[3] Un Sol Soleado
Nuevamente era un día aburrido para el pobre albino, había veces que no entendía el porqué seguía trabajando en aquella lavandería si pocas veces venían clientes, había mucha competencia y no dañaría el mercado si aquel local cerrase. Podría darse la excusa de conseguir un mejor oficio, pero después de tanto tiempo, pudo estar estable, renunciar podría ser perjudicial.
Eran las tres de la tarde y debía cambiarse de puesto, dejar de lavar las ropas para ir al mostrador y esperar que llegara alguien con ropa que lavar, posiblemente porque su lavadora se echó a perder, ya que era casi imposible que hubiesen lugares sin esos electrodomésticos, al menos en la ciudad.
Estaba a punto de sacar su celular para jugar cuando el sonido de la campanilla sonó, eso lo despertó, pues el mostrador estaba a pocos metros de la entrada en realidad. Cuando alzó su mirada, sus pupilas parecieron brillar al ver de nuevo a aquel moreno de la otra vez, ¿Cuántos días habrán pasado? ¿Tres? Estaba sorprendido de recordarle, de hecho.
— ¡Bienvenido, caballero! ¿Qué desea que lavemos por usted?
— ...¿Es necesario tanto griterio...? —Preguntó el azabache, levantando una bolsa de tela en la cual en su interior habían varias prendas perfectamente dobladas pero con un aroma perceptible cuando uno metía la cabeza como lo hacía Ink en ese instante— ¿Y hacer eso?
— ¡Lo siento! —Se disculpó energético, de alguna forma poder percibir ese aroma le había vigorizado, tomó la bolsa con cuidado, esperando que su emoción no molestara al adverso— Se lo tendremos dentro de dos horas como máximo.
— ¿No me la pueden guardar? Puedo regresar en cuatro horas más.
— No hay problema, estarán limpias y mejor dobladas que ahora. —Guiñó un ojo.
Error se sonrió, pensando que eso era imposible, tenía una maestría en dejar la ropa bien doblada, incluso vencía a Geno en ese ámbito.
— Bien.
— Número cinco, tome su ficha.
Cumplieron algunas formalidades y entonces Error se retiró de la lavandería, Ink suspiró cual enamorado, no comprendía cómo se había quedado admirado de alguien que apenas conocía y con solo oler su aroma lo atrajo, no creía que fuera malo tener un amor platónico a primera vista.
Haría que aquellas prendas fueran lo más limpias y de calidad.
—
Tal cual había mencionado el azabache, llegó cuatro horas después, era un lindo atardecer, pensó Ink, más al ver cómo el moreno atravesaba la calle para entrar.
— Buenas tardes, —Saludó Ink— ¿Viene por sus ropas no? Enseguida se las traigo.
Con avidez, el albino se retiró temporalmente para regresar con una pequeña cesta roja donde estaban las prendas dobladas y limpias, con un olor a limpio, un olor que a Error le encantaba. Ink esperó cualquier halago por sus increíbles actos, pero sabía que no podía recibir algo así, su cliente no sabía que él mismo las lavó, suplicando a su compañero de trabajo que le dejara limpiarlas con sus propias manos.
— ¿Por qué la cesta? —Preguntó el de expresión más rígida, Ink sonrió.
— No podía dejar las ropas en la misma bolsa de tela, se podría arrugar la ropa dentro y no sería un excelente servicio.
— Ya... ¿Debo pagar acaso más?
— Nop, regalo de la casa.
Error guardó silencio, el lavandero continuó con pedirle su tarjeta para pagar y así pronto el azabache nuevamente se fue.
Cuando lo hizo, Ink dejó de sonreír, cada vez que aquel sujeto salía de la lavandería, tenía el temor de que jamás volvería.
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