver ese asunto sería él.
— Había yo entendido que querían un niño.
— Pues ha sido un grave error —repuso Hela, sosteniendo a Loki del brazo en ademán posesivo, casi como si el niño tuviese las agallas de correr y escapársele—. Tiene que hacer nuevamente los trámites. Queremos una niña y no sé qué hacer con él.
Lo habían interceptado fuera de su casa, misma de donde proveían berridos de niños y bebés que demostraban la falta de control que se tenía en el hogar y la indiferencia de la robusta y amargada mujer que parecía vivir en concubinato con el Gran Maestro. Nunca nadie ha sabido que tipo de relación se guardan esos dos. Allí dentro debía ser un caos de desesperación. Ni siquiera en el principio pensó que él fuera alguien de fiar. Hela estaba a nada de romper los favores con el hombre y tener que hacer el tedioso viaje de días para personarse en el orfanato sin intermediarios.
— No se exalte, señorita Odison, vamos a arreglar este asunto —su vista se plantó por segunda vez en el niño que la acompañaba—. ¿Sabe? Creo que es justo lo que necesito. Volveré a hacer un trámite para usted y yo me quedo con él. Puede ayudar en la casa, lavar pañales, alimentar a los niños, muchas utilidades —dijo resueltamente.
No, no podían dejarlo ahí. No iba a entrar a otro infierno de llantos y penas, obligado a obedecer y servir como si de un esclavo se tratara. A Loki le infundió el miedo, y hasta Hela notó la clara resistencia cuando éste dio un paso hacia atrás, pálido y a punto de echarse de rodillas como si fuese a rogar por piedad.
Esa respuesta tan medrosa la hizo recapacitar. Esa no era una vida para un niño, no podía condenarlo a aguantar penurias, no con un hombre cuyos ojos empezaban a delatar perversidad y anhelo.
Cuando el Gran Maestro hizo amago de llevarse a Loki, la azabache retrocedió también.
— Perfecto. Lo consultaré con Thor primero —era mentira, la que mandaba era ella, no necesitaba nunca el consentimiento de su hermano, pero de una u otra forma debía sacar a Loki de esa situación—. Si vuelvo usted hace los trámites, sino lo hago ya sabrá que hemos decidido conservarlo.
Jaló a Loki de regreso al carro y lo encaramó. Haciendo trotar al caballo, percibió una pequeña mirada esperando por respuestas. Pensándolo bien, no era tan banal como otros niños, no tuteaba ni hablaba con improperios, en general, era bien portado. Y se veía tan indefenso, y sus ojos eran una constante súplica de amor. Dios, no quería admitir que después de todo él había atizado algo cálido en su pecho que no sentía en años. No quería ni pensar que se tratara del instinto materno que nunca despertó.
— Lo pensé mejor —le aclaró al menor—. Vamos a conservarte.
Creyó que la vista le fallaba, pero cuando fue a abrir las puertas del corral, Thor agradeció con profusión volver a ver a Loki.
— No preguntes qué me hizo cambiar de opinión —dijo Hela mientras apeaba.
La decisión de adoptarlo fue tácita, no hizo falta añadirlo. Ella se dirigió a la casa sin afectos, dejando que Thor se encargara del muchacho.
Y aunque aún resentido por el engaño de Thor, Loki fue a recibirlo con un abrazo. Iba a quedarse con ellos, solo faltaba confiar en que se sentiría dentro de una familia con ese par de extraños hermanos.
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