Capítulo 2
Molesto se retiró su mochila del hombro y lo aventó en la parte trasera del auto.
Al menos agradecía que dentro de un par de semanas sería mayor de edad y tendría que librarse de los regaños sin sentido por parte de sus progenitores.
—¿Cómo te fue en la escuela Hyoga? — Cuestionó Camus observando a su hijo tomar el asiento del lado del copiloto mientras se cruzaba de brazos con un toque de molestia.
— Bien.
La respuesta fue muy seca y directa, gracias a las malas ideas de sus padres tuvo que pedirle que le diera un tiempo mientras se calmaba aquella situación con sus padres, este día había sido el peor de su vida porqué varios de sus compañeros del salón pudieron presenciar como era reprendido por sus padres y él sin poder objetar nada.
Fue el objeto de burla por todos, de no ser que Shiryu salió en su defensa de lo contrario su mochila hubiera terminado en la basura.
— Solo quiero que te des cuenta que lo hacemos por tu bien.
Camus encendió su auto y comenzó a manejar hasta el consultorio del psicólogo que le ayudaría a su hijo a darse cuenta de su realidad.
— Que me gusten los hombres no es malo.
— ¡Están mal ante la sociedad! Son unos enfermos que solo buscan llamar la atención. Seres que jamás los quisieron en su casa.
Ese comentario fue de mal gusto para Hyoga, no entendía porqué su padre se cerraba a esas ideas antiquísimas de la época colonial o hasta del virreinato.
¡Por todos los dioses, son otros tiempos!
Alzó su mirada para ver de frente a su progenitor dedicándole una mirada fría como la suya, había heredado esas mismas facciones y rasgos de Camus.
— Si amar a alguien de mi mismo sexo está mal, entonces dime porqué mamá y tu no se dan por lo menos un beso cuando regresas del trabajo.
Dio justo en el punto, Camus se quedo sin palabras y sin poder responderle porqué era cierto.
Colocó su mano sobre la palanca de velocidades y siguió manejando hasta su destino.
Con la ligera esperanza que su hijo cambie de parecer.
Al llegar al consultorio fueron atendidos por la recepcionista del lugar y les asignó su turno.
Mientras esperaban su turno en la sala, Camus sacó del bolsillo interior de su saco un pequeño libro que siempre cargaba consigo, de esta manera se entretenía y se olvidaba de su entorno.
El tiempo transcurrió de manera tortuosa para Hyoga, casi una hora esperando, se llevó una mano a su alborotada cabellera rubia y trató de tranquilizarse.
— Hyoga.
Al escuchar su nombre de manera inmediata se levantó de su asiento, seguido de Camus pero en ese momento fue detenido por la señorita que los había atendido en la recepción.
— Señor Camus, siento no poder dejarlo pasar. Al tratarse de consultas psicológicas, debe ser el paciente quien debe entrar. Usted puede esperar aquí y hacer uso del servicio de cafetería.
— Pero... ¿Porqué no puedo pasar? Es mi hijo y debo decir aquel problema que nos aqueja.
Se quejó Camus molesto al ver como se alejaba su hijo y entraba al consultorio.
— De esta manera, nuestros pacientes se sienten en confianza para platicar sobre sus problemas, si usted entra, quizá lo único que lograría es que su hijo mienta sobre su situación. Tiene que darle esa confianza.
Después de que dijo estas palabras la joven se alejó de Camus para poder seguir atendiendo a las citas que llegaban al consultorio.
Dentro del consultorio, Hyoga cerró la puerta lentamente y comenzó a buscar con la mirada al psicólogo.
Se imaginaba a un anciano de más de cincuenta años así como los médicos que lo atendían cuando se enfermaba.
— Buenas tardes.
Fue lo primero que alcanzó a decir, detrás de unas cortinas blancas salía un hombre de tez morena y cabellos alborotados azul cerúleo, quizá de la misma edad como su padre.
Al verlo tuvo que tragarse sus palabras, porqué simplemente aquel psicólogo lucía fenomenal, se veía muy joven y sobre todo muy bien conservado en su figura.
— ¡Oh vaya! Creí que mi paciente sería un adolescente sin remedio, sin embargo no noto malicia en ti. Toma asiento Hyoga, yo soy el psicólogo Milo Antares a tu servicio.
Cuando terminó de presentarse extendió su mano para aque aquel joven de cabellos rubios tomara su lugar frente al escritorio.
— Gracias.
— Vamos a platicar Hyoga... Dime ¿Cómo te sientes?
— Pues... No lo sé — Respondió tratando de mirar para otra dirección.
Milo lo analizaba desde los pies hasta la cabeza, a simple vista parecía que no mostraba algún problema o trastorno.
— Quisiera saber antes que nada si te sientes muy solo, como si nadie te comprendiera... Puedo ser tu apoyo en todo lo que desees cambiar, pero necesito que seas sincero conmigo. ¿Ingieres drogas, alcohol ó te cortas la piel? Dime todo lo que te suceda y yo te ayudaré para que mejores esos ánimos.
— ¡No! Yo no tomo ninguna droga, no le hago a esas cosas.
— ¿Entonces a qué viniste? — Milo se cruzó los brazos esperando una respuesta satisfactoria por parte de su paciente.
— Yo...
— ¿Sí? — Preguntó Milo esperando que aquel joven se abriera un poco más a sus sentimientos y fuera sincero.
— Yo... soy homosexual.
Milo alzó una ceja incrédulo ante lo que oía, eso no es algo malo, es muy común hoy en día ver parejas homosexuales.
— Y supongo que tu problema es porqué no sabes como decirlo a tus padres ¿No es así?
— Ellos ya lo saben — Contestó en un susurro.
— ¿Entonces?
— Mis padres dicen que es pecado.
Ante esto, Milo soltó una carcajada, no podía creer aquello que escuchaba.
Amaba cambiar esas ideas absurdas de la gente.
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