Capítulo 3
Hyoga asistía a la terapia dos veces a la semana, para que el horario no interfiera con la escuela, tenía que ir con Milo los miércoles y los viernes.
Aunque hoy era viernes y esta ocasión le había pedido a su joven paciente que se presentara en su casa.
El rubio no sabía porqué le pidió semejante favor, sin darle mucha importancia al salir de la escuela tomó un taxi que lo llevara a su destino.
Camus esta ocasión no pudo acompañarlo, en la empresa tenían una junta sumamente urgente, lo cual le fue imposible llevar a su hijo con el psicólogo Antares.
Al llegar a su destino, le pagó al chófer, tomó su mochila y se bajó para acercarse a tocar el timbre.
Trató de pasar sus manos sobre sus prendas para acomodarlas, así como a su cabello alborotado.
A los pocos segundos fue recibido por el señor Antares llevando únicamente una toalla blanca de baño.
Tragó grueso al ver como algunas gotas de agua recorrían esos cabellos húmedos que se adherían a su rostro, inicialmente le había llamado la atención desde ese primer día que tuvo su sesión con él, pero...
No podía verlo de esa manera, tenía la misma edad que su padre, así que tenía que controlar sus impulsos, quizá sus hormonas lo estaban traicionando porqué desde hace mucho tiempo no ha podido tener un encuentro con Shun, ya que la situación que Hyoga vivía en su hogar no se podía permitir muchas cosas.
Intentó sacudir su cabeza para liberarse de esos pensamientos que su madre consideraría impuros, sólo se trataba de su psicólogo y nada más.
— Disculpe puedo venir más tarde — Respondió Hyoga en un susurro, de manera inmediata se dio la vuelta pero Milo lo detuvo.
— Pasa por favor. Siento haberte recibido así pero no me he sentido bien en estos días, tuve que darme una ducha para bajar un poco la fiebre.
Después de que le dijo estas palabras, lo invitó a pasar a su sala. Hyoga al principio se quería negar, quizá hasta regresar a su casa pero Milo fue muy insistente en que se quedara con él.
— No quiero importunar, quizá... Su esposa e hijos se molesten por verme aquí, estoy invadiendo su espacio personal.
Milo alzó una ceja y lo observó con asombro, después no pudo evitar soltar una enorme carcajada.
Hyoga no entendía porqué su psicólogo se reía sin motivo aparente, dejó que se pasara un poco ese ataque de risa para poder seguirlo escuchando.
— Me fue imposible reírme Hyoga — Contestó Milo limpiándose unas lágrimas de su rostro a causa del momento de risa — Te falló tu respuesta porqué a pesar de tener cuarenta años, soy soltero.
Ahora el sorprendido era él, cuarenta años... La misma edad que su papá e incluso Milo irradiaba felicidad, una sonrisa coqueta y cálida capaz de derretir el corazón más frío que pudiera existir, inclusive el suyo.
— Entonces...
— Lo malo de ser soltero es que no hay alguien quien te ayude cuando te sientes mal, ayer tuve una fiebre terrible y como te darás cuenta... Tengo que atenderme por mi mismo.
Milo extendió su mano para invitarlo a tomar asiento en uno de los sillones, eran de cuero y lucían muy atractivos por el color negro muy enigmáticos.
— Me hubiera dicho que se encontraba muy enfermo, así hubiéramos suspendido la sesión de hoy — Sugirió el rubio al darse cuenta que estaba en un momento muy incómodo para su psicólogo.
— ¿Y dejar que sigas con las ideas absurdas impuestas por tus padres? Olvídalo — Le contestó Milo mientras le ofrecía un vaso de cristal con un poco de jugo de naranja.
— Yo...
— Puedes ver la tele si gustas Hyoga, voy a vestirme y en unos momentos regreso contigo.
Hyoga quería decirle algo más, sin embargo Milo se había pasado a retirar dejándolo completamente solo en la sala.
Desanimado tomó el control de la televisión y comenzó a buscar algún programa de su agrado en lo que Milo regresaba.
Había transcurrido media hora, Hyoga miró su reloj de mano y con preocupación se levantó de la sala para poder gritarle a si psicólogo, ya había demorado mucho y no todas las personas se tarden media hora en solo colocarse algunas prendas.
— ¡Señor Milo!
No sabía si era buena idea comenzar a merodear en aquella casa ajena, ni siquiera sabía por donde comenzar.
Con pasos muy lentos empezó a merodear por aquel hogar donde no es escuchaba ningún sonido.
También por su mente pasó la posibilidad de salirse de ese lugar, pero su curiosidad era mucho más grande que la voluntad por salirse y regresar a su hogar.
— ¡Señor Milo! ¿Todo bien?
Gritó desde la puerta de la cocina y no tuvo respuesta, de manera inmediata escuchó un gran estruendo que provenía del piso de arriba, rápidamente corrió por las escaleras para poder averiguar que había pasado.
— ¡Señor Milo!
Exclamó al ver el largo pasillo que tenía por recorrer aún, al fondo todavía habían varias habitaciones y quizá una de ellas sea el cuarto de su psicólogo.
Al final en su lado izquierdo logró encontrarse con el señor Antares en el suelo. Al parecer había perdido la conciencia.
Rápidamente se acercó para ayudarlo a levantarse, notó que en su frente tenía su piel lastimada.
— Señor Milo — Susurró colocando su cabeza sobre sus piernas — Por favor despierte.
Milo al escuchar la voz de su paciente lentamente abrió sus párpados, se encontraba más tranquilo al darse cuenta que estaba en buenas manos.
Hyoga pasó su mano sobre su frente, ahí fue cuando se dio cuenta que la fiebre aún no cedía.
— Usted necesita ir a un hospital.
— No... — Susurró intentando levantarse del suelo — Ya estoy bajo tratamiento médico — Se llevó una mano a su cabeza, pero sentía que su cabeza daba vueltas.
El joven rubio notó que su psicólogo estaba muy débil, tomó su brazo y lo colocó sobre su cuello para ayudarlo a llegar a su cama.
— Solo necesito descansar — Murmuró muy débil mientras se dejaba ayudar por Hyoga.
Cuando estuvo acostado en la cama lo que hizo a continuación dejó al joven rubio sin palabras.
Lo tomó del brazo y lo jaló a su lado para que pudiera acostarse a su lado.
— Tu compañía me caerá de maravilla.
— So... Solo un rato — Titubeó nervioso — Debo regresar a mi casa.
— Descuida, te debo esta sesión. No me siento bien.
Milo comenzó a cerrar sus párpados lentamente y de manera inconsciente llevó su mano derecha a la cintura de su paciente.
Hyoga, lejos de sentirse acosado, se dejó abrazar por su psicólogo y en pocos minutos también fue cayendo al mundo de los sueños junto con él.
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