Capítulo 7

Estacionó su auto frente aquella casa marcada con el número ocho, así estaba la dirección en la tarjeta que el señor Antares le entregó en la mañana.
Estaba muy decidido a darle un buen sermón porqué se le hacía increíble que Hyoga no avanzara nada, era el mismo homosexual.

Molesto se retiró el cinturón de seguridad, se bajó y le colocó el seguro al auto.
Guardó las llaves en su bolsillo y se acercó a la puerta para poder tocar el timbre.

De manera repentina la puerta se abrió, Camus alzó la mirada...
Y ahí estaba recargado en el marco de la puerta, podía sentir aquellos zafiros analizándolo desde la cabeza hasta los pies.

— Pensé que jamás vendría — Respondió Milo esbozando una sonrisa maliciosa, ante él tenía a un bello y divino caballero, aunque como lo dijo en la mañana... Lástima que sea un homofóbico.

Camus trató de aclarar su garganta un poco, extrañamente Antares lo hacía estremecer al verlo y no sabía porqué.
Rápidamente se acercó para tomarlo de la camisa roja que portaba y sin darse cuenta entre ese movimiento ambos terminaron en el suelo.
Milo abajo de Camus, sin soltar su camisa.

— Te advierto que es mi camisa favorita y no pienso dejar que la maltrates.

La puerta de la entrada seguía abierta, Camus no le dio mucha importancia a la camisa.

— Me parece que los dos somos adultos y no debemos hablar de usted. Si vine aquí es porqué no hiciste un buen trabajo Antares.

Milo sonrió ladino, no se esperaba que el tal señor Acuario fuera un sujeto muy necio, con ganas de querer intimidar, de creerse superior.
Tenía que bajarle sus modos de pedir las cosas.

Tomó a Camus de los hombros y se levantó repentinamente del suelo, se acercó a la puerta para poder cerrarla, tomó las manos de Camus y lo acorraló en la pared más cercana.

— A mi no me vas a venir a decir como hacer mi trabajo Acuario y para tu información mi nombre es Milo, no me estés llamando por mi apellido.

Camus sintió una extraña corriente recorrer en toda su espalda, jamás se había sentido así.

— Vamos a la cocina.

Milo lo soltó al ver que el contrario se quedó callado, tomó camino rumbo a su cocina y Camus empezó a seguir sus pasos.
Se sentía muy nervioso estar en una casa ajena, indescriptibles sensaciones experimentaba en su estómago.

Al entrar a la modesta cocina de Milo se dio cuenta que estaba por cenar.
En la mesa tenía un pastel de chocolate y sobre la estufa se escuchaba el sonido de la tetera.

— Si quieres que te de un resumen de lo que trabajé con tu hijo, toma asiento, estaba por cenar.

Camus miró la hora en su reloj de mano, eran casi las siete de la noche. Él suele cenar entre ocho y nueve, es muy temprano para él.

— No apetezco, gracias.

Milo lo observó de reojo mientras servía el agua caliente en dos tazas.

— Creo que tendrás que acompañarme si quieres que te hable de tu hijo.

Al escuchar esto, rodó los ojos molesto, colocó su mano sobre la parte alta de la silla y tomó asiento.
Milo terminó de servir el agua caliente en las tazas y le entregó una a Camus.

— Tengo bolsitas de té y café soluble si gustas.

El galo se quedó mirando el vapor que emana de la taza, después salió de sus pensamientos — Café si no es mucha molestia por favor.

Milo acercó el envase del café junto con los terrones de azúcar. También le entregó un plato para poder servirle una rebanada de pastel.

— ¿Ahora si podemos hablar de Hyoga? — Cuestionó Camus con un tono de molestia.

Con una sonrisa burlona, Milo cortó una rebanada de pastel y lo sirvió en el plato de Camus, no le quitaba la mirada de encima.

— Evidentemente el problema no es tu hijo.

Cuando escuchó Camus esto se quedó completamente asombrado mientras preparaba su café.

— Claro que lo es, los hombres no pueden estar con otro hombre va en contra de las leyes de la naturaleza.

Esa necedad y terquedad de Camus estaba despertando en Milo una inmensa curiosidad por querer mostrarle todo lo contrario.
Mientras escuchaba toda su palabrería sobre la homosexualidad y el porqué se negaba rotundamente de la decisión de su hijo, Milo se levantó de su silla y sacó de su alacena una botella de brandy.

— ¿Tomas? — Cuestionó Milo mostrándole la botella.

— Claro... Aunque vine a que me dieras u  diagnóstico  de mi hijo, más no a tomar unos tragos contigo.

— Solo quiero escucharte... Y conocerte más, después te daré mi conclusión — Le contestó sin quitarle la mirada de encima mientras acercaba unos vasos de cristal para regalarle un trago de brandy.

— ¿En serio? — Dejó escapar una risa — Yo no necesito una terapia. Tan solo quiero que mi hijo cambie de parecer.

— El que debe de cambiar su mentalidad eres tú — Concluyó Milo entregándole el vaso con brandy.

— ¡Yo no soy el enfermo! — Gritó desesperado, después le dio un trago a su vaso.

— El hecho que tu hijo sea un homosexual no significa que sea un enfermo, son sus preferencias debes de respetarlo y sobre todo comprenderlo.

Camus no le dio mucha importancia a las palabras de Milo, prefirió terminarse su brandy.

— Mejor me paso a retirar, tu pareja se vaya a molestar y no quiero ocasionar problemas.

Camus estaba decidido a levantarse pero las risas de Milo no se hicieron esperar.

— ¿Acaso crees que soy un casado fracasado heterosexual? — Se burló con cinismo haciendo énfasis a la situación de Acuario.

— Entonces tú...

Milo estaba logrando lo que quería, disfrutaba de ver a Camus perder la poca paciencia que le quedaba.

— Soy soltero, libre y sin compromiso.

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