[1] ¡Perdió El Corazón!
Un traje elegante había llegado a las manos del lavandero, parecía tan impecable que dudaba que estuviera sucio; su única prueba era el aroma que desprendía de las telas sin mayor problema, fuerte pero embriagante, era una colonia de calidad, por lo que su cliente no era uno cualquiera.
No pudo ver el dueño de ese traje, pues a Ink solo le tocaba lavarlos detrás de la pared en esas horas, donde las limpiaba, secaba y planchaba; no era el único empleado, pero estaba feliz de es cargo misterioso lleno de historia.
¿Será un hombre empresario? Siempre que veía la televisión a hombres con traje, eran políticos más que nada, funcionarios de altos cargos.
O también podría ser que el cliente acababa de tener una fiesta formal, una reunión o ceremonia, teniendo que asistir sí o sí con las ropas que dejaba cuidadosamente en su puesto para lavar.
Creía que era la segunda opción, pues era primera vez que olía semejante aroma; no obstante, podría ser que fuera primera vez que visitaba esa lavandería y haya sido cliente anteriormente en otras. Tal pensamiento lo hizo quedar nuevamente sin ideas.
Le entristeció pensar que ese exquisito aroma se perdería con aquel lavado.
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Su cabeza reposaba sobre sus brazos, mientras descansaba en el mostrador, le tocaba atender a los clientes quienes dejaban sus ropas en canastas o buscaban ya sus cosas.
Ya estaban a punto de cerrar, y el desconocido dueño de ese traje ya sin su aroma parecía no querer aparecer por hoy.
Se levantó desganado, acercándose a la puerta para girar el letrero, mostrando en la puerta de vidrio, la señal que el local estaba cerrado.
— ¡Eh! ¡No cierre aún!
Una exclamación detuvo su movimiento, alzando la cabeza con lentitud temiendo mil cosas, sin embargo, apenas el hombre se detuvo cerca de él, tras abrir la puerta, su aroma impregnó su nariz, llamando su atención.
Era el mismo, el mismo exquisito aroma que le había llamado la atención.
— Vengo a pedir el número 13, lamento llegar a esta hora. —Dijo con ligera maña, además de algo agitado por tener que correr para llegar a tiempo.
— ¡Descuida! —Respondió Ink contento— Se lo traigo enseguida.
Aquel joven de piel morena asintió, era ligeramente más alto que Ink, y sus ojos eran oscuros, penetrantes e hipnóticos. Era en pocas palabras, apuesto.
Buscó el traje que lo planchó con mucha dedicación, sin rastros de arrugas ni el aroma anterior. Ambos se acercaron a la recepción donde Ink cobró el vale.
— Es un bello traje. —Comentó Ink.
— No es mío. —Respondió— Pero lo tuve que usar y no quería que mi olor se quedara.
— Pensé que era colonia.
— Ah... Un poco de los dos.
Atónito, Ink se quedó mirando al adverso, notaba su incomodidad al hablar con extraños, pero no podía evitarlo, tenía que decirlo.
— Pues me encanta su aroma, señor.
—... Llámame Error.
Un ligero escalofrío vio por parte del azabache al levantar el traje tras su cumplido. Ink sonrió ampliamente y se despidió con la frase usual en ese local.
Error se fue al minuto, titubeando si decir algo más, solo volvió a asentir y se fue por la salida del lugar, dejando a un joven trabajador, totalmente fascinado.
— Ese hombre era mucho mejor que mis expectativas... Espero que nos visite otra vez.
Dudaba olvidar su aroma, pero estaba seguro que su rostro, su voz, su todo. Jamás se iría de su cabeza.
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