V E I N T I U N O
Evan
Juntos bajamos a la cocina, dónde Bea tomó asiento en uno de los taburetes de la isla, apoyando la cabeza de su mano.
-A ver, ¿Qué hay para comer por aquí? -me pregunto en voz alta, buscando en el refrigerador-. Uh, está frío aquí adentro.
Oigo la risa de Bea desde su lugar.
-Bueno, una camiseta de tirantes no es como que cubra mucho, Ross.
En ese punto ella tiene razón, se supone que iba a ir a mi habitación a cambiarme por otra ropa cuando escuché parte de su llamada con Lyla que me dejó, por no decir menos, que congelado en la entrada de mi habitación.
-A ver... -siento la palma caliente de su mano sobre mi hombro, el contacto repentino me asusta, la parte trasera de mi cabeza se llevó un golpe contra uno de los pisos del refrigerador-, ¿Estás bien?
Hay una clara nota de preocupación en su voz. ¿Es normal eso que me guste demasiado el cómo se preocupe por mí? Sí, de seguro que no.
Saco la cabeza del refrigerador, sobando la ahora área adolorida. No sé qué manía he adoptado ahora de golpearme tanto la cabeza.
-¿Estás bien? -vuelve a preguntar-. ¿Te duele?
-Eh, sí, sí, estoy bien, Bea. Solo duele un poco.
Su mirada se tornó preocupada, pasó a mirar la mano que aún tengo en mi adolorido cogote. De verdad, ¿Qué me pasa últimamente que me pego mucho en la cabeza? Bea terminó asintiendo.
-¿Qué tal si salimos a desayunar? -propuse, cerrando la puerta del refrigerador-. No hay nada interesante aquí.
Comenzó a jugar con sus pies, cabizbaja.
-Bueno, es que... yo... no... -se aclara la garganta-. No tengo con lo que pagar un desayuno, Evan -termina por murmurar.
Cosita, ¿Cómo cree ella que la invitaría a desayunar y tendría que pagar su comida? Mi mano se acercó con un poco de duda a tomar su mentón para alzar su cabeza, Bea tiene los labios torcidos y una mirada apenada.
-Hey, no te preocupes, esta vez yo invito.
-No quiero molestar, Evan, no es nece...
Sacudí la cabeza, haciendo que ella corte sus palabras. Sonrío cuando puedo dar con mi pulgar suaves caricias a la piel tostada de sus mejillas. Dios, que desde ya hace mucho quería hacer esto. Tan simple y, a la vez, un gesto tan lindo.
-No molestas, Bea, nunca me molestarías. Es... -es un poco absurda esa risa boba que ella me provoca-, ha de ser un tremendo privilegio ir a comer contigo.
Ambos nos estábamos sonriendo igual de nerviosos.
Hacer que ella se sonroje es una tarea tan fácil que me encanta cuando sucede. En algunas ocasiones, no solo sus mejillas se colorean, sino también la punta de su nariz. No puedo evitar pensar en que se ve tan linda y tierna, capaz eso se puede volver mi tarea favorita.
En general, poder hacer cualquier cosa con ella se puede volver mi tarea favorita.
Bea humedeció sus labios, forzando una fina línea para no sonreír. Ese solo gesto hace que mi atención viaje hacia ellos. La cercanía y ansias de besarla que tengo desde hace meses no son de ayuda. Antes de cometer una estupidez, di dos pasos hacia atrás y aparté mi mano.
Por mucho que quería besarla, es un sentimiento mío, y que yo lo sienta no significa que ella también. No quiero ser un sobrepasado.
-Yo, eh, me voy a cambiar. Ya... ya vuelvo -no hace otra cosa más que asentir de acuerdo, salgo de la cocina yendo hacia mí habitación.
En mi cuarto saco de mi armario unos pantalones ahusados, una camiseta gris manga corta, mi zamarra para el frío, unos mitones que llegan a cubrir las marcas en mis muñecas, por lo que no tengo que usar las pulseras, y unas zapatillas deportivas. Tomo mi teléfono, que aún sigue en la mesita de noche y también el dinero suficiente para que Bea y yo tengamos un desayuno decente.
Iba por el pasillo de vuelta a la cocina cuando mi teléfono empieza a vibrar en uno de los bolsillos de mi zamarra, es una llamada de papá la que está entrando.
-¡Hola, Evan! -saluda la vocecita infantil de Ava del otro lado-. ¿Estás en casa?
-Sí, ¿Por qué? -respondo, siguiendo el camino por el pasillo.
-¿Vas a venir a casa de papá?
-Eh... No lo sé, A. Estoy... -me detuve a mitad de las escaleras, desde donde puedo ver cómo Bea escribe algo en su celular-, ocupado ahora.
-¡Evan, por favor! ¡Tienes que venir! -pide-. Con papá y los tíos iremos al parque, tienes que venir, así puedes traer mis patines, por favor... -juraría que mi hermanita está haciendo ese gesto que hace cuando pide algo: juntar ambas manos a modo de suplica y cerrar sus ojos con fuerza mientras murmura «por favor, por favor, por favor» reiteradas veces.
Exhalo con fuerza, desviando la mirada de Bea. No quiero que me pille mirandola como acosador.
-Vale -accedo. En serio que es imposible para mí decirle que no a esa niña-. Estaré allá en una hora.
-¡Siiii! -exclama contenta- ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Eres el mejor hermano!
-Sí, sí, lo sé -afirmé, haciendo a Ava reír al otro lado de la línea-. Nos vemos allá, A.
-¡Nos vemos!
Vuelvo sobre mis pasos, esta vez para ir a la habitación que está a unos pasos alejada de la mía: la de Ava. El orden que mantiene mi hermana en su habitación es asombroso, todo ahí dentro tiene su lugar específico e incluso guarda su ropa por orden de colores, los zapatos están en orden de tamaño al igual que las mochilas en el colgador y los inhaladores de respuesto en tocador.
Eso es algo que relativamente compartimos. También me gusta tener todo en orden de tamaños y colores, pero mientras que yo puedo vivir un tiempo con un poco de desastre, mi hermana si algo no está en orden, no podrá descansar hasta que esté a la perfección.
Manías, no soy quien para juzgar puesto que tengo las propias.
Busco los patines de mi hermana en su armario, Ava ama patinar desde los cinco años, es una de sus cosas favoritas y lo que mejor hace, aunque se destaca más sobre el pavimento también es buena sobre el hielo.
-Vaya, que linda habitación -la voz de Bea en el umbral de la puerta me da un pequeño susto.
-Muy femenina, ¿Cierto? -bromeo, tomando los patines color verde agua de mi hermana, yendo ahora por la bolsa donde los guarda.
-Al menos no es la típica habitación rosa.
La habitación de Ava más que parecer una casa Barbie reducida a un cuarto, tiene más pinta de estar salida de un cuento de hadas. Ella ama las historias de fantasía, por lo que cuando nos dieron la noticia de que nos mudaríamos aquí un tiempo (y que podíamos decorar al gusto nuestras nuevas habitaciones) ella no perdió la oportunidad de adaptar su nuevo cuarto a sus cuentos favoritos.
Las paredes están pintadas de color verde agua más oscuro, las ventanas tienen cortinas blancas de encaje, en una esquina de su habitación cuelga un columpio revestido de flores de todos los colores y también mariposas que brillan en la oscuridad. A Ava le gusta llamar a su habitación «El Bosque Encantado», imagina que es un lugar donde pueden habitar hadas mágicas, duendes amistosos y guardianes hechos de ramas de árboles. En las noches además de las mariposas brillantes, mis tíos le encienden las luces que están más arriba de la cabecera de la cama, sus bombillos son de diferentes colores.
A mí incluso me gusta más su habitación que la mía.
Tomé el bolso donde mi hermana guarda sus patines del colgador.
-¿Para qué son? -pregunta Bea cuando pasé frente a ella.
-Son para Ava, me pidió que se los llevara -explico, ella asiente-. ¿Nos vamos?
En el camino a la casa de papá, noté que Bea estaba un poco callada y con la mirada distraída. Pasamos antes por una cafetería de la zona, la comida no se compara con la del CallyCafé pero es algo para tener en el estómago.
Devuelta al coche, nos íbamos riendo del incidente dentro del café, un nervioso mesero se le habían caído las bebidas que llevaba por tener la mirada de lo que parecía ser su superior encima. Hubo un silencio sepulcral y algunas personas luego se echaron a reír discretamente solo para no avergonzar más al pobre chico.
-Me compadezco de él -admite Bea, poniéndose el cinturón de seguridad sin dejar de reírse.
-Incluso yo, espero que no tenga tan mal final.
Retomando el camino a casa de papá, fuimos hablando y escuchando un poco de música, hay un momento dónde Bea me pide que haga silencio solo para prestar más atención a la canción que suena, el ritmo es tan diferente a como la recuerdo, pero es la misma letra de Best Day Of My Life de American Authors.
La pista era diferente a la original, es más algo de ritmo electrónico con una voz diferente cantando. Nunca había oído ese cover de la canción.
-No puede ser -masculla Bea, sonriendo incrédula-, pero que increíble.
-¿El qué? -pregunto, dándole una rápida mirada.
-La canción, me sorprende que una radio local esté pasando esta canción.
-¿Por? -frunzo el ceño sin entender.
-Es el cover de unos amigos de Willesden, los conocí en la expedición a la que fui con mis hermanos y papá hace un mes -se echa a reír-. Me ayudaron a volver al hotel cuando me perdí por la ciudad luego de escaparme de las excavaciones.
-Vaya, Beatríz escapándose, que sorprendente.
-Tenía demasiados motivos para salirme de esa caverna, créeme -finge un escalofrío que me hace reír-. En fin, me ayudaron a volver al hotel y nos vimos en varias ocasiones en las que pude salir a conocer la ciudad, nos hicimos amigos, aunque el hermano mayor es medio amargado.
-¿Y son músicos?
-Van en ello, su estilo es de música electro, como notarás. Y si no me equivoco, es el primer cover de los hermanos Daniels que logra sonar fuera de Willesden, les encantará saber esto.
Bea disfruta el resto de la canción de sus amigos al igual que yo, es un buen ritmo, más animado y bailable. Algunas veces le doy miraditas de soslayo a la chica a mi lado que no ha dejado de sonreír desde que escuchó el remix de sus amigos sonar en la estación.
Viendo su sonrisa alegre y su mirada iluminada, una pregunta hace eco en mi cabeza: ¿Cómo empezó a gustarme esta chica? Tenemos tan pocas cosas en común que es sorprendente si quiera el que seamos amigos. Bea es alguien que no le gustan las películas románticas clichés, aunque yo las adore porque me parecen lindas para pasar el rato. Ella siempre va a preferir una comedia, o una comedia romántica, que le es más pasable, o más seguro sus películas de súper héroes.
No es de esas chicas que va escuchando a Justin Bieber o Ariana Grande, mientras yo tengo una debilidad por la música de Ariana (me gusta, ¿Okey?) ella es más del ritmo de Bruno Mars, algo de Shawn Mendes y, por supuesto, su adorada Taylor Swift, no habrá día donde Beatríz Ferguson no esté escuchando a su cantante favorita. Incluso le gusta Imagine Dragons, pero no tanto como a mí.
No es de usar vestido o tacones, solo en momentos u ocasiones especiales y como siempre dice: «esos se dan muy poco». Casi siempre puedes verla en ropas casuales e incluso hubo una vez que llegó en pijama a la escuela, todos se rieron pero a ella no le importó.
Y lo más «boom» de todo, Bea odia maquillarse, casi nunca lo hace. Siempre dice que «las chicas son hermosas tanto por dentro como por fuera». Nunca se esfuerza en agradar a los demás o finge ser alguien que no es.
Puede que sí sepa la razón de por qué me gusta tanto. Beatríz Ferguson resalta entre las personas incluso sin hacer el más mínimo esfuerzo. Llama la atención de cualquiera más por su personalidad que por su carita bonita.
Es lo diferente fuera de lo típico y eso es el «algo» de ella que me gusta tanto.
-
Supe que estábamos cerca de la casa porque pasamos al frente de la vieja residencia donde vivían los niños de la cuadra con los que solía jugar más pequeño. ¿Será que siguen viviendo allí? Nos adentramos más en la calle hasta detener el coche frente a la casa donde vivía antes.
Dónde... vivíamos todos antes.
Sigue igual que siempre, el portico con las sillas reclinables de madera, las flores que adornan el apoyo de madera se ven como la última vez que pisé esa casa y ya ha pasado bastante tiempo desde ese día. La fachada de un claro tono azul se nota desgastada por el paso de los años, quitando poco a poco su color.
Mi mirada se mantiene fija en esa casa, las manos en el volante empiezan a poner una fuerza involuntaria que mi cerebro no ordenó.
No puedo, no puedo entrar ahí.
Mis pensamientos son solo esos: no quiero entrar, no quiero hacerlo. Joder, Ava, ¿Por qué tuviste que olvidar tus patines?
Esto no está yendo bien.
Mi pecho empezó a subir y bajar agitado, intentando regular mi caótica respiración. Antes de poder procesarlo, ya sentía que no podía respirar bien, que cada bocanada de aire se queda atrapada en mi garganta sin poder llegar a mis pulmones.
Los latidos de mi agitado corazón se escuchan fuertes en mis oídos y es lo único que puedo oír con claridad. Vuelvo la vista al frente, el agarre de mis manos en el volante es más débil, pero siguen ahí, sudorosas y empezando a hormiguearse. Ese hormigueo empieza a recorrer mi cuerpo, el dolor en mi pecho yendo en aumento.
No puedo respirar, no puedo respirar.
Intento tomar respiraciones profundas, solo que se siguen quedándose atrapadas en mi garganta, impidiendo que lleguen a mis pulmones, el hormigueo y dolor no cesa. Empezaba a hiperventilar.
No puedo respirar, no puedo respirar.
Se repite en mi cabeza una y otra vez. Las lágrimas llenan mis ojos y solo puedo procesar el que moriré por falta de aire. Moriré junto a la chica que me gusta y ni siquiera pude decirle lo que siento por ella.
-¿Evan? -la voz de Bea suena distante-. ¿Evan?
Sé que sigue llamándome, pero no podía concentrarme en nada más que recuperar mi respiración y en no morir. Estaba teniendo un ataque de pánico solo por estar aquí.
-Oye, oye, estoy aquí, respira -sus manos cubiertas por los mitones acunan mi rostro, haciendo que gire a verla. Sus ojos me transmiten seguridad y calidez-. Vamos, respira. Estarás bien.
Resollo meneando la cabeza, la imagen de Bea volviéndose más borrosa por las lágrimas.
-No puedo... no puedo... -jadeo aún en busca del aire, mis pulmones empiezan a quemar por la falta de oxígeno. Mis manos temblorosas intentan jalar el cuello de mi camisa.
-Sí puedes, solo que crees que no lo harás. Respira conmigo y todo irá bien -Bea inhala y exhala con tranquilidad y lentitud, empiezo a imitar sus respiraciones-. Así es, tú respira, Evan, todo irá bien.
Sigo el ritmo de las respiraciones de Bea, cerrando los ojos, causando que las lágrimas acumuladas rueden por mis mejillas. Siento sus pulgares pasar por el mismo camino que mis lágrimas para secarlas.
«Imagina las hojas secas del otoño caer -recuerdo la voz de mi psicólogo-. Cada una cae al ritmo que tú consideres apropiado»
Imagino las hojas caer al mismo ritmo que voy siguiendo de Bea, sus manos aún en mis mejillas dando leves caricias van tranquilizandome poco a poco, calmando mi corazón agitado. El hormigueo de mis manos y pecho va cesando y cuando tomo un respiración profunda, llega a mis pulmones con normalidad.
Estamos bien, estamos bien.
-¿Estás mej...? -no la dejo completar su pregunta porque me inclino hacia ella y la rodeo con mis brazos.
Ahora más que nunca la necesito cerca, necesitaba un abrazo, o una caricia. No importaba si tan solo es una sonrisa, sé que estaré bien si es por parte de ella, sé que ayudará a calmarme.
Bea pasa su mano por mi espalda mientras yo solo mantengo el rostro hundido en su cuello, disfrutando más que nunca la muestra de afecto.
-Está bien -susurra con un tono dulce-. Estoy aquí, nada te pasará.
Dejo ir una respiración contra su piel.
-Gracias -murmuro aún sin abrir los ojos.
-Eres mi amigo, estoy aquí para ayudar -hay un revoltijo en mi estómago con la palabra «amigo»
Es una mierda horrible escuchar venir de la chica que te gusta tantísimo llamarte «amigo» cuando tú estás sintiendo demasiado por ella.
Quizá Bea en serio solo me vea cómo eso, su amigo.
Poco a poco nos vamos separando, estando frente a ella, me sonríe, una sonrisa genuina que transmitía seguridad.
-¿Mejor? -asentí sorbiendo mi nariz, devolviéndole el gesto, agradecido.
-Gracias, Bea -mi voz es un poco más ronca. Quito un mechón de sus ojos.
-¿Por qué no me habías dicho que sufres de ataques de pánico? -pregunta aún usando ese tono suave-. ¿No... confías en mí?
-No, Bea -niego con la cabeza-. No es eso, es más... complicado de explicar.
-¿Tiene que ver con el tema de tu mamá? -no respondo nada, solo asentí-. Hey, Evan, sabes que puedes confiar en mí. No te presionaré para que me lo digas, si algún día estás preparado, yo estoy aquí para escucharte -toma mi mano y le da un leve apretón reconfortante.
Le dedico una sonrisa pequeña que me devuelve tan sincera y dulce como siempre.
-Gracias, Pulgarcita.
-Estoy aquí para apoyar, Ross.
El silencio que nos rodea empieza a ser incómodo, ella aún me tiene tomado de la mano y evita que sus ojos den con los míos. Vuelve a humedecer sus pequeños y tiernos labios, haciendo que otra vez mi atención se vaya a ellos.
Me pregunto cómo se sentirá besar a Bea, ¿Tan bueno como una vez llegué a imaginarlo? Puede que sea hasta mejor. Mi corazón se acelera y no precisamente por otro ataque de pánico.
-¿E-Evan? -balbucea cuando mi pulgar delinea cerca de sus labios.
-¿Uh? -respondo sin poder apartar la mirada.
-¿Tú q-qué haces? -sus ojos verdes conectan con los míos y pude ver un destello nuevo en ellos.
-Yo...
No pude terminar lo que estaba diciendo porque el claxon de otro coche nos sobresaltó a los dos. Terminé quitando mi mano de su rostro como si aquello que hacía estuviera rotundamente prohibido. Ví la parte de atrás del auto, no había nadie estacionado detrás de nosotros.
Escucho la risa de Bea, tiene una mano sobre su pecho, asustada.
-Creo que mi corazón va a salir de mi pecho -bromea, riendo nerviosa.
¿Lo dice por el claxon o por nuestro casi-beso?
-Opino igual -termino respondiendo.
Tras largar un suspiro, me mira.
-¿Vamos?
Observo la casa a un lado de la calle, preparándome mentalmente para volver allá dentro.
-Vamos.
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